Una aproximación a los nuevos delitos medioambientales. F.J.

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FRANCISCO JAVIER ENÉRIZ OLAECHEA
Doctor en Derecho
Director General de Medio Ambiente del Gobierno de Navarra
UNA APROXIMACIÓN A LOS NUEVOS
DELITOS MEDIOAMBIENTALES
SUMARIO
I.
INTRODUCCIÓN: UNA VISIÓN CRÍTICA DEL NUEVO CÓDIGO PENAL
II. CLASIFICACIÓN DE LOS DELITOS AMBIENTALES
III. EL DELITO URBANÍSTICO O CONTRA LA ORDENACIÓN DEL
TERRITORIO
IV. DELITOS POR CONTAMINACIÓN
V. DELITOS RELATIVOS A LOS ESPACIOS NATURALES
VI. DELITOS CONTRA LA FLORA SILVESTRE
VII. DELITOS CONTRA LA FAUNA SILVESTRE
VIII. DELITOS DE INCENDIOS FORESTALES
IX. DELITOS NUCLEARES Y RADIACTIVOS
X. DELITOS DE RIESGO PROVOCADOS POR OTROS AGENTES
I. INTRODUCCION: UNA VISION CRITICA DEL NUEVO CODIGO PENAL
El pasado 24 de mayo de 1996 entró en vigor el denominado Código Penal de «la
Democracia».
El nuevo Código Penal introduce importantes novedades y modificaciones respecto
a la normativa penal hasta ahora vigente.
Uno de los campos en que mayores innovaciones podemos encontrar es,
precisamente, en el de los conocidos como «delitos medioambientales», para los que el
legislador ha querido ampliar los supuestos de hecho y establecer sanciones penales, en
algunos casos, ciertamente llamativas.
El nuevo Código Penal pretende desarrollar, en cuanto a la protección del medio
ambiente se refiere, el artículo 45, en especial su número 3, de la Constitución de 1978, que
dispone:
«1. Todos tienen derecho a disfrutar de un medio ambiente adecuado para el
desarrollo de la persona, así como el deber de conservarlo.
2. Los poderes públicos velarán por la utilización racional de todos los recursos
naturales, con el fin de proteger y mejorar la calidad de vida y defender y restaurar el
medio ambiente, apoyándose en la indispensable solidaridad colectiva.
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3. Para quienes violen lo dispuesto en el apartado anterior, en los términos que la
ley fije, se establecerán sanciones penales o, en su caso, administrativas, así como
la obligación de reparar el daño causado.»
El Tribunal Supremo ha determinado el alcance del artículo 45 de la Constitución
desde una perspectiva penal en su sentencia de 30 de noviembre de 1990 (RJ 1990, 9269):
«El derecho a la calidad de la vida y el medio ambiente constituyen un
objetivo irrenunciable y de ahí surge la idea predominante de proteger el medio
ambiente como una defensa de la salud y de la vida de los habitantes. El interés
generado ha colocado en su plano preferente la regulación —nacional y
transnacional—, de los problemas derivados de la contaminación ambiental y de la
explotación inmoderada de los recursos naturales.
Estas tendencias e intereses han tenido acogida en nuestro texto
constitucional que, en su artículo 45 —en el marco de los principios rectores de la
política social y económica—, coloca en lugar preferente el derecho de todos a
disfrutar de un medio ambiente adecuado para el desarrollo de la persona así como
conservarlo, comprometiendo a los poderes públicos en la tarea de proteger y
mejorar la calidad de vida y la defensa y restauración del Medio Ambiente, haciendo
un llamamiento a la solidaridad colectiva para conseguir estos fines. Se sigue con
ello una tendencia que se encuentra en todas las modernas constituciones que se
acogen al modelo de Estado social y democrático de derecho.
Establecidos estos antecedentes se comprende la necesidad de dotar a estos
intereses colectivos, que afectan a todos y cada uno de los ciudadanos, del máximo
de protección que otorga el Derecho penal y que sólo puede ser aceptado en cuanto
dispone del consenso de la generalidad. Es el propio texto constitucional el que abre
paso e impone la fórmula de protección penal al establecer en el artículo 45.3 que
para quienes violen el derecho a disfrutar de un medio ambiente adecuado y la
calidad de la vida se establecerán sanciones penales o, en su caso, administrativas,
así como la obligación de reparar el daño causado».
Con posterioridad, en su Sentencia de 11 de marzo de 1992 (RJ 1992, 4319), el
mismo Tribunal ha continuado delimitando el alcance del precepto constitucional:
«El art. 45 de la Constitución Española (...) según la doctrina ha optado por
un concepto de medio ambiente moderadamente antropocéntrico en cuanto
primariamente se adecúa al «desarrollo de la persona» y se relaciona con la «calidad
de vida» a través de la «utilización racional de todos los recursos naturales» y se
añade como parte integrante del mismo la defensa y restauración del medio
ambiente. Por otra parte, al abarcar la protección a todos los recursos naturales, es
claro que se refiere al agua, aire y al suelo, no sólo aisladamente considerados, sino
en su conjunto, formando el ecosistema.
Cierto que el derecho penal a virtud del principio de intervención mínima
actúa de forma accesoria y subsidiaria del derecho administrativo mas en una
materia como ésta tan sujeta a una compleja protección de este ordenamiento, lo que
supone la previa infracción de normas administrativas antes de dar paso a la sanción
penal que, por otra parte, supone atentados medioambientales de cierta gravedad».
Por tanto, uno de los aspectos más relevantes —sino el que más— de los nuevos
delitos medioambientales es que, en todos ellos, el objeto jurídico de protección no es sólo
un bien que pertenece a un determinado individuo, sino fundamentalmente a la
colectividad: todos tienen derecho al medio ambiente. El sujeto pasivo del daño no es tanto
el particular, que efectivamente también lo es, sino toda la comunidad social, en cuanto
verdadera titular de los valores objetivos que se quieren proteger: los bienes de dominio
ESTUDIOS
público, el paisaje, los espacios naturales, la fauna silvestre y sus hábitats, la flora
protegida, los montes, las aguas, el suelo, la atmósfera, los bosques, los ecosistemas...
La entrada en vigor del nuevo Código va a producir, desde su inicio, dos importantes
efectos:
Primero. Los hechos delictivos se examinarán en los sucesivo por los jueves y
tribunales, y ya no por la Administración Pública competente en la materia, hasta ahora las
Comunidades Autónomas y, en nuestro caso, la Comunidad Foral de Navarra, que venía
actuando por medio del Departamento de Medio Ambiente, Ordenación del Territorio y
Vivienda del Gobierno de Navarra.
De este modo, los órganos judiciales asumen, con carácter general, potestades y
facultades hasta ahora propias de la Administración Pública urbanística o medioambiental,
tales como:
a) La potestad sancionatoria, que en adelante se sustanciará a través de las normas
procesales del orden penal.
b) La potestad de restaurar el orden infringido, reconocida explícitamente en dos
preceptos del Código Penal: el art. 319.2 (...en cualquier caso, los Jueces o Tribunales,
motivadamente, podrán ordenar, a cargo del autor del hecho, la demolición de la obra, sin
perjuicio de las indemnizaciones debidas a terceros de buena fe) y el art. 339 (los Jueces o
Tribunales, motivadamente, podrán ordenar la adopción, a cargo del autor del hecho, de
medidas encaminadas a restaurar el equilibrio ecológico perturbado, así como adoptar
cualquiera otra medida cautelar necesaria para la protección de los bienes tutelados en este
Título).
c) La potestad de adoptar medidas cautelares o preventivas para que el daño no se
acreciente en espera de la sentencia que ponga fin al proceso penal. Esta facultad se refleja
en el artículo 327 del Código, en cuya virtud se faculta al Juez o Tribunal para acordar la
clausura temporal (no superior a cinco años) o definitiva de una empresa, sus locales o
establecimientos, así como para la intervención administrativa de la empresa sin que exceda
de un plazo máximo de cinco años.
