¿Qué conlleva desarrollar la competencia científica? Neus Sanmartí, UAB. Febrero, 2008 Resumen: En los últimos años el concepto de “competencia” ha empezado a integrarse en el vocabulario de la escuela: “competencias básicas”, “pruebas de competencias”, “currículum para competencias”. Pero, ¿qué nos aporta este concepto en la enseñanza de las ciencias en la escuela primaria? ¿En qué sentido reorienta algunos aspectos de nuestra práctica como maestros? Este artículo busca dar respuesta a estas preguntas. ¿Por qué se introduce el concepto de “competencia”? Hay un debate permanente sobre los aprendizajes que la escuela tiene que promover. En los últimos años se ha iniciado una reflexión en profundidad en el marco de la UE, porque los cambios en la sociedad piden una escuela con objetivos diferentes. No son ideas totalmente nuevas en el ámbito de la búsqueda y la innovación en el campo de la didáctica de las ciencias, pero sí que lo es su paso a los currículums oficiales. Los grandes argumentos son tres: - Vivir y participar en una sociedad democrática exige ciudadanos preparados para participar en las decisiones que se toman colectivamente. Es decir, ciudadanos que sepan argumentar las opiniones de forma fundamentada, que las expresen de forma que los otros las entiendan. Que escuchen y sean capaces de debatir y de negociar puntos de vista, que sepan utilizar las emociones positivamente y, muy en especial, que actúen de forma coherente. - Las necesidades del mundo del trabajo actual exigen personas capaces de “cambiar de trabajo”. Los cambios tecnológicos no permiten pensar en una profesión u oficio para toda la vida. Esto pide ser capaz de aprender constantemente, ser capaz de trabajar con otros formando equipos, de tener iniciativa, de saber afrontar la resolución de problemas complejos e imprevisibles, etc. - Finalmente, el desarrollo de Internet hace que la información esté al alcance de todos y que la función de la escuela no sea transmitirla, la información, sino comprenderla y utilizarla con sabiduría. Conlleva que el alumnado construya conocimientos, cosa diferente de recordar informaciones que puede encontrar fácilmente en la red. Es decir, que sea capaz de encontrar la información y de hacer una lectura crítica y significativa del alud de datos, opiniones y argumentos que le llegan. No en vano, Emilio Lamo de Espinosa decía en el marco del Fórum de las Culturas de Barcelona 2004: “¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido con el conocimiento? ¿Y dónde está el conocimiento que hemos perdido con la información?”. A menudo pensamos que los cambios en el campo educativo son únicamente variaciones de nombres, pero que no se modifica nada (e incluso que el pasado era mejor que el presente). Aun así, deberíamos preguntarnos si tiene sentido enseñar como si el mundo no estuviese evolucionando. O pensar que los cambios que se deben implantar sólo se refieren al uso de instrumentos tecnológicos nuevos, y no al contenido mismo de la enseñanza. Es cierto que, antes de que se consolide una innovación, ya hay otras en marcha, pero el mundo no se detiene porque la escuela evolucione lentamente. Sólo a modo de ejemplo, no se debe olvidar que cuando se diseñó la LOGSE, Internet era en el abecé y los webs todavía tenían que nacer. ¿Qué se entiende por competencia científica? La competencia científica se define como “la capacidad de usar el conocimiento científico para identificar cuestiones y obtener conclusiones a partir de evidencias, con la finalidad de comprender y ayudar a tomar decisiones sobre el mundo natural y los cambios que la actividad humana produce” (OCDE, PISA). Por tanto, conlleva disponer de conocimientos, aunque no con la finalidad de repetirlos, sino con la de saberlos usar para actuar. Se pone el acento en el planteamiento de preguntas y en la identificación de pruebas y razones que fundamenten la toma de decisiones. ¿Qué quiere decir en la práctica esta definición? Pensemos, por ejemplo, en un contenido del currículum que, como tal, es constante a lo largo del tiempo: “Conocer qué caracteriza las plantas”. Desde el punto de vista no competencial, la comprobación del aprendizaje de este contenido se traduce con cuestiones de evaluación centrada en comprobar si se sabe identificar y nombrar las partes de las plantas y describir sus funciones. En cambio, si se evalúa este conocimiento desde el punto de vista de la “competencia”, las preguntas son del estilo “la madre de Marta le ha dicho que cuando vaya al bosque no tiene que cortar las flores, pero ella no sabe por qué no lo tiene que hacer. Con todo lo que habéis aprendido alrededor del porqué le sirve a una planta tener flores, ¿cómo explicaríais a Marta por qué motivo no nos tenemos que llevar las flores de un bosque a nuestra casa?”