1 Formalismo y Funcionalismo: Concepciones teóricas y

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Formalismo y Funcionalismo:
Concepciones teóricas y metodológicas divergentes dentro de la lingüística
Por: Manuel Burgos
Este ensayo propone un contraste entre la lingüística formal y la lingüística funcional. Se
expone una breve descripción de cada una de estas escuelas dentro de su contexto
histórico, basándose en los presupuestos teóricos de autores representativos de cada
tendencia. A partir de la divergencia en cuanto a las suposiciones básicas frente al uso y
estructura de lengua, se plantean las consecuencias en cuanto a las metodologías que cada
escuela emplea para alcanzar sus objetivos. Se presentan muestras de investigaciones
desde las distintas corrientes acerca de dos temas comunes, transitividad y orden de los
argumentos, para así ejemplificar las diferencias metodológicas y conceptuales entre
ellas. Se concluye con el reconocimiento de que el funcionalismo tiene los preceptos
teóricos y metodológicos más coherentes con los objetivos de la lingüística, pero que
debe asumirse desde su posición moderada.
Introducción:
En las últimas décadas, la lingüística ha evolucionado bajo dos escuelas de pensamiento divergentes: el
formalismo y el funcionalismo. Estas dos tendencias se han caracterizado por un fuerte antagonismo en
cuanto a los preceptos teóricos y los recursos metodológicos para darle respuesta a los interrogantes de la
ciencia del lenguaje. En este breve ensayo, busco exponer un punto principal del debate –la relación entre
uso y estructura de la lengua- a partir del siguiente orden de presentación. En primer lugar, haré una
breve descripción de cada una de estas escuelas dentro de su contexto histórico y a través de las
suposiciones teóricas de sus autores representativos. En segundo lugar, demostraré cómo estas
suposiciones derivan en estrategias metodológicas diferentes: método deductivo en oposición a método
inductivo. Por último, presentaré dos objetos de estudio lingüístico, la transitividad y el orden de los
argumentos, abordados desde las dos perspectivas, para así ejemplificar las diferencias metodológicas y
conceptuales. Antes de abordar las escuelas, propongo algunas ideas frente a lo que supone esta
divergencia de pensamiento dentro de la lingüística.
El debate, muchas veces acalorado, entre los representantes de estas dos escuelas refleja una
característica de la lingüística: se trata de una ciencia joven. Pese a que el lenguaje haya sido un tema
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abordado desde hace muchos siglos - piénsese por ejemplo en la gramática de Panini en el siglo VI a.C. o
en el diálogo El Cratilo de Platón- la consolidación de la ciencia del lenguaje sólo se da hasta 1916 con
la publicación de Cours de linguistique générale. Esta juventud genera dos consecuencias: por una parte,
la disciplina no tiene unos representantes clásicos rodeados de la invulnerabilidad que le otorgan los
siglos, y por otra parte, los preceptos de la ciencia aún están en desarrollo, y, como se podría plantear en
una analogía geológica, las placas tectónicas están en movimiento, lo que conlleva a que la tierra firme y
estable aún no esté consolidada.
Por otra parte, las diferencias planteada entre las dos escuelas parece revivir en la arena
lingüística el clásico debate del pensamiento occidental entre materialismo e idealismo; racionalismo y
empirismo. Si se me permite una trasgresión histórica, se podría decir que si Platón y Aristóteles fueran
lingüistas de la actualidad, el primero sería formalista y el segundo funcionalista. Así, el contraste
planteado y objeto de este ensayo puede considerarse una continuación de la discusión acerca de los
fenómenos del mundo: ¿son éstos reflejo de un modelo ideal o se trata de hechos concretos que sólo
podemos abordar gracias a nuestras capacidades de percepción?
