Franceses, ingleses, españoles y argentinos

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Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
FRANCESES, INGLESES, ESPAÑOLES Y ARGENTINOS
Los primeros pobladores que se establecieron en suelo malvinense fueron franceses,
empeñados en resurgir el poderío colonial que su patria había perdido tras la firma del
Tratado de París en 1763, que puso fin a la Guerra de los Siete Años1.
Luis Antonio de Bougainville, navegante y diplomático de noble origen2, había logrado
convencer al ministro de Guerra y Marina de su país, el Duque de Choiseul, de armar
una expedición colonizadora con destino a los lejanos archipiélagos australes
descubiertos por los españoles en el siglo XVI. La misma zarpó del puerto de Saint
Maló el 8 de septiembre de 1763 y estaba compuesta por la corbeta “Le Sphinx” y la
fragata “L’Aigle”, que después de atravesar el océano y hacer una breve escala en
Montevideo, llegaron a las islas el 31 de enero del siguiente año.
El 2 de febrero, las embarcaciones fondearon en una bahía a la que primero bautizaron
“Francesa” y luego “Bahía del Este”, en la isla Soledad y allí desembarcaron para
comenzar a construir un fuerte y varios edificios durante todo el mes de marzo.
El asentamiento, fundado solemnemente el 5 de abril, llevó por nombre Puerto San Luis
y fue la primera población establecida en las islas Malvinas.
Por entonces, Gran Bretaña también planeaba colonizar aquel territorio estratégico que
constituía la llave del Estrecho de Magallanes, paso obligado entre los dos océanos pero
hasta el momento, no lo había hecho.
Dos años después de la llegada de los franceses, el 15 de enero de 1765, ancló en el
fondeadero natural conformado por las islas Gran Malvina, Vigía y Trinidad, la
expedición de John Byron (abuelo del célebre escritor), que bautizó a la región con el
nombre de Puerto Egmont.
Los británicos desembarcaron y tomaron posesión del archipiélago en nombre del rey
Jorge III de Inglaterra, llamándolo Falklands, pero al poco tiempo partieron sin dejar
ningún establecimiento permanente.
El 8 de enero del año siguiente hizo su arribo John McBride al mando de tres
embarcaciones trayendo, ahora sí, instrucciones de levantar un fuerte y establecer una
población permanente. Lo bautizó “George” en honor d su rey y antes de partir de
regreso a Gran Bretaña, dejó en el lugar una pequeña guarnición militar.
No pasó mucho tiempo hasta que España se percató de la presencia francesa, iniciando
de inmediato los reclamos correspondientes. Tras una serie de negociaciones, el
gobierno de Luis XV resolvió la evacuación de las islas reconociendo al mismo tiempo
la soberanía hispana, acordando el pago de una indemnización a Bougainville.
Recién entonces Madrid tomó conciencia de la relativa importancia de aquellas islas y
envió a su primer gobernador, el capitán de navío Felipe Ruiz Puente, quien, tomó
posesión de Puerto San Luis en una fecha más que significativa en esta historia, el 2 de
abril de 1767, rebautizándolo con el nombre de Puerto Soledad, población que, con el
correr de los años extendería su nombre al resto de la isla. Cambió también ría.
Llamándola Bahía Ascensión, la misma que los ingleses llamarían en un futuro
Berckeley Sound y tomó las medidas necesarias para dejar en el lugar una guarnición
permanente.
Ingleses y franceses habían convivido varios años ignorándose unos a otros, de ahí que
cuando los españoles se hicieron del control, desconocieran la presencia anglosajona en
la isla occidental. Recién el 28 de noviembre de aquel año tuvieron las primeras noticias
de su presencia cuando una nave hispana avistó un buque que enarbolaba la Union Jack
en el Estrecho de San Carlos, mientras navegaba hacia Puerto Egmont. De inmediato se
dio aviso a las autoridades y poco después el gobernador de Buenos Aires, don
Francisco de Paula Bucarelli y Ursúa, cumpliendo órdenes de la metrópoli, mandó al
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Alberto N. Manfredi (h)
capitán de navío Juan Ignacio Madariaga para que ubicase y expulsase a los intrusos,
ello según la directiva fechada el 26 de marzo de 1770.
