El “espacio de libertad, seguridad y justicia” y el sistema de pilares de la Unión Europea Ricardo Alonso García ∗ Barcelona, Universitat Pompeu Fabra, 27/28 de Noviembre de 2008 1. En el Derecho Constitucional de la Unión Europea, el término “espacio de libertad, seguridad y justicia” aparece por vez primera plasmado en el Tratado de Ámsterdam (1997), que incorporó expresamente entre los objetivos a perseguir por la Unión Europea el de “mantener y desarrollar la Unión como un espacio de libertad, de seguridad y de justicia, en el que la libre circulación de personas esté garantizada conjuntamente con las medidas adecuadas relativas a los controles en las fronteras exteriores, la inmigración, el asilo y la prevención y lucha contra la delincuencia”. 2. El objetivo en sí, sin embargo y sin emplear expresamente dicho término, se remonta al Tratado de Maastricht (1992), que consideró de “interés común” para los EEMM, a los efectos de la realización de los fines de la Unión, una serie de ámbitos integrantes de lo que Ámsterdam, como acabamos de señalar, bautizaría como “espacio de libertad, seguridad y justicia”. A tales efectos, se instauró una cooperación de corte intergubernamental “en los ámbitos de la justicia y de los asuntos de interior”. Con el Tratado de Maastricht, por tanto, nace un sistema conocido como de los “tres pilares”: el primero, presidido por técnicas “supranacionales” de funcionamiento, que abarcaba el tradicional terreno comunitario, y el segundo y el tercer pilar, dedicados respectivamente a la política exterior y de seguridad común (PESC) y a los asuntos de justicia e interior (AJAI), presididos por técnicas “intergubernamentales”. 3. La “supranacionalidad” es un concepto al que subyace el fenómeno de la cesión de soberanía a favor de una organización y en torno a cuatro cuestiones esenciales: 1) quién decide (la estructura política propia de la organización); 2) cómo decide (mediante unas reglas de funcionamiento que escapan del control individual, y por tanto soberano, de los Estados miembros de la organización); 3) control sobre lo decido (en ∗ Catedrático de la Universidad Complutense 1 manos de una estructura jurisdiccional también propia de la organización); y 4) efectos de lo decidido (obligatorias para los Estados miembros y sus ciudadanos en términos, como declarará años más tarde el TJCE, de eficacia directa y primacía derivados del propio ordenamiento comunitario). 4. Como contraposición a la “supranacionalidad”, en la “intergubernamentalidad” los Estados son los protagonistas de un proceso decisorio en el que: 1) frente a las facultades de la Comisión de iniciativa decisoria y de ejecución propias del pilar comunitario, “plena asociación” de ésta a los trabajos del Consejo traducida en un rol de mero oyente y en su caso asesor; 2) frente al reconocimiento de prerrogativas al Parlamento Europeo en el proceso decisorio comunitario (cuya máxima expresión sería el procedimiento de codecisión), genérico deber del Consejo de informarle; y 3) frente a la mayoría cualificada como regla preponderante en el funcionamiento del Consejo, la unanimidad (y por tanto el derecho individual y soberano de veto de todos y cada uno de los EEMM). En cuanto al control judicial, la “intergubernamentalidad” asume como premisa la exclusión competencial del TJCE. 5. El Tratado de Ámsterdam, al tiempo que bautiza como “espacio de libertad, seguridad y justicia” los ámbitos en los que la Unión venía interviniendo desde Maastricht en el contexto del tercer pilar, introduce en éste un doble proceso de comunitarización. Por un lado, comunitarización consistente en el traspaso de parte del tercer pilar, el concerniente al control de fronteras externas, la inmigración, el asilo y la cooperación judicial en temas civiles, al propio Tratado de la Comunidad Europea; comunitarización que, sin embargo, no fue total, al quedar sometido el referido traspaso a un régimen sui generis respecto del general comunitario en lo atinente tanto al proceso decisorio como al control jurisdiccional. Por otro lado, “aires” de comunitarización, en grado sensiblemente inferior a la operación anterior, consistente en la introducción de algunos rasgos próximos al régimen comunitario en la parte del tercer pilar que allí permaneció como “cooperación policial y judicial en materia penal“ (ampliada a la prevención y lucha contra el racismo y la xenofobia). Así, se estableció un sistema de instrumentos jurídicos que recordaba al sistema comunitario, aunque con importantes correcciones respecto de los elementos supranacionales propios de éste (negándose expresamente su efecto directo), al tiempo que el proceso decisorio continuaba descansando, como en el segundo