LLEGAR A la PERFECCIÓN EN CUALQUIER ESTADO DE

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“LLEGAR A la PERFECCIÓN EN CUALQUIER ESTADO DE VIDA “<EE.135>
La espiritualidad ignaciana al alcance de los laicos
María Clara Lucchetti Bingemer
Reunidos en ese Centro de formación de laicos que no por acaso se llama a Loyola y que
tiene como sello y marca registrada los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, somos llamados en
esta noche a reflexionar juntos sobre hasta que punto esos Ejercicios pueden y deben ser propuestos en su
integralidad y en toda su radicalidad a los laicos y laicas que tienen adentro de sí el deseo ardiente de la
experiencia que ellos significan.
Si los Ejercicios de San Ignacio proponen un camino “para llegar a la perfección “, y si
tradicionalmente en la Iglesia, los que escogen un estado de vida que puede llevarlos hacia esa perfección,
por el seguimiento de los consejos evangélicos, son los religiosos, veamos cual era la intención de San
Ignacio al proponer sus Ejercicios como proceso pedagógico-espiritual que podría “ayudar las almas”. Pero
antes de más nada, veamos lo que entendemos por “perfección”y, más aún, qué San Ignacio entiende por eso.
El diccionario ayuda nuestra investigación y nuestra ponderación para poder entender en
qué consiste - al menos en la comprensión moderna que tenemos hoy - la palabra perfección. El Verbete
perfección[Del lat. perfectione.], según él, tiene varios significados, cuales sean:
1. El conjunto de todas las calidades; la ausencia de cualesquiera defectos:
2. El máximo de excelencia a que una cosa puede llegar; primor, corrección:
3. El mayor grado de bondad o virtud a que puede alguien llegar; pureza:
4. El más alto grado de belleza a que puede llegar alguien o algo:
5. Ejecución sin fallos, perfecta:
6. Precisión (5).
7. Requinte, aprieto, esmero:
8. Maestría, pericia:
Por otro lado, el adjetivo que corresponde al sustantivo perfección, cual sea, perfecto,[Del
lat. perfectu, 'hecho hasta el fin', 'acabado, terminado'.]recibe las siguientes definiciones y significados:
1. Que reúne todas las calidades concebibles:
2. Que alcanzó el más alto grado en una escala de valores; incomparable, único, sin-par:
3. Que corresponde precisamente a un concepto o calidad ideal:
4. Óptimo, excelente, intachable:
5. Ejecutado o fabricado de la mejor manera posible; sin defecto; primoroso, impecable:
6. Que no deja margen a dudas; cabal, riguroso:
7. Completo, total, acabado, rematado, perficiente:
8. Gram. se dice de tiempo verbal que exprime acción o estado ya pasado con relación la cierta época.
Si vamos a buscar en la vida y obra de San Ignacio, vamos a ver que la perfección y su
vivencia es uno de sus más intensos y constantes deseos. No solo él la anhela ávidamente para sí propio
desde el inicio del itinerario de su conversión a Dios, como también, una vez fundada la Compañía, la pone
como objetivo mayor que debe perseguir todo jesuita.
Dice mismo Ignacio que el fin de la Compañía es la “perfección de las almas” propias y
ajenas y que el itinerario del jesuita deberá ser siempre buscar la perfección para sí y para los otros,
exhortando para tal constantemente en las Constituciones, al amor de la perfección , al deseo y empeño en la
práctica de las virtudes perfectas aconsejando a todos los que están en la Compañía a que busquen
constantemente exhortarse mutuamente a la perfección, orientando los Rectores o Prepósitos locales, o
Provinciales a que, tratando con los candidatos a la Compañía, que anhelan disponer de sus candidatos al
entrar, “le aconsejen o le representen lo más perfecto”.
No es apenas, sin embargo, a los jesuitas que Ignacio aconseja la busca constante e
incansable de la perfección en su relación con Dios y con los hermanos. Él también la recomienda, reiterada y
repetidamente en sus cartas, escritas no apenas a jesuitas, pero también a clérigos, religiosos y laicos de
ambos los sexos de su tiempo.
