1 Santiago Casas La historia contemporánea de la Iglesia en

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Santiago Casas
La historia contemporánea de la Iglesia en España
Tomando como punto de partida la relación de Ernesto Galli della Loggia, quisiera dar unas
claves de la historiografía sobre la historia de la Iglesia en España. Esta visión se ceñirá al pasado
siglo XX, que es el siglo que presenta unas tensiones más evidentes en el campo de la escritura de la
Historia. De hecho, junto con el XIX, son los siglos donde la separación entre la sociedad y la
Iglesia empieza a acentuarse especialmente en el ámbito científico. Son los siglos de la
secularización y de un mayor apasionamiento en el debate historiográfico, donde se ve una batalla
constante por la justificación de posturas pretéritas y hodiernas.
Paradójicamente, las investigaciones históricas medievales o modernas no levantan apenas
pasiones ni luchas enconadas entre los historiadores vivos y si las levantan es por su relación con
las posturas ideológicas actuales. A este respecto, es ilustrativa la polémica desatada con la
posibilidad de beatificación de Isabel la Católica. Si Franco no hubiera entroncado su régimen con
los Reyes Católicos o si no estuviera tan presente la teología de la liberación en algunos sectores
civiles y eclesiásticos difícilmente se cuestionaría desde un punto de vista histórico la
“conveniencia” de su proceso de beatificación.
En esas épocas históricas (medieval y moderna) trabajan pacíficamente laicos y clérigos con
mutuo respeto. También es cierto que se trata de épocas donde lo religioso impregna lo civil y este
segundo factor solo puede ser entendido desde el primero. Por eso debemos buscar cuáles son las
raíces de la dificultad para elaborar de un modo sosegado una historia religiosa contemporánea.
La historia contemporánea de la Iglesia en España comparte la idiosincrasia del país, que a
lo largo de esta época puede verse desde el punto de vista de la rotura interna. Ya habló Antonio
Machado en uno de sus poemas sobre las dos Españas: “Españolito que vienes al mundo, te guarde
Dios. Una de las dos Españas ha de helarte el corazón” (Proverbios y Cantares, estrofa LIII). Esta
imagen impregna la realidad religiosa española y ha servido como clave de interpretación
hermenéutica de la realidad social y política a muchos autores, como queda reflejado en la
bibliografía final de este artículo.
A continuación expondré tres momentos de rotura interna (política, ideológica, bélica) que
van configurando, a mi modo de ver, las actuales posiciones en torno a la visión actual de la historia
contemporánea española, concretamente, en su aspecto religioso.
La primera rotura puede verse en la salida de la historia de la Iglesia y de la teología de las
facultades civiles (siglo XIX) lo cuál ha supuesto una mirada desdeñosa y una desconfianza mutua
entre los dos sectores (civil-eclesiástico). La acusación desde el ámbito eclesiástico hacia el civil es
la incapacidad para entender la naturaleza de la institución y específicamente sus fines. Tratando,
por ejemplo, a la Iglesia como un centro de poder, tomando la parte por el todo (simplificando,
evitando los matices) o aplicando métodos, como el sociológico, que acaban por desfigurar la
realidad de la institución. Del lado civil, se acusa a la historia hecha “por la Iglesia” de no estar
integrada en las corrientes historiográficas modernas y plantear una historia aún apologética. De
hecho, hay una cierta prevención hacía la ciencia realizada por eclesiásticos y, por otra parte, la
escasez de historiadores laicos que se dedican a la historia contemporánea religiosa es preocupante.
De todos modos, en España, la historia hecha por eclesiásticos desde instituciones eclesiásticas
tiende a desaparecer debido a las pocas entidades que dedican sus recursos al cultivo de estas
materias.
Otra rotura (causa de la primera), arrastrada también desde el XIX, ha sido la división
clásica entre tradicionalistas y liberales (también presente en otros países) de la cuál no se ha podido
desligar la Iglesia y que, al menos por lo que respecta a las tendencias liberales en el siglo XX, ha
adoptado las formas de anticlericalismo y laicismo. Esta fractura que acompaña a la historia de la
Iglesia en todo Occidente se ha perpetuado hasta el día de hoy. Pocos historiadores han logrado
colocarse en una tercera vía o en una tercera España que reconozca los logros de unos y otros. Esta
rotura se ha visto avalada incluso por la división en la jerarquía española, especialmente por lo que
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se refiere al tardo franquismo, entre “inmovilistas” y partidarios del cambio. Evidentemente, una
profundización en las situaciones históricas y en las figuras concretas, tanto en el ámbito civil como
en el eclesiástico, matizarían muchos juicios apresurados.
La principal rotura, no obstante, ha sido la guerra civil española. Esta guerra, aún hoy día
divide a España. Por otra parte, las consecuencias de la guerra civil han propiciado la entrada de la
Iglesia en el campo de la historia política y civil (por la confesionalidad del Estado) otorgándole un
espacio importante en la historiografía no eclesiástica, aunque siempre como un apartado
secundario de las historias generales, es decir: como un elemento imprescindible de análisis pero
siempre subordinado al discurso general político.
La división de espíritus provocada por el conflicto bélico ha llevado a una creciente
ideologización de la historia de la Iglesia por parte de la historiografía civil reduciendo a la Iglesia a
un mero actor político. Un claro ejemplo es la interpretación de las beatificaciones de los “mártires
de la guerra civil” por Juan Pablo II, desde la óptica política de respaldo de una ideología; es decir,
esos actos implícitamente conllevarían una legitimación histórica de una de las dos partes del
conflicto. Para evitar esta identificación la Iglesia suele referirse a los “mártires de la persecución
religiosa” durante la guerra civil española.
