Tomado del libro titulado Delito y Seguridad de los Habitantes. México,D.F.: Editorial Siglo XXI, Programa Sistema Penal Derechos Humanos de ILANUD y Comisión Europea, 1997 VIOLENCIA INTRAFAMILIAR E INTERVENCIÓN POLICIAL GIOCONDA BATRES* INTRODUCCIÓN. SEXO Y GÉNERO. DISTRIBUCIÓN DEL PODER. VIOLENCIA Y VIOLENCIA DOMÉSTICA. LA INTERVENCIÓN POLICIAL. LA INTERVENCIÓN ADECUADA El abordaje del problema del abuso sexual y la agresión a mujeres y niños debe hacerse desde una perspectiva de género. Esto significa un reconocimiento de la desigualdad de opciones y de poder entre hombres y mujeres, dentro y fuera de la familia. La raza y la clase social son también fuentes de opresión; sin embargo, solamente el género está siempre presente como categoría básica de organización social y familiar. La edad, el género, la raza y la clase social determinan nuestra experiencia en la sociedad (Batres, 1993). Muchos estudios han demostrado que el abuso sexual y otros abusos a los niños y a las mujeres son consecuencia de la forma en la cual se estructura el poder en la familia y en nuestra sociedad (Finkelhor, 1989; Walker, 1990). En la familia hay una jerarquía de poder basada en el sexo, la edad y la distribución de recursos materiales y personales. En general quien tiene estos recursos y atributos es el hombre adulto. La posición de poder de los hombres como jefes de familia ha sido legitimada por el esquema de la familia patriarcal y * Directora del Programa Regional de Capacitación en Contra de la Violencia Doméstica, ILANUD. 1 todas las instituciones sociales han apoyado y reconocido este poder. La violencia no es un problema que ataña a determinado tipo de personas, familias o estratos sociales. Es, sin duda, un problema más general, de carácter social e institucional. La mayoría de los especialistas, terapeutas, abogados o trabajadores sociales, así como la fuerza policial, no están preparados para ayudar a víctimas y ofensores porque, al no reconocer la existencia del problema no se les entrena para ello. La violencia doméstica contra las mujeres es un aspecto de la vida familiar y social que ha permanecido oculto y ausente como tema de estudio en la formación curricular de los profesionales que en el futuro tendrán la responsabilidad de formar, educar y tratar a las mujeres y a los niños. También en los libros de texto y en los indicadores de salud y desarrollo de los pueblos latinoamericanos se ha invisibilizado el problema (Batres, 1994). Desde hace dos décadas el movimiento de mujeres ha impulsado grandes cambios en las corrientes científicas contemporáneas. Por ejemplo, ha introducido conceptos tales como el de género, señalando las diferencias entre los sexos, y develado la condición de las mujeres. El término "género" circula en las ciencias sociales desde 1955, cuando el investigador John Money lo propuso para nombrar al conjunto de conductas atribuidas por la cultura a los hombres y a las mujeres (Batres, 1994). Posteriormente Stoller estableció la diferencia que existe entre género y sexo, al señalar que la identidad de género no esta constituida por el sexo biológico, sino por el hecho de vivir, desde el nacimiento, las experiencias, los ritos y las costumbres que se consideran apropiadas para lo masculino o lo femenino. La identidad de género facilita, entonces, la decodificación del pensamiento biologista y pone en cuestión el discurso naturista o esencialista. Mujeres y hombres comparten rasgos y características humanas, y esta rica gama de posibilidades debería poder expresarse sin reglamentaciones. Consecuentemente, los estudios del género han encarado la tarea de rectificar y rehacer los conceptos sobre el hombre y la mujer y sobre la distribución del poder en la sociedad y en la familia. Han revisado el concepto aprendido de ser 2 humano, poniendo en evidencia que hemos manejado el concepto de humano sin considerar ambos sexos, sino sólo el modelo masculino. Se han propuesto entonces una nueva ontología y nuevos paradigmas que rechazan los supuestos básicos subyacentes en todo conocimiento científico occidental, tales como la paridad que establece que lo masculino es igual a lo humano y su contrapartida de que lo humano es igual a lo masculino. Esta equivalencia se encuentra presente en el lenguaje, el derecho, la sociología, la política, la teoría psicoanalítico, la lógica y el discurso filosófico, en los cuales la mujer está omitida, distorsionada y silenciada y se le