Eso ya nos indica que la vida de perfección, para Ignacio, no es apenas algo a ser buscado y
fruido para sí propio y para configurar la propia relación con Dios, pero algo a ser dado apostólicamente a los
demás. Así como, también, no es un ideal a ser perseguido apenas por sacerdotes y religiosos, pero por todas
las personas que anhelan crecer en la unión con Dios y en el servicio de los hermanos. No se trata solamente,
para él, de buscar vivir esta perfección y tener animo para en su vía caminar pero también de atraer otros a la
vida de perfección. Otros que pueden ser provenientes de todos los tipos y estados de vida.
Los Ejercicios Espirituales sin duda son la escuela donde San Ignacio forma las personas
que le cruzan el camino. Compuestos por él mismo a partir de su experiencia personal, se trata de un
instrumento pedagógico que el Santo utiliza incesantemente en su vida de apóstol para “ayudar las almas”.
Vamos a ver a continuación como San Ignacio concibe estos mismos Ejercicios en términos de una propuesta
concreta de camino para “llegar a la perfección”.
Los Ejercicios Espirituales: ¿camino de perfección?
Es sabido en cuán alta cuenta San Ignacio tenía los Ejercicios Espirituales quiénes le habían
sido enseñados por el propio Señor, “como un maestro-escuela a un niño.” En la conocida carta a Manuel
Miona, son famosas sus palabras, diciendo que se trata “de todo aquello que de mejor yo en esta vida puedo
pensar, sentir y entender, así para el hombre poder aprovecharse a sí mismo como para poder fructificar,
ayudar y aprovechar a otros muchos; que cuando para el primero no sintieseis necesidad, veréis sin
proporción y estima cuanto os aprovechará para lo segundo”.
Aunque no esté presente ahí la palabra “perfección” creemos que se puede, sin forzar el
texto, sobrentenderla, pues de algo tan excelente, San Ignacio no puede menos que considerar un camino de
perfección.
Hay otra carta, al Pe. Juan Pelletier, que nos dilucida sobre la conexión entre los Ejercicios y
la perfección cristiana tal como la entiende San Ignacio. Y aquí entramos más hondamente en nuestra tema
específico, que sería la ponderación sobre hasta donde podemos deducir, desde el pensamiento y de la
práctica de San Ignacio, si los Ejercicios completos en cuanto camino de perfección son esencialmente o por
lo menos sobretodo para aquéllos que anhelan tomar estado de vida sacerdotal o religioso o si se destinan
igualmente a los laicos.
San Ignacio, escribiendo al Pe. Juan Pelletier, superior de la Compañía en Ferrara, da
orientaciones necesarias y completas sobre el modo de proceder de los jesuitas con relación a los ministerios
con los próximos. Aunque enviada a Ferrara, esta carta sirvió igualmente para las casas de Florencia, Nápoles
, Módena, con algunos pequeños cambios.
Recomienda San Ignacio que se “debe buscar atraer a otros a la vida de perfección”, dando
enseguida instrucciones de como realizar la “atracción” a éste estado de vida configurado como de unión con
Dios y servicio de los otros. Oigamos lo que dice el propio Santo sobre las personas “idóneas”y capacitadas a
hacer la experiencia de los Ejercicios:”los ejercicios de la primera semana se pueden dar a muchos; pero los
demás solamente a aquellos que se encuentran idóneos para el estado de la perfección y se disponen a
ayudarse muy verdaderamente.”