Entre las penas que el nuevo Código prevé, destacan las multas, que se establecen
económicamente por el Juez conforme al artículo 50, pero si el condenado no llega a
satisfacer la cuantía fijada, se sustituye ésta por privación de libertad en fines de semana o
por trabajos en beneficio de la comunidad1.
Al hablar de la configuración de los delitos ambientales y de las respectivas penas,
no podemos pasar por alto la extensión de la posible responsabilidad criminal a las personas
que encarnan las Administraciones medioambientales. Coincidimos plenamente con
1. El artículo 50 del nuevo Código Penal dispone:
1. La pena de multa consistirá en la imposición al condenado de una sanción de pecuniaria.
2. La pena de multa se impondrá, salvo que la Ley disponga otra cosa, por el sistema de días-multa.
3. Su extención mínima será de cinco días, y la máxima, de dos años. Este límite máximo no será de
aplicación cuando la multa se imponga como sustitutiva de otra pena; en este caso su duración será la que
resulte de la aplicación de las reglas previstas en el artículo 88.
4. La cuota diaria tendrá un mínimo de doscientas pesetas y un máximo de cincuenta mil. A efectos de
cómputo, cuando se fije la duración por meses o por años, se entenderá que los meses son de treinta días y los
años de trescientos sesenta.
5. Los Jueces o Tribunales determinarán motivadamente la extensión de la pena dentro de los límites
establecidos para cada delito y según las reglas del Capítulo II de este Título. Igualmente, fijarán en la
sentencia, el importe de estas cuotas, teniendo en cuenta para ello exclusivamente la situación económica del
reo, deducida de su patrimonio, ingresos, obligaciones y cartas familiares y demás circunstancias personales
del mismo.
6. El Tribunal determinará en la sentencia el tiempo y forma del pago de las cuotas.
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RODRÍGUEZ RAMOS 2, cuya opinión reproducimos, cuando postula que la responsabilidad de
tales funcionarios y actividades debe suprimirse, pues no tienen por qué sufrir una amenaza
penal superior a los funcionarios y autoridades de otros sectores administrativos, algunos
tan importantes como el alimentario, el sanitario, el de comunicaciones y transportes, etc. Si
sus conductas son penalmente reprochables como constitutivas de los delitos comunes
relativos a los funcionarios (cohecho, malversación, prevaricación, tráfico de influencias,
negociaciones prohibidas, etc.), no es preciso «inventar» otras figuras que además
generarían los indicados agravios comparativos.
Junto a esta comprensible preocupación por la futura suerte de las autoridades y
funcionarios de la Administración ambiental, no debemos ocultar la mayor desazón que,
desde una perspectiva estrictamente jurídica, nos suscita la, en nuestra opinión, escasa e
insuficiente calidad técnica empleada en la definición de los delitos ambientales. Se deja a
la voluntad del juzgador (en su mayor parte órganos judiciales individuales) la apreciación
última del largo elenco de conceptos jurídicos indeterminados que salpican el Título XVI
del Código Penal: «perjuicio grave del equilibrio de los sistemas naturales», «riesgo de
deterioro irreversible o catastrófico», «alteración grave del hábitat», «perjuicio del
equilibrio ecológico», «dificultad de la reproducción o migración de las especies
migratorias», «graves efectos erosivos», «alteración significativa de las condiciones de
vida animal o vegetal», «grave deterioro o destrucción de los recursos afectados»,
«perjuicio grave al medio natural, la vida silvestre, los bosques o los espacios naturales...».
No tardaremos en ver que, en supuestos similares, lo que para un órgano judicial es
grave o perjudicial, para otro no lo es tanto. Todo ello aumentado por la reconversión
intelectual que para los jueces del orden penal supone este nuevo Código, al exigirles que
conozcan con profundidad el Derecho administrativo ambiental y se pronuncien sobre
cuándo y en qué condiciones el imputado o acusado actuó contraviniendo las Leyes o
disposiciones generales protectoras del medio ambiente, normas muchas ellas de difícil
interpretación y aplicación incluso para los que son conocedoras de las mismas.
Y, finalmente, nuestras dudas se extienden también a si los jueces y tribunales
dispondrán de los suficientes medios y recursos, no sólo para conocer y sustanciar este tipo
de procesos penales, sino para adoptar el potente haz de poderes y facultades de
restauración y de prevención que les otorga el nuevo Código Penal.
II. CLASIFICACION DE LOS DELITOS AMBIENTALES
El Título XVI del Código Penal se dedica a «los delitos relativos a la ordenación del
territorio y la protección del patrimonio histórico y del medio ambiente».
Por su parte, dentro del Título XVII, que versa sobre los «delitos contra la Seguridad
Colectiva», figuran los delitos relativos a la energía nuclear y a las radiaciones ionizantes
(Cap. I Sección 3.ª) y los delitos de incendio (Cap. II). Todos ellos pueden considerarse
delitos ambientales, en cuanto que el bien objeto de protección es, precisamente, el medio
ambiente en el amplio concepto que ha definido el Tribunal Constitucional en su Sentencia
102/1995, de 26 de junio, de la que extraemos, por su alcance, este párrafo de su
fundamento jurídico 7.º:
«El medio ambiente es un concepto nacido para reconducir a la unidad los diversos
componentes de una realidad en peligro. Si éste no se hubiera presentado resultaría
inimaginable su aparición por meras razones teóricas, científicas o filosóficas ni por tanto
jurídicas. Los factores desencadenantes han sido la erosión del suelo, su deforestación y
2. «La protección penal del ambiente», en Primer Congreso Nacional de Derecho Ambiental. Ponencias,
Sevilla, 1995, pg. 92.
ESTUDIOS
desertización, la contaminación de las aguas marítimas, fluviales y subálveas, así como de la
atmósfera por el efecto pernicioso de humos, emanaciones, vertidos y residuos, la extinción
de especies enteras o la degeneración de otras y la degradación de la riqueza agrícola, forestal,
pecuaria o piscícola, la contaminación acústica y tantas otras manifestaciones que van desde
lo simplemente incómodo a lo letal, con una incidencia negativa sobre la salubridad de la
población en la irrescindible unidad psicosomática de los individuos».
Pues bien, el Código Penal dispone la siguiente clasificación de los delitos
ambientales, rompiendo la unidad del concepto medioambiental y dispersando los
supuestos penales entre diversos títulos, capítulos y secciones:
Título XVI. Delitos relativos a la ordenación del territorio y la protección del medio
ambiente.
– Capítulo I: Delitos sobre la ordenación del territorio.
(...)
– Capítulo III: Delitos contra los recursos naturales y el medio
ambiente.
– Capítulo IV: Delitos relativos a la protección de la flora y fauna.
Título XVII: Delitos contra la Seguridad Colectiva.
– Capítulo I: Delitos de riesgo catastrófico.
– Sección 1.ª: Delitos relativos a la energía nuclear y a las
radiaciones ionizantes.
(...)
– Sección 3.ª: Otros delitos de riesgo provocados por
otros agentes.
– Capítulo II: Incendios:
– Sección 1.ª: Delitos de incendio.
– Sección 2.ª: Incendios forestales.
– Sección 3.ª: Incendios en zonas no forestales.
– Sección 4.ª: Incendios en bienes propios.
