PONENCIA: LA REINCORPORACIÓN SOCIAL DE PERSONAS QUE HAN COMETIDO DELITOS VIOLENTOS Resumen de la Ponencia presentada en el IV Congreso Internacional de Política Criminal y Prevención del Delito. Luz Anyela Morales Quintero Facultad de Derecho y Ciencias Sociales Benemérita Universidad Autónoma de Puebla Instituto Nacional de Ciencias Penales (INACIPE) Correo electrónico: [email protected] I. ¿POR QUÉ HABLAR DE LA DELINCUENCIA VIOLENTA COMO UNA ENTIDAD INDEPENDIENTE? Porque la existencia de la Violencia en el mundo y nuestras latitudes es innegable. Así lo demuestran las estadísticas de criminalidad y de delincuencia de diferentes países (INTERPOL, 2005). Incluso se ha hecho un llamado desde la Organización Mundial de la Salud para el estudio y prevención de este fenómeno (Organización Mundial de la Salud – OMS-, 2002). Si bien los seres humanos tenemos la capacidad de sentir empatía y compasión, también la tenemos para hacer daño a otras personas. Resultados de experimentos clásicos como el de Milgran (1988) y el de Zimbardo, Maslach y Haney (2000) así lo han demostrado. De hecho, la existencia de homicidas seriales aporta evidencia de la posibilidad de que algunos seres humanos exhiban crueldad extrema contra sus congéneres. Los delitos violentos representan un alto impacto no solo sobre sus víctimas y sus familias (tanto en lo físico como en lo psicológico) sino también sobre la sociedad en general. Además, las historias y las condiciones de vida de los agresores y sus familias con frecuencia también están marcadas por el sufrimiento y las situaciones adversas. El comportamiento delictivo, como la conducta en general, permite observar similitudes y diferencias entre grupos de personas. Así, quienes cometen delitos violentos comparten algunos patrones que les diferencian de las personas que no cometen delitos de este tipo. Dentro de quienes han cometido delitos es posible distinguir subgrupos dependiendo de algunas variables como: 1. El tipo de delito cometido. 2. La gravedad de la acción. 3. La frecuencia y persistencia de los actos delictivos. 4. La edad de inicio de la carrera delictiva. 5. La versatilidad (diversos tipos de delitos cometidos a lo largo de la carrera delictiva) vs. La especialización en un único tipo de delito. A través de los estudios de los factores citados se ha encontrado un subgrupo de personas caracterizado por la comisión de delitos violentos, largas carreras delictivas (con inicio temprano y con un elevado número de delitos registrados) y versatilidad. En este sentido, se estima que alrededor del 50% de las personas que cometen delitos violentos también tienen carreras delictivas crónicas; y que alrededor del 30% de los delincuentes crónicos también son violentos. Además, cerca del 70% de quienes cometen delitos violentos han cometido otro tipo de delitos o han tenido otro comportamiento antisocial (se puede leer una revisión sobre el tema en Rutter, Giller y Hagell, 2000). La evidencia de diversas investigaciones sugiere que un grupo pequeño de personas que cometen delitos tiene carreras delictivas crónicas y violentas, y que a su vez pueden ser responsables de la comisión de un gran número de delitos registrados (Thornberry, Huizinga y Loeber, 1995). Con esto, es prioritaria la atención de este grupo de personas dado que su reincorporación exitosa a la sociedad puede contribuir de forma importante a la prevención del crimen (Morales, Garrido y Sánchez-Meca, en prensa; Farrington, 2003). Además, a través de la evaluación de programas exitosos en la reducción de la reincidencia delictiva, investigadores como Andrews (1995) han encontrado que la eficacia de las intervenciones se relaciona con el principio de riesgo. Esto quiere decir que los programas que han logrado mayor disminución de la reincidencia han atendido de forma diferente a las personas que cometen delitos en función de su probabilidad de reincidir. Quienes tienen mayor probabilidad de reincidencia reciben servicios más intensivos y extensos, que los de menor riesgo. Con lo anterior, las personas involucradas en delincuencia seria (crónica y violenta) están en mayor riesgo de reincidir y por lo mismo requieren condiciones particulares que atiendan a sus características durante la intervención correccional. En México la mayoría de delitos son cometidos por jóvenes entre los 16 a 24 años (Castellanos, 2004). Al menos el 60% de las personas procesadas por algún delito son menores de 29 años; y alrededor del 30% de los adolescentes que se implican en actividades delictivas cometen su segunda infracción antes de cumplir los 18 años (Secretaría Federal de Seguridad Pública, SSP, 2008). Se estima que en este país al menos 14.200 jóvenes reciben algún tipo de tratamiento por haber cometido infracciones legales, de los cuales cerca de 4.500 están institucionalizados (SSP, 2008). Alrededor de 210,000 internos cumplen sus respectivas sentencias en distintas prisiones del país; la mayoría de ellos pasan largas temporadas recluidos en estos centros