Lectura N°1: Alexander Fleming y el descubrimiento de la penicilina ¿Cómo nos podemos proteger de la infección de manera segura? Tras el estallido de la primera guerra mundial, la pregunta aún se volvió más urgente. En el frente de batalla, fallecían más soldados víctimas de infecciones causadas por las heridas, que en las trincheras. Fue entonces cuando el problema adquirió un interés particular para el bacteriólogo escocés Alexander Fleming destinado al laboratorio de un hospital de campaña en Francia. Había llegado recomendado por sus superiores por su experiencia como médico privado en Londres. Allí había establecido un próspero negocio tratando la sífilis de artistas famosos con un nuevo compuesto llamado salvarsán (que significa “el que salva mediante el arsénico”), y se le ocurrió que podría hallarse algo parecido que fuera igualmente útil contra las infecciones que resultaban tan devastadoras en las trincheras. Fleming nació en una región rural y remota de Escocia en 1881, pasó gran parte de su infancia en contacto con la naturaleza. Para el futuro científico, la experiencia fue formativa. “inconscientemente aprendimos muchísimo de la naturaleza”, observó posteriormente, refiriéndose a él y a sus hermanos. Por influencia de su hermano mayor anunció su intención de estudiar medicina, después de conseguir las máximas calificaciones de ingreso, Fleming podía elegir entre tres facultades de medicina distintas. Eligió St. Mary donde tuvo la oportunidad de estudiar con Almroth Wright (1861-1947), el brillante investigador que en 1896 desarrollo la vacuna contra la tifoidea. Después de 1918, retomó sus investigaciones y docencia concentrando la mayor parte de su investigación en desarrollar un antiséptico eficaz. En el proceso descubrió la lisozima, un enzima que se encuentra en muchos fluídos corporales, como las lágrimas. Aunque poseía propiedades antibacterianas naturales, tenía poco efecto sobre los agentes infecciosos más fuertes. A finales de 1928 su atención se había dirigido en gran parte al estudio de las bacterias estafilococos. Biología Celular y Molecular – UPNW 2016-1 Página 1 Cuando se fue de vacaciones, por algún razón se olvidó de guardar sus cultivos de la bacteria Staphylococcus aureus en las estufas, donde se hubieran mantenido calientes Llegamos a este punto y vale la pena explicar un poco la disposición del laboratorio. Como a Fleming le era casi imposible abrir su ventana, solía dejar la puerta abierta para que circulara un poco de aire. Dicha puerta daba a un tramo de la escalera y en el piso de abajo había otro laboratorio que estaba siendo usado por un joven micólogo irlandés, C.J. La Touche, cuya puerta se abría al mismo tramo de la escalera. Por entonces, La Touche estaba trabajando con un moho que como se demostraría, tenía propiedades muy interesantes. También el tiempo fue propicio, durante la ausencia de Fleming. Londres se vio afectada por una temperatura insólitamente fría, seguida inmediatamente de un retorno de calor, un ciclo que hizo que las esporas del laboratorio de La Touche florecieran en su nuevo hogar del piso de arriba. Cuando Fleming regresó de sus vacaciones en septiembre, empezó a desechar algunas de las placas de Petri que había dejado fuera de la estufa. De ordinario, la contaminación en el trabajo bacteriológico es lo que para los agricultores son las malas hierbas. Cuando un cultivo está contaminado, normalmente el primer instinto de un científico es desecharlo y empezar de nuevo. Y esto es exactamente lo que Fleming se dispuso a hacer en una especie de limpieza rutinaria. Fue entonces cuando, después de haber tirado los cultivos contaminados, observó un halo claro que rodeaba las colonias amarillo verdosas del hongo que había contaminado accidentalmente la placa. Desde luego, en ese momento no tuvo manera de saber que una espora de una rara variante de un hongo denominado Biología Celular y Molecular – UPNW 2016-1 Página 2 Penicillium notatum había llegado arrastrada por el viento desde el laboratorio de micología del piso de abajo. “Era sorprendente que en una distancia considerable alrededor del crecimiento del hongo, las colonias de Staphylococcus aureus mostraran lisis (disolución o destrucción de las células)”, escribió Fleming. “Lo que antes había sido una colonia bien desarrollada de Staphylococcus aureus era ahora una tenue sombra de lo que fue”. Se dio cuenta de que esa lisis, era la responsable de decolorar las bacterias. Dedujo correctamente que el hongo debía haber liberado una sustancia que simultáneamente destruyó los microorganismos existentes e inhibió su crecimiento ulterior. Pues bien, este descubrimiento, que literalmente fue extraído de los desechos, iba a cambiar el curso de la historia. Pero hizo falta un científico perspicaz como Fleming para observar en primer lugar el insólito efecto del halo y después reconocer su significado. Este fue su momento de ¡eureka!, resultado de una combinación de intuición personal y de razonamiento deductivo. Sus largos años de preparación habían dado sus frutos. Fleming no había descubierto Penicillium, la existencia de este género de hongo no era ningún misterio y se conocían bien sus efectos. En 1871, el cirujano inglés Joseph Lister se dio cuenta por casualidad de que el hongo podía detener el crecimiento de gérmenes. Otros dos investigadores (John Tyndall en 1875 y D. A. Gratia en 1925) también había advertido la acción antibacteriana del hongo. Pero, al igual que Lister, no parece que apreciaran la importancia sus observaciones, ni realizaron los