pilar, en el Consejo funcionando en régimen de unanimidad (sin perjuicio de la apertura de la mayoría cualificada a las medidas de aplicación de las unánimemente adoptadas y de la posibilidad de activación de la cooperación reforzada; y sin perjuicio, también, de que la Comisión y el Parlamento Europeo vieran tímidamente incrementados, respecto de Maastricht, sus papeles en dicho proceso). Finalmente, en 2 cuanto a la arquitectura jurisdiccional, se produjo asimismo una matizada apertura al control por el TJCE. 6. A partir de Ámsterdam, por tanto, cambia la nítida estructura de Maastricht sobre la base de un pilar supranacional y los otros dos pilares integubernamentales. En efecto, además del esencialmente supranacional que sería el comunitario, y del esencialmente intergubernamental que sería el correspondiente a la política exterior y de seguridad común, Ámsterdam habría convertido el concerniente a la cooperación policial y judicial en materia penal en un tertium genus, de carácter intergubernamental pero con presencia, al mismo tiempo, de peculiaridades supranacionales en los instrumentos de intervención y en los mecanismos de control jurisdiccional. Sentado lo cual, el interrogante que se planteaba era cuál de los dos pilares en estado más puro, si el supranacional comunitario o el intergubernamental de la política exterior y de seguridad común, estaría llamado a ejercer una mayor vis attractiva sobre ese tertium genus (con otras palabras: si los rasgos supranacionales propios del tercer pilar tendrían una lectura en términos de potenciación hasta el punto de traducirse en distintivos de su personalidad, o si, por el contrario, serían objeto de interpretaciones restrictivas, convirtiéndolos en imperceptibles en el contexto de una balanza identitaria rigurosamente desequilibrada en favor de la intergubernamentalidad), decantándose el TJCE en 2005 por una visión pro communitate (asunto Pupino; cfr. asimismo las Conclusiones del A.G. en el asunto Advocaten voor de Wereld, 2006). 7. Siguen abiertos, en todo caso, importantes interrogantes en torno al modus operandi de la Unión en el tercer pilar y a la interrelación de éste con los ordenamientos jurídicos internos. El primero de tales interrogantes concierne precisamente al exacto alcance del principio de “interpretación conforme” que el TJCE vino a reconocer en el asunto Pupino a los instrumentos adoptados en el seno del tercer pilar. Por lo pronto, no está claro el alcance de dicho principio en el terreno del propio pilar comunitario, de donde se exporta al tercer pilar; valga como ejemplo las dudas que suscita la entrada en juego del principio antes de haber finalizado el plazo de ejecución de las directivas (asunto Adeneler, 2006). Otro tanto sucede con el límite del contra legem que el Tribunal vino a reconocer expresamente por vez también primera en el asunto Pupino. Límite éste que, por un lado, no parece excluir, pese a que otra parece ser la opinión de la doctrina “continental”, la hard interpretation (en la línea seguida por la House of Lords en relación con la cláusula de la consistent interpretation incorporada a la Human Rights Act de 1998, cuyo sentido conecta con la doctrina del TJCE: cfr asunto Ghaidan vs. Godin-Mendoza, 2004); y límite, por otro lado, cuya frontera con la eficacia directa ha 3 quedado confusamente difuminada en más de una ocasión por el propio TJCE (así, en el mismo asunto Pupino, rememorando la desviación entre su discurso teórico y su respuesta concreta que ya tuviera lugar en el asunto Marleasing, 1990). Ello sin olvidar, por lo demás, que los principios generales, que también pueden limitar el alcance del principio de interpretación conforme (como, por ejemplo, el principio de legalidad en materia penal, que impide interpretaciones extensivas o analógicas que tengan por efecto determinar o agravar la responsabilidad), tienden a minimizar las consecuencias de Pupino (habida cuenta precisamente del ámbito material del tercer pilar), que no a obviarlas (pues el principio de interpretación conforme, por ejemplo y como demuestra el propio asunto Pupino, puede desplegar su fuerza ante disposiciones nacionales que no se refieran al alcance de la responsabilidad penal del interesado, sino al desarrollo del procedimiento y a las formas de practicar la prueba; y aún en este contexto, la interpretación conforme debe respetar otros derechos fundamentales que sí extienden su radio de acción sobre las normas procesales, como el derecho a un proceso justo o equitativo...). 