Madariaga despachó en primer lugar al capitán Fernando Rubalcava que fue quien ubicó
al poblado y regresó para dar aviso a su superior informando, además, que había una
embarcación fondeada en la misma.
Madariaga zarpó el 11 de marzo al frente de una escuadra integrada por cuatro fragatas,
un bergantín y un chambequín que transportaba un total de 1400 hombres y 130
cañones. Llegó al lugar el 3 de junio y ese mismo día envió un mensaje a los ingleses
ordenándoles el inmediato abandono de la región. El emisario que envió ante las
autoridades británicas regresó con una negativa de ahí su decisión de desalojar a la
población por medio de la fuerza.
Lo primero que hizo fue cañonear los edificios y la nave anclada y a continuación
ordenó el desembarco de sus tropas. La resistencia británica fue solo simbólica ya que
se limitó a unos pocos disparos de fusil previos al apresurado izado de la bandera
blanca.
Los españoles (entre quienes se hallaban tropas porteñas y montevideanas), entraron en
Puerto Egmont sin sufrir ni producir bajas y poco después, supervisaban la evacuación
de la colonia al tiempo que Ruiz Puente iniciaba su mandato como gobernador. La
presencia española se hacía efectiva3.
Al igual que las colonias africanas de Guinea Ecuatorial y Carmen de Patagones, el
archipiélago pasó a depender del Apostadero Naval de Montevideo, que tuvo a su cargo
su aprovisionamiento una vez al año, durante el verano.
Una fragata de guerra y otras embarcaciones menores, fueron las encargadas de llevar y
traer durante cuarenta y un años provisiones, herramientas, utensilios y alimentos a los
nuevos residentes así como también los relevos y el correo. Lo que los españoles
ignoraban era que antes de retirarse, los ingleses habían dejado una placa en la que
daban cuenta que ellos habían llegado primero y que, por consiguiente, aquellas tierras
pertenecían a la corona británica, dejando con ello un importante precedente,
fundamental a la hora de los reclamos. Por supuesto que mientras duró la ocupación
hispana, ningún inglés volvió a aparecer por esas latitudes ni a efectuar ningún tipo de
reivindicación.
El dominio español se prolongó desde el 11 de marzo de 1770 hasta el 13 de febrero de
1811, sucediéndose en ese lapso veinte gobernadores en treinta y dos períodos, quienes
dependían directamente de las autoridades de Montevideo, sujetas primeramente al
gobernador de Buenos Aires y luego a los virreyes del Río de la Plata.
Los veinte gobernadores españoles que sucedieron a Ruiz Puente en el gobierno de las
Malvinas fueron:
Domingo Chauri (1773-1774)
Francisco Gil de Lemos y Tabeada (1774-1777)
Ramón de Carassa y Souza (1777-1779)
Salvador de Medina y Juan (1779-1781)
Jacinto Mariano del Carmen Altolaguirre (1781-1783)
Fulgencio D. Montemayor (1783-1784)
Agustín de Figueroa (1784-1785)
Ramón de Clairac y Villalonga (1785-1786)
Pedro de Mesa y Castro (1786-1787)
Ramón de Clairac y Villalonga (1787-1788) – segundo período –
Pedro de Mesa y Castro (1788-1789) – segundo período –
Ramón de Clairac y Villalonga (1789-1790) – tercer período –
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Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
Juan José de Elizalde y Ustaritz (1790-1791)
Pedro Pablo Sanguinetto (1791-1792)
Juan José de Elizalde y Ustaritz (1792-1793) – segundo período –
Pedro Pablo Sanguinetto (1793-1794) – segundo período –
José de Aldana y Ortega (1794-1795)
Pedro Pablo Sanguinetto (1795-1796) – tercer período –
José de Aldana y Orteada (1796-1797) – segundo período –
Luis Medina y Torres (1797-1798)
Francisco Javier de Viana y Alzaibar (1798-1799)
Luis Medina y Torres (1799-1800) – segundo período –
Francisco Javier de Viana y Alzaibar (1800-1801) – segundo período –
Ramón Fernández y Villegas (1801-1802)
Bernardo de Bonavía (1802-1803)
Antonio Leal de Ibarra y Oxinando (1803-1804)
Bernardo de Bonavía (1804-1805) – segundo período –
Antonio Leal de Ibarra y Oxinando (1805-1806) – segundo período –
Bernardo de Bonavía (1806-1808) – tercer período –
Gerardo Bordás (1808-1810)
Pablo Guillén Martínez (1810-1811)
Veinte gobernadores, según se ha dicho, todos ellos pertenecientes a la Real Armada
Española a excepción de Domingo Chauri y Gerardo Bordás, el primero capitán de
Infantería del ejército de Buenos Aires y el segundo piloto civil, incorporado
posteriormente a la Armada. De todos ellos dos eran criollos, Altolaguirre4, nacido en
Buenos Aires el 15 de julio de 1754 y Viana y Alzaibar5, natural de Montevideo, ciudad
en la que vino al mundo el 3 de diciembre de 1764.
