La Fontaine, Jean de

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Jean de La Fontaine
FABULAS
El gato y los ratones
Un gato, llamado Rodilardo,
causaba entre las ratas tal estrago
y las diezmaba de tal manera
que no osaban moverse de su cueva.
Así, con tal penuria iban viviendo
que a nuestro gato, el gran Rodilardo,
no por tal lo tenían, sino por diablo.
Sucedió que un buen día en que Rodilardo
por los tejados buscaba esposa,
y mientras se entretenía con tales cosas,
reuniéronse las ratas, deliberando
qué remedio tendrían sus descalabros.
Habló así la más vieja e inteligente:
-Nuestra desgracia tiene un remedio:
¡atémosle al gato un cascabel al cuello!
Podremos prevenirnos cuando se acerque,
poniéndonos a salvo antes que llegue.
Cada cual aplaudió entusiasmada;
esa era la solución ¡estaba clara!
Mas poco a poco reaccionaron las ratas,
pues ¿cuál iba a ser tan timorata?
¡Quién iba a atarle el cascabel al gato!
Así he visto suceder más de una vez
-y no hablo ya de ratas, sino de humanos-:
¿a quién no lo han golpeado los desengaños?
Tras deliberaciones, bellas palabras,
grandes ideas... y, en limpio, nada.
El ratón de la corte y el ratón campesino
Invitó el ratón de la corte a su primo del campo con mucha cortesía a un banquete
de huesos de exquisitos pajarillos, contándole lo bien que en la ciudad se comía.
Sirviendo como mantel un tapiz de Turquía, muy fácil es entender la vida regalada
de los dos amigos.
Pero en el mejor momento algo estropeó el festín:
En la puerta de la sala oyeron de pronto un ruido y vieron que asomó el gato.
Huyó el ratón cortesano, seguido de su compañero que no sabía dónde
esconderse.
Cesó el ruido; se fue el gato con el ama y volvieron a la carga los ratones. Y dijo el
ratón de palacio:
-- Terminemos el banquete.
-- No. Basta -- responde el campesino --. Ven mañana a mi cueva, que aunque no
me puedo dar festines de rey, nadie me interrumpe, y podremos comer tranquilos.
¡ Adiós pariente ! ¡Poco vale el placer cuando el temor lo amarga !
No quieras vivir rodeado de bienes, si ellos van a ser la causa de tu desdicha.
La zorra y la cigüeña
Sintiéndose un día muy generosa, invitó doña zorra a cenar a doña cigüeña. La
comida fue breve y sin mayores preparativos. La astuta raposa, por su mejor
menú, tenía un caldo ralo, pues vivía pobremente, y se lo presentó a la cigüeña
servido en un plato poco profundo. Esta no pudo probar ni un sólo sorbo, debido a
su largo pico. La zorra en cambio, lo lamió todo en un instante.
Para vengarse de esa burla, decidió la cigüeña invitar a doña zorra.
-- Encantada -- dijo --, yo no soy protocolaria con mis amistades.
Llegada la hora corrió a casa de la cigüeña, encontrando la cena servida y con un
apetito del que nunca están escasas las señoras zorras. El olorcito de la carne,
partida en finos pedazos, la entusiasmó aún más. Pero para su desdicha, la
encontró servida en una copa de cuello alto y de estrecha boca, por el cual pasaba
perfectamente el pico de doña cigüeña, pero el hocico de doña zorra, como era de
mayor medida, no alcanzó a tocar nada, ni con la punta de la lengua. Así, doña
zorra tuvo que marcharse en ayunas, toda avergonzada y engañada, con las
orejas gachas y apretando su cola.
Para vosotros escribo, embusteros: ¡ Esperad la misma suerte !
No engañes a otros, pues bien conocen tus debilidades y te harán pagar tu daño
en la forma que más te afectará.
Dos amigos
En el mundo en que vivimos la verdadera amistad no es frecuente.
Muchas personas egoístas olvidan que la felicidad está en el amor desinteresado
que brindamos a los demás.
Esta historia se refiere a dos amigos verdaderos. Todo lo que era de uno era
también del otro; se apreciaban, se respetaban y vivían en perfecta armonía.
Una noche, uno de los amigos despertó sobresaltado. Saltó de la cama, se vistió
apresuradamente y se dirigió a la casa del otro.
Al llegar, golpeó ruidosamente y todos se despertaron. Los criados le abrieron la
puerta, asustados, y él entró en la residencia.
El dueño de la casa, que lo esperaba con una bolsa de dinero en una mano y su
espada en la otra, le dijo:
-Amigo mío: sé que no eres hombre de salir corriendo en plena noche sin ningún
motivo. Si viniste a mi casa es porque algo grave te sucede. Si perdiste dinero en
el juego, aquí tienes, tómalo...
...Y si tuviste un altercado y necesitas ayuda para enfrentar a los que te persiguen,
juntos pelearemos. Ya sabes que puedes contar conmigo para todo.
El visitante respondió:
-Mucho agradezco tus generosos ofrecimientos, pero no estoy aquí por ninguno
de esos motivos...
...Estaba durmiendo tranquilamente cuando soñé que estabas intranquilo y triste,
que la angustia te dominaba y que me necesitabas a tu lado...
...La pesadilla me preocupó y por eso vine a tu casa a estas horas. No podía estar
seguro de que te encontrabas bien y tuve que comprobarlo por mí mismo.
Así actúa un verdadero amigo. No espera que su compañero acuda a él sino que,
cuando supone que algo le sucede, corre a ofrecerle su ayuda.
La amistad es eso: estar atento a las necesidades del otro y tratar de ayudar a
solucionarlas, ser leal y generoso y compartir no sólo las alegrías sino también los
pesares.