Esta clasificación legal merece una valoración necesariamente desfavorable en línea
con la crítica formulada por el antes citado RODRÍGUEZ RAMOS3. A nuestro juicio, y en la
línea de lo expuesto, todos los delitos relacionados deberían haber sido incluidos en un
único Título, con la única rúbrica común «De los delitos contra el medio ambiente», y a
partir de ahí seguir esta clasificación u otra análoga:
A) Delitos contra el medio natural:
– Delitos urbanísticos o contra la ordenación del territorio.
– Delitos contra los espacios naturales.
3. La protección penal..., op. cit., pgs. 91 a 93.
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– Delitos contra la flora amenazada.
– Delitos contra la fauna silvestre.
– Delitos por incendios forestales.
B) Delitos contra la calidad ambiental.
– Delitos por contaminación.
– Delitos por depósito de residuos peligrosos.
– Delitos relativos a la energía nuclear.
– Delitos de riesgo provocados por otros agentes.
De este modo, se distinguiría perfectamente entre el grupo de delitos en que el bien
jurídico a proteger es la Naturaleza (delitos contra el medio natural), de aquellos otros en
que el objeto de la protección es no ya tanto la naturaleza, sino el hombre en general (la
sociedad), con el fin de defender ambos bienes (Naturaleza y Hombre) de agresiones
contrarias al ordenamiento administrativo medio ambiental.
La existencia de un único título dedicado al medio ambiente evitaría, además, la
insustancial y artificiosa distinción en que incurre el Código Penal cuando llega el extremo
de distinguir los conceptos de «recursos naturales» y de «flora y fauna» como diferenciados
del de «medio ambiente».
A efectos de un estudio más pormenorizado, nosotros estudiaremos los delitos
ambientales siguiendo este orden:
a) Delitos urbanísticos o contra la ordenación del territorio. (arts. 319 y 320).
b) Delitos por contaminación (arts. 325 a 329).
c) Delitos contra los espacios naturales (arts. 330. 331 y 338).
d) Delitos contra la flora amenazada (arts. 332 y 333).
e) Delitos contra la fauna silvestre (arts. 334 a 337).
f) Delitos de incendios forestales (arts. 352 a 358).
g) Delitos nucleares y radiactivos (arts. 341 a 345).
h) Delitos de riesgo provocado por otros agentes (arts. 348 a 350).
III. EL DELITO URBANISTICO O CONTRA LA ORDENACION DEL
TERRITORIO
Integra el grupo de delitos medioambientales en cuanto que el bien objeto de
protección son los bienes de dominio público, el suelo no urbanizable o los lugares que
tengan reconocido jurídicamente algún valor paisajístico o ecológico.
Cometen delito urbanístico:
A) Los promotores, constructores o técnicos directores que lleven a cabo una
construcción no autorizada en suelos destinados a viales, zonas verdes, bienes de dominio
público o lugares que tengan legal o administrativamente reconocido su valor paisajístico,
ecológico, artístico, histórico o cultural, o por los mismos motivos hayan sido considerados
de especial protección (art. 319.1).
Este delito lo cometen tanto el promotor, como el constructor o el técnico director,
bien por cometerlo intencionadamente o por incurrir en imprudencia. El precepto guarda
similitud con el artículo 264.1 de la Ley sobre el Régimen de Suelo y Ordenación Urbana
ESTUDIOS
(Texto Refundido de 1992), que responsabiliza administrativamente de las infracciones
urbanísticas al «promotor, el empresario de las obras y el técnico director de las mismas».
La responsabilidad penal de todas y cada una de las personas a que se ha hecho
referencia, se produce a título personal, por lo que, de producirse concurrencia de
responsables de un mismo y único delito, la sanción de la posible imposición por la
comisión de ésta ha de serlo —de resultar procedente— a cada uno de ellos con carácter
independiente.
Son elementos constitutivos de este delito:
1.º La construcción, es decir, la ejecución de actos materiales sobre el territorio, de
modo que si no se realiza, no se produce delito. El delito se comete aun cuando no se haya
terminado la obra: es un delito de acción y no de resultado final. Un problema añadido es el
de conocer qué debe entenderse por «construcción», y si tal concepto incluye actuaciones
que, sin ser específicamente constructivas o edificatorias, producen un daño irreversible
sobre el bien protegido o su destrucción (V. gr: una roturación, movimientos de tierras,
apertura de zanjas, pistas, canteras...).
2.º La existencia de una disposición normativa (la Ley o el planeamiento
urbanístico), de naturaleza administrativa, que prohíba la ejecución de actos constructivos
en el lugar protegido.
Si la construcción ha sido autorizada por la autoridad en contra de esta normativa,
estaríamos, además, en presencia de un delito sancionado por el artículo 320 del Código
Penal, y en tal supuesto surge la duda de si persiste la responsabilidad penal del promotor,
constructor o técnico director de la obra. En la legislación urbanística estatal (artículo 264.2
del Texto Refundido de la Ley del Suelo de 1992) se hace igualmente responsable a estos
últimos, por ser sujetos respecto de los que se presume un conocimiento especial de la
normativa urbanística; de aplicarse este mismo criterio, todos ellos (promotor, constructor,
director de obra, y autoridad y funcionarios que informaron favorablemente la
construcción) cometerían el delito urbanístico, con diferente grado de responsabilidad.
3.º El territorio sobre el que se produce la acción debe estar protegido jurídicamente.
Aquí el Código distingue cuatro tipos de lugares:
– Terrenos destinados a viales o zonas verdes, estén o no ejecutados, pues la simple
previsión administrativa es suficiente, y cuya clasificación corresponde al planeamiento
urbanístico.
– Bienes de dominio público, clasificación que opera «ex lege», en función del
destino del suelo en cuestión, en muchos casos incluso sin la existencia de un acto previo,
pues la Ley ya se encarga directamente de declararlas como bienes demaniales: cauces de
ríos, orillas fluviales, cañadas, playas...
– Lugares que tengan legal o administrativamente reconocido un valor, para lo cual
hace falta su previa declaración por Ley o por un acto de la Administración.
– Lugares considerados de especial protección a través del planeamiento urbanístico
o de un acto administrativo previo.
Por razones de seguridad jurídica, es preceptivo que el acto de declaración del lugar
esté publicado en el Boletín Oficial correspondiente y haya podido ser conocido, lo cual
plantea el problema de qué ocurre con el planeamiento urbanístico cuya normativa no ha
sido publicada en el Boletín Oficial, tal y como ha venido exigiendo la jurisprudencia del
Tribunal Supremo (Sentencias, entre otras, de 26 de diciembre de 1990, 30 de enero de
1991, 11 de julio de 1991 y 22 de octubre de 1991, estas dos últimas dictadas en resolución
de recursos extraordinarios de revisión).
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La pena por cometer este delito es de prisión de seis meses a tres años, multa de
doce a veinticuatro meses e inhabilitación especial para profesión u oficio por tiempo de
seis meses a tres años.
B) Los promotores, constructores o técnicos directores que lleven a cabo una
edificación no autorizada en el suelo no urbanizable (art. 319.2).
Si bien los aspectos penados son los mismos que en el supuesto precedente, los
elementos objetivos del delito son sustancialmente diferentes:
1.º La actuación debe consistir en una «edificación», y no ya en una construcción.
Como tal edificación, debe entenderse el levantamiento, consumado o en fase de
realización, de un edificio, esto es, una de obra construida para habitación u otros usos
humanos.
2.º La edificación debe haberse llevado o estar llevándose a cabo en suelo
clasificado como «no urbanizable» con arreglo a la legislación urbanística, que, por lo
general, remitirá a la clasificación que disponga el planeamiento y, donde no exista éste, a
la consideración como tal de aquellos terrenos que no tengan los servicios urbanísticos
propios del suelo urbano. Es previsible que quien se vea imputado como responsable de
este delito, defenderá que el suelo sobre el que actuó es urbano en lugar de «no
urbanizable», con el fin de evitar la responsabilidad penal.