Durante el dominio español, los pobladores del archipiélago se dedicaron especialmente
a la cría de ganado vacuno, ovino y equino y a la caza de focas y lobos marinos, lo que
les daba para vivir y hasta redituaba beneficios. Se construyó además un presidio y se
mejoró notablemente el aspecto edilicio de la colonia que contaba con dos casas de
piedra destinadas al gobernador y al capitán de puerto, un hospital, cuatro casas para
oficiales, una capilla, un cuartel de marinería, otro destinado a la tropa, un muelle, un
horno de ladrillos, carpintería, herrería, dos almacenes (uno de ellos de piedra), un
arsenal y edificaciones menores, la mayoría, casas de madera. El pueblo contaba para su
defensa con tres baterías, denominadas “San Carlos”, integrada por cuatro cañones de a
ocho y dos de a seis, “Santiago” con cuatro cañones de a veinticuatro y “San Felipe”
con tres cañones de a ocho. Había también cuatro cañones pedreros de a tres y un
arsenal formado por 49 fusiles, 19 pistolas y 83 chuzas.
Hacia 1789 pasó por las islas la célebre expedición científica de Alejandro Malaspina
quien efectuó importantes estudios y mediciones en las regiones australes por encargo
del gobierno de Madrid.
Pablo Guillén fue el último gobernador español. Durante su gestión, se produjo el
alzamiento de mayo y la guerra que la Junta de Buenos Aires desencadenó contra el
Virreinato del Río de la Plata, bajo cuya jurisdicción se encontraban las Malvinas.
El 8 de enero de 1811, el virrey Elío trató con sus ministros la cuestión de las islas y
después de un prolongado debate, decidió traer de regreso a su dotación con el objeto de
reforzar la guarnición de Montevideo, ciudad en la que las autoridades españolas habían
fijado su capital.
Dos buques partieron del apostadero y a mediados de febrero llegaron a Malvinas.
Estuvieron allí hasta el día 19, cuando terminaron de embarcar a los cuarenta habitantes
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Alberto N. Manfredi (h)
que allí vivían, entre civiles y militares, soltando previamente el ganado, cerrando todos
los edificios y dejando una placa con el escudo de armas de la Corona, que decía que
aquel territorio pertenecía al rey de España.
Durante la década siguiente, las islas permanecieron abandonadas sin que el gobierno
porteño se interesase por ellas. La única presencia en esos años fue la de cazadores de
ballenas y lobos marinos de diversas nacionalidades, quienes desembarcaban
temporariamente en sus costas para faenar, reparar sus naves y hacer de aquellas tierras
su base de operaciones.
Por entonces, el incipiente gobierno argentino se hallaba ocupado en asuntos más
complejos, el principal, la guerra de la independencia contra España, que abarcó un
extenso período de catorce años ininterrumpidos, ello mientras enfrentaba problemas
tales como la organización de sus instituciones, las sangrientas guerras civiles y luchas
contra países vecinos.
