Volver

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VOLVER
Soy tan mayor que ya, hasta los recuerdos se me olvidan. Pero no quiero irme sin
volver a sentir, sin volver a ver.
Ha sido un viaje muy largo, tantas horas sentado, en silencio, y es que poco tengo que
decir, en tantos años ya he dicho casi todo; y además oigo poco, “sordo” me llama la
nieta pequeña, lo que hay que aguantar.
Nos vamos acercando, siento que los años se marchan y hasta la espalda se yergue, la
vista, menos nublada, busca ávida a través de un cristal empañado. El dorso de mi mano
nerviosa lo limpia y unas gotas se descuelgan indecisas; mis ojos las imitan y aparto,
furtivo, una lágrima de añoranza.
Ahora sé que me fui hace demasiado tiempo, y sé que he tardado demasiado en volver,
setenta años son demasiados para faltar del sitio.
Nadie tuvo la culpa de mi marcha, si acaso la vida. Me quedé solo, padre cayó en un
frente absurdo, como todos los frentes, víctima de una bala disparada contra nadie y
contra todos. Madre aguantó lo que pudo, que no fue mucho, pero la falta de su hombre
la dejó sin fuerzas y sin esperanza, que es lo peor, el hambre hizo el resto. Aquí ya no
tenía nada, un trozo de tierra difícil y dura y los recuerdos de una infancia perdida.
Cierro los ojos y suspiro, me aferro a unas pocas imágenes que mi memoria se resiste a
perder.
La noche que dura tanto como tarda en llegar el día, la luna en creciente y reflejos de
cristal en los primeros hielos del año, vamos vestidos con ropas de abrigo que no
vencen al frío; mi padre me ha dejado ir con él, aunque soy demasiado pequeño según
mi madre, pero es que ella me protege demasiado, según mi padre. Hoy vamos a coger
rosa, con los hombres y me siento uno más, uno de ellos.
El sol aparece entre la tierra y las nubes rojas, las manos de ellos se afanan y me
enseñan el oficio, “coge el tallo así y con la uña del dedo gordo córtalo, lo notarás
crujir, no lo arranques”, cestas de mimbre que se van llenando. El cielo se rompe,
intenso de azul, mis manos tiernas ya no sienten, la nariz me gotea y los ojos llorosos
acusan el gélido amanecer. Hay que seguir, ganarle la carrera al poco calor que hará
marchitar las flores. Las mujeres “esbrinarán” después y tostarán las preciadas hebras
rojas y todo se llenará de ese aroma a casa, pero eso será después, ahora es nuestro
tiempo.
El hijo me lleva, ya lo hemos hablado, es bien entrada la mañana, no me ha dejado venir
antes, que soy muy mayor dice.
Bajo del coche y respiro, el aire huele a frío, a nieve en los altos y a cierzo fiel. El río no
queda muy lejos, es el Jiloca que da vida a esta tierra. Ahora noto que estoy aquí.
El hijo me ayuda cogiéndome del brazo, tiene miedo de que me caiga, mis manos
curtidas y surcadas de arrugas ya no son ágiles, separo las piernas y doblo los riñones,
como me enseñaron a hacer, la tierra azulea y el gesto bien aprendido me sale solo, una
tras otra, las rosas van a la cesta y me siento vivo.
-“Padre, pare ya, que se va a cansar”
-Anda, ven, “coge el tallo así y con la uña del dedo gordo córtalo, lo notaras crujir, no lo
arranques”
Y allí codo a codo con mi hijo, en mi tierra, me siento en paz.
Ya de retirada me llevo las manos, frías y ásperas, a la cara y aspiro su olor. Estoy en
casa.
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