atribuyen cualidades y funciones naturales (Batres, 1994). Por violencia doméstica entiendo cualquier acto de comisión u omisión, efectuado por miembros de la familia, y cualquier condición que resulte de dichos actos y que prive a otros miembros de la familia de iguales derechos y libertades o interfiera con su máximo desarrollo y libertad de elegir. En toda familia, así como en la sociedad, existe una serie de supuestos implícitos de estos valores y creencias patriarcales, que también se han sustentado, durante siglos, al sostener que la diferencia biológica entre los sexos es igual a desigualdad femenina y superioridad masculina. En consecuencia, podemos afirmar que aspectos significativos de la estructura jerárquica y de poder en la familia, están apoyados en estas creencias heredadas a través de los siglos: que la familia debe estar organizada en jerarquías de poder y desigualdad provenientes de un ordenamiento biológico; que es a causa de la naturaleza que las mujeres están destinadas a ejercer funciones maternales, más allá de la procreación; que las mujeres y las niñas pertenecen a los esposos-padres y por lo tanto éstos tienen el deber de disciplinarias o explotarlas sexualmente. A lo largo de la historia el marido tenía la facultad correctiva respecto a la mujer. Este poder disciplinario se mantuvo con el carácter de sanciones lícitas, aun a lo largo de este siglo, siempre que se aplicase dentro de límites prudentes. Esta relación de obediencia hace desaparecer la igualdad formal ante la ley, pues desconoce el derecho de realizar actos con discernimiento y voluntad, ya que las decisiones impuestas, si 3 no son respetadas, pueden justificar una represión. El derecho, como otras disciplinas, asume estos implícitos en su doctrina, y funciona además como si estas diferencias de poder no existiesen, y los hombres y las mujeres compartiésemos la familia y la sociedad por igual. Como se ha podido observar, los hombres y las mujeres habitan en mundos sociales diferentes y su igualdad ante la ley es una abstracción que no se ajusta a la realidad. Lamentablemente, el desconocimiento de esta realidad siempre conduce a la revictimización de las víctimas de estos crímenes que, como se ha demostrado, en 99% son mujeres. Aun en nuestros días la agresión física hacia las mujeres sigue oscurecida por mitos, presentes en la sociedad, en los juzgados y en la acción policial, que no han hecho más que perpetuar el concepto de que la mujer ha provocado su propia agresión. En la región, el patrón de victimización sexual por incesto y abuso sexual muestra la misma distribución estadística por sexo que en otros países donde se ha estudiado el fenómeno. Y es que 94% de las víctimas de incesto son niñas, 96% de las víctimas son mujeres y el incesto padre/hija, es el más frecuente. Esta diferencia por sexo en la comisión de incesto y abuso sexual sólo pueden entenderse desde la perspectiva del género, ya que las teorías tradicionales no explican esta discrepancia. Al estar el incesto rodeado de mitos, se ha contribuido a que los niños y las niñas sigan sintiéndose culpables. En ello han desempeñado un papel oscurecedor importante las teorías de Freud, quien distorsionó la verdad sobre la victimización sexual femenina para ajustarla a los valores de la época y a los propios, contribuyendo al mito de que las niñas fantasean sobre su victimización, la provocan o son cómplices. Nos encontramos ante el mismo fenómeno con la violencia física contra las mujeres. En Costa Rica 18 mujeres agredidas han sido asesinadas por sus esposos o exesposos en 1994. La mayoría de ellas solicitaron previamente ayuda a la policía. La Delegación de la Mujer recibe actualmente más de 58 denuncias diarias por agresión física a las mujeres y cada caso es más dramático que el anterior. 