Heraldo de Aragón l Viernes 28 de marzo de 2003 EL CONFLICTO EN IRAQ MUNDO l 5 LA ESTRATEGIA Las fuerzas aliadas comienzan a plantearse la posibilidad de que la ‘operación Libertad iraquí’ se convierta en una larga campaña ¿Guerra relámpago o guerra desgaste? EE UU se ha encontrado sobre el terreno con una intensa resistencia de las tropas iraquíes DOHA. Las fuerzas aliadas co- mienzan a plantearse la posibilidad de que la ‘operación Libertad iraquí’, concebida como una “guerra relámpago”, se convierta en una larga campaña, dada la intensa resistencia de las tropas de Iraq y las extrañas maniobras de las fuerzas de la coalición angloestadounidense. Los aliados -y los periodistas que siguen los movimientos de las tropas, tanto en el propio teatro de operaciones como desde la confortable retaguardia del Mando Militar central en Doha- han comenzado a desempolvar los viejos manuales de táctica militar para familiarizarse con conceptos que se dieron a conocer durante la I y la II Guerras Mundiales. Naturalmente, hace una semana, cuando la ‘operación Libertad iraquí’ estaba a punto de comenzar, casi todo el mundo conjeturaba con que la descomunal musculatura militar de la coalición angloestadounidense convertiría esta campaña en casi un paseo militar, que llevaría a los aliados a ponerse a las puertas de Bagdad en un plazo muy breve, no más de siete días. Esa “guerra relámpago” salió bien en 1939, cuando los alemanes invadieron y ocuparon la totalidad de Polonia en muy pocos días. Paradójicamente, en 2003, con un armamento muchísimo más sofisticado, perfeccionado y letal, la situación sobre el terreno en Iraq parece retrotraernos a los años de 1916-1917, cuando en plena I Guerra Mundial tanto los imperios centrales como las fuerzas francesas y británicas apostaron por una prolongada campaña de El cuerpo de un iraquí yace en una carretera al norte de la ciudad de Nasiriya. DAMIR SAGOLJ/REUTERS trincheras al objeto de desgastar y minar la moral del enemigo. Al momento presente en la campaña iraquí, la situación sobre el terreno induce a pensar que nos encontramos mucho más cerca de la “guerra de desgaste” que de la “guerra relámpago”. Ejemplos como los de Basora, Nasiriya o Samawah, donde las fuerzas aliadas están encontrando una resistencia inusitada por parte de las tropas iraquíes, sirven para reflejar que las ansias del mando aliado por llegar cuanto antes a Bagdad pueden apagarse por la fuerza de los acontecimientos. De hecho, el mensaje que empieza a transmitirse desde el mando aliado es que “la campaña sigue de acuerdo con los planes previstos”, pero “nadie dijo que ésta iba a ser una guerra breve o fácil”. En principio, parece que sigue siendo un objetivo prioritario avanzar sobre Bagdad a toda costa, aunque sea dejando en la retaguardia bolsas de resistencia. El problema aflora cuando las bolsas de resistencia son cada vez mayores y más intensas, y cuando el número de tropas que hay que emplear para sofocarlas es cada vez más elevado. La conclusión es que se ralentizan los avances aliados, las fuerzas iraquíes que tienen encomendada la defensa de Bagdad ante el asalto final disponen de mayor tiempo para organizarse y, además, las tropas de la coalición pierden tiempo, material y, sobre todo, soldados, con el consiguiente impacto en la opinión pública. Tácticas suicidas Asimismo, el mando aliado es consciente de que los iraquíes están resistiendo con todo y que sus tácticas pueden ser suicidas, estériles, extrañas o imprevisibles, pero lo cierto es que ciudades como Basora son un paradigma de lo que significa la expresión “defensa a ultranza.” Puede que en Basora -como en otras ciudades- los iraquíes empleen tácticas suicidas, como