3.º Debe tratarse de una edificación no autorizada bien por la normativa urbanística
o bien, lo más habitual, por la autoridad urbanística. El delito se comete tanto por no
solicitar autorización del órgano urbanístico competente, como por edificar en contra de la
denegación, o sin respetar en esencia la autorización concedida, hasta el punto de levantar
una edificación irreconocible en comparación con la inicialmente autorizada.
La pena es de prisión de seis meses a dos años, multa de doce a veinticuatro meses e
inhabilitación especial para profesión u oficio por tiempo de seis meses a tres años.
C) La autoridad o funcionario público que, a sabiendas de su injusticia, haya
informado favorablemente proyectos de edificación, o la concesión de licencias contrarias
a las normas urbanísticas vigentes (arts. 320.1).
Este delito, próximo a la prevaricación, sólo puede ser cometido por personas que
participen del ejercicio de funciones públicas: autoridades o funcionarios. Se extiende
también a la autoridad o funcionario público que por sí mismo o como miembro de un
organismo colegiado haya resuelto o votado a favor de su concesión a sabiendas de su
injusticia.
Entendemos que, en todo caso, se trata de autoridades o funcionarios competentes en
la materia urbanística, y no en otros órdenes o de otra Administración ajena a esta materia.
Los elementos de este delito son:
1.º Que se conceda licencia o se emita informe favorablemente a un proyecto de
edificación. Una cuestión interesante que plantea este precepto, y que es difícil de
solventar, es la de si se comete el delito por omisión, cuando se dejan transcurrir los plazos
que la legislación administrativa establece para el silencio positivo o para la eficacia de los
actos presuntos, fomentado así que la Administración no se pronuncie. En mi opinión, se
cometería también el delito si la autoridad deja transcurrir los plazos fijados legalmente con
la intención de posibilitar la obtención por el particular de una licencia ilegal, siempre que
concurra el conocimiento por la autoridad de la infracción de sus deberes legales y, por
ende, de la ilicitud de su acto.
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2.º La licencia otorgada o el informe favorable emitido debe ser contrario a las
normas urbanísticas vigentes, sean éstas de rango legal o reglamentario o formen parte del
contenido normativo del planeamiento urbanístico.
Las penas en este caso son las siguientes: a) propias del delito urbanístico: prisión de
seis meses a dos años o multa de doce a veinticuatro meses; y b) propias del delito de
prevaricación de funcionarios públicos y autoridades: inhabilitación especial para empleo o
cargo público por tiempo de siete a diez años (art. 404).
3.ª. Que se otorgue la licencia, o se vote a su favor en órganos colegiados, o se
informe favorablemente el proyecto, a sabiendas de su injusticia, es decir, con
conocimiento de que la licencia o el informe es contrario al Derecho urbanístico.
Lógicamente, ha de entenderse que sólo pueden incurrir en delito los miembros de órganos
colegiados ejecutivos, esto es, con facultades decisorias, pero no así los órganos colegiados
consultivos, cuyo informe, aunque sea preceptivo, no es vinculante.
IV. DELITOS POR CONTAMINACION
El antecedente más directo de esta categoría de delitos, aparece en el artículo 347 bis
del anterior Código Penal, adicionado por la Ley Orgánica 8/1983, de 25 de junio, que
disponía al efecto:
«Será castigado con la pena de arresto mayor y multa de 175.000 a 5.000.000 de
pesetas el que, contraviniendo las leyes o reglamentos protectores del medio
ambiente, provocare o realizare directa o indirectamente emisiones o vertidos de
cualquier clase en la atmósfera, el suelo o las aguas terrestres o marítimas, que
pongan en peligro grave la salud de las personas, o puedan perjudicar gravemente
las condiciones de la vida animal, bosques, espacios naturales o plantaciones útiles.
Se impondrá la pena superior en grado si la industria funcionara clandestinamente,
sin haber obtenido la preceptiva autorización o aprobación administrativa de sus
instalaciones, o se hubiere desobedecido las órdenes expresas de la autoridad
administrativa de corrección o suspensión de la actividad contaminante, o se hubiere
aportado información falsa sobre los aspectos ambientales de la misma o se hubiere
obstaculizado la actividad inspectora de la Administración.
También se impondrá la pena superior en grado si los actos anteriormente descritos
originasen un riesgo de deterioro irreversible o catastrófico.
En todos los casos previstos en este artículo podrá acordarse la clausura temporal o
definitiva del establecimiento, pudiendo el tribunal proponer a la Administración
que disponga la intervención de la empresa para salvaguardar los derechos de los
trabajadores».
Sobre este precepto del anterior Código Penal se ha pronunciado el Tribunal
Supremo en cinco ocasiones: sentencias de 30 de noviembre de 1990 (RJ 1990, 9269), 11
de marzo de 1992 (RJ 1992, 4319), 5 de octubre de 1993 (RJ 1993, 7694), 26 de septiembre
de 1994 (RJ 1994, 7194) y 3 de abril de 1995 (RJ 1995, 2808).
La doctrina jurisprudencial recaída ha calificado este delito como una modalidad de
los delitos de peligro concreto cuya consumanción se produce por la creación del riesgo
mediante la realización de alguna de las actuaciones previstas en el tipo penal mencionado.
Es, pues, una infracción de mera actividad, que deviene por el cumplimiento, también
exigido, de que las emisiones o vertidos han de poner «en peligro grave» la salud de las
personas o «perjudicar gravemente» las condiciones de vida animal, bosques, espacios
naturales... De tal manera que la consumación del delito se produce por la creación del
riesgo mediante la realización de alguna de las actuaciones previstas en el tipo contenido en
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el precepto y si el peligro o el posible perjuicio se efectivan, estaremos ante delitos de
lesión, que se castigarán separadamente, en tanto que el delito de riesgo tiene un alcance
colectivo y el de lesión un resultado individual o específico.
El nuevo Código Penal introduce una redacción más precisa de este tipo de delitos,
ampliando la gama de supuestos.
Comete el delito de contaminación cualquier persona que realice alguna de estas tres
actuaciones:
A) El que, contrariando las Leyes y otras disposiciones de carácter general
protectoras del medio ambiente, provoque o realice directa o indirectamente emisiones,
vertidos, radiaciones, extracciones, aterramientos, ruidos, vibraciones, inyecciones o
depósitos, en la atmósfera, el suelo, el subsuelo, o las aguas terrestres, marítimas o
subterráneas, con incidencia, incluso, en los espacios transfronterizos, así como las
captaciones de aguas que puedan perjudicar gravemente el equilibrio de los sistemas
naturales (art. 325).
El delito queda conformado por concurrencia de los siguientes elementos:
1.º La provocación o realización, directa o indirecta, de cualesquiera de las acciones
relacionadas sobre el medio natural o sus recursos naturales, al igual que la captación de
aguas, pero, en este caso, sólo cuando pueda perjudicar gravemente (es un delito de riesgo,
sin necesidad de producir finalmente el daño) el equilibrio de los sistemas naturales.
2.º Deben contravenirse directamente las Leyes u otras disposiciones de carácter
general protectoras del medio ambiente, con lo que se incluyen tanto los tratados y
convenios internacionales validamente celebrados y suscritos por el Estado español que se
incorporen al ordenamiento interno, como la normativa comunitaria (principalmente las
Directivas), los reglamentos y otras normas, tanto estatales, como autonómicas o, incluso,
ordenanzas locales.