penitenciarios, cuyos resultados en términos de reintegración social son severamente cuestionados, con relación a la reincidencia. Con seguridad, una proporción importante de esta población puede ubicarse en la categoría de delincuencia seria (crónica y violenta). II. LA IMPORTANCIA DE LOS PERFILES DE PERSONAS QUE HAN COMETIDO DELITOS VIOLENTOS. CLAVES PARA LOGRAR LA REINCORPORACIÓN SOCIAL El conocimiento sobre las características propias de las personas que han cometido delitos violentos, sin duda constituye uno de los principales pilares para lograr su reincorporación social. Los resultados sobre la investigación de los factores que originan y mantienen la conducta violenta aportan elementos importantes para el diseño y aplicación de programas tendientes a reducir este comportamiento y promover actitudes prosociales alternativas. Diferentes revisiones sobre el tema (por ejemplo, Ostrosky-Solís, 2008; Garrido, 2002) coinciden en que las personas que han cometido delitos violentos comparten las siguientes características: Un estado emocional persistente de hostilidad. Un guión disponible para resolver problemas a través de la violencia. Aprendizaje temprano de creencias, valores y actitudes que favorecen la violencia. Poco auto-control – Alta impulsividad. Baja tolerancia a la frustración. Autoestima alterada: necesidad extrema de estimación. Bajo sentido de la responsabilidad. Metas egocéntricas y antisociales. Limitaciones en la expresión y reconocimiento de emociones. Falta de empatía y problemas para mantener y fomentar relaciones íntimas y duraderas (apego). Presencia de distorsiones cognoscitivas (falsas percepciones y errores de pensamiento) que facilitan problemas de conducta. Limitaciones en su habilidad para resolver problemas. Los programas exitosos en la reducción de la reincidencia de personas que han cometido delitos violentos tienen en común la atención a algunos de los puntos anteriores; lo cual indica que constituyen necesidades que están vinculadas con el comportamiento violento que requieren ser satisfechas sí se quiere reducir este tipo de conducta en el futuro. III. ¿ES POSIBLE LA REINCORPORACIÓN SOCIAL DE PERSONAS QUE HAN COMETIDO DELITOS VIOLENTOS? Responder a esta pregunta implica diferentes matices. A un fenómeno multicausado como el de la violencia no pueden presentarse soluciones aisladas. Sin embargo, desde la Psicología existe evidencia de que es posible la reincorporación bajo condiciones específicas. Por ejemplo, programas que tengan en cuenta factores personales y sociales de quien ha cometido un delito violento: su historial de comportamiento violento, edad actual, factores de riesgo y de protección en diferentes niveles (micro y macrosocial), el modelo teórico en el que se basa la intervención aplicada, el seguimiento durante el programa, las oportunidades que se ofrecen en contextos comunitarios, entre otros. La reincorporación social solo es posible cuando la intervención correccional (combinación de sanción legal y programas de tratamiento) atiende a los factores de riesgo y de protección de las personas que han cometido delitos violentos; así como a las necesidades personales específicas que se relacionan de forma directa con la conducta delictiva. También se requiere de cambios importantes en sus redes de apoyo sociales, en el ambiente al que llega después de salir en libertad, etc. Es claro que deben confluir una serie de elementos de forma coordinada y en diferentes niveles para tener éxito. La sanción legal por sí misma no garantiza que haya un cambio substancial en el comportamiento que se desea modificar: el delictivo. Es indispensable contar con programas de tratamiento que coadyuven en el cambio de las condiciones que dieron inicio y mantienen el actuar delictuoso. En el caso específico de la evaluación de intervenciones dirigidas a jóvenes con carreras delictivas crónicas y violentas, los resultados indican que incluso en los casos más serios de delincuencia, es posible lograr cambios positivos. Con esta población se ha encontrado un efecto general de alrededor de 6% (Lipsey, 1999) y 7% (Garrido, Morales y Sánchez-Meca, 2006) a favor de los grupos tratados. En una revisión sistemática reciente sobre la efectividad del tratamiento dirigido a esta misma población de jóvenes, se ha encontrado una tendencia importante a mayor efectividad en los programas cognitivo-conductuales y multimodales, que lograron reducir la reincidencia con datos que indican desde un 14% de diferencia entre los grupos tratados vs. Los controles (Morales, Garrido y Sánchez-Meca, en prensa). Estos programas enfatizan: (1) el cambio de patrones de pensamiento que favorecen el comportamiento violento y minimizan el daño causado a las víctimas; (2) el manejo y procesamiento emocional que incluye la identificación y expresión de las emociones propias, así como el reconocimiento, comprensión y respeto por las emociones de otros; y (3) el desarrollo de habilidades sociales para el mejoramiento de las relaciones interpersonales