A fines de octubre de 1819 Buenos Aires extendió una patente de corso al marino
norteamericano David Jewett quien, tras un prolongado y accidentado periplo, fondeó
en la Bahía Anunciación (Isla Soledad) y desembarcó en la antigua colonia española
abandonada, donde el 10 de junio izó la bandera celeste y blanca y tomó posesión del
archipiélago. Era grumete de aquella expedición un muchacho casi niño, nacido en
Carmen de Patagones que, andando el tiempo, habría de destacar como intrépido
navegante de los mares del sur, Luis Piedrabuena6.
Jewett fue la primera autoridad argentina de las islas Malvinas, sucedido en mayo de
1821 por el marino Guillermo Mason7, quien entregó el mando al capitán de milicias
Pablo Areguatí el 2 de febrero de 18248. Hasta entonces, loberos norteamericanos,
ingleses y porteños actuaban en la región con absoluta impunidad.
A decir verdad, con la dominación argentina dio comienzo el período más agitado y
turbulento de la historia del archipiélago. Es cuando entra en escena Luis Vernet,
empresario alemán nacido en Hamburgo en 1791, que a la edad de 14 años se radicó en
los Estados Unidos donde, andando el tiempo, terminó por convertirse en un próspero
comerciante.
En 1817 Vernet se estableció en Buenos Aires y dos años después, se casó con la
uruguaya María Sáez. Para entonces, se había relacionado con el terrateniente porteño
Jorge Pacheco y con él formó una sociedad con la que adquirió los derechos para iniciar
la explotación del archipiélago malvinense.
Vernet se embarcó en 1826, a bordo del “Alerta”, llevando entre sus papeles el
nombramiento de gobernador de los territorios australes y a un grupo de gauchos
escondido en sus bodegas, a los que había contratado como peones en la campiña
bonaerense y la Banda Oriental.
La nave zarpó en plena guerra con el Brasil y después de burlar el bloqueo impuesto por
la flota carioca, llegó a la ría de Bahía Blanca donde fondeó a pedido de Vernet para
capturar caballos ya que los 200 de su propiedad que tenía en Carmen de Patagones no
iban a poder ser embarcados a causa del conflicto.
En esos días, los indios señoreaban en aquellos parajes agrestes donde la autoridad de
Buenos Aires era nula y por esa razón, el alemán debió pactar con ellos para que sus
peones, gauchos conocedores del desierto todos, pudiesen cabalgar hasta Río Negro
para enlazar 50 equinos.
La expedición llegó a las islas en el mes de junio, después de perder dos tercios de sus
cabalgaduras. Para colmo de males, al ver aquel paraje inhóspito y de clima helado, los
gauchos se negaron a desembarcar, razón por la cual, Vernet debió convencerlos con
promesas y concesiones.
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Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
Lo primero que se dispuso el flamante gobernador fue una expedición de
reconocimiento hacia el interior de la Isla Soledad, primero hacia el oeste y luego hacia
el sur. Partió encabezando a un grupo de peones y al regresar a fines de junio, se
encontró con un principio de motín que le costó mucho sofocar, lo mismo otro que se
produjo al mes siguiente, sin mayores consecuencias.
A fines de 1826 Vernet solicitó a Buenos Aires todas las tierras malvinenses que no
estuvieran incluidas en el contrato que había firmado con Pacheco y las autoridades
nacionales, incluyendo la Isla de los Estados, con el objeto de fundar una colonia. La
solicitud encontró eco y en agosto de 1828 sus naves “Fiburtina” y “Combine” zarparon
de Carmen de Patagones llevando en sus bodegas todo tipo de mercaderías, incluyendo
una treintena de esclavos negros de ambos sexos en la primera y ganado equino en la
segunda.