4 El grupo "Mujer no Estás Sola" informa que de los cientos de mujeres agredidas atendidas, 58% se han sentido en riesgo de muerte y 47% han hecho intento de suicidio. En Panamá, El Salvador, Nicaragua, Honduras, el patrón de victimización física, sexual y psicológica de la mujer es similar; alcanza 50% de las parejas de todos los países. Todo lo anterior hace urgente y necesaria la capacitación de la policía en la prevención, el abordaje y la intervención de la violencia contra las mujeres, las niñas y los niños con un enfoque de género. El concepto de vigilancia de los hombres que golpean o asesinan a las mujeres, que se ha visto tradicionalmente como un asunto de ámbito privado, reta los paradigmas actuales de las distintas corrientes de la criminología y nos pone frente a nuevas interrogantes y cuestionamientos sobre lo que ha significado hasta el momento el control del crimen o la protección de la comunidad frente al crimen, y el ámbito social que se espera que la policía proteja. Tradicionalmente el objetivo de la vigilancia se ha referido al mantenimiento del orden público, por ejemplo vigilancia en protestas públicas, y también se ha definido que la policía debería adoptar un papel neutral en el cumplimiento de sus deberes. Otro argumento utilizado en relación con la acción de la policía ha sido el de que la comunidad debe ser responsable también de la seguridad del ámbito público. Sin embargo, este último concepto desconoce que en una comunidad los individuos tienen intereses diferentes. Por ejemplo, una comunidad puede ser muy racista o muy sexista; en tales casos, no podríamos garantizar que apoye cambios en la policía, en sus políticas o en la práctica. Además, otras discusiones alrededor de la vigilancia y la prevención del crimen se han dado en contextos que no tienen perspectiva de género, es decir, no se ha incluido que hay diferentes relaciones de poder dentro de la familia y que los hombres y las mujeres tienen diferentes cuotas de poder y distintos privilegios en la sociedad, privilegios que, en general, apoyan la discriminación femenina y la preponderancia de un sexo sobre el otro. Incluir el género también significa que 5 el análisis sobre lo público y lo privado se enriquecerá con una nueva comprensión. La división de la vida social, pública y privada, ha sido una construcción histórica que no ha tomado en cuenta la perspectiva de género y que ha significado que dentro del ámbito determinado como privado no deben introducirse incursiones policíacas o estatales. Este tipo de concepción, en dos categorías, ha justificado un sistema de vigilancia discriminatoria para las mujeres y ha sido utilizarlo por aquellos que justifican la descriminalización de la violencia del hombre contra la mujer. Desde esa perspectiva, se ha ignorado lo peligroso que es el ámbito privado para las mujeres; se ha construido una idea falsa de que las mujeres, los niños y las niñas se encuentran seguros dentro de la familia; se ha definido la casa, no solamente como el lugar donde debe permanecer la mujer, sino como un espacio donde ella estará segura. Incluso se ha manejado la tesis equivocada de que las mujeres corren más peligro en el mundo público, al que sólo deberían ingresar con la protección masculina. La policía, que también ha sido formada en esta sociedad con sus mitos y sus distorsiones, tiene una idea preconcebida del término "seguridad" y de cuáles ciudadanos son capaces de protegerse a sí mismos. En general mantienen el concepto de que los hombres son las personas capaces de protegerse a sí mismas, mientras que las mujeres deben protegerse por la dependencia con respecto al hombre. Por lo tanto, las mujeres que no quieren la protección del hombre porque es peligrosa son definidas como mujeres desviadas de la norma, que han provocado su agresión y que, por lo tanto, no merecen protección. Es curioso observar también cómo el Estado no está dispuesto a sostener confrontaciones sobre la violencia del hombre dirigida a la mujer, pero sí gasta grandes sumas de dinero para proteger a la ciudadanía del terrorismo o del desorden público. Y es que la protección que se le debería ofrecer a las mujeres contra la violencia de sus esposos ha sido vista como algo sin importancia, no solamente por el Estado sino por la cultura en general y por las instituciones. 6 En los debates sobre vigilancia de la violencia masculina es imprescindible incluir las visiones femeninas sobre este tipo de vigilancia; generalmente las visiones de la autonomía femenina no son consideradas por la policía, que tiene otra concepción de protección. La tarea más grande en este tipo de acciones es encontrar una forma para que las mujeres se puedan sentir libres de violencia, pero también puedan experimentar un sentimiento de independencia, de control sobre su vida. Es evidente que estos cambios no son fáciles, pero sí importantes para evitar que las mujeres sigan expuestas a la violencia física e incluso a la muerte. Sin embargo, los cambios en las políticas de intervención de la policía no son suficientes -aunque sí necesarios- para asegurar la protección