. Para responder a esta pregunta el alumnado tiene que leer un texto largo (en internet los textos son largos), tiene que relacionar conocimientos con una actuación y tiene que escribir un texto (no una palabra o una frase corta) que dé razones bien fundamentadas. Por ejemplo, una alumna de tercero de primaria respondió “porque si arrancamos las flores el fruto no podrá crecer, y la planta no podría hacer su función reproductora”. También es una prueba de evaluación pedir que los alumnos planteen preguntas. Algunas de las preguntas formuladas por parte de los alumnos son éstas: “¿Cómo respira el tronco de un árbol?” (Pregunta que demuestra que se han apropiado del conocimiento de que todos los seres vivos –y todas sus partes- respiran) o “¿por qué dos plantas del mismo tipo que hemos plantado en el huerto no crecen igual?” (Pregunta que busca comprender las razones de la diversidad). En la evaluación se pone de manifiesto qué es lo que realmente nos hemos propuesto como objetivo de aprendizaje y es a través de la evaluación que los niños y niñas (y sus familias) perciben lo que es importante aprender. Por ejemplo, cuando en una clase de segundo curso se pidió que los alumnos evaluasen las respuestas de sus compañeros a diferentes preguntas, sus razones se referían a si habían puesto la data, si la letra era clara… pero en ningún caso hablaron del contenido científico trabajado. Por tanto, no tenemos que suponer que no evaluamos para no poner “exámenes”, ya que cualquier comentario sobre si una tarea está bien hecha o no es una evaluación. Trabajar en el aula desde el punto de vista competencial conlleva que el alumnado reconozca para qué le sirve lo que está aprendiendo –tanto para las relaciones con actuaciones como por su potencialidad para pensar y hacerse preguntas investigables- y, consecuentemente, qué es lo que se le valora que sabe hacer. Competencia científica y contextualización del aprendizaje El desarrollo de las competencias conlleva interrelacionar qué enseñamos y cómo enseñamos. Es decir, no se pueden separar los contenidos que pretendemos que los niños y niñas aprendan de la manera como se trabaja en el aula. Entre los aspectos metodológicos que se deben tener en cuenta destacaríamos la necesidad de partir del análisis de situaciones relevantes en el entorno del alumnado. La escuela primaria tiene una larga tradición de trabajar para proyectos en relación con temáticas contextualizadas, ya sea escogidas por parte del alumnado o por los maestros. Por tanto, nos podemos cuestionar si el trabajo por competencias conlleva repensar esta práctica en algún sentido. El trabajo a partir de proyectos ha dado lugar a prácticas muy diversas y, sin duda alguna, hay algunas que están más lejos de promover el desarrollo de la competencia en el conocimiento y la interacción con el mundo físico, y otras más cercanas. Algunos aspectos a profundizar son: a) La selección de los contextos para el aprendizaje b) La abstracción de modelos interpretativos c) La capacitación para actuar a) La selección de los contextos Como se ha dicho, el trabajo de las competencias tiene como finalidad desarrollar la capacidad del alumnado para actuar, teniendo en cuenta que los problemas reales son complejos. Por tanto, será importante que los contextos que se seleccionen para promover el aprendizaje sean relevantes socialmente. Pero ¿qué quiere decir esto a la práctica? De entrada nos indica que programar basándonos en el libro de texto no nos ayudará demasiado en este aspecto. Los libros de texto tienen que ser útiles para el aprendizaje de niños y niñas que vivan en sitios muy distintos y con problemáticas sociales también diversas, y pocas veces parten de plantearse problemas que tengan sentido para un determinado grupo- clase. En todo caso, los libros tienden a poner ejemplos, pero no a promover que el conocimiento se construya a partir de la comprensión de un problema o pregunta relevante ni de dar respuesta. La otra posibilidad es programar con temáticas- proyectos más o menos contextualizados. Si analizamos los temas de la mayoría de los proyectos de contenido científico podemos constatar que fundamentalmente se centran en el estudio de algún animal y, muchas veces, no son del entorno del alumnado ni tienen que ver con las posibles actuaciones. Y a menudo la finalidad está más relacionada con el desarrollo de la capacidad del alumnado para encontrar organizar información que no con la capacidad de construir conocimiento científico. Si se trabaja por competencias se debe repensar muy bien esta selección de temáticas y reconocer si el contenido del proyecto posibilitará