L LO OS ST TR RA AS ST TO OR RN NO OS SD DE EL LA AC CO ON ND DU UC CT TA AE EN NL LA A V VIIV VIIE EN ND DA A:: M MO OD DE EL LO OS SD DE E IIN NT TE ER RV VE EN NC CIIÓ ÓN N.. Ponente: Ramon Novell Alsina. Psiquiatra. INARP. Fundación Ave María. Sitges Las “alteraciones de conducta” comprenden una serie de comportamientos anormales desde el punto de vista sociocultural “de una intensidad, frecuencia y duración tales que conllevan una alta probabilidad de poner en grave compromiso la integridad del individuo o los demás, o que conlleva una limitación clara de las actividades del individuo y una restricción importante en su participación en la comunidad (restricción del acceso a los recursos y servicios de la comunidad)” (Emerson et al, 1999). Esta definición se fundamenta en un modelo sociocultural basado en el impacto social de la conducta, no conlleva implicaciones causales o etiológicas, y es ateórica. El carácter patológico de un comportamiento determinado dependerá de una compleja interrelación entre lo que la persona hace, el lugar en el que lo hace y cómo se interpreta o qué significado se le da a lo que hace. La codificación de un comportamiento como patológico no presupone ningún modelo teórico de base ni conlleva por tanto un tipo de análisis o de intervención determinado. La dificultad de tipificar estos problemas se refleja en una nomenclatura bastante confusa. En la literatura anglosajona se utilizan, entre otros, los términos challenging, defiant o aberrant behavior. El primero de ellos podría traducirse como “conductas reto”, ya que fue acuñado con el fin de no focalizar el problema en la persona sino en los servicios, que deben responder ante el reto que les supone este problema socio-sanitario. Estos problemas se han denominado en castellano conductas perturbadoras, inapropiadas, desafiantes, o aberrantes. Como todos los términos son objetables, preferimos la opción de “Alteraciones de conducta”. Evidentemente, el rango de conductas potencialmente anormales es enorme y resulta necesario delimitar una serie de ellas en función de su impacto sobre el individuo y la sociedad. El sistema ICAP codifica siete tipos de conducta patológica: comportamientos autolesivos o daño a sí mismo, heteroagresividad o daño a otros, destrucción de objetos, conducta disruptiva, hábitos atípicos y repetitivos 1 (estereotipias), conducta social ofensiva, retraimiento o falta de atención y conductas no colaboradoras; y el DC-LC (Diagnostic Criteria for Psychuiatric Disorders for Use with Adults with Learning Disabilities), propuesto por el colegio de psiquiatría de Inglaterra, diez: agresividad verbal, agresividad física, conducta destructiva, conducta autolesiva, conducta sexual inapropiada, conducta oposicional, conducta de demanda, deambulación, problemas conductuales mixtos y otros problemas de conducta. Las conductas anormales en el retraso mental se pueden dividir en dos grandes grupos, según se asocien o no a amenaza para sí mismo y para los demás. En el primer caso se pueden agrupar las “conductas disociales o desafiantes” y en el segundo las conductas “no disociales” relacionadas con una restricción de las actividades y de la participación. • Conductas disociales: Las conductas disociales o desafiantes abarcan un rango de comportamientos anormales de una intensidad, frecuencia y duración tales que conllevan una alta probabilidad de poner en peligro la integridad física del sujeto o la de los individuos de su entorno (Emerson et al, 1999), o que suponen una transgresión clara de las normas sociales (p. ej. autoagresividad, heteroagresividad, conducta sexual anormal, acoso). Estas siempre implican una alteración de la actividad y la participación social del individuo. • Conductas no disociales causantes de restricción en la actividad y participación del individuo: Hay conductas que sin constituir un riesgo para el individuo o el entorno, y sin tener un carácter antisocial, implican una grave interferencia en la integración del individuo en la comunidad, limitando sus actividades y restringiendo su participación y utilización de los recursos disponibles. Estas conductas pueden ser silentes y motivar una falta de atención por parte de cuidadores (por ejemplo, pasividad, conductas no colaboradoras, falta de cumplimiento, aislamiento), o perturbadoras (hiperactividad, gritos incontrolados, escapadas, demanda constante de atención). En general, las tasas de problemas de conducta muestran un amplio rango de variación según los estudios (5-60%). En ello influyen