de las víctimas. Los cambios serán más eficaces cuando los programas de capacitación dirigidos a la policía conlleven un cambio de actitud de la policía y de la sociedad para que la violencia contra las mujeres no se perciba como un problema personal sino como un problemas social que afecta a la mitad de nuestras familias y que constituye un comportamiento criminal. A pesar del trabajo educativo que se ha iniciado en muchos países con la policía, existe una falta de conocimiento general y de comprensión del poder y las dinámicas subyacentes a las necesidades de asistencia de una mujer. La policía continúa trayendo a su trabajo presunciones de sentido común acerca de los tipos de mujeres, particularmente la ideología que las divide en "merecedoras" y "no merecedoras" de la atención de la policía. Las mujeres no merecedoras son aquellas que de alguna manera piden o provocan la victimización o inducen a sus agresores a ella. Huesos quebrados, moretones inclementes, propiedad destruida, vecinos enojados y niños aterrados, de acuerdo con el sentido común de estos mitos, se deben a los regaños de la mujer, las discusiones por asuntos financieros o la disciplina de los niños, o por ser una "mala" ama de casa. Las sospechas de infidelidad, por parte de un hombre podrían considerarse sana justificación apropiada para la agresión. Al caracterizar las explicaciones del hombre como justificaciones, o por lo menos como razones para mediar, la policía automáticamente refuerza el 7 comportamiento masculino "apropiado" dentro de la relación. Las experiencias de violencia para muchas mujeres no son vistas como criminales porque se acusa a la mujer de violar la idea del hombre de esposa/amante/madre. La categoría de "merecedora" es tan mitológica como su opuesta. Mujeres que "merecen" protección son aquellas que se están comportando "de manera apropiada" en su relación. Sin embargo, al hombre se le define como mentalmente enfermo o borracho y, por lo tanto, no responsable de su comportamiento cuando agrede. Estas categorías también son utilizadas por las otras estructuras de poder de la sociedad de raza y clase, donde típicamente reciben más respeto las mujeres de estatus en estas estructuras. El impacto de todas estas categorías sobre el comportamiento, al igual que todos los estereotipos, suele ser muy contradictorio. Generalmente la policía ha entrado a las situaciones definidas como domésticas con una serie de estereotipos y presunciones muy distintos de los que tienen en relación con otros crímenes. Estos estereotipos y prejuicios condicionan la reacción de la policía en los casos de violencia doméstica contra la mujer. Piensan en general que la agresión a la mujer es una expresión natural o típica de la relación, y más que entender que estos hombres violentos están actuando como criminales, se identifican con los ofensores y suelen pensar que sólo están expresando la frustración ante el comportamiento inadecuado de su compañera. Este tipo de ideas influye en las decisiones que toman los policías, en la forma como se dirigen a las mujeres, y en la decisión de arrestar o no al perpetrador. Esta clase de estereotipos y de identificaciones con los ofensores también los tienen jueces y trabajadores sociales, que identifican los asuntos de violencia como transacciones familiares y no como el resultado de una violencia criminal, donde hay una evidente falta de poder de las mujeres y un mal uso del poder de los hombres. Estrategias tales como terapia familiar, mediación y reparación de los esquemas corren el riesgo de eliminar la responsabilidad de hombres violentos al crear argumentos que indudablemente definen a la mujer violada y a los niños como participantes y responsables -aunque no por completo- por la violencia 8 dirigida hacia ellos. Estas estrategias pueden prestarse para atar a la mujer más fuertemente a la existente relación de violencia o para originar un compromiso personal donde antes no lo había. No es de extrañar que las mujeres encuentren difícil dejar las relaciones violentas cuando han sido definidas por su cultura como ineludiblemente ligadas al hombre o como parte de la unidad familiar, más que como mujer es con el derecho de habitar una casa libre de violencia. Definir la agresión como un problema de la relación es una forma de pensar que inculca dependencia de la mujer con respecto al hombre. ¿Cuál debe ser la intervención adecuada? Esta gran pregunta da lugar a otro