Reseñas Villegas, Abelardo, Autognosis. El pensamiento mexicano

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Reseñas
Villegas, Abelardo,
Autognosis. El pensamiento mexicano en el siglo XX,
Instituto Panamericano de Geografía e Historia, México, 1985, 131 pp.
El viejo imperativo socrático del conócete a ti mismo, continúa hoy vigente tanto en el plano social
como en el individual. Es más, resultaría ingenuo pensar que el individuo puede conocerse a sí
mismo, sin antes reflexionar sobre el contexto, la circunstancia en la que se ha formado. Abelardo
Villegas en su texto; Autognosis, el pensamiento mexicano en el siglo XX, nos permite, al reflexionar sobre México, una vía de acceso al conocimiento del mexicano. En el prólogo de su libro dice:
“En el lapso de lo que va del siglo, los pensadores se ocuparon de una variedad de temas, pero
sobresale, como una verdadera obsesión, el tema de México. El imperativo de conocer a México se
advierte en la filosofía, en la literatura, en la sociología, etc.”
La obsesión sobre el tema de México a él mismo lo persigue. Díganlo si no sus obras. Desde
su primer libro sobre la Filosofía de lo mexicano, publicado por primera vez hace 25 años y en el
cual se advierten algunas de las cuestiones que cinco lustros después vuelve a retomar hasta la
incesante labor como director de tesis publicadas, sobre temas mexicanos, algunas de las cuales
ya son verdaderos clásicos.
Su más reciente libro es una reflexión crítica, no sólo sobre la sociedad mexicana
considerada como un todo, o mejor dicho, sobre la cultura mexicana, sino sobre varios de sus
componentes más representativos. No se limita al examen de los pensadores clásicos (Caso,
Vasconcelos, Lombardo, Ramos, etc.) sino que incorpora a otros circunscritos, hasta ahora, a la
discusión partidaria. Por otra parte, su análisis establece una relación entre los problemas sociales
y políticos con aquellos propios de la cultura y de la mentalidad.
El libro, en los capítulos que lo componen, nos ofrece múltiples enfoques, diversos ángulos,
que no es posible abarcar en un breve comentario. Sus diez capítulos proponen, en rápida visión,
los principales problemas que se plantean tanto a la sociedad global, como a grupos específicos de
intelectuales. El ordenamiento de los capítulos es cronológico: se inicia con el cientificismo y la
revolución y termina con la revolución universitaria. Es decir, contempla prácticamente 70 años de
pensamiento mexicano. Mexicano no sólo por el origen de sus pensadores, sino por el objeto de la
reflexión.
Es el conocimiento de México que los mexicanos tienen lo que, por una parte, le interesa
destacar a Villegas. Por otra parte, aborda incisivamente el compromiso del intelectual, el deber del
intelectual consigo mismo y con la sociedad en la que actúa. En el texto se presenta una cauda de
intelectuales que polemizan entre sí, y a veces consigo mismo, hasta dejar en el lector una
impresión profunda, un cauce hondo, huellas, como arrugas en la piel, difíciles de borrar, en las
que se advierte la vocación de un importante sector de la intelectualidad mexicana por la verdad.
Esta impresión contrasta con la hipotética máscara que todos los mexicanos usamos. o con la bien
practicada hipocresía, no sólo poblana, sino altiplánica, que ha permitido la observación de que esa
es la verdadera naturaleza del mexicano.
En las páginas de Autognosis México, a través de sus diversos intelectuales, es visto
simultáneamente como freno y acicate, como vergüenza y orgullo, como sede de opulencia y
miseria. México es considerado como impulso y caída, como regocijo y dolor. México es percibido
por sus intelectuales, como lugar luminoso y sombrío. Y los mexicanos son vistos por sus
intelectuales, como seres informes, como máscaras, como vacío ante el que debe de retrocederse
para evitar la caída, o como seres depositarios de las virtudes de varias razas. Este México,
nuestro, y estos mexicanos, nosotros, están presentados en el libro en el proceso de auto
conocerse, de autocriticarse, de auto maldecirse y de auto compadecerse. Sin embargo, en estas
actividades se advierte una tenacidad en la lucha por convertir al mexicano en un ser digno y a su
sociedad transformarla en justa.
