El amor conyugal fundamento del amor paternal

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El amor conyugal fundamento del amor paternal
P. Ricardo Facci
En muchas oportunidades en que me ha tocado dar conferencias sobre familia, suelo iniciar
con una pregunta: ¿qué es más importante, querer al esposo-esposa o a los hijos? La
respuesta generalizada es, "los hijos". Lo mismo suele ocurrir frente a un caso de separación:
"porque mi esposo(a)… ¡ah! no, pero mis hijos… voy a dar todo por ellos…" existe una
tendencia a marcar como más importante el amor por los hijos que por el cónyuge.
Aclaremos algo. La pregunta está mal hecha. Porque no pueden existir comparaciones entre
cosas diferentes. No puedo preguntar si querés comer pollo o helado. Porque puedo comer
pollo y después el helado de postre. Salvando la diferencia del ejemplo, aquí ocurre lo mismo.
El amor entre los esposos y el amor de padres a hijos son ambos importantes y necesarios.
Pero si tenemos que subrayar una primacía, evidentemente que tendremos que re-marcar el
amor conyugal por sobre el amor paternal.
Esto es, porque el amor de la pareja es la base del amor de padres. Quien quiera amar a sus
hijos debe irremediablemente, amar a su esposa o a su esposo, que es la madre o e padre de
los hijos. El primer deber como padres es amarse mucho como esposos.
Un varón y una mujer, sin amarse, pueden biológicamente engendrar un hijo, pero solamente
un esposo y una esposa que se quieran, que se amen y traten de alimentar y cultivar ese
amor, serán capaces de formar y educar a ese hijo que engendraron.
Lo hijos no necesitan dos padres, todos los tienen (excepto quien los ha perdido por
fallecimiento). Todos fuimos engendrados por un padre y una madre. Por lo tanto esto no es
una necesidad. Lo que los hijos necesitan y reclaman, son dos padres que se amen. En la
medida en que los padres busquen afirmar el crecimiento en el amor y la unidad matrimonial,
será el bien generado en los hijos.
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Todo lo que une al matrimonio redunda en bien de los hijos, y todo lo que desune, destruye o
debilita la unidad de los padres y atenta contra los hijos.
Por esto es necesario darle tiempo a la pareja matrimonial, buscar el momento para estar los
dos solos, para dialogar, acrecentar el amor, planificar la tarea educativa de los hijos. Los
esposos que están todo el tiempo con los hijos, no son buenos padres. Es necesario que los
padres se den su propio tiempo por el bien de los hijos. Ese momento para los dos, no es igual
para todo matrimonio, ni es el mismo para siempre. Cada matrimonio debe buscarlo,
fundamentalmente en relación a la edad y problemática de los hijos. Cuando aún son
pequeños, es muy bueno sembrar en ellos el hábito de ir al descanso nocturno a una hora
determinada y temprano, cuando todavía papá y mamá tienen reservas de energías para
compartir. Conozco el matrimonio de Carolina y Andrés: a las veintiuna, sus cuatro niños ya
han cenado, y están listos para el descanso, en el dormitorio junto a papá y mamá realizan la
oración de la noche, y hasta mañana… A Carolina y a Andrés les queda un hermoso espacio
de tiempo para ellos dos, hasta las veintitrés. Otros eligen el tiempo de la merienda. A esa
hora sus hijos adolescentes no están en casa, por lo tanto es un buen momento para compartir
como pareja. Roxana y Chiche encontraron otro momento. Antes él se levantaba por las
mañanas, se aseaba, desayunaba y se iba al trabajo, ella se quedaba durmiendo… Ahora se
levantan juntos, y hacen del desayuno un momento profundo de diálogo. Generalmente lo
inician con la lectura de la Palabra de Dios del día. Claro, hay un sacrificio de parte de ella,
pero les ha dado muchos frutos. Tengo otro ejemplo. Tal vez parezca exagerado, pero se hizo
realidad en un matrimonio que descubrió que el amor de los dos era muy importante y que
además los hijos lo necesitaban sólido y resplandeciente. Ella trabajaba como docente. Él,
además del trabajo, se inclinó por el gremio con el fin de colaborar en la lucha por la mejora
del empleado y del obrero. Cuatro hijos de una gran variedad de edades. El amor se
desgastaba. Esto influía en la relación con los hijos. Pero después de buscar el momento
durante mucho tiempo, descubrieron lo importante… y eso importante merecía sacrificios…
desde hace más de cinco años, el despertador suena a las cuatro de la madrugada… ése es
el tiempo para ellos.