desplegar columnas mecanizadas en campo abierto sin cobertura aérea o artillería, pero en todo caso éstas han dado el resultado apetecido por el régimen de Bagdad y la ciudad no ha caído. De momento, parece claro que el mando aliado va a enviar a la zona a una nueva unidad, la IV División de Infantería, con sede en Texas. PRIETO ARELLANO Detrás de la pancarta (1) Diario de la infamia GERVASIO SÁNCHEZ H oy hay miles, decenas de miles, centenares de miles y hasta millones de personas detrás de la pancarta gritando contra la guerra. Si yo fuera un civil iraquí cubierto por la lluvia de fuego me sentiría halagado y sabría que no estoy solo. Admiraría esa capacidad de reacción de los ciudadanos. Creería en los seres humanos aunque tuviese las horas contadas. Pero si retrocedo en el tiempo y me convierto en un bosnio, un rwandés, un somalí, un congoleño, un liberiano, un colombiano, un angoleño, un sudanés, un sierraleonés, un afgano anterior a septiembre de 2001, un croata de 1991, tengo sensaciones más amargas. Cuando detrás de la pancarta no había nadie yo sufría. Me disparaban cada día bombas, me obligaban a vivir sin agua, luz y calefacción no una semana o un mes sino años. Violaban todos mis derechos a dos horas de avión de España. Y si era mujer aún me violaban más. Me mataban lentamente a machetazos y pocos protestaban. Me moría de hambre (y me sigo muriendo cada día y a veces me muero cuando no hay cámaras ni testigos), me utilizaban como niño soldado o esclava sexual, me robaban mis riquezas y dejaban un rastro interminable de sangre con mi familia, mis amigos, mi pueblo. Y detrás de la pancarta el vacío absoluto. Sólo algunos ilusos que siguen creyendo en la condición humana. Han sido tiempos difusos, de gran angustia durante la última década. Porque el silencio duele más que la muerte. ¿Se acuerdan de Goma en el verano de 1994? Yo moría y ustedes lo veían en directo en- tre baño y baño en la playa más cercana. ¿Se acuerdan de Sarajevo en verano de 1995? Mi cuerpo despedazado y ustedes comprando los libros del nuevo curso. ¿Se acuerdan de Kabul o Kosovo en los veranos de 1997 y 1998? Tienen excusa: ni siquiera teníamos espacio en la televisión. Consejos para el futuro. Yo seguiré muriendo en una guerra mediática u olvidada. Como seguirán muriendo mis hijos y mis nietos. Muriendo por el simple hecho de haber nacido en un lugar bello pero equivocado (no para los buitres que nos despluman). Muriendo por culpa de las riquezas de mi país. Muriendo porque el hombre es incapaz de vivir sin matar. Muriendo porque la legalidad internacional es pisoteada tan a menudo que deja de ser noticia. Pero ustedes pueden imitar los tiempos dudosos o cambiar de actitud. Detrás de la pancarta siempre habrá sitio mientras me preparo para morir. Ser un moribundo per- petuo es horrible. Pero es más plácido si los ciudadanos me acompañan con sus protestas. Empiecen siendo corteses. Utilicen la estrategia del niño. Pregunten todo lo que no entienden. ¿Dónde van nuestras armas? ¿Por qué llora una gran parte de la Humanidad? ¿Son legales los beneficios de nuestras multinacionales? ¿Son honestas las inversiones de nuestros grandes bancos? Exijan, aunque sean como simples consumidores, que les den respuestas contundentemente correctas. No dejen, como decía Groucho Marx, que “alcancemos las más altas cimas de la miseria a pesar de que hemos partido de la nada”. No se arruguen por el cansancio o la duda. Estréchense detrás de la pancarta y sigan el consejo del gran escritor francés Albert Camus: “Debemos comprender que no podemos escapar del dolor común, y que nuestra justificación, si hay alguna, es hablar mientras podamos en nombre de los que no pueden”.