las dificultades metodológicas en la evaluación de estos problemas señaladas anteriormente. Emerson y cols. (1999) señalan que entre el 10-15% de las personas con RM que utilizan servicios educativos, sociales o sanitarios presentan alteraciones de conducta. Otros autores señalan tasas entre el 46 y el 60% (Deb et al, 2001). De acuerdo con Emerson, las alteraciones conductuales más frecuentes 2 son los comportamientos limitadores de la actividad y la participación, los de tipo disocial, en 9-12%, agresión (7%), comportamiento destructivo (4-5%) y autolesiones (4%). En nuestro medio (Salvador y cols, 1998), sobre una muestra de 130 sujetos con RM leve y moderado encontramos una tasa global de aparición de problemas de conducta del 27%. Los más frecuentes fueron: gritos o ruidos molestos, demandas de atención, rabietas y/o agresividad verbal, heteroagresividad física, conducta antisocial, hiperactividad, hábitos personales inadecuados y deambulación o escapadas. Se analizó la severidad de dichas conductas, concluyendo que las rabietas y/o agresividad verbal son el problema de conducta que más frecuentemente es valorado como grave en estos sujetos, seguida de la demanda frecuente de atención, la heteroagresividad física, la conducta antisocial y los hábitos personales inadecuados. También se hizo un estudio de diversas variables que pudieran influir en las tasas de problemas de conducta, encontrando que los sujetos alojados en régimen residencial exhibieron un mayor número y severidad en los problemas de conducta evaluados que aquellos que vivían en la comunidad (en el domicilio familiar o en vivienda protegida). Se relacionó de modo significativo el consumo de psicofármacos con la presencia de problemas de conducta. Sin embargo, no tuvieron repercusión alguna en la aparición de problemas de conducta la presencia de trastorno psiquiátrico, el nivel de gravedad del RM, la edad ni el sexo (Salvador et al, 1994; 1998). En un estudio realizado en un Centro Residencial para personas con grave retraso mental y necesidades de soporte extenso y generalizado (Residencia Ibera, APASA – Amposta), las conductas más relevantes que se apreciaron en un grupo de 30 sujetos fueron las estereotípias y la conducta autoagresiva. De las variables que influían en la aparición de las alteraciones conductuales, la edad y nivel del retraso mental mostraron una correlación similar a la de los estudios publicados. Así, los trastornos conductuales disminuirían a medida que el sujeto envejece, y serían más graves en aquellas personas con mayor afectación cognitiva y funcional, relacionándose, de forma estadísticamente significativa (p< 0.001) con la ausencia de formas de comunicación verbal o alternativa y con el empobrecimiento sensorial. 3 Alteraciones conductuales en una muestra de 30 sujetos con retraso mental Grave y Profundo evaluadas según la escala ABC. (Novell y cols, 2000) • • • • • • • • • • • • Conducta n % P.m. Pmax Ranquing Agitación 24 80% 5 45 6 Hiperactividad 21 70% 6,27 48 4 Estereotipias 20 66,7% 3,77 21 1 Letargia 19 63,3% 5 48 8 Desobediencia 18 60% 1,67 12 3 Rabietas 14 46,7% 1,47 12 5 C.Agresiva 11 36,7% 0,97 9 7 C.Autoagresiva 9 30% 1,27 9 2 Habla inapropiada 9 30% 0,67 12 11 Impulsividad 6 20% 0,27 3 10 Chillar 5 16,7% 0,83 9 9 P.m. (puntuación media ABC); Pmax (puntuación máxima ABC) Causas de las alteraciones de la Conducta Extremar la cautela antes problema conductual en el RM de atribuir una causa a un Al igual que ocurre con el diagnóstico psiquiátrico, se produce un enmascaramiento conductual en el RM. Así, se tiende a atribuir automáticamente el problema de conducta a una enfermedad psiquiátrica. Esta tendencia viene favorecida por la consideración de los problemas conductuales en los sistemas de clasificación internacional, que obvian la categorización específica de los mismos (DSM-IV, CIE-10, AAMR). La AAMR al clasificar los problemas de conducta, remite al DSM-IV, forzando una atribución psiquiátrica a las manifestaciones conductuales del sujeto. Existen cuatro causas fundamentales de una alteración conductual en personas con RM que, a pesar de describirlas de forma independiente, interactúan entre ellas para desencadenar el problema: 4 • Síntoma de un trastorno psiquiátrico subyacente: Los problemas de conducta son la primera causa de consulta psiquiátrica en el RM (Day, 1985), y constituyen la causa fundamental de tratamiento psicofarmacológico de estos sujetos. Las personas con retraso mental presentan las mismas enfermedades psiquiátricas que