Los hijos necesitan que los padres se den un tiempo. Es muy dañino centrar toda la atención
en los hijos olvidándose que son esposos. Hay esposas que al dar a luz modifican de tal
suerte su relación de pareja, que parecen enfrascarse en el hijo olvidando que son esposas.
Entonces padres enloquecidos tras la furia del tener; otros frente a la motivación del
consumismo suman horas a su trabajo o tienen dos empleos, porque los bajos salarios no
permiten vivir a tono; en muchísimos casos cada día más –la mujer que también deja el hogar;
por un lado por la necesidad que surge de una sociedad injusta, y por otro, porque esa misma
sociedad la ha catalogado como “mano de obra barata”, motivándola así a que posponga su
casamiento, a que le diga “no” al comunicar la vida, o que deje en manos de otros a sus hijos.
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Pero también existen otras motivaciones: “no puedo dejar mi trabajo porque tengo un sueldo
muy bueno”, “mi profesión me impide dedicarle más tiempo al nene”, “si dejo de trabajar, no
podremos cambiar el departamento”, “ya arreglé con mi esposo que voy a seguir trabajando
hasta que podamos cambiar el auto”, “no tengo problemas, mamá me cuida los chicos y, de
paso, es una compañía para ella”, “menos mal que tengo este empleo, porque la casa no me
gusta”. ¡Papá, mamá, cuidado, tienen en sus manos una gran responsabilidad: los hijos! ¿Qué
esperan? Que un día el hijo ya grande le diga: “¿saben una cosa? Hace quince años viví una
infancia… hace siete una adolescencia… ustedes no se enteraron porque cada día decían
que tenían la agenda llena… de cosas importantes”.
Volvemos. ¿Qué es lo mejor para el hijo? Es de desear que todos los padres puedan
brindarles vestido, alimento, estudio. Pero también es necesario levantar la puntería en los
ideales. Es imprescindible que los padres le entreguen al hijo el valor y el sentido de su vida.
Esto sólo lo lograrán en la medida en que le entreguen a Dios en la tarea. Sin Dios no tiene
sentido la vida. Solamente desde Dios se podrá responder al hijo la pregunta: “¿para qué
vivo?” “Papá, mamá, ¿para qué engendraron mi vida?” Para esto podrían encontrar un
sustituto si los padres no se lo dieron. Pero, ¿qué mejor que papá y mamá para entregar a
Dios y con él el sentido de la vida?
Subrayemos ahora un punto que se suma a estos de “lo mejor para el hijo”, que, si los padres
no lo entregan, nadie podrá reemplazarlo. Todo hijo quiere el mejor papá y la mejor mamá.
Para poder responder como mejores padres, es fundamental ser mejores esposos. Excelentes
esposos para excelentes padres. Esposos que se esfuerzan por la unidad, la armonía, el
diálogo, la comprensión, el amor. Si han sido excelentes padres, un hijo jamás reclamará si un
día fue escasa la comida, o no pudieron comprarle tal ropa. Si no fueron excelentes padres,
seguramente algo les reprocharán.
Las parejas matrimoniales que descuidan el trabajo por la unidad esponsal, que no se
esfuerzan por ser excelentes padres y consideran a los hijos una “necesidad compensadora”,
sin jamás asumir que un día partirán usando la libertad, estarán labrando un triste otoño para
sus vidas… tal vez, el casamiento del último hijo, sea trágico. Los espera la soledad. Cuando
podrían llegar a decirse, ¡qué hermoso al fin de nuevos solos! (los hijos nunca fueron
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molestia), se encuentran con que no les ha quedado nada en común, son dos extraños en
plena soledad. Él en el café, en el club, en la plaza con los otros jubilados… ella con la vecina,
la novela, metiéndose en la vida de los hijos o de la nuera, tratando de paliar el vacío de
soledad.
Cuando el amor conyugal es fundamento del amor paternal queda todo garantizado. Un buen
amor paternal, y también, un amor matrimonial que seguirá brillando cuando los hijos
remonten vuelo.
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