y de logros conductuales como terminar un grado escolar, conseguir y mantener un empelo, reducir el consumo de drogas o alcohol, resolver problemas sociales, etc. Por otra parte, la investigación sugiere que los tratamientos con menor efectividad son los que incluyen técnicas de disuasión negativa (aversiva), con énfasis en la disciplina rigurosa y estructuras jerárquicas verticales, que no ofrecen estrategias para cambios específicos en los patrones de pensamiento, en el manejo emocional y en la interacción social. Otro asunto interesante es el de investigaciones recientes sobre las probabilidades de éxito en tratamientos aplicados a jóvenes que cumplen los criterios de psicopatía que sugieren que ésta puede ser tratable, dando dosis suficientes de tratamiento apropiado (Caldwell, McCormick, Umstead y Van-Rybroek, 2007; Caldwell, Skeem, Salekin y Van Rybroek, 2006; Skeem, Poythress, Edes, Lilienfeld y Cale, 2003). En este sentido, Caldwell y Cols. (2006) realizaron una investigación con 151 jóvenes con importantes rasgos psicopáticos. Los citados investigadores aplicaron un tratamiento cognitivoconductual basado en la teoría del desafío que propone romper la cadena de imposición de sanciones y reacciones de desafío por parte de los jóvenes, que se traducen en el incremento en la frecuencia, persistencia o seriedad de la conducta criminal. Para contrarrestar esta situación se utilizó un modelo de decomprensión que tiene el objetivo de fortalecer los roles, agentes y expectativas convencionales en los jóvenes procurando que no se perciban elementos disuasorios aversivos. Al cabo de un periodo de seguimiento de dos años, 56% (n = 31) de los jóvenes que recibieron el tratamiento reincidieron, comparados con el 73% (n = 62) de quienes estaban en el grupo de comparación, X2(1, N = 141) = 3,93, p<.05. Además, hubo una clara relación entre el tratamiento y la reincidencia violenta subsiguiente. Solo 18 % (n = 10) de jóvenes tratados se involucraron en violencia en la comunidad, comparados con 36% (n = 31) de los casos de comparación, X2 (1, N = 141) = 5.16, p <.05. Los jóvenes del grupo de comparación tuvieron cerca de dos veces más probabilidad de reincidir violentamente que quienes recibieron el tratamiento. Datos como los anteriores sugieren que la reincorporación social de quienes han cometido delitos violentos es posible, por lo menos en el caso de los adolescentes que reciben además de una sanción, un programa de intervención acorde con sus características, nivel de riesgo y de necesidades. CONCLUSIONES La delincuencia violenta con frecuencia se relaciona con carreras delictivas crónicas y con versatilidad criminal. Por ello, las personas que han cometido delitos violentos deben ser evaluadas y recibir programas de intervención acordes con sus características. La atención responsable a estas personas puede contribuir de forma importante a la reducción de la reincidencia delictiva y de la delincuencia general. Los resultados de la investigación en este tema unidos a la idea de que la población joven es más susceptible de lograr cambios, sugieren la posibilidad de éxito en la reincorporación social de adolescentes que han cometido delitos violentos. Sin embargo, es de resaltar que para lograrlo no es suficiente una mera sanción legal, es importante invertir en programas bien estructurados e integrados. Es claro que esta población implica un importante reto tanto para el sistema de justicia como para la sociedad en general. Una vez que los casos de comportamiento violento son detectados tenemos el compromiso de aunar esfuerzos con el fin de reducir su probabilidad en el futuro. Aunque es claro que ante un problema multicausado no puede aludirse a soluciones aisladas y unitarias, la psicología aporta datos interesantes con relación al éxito de programas con orientación cognitivo-conductual, como uno de los elementos a tenerse en cuenta para el logro de la reincorporación social de quienes han cometido delitos violentos. La deficiencia en la detección de personas involucradas en delincuencia seria y el déficit de oferta de programas dirigidos a atender su perfil específico dentro del Sistema de Justicia debe constituir un tema de reflexión importante y urgente sí se tiene en cuenta que esta población tiene alto riesgo de reincidencia y es responsable de un alto número de delitos registrados. REFERENCIAS Andrews, D. (1995). The psychology of criminal conduct and effective treatment. En J. McGuire (Ed.), What Works: Reducing Reoffending. Guidelines from Research and Practice. Pp. 35 – 62. New York: John Wiley & Sons. Caldwell, M., McCormick, D., Umstead, D. y Van-Rybroek, G. (2007). Evidence of treatment progress and therapeutic outcomes among adolescents with psychopathic features. Criminal Justice and Behavior, 34 (5), 573-587. Caldwell, M., Skeem, J., Salekin,, J. y Van Rybroek, G. (2006). Treatment Response of adolescent offendres with psychopathy features. A 2 yeear follow up. 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