La colonia alcanzaría una notable prosperidad basada principalmente en la actividad
agrícola y ganadera, con la cría de vacunos, ovinos y equinos además de la pesca, la
caza de focas y lobos marinos. El 10 de junio de ese mismo año el gobernador Martín
Rodríguez firmó un decreto designando a Vernet comandante militar de las islas
Malvinas y sus adyacencias, lo que impulsó a aquel a favorecer la inmigración de
colonos ingleses y alemanes quienes, en número de veintitrés, llegaron al archipiélago a
bordo del “Betsy”, buque en el que también hizo su arribo su familia. Su hija menor
nacería en Puerto Soledad y sería bautizada con el nombre de Malvina.
Entre los principales personajes de aquella incipiente aunque próspera colonia
destacaban Mateo Brisbane y Guillermo Dickson, súbditos británicos y el capataz Juan
Simón, judío francés, de quienes volveremos a hacer mención más adelante.
Se calcula que cuando Vernet fue gobernador había en las islas 40.000 cabezas de
ganado vacuno y gran cantidad de caballos salvajes, sin contar las ovejas que triplicaban
esas cifras.
Pese a las protestas británicas al respecto, Vernet prohibió la pesca en aguas de su
jurisdicción intentando así controlar la depredación que se ejercía en ellas y practicar al
mismo tiempo su propio monopolio. El general Julian Thompson, en su libro No Picnic,
dice que el comandante militar actuó tontamente al impedir esa actividad. Tal vez algo
de razón tenga pero sería bueno saber cual habría sido su actitud en aquellas
circunstancias y como habría defendido sus intereses después de desembolsar las
considerables sumas que el alemán invirtió.
Lo cierto es que aquellas aguas se hallaban realmente infestadas de filibusteros de las
más variadas nacionalidades, cazadores de focas y lobos marinos todos, la mayoría
norteamericanos, ingleses, franceses e incluso, según se ha dicho, buen número de
bonaerenses, quienes actuaban con total impunidad, sin sujetarse a ninguna legislación.
Justamente en agosto de 1831 arribaron a Puerto soledad tres goletas norteamericanas,
la “Harriet”, la “Superior” y la “Breakwater”, esta última comandada por Daniel Carew,
a la que el día 18 Vernet ordenó detener por haber reincidido en el delito de caza sin
autorización.
Brisbane, con cinco hombres armados, abordó el buque y ordenó bajar su cargamento,
sin embargo, el 21 de agosto Carew escapó y tras ganar el océano, enfiló directamente a
los Estados Unidos donde, ni bien echó pie a tierra, se apresuró a informar lo que había
acontecido. Un hecho similar tuvo lugar con la “Breakwater” del capitán Gilbert
Davison, que fue apresada y conducida a Puerto Soledad y de allí a Buenos Aires, con
Vernet y Esteban Congar a bordo de la “Superior”.
En la capital del Plata, Davison se encaminó al consulado norteamericano y expuso sus
quejas, acusando a los argentinos de robo y malos tratos. Eso motivó una enérgica
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Alberto N. Manfredi (h)
protesta de Washington pero la cosa no terminó allí. Davison embarcó en la
“Lexington”, nave estadounidense que al mando del capitán Silas Duncan había llegado
y partió el 9 de diciembre de 1830. Llegó al archipiélago el día 28 y a poco de
desembarcar, mandó apresar a Brisbane, Dickson y Enrique Metcalí, este último
representante de Vernet en tanto durase su ausencia. Acto seguido, los norteamericanos
saquearon la población, apoderándose de todas las pieles de focas y lobos marinos que
había en los depósitos, apresaron a 25 pobladores a los que se sometió a interrogatorio
acusándolos de piratería y se retiraron rumbo a Buenos Aires, llevándose consigo
algunos colonos.
Aquello no significó en absoluto la ruina de la colonia ni mucho menos pero constituyó
una significativa afrenta al honor nacional. Por esa razón, algo tardíamente (10 de
septiembre de 1832), el gobierno argentino designó a un nuevo comandante militar, el
sargento mayor de artillería Francisco Mestivier, quien llegó a Puerto Soledad en
compañía de su esposa, Gertrudis Sánchez, a bordo de la goleta “Sarandi”, veterana
embarcación del Almirante Brown, comandada por experimentado marino porteño José
María Pinedo. Con ellos venía un pelotón de 25 soldados al mando del ayudante mayor
José Gomila y algunas personas más.