desacuerdo básico entre violencia doméstica y policía. En cualquier intervención de la policía la prioridad es asegurar el control sobre lo que está pasando y traerlo a lo que aquélla define como una conclusión satisfactoria. La única forma en que la mujer se verá satisfecha con el resultado es si logra un grado de control sobre su vida después del arribo de la policía, ya que es su vida la que puede estar en peligro. Ella puede haber experimentado violencia en otras ocasiones de las que la policía no sabe nada. Está capacitada para conocer cualquier patrón en el comportamiento del hombre que lo lleva a una violencia continua. Porque conoce al hombre y ha experimentado su comportamiento antes, está en la mejor posición de saber qué es lo que probablemente sucederá cuando la policía se haya ido. Ella, y no la policía, tiene que vivir con las consecuencias de cualquier decisión que esta última tome. Puede necesitar asistencia de la policía para ganar suficiente control y asegurarse de que la violencia no se repita. Puede necesitar ayuda práctica para así escapar de la violencia junto con sus niños, como por ejemplo transporte a un lugar de seguridad o colaboración para obtener contacto con un refugio. Si las circunstancias del ataque constituyen un delito, puede pensar que lo conveniente para el hombre es el arresto. Pero sólo permitiéndole a la mujer tener este grado de control la policía puede suministrar protección o asistencia útil y consistente, con respeto hacia su autonomía como mujer. Sin embargo, después de un incidente de violencia, una mujer puede estar en un estado de shock e incapacitada para tomar decisiones que podrán 9 modificar su vida futura. En esta situación el papel de la policía debería ser facilitarle seguridad en el corto plazo y obtener atención médica, con el compromiso de una ayuda futura si ella lo llegara a necesitar, por ejemplo regresar a la casa a recoger su ropa u otras cosas, o la ejecución de un mandato de protección en cualquier otro momento, posiblemente incluyendo el arresto del hombre. Los expedientes de la policía en relación con cada intervención deben estar listos y ser accesibles a otros oficiales que pueden atender en el futuro la llamada. Estos expedientes deberían ser sobre el hombre abusador, y no sobre la mujer victimizada. Nuestro argumento es que la vigilancia eficaz de la violencia contra la mujer requiere una profunda comprensión de las estructuras de poder y el papel de la masculinidad para reforzar estas desigualdades de poder. La protección de la policía a la mujer requiere que aquélla entienda y responda a las necesidades de la mujer. La necesidad fundamental de la mujer es poner fin a la violencia. La forma de intervención que restringe o elimina futuros ataques le permite a la mujer algún control sobre el resultado. La policía debería facilitarle a la mujer el control eliminando la violencia, proporcionarle cualquier información necesaria acerca de los derechos legales y recursos de la comunidad, y asistirle para que logre el resultado que ella defina como más práctico. Esto puede no obtenerse en el momento, como ocurre con la expectativa de que una mujer en situaciones de violencia debería tomar decisiones de cambio de vida. Más bien, el papel de la policía debe brindar una acción elemental que le permita a la mujer obtener un espacio seguro en el cual pueda considerar las opciones con calma. El tipo de vigilancia por el que estoy abogando, evidentemente, confronta los actuales procedimientos de la policía y en la práctica suele producir resistencia. Muchos expertos argumentan que el arresto y los procedimientos judiciales no son eficaces, y con esto justifican la tendencia a no arrestar a los ofensores. Esas erróneas creencias de que esta metodología no funciona, o de que este tipo de intervención puede dañar a la familia, han sido demostradas como equivocadas por distintas experiencias realizadas por cuerpos policiales 10 en todo el mundo. Estas experiencias han mostrado que, cuando la mujer es escuchada por la policía y el hombre es arrestado, aunque sea transitoriamente, las llamadas sobre reincidencia disminuyen hasta en 50 por ciento. También se ha criticado la demanda de que la policía proporcione protección a la mujer como prioridad central, por alterar el acercamiento "neutral u objetivo" de la institución. Creo que en una situación de conflicto y violencia de género un acercamiento “objetivo" sirve de apoyo al statu