La lectura del libro provoca la impresión de un conjunto de hombres que luchan por sus
ideas... no sólo luchan, mueren por ellas. La estrecha relación entre, para los académicos, teoría,
convicción para el hombre común, y la práctica es una constante que se mantiene por igual para
los personajes y movimientos, tanto de izquierda como de derecha, reseñados por el doctor
Villegas.
La concordancia entre pensamiento y acción es presentada no como necesidad de orden
lógico, sino como imperativo vital de subsistencia en una sociedad reacia a la autolimitación de los
privilegios.
No deja de sorprender, en las páginas del libro, el continuo tono que impone la violencia, ya
sea en el campo de la polémica, ya en el campo de la lucha política. El rigor con que polemizan
personajes de distintas tendencias ideológicas; la saña con la que se agreden miembros de una
misma tendencia, no es un punto menor cuando “dialogan” entre sí militantes de una misma causa,
tal como lo relata Villegas cuando aborda los casos de Rivera y Revueltas. Esta agresividad, sin
embargo, se ve muy disminuida, comparativamente hablando, cuando la contraparte del diálogo le
corresponde al gobierno, como quedó demostrado en los sucesos del 68 y que son comentados en
el capítulo final del libro.
El afán por recurrir al expediente de la fuerza no significa que no haya ideas; por el contrario,
indica la continua confrontación entre la sociedad tal como es y la sociedad que quisiéramos se
construyese.
Queda claro en el libro que el sector ayuno de ideas está representado, en el espectro
político, por la derecha, hábil sólo para renovarse en la apropiación del trabajo material e
intelectual. Pero en lo que respecta a crear un proyecto novedoso sólo se limita al balbuceante
sinarquismo que pide en vez de todos proletarios: ¡todos propietarios! pero que no señala los
mecanismos para lograr una sociedad en la que democracia política y democracia económica sean
un mismo proyecto.
En el capítulo VIII, el fin de la revolución, Abelardo Villegas, a mi juicio logra, en apretada
síntesis, mostrar cómo los caminos de la revolución mexicana se agotan sin posibilidad de
prolongación. Citando a Cosió Villegas y a Silva Herzog, reseña la etapa final de la crisis que
conduce, en palabras de don Jesús Silva Herzog, al fin de un ciclo histórico, un ciclo histórico.
Con este capítulo se da fin al estudio de las indudables y nobles aspiraciones de la
revolución mexicana que permitieron a muchos intelectuales la posibilidad de pensar en un México
digno y justo. El optimismo de la generación de Caso y Vasconcelos permitió ver al mexicano como
depositario de un porvenir que borrara las vergüenzas y las humillaciones seculares.
Las causas nobles, las causas justas, vistas en la etapa inicial de la revolución mexicana
como promesas que se cumplirían, permitían un doble discurso en el que se confundían la visión
del político y la del poeta. El discurso político se apropiaba, en ese momento, la visión de filósofos,
poetas y pintores que desbordaban optimismo. La aurora de la revolución iluminaba un mundo
hasta entonces gris. Recordemos como hablaba de la patria López Velarde:
Cuando nacemos, nos regalas notas,
después, un paraíso de compotas,
y luego te regalas toda entera,
suave Patria, alacena y pajarera
El contraste con la visión de Revueltas no puede ser más dramático: “Me tienen por un heterodoxo
del marxismo, pero en realidad no saben lo que soy: un fruto de México, país monstruoso al que
monstruosamente podríamos representar como un ser que tuviese al mismo tiempo forma de
caballo, de serpiente y de águila. Todo es entre nosotros contradicción.”
Salvadas las múltiples diferencias entre el poeta y el escritor, una cosa queda clara, México
no puede ser ya visto con el optimismo de los años iniciales de la revolución. El discurso oficial,
triunfalista, dogmático debe ceder su lugar a una expresión íntima, reposada, sincera.
La voz México que hace varias décadas tuvo sonidos placenteros, tiene ahora resonancias
dolorosas, que invitan a un compromiso que señale nuevos rumbos. No creo que Villegas haya
hecho de forma casual la cita de Novedad de la Patria, de López Velarde.