La pena es de prisión de seis meses a cuatro años, multa de ocho a veinticuatro
meses e inhabilitación especial para profesión u oficio por tiempo de uno a tres años. Si el
riesgo de grave perjuicio fuese para la salud de las personas, la pena de prisión se impondrá
en su mitad superior. En cambio, si el hecho se comete por imprudencia grave, la pena que
procede es la inferior en grado (art. 331).
El artículo 326 establece, además, las siguientes circunstancias agravantes, que
llevan al órgano judicial a imponer la pena en su grado superior cuando concurre alguna de
ellas, sin perjuicio de las que puedan corresponder con arreglo a otros preceptos de este
Código:
a) La clandestinidad, esto es, que la industria o actividad funcione sin haber
obtenido la preceptiva autorización o aprobación administrativa de sus instalaciones.
b) La desobediencia a las órdenes expresas de la autoridad administrativa de
corrección o suspensión de las actividades tipificadas en el artículo 325.
c) La información falsa, es decir que se haya falseado u ocultado información sobre
los aspectos ambientales de la misma.
d) El obstruccionismo, entendido como tal el que se haya obstaculizado la actividad
inspectora de la Administración.
e) El riesgo de deterioro irreversible o catastrófico que se haya podido producir.
f) La extracción ilegal de aguas en período de restricciones.
Como se ha señalado con anterioridad, el órgano judicial dispone de la facultad de
acordar la clausura temporal (por un plazo no superior a cinco años) o definitiva de la
empresa, sus locales o establecimientos, así como para la intervención de la empresa sin
que exceda de un plazo máximo de cinco años.
ESTUDIOS
B) Quienes establecieran depósitos o vertederos de desechos o residuos sólidos o
líquidos que sean tóxicos o peligrosos y puedan perjudicar gravemente el equilibrio de los
sistemas naturales o la salud de las personas (art. 328).
Aquí, para que exista el delito, han de darse los siguientes presupuestos:
1.º Debe producirse un depósito o vertido de residuos, con lo que ha de tener lugar
cualquiera de éstas dos acciones: depósito o vertido.
2.º El elemento depositado o vertido ha de reunir la condición física de desecho o
residuo sólido o líquido que tenga a su vez y, conforme a la legislación ambiental, la
consideración de tóxico o peligroso.
3.º El depósito o vertido pueda perjudicar gravemente el equilibrio de los sistemas
naturales o la salud de las personas. Es, pues, un delito de riesgo, en el que no es necesario
que se produzca el deterioro grave del sistema natural o de la salud de las personas; es
suficiente con que pueda producirse ese deterioro.
4.º El depósito o vertido debe producirse contraviniendo las Leyes u otras
disposiciones de carácter general protectoras del medio ambiente. Aunque tal requisito no
figure expresamente en el artículo 328, así hay que entenderlo lógicamente, pues este delito
es una especificación o agravamiento del delito general tipificado en el artículo 327, así
como de la lectura del artículo 329, que sanciona a la autoridad administrativa que autorice
este tipo de actividades contaminantes.
Las penas que prevé el Código son las de multa de dieciocho a veinticuatro meses y
arresto de dieciocho a veinticuatro fines de semana. Pero si el hecho se cometió por
imprudencia grave, entonces la pena procedente es la inferior en grado (art. 331).
C) La autoridad o funcionario público que, a sabiendas, informe favorablemente la
concesión de licencias manifiestamente ilegales que autoricen el funcionamiento de las
industrias o actividades contaminantes referidas, o que con motivo de sus inspecciones
silencie la infracción de Leyes o disposiciones normativas de carácter general que las
regulen (art. 329.1).
Nuevamente, instaura el Código Penal delitos aplicables únicamente a funcionarios
públicos o autoridades, a los que responsabiliza del estado medioambiental.
La responsabilidad alcanza cuatro supuestos:
a) La autoridad que dicta la resolución otorgando la licencia manifiestamente ilegal.
b) El funcionario público que informe favorablemente la concesión de la licencia
manifiestamente ilegal.
c) El funcionario público o autoridad que, con motivo de una inspección, detecte una
actividad ilegal y silencie u oculte la infracción de la normativa medioambiental.
d) El miembro de un órgano administrativo colegiado que vote a favor de la
concesión de la licencia manifiestamente ilegal.
En cualesquiera de estos cuatro supuestos deben concurrir, además, los siguientes
requisitos:
1.º Debe cometerse la actuación delictiva a sabiendas, con conocimiento de que se
está produciendo con ello una vulneración del ordenamiento jurídico y un incumplimiento
de los deberes que impone el cargo o la función pública.
2.º La licencia concedida debe ser manifiestamente ilegal. La exégesis de este
elemento debe incidir sobremanera en el adverbio «manifiestamente», que, atendiendo al
Diccionario de la Real Academia de la Lengua, se corresponde con lo evidente notorio,
claro, y palmario. Es necesario, pues, que la ilegalidad sea manifiesta, es decir, que revele
UNA APROXIMACIÓN...
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de forma notoria, sin que requiera grandes esfuerzos interpretativos, su constatación por ser
evidente a primera vista. En todo caso, será difícil que sepamos cuándo estamos en
presencia de una licencia manifiestamente ilegal, pues lo que para unos puede ser una
infracción clara de la Ley, apreciable de inmediato sin necesidad de especiales esfuerzos,
puede no serlo para otros. Todo dependerá de quién interprete el precepto y de cuáles sean
sus conocimientos o sensibilidades.
3.º La licencia o el informe favorable debe autorizar la industria o actividad, con lo
que no cabe la comisión del delito si se ha denegado o informado desfavorablemente la
actividad o la industria.
4.º La industria o actividad debe ser contaminante, con infracción de las leyes
protectoras del medio ambiente, y efectuar alguna de las actividades prohibidas en los
artículos 325 y 328 del Código Penal: emisiones, vertidos, radiaciones, extracciones,
excavaciones, aterramientos, ruidos, vibraciones, inspecciones, depósitos, vertederos, en la
atmósfera, suelo, subsuelo o aguas.
Las penas aplicables son: a) las propias del delito de contaminación; prisión de seis
meses a tres años o multa de ocho a veinticuatro meses; y b) las propias del delito de
prevaricación de autoridades y funcionarios públicos: inhabilitación especial para el empleo
o cargo público por tiempo de siete a diez años (art. 404).
V. DELITOS RELATIVOS A LOS ESPACIOS NATURALES
Si algún tipo de delito medioambiental del nuevo Código Penal destaca por su
imperfección técnica e indefinición conceptual ese es, probablemente, el establecido en el
artículo 330:
«Quien, en un espacio natural protegido, dañare gravemente alguno de los elementos
que hayan servido para calificarlo, incurrirá en la pena de prisión de uno a cuatro
años y multa de doce a veinticuatro meses».
El bien jurídico protegido es aquel elemento de un espacio natural que motivó su
calificación como tal. Pero, ¿cuál es éste?: ¿El paisaje, con todo los subjetivo que implica
este concepto?. ¿Una especie en peligro de extinción?. ¿Todo el ecosistema en su conjunto,
con independencia de cada uno de sus elementos?. ¿Se sabe realmente en todos y cada uno
de los espacios naturales cuál fue el elemento que sirvió para su declaración, por ejemplo,
en un parque natural de gran extensión?.
Además, el daño a este hipotético elemento consustancial y esencial del espacio
natural debe ser grave, con lo que se incrementa la inseguridad jurídica del imputado, ya
que lo que para unos puede ser grave, para otros, no.
Por otro lado, para la comisión del delito debe precisarse lo qué se entiende por
«daño» a un espacio natural, según su extensión, y cuándo se produce realmente ese daño.