8. Otro posible interrogante concierne al propio concepto de “eficacia directa” acuñado por el TJCE. La negación de dicha eficacia en el contexto del tercer pilar, ¿conlleva también la exclusión de posibles “efectos reaccionales” (o de “exclusión” o “bloqueo”) de los instrumentos del tercer pilar frente a la normativa interna con ellos incompatible?, ¿o la exclusión queda limitada a la posibilidad de aplicar dichos instrumentos en términos plenamente “sustitutivos” (i.e. aplicación directa en sentido estricto) en supuestos de falta de transposición interna o transposición incorrecta? 9. El tercer interrogante a destacar está relacionado con la “[inexistencia de] un sistema completo de recursos y de procedimientos destinado a garantizar la legalidad de los actos de las instituciones en el marco de dicho Título VI” (según palabras del propio TJCE en Pupino). En efecto, valga con recordar que el sistema jurisdiccional diseñado por el artículo 35 TUE no prevé en ningún caso el acceso directo de los particulares a Luxemburgo, y que la vía indirecta de acceso representada por la cuestión prejudicial es mucho más débil en este tercer pilar que en el comunitario. A ello hay que añadir, recordemos también, que el artículo 35 TUE ni prevé un recurso por responsabilidad extracontractual como hace el artículo 288 TCE (cfr. asunto Segi e.a., 2007; y ello pese a que la Carta de Derechos Fundamentales de la UE contempla el derecho a la reparación como variante del derecho a la buena administración), ni prevé un recurso por omisión como hace el artículo 232 TCE; y con relación al control directo de legalidad, a modo del recurso de anulación ex artículo 230 TCE, el plasmado en el 4 artículo 35 TUE ni comparte la amplitud en términos de legitimación activa de aquél, ni alcanza a toda la actividad de la UE en el marco del tercer pilar. Por lo que respecta, en fin, al control de la actividad nacional cubierta por el radio de acción del Título VI TUE, no se prevé un recurso por incumplimiento similar al del artículo 226 TCE ni una potestad sancionadora del TJCE a modo de la prevista en el artículo 228 TCE. Ello puede implicar una restricción de la “deferencia” del TEDH (cfr. asunto Bosphorus, 2005) y de los tribunales constitucionales y/o supremos de los EEMM (cfr. la problemática generada en torno a la implementación nacional de la euro-orden) hacia el ordenamiento jurídico de la UE (actitud ésta, por lo demás, que es precisamente la que adopta el TJCE hacia el ordenamiento de Naciones Unidas en el asunto Kadi, 2008, en el cual opta por un “control completo” de actos comunitarios destinados a aplicar resoluciones del Consejo de Seguridad ante las insuficiencias del procedimiento de revisión ante el Comité de Sanciones). 10. Cierto es, para finalizar, que gran parte de los interrogantes planteados pueden disminuir o incluso desaparecer de llegar a entrar en vigor el Tratado de Lisboa, al acentuarse la “comunitarización” del tercer pilar, que desaparece formalmente como tal al pasar a formar parte el “espacio de libertad, seguridad y justicia” de las clásicas políticas comunitarias (no obstante lo cual, presenta variantes a las reglas supranacionales de funcionamiento que responden al alto grado de sensibilidad de los EEMM en la materia: así, se reconoce expresamente un importante papel al Consejo Europeo, a quien corresponde definir “las orientaciones estratégicas de la programación legislativa y operativa”; también se otorga un rol destacado a los Parlamentos nacionales, llamados a participar en los mecanismos de evaluación de la aplicación de las políticas de la UE en dicho Espacio y de las actividades de Eurojust, y en el control político de Europol; y se conserva en fin, el derecho de iniciativa de los Estados miembros en el terreno de la cooperación policial y judicial en materia penal; en cuanto al control jurisdiccional, el 276 TFUE establece que en materia de cooperación policial y judicial en materia penal “el TJCE de la UE no será competente para comprobar la validez o proporcionalidad de operaciones efectuadas por la policía u otros servicios con funciones coercitivas de un Estado miembro, ni para pronunciarse sobre el ejercicio de las responsabilidades que incumben a los Estados miembros respecto del mantenimiento del orden público y de la salvaguardia de la seguridad interior”). Pero tales interrogantes, incluso intensificados, se mantendrán en el terreno del segundo pilar… (habiéndose referido el TJCE en el antes citado asunto Kadi a “la coexistencia de la Unión y la Comunidad como ordenamientos jurídicos integrados pero distintos”; afirmación ésta que pese a la desaparición formal de la Comunidad con la reforma de 5 Lisboa, parece que habrá que entender que seguirá vigente al mantenerse un régimen diferenciado del general -sometido a “disposiciones específicas”- para la política exterior y de seguridad común…). * * * 6