Graffiti A cuestionar la rutina Escrito por Carlos Bedoya El punto esencial de la emancipación no es otro que el de cambiar la vida. La ciudad es un inmenso lienzo de ladrillo, frente a él, un sinnúmero de miradas se posan para dar brecha abierta a la imaginación, o a respirar un poco del aire fresco que surge cuando se rompe la rutina. El espacio por el que todos transitamos es un cuerpo que, sin la intervención de una mente invasora, sería tan solo una pieza más en la colección de nuestra rutina diaria. El graffiti, investido del poder que otorga el anonimato, se convierte en un escenario propicio para captar miradas desnudas de todo poder curricular. Miradas que distan de hallarse dentro de los muros de un museo, y que buscan la cercanía de donde su inspiración toma vida propia: ¡la calle! donde el arte debe sorprender, arrebatarnos de la rutina y sobre todo cuestionar la vida. Cientos de artistas plasman su arte de tal manera que no habrá viento que se pueda llevar las palabras escritas en sus mensajes, que cambian la rutina del común de los bogotanos por una pequeña sonrisa, un amargo trago de realidad, o un cuestionamiento de propia existencia, por esto y por muchos efímeros detalles que hacen especial esta clase de intervención urbana, me di a la tarea de cubrir este interesante arte. Todo ser humano es un artista y cada acción es una obra de arte. Esta frase expresada por Joseph Beuys, con su pensamiento anti-arte que proponía la abolición del museo y llevar el arte a todos esos lugares donde su público estaría; a llevar sus obras a deambular bajo la compañía de todos aquellos que usen el metro, o pasan largas noches en los bares, donde al lado de risas y burlas, se mezclarían con el diario vivir de quienes las observan, evolucionando y revelando la realidad de tal forma que la monotonía se convierte en la excusa que facilita la expresión del artista urbano. Estos graffitis que en sus comienzos habían tomado forma de firma para marcar territorio, sufrieron una especial metamorfosis, la cual los llevaría a una expresión artística única, y una honesta crítica política, y todo esto dentro de aquel lienzo cambiante de la ciudad (el lugar propicio para ser intervenido). Como un espacio no convencional para el arte, que ilumina la vida acartonada de artistas y escritores, el graffiti se ubica en lo cotidiano de todas aquellas personas que tal vez solo tengan en común el deambular por un mismo sector. La mirada crítica que le dio en sus comienzos aquellos matices únicos del pensamiento urbano, se constituiría en una importante propuesta que, para los años 50, consideraría la inclusión de esta nueva expresión como un acercamiento del mundo del arte a la vida cotidiana. En los años 60, el Fluxus, movimiento que gritó a las cuatro coordenadas citadinas que el arte no es mercancía y evidenciando su presencia en la vida cotidiana bajo la premisa ¨todo ser humano es un artista y cada acción una obra de arte¨, llevaría al graffiti a un esquema totalmente distinto de todo aquello que, en su momento, se consideraría como una obra de arte. Muchas propuestas de contrarreforma se han dando bajo los brazos de la expresión urbana, pero bajo esta misma premisa se creó su poder conceptual, el eterno cambio es aquel que le da fuerza a esta inmensa bola de nieve que coge cada vez más seguidores y audiencia. La explosión de matices bajo nuestro tricolor En Colombia las cosas no se quedaron quietas, la metástasis no fue controlable en nuestras ciudades tampoco. Se respondió a ese impulso indomable por dar nuestra opinión, lo cual también fue motor de todos nuestros artistas urbanos. En 1971 cuando una mirada sobre los personajes anónimos empezó a gestarse, Ciudad solar, en Cali, una espacio creado por Luis Ospina, Carlos Mayolo y Andrés Caicedo, daría el primer paso en Colombia dedicado a las expresiones urbanas, con sala de exposiciones, muestras teatrales, cine club, y laboratorio de fotografía, donde estos tres caleños vendrían a filmar más adelante trabajos como Cali de película, agarrando pueblo y Oiga, vea. En los 80’s de la mano de una revolución social, el performance vitrina, de María Teresa Hincapié seria un caso aislado en la capital colombiana, pero no se daría un paso a algo mas importante si no hasta que en la alcadía de Antanas Mockus con la política de Cultura Ciudadana, se dio paso a una mejor situación para el arte urbano en Bogotá. Para finales de esta década se daría un acontecimiento importante, el proyecto Arte para Bogotá, presentado por la galería Santafé y convocado por la Alcaldía Mayor de Bogotá que mostró el interés, de alrededor de 350 artistas, para realizar intervenciones urbanas, las cuales han provocado la necesidad por sustentar una política cultural capaz de fomentar un arte urbano que refleje distintos conceptos estéticos que coexisten con los citadinos. Pero estos no son datos al aire, son acontecimientos que al igual que las pinceladas de un artista dieron un matiz único e irrepetible en este mundo de expresiones urbanas; en Colombia se dio una importante explosión de ideas y conceptos artísticos que darían al graffiti colombiano una carga critica importante y que además ha procurado cada vez más y mejores espacios para que estos artistas expresen su especial forma de arte. La invasión artística que propone el graffiti a lo cotidiano, le lleva a tener un recorrido libre por las calles de la ciudad. El planteamiento se hace cada vez más poderoso en la ciudad colombiana, con una base critica honesta y un sinnúmero de motivos por los cuales protestar que le dan al gaffitero esa posibilidad de decir que “el punto esencial de la emancipación no es otro que el de cambiar la vida” así como lo proponían los situacionistas en su momento, los graffiteros colombianos se encaminan a dar brecha abierta a esa visión de vivir en un mundo cada vez mejor.