Por último, es importante aclarar que el debate presentado no es un choque entre dos cuerpos
teóricos sólidos y homogéneos. Tanto el formalismo como el funcionalismo son líneas de pensamiento
que tienen en su interior enorme diversidad. Estas dos escuelas parecen tener un continuo que va desde
sus posiciones radicales hasta posiciones moderadas, teniendo estas últimas incluso puntos en común que
difuminan la frontera (Givón, 1999; Newmeyer, 2003). Si algo les ha dado su identidad, es un
componente teórico nuclear que repercute en estrategias metodológicas opuestas.
El formalismo:
Como mencioné, las escuelas abordadas no son teorías homogéneas. En el caso del formalismo, su
nombre se debe más a una denominación ulterior, debida a la oposición con el funcionalismo, que a una
absoluta coherencia interna. Dentro de esta escuela de pensamiento es posible identificar dos grandes
vertientes: el estructuralismo y el generativismo.
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El estructuralismo es la base sobre la cual se construye la primera teoría científica del lenguaje.
Esta nace a partir de la publicación del Cours de linguistique genérale en 1916. Este texto recoge las
ideas acerca de la lengua planteadas por Ferdinand de Saussure, que después de su muerte fueron
recopiladas por sus estudiantes. Este tratado propone una idea central: el estudio lingüístico puede ser
abordado como un sistema de oposiciones. Dentro de las dicotomías más importantes, se plantea la
oposición entre diacronía y sincronía; nivel paradigmático y sintagmático; significado y significante, y
una especial distinción: langue y parole. Para Saussure, la lengua (langue) es un sistema abstracto de
signos verbales, mientras el habla (parole) es la realización individual de este sistema. Según su
planteamiento epistemológico, la lingüística debe ocuparse de la descripción de la lengua, su estructura, y
dejar de lado las manifestaciones individuales, el uso, por éste inaprensible y en últimas, un reflejo
imperfecto del sistema que representa (Saussure, 1945).
Las repercusiones de esta diferenciación tendrán un impacto directo en distintas áreas de la
lingüística. Un contemporáneo suyo, Roman Jackobson, también del círculo de Praga, desarrollará una
orientación fonológica del estructuralismo, que le permitirá la diferenciación entre los sonidos ideales
(fonemas) y los sonidos reales del habla (1962). Esta diferenciación, también planteada por Trubeskoy,
será uno de los aspectos más sólidos del formalismo, y que hasta nuestros días conserva una respetada
vigencia.
En Estados Unidos, el estructuralismo es desarrollado por Leonard Bloomfield con la publicación
de su obra cumbre, Language, en 1933. Por otra parte, ya existía en este país un interés por el estudio
lengua, sobretodo dentro de la antropología. Un ejemplo de esto es la afirmación de Frank Boas, quien
propone “if ethnology is understood as the science dealing with the mental phenomena of the peoples of
the world, human languages, one of the most important manifestations of mental life, would seem to
belong naturally to the field of work of ethnology” (1911:63). Esta influencia, que destaca el rol mental
de la lengua, sumada a la noción saussureana de lengua y habla, genera una nueva concepción del
estructuralismo lingüístico, que tendrá repercusiones en la segunda corriente formalista: el generativismo.
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La idea de que el generativismo es un replanteamiento del estructuralismo (Givon, 1985:7) no
está libre de polémica. Hay autores, como Eugenio Coseriu, que las ven como propuestas teóricas
diferentes. El lingüista rumano afirma que no sólo hay una evidente diferencia en la concepción de la
lengua en términos de fenómeno social y fenómeno mental, sino que el generativismo deja
completamente de lado el aspecto semántico, mientras que para Saussure era un elemento determinante,
como lo evidencia su teoría binaria del signo verbal (1986: 154).
Estas afirmaciones son irrebatibles, pero no contradictorias con la idea de integrar estas dos
tendencias dentro de la misma tradición formalista. Esto lo asumo con un argumento principal: la
consolidación del formalismo se da por oposición al funcionalismo. En este sentido, es posible proponer
que la idea dicotómica entre sistema y uso, donde se privilegia el primero en detrimento del segundo,
dada tanto en el estructuralismo como en el generativismo, es antagónica con la concepción funcionalista
que asocia estos dos niveles hasta verlos íntimamente relacionados, y, en una clara contradicción con el
formalismo, propone al uso no sólo como reflejo, sino como elemento generador del sistema mismo
(Hymes, 2001; Du Bois, 2003; Hopper, 1998).