La mochila
Cuentan que Júpiter, antiguo dios de los romanos, convocó un día a todos los
animales de la tierra.
Cuando se presentaron les preguntó, uno por uno, si creían tener algún defecto.
De ser así, él prometía mejorarlos hasta dejarlos satisfechos.
-¿Qué dices tú, la mona? -preguntó.
-¿Me habla a mí? -saltó la mona-. ¿Yo, defectos? Me miré en el espejo y me vi
espléndida. En cambio el oso, ¿se fijó? ¡No tiene cintura!
-Que hable el oso -pidió Júpiter.
-Aquí estoy -dijo el oso- con este cuerpo perfecto que me dio la naturaleza.
¡Suerte no ser una mole como el elefante!
-Que se presente el elefante...
-Francamente, señor -dijo aquél-, no tengo de qué quejarme, aunque no todos
puedan decir lo mismo. Ahí lo tiene al avestruz, con esas orejitas ridículas...
-Que pase el avestruz.
-Por mí no se moleste -dijo el ave-. ¡Soy tan proporcionado! En cambio la jirafa,
con ese cuello...
Júpiter hizo pasar a la jirafa quien, a su vez, dijo que los dioses habían sido
generosos con ella.
-Gracias a mi altura veo los paisajes de la tierra y el cielo, no como la tortuga que
sólo ve los cascotes.
La tortuga, por su parte, dijo tener un físico excepcional.
-Mi caparazón es un refugio ideal. Cuando pienso en la víbora, que tiene que vivir
a la intemperie...
-Que pase la víbora -dijo Júpiter algo fatigado.
Llegó arrastrándose y habló con lengua viperina:
-Por suerte soy lisita, no como el sapo que está lleno de verrugas.
-¡Basta! -exclamó Júpiter-. Sólo falta que un animal ciego como el topo critique los
ojos del águila.
-Precisamente -empezó el topo-, quería decir dos palabras: el águila tiene buena
vista pero, ¿no es horrible su cogote pelado?
-¡Esto es el colmo! -dijo Júpiter, dando por terminada la reunión-. Todos se creen
perfectos y piensan que los que deben cambiar son los otros.
Suele ocurrir.
Sólo tenemos ojos para los defectos ajenos y llevamos los propios bien ocultos, en
una mochila, a la espalda.
El león y el ratón
Debemos ser generosos con todos, pues en cualquier momento necesitamos la
ayuda de alguien más humilde que nosotros. De esta verdad estas fábulas darán
fe en un instante.
Saliendo de su agujero harto aturdido, un ratoncillo fue a caer justo en las garras
del león. El rey de los animales, demostrando su poder, le perdonó la vida. Su
generosidad no fue en vano, porque ¿ quien hubiera creído que el león pudiera
necesitar un día de la gratitud de un sencillo ratoncillo ?
Sucedió que en cierta ocasión en que el león salió de su selva, cayó en unas
redes, de las cuales no podía librarse con sus fuertes rugidos. Lo oyó el ratoncillo,
y acudió al sitio. Trabajó tan bien con sus pequeños dientes, que una vez roída
una malla, el león terminó de desgarrar la trama entera.
En ciertos casos pueden más la paciencia y el tiempo que la ira y la fuerza.
Y una buena acción, en algún momento tiene su recompensa.
La cigarra y la hormiga
Cantó la cigarra durante todo el verano, retozó y descansó, y se ufanó de su arte,
y al llegar el invierno se encontró sin nada: ni una mosca, ni un gusano.
Fue entonces a llorar su hambre a la hormiga vecina, pidiéndole que le prestara de
su grano hasta la llegada de la próxima estación.
-- Te pagaré la deuda con sus intereses; -- le dijo --antes de la cosecha, te doy mi
palabra.
Mas la hormiga no es nada generosa, y este es su menor defecto. Y le preguntó a
la cigarra:
-- ¿ Qué hacías tú cuando el tiempo era cálido y bello ?
-- Cantaba noche y día libremente -- respondió la despreocupada cigarra.
-- ¿ Conque cantabas ? ¡ Me gusta tu frescura ! Pues entonces ponte ahora a
bailar, amiga mía.
No pases tu tiempo dedicado sólo al placer. Trabaja, y guarda de tu cosecha para
los momentos de escasez.
El maestro y el niño
En esta fábula intento demostrar la presunción vana de un necio:
Cuando estaba jugando a las orillas del Sena, un niño cayó al agua, mas por
gracia divina se hallaba allí un sauce con cuyas ramas se salvó el pequeño. Pasó
por allí un maestro de poco entendimiento, y el infante gritó:
-- ¡ Auxilio que me ahogo !
Ante dichos gritos, el maestro se volvió, e imprudentemente y fuera de situación,
empezó a sermonear al infante:
-- ¡ Mira qué travieso, a dónde le ha llevado su locura !
¡ Gasta tus horas cuidando esta clase de prole !
¡ Desdichados padres, pobre de ellos velando a todo momento por esta turba
inmanejable ! ¡ Cuánto deben padecer, y cómo lamento su destino !
Después de tanto hablar, saco al niño de las aguas.
Censuro aquí a muchos más de lo que se imaginan. Habladores y criticones y
pedantes pueden reflejarse en el escrito anterior; cada uno de ellos forma un
pueblo numeroso; sin duda el Creador bendijo esa prolífica casta.
¡ No hay tema sobre el que no piensen ejercer su habladuría! ¡Siempre tienen una
crítica que hacer! ¡Pero amigo, líbrame del apuro primero, y después suelta tu
lengua !
Antes de señalar los errores del prójimo, mejor primero ayúdalos a mejorar su
situación.
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