A poco de establecerse la nueva autoridad y hallándose la “Sarandi” explorando los
alrededores, se produjo en Puerto Soledad un sangriento motín que tuvo por
protagonista a la soldadesca de Buenos Aires. Siete hombres al mando de Manuel Sáenz
Valiente, un sargento de raza negra, que revistaba en el regimiento de Patricios,
encargado del armamento, asesinaron a tiros y bayonetazos a Mestivier frente a su
esposa que acababa de dar a luz. También mataron al despensero Gregorio Sánchez, a
su mujer y al hijo recién nacido de Mestivier (delante de su madre) y después de
apoderarse de los caballos, saquearon las despensas y ganaron el interior. Por su parte
Gomila, incapaz de controlar la situación, abusó de la esposa de Mestivier y se instaló
en su residencia, humillándola públicamente.
La banda de malhechores sembró el terror a lo largo de la isla Soledad, hecho que
obligó a Juan Simón a organizar una partida de gauchos para ir en su busca, uniéndose a
la misma marinos franceses de la fragata “Jean Jacques” allí anclada.
La redada llevó varios días hasta que los amotinados fueron hechos prisioneros y
encerrados en la fragata británica “Rapid”, que acababa de llegar. Gomila, en tanto,
quedó detenido en la prisión local y una vez reestablecido el orden, se lo remitió a
Buenos Aires junto al resto de los detenidos, para ser sometidos a juicio. Fueron
hallados culpables y condenados a la horca, sentencia que se llevó a cabo en el Campo
de Marte (hoy Plaza San Martín), frente a la población, después de amputársele la mano
derecha a Sáenz Valiente por haber sido el autor material de los asesinatos.
Llegamos así a los días de la usurpación británica.
El 2 de enero de 1833 las fragatas “Clío” y “Tyne” irrumpieron en Bahía Anunciación y
su comandante, el capitán J. J. Onslow, mandó decir a la población que debían
someterse a la corona de Inglaterra o abandonar inmediatamente las islas, ya que
retomaba su posesión en nombre del rey de Inglaterra.
Enterado de la exigencia, Pinedo presentó una enérgica protesta al oficial británico,
mientras ordenaba a la guarnición local prepararse para combatir (Gomila fue liberado
para incorporarlo a la lucha). Sin embargo, sorpresivamente, tras una segunda amenaza
de bombardeo por parte de la “Clío”, embarcó a un grupo de colonos en la “Sarandí” y
se marchó sin siquiera intentar una resistencia simbólica, tal como lo habían hecho los
ingleses frente a los españoles en 1770.
El 3 de enero Onslow desembarcó y al son de los redoblantes, izó la enseña británica,
regresando a su país el 14 del mismo mes. El 21 hizo lo propio la “Tyne” mientras
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Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
Dickson, irlandés o escocés, algo que no está completamente clarificado, quedaba a
cargo del establecimiento y del cuidado de la bandera como autoridad británica,
designada por el mismo Onslow. También se quedaron Dickson, Brisbane, Juan Simón
y varios colonos, quienes parecieron aceptar el dominio inglés sin demasiados
inconvenientes.
La vida siguió su curso sin mayores sobresaltos, con los días transcurriendo en la más
absoluta calma, cuando se produjo una segunda rebelión que no solo revivió sino que
incluso superó en horrores a la de Sáenz Valiente y sus secuaces.
Todo comenzó una tarde, a raíz de la negativa de Juan Simón de abonarles a los peones
que allí trabajaban, dinero en efectivo y en lugar de ello, hacerlo con vales, tal como se
acostumbraba entonces. El grupo de trabajadores, encabezado por Antonio Rivero,
gaucho de origen entrerriano, se alzó en armas y asesinó brutalmente a varios
pobladores, entre ellos Juan Simón, el inglés Mateo Brisbane, Dickson, el español
Ventura Pazos y el alemán Antonio Wagner (o Vehingar).