la población no discapacitada. Sabemos que la prevalencia de psicopatología es incluso mas elevada en esta población. El principal problema reside en la dificultad para diferenciar entre los síntomas conductuales de un trastorno psiquiátrico de aquellas conductas que son el resultado de procesos de aprendizaje, o que son controladas por el entorno. La diferenciación es importante porque la forma de tratamiento será diferente. Por ejemplo, la agresión y la auto-agresión pueden ser síntomas conductuales relacionados con la presencia de un trastorno obsesivo-compulsivo, de un trastorno bipolar o de ansiedad en personas con retraso mental, y el tratamiento debe dirigirse a resolver la enfermedad psiquiátrica subyacente. Pueden ser una manifestación de la depresión en personas con un nivel de retraso grave y profundo que expresan su estado emocional en forma de irritabilidad, de hostilidad, de marcada disminución del interés por actividades que resultaban placenteras, de insomnio, de agitación psicomotora, de disminución del apetito y de rabietas. No interpretar estos síntomas de forma correcta puede conducir erroneamente a la prescripción de neurolépticos y al consiguiente empeoramiento conductual, que habría mejorado bajo el efecto de los antidepresivos. Emerson y cols.(1999) resumen cuatro tipos de asociaciones entre trastornos de conducta y problemas psiquiátricos: 1. Relación de los factores familiares y de la infancia en el origen y desarrollo de problemas de conducta y trastornos psiquiátricos (p. ej., patrones de cuidado desorganizados, pobre ajuste parental, etc..) 2. Forma atípica de presentación de un trastorno psiquiátrico en los individuos con retraso mental. A este respecto, se ha relacionado la conducta autolesiva con una forma de presentación particular del trastorno obsesivo-compulsivo (King, 1993). 3. Rasgo secundario de los trastornos psiquiátricos en los sujetos con retraso mental. Síntomas como agitación, crisis histéricas y 5 trastornos del sueño y del apetito pueden ser indicativos de depresión en las personas con RM cuyo grado de discapacidad les impide o dificulta la expresión verbal (Reid, 1980). 4. Los trastornos psiquiátricos pueden establecer una base motivacional para la expresión de problemas de conducta que, a su vez, se mantienen por procesos conductuales operantes. Un trastorno psiquiátrico subyacente puede actuar cambiando la valoración de una situación ambiental neutra a priori. Por ejemplo, la depresión puede estar relacionada con la falta de interés por participar en actividades sociales o educativas y, por lo tanto, con el hecho de que tales actividades se conviertan para el sujeto en reforzadores negativos (es decir, estímulos cuya eliminación es reforzante). Si la persona aprende que la conducta inadecuada puede eliminar tales estímulos aversivos, podremos predecir un incremento de problemas de conducta asociados a la depresión. Es importante tener en cuenta que, según este postulado, la depresión no sería así la causa directa de los problemas de conducta, sino que la aparición de éstos está determinada por la combinación de la influencia motivacional de la depresión, que establece reforzadores negativos, y la existencia en el individuo de un conjunto de conductas problemáticas que previamente le han servido para escapar de situaciones. Síntoma de un trastorno médico subyacente: Las personas con RM muestran un amplio rango de problemas médicos, que en muchas ocasiones se asocian directamente a la enfermedad o el síndrome de base, y en otras a una mala salud física por problemas en las habilidades básicas de autocuidado o en la capacidad de expresión verbal. Es muy frecuente que la primera manifestación de un dolor común (p. ej. un problema dental, cefalea, dolor menstrual) sea una alteración del comportamiento, sobre todo en personas con graves déficits comunicativos. Una consideración especial merecen la epilepsia asociada a RM, siendo la actividad convulsivante causante directo de alteraciones conductuales, o factor de vulnerabilidad que predispone a la presentación de las mismas. El trastorno conductual también puede relacionarse con efectos adversos del tratamiento farmacológico. Por ejemplo, los neurolépticos, en función del tipo y de las dosis, pueden ocasionar confusión mental, sedación y entorpecer las funciones psicomotoras, así como agravar la sintomatología por la cual han sido prescritos. La acatisia o la discinesia tardía se manifiesta habitualmente en personas con retraso mental en forma de conducta