La historia eclesiástica sólo interesa en cuanto que interacciona con los acontecimientos
políticos. Los pocos historiadores eclesiásticos “aceptados” coinciden ideológicamente con la
corriente dominante y, en el fondo, mantienen un cierto distanciamiento personal con la derivación
actual de la Iglesia después del concilio Vaticano II.
Por otro lado, la dimensión propiamente religiosa de la historia de la Iglesia desaparece y
sólo se conserva en la erudición local o en la historia eclesiástica enfocada desde la historia cultural,
devocional o piadosa, cuando menos folclórica. No hay temas de fuste donde la parte religiosa
tenga un papel preponderante si no son aquellos que afectan a las relaciones Iglesia-Estado
(concordatos, educación, relaciones con la jerarquía, libertad religiosa…). Desde este punto de
vista, se da también en España lo que dice Galli della Loggia: la contemporaneità ha visto dilatarsi
in modo inaudito la sfera (...) della politica e dell’ideologia, e con esse (...) la sfera del potere.
En España esta idea no sólo se aplica a los temas de estudio sino también al propio modo de
hacer historia que ha derivado en política e ideología. En definitiva, las opciones vitales y las
opiniones personales siguen pesando excesivamente en la manera de hacer historia en España.
Respecto a la realidad de la Iglesia en España en la segunda mitad del siglo XX hay que tener en
cuenta que siempre ha sido juzgada por los historiadores desde categorías políticas según la mayor
o menor afinidad con la dictadura de Franco y, precisamente, por unos historiadores que han sido
espectadores de esos tiempos o sus consecuencias y han tomado partido activo por alguno de los
bandos. Es decir, quién no estuvo en la cárcel, escribió en un periódico del régimen; quién no fue
seminarista, se posicionó por las causas nacionalistas etc. Por otro lado, bastantes intelectuales han
iniciado sus actividades públicas (en general de oposición al régimen) de la mano de la Iglesia (a
través de sus organismos) porque era la única institución que gozaba de cierta independencia. El
“problema” es que mientras que la dictadura ha desaparecido y pocos vestigios quedan de ella, la
Iglesia permanece, siendo y no siendo la misma.
Como han remarcado algunos analistas, hay una cierta prisa en escribir la historia o en
reescribirla. Esta prisa hace que prime la memoria sobre la historia. Esto hace que se de más peso a
la interpretación que a la documentación. Esta presencia enorme de la memoria (recuerdos,
experiencias vividas, entrevistas, nostalgias…) en la bibliografía actual ha provocado unos
dictámenes excesivamente personales. A estas circunstancias se suma el difícil acceso a las fuentes
ya que los archivos eclesiásticos siguen la norma de los setenta y cinco años para su apertura a los
investigadores. En todo caso, exceptuando los de Cataluña y el País Vasco, están poco organizados
y no cuentan con recursos; muchos archivos privados están perdidos o son de difícil acceso (en
parte por desconfianza hacia el historiador casero); además bastantes obispos quemaron sus papeles
personales.
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Por otro lado – y por tratarse de investigaciones pioneras – podríamos decir que han
“quemado” abundantes temas de estudio. Es decir, se han trabajado campos de estudio pero se ha
hecho mal, y ahora es más costoso deshacer lo hecho que dirigirse hacía nuevos temas. Esto
provoca también que se revisen pocas teorías asentadas en los años setenta, especialmente por parte
de historiadores extranjeros, cuando se sabe que la documentación aparecida posteriormente podría
propiciar un cierto vuelco historiográfico.
Debido a que es imposible parar la avalancha historiográfica que sobre la contemporaneidad
más contemporánea se nos viene encima y que, por otra parte, cada vez más las editoriales dedican
sus esfuerzos a este género de publicaciones pensamos que habría que estudiar con especial
profundidad algunos temas que pudieran servir como entramado o base de apoyo de investigaciones
posteriores: la reconstrucción de la Iglesia en España después de la Guerra Civil española; el papel
de la Iglesia española en la transición hacia la democracia; el post-concilio en España: raíces
teológicas y sociales de la crisis; el proceso de secularización de la sociedad española a lo largo del
siglo XX. En definitiva, como apuntaba Feliciano Montero, la evolución historiográfica española
dependerá de que se puedan superar algunas cuestiones históricas pendientes: en el plano filosóficoteológico (relación con el liberalismo y la cultura moderna); en el político-institucional y en el
social la asunción del proceso de secularización.
De todas maneras esta historia en España sólo será posible si se hace un esfuerzo colectivo
por no escribir una historia justificativa de las acciones y por no juzgar las realidades pasadas desde
la óptica actual y viceversa. Por otro lado, hay que defender la naturaleza específica de la realidad
institucional de la Iglesia (el objeto propio de la historia de la Iglesia), no como un medio de
exonerarla de toda responsabilidad (que tampoco hay que buscarla) sino como una ayuda al propio
historiador para que comprenda cómo las realidades distintas han de ser tratadas de manera diversa.
En esta tarea hay que evitar caer en el revanchismo y también, por la reciente evolución histórica
española, en la tentación de la historia nacionalista de corte decimonónico y romántico.
Bibliografía
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