Dice Abelardo Villegas: “López Velarde quiere entusiasmo para las faenas de la patria. Lo
peor sería el desaliento, la abdicación, el abandono. Se nos necesita. No cometamos la atrocidad
de poner las sillas sobre la mesa e irnos.” Ante un alud de publicaciones, entrevistas, ceremonias,
destinadas a conmemorar el 75 aniversario de la revolución, el libro que nos ocupa opera a la
manera de anticlímax que nos recuerda una realidad diferente, sin maquillaje ni retórica. Realidad
que nos recuerda que el México en crisis conserva varias de las características del México bronco,
del México amargo que no puede ser ocultado con desplegados, ni con imágenes televisivas.
Considero que el mayor logro del libro Autognosis, no es el haber sintetizado y articulado
entre sí los problemas de México, sino el provocar en el lector un sentimiento de apropiación, de
recuperación de una parte de nosotros mismos que, por cotidiana, no valoramos de manera
suficiente.
A la manera de Fichte, en sus célebres Discursos a la nación alemana, que hablara en
alemán, para alemanes, de cosas alemanas, Abelardo Villegas mexicano, habla para mexicanos,
de cosas mexicanas. Un intento de esta naturaleza está condenado, en forma obligada, a la
polémica, ya que todos los lectores mexicanos nos sentimos con derecho a opinar sobre algo que,
por haberlo vivido de diversas maneras, lo sentimos como nuestro.
Es por esta razón que me permito señalar que el texto Autognosis está hecho desde la
perspectiva de un intelectual de la ciudad de México, de un intelectual universitario y más aún de
un miembro de la Facultad de Filosofía y Letras. Sus fuentes, sus comentarios, se orientan
siguiendo el norte citadino, profesoral, filosófico. Se advierte una notable ausencia: Gamio. Por otra
parte, los provincianos están marginados en la brillante exposición. Villegas, sin duda por la falta de
estudios sobre la vida cultural de provincia, no se ocupa de ellos, esperemos que en la segunda
edición se subsane esta deficiencia.
Ignacio Sosa
Aguilera Gómez, Manuel,
Jesús Silva Herzog,
México, CREA-Ed. Terra Nova, 1985,
Colección Grandes Maestros Mexicanos, 143 pp.
En el marco del Año Internacional de la Juventud y de los festejos para celebrar los 175 años de
Independencia y los 75 de Revolución, el Consejo Nacional de Recursos para la Atención de la
Juventud, conjuntamente con la editorial Térra Nova, inician la publicación de la serie “Grandes
Maestros Mexicanos”, en un esfuerzo por difundir la obra y el pensamiento de los principales
forjadores del México contemporáneo. Todos ellos mexicanos que se distinguieron tanto en la
política como en la pintura, en las letras como en la cátedra, rebasando nuestras fronteras para
destacar en el ámbito internacional y dar a conocer una imagen distinta de la del “México Bronco”.
Las obras de esta colección están preparadas, además, por distinguidos intelectuales, artistas y
profesores universitarios del México de hoy.
Manuel Aguilera Gómez, profesor universitario, economista, alumno y amigo de Don Jesús
Silva Herzog, preparó el volumen dedicado al recientemente fallecido maestro de muchas
generaciones y crítico inexorable del rumbo de la Revolución. El libro consta de dos partes. En la
primera, Aguilera Gómez nos da un bosquejo de la vida de Don Jesús Silva Herzog a través de los
principales acontecimientos de México en el siglo XX: desde las postrimerías del porfiriato hasta los
sucesos del ‘68. En la segunda, nos presenta una selección de la obra del maestro Silva Herzog,
formada por ensayos y discursos que reflejan los principales temas de su preocupación intelectual
y política.
En la primera parte, la vida de Don Jesús Silva Herzog se entrelaza con la vida del México
que nace al siglo XX. Más que una sucesión de hechos y anécdotas de la vida personal y cotidiana
del maestro, Aguilera Gómez nos muestra, a través de los principales acontecimientos que
arrancan con la Revolución Mexicana y que llegan al parteaguas que significó el movimiento de
1968, la opinión y visión de un mexicano comprometido con su país y su pueblo, crítico inconforme
con actos que desvirtuaban —y desvirtuaron— el sentido original de un movimiento que buscaba
terminar con siglos de abusos y opresión. A manera de presentación, Aguilera Gómez resume el
espíritu de Silva Herzog en la siguiente forma: “En estas páginas se narra la vida de un inconforme,
generoso en la amistad e intransigente en los principios. Su vida quedó inserta en la historia del
México contemporáneo, del México inconforme.”