Por otra parte, Newmeyer, un claro seguidor de la escuela generativista, se remite a Saussure al
momento de defender sus planteamientos (2003: 682). Esta convergencia, concebida en la propuesta
teórica de uno de los más prominentes defensores actuales del formalismo, también nos permite asumir la
integración de las dos corrientes bajo una misma escuela.
A diferencia de las dudas acerca de la inclusión del estructuralismo dentro de la perspectiva
formalista, existe un consenso en cuanto a que el generativismo es la teoría central de la escuela
formalista. Esta tendencia lingüística nace con Noam Chomsky, quien publica Syntactic Structures en
1957. Este texto expone unas concepciones audaces y metódicamente explicadas de la gramática, que
darán un giro a la teoría lingüística.
Chomsky apuesta a un marco referencial que contiene los criterios más distintivos del
generativismo, y que sirven como base su propuesta metodológica. Dentro de los más importantes, se
puede destacar el asumir a la lengua como un sistema compuesto de un número finito de unidades
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verbales que al combinarse tienen la posibilidad de generar infinitas oraciones. El dispositivo (device)
generador es la gramática, que producirá todas las secuencias gramaticales de una lengua. La forma de
constatar tal gramaticalidad es el reconocimiento intuitivo por parte de un hablante nativo de esa lengua
(1962). A partir de este último punto, Chomsky plantea un fenómeno determinante en su teoría: los
humanos poseen un “intuitive knowledge of grammatical sentences”
(Idem:13).
Esta afirmación
conlleva a una de las ideas centrales del generativismo: la facultad del lenguaje es innata. El innatismo no
sólo ha sido sustentado a partir del hecho de que hablantes que no hayan sido expuestos al sistema durante
mucho tiempo – piénsese por ejemplo en niños de seis años- sean capaces de reconocer la gramaticalidad
de una oración, sino también por las asombrosas regularidades en los procesos de ontogenia en diversas
comunidades lingüísticas y culturales del mundo (Soto, 2001:118).
Al asumir al lenguaje como una facultad mental innata, se deja de lado su función comunicativa y
social. Este planteamiento hace entonces que el lenguaje se convierta en una abstracción, más que una
realización. En este sentido, Chomsky afirma con respecto a su teoría “the ultimate outcome of these
investigations should be a theory of linguistic structure in which the descriptive devices utilized in
particular grammars are presented and studied abstractly” (1962: 11). A partir de este objetivo, dentro de
la concepción mentalista, se llega a uno de los aspectos más relevantes dentro de la teoría formalista, y
centro de este ensayo: la diferencia entre competencia, conocimiento del sistema, y actuación, uso del
sistema.
Para Chosmky, “These correspondences should be studied in some more general theory of
language that will include a theory of linguistic form and a theory of the use of language as subparts”
(idem: 102) Y por otra parte afirma “we were studying language as an instrument or a tool, attempting to
describe its structures with no explicit reference to the way in which this instrument is put in use” (idem:
103). Chomsky es enfático en cuanto a que el estudio de la forma y el uso de la lengua debe ser separado,
y que el objeto de atención de la teoría lingüística debe ser la forma.
Esta idea es aceptada y complementada por uno de los actuales representantes de formalismo,
Frederick Newmeyer. Su tesis fundamental frente a este aspecto es que el uso de la lengua sólo se dará
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sobre la base de un sistema preestablecido. Para él, el sistema es posible demostrar a través de exhibir la
sistemática regularidad y estabilidad de la gramática de una lengua. De esta manera “the relationship
between purely formally defined elements is so systematic that a grammar should accord a central place
to formalizing the relationship among these elements without reference to their meaning or functions”
(1998:31).