revisar puntos de vista alrededor de las formas de actuar, individuales y colectivas. Así, en el caso de proyectos sobre animales, es más interesante escoger un animal cercano que uno de lejano, y un animal en su contexto que no el animal en abstracto. Por ejemplo, una escuela del Pirineo encontrará más importante trabajar el lobo, para poder tener razones fundamentadas a la hora de opinar sobre su reintroducción en nuestros bosques, que no hablar sobre la pantera. Y en general, será más importante trabajar sobre la vida del conejo en un bosque (o en una granja) que no sobre el conejo en abstracto. b) La abstracción de los modelos interpretativos El objetivo de escoger un contexto de aprendizaje no es tanto el de recoger mucha información sobre él, sino el de llegar a abstraer conocimientos significativos desde la ciencia que posibiliten su transferencia a la interpretación de hechos y situaciones diversas. Es decir, no se trata de que los alumnos lleguen a ser expertos en saberes sobre el lobo o sobre el conejo y memoricen mucha información, sino que, a partir del trabajo hecho, lleguen a conceptualizar en qué tienen que pensar cuando necesiten tomar decisiones de actuación en relación a otros seres vivos. Normalmente las personas no transferimos conocimientos a partir de un ejemplo, sino que debemos identificar y abstraer aquellas características que todos los seres vivos tienen en común. Si tengo mucha información sobre el conejo no tengo por qué saber de la vida del águila, a nos ser que haya sido capaz de reconocer qué tienen en común los dos. Por ejemplo, podríamos escoger como contexto para el estudio de los materiales el problema que representa un tipo de residuo, como el aluminio. El conocimiento construido nos tiene que permitir reconocer que cada material tiene unas propiedades –que condicionan sus usos-, que provienen de algún sitio y van a parar a otro –cambiando pero conservando las “partes” o átomosy que tiene un ciclo de vida –más largo o más corto y requiere más o menos gasto energético cerrarlo-. Estas ideas son igualmente válidas para analizar el problema del agua, de los plásticos o del papel, y son las que constituyen el conocimiento a construir sobre los materiales a abstraer. Es imposible pensar que no se pueden trabajar todos los materiales o todos los seres vivos o todos los ejemplos de máquinas en la escuela, pero sí que se pueden construir los modelos que nos permitan aprender sobre ellos cuando sea necesario. Es evidente que el trabajo sobre el aluminio nos llevará a tener mucha información sobre este material, pero lo más normal es que esta información se olvide rápidamente. Esto no es ningún problema porque se puede recuperar fácilmente en internet, siempre que sepamos qué tenemos que buscar. Pero para encontrarla eficientemente debemos ser capaces de activar el conocimiento –almacenado en la memoria-, que nos tiene que permitir identificar palabras clave y entender y analizar críticamente la información que encontraremos. c) La capacitación por actuar El tercer aspecto que tiene que guiar la selección de los contextos si se quiere promover el desarrollo de la competencia científica (y otros) es su relación con la actuación. Nos tendríamos que preguntar siempre si el aprendizaje que estamos promoviendo será útil para que el alumnado tome decisiones y actúe de manera fundamentada. No se trata tanto de que las niñas y los niños apliquen normas que les damos, sino de capacitarlos para defender puntos de vista y para actuar en situaciones diversas. No tiene sentido que se comporten de una forma en la escuela y de otra en otros sitios, o que reutilicen el papel, pero no el agua. Por tanto será interesante que, siempre que sea posible, las temáticas de los contextos escogidos respondan a problemáticas del entorno cercano, y que el trabajo conlleve comprender los diferentes puntos de vista y argumentos que se dan a la hora de actuar de forma consecuente, plantear, debatir, y consensuar propuestas de actuación y ponerlas en práctica. Para terminar Pensar el currículum desde el punto de vista del desarrollo de la competencia científica nos puede llevar a revisar diferentes aspectos de nuestra práctica. No podemos creer que todo se reduce a escoger contextos de trabajo diferentes. Pide también –entre otros aspectos- identificar bien los conocimientos que el alumnado tendría que ser capaz de abstraer, gestionar la clase para estimular interacciones entre niños y niñas que les posibilite aprender los unos de los otros, desarrollar la capacidad de leer críticamente la información y de escribir de manera argumentada y, muy especialmente, de autorregular el propio proceso de aprendizaje. ¡Tenemos trabajo por delante!