¿Cómo se debería interpretar, ahí, éste “estado de perfección” mencionado por San Ignacio
cómo condición para hacer los Ejercicios llamados de “elección”, o sea, los Ejercicios completos, que visan
no solamente llevar la persona a la conversión que la Primera Semana proporciona y facilita, pero ayudarla a
entregarse enteramente a Dios, ofreciéndose a Él en una “oblación de mayor estima y momento”,
disponiéndose para el seguimiento de Jesús Cristo pobre y humilde, en la vida en la cuál Dios Nuestro Señor
de ella si quiera servir? ¿Habría ahí alguna determinación y/o restricción o mismo recomendación de “estado
de vida”tomado o a ser tomado para personas que fuesen aptas para la experiencia de los Ejercicios en todo su
rigor y autenticidad?
Hay varios pasajes de los Ejercicios adonde parece que San Ignacio quiere referirse más,
quizás, a la vida religiosa o al estado de vida sacerdotal, pudiendo dar la impresión de que los Ejercicios son
preferencialmente destinados a este tipo de público. Así, por ejemplo, en las Reglas para Sentir con la Iglesia,
cuando en la 4a. y en la 5a. reglas, dice: ”Alabar mucho la vida religiosa, la virginidad y la continencia; y el
matrimonio no tanto como cualquiera de esas”. O entonces: “Alabar los votos religiosos de obediencia,
pobreza, castidad y de otras perfecciones de supererogación. Es de notar que, como el voto se refiere a cosas
que se aproximan a la perfección evangélica, no se debe hacer voto de cosas que de ella se alejan, como de ser
comerciante, de casarse, etc.”
Por otro lado, en las Anotaciones, por ejemplo, aunque exalte la excelencia de la vida
religiosa, hace algunas resalvas de prudencia que ya nos abren otro tipo de perspectiva: “...aunque pueda
alguien legítimamente inducir otro a ingresar en el estado religioso, entendiéndose hacer en él voto de
obediencia, pobreza y castidad y aunque sea más meritoria la buena acción practicada con voto de lo que la
practicada sin él, es sin embargo necesario atender mucho a la peculiar condición y persona y a cuanto
auxilio u obstáculo podrá encontrar en cumplir lo que quisiese prometer.” O ésta otra: “...aunque, fuera
de los Ejercicios, podamos lícita y meritoriamente inducir todas las personas que presenten probable aptitud a
escoger continencia, virginidad, vida religiosa y todas las formas de perfección evangélica, en tales Ejercicios
espirituales, sin embargo, es más conveniente y mucho mejor que...el mismo Creador y Señor se
comunique...”
Ya ahí encontramos la proverbial sabiduría del Santo no queriendo presuponer ni indicar
ninguna preferencia por ninguno estado de vida que pueda interferir entre aquello que es lo principal. Que es,
sobretodo, la única cosa que realmente puede acarrear el ser humano a lo que se pueda entender por estado de
perfección.
Sin embargo, es el número 135 especialmente, destacándose entre otros tantos (cf. 15,189,
344, etc.)qué nos deja percibir una apertura que nos muestra con buen margen de seguridad que Ignacio
mismo cree en la posibilidad de personas laicas, seculares, hacer con fruto los Ejercicios completos.
Llegar a la perfección en cualquier vida o estado...
Leamos con atención este párrafo, situado en momento crucial del proceso de los Ejercicios.
se trata del umbral de la elección. Es el momento donde el ejercitante, ya habiendo pasado por el cedazo de la
Primera Semana, hecho la oblación del Reino y contemplado los misterios de la Encarnación y de la Infancia
de Jesús, se dispone a hacer el llamado “Día Ignaciano”. En este “Día”, él o ella si defrontará con las tan
exigentes meditaciones de las Dos Banderas y de las Tres Clases de Hombres que abren las contemplaciones
de la Vida Pública. Por su vez, los misterios de la Vida Pública deberán ser contemplados bajo la iluminación
de la consideración radical de los Tres Grados de Humildad, que no dejan duda sobre cuales deben ser las
preferencias del ejercitante llegado a este punto de su aventura espiritual.