Pese a que Newmeyer muestra una abierta simpatía por los planteamientos formalistas, no asume
posiciones tan radicales como las de Chosmky. En sus planteamientos se ve más una búsqueda de
conciliación entre las dos escuelas, que una defensa a ultranza de la concepción formalista. En este
camino cae en algunas contradicciones, pues por un lado acepta que “there is evidence that has mounted
in the past quarter of century that significant aspects of grammar are motivated by consideration of use”
(Newmeyer, 2003: 683), y por otra dice “The mental grammar contributes to the language use, but the
usage, frequency and so on are not represented in grammar itself” (idem: 682).
Como recapitulación de este apartado, es posible afirmar que el formalismo ha tenido un proceso
de evolución, donde al principio se sientan unas bases dicotómicas frente a la lengua (Saussure, 1945).
Posteriormente, una de las más importantes dicotomías, lengua y habla, es reconceptualizada en su
dimensión mental con las nociones de competencia y Actuación (Chomsky: 1962). Tanto la idea
estructuralista, como la generativista privilegian al sistema como objeto central de la lingüística, y al
habla/actuación, como productos residuales de este sistema. Por último, a partir de las contundentes
evidencias acerca de la influencia del uso en la creación del sistema, el formalismo ha optado por aceptar
su importancia, pero asumiendo que ese sistema estable existe y, que en términos de causalidad, lo
primero es la estructura y lo segundo es su uso (Newmeyer, 1998, 2003).
El funcionalismo:
A diferencia de la clara paternidad de las ideas dentro de la escuela formalista, en el funcionalismo no hay
un consenso claro frente al origen de los planteamientos fundamentales de esta escuela. Algunos autores,
como Givón, proponen una genealogía teórica que va hasta Aristóteles, pasando por Sapir y Pierce, y
propone su origen a partir de consideraciones dentro de la biología (1995:5). Sin embargo, se puede
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asumir que la escuela funcionalista dentro de la lingüística nace como abierta reacción a los
planteamientos formalistas. Por lo tanto, es posible ubicar su origen en la década del 70 no en único autor,
sino en una serie de propuestas teóricas desde distintas perspectivas que incluyen, además de la
lingüística, la antropología, la sociología y la sicología, y que cuestionaban las nociones del
generativismo.
Como sucede en la historia de la ciencia, muchas de las doctrinas nacen como una crítica frente a
un paradigma establecido, con el tiempo esta crítica pasa a convertirse en un cuerpo de ideas, generando
una consolidación y autonomía, que posteriormente se constituye en un paradigma mismo. Este parece ser
el caso del funcionalismo.
Teniendo en cuenta esta idea, es posible asumir el nacimiento del funcionalismo en los autores
que claramente critican las posturas de Chosmky. Uno de los primeros en hacerlo es Dell Hymes con su
artículo On communicative competence, publicado en 1972. El autor propone que la noción de
generativista es absolutamente idealista y que por lo tanto no nos proporciona herramientas para la
comprensión de la realidad de la lengua. Uno de los centros de su crítica es la noción de hablante- oyente
ideal. Para Chosmky “Linguistic theory is concerned primarily with an ideal speaker-listener, in a
completely homogenous speech community” (1965: 3). Según Hymes, esta abstracción despoja a la
lengua de dos elementos intrínsecos a ella, 1. que ésta surge en medio de un contexto sociocultural
determinado, y 2. que tiene una función comunicativa. Por lo tanto, el generativismo no dará respuestas a
dos de las dimensiones más importantes de la lengua, y de esta manera pierde su relevancia científica
(2001).