Por último, incluso la definición de un espacio natural no es tan clara. Por
ejemplo, coexisten en el ordenamiento jurídico diferentes fórmulas de protección del
ecosistema, alguna de las cuáles es dudoso calificarlas como espacios naturales
protegidos: Zonas de Especial Protección de Aves o Zonas de Especial Conservación,
definidas conforme a Directivas Comunitarias, pero cuya declaración no ha sido
publicada oficialmente por la Unión Europea, las Zonas Húmedas de Importancia
Internacional de la Convención Ramsar de 1971, las Reservas de Caza, etc.
Es una lástima que un delito tan relevante haya encontrado una tan escasa calidad
como pobre extensión en su redacción, máxime cuando preexistía una amplia legislación
ESTUDIOS
administrativa tanto estatal como autonómica que regulaba con mayor detalle y perfección
técnica las agresiones a los espacios naturales4.
Las penas que recaen son las de prisión de uno a cuatro años y multa de doce a
veinticuatro meses. Si el hecho se comete por imprudencia grave, la pena que procede es la
inferior en grado (art. 331).
VI. DELITOS CONTRA LA FLORA SILVESTRE
El Código Penal tipifica «ex novo» los delitos relativos a la protección de la flora en
sus artículos 332 y 333, previendo dos tipos:
– La destrucción de la flora amenazada (art. 332).
– La introducción de flora alóctona o no autóctona (art. 333).
Analizamos seguidamente ambos tipos:
A) Destrucción de la flora amenazada.
Los elementos constitutivos de este delito son:
1.º El hecho delictivo es la corta, tala, quema, arranque, recolecta o tráfico ilegal de
la especie o bien la destrucción o alteración grave de su hábitat. La ejecución de cualquiera
de estos hechos origina el delito.
2.º El bien protegido es cualquier especie o subespecie de flora declarada amenazada
o de sus propágulos por la Administración estatal o la autonómica en su respectivo
territorio 5.
B) La introducción de flora alóctona.
En este caso los elementos precisos para que surja el delito son:
1.º Que se introduzcan o liberen especies de flora no autóctona.
2.º Que la introducción perjudique el equilibrio biológico, entendiendo como tal el
daño a otras especies de la flora o, incluso, de la fauna.
3.º Tal introducción ha de ser contraria a las Leyes o disposiciones generales para la
protección de las especies de la flora.
La pena en ambos supuestos varía entre los seis meses a dos años de prisión o multa
de ocho a veinticuatro meses.
Pero si el delito afecta a un espacio natural protegido, se impone la pena superior en
grado a las respectivamente previstas (art. 338).
4. A título de ejemplo, la Ley 4/1989, de 27 de marzo, de Conservación de los Espacios Naturales y de la
Fauna y Flora Silvestres, la Ley catalana 12/1985, de 13 de junio, de Espacios Naturales, la Ley andaluza 2/1989,
de 18 de julio, de Espacios Naturales Protegidos, la Ley balear 1/1991, de 30 de enero, de Espacios Naturales
Protegidos y régimen urbanístico de las áreas de especial protección, la Ley asturiana 5/1991, de 5 de abril, de
Protección de los Espacios Naturales, la Ley vasca 16/1994, de 30 de junio, de Conservación de la Naturaleza...
5. En el ordenamiento estatal, la flora amenazada se prelaciona en el Real Decreto 439/1990, de 30 de marzo,
por el que se establece el Catálogo Nacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora, sin perjuicio de otras
especies que declaren las Comunidades Autónomas en ejercicio de sus facultades para establecer normas
adicionales de protección (art. 149.1.23ª Constitución Española).
UNA APROXIMACIÓN...
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FRANCISCO JAVIER ENÉRIZ OLAECHEA
VII. DELITOS CONTRA LA FAUNA SILVESTRE
A la hora de regular los delitos relativos a la protección de la fauna silvestre, el
nuevo Código Penal distingue cuatro supuestos:
a) La introducción de especies de fauna alóctona o no autóctona (art. 333).
b) Los actos en contra de las especies amenazadas (art. 334).
c) Los actos en contra de las especies no cinegéticas o piscícolas (art. 335).
d) La caza o pesca con medios destructivos para la fauna (art. 336).
Analizamos seguidamente cada uno de ellos.
A) La introducción de especies de fauna alóctona.
Los elementos constitutivos del delito son los mismos que se han citado al comentar
la introducción de la flora no autóctona en determinados ecosistemas:
1.º Que se introduzcan o liberen especies de fauna silvestre no autóctona.
2.º Que la introducción sea contraria a las Leyes o disposiciones generales
reguladoras de la protección de las especies de la fauna silvestre.
3.º Que la aludida introducción o liberación perjudique el equilibrio biológico del
ecosistema en que se introduce.
La pena procedente es la de prisión de seis meses a dos años o multa de ocho a
veinticinco meses. Debe entenderse que es una u otra, según la palabra «o».
B) Actos en contra de las especies amenazadas.
El Código Penal define este delito como el resultante de la composición de estos
elementos:
1.º El hecho penado es tanto la caza, como la pesca, la realización de actividades que
impidan o dificulten la reproducción o migración de estas especies, o el comercio o tráfico
con ellas o con sus restos.
2.º La especie debe estar catalogada como amenazada bien por la legislación estatal
básica6 o bien por la Comunidad Autónoma en su respectivo territorio en virtud de su
facultad para establecer normas adicionales de protección (art. 149.1.23 de la Constitución).
3.º El acto debe estar prohibido o resultar contrario a la normativa medioambiental
protectora de la fauna silvestre, sea estatal o autonómica.
La sanción que procede es prisión de seis meses a dos años o multa de ocho a
veinticuatro meses.
El Código sanciona con mayor reprensión la conducta ilícita que se produce sobre
una especie declarada en peligro de extinción. En este caso, la pena correspondiente es de
prisión de uno a dos años o multa de dieciséis a veinticuatro meses (art. 334.2).
Asimismo, los responsables quedan inhabilitados especialmente para el ejercicio del
derecho a cazar o pescar por tiempo de tres a ocho años (art. 332).
6. Las especies animales declaradas en todo el Estado español como amenazadas figuran en el Real Decreto
439/1990, de 30 de marzo, por el que se establece el Catálogo Nacional de Especies Amenazadas.
ESTUDIOS
C) Actos en contra de las especies no cinegéticas o piscícolas.
Se trata de un delito más concreto que los dos citados con anterioridad y con menor
sanción penal.
El bien protegido son las especies de la fauna silvestre que, sin estar declaradas
como amenazadas, no pueden ser objeto de caza o pesca por no estar expresamente
autorizada tal conducta en las normas específicas reguladoras de la actividades cinegética o
piscícola7.
En este supuesto, la pena es, solamente de multa de cuatro a ocho meses, a la que se
suma la inhabilitación especial para el ejercicio del derecho a cazar o pescar por tiempo de
tres a ocho años (art. 337).
D) La caza o pesca con medios destructivos para la fauna.
El artículo 60 de la Ley de 20 de febrero de 1942 de Pesca Fluvial, la Ley de 31 de
diciembre de 1946, sobre pesca con explosivos, y el artículo 42.1, a) de la Ley 1/1970, de 4
de abril, de Caza, contenían ya precedentes de este delito, ahora regulado en el artículo 336
del nuevo Código Penal.
La aparición del delito deriva de la concurrencia de estos elementos:
1.º Emplear veneno, medios explosivos u otros instrumentos o antes similares de
eficacia destructiva para la fauna. Estamos de nuevo ante un delito de resultado dañiño, que
debe haberse efectuado para que exista delito consumado.
2.º Emplear esos elementos para la caza o la pesca. En nuestra opinión, tal vez
debería haberse suprimido este requisito del precepto, pues lo relevante es el daño a la
fauna y no tanto la intención última de si se está o no cazando.