Los forajidos no eran muchos, apenas ocho, además de su jefe, los bonaerenses Juan
Brasido y José María Luna y cinco indios de apellido González, Godoy, Flores, Salazar
y Latorre, quienes sembraron el terror en la Isla Soledad, forzando a los colonos a
refugiarse en un islote cercano junto a un grupo de loberos.
Las fantasías de ciertos sectores nacionalistas argentinos ha querido ver en aquellos
hechos un intento de resistencia a la ocupación británica, en una palabra, una gesta
patriótica llevada a cabo por un grupo de gauchos e indios que por amor a la patria,
decidieron hacerle frente al atropello anglosajón. Nada más lejos de la realidad ya que
lejos de un alzamiento reivindicatorio, Rivero y su banda fueron una simple gavilla de
asesinos que solo buscaba el lucro personal. A lo sumo, puede decirse, que se trató de
un acto de venganza por una cuestión de paga, pero nada más.
Y es que, a falta de un hecho concreto, revisionistas, nacionalistas y han sostenido con
vehemencia que los asesinatos fueron producto de un combate en defensa de la
soberanía argentina fabulando con que Rivero arrió el pabellón británico para izar en su
lugar el argentino, lo que es completamente falso.
Aterrorizados vivieron los pobladores de las Malvinas hasta que la corbeta “Rapid”
llegó en su auxilio. Con los colonos y pescadores que se habían refugiado en el islote,
los tripulantes de la embarcación conformaron un grupo armado y se encaminaron al
interior de la isla en busca de los vándalos que, a esa altura, habían dado muerte a uno
de los suyos, el gaucho Brasido.
Los hombres de Rivero fueron cayendo de a poco, siendo su jefe el último en hacerlo.
Una vez reducidos, fueron engrillados, conducidos hasta la “Rapid” a punta de fusil y al
cabo de un par de días, enviados a Inglaterra para ser sometidos a juicio. Mucho
impresionó en la capital británica la llegada de aquellos andrajosos y su feroz aspecto
hecho que, incluso, fue comentado por la prensa.
Resultó que, al cabo de un tiempo, los jueces se declararon incompetentes y por esa
razón, decidieron devolver los reos a su tierra. De esa manera, fueron reembarcados y
sin despojarlos de sus grillos, se los remitió de regreso al Río de la Plata, más
precisamente a Montevideo, donde la historia pierde su rastro.
Así comenzó el dominio británico sobre las islas Malvinas y así finalizó el argentino.
Años después, los ingleses fundaron Puerto Stanley y con el paso del tiempo,
comenzaron a llegar nuevos pobladores que en 1869 ascendían a 600 habitantes
permanentes.
En 1850 estuvo en las islas el mencionado Luis Piedrabuena transportando un grupo de
ovejas desde Santa Cruz. Siete años después hizo lo propio, a bordo de su velero
“Daniel”, Augusto Lasserre9, fundador de los destacamentos navales de la Isla de los
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Alberto N. Manfredi (h)
Estados y de la ciudad de Ushuaia, quien regresó a Stanley en 1869 como comisionado
de la Asociación de Seguros de la Marina Italiana para investigar un siniestro naval.
En 1870, cuando era gobernador el coronel A. K. D’Arcy, visitó las islas el Príncipe de
Edimburgo y en 1883 Carlos Moyano, gobernador de Santa Cruz, llegó al archipiélago
transportando un nuevo contingente de ovejas, resultando de ese viaje su matrimonio
con la malvinense Ethel Thurner, con quien regresó al continente llevando un grupo de
colonos.
Los de Piedra Buena, Lasserre y Moyano fueron los únicos actos de presencia
argentinos en las Malvinas en muchos años. Durante todo el siglo XIX, las islas solo
recibirían visitas de origen británico, entre ellas la de Fitz Roy en 1830 y la de Charles
Darwin en 1833 y 1834, cuando sus prolongados viajes por la Patagonia y otras
regiones australes de nuestra patria.
