Sobre lo bello y lo feo: la belleza en la Iglesia Católica

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Sobre lo bello y lo feo:
la belleza en la Iglesia Católica
Eduardo Vidal
Instituto de Formación Docente N° 12 – Neuquén
Escuela Superior de Bellas Artes
En el presente texto se realiza una recensión de la investigación “Sobre lo bello
y lo feo en el arte”, realizada entre las cátedras de Filosofía y Sociología del
Arte de la Escuela Superior de Bellas Artes.
Introducción:
Preguntándonos sobre la belleza, podemos encontrar muchas respuestas,
hasta incluso que esta no existe. En el mismo sentido, en el caso de su
existencia, ésta implicaría la posibilidad de su ausencia, es decir, aquello
considerado como feo. El enfoque otorgado a la presente se funda en la
existencia social del concepto/categoría, es decir, en la existencia de actores
que lo recrean, y que en definitiva le dan contenido teórico. Su fundamento
puede o no ser el poder que se detenta como grupo social, o bien, además de
éste, el fundamento racional y filosófico.
El actor requerido ha sido un grupo social presente a lo largo de toda la historia
occidental: la Iglesia Católica. La elección no es arbitraria, sino que ella ha
estado presente en la configuración de la sociedad occidental, ha tenido al arte
como su aliado incondicional para realizar su misión. Y por si fuera poco,
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continúa su existencia, aunque claro, ya sin tanta influencia sobre la vida social
y política.
Hemos obtenido en el desarrollo de la
definición de belleza que se ha tenido y se
tiene dentro de la institución Iglesia Católica,
un posicionamiento que es extensible a
espacios no religiosos. Lejos de ser un
hecho sociológico en sí mismo, es decir, un
hecho que responde a un grupo social de
acuerdo a su posicionamiento, éste, en
realidad responde a un elemento, diríamos
“objetivo”, es decir, fuera del grupo, y
aplicable a otras situaciones, que revelan
una impronta universal, más que sociológica.
Antes de ser una valoración de grupo, ésta, además de ser comprobable, es
compatible para todo ser humano, sin distinción de sociedad, raza o religión.
La belleza para la Iglesia es un tema que no pertenece al pasado, sino que se
inscribe en una realidad que atraviesa el tiempo y lo inunda.
La Iglesia conecta vida natural con vida sobrenatural, porque la fe que profesa,
hace que la lectura que hace de la realidad, se fundamente en el Creador
mismo de los elementos que dan vida a esa realidad.
Verdad, Bien y Belleza
La Iglesia sostiene la idea de belleza, constituyéndola como parte de una
especie de tríada, de la verdad, el bien y lo bello. Son estos los trascendentales
de Santo Tomás de Aquino, en el siglo XIII, aquellos que manifiestan al ser en
plenitud. Al decir de Silvia Campana (2009):
Todo es capaz de ser conocido y por eso decimos “verdadero”, y todo es
capaz de ser amado y decimos “bueno”. ¿Y la belleza? Ella dice más que
lo verdadero y el bien porque es la última en ese despliegue, conforma
comunidad con ambos y es resplandor del ser, que sólo busca ser
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contemplada, no poseída, y provoca en quien la contempla un gozo que es
chispa de infinitud (p. 101).
En cierto sentido la belleza es la expresión
de lo anterior, de la verdad y el bien,
entendida la verdad como lo conocido,
aprendido, lo que está en nuestro saber,
más aún parte de nuestro ser, y el bien
como aquello que nos atrae, el deseo de
aquello que consideramos bueno, bueno y
en cierto modo parte de nuestro ser. Lo
bello, entonces, es la expresión misma de
lo conocido y considerado como bueno.
Su “reflejo”. Su constitución frente a mí.
El encuentro con la belleza me hace salir de mí. De ahí lo trascendental.