Siguiendo esta noción, Simon C. Dik propone una idea de la lengua que servirá de base para el
posterior desarrollo del funcionalismo. Según él “language is first and foremost regarded as an instrument
of social interaction by means of which human beings can communicate with each other and thus
influence each other mental and practical activities” (1980:1). Esta noción involucra dos aspectos
fundamentales de la lengua, su relación con su uso comunicativo y su rol en los procesos mentales. A
partir de esta diferenciación, se habré campo a dos líneas de investigación dentro del funcionalismo: la
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gramática funcionalista (Givón, 1985; Du Bois, 2003; Hopper y Thompson, 2001) y la gramática
cognitiva (Croft, 1995; Bybee, 2006). Aunque la primera línea apunte más a estudiar la realización de la
lengua a partir del discurso o la conversación, y la segunda línea a identificar los efectos cognitivos, las
dos corrientes se relacionan en una tesis central: la uso de la lengua es el que genera su estructura. Como
es evidente, la concepción acerca de la relación entre uso y estructura de la lengua es opuesta a
concepción de la teoría formalista.
El asumir al uso como centro del estudio lingüístico tiene como consecuencia un giro absoluto en
las concepciones y la metodología de la lingüística. Una de las más importantes diferencias es la
incorporación de la significación como elemento determinante en el estudio lingüístico. Mientras este
hecho había sido dejado a un lado por Chomsky, para los funcionalistas tendrá un rol central e indisoluble
de la estructura sintáctica (Clements and Yoon, 2006:1). Por otra parte, el cambio de concepción cambia
la definición de gramática. Esta no será asumida como una entidad mental abstracta estable, sino como
una realización social, temporal y emergente, posible de identificar a partir de la frecuencia dentro del
discurso (Hopper, 1998). Por otra parte, no se asume a la gramática como una entidad segmentada y
modular (morfología, sintaxis, semántica y pragmática) sino como una configuración integrada y holística
(idem).
Uno de los principales cambios en la noción de la gramática es que ésta deja de verse como una
entidad autónoma y autocontenida (self-conteined) y pasa a ser asumida como un sistema dependiente de
factores externos, es decir su uso dentro de un contexto socio-cultural (Noonan, 1998). De esta manera, el
uso de la lengua se ajusta a las necesidades comunicativas de los hablantes que darán nuevas funciones y
significaciones a las construcciones verbales. De esta forma, la gramática de una lengua adoptará dichos
cambios, y por lo tanto, estará en un constante procesos de modificación (Givón, 1985, Hopper, 1998).
Esta tesis es fundamental en la escuela funcionalista, y puede ser sintetizada con la propuesta de
Thompson y Hopper “Grammar is a name for the adaptive, complex, highly interrelated and multiply
categorized sets of recurrent regularities that arise from doing the communicative work humans do”
(2001:48)
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Como recapitulación de este apartado propongo que el funcionalismo surge como una abierta
crítica a los postulados formalistas (Hymes: 2001). Esta crítica se basa en que la visión idealista de la
lengua no nos dará información acerca de su función principal: la comunicación humana. Por lo tanto, si
se quiere construir una teoría científica de la lengua, ésta debe ser asumida desde una perspectiva
fenomenológica con especial atención a su uso, que implica efectos prácticos y mentales (Dik, 1980). A
partir de estas nociones, el funcionalismo se desarrolla en dos líneas complementarias: la gramática
funcional y la gramática cognitiva. Estas tendencias consolidan, desde distintas perspectivas -el análisis
del discurso y los fenómenos cognitivos- una noción central de la gramática: ésta es el producto de las
regularidades dentro del uso de la lengua.
Metodología formalista y funcional
Una de las más importantes consecuencias del cambio en las concepciones teóricas del funcionalismo
frente al formalismo, se da en el campo metodológico. Si la gramática es asumida como una entidad
abstracta a nivel mental, su estudio se tendrá que dar por inferencia. El proceso pasa por la creación de un
modelo teórico que sirva como base para la explicación de los ejemplos. En este sentido, los datos del
formalismo son supuestos, que se adaptan al modelo planteado. Esta posición es claramente deductiva,
pero contiene una grave error, los datos usados serán entonces correspondientes con la teoría, pues se
crearán solo con la intención de sustentar la misma, en un claro ejemplo de argumentación circular.