experimentos necesarios para descubrir por qué exactamente el hongo mataba a las bacterias. Una de las razones por las que la ciencia no avanza de manera continuada en una especie de macha inexorable de progreso es que los descubrimientos a veces se pasan por alto, o son desacreditados porque no concuerdan con la sabiduría convencional. En cierta medida esto fue lo que sucedió con la penicilina Fleming había a prendido otra de las lecciones fundamentales de la ciencia (parte de su “preparación de conocimiento”): que a menudo es tan importante saber qué preguntas plantear como buscar las respuestas. Cuando explicaba su papel en el Biología Celular y Molecular – UPNW 2016-1 Página 3 descubrimiento siempre hacía gala de su característica modestia: “Mi único mérito es que no pasé por alto la observación y seguí el tema como bacteriólogo”. Lo que también resultó evidente es que no bastaba con realizar un descubrimiento notable; si había de tener algún uso práctico, debía investigar también la sustancia con la que de manera tan fortuita había dado. Fleming, que no se caracterizó nunca por utilizar una prosa encendida, sencillamente señaló: “Me interesé lo suficiente para continuar con el asunto”. En su diseño experimental Fleming incluyó observaciones microscópicas del hongo. Su examen microscópico le proporcionó la pruab final de que el hongo pertenecía a un género de hongos llamado Penicillium (que en latin significa “cepillo”). Supuso entonces que el hongo secretaba un jugo que mataba a las colonias de las bacterias, lo que significaba que tendría que buscarlo en el caldo de cultivo en el que crecía. Para ello, filtró parte del hongo y dejó caer gotas en la placad donde crecían las colonias de Staphylococcus aureus. Pasadas varis horas, las bacterias murieron, desapareciendo directamente ante sus ojos mientras las estaba observando a través de ocular de su microscopio. Su siguiente paso fue encontrar la mínima parte de la sustancia que era necesaria para eliminar las bacterias, diluyendo el caldo que contenía el hongo. Cuando lo probó a la centésima parte de su concentración original, quedó satisfecho al ver que seguía funcionando tan bien como antes. Continuó diluyéndolo cada vez más, y cuando llegó a ochocientas veces su concentración original, siguió conservando su potencia letal contra las bacterias. Además, la milagrosa sustancia era arias veces más potente que el ácido fénico puro que, aunque mataba las bacterias, también quemaba los tejidos. Fleming y sus colegas repitieron el procedimiento con neumococos, las bacterias que causan la neumonía, y obtuvieron los mismos resultados sorprendentes. Biología Celular y Molecular – UPNW 2016-1 Página 4 Entonces se preguntó qué ocurriría si exponía parte de su propia saliva a la sustancia que formaba el Penicillium notatum. Puesto que la saliva está llena de todo tipo de bacterias, supuso que tendría un efecto pronunciado. Puso la muestra de saliva en una placa de Petri con agar y la colocó en l estufa. Como esperaba, colonias de varios tipos de bacterias crecieron rápidamente. Después añadió penicilina. Algunas colonias fueron eliminadas, otras continuaron creciendo. Las que fueron destruidas eran evidentemente sensibles a la penicilina. En otros experimentos encontró que, mientras que la penicilina era eficaz contra las bacterias que causaban la fiebre tifoidea, la disentería y determinadas infecciones intestinales, funcionaba bien contra las bacterias que causaban la neumonía, la sífilis, la gonorrea, la difteria y la escarlatina. No obstante, aunque el caldo de Penicillium había demostrado sus cualidades en el laboratorio, la siguiente cuestión era si funcionaría igual de bien en los seres humanos. Pero antes Fleming debía demostrar que era seguro. Para buscar posible efectos tóxicos, probó el caldo en ratones y conejos, inyectándoles un poco con una jeringa en las orejas. Pero ni ratones ni conejos presentaron efectos negativos. En 1932, Fleming había abandonado su trabajo con la penicilina. Aunque su nombre se vería asociado para siempre con su descubrimiento, posteriormente no participó en la investigación de purificación del antibiótico. Sin embargo, se aseguró de salvaguardar la insólita cepa de Penicillium notatum para la posteridad y continuó facilitando muestras del hongo a otros investigadores. NOTA: Cabe reconocer que el hecho de que sea posible utilizar la penicilina en la actualidad no se debe únicamente a Fleming, sino que fue el resultado del esfuerzo de diversos investigadores. El bacteriólogo británico descubrió el antibiótico en 1928, al estudiar un cultivo de bacterias que presentaban un estado de lisis debido a la contaminación accidental con un hongo. El propio Fleming se encargó, con ayuda de un micólogo, de estudiar dicho hongo, al que se le otorgó el nombre de penicilina. Sin embargo, fueron el médico australiano Howard Walter Florey y el bioquímico alemán Ernst Boris Chain quienes iniciaron una investigación detallada y sistemática de los antibióticos naturales y quienes promovieron la fabricación y el empleo médico de la penicilina. Biología Celular y Molecular – UPNW 2016-1 Página 5 Fuentes de información recomendada 1. Horvitz L, Eureka. Descubrimientos científicos que cambiaron el mundo. 3ª edición. Barcelona: Paidós; 2003. Preguntas 1.- ¿Qué condiciones favorecieron que se produzca el fenómeno que Fleming observó en las placas con Staphylococcus aureus.? 2.- Describa las etapas del método científico aplicadas al descubrimiento de la penicilina. Biología Celular y Molecular – UPNW 2016-1 Página 6