¡El momento es grave! se trata nada más nada menos que delinear una orientación que va a
acompañar el ejercitante en todo el proceso de elección y reforma de vida. San Ignacio da señales de estar
bien consciente de esta solemnidad, por el lenguaje y estilo que utiliza y por la materia que propone en este
“Preámbulo” curiosamente denominado “para considerar estados de vida”.
Vamos a detenernos por un momento en la lectura de este párrafo tan primordial en el
proceso de los Ejercicios:
Considerado ya el ejemplo que Cristo Nuestro Señor nos dio para el primero estado, que
es el de la observancia de los mandamientos, viviendo él en la obediencia a sus padres, como también el
ejemplo para lo según estado, que es el de la perfección evangélica, cuando permaneció en el templo,
dejando su padre adoptivo y su madre según la naturaleza, para dedicarse al puro servicio de su Padre
eterno, comenzaremos, al mismo tiempo que contemplamos su vida, a indagar y a pedir en que vida o
estado quiere servirse de nosotros su divina Majestad. Y así, introduciéndonos en ese de algún modo,
veremos, a continuación, en el primer ejercicio, la intención de Cristo Nuestro Señor y, al contrario, la del
enemigo de la naturaleza humana y como nos debemos disponer para llegar a la perfección en cualquiera
estado o vida que Dios Nuestro Señor nos dé a escoger.
La primera parte del “Preámbulo” parece caminar en el sentido de valorar una opción de
vida consagrada o, por lo menos, de una vida según los consejos evangélicos. Al contraponer “primero”y
“segundo” estados de vida, parece el Santo contraponer “observancia de los mandamientos”y “perfección
evangélica”. O sea, “vida laica”, hecha de pertenencia familiar, obediencia a los padres, etc. y “vida
consagrada”, hecha de dedicación al puro servicio de su Padre eterno o sea, de devotamento en tiempo
integral al servicio de Dios.
Enseguida, sin embargo, nuestro mirar se sorprende con el rumbo que toma en ponderación
del Santo. El ejemplo que toma para describir tanto un como otro “estados”es Cristo Nuestro Señor. Al
afirmar qué el mismo Cristo vive en los dos “estados”no deja San Ignacio apertura para considerar qué tanto
un cómo otro sano cristificadores o crísticos, y, ¿por tanto, generadores de perfección?
San Ignacio continúa: no si trata apenas de “considerar”uno u otro “estado”, pero de,
contemplando la vida de Cristo - que pasa por los dos “estados”- empezar a investigar y pedir en que vida o
estado de nosotros se quiere servir su divina Majestad. La indicación del Santo es abierta y no reductora. No
si trata de pedir con un bies ya pre-determinado. se trata de pedir dejando a la libertad creadora del Espíritu
determinar en que dirección o “estado” se va a configurar nuestra vida de servicio a Dios y a los otros.
Finalmente, en la última parte del párrafo, el Santo va a aludir a la meditación siguiente, de
las Dos Banderas, al mencionar la “intención” de Cristo y la “intención” del enemigo, para introducir la
exhortación final de este preámbulo que es, sin duda, de todas, a más sorprendente : como nos debemos
disponer para llegar a la perfección en cualquiera estado o vida que Dios Nuestro Señor nos dé a escoger.
Reciben ahí una definitiva finalización todo el elucubraciones sobre un estado mejor o más
perfecto del que el otro, o de una vida más de acuerdo con la voluntad de Dios que la otra. se trata
simplemente de disponer el corazón en total indiferencia y libertad para que Dios pueda actuar con su Amor
siempre creativo y nuevo. Sin discriminar ése o aquél estado, sin valorar a uno más de lo que a otro, Ignacio
destaca apenas la libertad que se ofrece a la Libertad divina que actúa y acarrea, soberana y amorosa, a la vida
o estado donde más será servida, donde el Reino más se hará realidad.
Nada, por tanto, de juicios de valor. ¡Nada de restricciones empobrecedoras! Apenas la
comunicación inmediata del Creador con la criatura, único camino capaz de llevar cualquiera un o cualquiera
una - religioso o laico - a la perfección de la comunión con Dios, del seguimiento de Cristo y del servicio a los
hermanos.