Cuando hablamos desde la fe católica, lo hacemos desde el encuentro con
Jesucristo, y esto puede expresarse en la Liturgia, es decir, el servicio religioso,
donde efectivamente se da esta tríada; en la vida del santo, que es aquel que
reúne la verdad conocida, y el deseo de ella (bien), su recreación no es otra
que el ejercicio, la expresión misma de la belleza en su persona, “que hermosa
persona” “qué bella”. No hay una referencia a una estética formal o técnica,
sino a algo que trasciende, en este caso la persona, que refleja lo bello, que
resplandece. En la Liturgia se produce mediante la percepción de lo
sobrenatural en ese presente, en ese desarrollo del servicio, que me hace
presente a aquel que es la Verdad y que deseo como un bien.
En las artes visuales también esto es posible. Juan Pablo II ha expresado que
el ícono “de manera análoga a lo que se realiza en los sacramentos, hace
presente el misterio de la Encarnación en uno u otro de sus aspectos”. Los
íconos, sabemos, son producciones artísticas que manifiestan los hechos
bíblicos o personas de la fe; los sacramentos son aquellos que hacen presente;
no en recuerdo, sino concretamente, realmente, a Dios mismo. Los íconos
entonces, harían presente la fe profesada, pero no con la palabra sino con la
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imagen, se produce mediante ellos un encuentro entre Dios y el creyente.
Michel Quenot (2004) al respecto menciona lo siguiente:
La mirada de la fe se posa sobre la imagen santa y el corazón se deja
interrogar. Efectivamente, la plenitud que se presiente en estas existencias
singulares despierta curiosidad: ¿Qué hace la verdad de un rostro? ¿De
dónde viene la luz que irradia? ¿En qué fuente se nutren esas existencias
llenas de paz, unidad profunda, de energía y de irradiación? (p. 56).
Y aquí surge el diálogo, porque se sale de sí al encuentro del otro.
Cecilia Avenatti (2009) propone la experiencia estética que se vive en un hecho
de dimensión religiosa como lo es la procesión al santuario, a partir de un texto
de la Conferencia General del Episcopado latinoamericano en Aparecida, Brasil
(2007) que dice así:
La decisión de partir hacia el
santuario ya es una confesión
de
fe,
el
caminar
es
un
verdadero canto de esperanza,
y la llegada es un encuentro de
amor. La mirada del peregrino
se deposita sobre una imagen
que simboliza la ternura y la
cercanía de Dios. El amor se
detiene, contempla el misterio,
lo disfruta en silencio (p. 121).
El inicio de la experiencia estética comienza en la decisión de partir, de salirse
de sí hacia un lugar donde no se va a ver una idea, sino una persona
representada en una imagen. Conoce y desea, atraído por el bien que conoce,
llegado a la imagen, la contempla, se compenetra en acto con ese Dios que se
abaja y es solidario con el dolor humano, participa del acto. Para luego el gozo,
la felicidad del diálogo concretado. Avenatti dirá que es un espacio
performativo, en donde la recepción participa con el ejercicio del gozo ante la
belleza.
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Como se ve la belleza mueve, es acto, no es tal si no produce un “movimiento
interior”. La belleza “tiene vida” diríamos, y se hace eco. Sin embargo, Hans
von Balthasar (1985) nos alecciona:
El sujeto está preparado para recibir en su ámbito al objeto […] igualmente
el objeto está preparado para revelarse en el ámbito dispuesto; pero es
imposible calcular de antemano lo que resultará de esta recepción; no se
puede adivinar ni deducir qué clase de despliegue se experimentará allí (p.
22).
Pues claro, es personal, personalísimo. La percepción de lo bello, se da como
expresión del ser, y en ese sentido debe producirse un “encaje” tan personal,
básicamente humano. Dicho de otro modo, la experiencia existe, es real, pero
no es mecánica. Es propiamente humana.
Destacado este aspecto, el documento El camino de la Belleza (2009) describe
la capacidad del arte para introducirnos en la experiencia trascendente:
La creación artística posee una capacidad propia para evocar lo inefable
del misterio de Dios […] la belleza artística suscita emoción, provoca
silencio […] y conduce a la salida de uno mismo, al éxtasis en el que la
persona se encuentra como transportada fuera del mundo sensible por la
intensidad del sentimiento que la sobrecoge” (p. 47).