quo. En las sociedades el dominio del hombre es determinado como "normal"; de este modo, en la práctica, el uso de la violencia para el control de la mujer es perdonado. Las situaciones en las cuales las mujeres recibirán protección son muy limitadas. Aún más, dar prioridad central a la mujer abusada no implica comprometer los derechos legales del hombre violento. Las mujeres también hemos sido influidas por todos estos prejuicios culturales de que no podemos vivir en forma autónoma, y este tipo de socialización nos ha llevado a caer en un ciclo de denuncias y retiro de éstas que ha sido utilizado como un argumento para no intervenir por parte de la policía y los juzgados. Esto no es una condición sana, sino el reflejo de la mistificación a que se ha sometido la mujer, y abandonarla por estas razones profundiza su victimización. Si entendemos este concepto nosotros sabremos que debemos acudir al llamado de las mujeres agredidas cuantas veces sea necesario. Otro mito que se ha manejado ampliamente dentro de la policía es que las llamadas por violencia doméstica son de las mas peligrosas para los policías; incluso existen reportes de investigadores de la violencia familiar que han hablado en los encuentros sobre violencia doméstica del peligro oculto para los policías. David Konstantin (1984) analizó todas las muertes de policías que ocurrieron en Estados Unidos entre 1978 y 1980 y descubrió que sólo 5.2% de estas muertes ocurrieron cuando los policías habían acudido a una llamada sobre violencia doméstica, y que este porcentaje era menor que el de los policías que habían muerto en otra clase de intervenciones, como robo o 11 asaltos. Los mitos de este tipo probablemente se formularon debido a una recopilación de datos que no distinguió entre la violencia doméstica y otros disturbios. La causa puede ser también que sea una experiencia difícil para el policía acudir a un llamado de violencia doméstica, donde a veces el ofensor y la víctima unen fuerzas contra él, o que el policía lo perciba como trabajo social y él mismo haya aumentado el grado de peligrosidad para no ver dañado su "verdadero trabajo de policía". Este mito también contribuye a desproteger a las mujeres víctimas de la violencia doméstica, ya que la respuesta de la policía va a ser menos eficaz en estas situaciones. LA EXPERIENCIA DE COSTA RICA A principios de 1995 empezó a funcionar un programa de Capacitación en Violencia Doméstica para la Policía de Costa Rica. El objetivo de este proyecto fue capacitar a los instructores policiales de la Escuela Nacional de Policía José Francisco Orlich en el enfoque de género, la dinámica de algunos aspectos de la violencia doméstica y la arbitración de medidas que garanticen que las practicas de intervención sean sensibles a los problemas creados por el género, la edad y el poder. Este objetivo se concretó por medio de acciones específicas. Primero se realizó un curso sobre violencia doméstica con un grupo de noventa policías hombres y mujeres. Posteriormente se elaboró un manual de capacitación para los instructores de la Escuela de Policía, el que se validó en otro taller para los instructores y personal del Ministerio de Seguridad Pública y la Delegación de la Mujer. Se contó con la voluntad política de la ministra de Seguridad Pública, quien apoyó la institucionalización del curso sobre violencia doméstica en el curso básico policial, lo que significa que todos los policías hombres y mujeres de Costa Rica, de ahora en adelante, tendrán una información básica sobre el 12 tema. En la validación del material se emplearon algunas pruebas para la búsqueda de estereotipos, y se encontró que la policía de Costa Rica, en efecto, se encuentra llena de mitos alrededor del fenómeno. Los mitos más importantes encontrados fueron: 1] Que las mujeres provocan la violencia. 2] Que las mujeres golpean a los hombres en la misma proporción en que son golpeadas por ellos. 3] Que el alcohol es causa de la violencia física contra las mujeres. 4] Que pocas mujeres mueren asesinadas por sus compañeros o excompañeros. 5] Que los niños y las niñas mienten sobre el abuso sexual. 6] Que las madres no ofensoras son tan culpables como los ofensores sexuales. 7] Que es peligroso intervenir en violencia doméstica. 8] Que es un asunto privado. 