De estas constataciones que hicimos desde una lectura de algunos párrafos de los EE.EE.,
comparados con otras afirmaciones de San Ignacio, podemos constatar la inmensa actualidad del texto de los
EE.EE. como instrumento de formación del laico o de la laica hoy. Podemos igualmente verificar la extrema
agudeza y flexibilidad de San Ignacio en la propuesta que hace en sus EE.EE.
Los Ejercicios Espirituales de San Ignacio permiten que el cristiano laico de hoy haga con
plenitud y radicalidad esa experiencia que va a transformar su vida y mostrarle el camino de la perfección, o
sea, de la santidad.
completos
Posibilidades y dificultades para que los laicos hagan la experiencia de los Ejercicios
Las dificultades reales para que los laicos pasen por la experiencia de los EE.EE. completos
son bastantes evidentes: familia, compromisos profesionales, y otras. Se trata, sin embargo, de dificultades
propias de la configuración misma del estado de vida laical. Y aun éstas, la experiencia ha demostrado que
cuando hay deseo, hay creatividad, fuerza de voluntad y capacidad para arreglar las cosas a fin de que la
experiencia pueda ser posible.
Los numerosos laicos y laicas en todo el mundo y mismo aquí en América Latina que ya
pasaron por esa experiencia, jóvenes y adultos, padres de familia o no, confirman lo que acabo de decir. Es
necesario perder el miedo y superar el prejuicio que toma varias connotaciones y matices: “que es una
experiencia muy fuerte para un laico”, “que un laico no aguanta pasar tanto tiempo lejos de su casa y trabajo”,
“que un laico está muy ocupado y por tanto esto no es para él.” ¿Para quién será, entonces? Si San Ignacio
vivió sus Ejercicios, enseñado por el Señor, “¿cómo un maestro escuela a un niño” siendo aún laico? ¿Y si
los primeros a quién les dio fueron laicos?
No puede haber en nuestras cabezas y corazones la barrera de las imposibilidades que dicen
que las experiencias más exigentes de la Iglesia no son para los laicos. Las experiencias bien sucedidas y
llenas de frutos de muchos laicos y laicas que por el mundo afuera hicieron los Ejercicios de 30 días nos dicen
exactamente lo contrario. Y para ser fieles al Espíritu mismo de San Ignacio y adecuados a los tiempos que
corren, debemos superar nuestros obstáculos interiores para creer que es así y no temer ser insolentes y osados
en proponer esta experiencia a los laicos y laicas que percibimos llenos de deseo y aptos para “llegar a la
perfección”, o sea, que no se satisfarán con menos que la santidad en su itinerario espiritual.
Más animoso que el propio Derecho Canónico, el Espíritu Santo continúa suscitando, en los
días de hoy, en muchos bautizados, hombres y mujeres, la disposición de seguir a Jesús Cristo pobre y
humilde, y asumir todas las consecuencias que ese seguimiento implica.
La espiritualidad que cabe por lo tanto - hoy más que nunca - a todo cristiano, es una
espiritualidad de discernimiento, o sea, de búsqueda de la voluntad de Dios adentro del horizonte de Su plan
de amor. En medio a esa busca, cada uno y cada una va a encontrarse con las tentaciones y las ilusiones
propias de las situaciones diferentes y variadas en medio a las cuales venga a ser colocado. Pero a todos,
laicos, religiosos o clérigos, será pedido vislumbrar y sentir, a través de toda la floresta de diferentes
"espíritus" que soplan, convidan y piden en todas las direcciones, el Soplo del verdadero Espíritu divino,
Espíritu Santo único que santifica y arrastra al seguimiento de Jesucristo y a la voluntad del Padre,
desenmascarando el mundo y sus falacias y mostrando la verdadera faz del verdadero Dios.