Diríamos que frente a la percepción de lo bello “el sujeto experimenta en sí un
movimiento interno que lo arrebata, un movimiento que lo mueve al amor” (von
Balthasar, Gloria I, p. 24).
Conclusión:
Como hemos visto, para la Iglesia Católica lo bello existe, ha dado vida en el
pasado y en la actualidad permanece con la misma fuerza. Ésta no se sostiene
tanto por un dogma de fe o por criterio sociológico, sino por el ejercicio de la
razón, su comprobación es universal, es decir, realizable por cualquier persona.
Si aplicamos la tríada verdad, bien y belleza al mundo, observamos que bien
pueden utilizarse. El conocimiento (verdad) que tenemos sobre algo, ese algo
que conocemos y que nos atrae, que lo deseamos (pues lo consideramos
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como bueno), al verlo plasmado, expreso, podemos llegar a sentir esa
experiencia estética, ese gozo del que hablábamos desde la fe.
La imagen, la foto inclusive, de una persona que
conocemos, y por lo mismo, la consideramos algo bueno
para la humanidad, su retrato, puede generarnos el gozo
cercano a la belleza, también el caso de encontrarnos con
esa persona que admiramos, y a la que podemos
estrecharle la mano. Con una obra sucede algo
semejante, aunque lo expresado no sea un tema religioso, sino algo que
conozco y considero bueno, amado por mi, su presencia, hace contacto interior
y llego al gozo.
Podríamos agregar que lo feo sería la ausencia de esa
dinámica: conocimiento de algo que nos produce
rechazo, que no deseamos, que no consideramos como
un bien. Su expresión, su presencia, es vivida como fea.
La
tríada iniciada con el conocimiento, no logra
continuidad, pues no lo acepto como “verdadero”, y
como tal, está ausente como bien deseado, por eso no
hay contemplación, y tampoco gozo, todo lo contrario,
rechazo y desagrado.
En 1979 la psiquiatra italiana Graziella Magherini diagnosticó a más de 100
personas lo que ella denominó el “síndrome de Sthendal”, que consistía en
vértigos y mareos de turistas que habían tomado contacto con obras de arte de
todo tipo mientras visitaban Florencia. El nombre evoca al escritor y su
experiencia: "Había llegado a ese punto de emoción en el que se encuentran
las sensaciones celestes dadas por las Bellas Artes y los sentimientos
apasionados. Saliendo de Santa Croce, me latía el corazón, la vida estaba
agotada en mí, andaba con miedo a caerme".
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La experiencia estético religiosa que hemos descripto tiene algo de esto,
conocimiento de la obra, deseo (hay atracción en tanto considerada como un
bien) y encuentro con ella.
Lo bello, desde esta perspectiva, podemos decir que es una experiencia
humana universal. Finalmente, lo bello, no es la obra, sino lo que expresa.
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Bibliografía
- Pontificio Consejo de la Cultura: El camino de la belleza, editorial Ágape, Bs.
As. 2009.
- Campana, Silvia Julia: Fascinados por la belleza y abiertos al don, en “El
camino de la belleza” Pontificio Consejo para la Cultura, editorial Ágape, Bs.
As. 2009.
- Juan Pablo II: Carta a los artistas, 4-4-1999.
- Avenatti de Palumbo, Cecilia Inés: Ser testigos de la belleza herida en “El
camino de la belleza” Pontificio Consejo para la Cultura, editorial Ágape, Bs.
As. 2009.
- H. U. von Balthasar: Teológica I. Verdad del mundo, Ediciones Encuentro,
Madrid 1997.
- H. U. von Balthasar: Gloria. Una estética teológica, Encuentro, Madrid, 1985.
- H. U. von Balthasar: Gloria I. Metafísica. Edad Antigua, Encuentro, Madrid,
1986.
- Mattera, María Constanza: El arte como epifanía de la belleza, en “El camino
de la belleza” Pontificio Consejo para la Cultura, editorial Ágape, Bs. As. 2009.
- Consejo Episcopal Latinoamericano: Aparecida: V Conferencia general del
Episcopado Latinoamericano y del Caribe. 1ª edición CEA, Bs. As. 2007.
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