En efecto, desde temprana edad se despertó en él la inconformidad frente a los hechos
injustos, que le acompañaría durante toda su vida, y que le permitió convertirse en crítico racional,
lúcido y constructivo de los principales acontecimientos que arrancan con la Revolución de 1910, y
del rumbo que ésta sigue con los gobiernos posrevolucionarios. Periodista, embajador de México
en Rusia, funcionario público bajo diversas administraciones, es a la vez actor y observador
profundo de los hechos y procesos que dieron forma al México de hoy. Como maestro universitario,
supo analizarlos, reflexionarlos, criticarlos y trasmitirlos, aunados a sus conocimientos y vasta
experiencia, a numerosas generaciones de economistas.
Desde el inicio de la Revolución hasta los sucesos de 1968, pasando por la convención de
Aguascalientes y la expropiación petrolera, Aguilera Gómez nos da una semblanza de la vida y
personalidad del maestro Silva Herzog, destacando su pensamiento y obra en cada uno de estos
momentos, convirtiéndose así en una obra que no es un mero recuento de anécdotas, sino un
ensayo que nos permite ver tanto al hombre como al país en el que se desarrolló.
En la segunda parte se recogen una serie de ensayos, artículos y conferencias con los
temas que, intelectual y políticamente, más interesaron al maestro Silva Herzog, y que fueron —y
siguen siendo— claves en la conformación del México del siglo XX. La Revolución, la reforma
agraria, el petróleo, la educación, el papel del economista son algunos de los tópicos
seleccionados en esta obra y que reflejan, claramente, el pensamiento del hombre de acción, la
acción del hombre de pensamiento; la inconformidad de un hombre en un país inconforme.
En síntesis, el lector podrá encontrar en esta obra tanto el perfil de un gran maestro
mexicano, Don Jesús Silva Herzog, como un breve pero sustancioso recorrido por la historia del
México contemporáneo.
José Arturo Souto Mantecón
Alien G. Debus,
El hombre y la naturaleza en el Renacimiento.
Traducción de Sergio Lugo Rendón.
México, Fondo de Cultura Económica, 1985, 285 pp.
(Col. Breviarios núm. 384.)
La bibliografía dedicada al Renacimiento abruma por numerosa y variada. Desde las obras de corte
general hasta las especializadas en aspectos muy concretos y limitados, su abundancia señala con
sin igual claridad la importancia de tal periodo en el desarrollo de nuestras culturas. En su extenso
catálogo, el FCE incluye varios títulos sobre época tan digna de examen, y sólo mencionemos lo
publicado de Kristeller, Yates y Maltby entre muchos más. Ahora, esta casa editorial agrega a ese
grupo de obras El hombre y la naturaleza en el Renacimiento, de Alien G. Debus, en una
traducción muy correcta de Sergio Lugo Rendón. Pertenece a la colección de Breviarios, y su
contenido queda expresado sin mayores problemas en el título, aunque conviene hacer la siguiente
precisión: se trata de “dirigirse preferentemente al efecto que tuvo el humanismo en las ciencias, a
la búsqueda de un nuevo método científico, y al diálogo constante entre los defensores de una
concepción mística y ocultista del mundo y quienes buscaban un nuevo enfoque para estudiar la
naturaleza basado en las matemáticas y la observación” (pp. 10-11).
Con base en tal propósito, Debus estructura su libro de una manera inteligente, que facilita al
lector seguir el hilo conceptual de lo expuesto. En otras palabras, hay un capítulo inicial expositivo,
en el cual sabremos las fechas precisas abarcadas por el libro: 1450-1650. La primera en razón
“del nuevo interés humanístico por los textos científicos y médicos de la Antigüedad” y la segunda
porque coincide “con los años que anteceden a la aceptación general de la ciencia mecanicista”
(ambas citas p. 16). Tendida esa base, viene una serie de etapas cuyo contenido preciso elabora
en detalle lo antes ofrecido en rasgos amplios. Se hablará de la química, de los animales, del
cuerpo humano, del universo, de la ciencia nueva y de la nueva filosofía. Se parte de lo antiguo y
queda el texto a las puertas mismas de la modernidad.