Los Ejercicios de San Ignacio que tienen como dinámica propia el discernimiento de los
espíritus, colocan el cristiano en contemplación delante de la vida de Jesucristo, como horizonte epigenético
que le permitirá releer su vida a la luz de lo que el Espíritu Santo le va a dar a escoger sobre el telón de la vida
de su Salvador.
Llegar a la perfección en pleno mundo
En medio a la enorme riqueza de escuelas y tendencias que forman el tejido espiritual cristiano, la
espiritualidad ignaciana, consecuente de los Ejercicios Espirituales, se revela especialmente adecuada para
aquéllos y aquéllas que son llamados a vivir la consagración de su Bautismo en pleno mundo.
Alumbrado por las contemplaciones de la vida de Jesús Cristo, el laico va a sentirse
interpelado a la medida en la que avanza en el trayecto de los Ejercicios Espirituales en todos los sectores de
la vida: familiar, profesional, financiero, etc. etc. Que nos confirmen los textos de la Reforma de Vida, N.
189 de los Ejercicios, que invita el ejercitante a detenerse sobre detalles sobremanera prácticos de la vida
diaria, tales como: ¿en qué tipo de casa debe morar? ¿cuántos empleados debe tener? ¿cómo les debe regir y
gobernar?; ¿cuánto dinero debe guardar para sí y cuánto debe distribuir a los pobres? etc. etc.
Genuinamente cristianos e inspirados en el Evangelio, los Ejercicios proponen a los
hombres y mujeres que los experimentan un camino de extrema radicalidad, que se realiza en una concretud
indisfrazable. Si el destino de todo cristiano, pertenezca él a que segmento eclesial pertenezca, es la santidad,
esa santidad tiene su piedra de toque en el ejercicio de la caridad hasta el fin, de manera total, plena y sin
búsqueda de sí mismo. Ora, la caridad no encuentra su fuente en el hombre, sino en Dios. Si la vivencia de la
espiritualidad hoy es percibida cómo teniendo tal importancia, podría ser, sin sombra de duda, porque se hace
más aguda la conciencia de que el cristiano no tiene acceso a los frutos del Espíritu por su propia iniciativa,
pero debe disponerse a recibirlos humildemente de las manos de Dios. Y eso solo podrá hacerlo
ejercitándose en crear adentro de sí una actitud de apertura, escucha y entrega de amor oblativo.
Es así que el servicio de caridad que sea prestado en el mundo por el cristiano bautizado se
distinguirá de otros servicios porque será efectivamente un servicio cristiano, en el seguimiento y en la
imitación del Servidor de Javé, el Santo de Dios, que se entregó a sí mismo, obediente hasta la muerte de
Cruz. El cristiano que desea caminar en la espiritualidad ignaciana, que es movida por el Espíritu Santo, en
el seguimiento de Jesús, al encuentro de la voluntad del Padre manifestada hoy en el mundo y en la historia
deberá siempre estar en tensión entre el deseo de plenitud que lo habita y una cierta tentación que lo "arrastra"
de encuentro a un dominio temporal que puede acabar por ser demasiado carnal o puramente humano.
Lo que está en juego cuando se habla de vida espiritual y santidad es la vida o la muerte, la
salvación o la perdición. Y de esa alternativa radical ninguna categoría de cristiano está excluida. Y mucho
menos los laicos, viviendo, como viven, expuestos a todas las solicitaciones más diversas diariamente; y
debiendo, desde ahí, desde adentro de esta conflictividad, dar testimonio de Jesucristo, el Cordero de Dios.
Los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, que proponen “llegar a la perfección
en cualquier vida o estado que nos dé a escoger Su Divina Majestad” son camino adecuado y precioso para
ayudarnos a alcanzar ésta meta tan ambiciosa y al mismo tiempo tan exigente. Así haciendo, estarán
ayudándonos a nosotros, laicos de hoy, a contestar al llamado que nos hace la Madre Iglesia, de ser
protagonistas de la nueva evangelización, que, según Ella, no se hará sin nuestro concurso.
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