Ojos Turcos

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Ojos Turcos Eduardo Caccia “Mantequilla" escuché decir cuando era nińo, y la superstición se fijó en mi memoria como quien graba un archivo en la computadora. Caminaba por la calle, de la mano de mi mamá, cuando pasamos debajo de una escalera, seguramente alguien pintaba una fachada. Luego vino la explicación materna: pasar debajo de la escalera es de mala suerte, pero si uno pronuncia "mantequilla", la mala suerte se resbala. Entendí que existe la mala suerte y que la mantequilla también se unta en la calle. Las madres y las abuelas guardan conjuros y antídotos para su prole, que dosifican como quien reparte caramelos de un saco milagroso. La variedad es asombrosa, va del té de gordolobo hasta no dejar la bolsa en el suelo. El deseo de protección es tan antiguo como el hombre y cada cultura se ha encargado de crear sus propios talismanes. Hombres y mujeres por igual acumulan ritos y costumbres para alejar la mala suerte y atraer la fortuna. El instinto de supervivencia implica que uno pueda controlar su entorno, y para ello se hace lo necesario, como desaparecer el número 13 de los aviones y los hoteles. En un mundo globalizado, nada mejor que exportar prosperidad. Turquía ha creado algo así como la denominación de origen de la buena suerte. El nazar boncugu, ojo turco, abunda en la cultura de Turquía como instrumento de poder para alejar la envidia y atraer lo bueno. Contrario a lo que podría pensarse, el también llamado evil eye tiene sus raíces históricas desde la magia negra y la brujería, hasta el judaísmo y el islam. Es de vidrio para romperse cuando absorbe la envidia de otros. Para el catolicismo es considerado pagano, aun así miles de cristianos encomiendan su destino a un pedazo de vidrio hecho en China, influídos por las múltiples referencias bíblicas a luchar contra la envidia. Que yo sepa, ningún objeto católico esta destinado contra la envidia. Entré al Gran Bazar en Estambul (versión turca de La Lagunilla o el mercado de San Juan de Dios) y comprobé que los turcos no sólo venden el famoso talismán sino que realmente creen en él. Después de todo, arrastran esta costumbre de los Romanos y Griegos que ya representaban la figura del ojo como un símbolo protector. Muchos negocios turcos esperan prosperidad colgando ojos azules por doquier. Nuestro chofer, Cemal Abdulmecit, puso un ojo en la entrada del autobús, y me dijo que era para balancear el mundo entre ricos y pobres (evitar el conflicto de sentir envidia por no tener ciertos bienes). Los turcos despiden amabilidad y simpatía, dos de ellos me regalaron un ojo azul, sólo por preguntarles por su tradición protectora, casi un símbolo nacional. En Mexico hablamos del "mal de ojo", concedemos poder negativo a la mirada del otro, quizá sólo así se entiende que después de una mentada de madre, sigue en gravedad una mirada “ofensiva". "¿Qué me ves güey?" presupone que el ojo ajeno es dańino, y "me vio feo", es casi una declaración de guerra. Resulta natural protegernos contra la mirada del otro, esto explica que sea más fácil en un tianguis mexicano encontrar un ojo turco que huitlacoche. Pero, ¿por qué creemos en el poder de los objetos? La pregunta encierra una deformación y una clave. El hombre ha encontrado que el poder del pensamiento provoca la manifestación de aquello que se espera, de ahí que muchas prácticas espirituales se faciliten cuando en un objeto se concentran los pensamientos. Por investigaciones que he realizado sé que no hay objetos poderosos sino pensamientos poderosos sobre objetos, ya sea en el mundo fetichista o en el de la religión. Los "objetos de poder" son un decreto, individual y compartido, que requiere evidentemente de fe, cuanto más compartida, más poderoso. Es el significado que damos a las cosas y no las cosas mismas, lo que determina nuestro pensamiento y nuestra conducta. Este mecanismo es el mismo que opera para desarrollar una religión o el apego a una marca. Por una calle de Estambul divisé una escalera. En otro momento me hubiera cambiado de acera, esta vez no. El poder del ojo turco está en la mirada expresiva y el gran corazón de su gente. Nunca pude ver tanto a través de un ojo de vidrio. Si te gustó, escríbeme. Si no, también: [email protected]
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Eduardo Caccia ayuda a las empresas a innovar (vender más), a partir de entender el consciente y el
subconsciente del consumidor. Really?
Publicado en el periódico Mural, el 11 de Marzo de 2012.
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