agresiva o auto-agresiva. Los ansiolíticos pueden, además de los esperados efectos sedativos, dar lugar a efectos paradójicos manifestados por un desinhibición conductual, excitación, hiperactividad, aumento de la agresividad e 6 irritabilidad, que, al no ser reconocidos como secundarismos o bien conducen a incrementos de la dosis o bien, como en la mayoría de los casos, a la adición de un neuroléptico. Igualmente, otro tipo de fármacos no psicotrópicos como la teofilina, algunos hipotensores, corticoides y antiinflamatorios pueden producir efectos secundarios conductuales, mayoritariamente cognitivos. Forma de expresión del sujeto: Una conducta anormal puede deberse a causas no relacionadas con morbilidad psiquiátrica. Desde el punto de vista de la psicología comportamental, se interpreta como un conjunto de excesos y déficits conductuales que sirven para un propósito funcional a la persona. Una conducta autoagresiva puede constituir una forma de autoestimulación en sujetos muy afectados. También puede tratarse de una forma de expresión de distrés ante conflictos intrapsíquicos, o ante cambios ambientales (p. ej. cambio de horarios o de cuidador), que ha sido modelada a través del aprendizaje y de contingencias de aprendizaje inadecuadas o de un refuerzo inadecuado. Por ello, cuando evaluamos una conducta perturbadora y antes de iniciar cualquier tratamiento, es importante determinar la finalidad de la misma para la persona. ¿Para qué le sirve? Señalemos que no son excluyentes entre ellas, así, una conducta puede servir a diferentes finalidades en un mismo individuo. En estas situaciones el tratamiento dirigido hacia la conducta no es el más eficaz. Debemos enseñar a la persona formas alternativas de comunicación, como por ejemplo la utilización de signos y pictogramas. Control ambiental y personal. La conducta puede servir como una forma de satisfacer necesidades específicas. La conducta perturbadora puede ser aprendida de la misma forma que cualquier otra conducta: por la presentación de recompensas tras la exposición de la conducta. Inicialmente puede que no se presente con la intención de conseguir una recompensa-premio-respuesta, pero si una persona inicia o se engrana en una conducta y aparece una consecuencia que él siente como placentera o que satisface sus necesidades, puede aprender a relacionar la conducta con la respuesta. Hay dos formas en que la conducta puede ser reforzada: refuerzo positivo y refuerzo negativo. De acuerdo con la hipótesis del refuerzo 7 positivo la conducta perturbadora es aprendida cuando la persona es reforzada tras su presentación. Un problema conductual se mantendrá gracias a la finalización de un evento aversivo según la hipótesis del refuerzo negativo. Las cosas y hechos que pueden ser definidas como reforzadores varían de un individuo a otro. Por ejemplo comer chocolate puede ser una conducta muy recompensante para una persona y totalmente aversiva para otra. Igualmente las conductas se dan en el contexto de determinadas condiciones ambientales que actúan como detonantes; por ello el personal debe registrar no tan sólo las características de la conducta sino todas aquellas circunstancias del entorno que rodean a la conducta: quién acompañaba a la persona, dónde, etc. Comprender que es lo que la persona pretende y consigue con la conducta y que circunstancias la desencadenan es un proceso complejo que requiere una evaluación cuidadosa. En líneas generales podemos considerar diferentes formas de refuerzo que pueden mantener la conducta perturbadora: - Refuerzo positivo por atención. Si no se proporciona atención, las condiciones motivacionales son sustituidas por trastornos conductuales en función de anteriores aprendizajes en los que la conducta perturbadora generaba respuestas de atención ambiental (desaprobación, simpatía, etc..). Por ejemplo, un niño con retraso mental puede aprender accidentalmente que recibe mayor atención de los cuidadores y de sus padres cuando se muestra agresivo. Consecuentemente utilizará la agresión para obtener esta forma de interacción social. - Refuerzo positivo por hechos tangibles. El trastorno conductual aparece como una forma de tener acceso a materiales o cosas que de otra manera serían inaccesibles. La recompensa es algo que puede ser tocado. Se da con mayor frecuencia en personas con graves discapacidades e importante pérdida de las habilidades adaptativas para comunicar sus necesidades. - Refuerzo negativo por evitación de peticiones. La conducta perturbadora cumple el objetivo