9] Que no vale la pena intervenir porque después se arreglan "debajo de las cobijas". Además, a lo largo de las exposiciones de capacitación se observó la falta de conocimiento sobre la naturaleza del fenómeno, vacíos grandes acerca de los procesos policiales e ignorancia sobre aspectos legales básicos. En el estado actual de la situación, en presencia de programas de rehabilitación para ofensores y con una policía bien capacitada, podríamos ser capaces de dar una respuesta a la violencia doméstica; entendemos también que el arresto no es contraproducente porque se ha demostrado que disminuye la incidencia de violencia doméstica y no rompe la unidad de la familia, sino, por el contrario, la salva. El proyecto de Capacitación en Violencia Doméstica planteó, como respuesta a estas interrogantes, un proyecto de capacitación a la policía de 13 Costa Rica en el tema de violencia doméstica que se incluyera en la formación básica del policía. Este proyecto fue impulsado y apoyado por la ministra de Seguridad Pública, Laura Chinchilla, y por la doctora Christina van Kooten, de la embajada de Holanda; se trata de una iniciativa pionera en la región. Como un producto importante del proyecto, pero no el único, se elaboró este manual de capacitación con la colaboración de dos consultoras, las licenciadas Inés León Dobles y Margarita Alvarado Obregón. Este documento esta dirigido a los instructores de la Escuela de Policía, quienes serán los encargados de reproducir el curso, que ya fue incluido en el programa del curso básico policial. Contiene, además de la información relativa a violencia física contra mujeres, un módulo bastante extenso sobre abuso sexual infantil. Se creyó conveniente, también, hacer hincapié en la construcción de nuestra socialización como hombres y mujeres, análisis que, de estar ausente, nos impediría la comprensión del papel del género, el poder y la violencia. El aspecto legal que apoya la intervención y las bases jurídicas necesarias para completar la capacitación se han desarrollado con gran minuciosidad. Además de la metodología a seguir en cada clase, se han anexado al manual cada uno de los elementos de apoyo didáctico que el instructor policial requerirá para impartir el curso cuando éste se traslade al policía en formación. El énfasis del programa de capacitación vertido en el manual estará dirigido a reforzar y actualizar el conocimiento y la comprensión de los aspectos psicodinámicos y sociales de la ocurrencia de la violencia doméstica, y a la desaparición de los estereotipos. Ha sido planteado como un curso de alto nivel para el instructor. La metodología didáctica dirigida al policía hace énfasis en lo personal, la teoría y la experiencia de campo, a través de ejercicios, películas, trabajo en grupo y exposiciones. Éste es un “documento vivo”, lo que quiere decir que se le harán las modificaciones que la práctica le exija. 14 Creemos que se ha dado un paso importante con este esfuerzo conjunto, y este paso tendrá influencia en cómo la policía maneje en el futuro los casos de violencia doméstica. Asimismo, ilumina un camino nuevo para el progreso de la justicia y la protección de las mujeres, los niños y las niñas de nuestra sociedad. Es claro que no podremos vivir con tranquilidad de conciencia, ni afirmar nuestro compromiso con la seguridad, mientras en todo el mundo niñas, niños y mujeres permanecen atemorizados dentro de sus propios hogares. BIBLIOGRAFÍA Batres, Gioconda, Tratamiento grupal para sobrevivientes de incesto, ILANUD, San José, Costa Rica, 1994. Batres, Gioconda, I. León, y M. Alvarado, Manual de capacitación en violencia doméstica para el curso básico policial, ILANUD, San José, Costa Rica, 1995. Batres, Gioconda y C. Claramut, La violencia contra la mujer en la familia costarricense, ILANUD, San José, Costa Rica, 1993. Cover, Jeannette, Prevalencia de abuso sexual infantil en poblaciones universitarias, tesis, Universidad de Costa Rica, San José, Costa Rica, 1995. Hammer, J., Redford, Mujer, vigilancia, perspectivas internacionales, Routledge, Londres, 1989. Kappeler, V., Myths and misconception of police work, Wavelan Press, Prospect Heights, 1993. 15 Loving, Nancy, Responding to spouse abuse and wife beating: A guide for police, Washington D. C., Police Executive Research Forum, 1980. Sherman, L. Besk, The Minneapolis domestic violence experiment police, Washington D. C. Foundation Reports, 1984. Sherman, Lawrence W., “Causes of police behavior: The current state of quantitative research", Journal of Research in Crime Delinquency. Walker, Leonore, Terrifyng love, Nueva York, Harper and Row, 1989. 16