De manera opuesta, el funcionalismo, al asumir al uso como objeto de estudio, se basará en datos
reales. A partir de muestras concretas, el investigador funcionalista planteará la teoría en un proceso
inductivo. Los formalistas critican esta metodología a partir de que “There is no way that one can draw
conclusions about the grammar from usage facts about communities” (Newmeyer, 2003:697), pues si
suponemos que la gramática deriva del uso que los hablantes hacen, entonces tendríamos tantas
gramáticas como hablantes tiene una lengua.
Sin embargo, este aspecto es superado por el funcionalismo bajo la premisa de la frecuencia. El
investigador funcionalista no se basa en un dato aislado para proponer una teoría, sino que para probar su
tesis, “the only way it can be shown is by quantification and inferential statistics”(Givón, 1985: 20). De
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esta manera, el funcionalismo sustenta sus tesis a partir de amplias muestras representativas que tengan
una frecuencia significativa en términos estadísticos.
Por otra parte, las concepciones teóricas de ambas escuelas conducen a objetivos distintos. El
formalismo se basa en un sistema de oposiciones, donde los valores de determinada forma son absolutos y
discretos. Por ejemplo, al analizar una frase, ésta se calificará como gramatical o agramatical, o se
identificará a determinada palabra como un verbo o un adjetivo. Es decir, sus supuestos teóricos conducen
a una formalización absoluta de los objetos estudiados. Frente a la cantidad inconmensurable de casos que
no conduzcan a una evidente identificación taxonómica, el formalista se limitará a aislarlos y a
desconocerlos dentro de su teoría bajo el presupuesto de que no corresponden con el modelo. Esto
confirma entonces que la teoría no está hecha para dar respuesta a los fenómenos de la lengua, sino para
sustentarse así misma, perdiendo cualquier validez científica.
Por el contrario, el funcionalista no busca establecer tipologías absolutas, sino que asume los
fenómenos estudiados de acuerdo a sus características, y planteará un continuo entre las entidades que no
se restringen a fronteras cerradas. De esta manera, los objetos de estudio abordados no serán calificados
de forma discreta, sino que se optará por una descripción de acuerdo a su acercamiento a características
prototípicas. De esta manera, al encontrar un caso que no se adapte a la tesis planteada, no habrá
necesidad de desecharlo, sino que se usará para demostrar el continuo entre las posibilidades y su
acercamiento o no a la tesis que se quiera demostrar.
Transitividad y orden de los argumentos: ejemplos de metodologías y teorías diferentes
En el apartado anterior mostré como el formalismo y el funcionalismo tiene metodologías
opuestas: deductivo vs. Inductivo, que los llevan a resultados diferentes. En este apartado ejemplificaré
este hecho a partir de dos objetos de estudio comunes para las dos escuelas, la transitividad y orden de los
argumentos.
Desde el punto de vista formalista, los verbos pueden ser catalogados en dos categorías básicas:
verbos transitivos e intransitivos. La manera para diferenciar estos verbos corresponde a la noción de si
requieren o no un objeto directo para ser gramaticalmente aceptables (Seco, 1991) Así, los verbos reciben
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una catalogación a priori de acuerdo a supuesta gramaticalidad. Piénsese, por ejemplo, en el verbo correr.
Bajo el método formalista, se pensará en un ejemplo de este verbo en una oración: “Los atletas corren”.
Dado que la oración es gramaticalmente aceptable, y que no hay objeto directo, se concluirá que el verbo
es intransitivo. Pero supongamos que escuchamos decir “los atletas corrieron la maratón”, frente a este
hecho, el formalista tiene dos opciones, o desecharla como un uso erróneo del verbo, o, al tener que
reconocer su gramaticalidad, incluir una nueva acepción del verbo.