Agreguemos a todo lo anterior que el breviario presenta una útil, atractiva y a la vez curiosa
serie de grabados de época, en la cual nos es dable observar en imagen qué idea del mundo se
tenía entonces: el sistema de volcanes deducido por Kircher (1678), la lamia de Topsell (1607), la
planta de tabaco dibujada por Monardes (1577), el interesante frontispicio de Epítome (1496) y
muchísimos otros, cuya presencia complementa la información escrita.
Quizás la insistencia mayor del libro esté en dar su lugar al especio místico y en ocasiones
mágico le lo hecho a lo largo del Renacimiento. Suele tenerse de él la noción un tanto manida de
un tiempo regido por la razón, de un momento crucial en el cual las supersticiones —así las
llamamos hoy— quedaron atrás. No ocurrió del todo así. Esa magia fue ciencia, y no desapreció
por ensalmo de la noche a mañana, sino que perduró en las etapas sucesivas; llegada a la ciencia
y a la filosofía nuevas. Bien nos advierte Debus que “es en Kepler donde encongamos el mejor
ejemplo de la paradoja científica el Renacimiento —el excelente matemático cuya inspiración se
deriva de su creencia en las armonías místicas del universo. Esa mezcla embriagadora de
misticismo y matemáticas está muy lejos de la ciencia moderna, pero constituyó un ingrediente
esencial de su nacimiento” (p. 180). Incluso varias citas de Francis Bacon permiten ver en su obra,
sin exceptuar La nueva Atlántida, semejanzas notables con John Dee, mago supremo inglés y
figura impostergable del siglo XVI, según lo ha probado cabalmente Francés Yates (La filosofía
oculta en la época isabelina, 1982).
Asentada esa relación íntima entre misticismo y ciencia (lo hoy llamado magia como parte de
ésta), el libro atiende a los distintos aspectos de la cultura renacentista, pero dejando fuera la
literatura, puesto que la intención está en el examen del hombre y la naturaleza. Como es natural,
la alquimia y su paso a la química es la etapa de estudio inicial; ese tránsito es típico, y se lo
expone cuidadosamente en las otras actividades humanas. Se trata de ver la manera en la cual la
observación y la experimentación van dando fin a un conjunto de suposiciones erróneas, pero sin
que jamás llegue a cancelarse la noción de un universo armónico, guiado por la mano segura de la
Divinidad. No otra cosa parece afirmar Descartes al hablar de dos axiomas únicos: “Dios y la
realidad de la propia existencia” (p. 191). En relación con esto, se atiende a la pervivencia de otra
noción renacentista de primera importancia: la cadena del ser, sea en el paralelismo que se da
entre el microcosmos (el hombre) y el macrocosmos (el universo), sea en ver al mundo “como un
ser vivo —y ello en todos los niveles” (P- 74).
Ahora bien, aunque el libro de Debus es fascinante en sus distintos capítulos, sentimos
preferencia por aquel dedicado a tres de las figuras centrales del periodo —Bacon, Descartes,
Galileo— ya que en el estudio de ellas se quintaesencia la problemática anterior y la apertura a un
sentido nuevo de la naturaleza; asimismo, las páginas dedicadas a la literatura utopista permiten
un examen de la época a partir de lo que se creían sociedades perfectas. Esa imagen a futuro
propuesta por Bacon, Campanella y Andrea no es sino reflejo especular de las carencias sentidas
en el presente de esos escritores. Debus nos hace ver la importancia de tales especulaciones
sociales, al grado de que, aparte de otras influencias, gravitaron “en los grupos ingleses que fueron
antecesores de la Real Sociedad” (p. 217).
Así pues, El hombre y la naturaleza en el Renacimiento es un libro compacto, pero de
exposición clara y estilo sencillo, que entrega información abundante y bien organizada, haciéndolo
en el nivel del simple detalle (cuándo se tradujeron ciertos libros, quién lo hizo, cuánto pesaron en
la cultura donde aparecían, etc.); en el de presentar figuras de importancia central en el desarrollo
de la ciencia y la filosofía; en el de entrelazar la información en un todo coherente, en un panorama
utilísimo de varios aspectos del Renacimiento. Una bibliografía abundante y comentada, con el
apéndice de otra existente en español, redondea un libro de lectura no sólo enriquecedora sino
amena.
Federico Patán
W.W. Meissner.
The Paranoid Process,
Jason Aronson, New York, 1978,
872 pp.
Esta obra del distinguido profesor de la Universidad de Harvard, W.W. Meissner, es un libro notable
por varias razones.