3.º Utilizarlos sin estar legalmente autorizado para ello por el organismo
administrativo competente.
La pena procedente bascula entre los seis meses y los dos años de prisión o multa de
ocho a veinticuatro meses. Si el daño causado es de notoria importancia, se ha de imponer
pena de prisión entre uno o dos años. Igualmente, se suma a esta pena la inhabilitación
especial para cazar o pescar por tiempo de tres a ocho años (art. 337).
VIII. DELITOS DE INCENDIOS FORESTALES
El delito de incendios forestales se encontraba regulado en los artículos 553 bis a),
553 bis b) y 553 bis c) del anterior Código Penal, introducidos por la Ley Orgánica 7/1987,
de 11 de diciembre.
En el nuevo Código Penal de 1995 se contiene en el Título XVII, dentro de los
denominados «Delitos contra la Seguridad Colectiva», y, en concreto, en el Capítulo II,
relativo a los Incendios.
La nueva regulación distingue tres grandes tipos de incendios:
– Los incendios forestales (arts. 352 a 355).
7. El Real Decreto 1095/1989, de 8 de septiembre, declara las especies objeto de caza y pesca y establece
normas para su protección.
UNA APROXIMACIÓN...
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– Los incendios en zonas no forestales (art. 356).
– Los incendios en bienes propios (art. 357).
A) Incendios forestales.
El hecho delictivo se produce cuando se incendia un monte o una masa forestal.
A partir de este concepto, el Código distingue hasta tres diferentes supuestos que
determinan la procedencia de una mayor o menor pena:
A.1. El tipo general, configurado por el incendio deliberado, sin más, de montes o
masas forestales, y que se castiga con las penas de prisión de uno a cinco años y multa de
doce a dieciocho meses (art. 352).
A.2. El tipo agravado, consistente en la provocación del incendio poniendo en
peligro la vida o la integridad física de las personas, y que se castiga con la pena de prisión
de diez a veinte años y multa de doce a veinticuatro meses (art. 352).
Las penas correspondientes a ambos tipos pueden verse aumentadas, inponiéndose
en su mitad superior, cuando el incendio alcanza una especial gravedad, atendida la
concurrencia de alguna de las circunstancias siguientes que se relacionan en el artículo 353:
1.º Que afecte a una superficie de considerable importancia.
2.º Que se deriven grandes o graves efectos erosivos de los suelos.
3.º Que alteren significativamente las condiciones de vida animal o vegetal a algún
espacio natural protegido.
4.º En todo caso, cuando se ocasione grave deterioro o destrucción de los recursos
afectados.
5.º Cuando el autor actúe para obtener un beneficio económico con los efectos
derivados del incendio.
Otra vez cabe criticar la indeterminación de los conceptos jurídicos que se emplean
para definir las circunstancias agravantes y el riesgo que suponen para la seguridad jurídica
del imputado o acusado: «considerable importancia», «grandes o graves efectos»,
«alteración significativa», «grave deterioro o destrucción»..., indeterminación que supone
ya la regla general de este Código.
A.3. El tipo reducido, que se concreta en el artículo 354, y que, en definitiva,
consiste en prender fuego al monte o a la masa forestal, pero sin que llegue a propagarse el
incendio. Incluso no existe delito si el incendio (realmente el art. 354.2 del Código debería
decir, el «fuego», pues este artículo lo que realmente sanciona es que el fuego provocado no
alcance la condición de incendio) no se propaga por la acción voluntaria de su autor.
Como circunstancia atenuante de estos tres supuestos, juega el que incendio se
provoque por imprudencia grave, en cuyo caso la pena procedente es la pena inferior en
grado a las respectivamente previstas para cada supuesto (art. 358).
Tiene un especial interés destacar la facultad que se atribuye en el artículo 355 a los
jueces o tribunales para acordar que la calificación del suelo en las zonas afectadas por el
incendio forestal no pueda modificarse en un plazo de hasta treinta años. Estamos ante una
medida más propia del ámbito administrativo que del judicial, pero de innegable efecto
práctico, preventivo y antiespeculativo para con aquellos terrenos que han sido objeto de
incendio por intereses urbanísticos.
ESTUDIOS
Igualmente, el precepto atribuye a los jueces la posibilidad de acordar que se limiten
o supriman los usos que se vinieran llevando a cabo en las zonas afectadas por el incendio,
así como la intervención administrativa de la madera quemada procedente del incendio,
atribuciones que permiten poner coto a los incendios con fines industriales madereros.
B) Incendios en zonas forestales.
La comisión de este delito, previsto en el artículo 356, requiere la concurrencia de
estos elementos:
1.º La producción del incendio como tal hecho.
2.º El incendio debe afectar a zonas de vegetación no forestales.
La pena a imponer es la de prisión de seis meses a dos años y multa de seis a
veinticuatro meses.
Si el delito se comete por imprudencia grave, la pena procedente es la inferior en
grado, esto es, la de seis meses y multa de seis meses.
C) Incendio en bienes propios.
El artículo 357 sanciona al incendiario de bienes propios con la pena de prisión de
uno a cuatro años.
El delito queda configurado por la presencia de cualquiera de estos supuestos:
a) Exista propósito de defraudar o perjudicar a terceros.
b) Se haya producido la defraudación o el perjuicio.
c) Exista peligro de propagación a edificio, arbolado o plantío ajeno.
d) Se produzca perjuicio grave a las condiciones de la vida silvestre, los bosques o
los espacios naturales.
Sólo en estos dos últimos supuestos es aplicable la reducción de la pena por
imprudencia grave, pues en los dos primeros delitos ya no estamos ante un delito de
imprudencia, sino intencionado o de dolo.
IX. DELITOS NUCLEARES Y RADIACTIVOS
Bajo esta denominación se contemplan cuatro supuestos diferentes:
a) La liberación de energía nuclear o elementos radiactivos (art. 341).
b) La perturbación del funcionamiento de instalaciones nucleares o radiactivas (art.
342).
c) La exposición de personas a radiaciones ionizantes peligrosas (art. 343), y
d) La sustracción ilegal de materiales nucleares o radiactivos (art. 345).
Los cuatro hechos se configuran «ex novo» por el legislador penal, consciente de la
importancia que la energía nuclear y las radiaciones ionizantes tienen para la vida de las
personas, la salud pública y el medio ambiente.
Examinamos a continuación cada uno de estos supuestos.
A) Liberación de energía nuclear o elementos radiactivos.
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Comete este delito cualquier persona que realice los siguientes actos:
1.º Liberar energía nuclear o elementos radiactivos, y
2.º Poner en peligro la vida o la salud de personas o de sus bienes, sin que sea
preciso que se haya producido explosión.
Las penas previstas son las de prisión de quince a veinte años e inhabilitación
especial para el empleo o cargo público, profesión u oficio por tiempo de diez a veinte años.
Si el hecho delictivo se comete por imprudencia grave, entonces la sanción se impone en su
grado inferior: prisión de quince años e inhabilitación por tiempo de diez años (art. 344).
B) Perturbación del funcionamiento de instalaciones nucleares o radiactivas.
Es este un delito de trascendencia menor que el anterior, para el que se requiere que
no se haya liberado energía nuclear o elementos radiactivos, pues, en tal caso, el delito
cometido sería el contemplado en el artículo 341.
Realmente, el artículo 342 configura dos tipos de delitos próximos: por un lado, el
de perturbación del funcionamiento de una instalación nuclear y, por otro, el de alteración
del desarrollo de actividades en las que intervengan materiales o equipos productores de
radiaciones ionizantes.
En el primer supuesto, el delito se configura cuando concurren los siguientes
elementos:
1.º Existe una perturbación real y efectiva del funcionamiento de la instalación
nuclear o radiactiva.