El planteamiento funcionalista frente a este mismo hecho parte de otra metodología y llega a
diferentes resultados. Un ejemplo de esta línea de investigación es el artículo de Sandra Thompson y Paul
Hopper, Transitivity, clause structure, and argument structure: Evidence from conversation (2001). A
partir de una base de datos de conversaciones en inglés entre varios hablantes, se toman 446 muestras de
frases verbales. Sobre el análisis de estas muestras, los autores concluyen que existen varias
características de las construcciones (participantes, kinesis, aspecto, puntualidad etc.) que las hace más o
menos transitivas. Su estudio los lleva a proponer que no hay dos niveles discrétos, sino grados de
transitividad. De esta manera, no sólo se supera el problema sobre los ejemplos no representativos, sino
que se pasa de una concepción a priori sobre unidades aisladas, a una concepción, basada en evidencia
empírica, sobre construcciones integradas y contextualmente motivadas.
Otro ejemplo que ilustra cómo la implementación de las dos metodologías conlleva a la obtención
de resultados diferentes es el orden de los argumentos. De acuerdo a la teoría formalista, las lenguas
tienen una estructura determinada en la construcción de sus oraciones. Para el caso del español, la
estructura básica es el orden sujeto – verbo - objeto. Para probarlo, los formalistas se valen de ejemplos
creados que sustenten este orden, y fácilmente se podrán inventar varias muestras para así ejemplificarlo.
Sin embargo, evidencia empírica de la lengua nos demuestra que esta idea no corresponde a lo que los
hablantes hacen. Du Bois plantea que existe “a preference in discourse for a particular syntactic
configuration of linguistic elements, both grammatical and pragmatic”(2003: 48). Es decir, el contexto
comunicativo, sumado a factores relacionados con el flujo de la información, determinarán la manera en
que los hablantes construyen sus enunciados. Según su investigación, la mayoría de construcciones tienen
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un solo argumento, sujeto en el caso de verbos intransitivos, y objeto en el caso de los transitivos, pero
raramente los dos, como los formalistas presuponen.
Conclusiones:
En este ensayo he propuesto un contraste entre las dos escuelas actuales de la lingüística: el formalismo y
el funcionalismo. A partir de una descripción de cada una dentro de su contexto histórico, he expuesto las
nociones fundamentales frente a la estructura y uso de la lengua, y he demostrado que estas concepciones
desembocan en metodologías opuestas: deductiva frente a inductiva. A partir de las dos implementaciones
metodológicas, he propuesto ejemplos de investigaciones lingüísticas desde cada escuela frente a temas
comunes, que conllevan a resultados diferentes.
Asumo que es evidente que si nuestro interés como lingüistas es el estudio de la lengua, la
metodología adecuada para lograrlo es la observación de la lengua. Es también irrefutable que ésta está
motivada por una función comunicativa y se da bajo un contexto sociocultural, por lo tanto es necesario
incorporar estas dimensiones al análisis lingüístico.
Desde esta perspectiva, el funcionalismo provee las nociones teóricas y las estrategias
metodológicas más acordes con la naturaleza de la lengua, y por lo tanto se convierte en la alternativa más
válida para dar respuesta a los interrogantes de la lingüística. Por otra parte, al incorporar a su análisis las
nociones de frecuencia y regularidad, desde una perspectiva estadística, se le da un respaldo empírico a
sus tesis.
Con respecto al tema central de este ensayo – el uso y la estructura de la lengua – creo que ha
sido claramente demostrado, y que ningún formalista se atrevería a negarlo, que el uso moldea al sistema
y que por lo tanto no deben ser estudiados de manera aislada, sino complementaría, asumiendo que
“grammars code best what speakers do most” (Du Bois, 2003:49)
Sin embargo, creo que frente a la incidencia del uso sobre el sistema hay que tener una actitud
moderada. Las gramáticas evidentemente cambian, como lo demuestra la evolución de las lenguas, pero
lo hacen de forma lenta y gradual. Por lo tanto, me parece que hay que integrar las dos nociones,
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estabilidad y cambio, con una negación de los planteamientos radicales de cada escuela: ni la gramática es
inmutable ni cambia cada vez que alguien habla.
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