En 1845 un comerciante inglés que residía en Montevideo, Samuel Fisher Lafone,
solicitó a la corona tierras en el archipiélago, más precisamente en la Isla Soledad, para
dedicarse a la cría de ganado vacuno. Se le concedieron 200 leguas al sur del istmo del
Seno Choiseul, que explotó hasta 1851, cuando vendió sus acciones a una empresa
londinense que daría forma a la Falklands Island Company, sociedad que explotaría los
intereses del archipiélago hasta el presente.
Dueña y señora de la mayor parte de sus tierras, ganados y propiedades, la sociedad de
transformaría en la principal fuente de trabajos de las islas y daría impulso a la cría de
ganado lanar, cuyo auge comenzaría a partir de 1865.
En 1853 tuvo lugar un pequeño conflicto entre el gobernador George Rennie y loberos
norteamericanos en una de cuyas embarcaciones, el “Consul Smiley” era oficial el
todavía joven Luis Piedrabuena.
Más o menos por esa época, la Sociedad Misionera de la Iglesia Anglicana se instaló en
la isla Kappel, trayendo indios de Tierra del Fuego a bordo de varias naves, sumándose
a ellos y a los católicos, poco después, otras religiones como la luterana y la
presbiteriana.
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Malvinas. Guerra en el Atlántico Sur
Referencias
1
Conflicto que tuvo lugar entre 1754 y 1763 por el control de Silesia, América del Norte y la India, en el
que se enfrentaron Francia, Austria, España, Rusia, Sajonia, las Dos Sicilias, el Piamonte y Suecia contra
Gran Bretaña, Prusia, Portugal y los reinos de Hanover, Brunswick y Hesse-Kassel. Francia debió ceder a
Inglaterra Canadá, Senegal, Luisiana, Dominica, Granada, Trinidad y Tobago y Bengala y a España los
territorios de Lousiana al oeste del río Mississippi y la isla de Menorca que ocupaba desde 1708. A
cambio de ello, recibió de Inglaterra Guadalupe y Martinica y una concesión para la pesca libre en la isla
de Terranova.
2
Explorador y navegante francés nacido en París el 11 de noviembre de 1729, primero de esa
nacionalidad en dar la vuelta al mundo; combatió contra los ingleses en Quèbec y el río San Lorenzo,
exploró los archipiélagos de Thaití, Samoa, Nuevas Hébridas, Salomón y Molucas y luchó en la guerra de
independencia de los Estados Unidos. Arrestado por Robespierre, fue liberado tras la muerte de aquel.
Napoleón lo nombró senador, Gran Oficial de la Legión de Honor (1804) y Conde del Imperio (1808).
Publicó la historia de su viaje alrededor del mundo y fue miembro de la Academia Francesa de Ciencias.
3
España jamás había ocupado las islas.
4
Hijo del español Martín de Altolaguirre y la porteña Josefa Pando, importante familia de la capital del
virreinato, había combatido en el norte de África.
5
Hijo de José Joaquín de Viana, gobernador de aquella plaza y Francisca de Alzaibar, españoles ambos.
6
Marino argentino nacido en Carmen de Patagones el 24 de agosto de 1833, exploró por su cuenta los
mares el sur alcanzando incluso, el continente antártico. Llevó a cabo heroicos rescates, estableciendo
factorías balleneras y recorriendo territorios en los que jamás había puesto un pie el hombre blanco. En
1862 fundó el pequeño refugio de San Juan de Salvamento en el que izó por primera vez la enseña
argentina.
7
Marino británico al servicio de Buenos Aires, combatió en la guerra contra el imperio del Brasil y las
contiendas civiles.
8
Indio guaraní nacido en la reducción de San Miguel Arcángel, provincia de Misiones (hoy Río Grande
do Sul), fue ascendido a capitán de milicias en 1814 por el director supremo Gervasio Posadas. Gobernó
las Malvinas hasta el mes de agosto de 1824.
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Marino argentino nacido en 1826, según algunas fuentes en Montevideo y otras en Buenos Aires. Se lo
considera el fundador de Ushuaia pese a que su verdadero origen es la misión anglicana establecida por
Waite Hockin Stirling el 18 de enero de 1864, con conocimiento del gobierno de Chile.
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