2.º La perturbación produce una alteración del normal funcionamiento de la
instalación nuclear.
3.º La perturbación crea una situación de grave peligro para la vida o la salud de las
personas.
La redacción del precepto hace dudar de si es este otro de los delitos de riesgo, o
realmente se requiere que exista el daño. En nuestra opinión, y conforme a la rúbrica del
Capítulo I de este Título XVII («delitos de riesgo catastrófico»), es suficiente con que
exista el riesgo («grave peligro») para que surja el delito, con independencia de si
finalmente se produce o no el daño.
En el segundo supuesto, deben concurrir estos elementos:
1.º Existe una alteración efectiva del desarrollo de actividades.
2.º En tales actividades deben intervenir materiales o equipos productores de
radiaciones ionizantes.
3.º La alteración no puede dar como resultado la liberación de elementos radiactivos
o energía nuclear, pues estaríamos ante un delito penado en el art. 341.
4.º Se ha creado la indicada situación de grave peligro para la vida o la salud de las
personas.
En ambos supuestos la pena es la misma; prisión de cuatro a diez años e
inhabilitación especial para empleo o cargo público, profesión y oficio por tiempo de seis a
diez años. Si los hechos se hubieran cometido por imprudencia grave, la sanción se impone
en el grado inferior (prisión de cuatro años e inhabilitación por tiempo de seis años).
ESTUDIOS
C) Exposición de personas a radiaciones ionizantes peligrosas.
En este supuesto, el delito precisa la concurrencia de tres elementos:
1.º El hecho delictivo sólo puede surgir con la presencia de «radiaciones ionizantes».
El material empleado especifica el tipo de delito.
2.º Ha de producirse la exposición de una o varias personas a este tipo de
radiaciones. Si no se afecta a alguna persona con la exposición, no llega a nacer del delito.
3.º Debe existir riesgo para estas personas, de modo que se ponga en peligro su vida,
integridad, salud o bienes.
La pena es de prisión de seis a doce años e inhabilitación especial para empleo o
cargo público, profesión u oficio por tiempo de seis a diez años. Si el hecho se debe a
imprudencia grave, la pena es la inferior en grado: prisión de seis años e inhabilitación por
tiempo de seis a diez años (art. 344).
D) Sustracción de materiales nucleares o radiactivos.
El delito de sustracción se puede producir por tres vías distintas:
– A través del apoderamiento de materiales nucleares o elementos nucleares.
– Realizando cualesquiera de estas acciones con materiales radiactivos o sustancias
nucleares o con sus desechos: facilitar, recibir, transportar, poseer, traficar, retirar o
utilizarlos.
– Haciendo uso de isótopos radiactivos.
Para que el delito se cometa no es necesario que exista ánimo de lucro; es suficiente
con la ejecución del supuesto fáctico, con independencia de la intención perseguida.
El artículo 345 distingue una triple gradación del delito:
– El delito ordinario, que es el descrito, y que se sanciona con pena de prisión de
uno a cinco años (art. 345.1).
– El delito agravado, en el que concurre el empleo de la fuerza en las cosas en la
ejecución de la sustracción, y que determina que la pena se imponga en su mitad superior:
prisión de dos años (art. 345.2).
– El delito en su grado máximo, en el que concurre la violencia o intimidación en las
personas, determinando que el culpable sea castigado con la pena superior en grado: prisión
de cinco años (art. 345.3).
X. DELITOS DE RIESGO PROVOCADOS POR OTROS AGENTES
Como indica la misma rúbrica de la Sección 3.ª de este Capítulo I, son delitos de
«riesgo» que no requieren que el daño llegue a efectuarse para verse configurados.
Su antecedente se encuentra en el artículo 348 bis b) del anterior Código Penal,
incorporado por la Ley Orgánica 3/1989, de 21 de junio, que, al efecto, disponía:
«Los que en la fabricación, manipulación, transporte o tenencia de explosivos,
sustancias inflamables o corrosivas, radioactivas, tóxicas y asfixiantes, o
cualesquiera otras materias, aparatos o artificios que puedan causar estragos,
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contravinieran las reglas de seguridad establecidas, poniendo en concreto peligro de
vida, la integridad o la salud de las personas, serán castigados con la pena de arresto
mayor y multa de 150.000 a 3.000.000 de pesetas».
El nuevo Código Penal amplía los supuestos, incrementa las penas y extiende la
protección penal al medio ambiente, debiendo entenderse por tal el riesgo de peligro tanto
para los recursos naturales, tales como el agua, el suelo, subsuelo, la atmósfera, como para
la fauna, la flora, sus hábitats, los ecosistemas protegidos, bosques, etc.
En esta relación de delitos, el Código distingue tres supuestos:
a) La tenencia, utilización o comercialización de explosivos y sustancias peligrosas
(art. 348).
b) La tenencia y utilización de organismos peligrosos (art. 349).
c) El incumplimiento de las normas de seguridad a la hora de ejecutar determinadas
obras (art. 350).
Para los tres supuestos se establece la misma pena: prisión de seis meses a dos años,
multa de seis a doce meses e inhabilitación especial para empleo o cargo público, profesión
u oficio por tiempo de tres a seis años.
A) Tenencia de sustancias peligrosas.
La comisión de este delito se nutre de los siguientes elementos:
1.º La realización con sustancias peligrosas de cualquiera de estos actos: fabricación,
manipulación, transporte, tenencia o comercialización.
2.º La posesión de cualesquiera de estas sustancias peligrosas: explosivos, sustancias
inflamables o corrosivas, tóxicas y asfixiantes, u otras materias, aparatos o artificios que
puedan causar estragos.
3.º La tenencia ilícita de tales materiales, esto es, contraviniendo las normas de
seguridad establecidas.
4.º La constatación de un peligro concreto, por lo tanto, determinable y
determinado, no genérico, para la vida, la integridad física o la salud de las personas o el
medio ambiente.
B) Tenencia de organismos peligrosos.
Es similar en su configuración legal al delito precedente, con el que incluso podría
haberse subsumido. Aquí los elementos diferenciadores son:
1.º La posesión de organismos, esto es, de elementos pertenecientes a un ser vivo
(sangre, elementos linfáticos, vísceras, virus, bacterias, etc), con cuya tenencia o uso se
ponga en peligro a las personas o al medio ambiente.
2.º La ejecución de cualesquiera actos de manipulación, transporte o tenencia con
tales organismos.
C) El incumplimiento de normas de seguridad en la ejecución de obras.
Aquí también son cuatro los elementos sustantivos configuradores del delito:
ESTUDIOS
1.º La ejecución de actos de apertura de pozos o excavaciones, construcción o
demolición de edificios, presas, canalizaciones u obras análogas o su conservación,
acondicionamiento o mantenimiento.
2.º La infracción de las normas de seguridad establecidas, bien sea dolosamente o
por imprudencia grave.
3.º Tal infracción debe conllevar el riesgo de ocasionar resultados catastróficos.
4.º El riesgo catastrófico debe poner en concreto peligro la vida, la integridad física
de las personas o el medio ambiente.
Este delito se configura como independiente del delito de riesgo laboral definido en
el artículo 316 del Código Penal, en cuya virtud se sanciona la infracción de las normas de
prevención de riesgos laborales a quienes estén obligados legalmente a ello y no faciliten
los medios necesarios para que los trabajadores desempeñen su actividad con las medidas
de seguridad e higiene adecuadas, de forma que pongan en peligro grave su vida, salud o
integridad física.
Las penas previstas son prisión de seis meses a tres años y multa de seis a doce
meses, salvo que se aprecie imprudencia grave, en cuyo caso, la pena es la inferior en
grado: prisión de seis meses y multa de seis meses (art. 317).
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