En primer lugar, salta a la vista el carácter enciclopédico del trabajo que, en 872 páginas
escritas con elegancia a la vez que seriedad académica, enfrenta al lector con algunos de los
problemas humanos más dramáticos, y por ello mismo más difíciles de plantear y resolver racional
y científicamente. Meissner se muestra dotado de una penetración y una empatía difíciles de
igualar, pero no por eso deja de hablar al lector de igual a igual, sin darse tonos ni aires
pretenciosos, consciente de que el tema que está abordando es nuestra universal fragilidad
humana encubierta, más o menos, con corazas de petulancia y egoísmo bajo las cuales, sin
embargo, arden las heridas que tan dificultosamente aprendemos a sobrellevar.
La tesis central de Meissner es que los problemas de carácter paranoide constituyen un
proceso que va desde manifestaciones normales en todos los aspectos de la vida diaria, entre
otros digamos la educación, la política, la economía, hasta manifestaciones claramente patológicas
que requieren la atención del psicólogo y del médico.
Por otra parte, Meissner hace hincapié en el carácter determinante de la matriz familiar para
producir salud o enfermedad mental en los seres humanos. Dice él que siempre se encuentran
funcionando en la estructura familiar ciertos procesos básicos que reflejan el grado en el cual el yo
de los padres ha sido limitado en su crecimiento y que determinan la pauta o estilo de interacción
familiar, la cual, a su vez, contribuye al surgimiento de ciertos patrones de organización defensiva
en el hijo afectado por brotes de conducta paranoide (p. 204).
De lo anterior se deduce la importancia de una estructura familiar saludable que prevenga el
surgimiento de conductas patológicas en la inmensa variedad que éstas pueden tener. La
psiquiatría preventiva es en esencia educación de adultos y particularmente promoción de una vida
familiar saludable.
De particular significación en la obra de Meissner son los diez casos clínicos que presenta
para ilustrar sus tesis y ampliar su exposición teórica. Estas historias clínicas, escritas con
indudable maestría literaria y una notable capacidad de síntesis, permiten visualizar la génesis, el
desarrollo, y la acción terapéutica en cinco hombres y cinco mujeres que manifiestan una conducta
paranoide en grados de intensidad variable.
Al examinar estos diez casos se puede visualizar el proceso paranoide del individuo a la
familia, de la familia a la comunidad y de ésta a la sociedad en general. Es un proceso del que
ninguno de nosotros está exento, y el más afectado sería el que se atreviera a lanzar la primera
piedra.
Notorio en estos diez casos, sin embargo, es la mala relación que los pacientes han tenido
con el padre del mismo sexo. Este suele ser rechazador y distante cuando no definitivamente
humillante. No cabe duda de que una experiencia reiterada de humillación crea una herida
narcisista profunda que luego se intenta compensar mediante proyecciones de tipo paranoide.
Un narcisismo tiránico y en permanente estado de lucha es una de las manifestaciones más
notoria: de los casos paranoides. El enfermo se cree “especial”, “único”, digno de privilegios
exclusivos, o miembro de una raza de hombres superiores, o predestinado a salvar el mundo, todo
lo cual suena bastante familiar aun a quienes no se dedican profesionalmente a la psicopatología.
O el paciente se convence de que es objeto de atención particular de la CÍA
O
el FBI o alguna otra
policía secreta, y que las computadoras de los gobiernos más poderosos del mundo dedican
muchas horas de trabajo a ponderar cada uno de sus pensamientos. En fin, en su delirio el
paciente cree ser el centro de la atención del mundo, como quizá fue el centro de la atención de su
madre en los primeros meses de nacido. A la tiranía del narcisismo y a la agresión no neutralizada
dedica Meissner varios capítulos dignos de figurar entre los más distinguidos de la literatura
psicoanalítica.
The Paranoid Process de W.W. Meissner es un libro que merece leerse varias veces por
quien esté interesado en comprender la condición humana. Escrito con simpatía y aprecio, así
como con una peculiar generosidad de corazón, es un libro que dejará, estoy seguro, una huella
imborrable en quien se aboque a su lectura. Dejará también la certeza de que ha sostenido un
diálogo intensamente enriquecedor con un gran psicoanalista, un gran médico, y un gran maestro.
Edgar Llinás
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