de escapar de diferentes demandas que la persona vive como difíciles o molestas (higiene, educativas, laborales, etc..). Por ejemplo, si es capaz de evitar o finalizar una actividad indeseable, como 8 lavarse los dientes, iniciando una rabieta, fácilmente aprenderá que tal conducta podrá serle útil para escapar de peticiones molestas. - Refuerzo por consecuencias sensoriales. La estimulación sensorial que algunas formas de trastornos conductuales como las auto-agresiones y las estereotípias pueden provocar es capaz de mantener la conducta. En algunos casos es un mecanismo de refuerzo positivo el que mantiene la conducta. Por ejemplo, la compresión del globo ocular puede causar importante daño tisular al mismo tiempo que produce estimulación visual de la retina que reforzará positivamente la conducta. Habitualmente se da en situaciones ambientales en las que el individuo recibe niveles bajos de estimulación, que aprende a compensar a través de la estimulación sensorial fruto de la conducta perturbadora (estimulación vestibular / Kinesética-estereotípias, estimulación visual/táctilautoagresión, etc..). En otros casos es el refuerzo negativo el que la sostiene. Los efectos sensoriales derivados de algunas formas de conducta auto-agresiva pueden, por ejemplo, reducir o enmascarar el dolor derivado de un proceso médico como una otitis, dolor de muelas, esofagitis, etc.., o reducir el malestar producido por un entorno hiperestimulador, difícil de interpretar, como en el caso de la persona que inicia una conducta auto-agresiva cuando se le obliga a participar en actividades saturadas de estímulos. • Manifestación de un fenotipo comportamental. Una conducta anormal puede formar parte del fenotipo comportamental característico del síndrome que presenta el paciente (p. ej. conducta automutiladora en el síndrome de Lesch Nyhan, trastorno alimentario en el Prader Willi, destructiva en la Esclerosis Tuberosa, etc.) Asistencia a las personas con alteraciones conductuales y mentales en la Comunidad. A pesar de que las alteraciones de la conducta y los trastornos mentales en sujetos con RM constituye, como hemos descrito, un verdadero problema socio-sanitario, todavía no se han desarrollado servicios capacitados y específicos para su atención, siendo 9 precisamente este, tal como señalan Bouras y Szymanski (1997) uno de los principales retos futuros en el campo del retraso mental. ¿Red social versus Red sanitaria? Si nos preguntamos por qué no se ha tenido en cuenta la provisión de Servicios para esta población podemos encontrar diversas respuestas. En primer lugar, la falta de apreciación de la magnitud y naturaleza del problema, tanto por el propio profesional que ha considerado el trastorno mental como un rasgo propio de la discapacidad, como por el propio sistema asistencial que ha priorizado los aspectos educativos por encima de los sanitarios. De hecho las personas con retraso mental y trastorno mental han estado y siguen siendo atendidos en nuestro país por servicios de la Red Social, desconectados en mayor o menor grado de la Red Sanitaria. En la mayoría de administraciones se aprecia una ausencia de políticas articuladas para atender las necesidades de las personas con RM y enfermedad mental (Fletcher, 1993) y/o alteración conductual. El resultado ha sido una evitación de las responsabilidades, más sujetas a condicionantes administrativos que a la realidad individual, que ha dado lugar a una ausencia de servicios y, cuando los servicios están disponibles, a una fragmentación entre éstos y los soportes intermedios como la atención domiciliaria, la asistencia a Centros de día, de Trabajo y de Ocio. Si bien el objetivo de separar y diferenciar los servicios de salud de los servicios sociales puede ser útil desde un punto de vista administrativo, en el caso de los trastornos mentales en personas con RM esta línea de separación es confusa y borrosa (Bouras, 1994), y puede conducir a que ambas administraciones manifiesten que es la otra la responsable de dotar de servicios específicos (Rowitz, 1980; Menolascino, 1988). Así pues, no es difícil encontrar sujetos con trastornos similares ubicados de forma indistinta en recursos de la red sanitaria y de la red social. Es por tanto evidente que la interacción entre los servicios sociales y de salud mental es crucial y uno de los principales objetivos a alcanzar en los próximos años. Si ambas redes están insuficientemente equipadas para proporcionar un adecuado servicio el riesgo de fracaso es muy alto. Cada red debe aceptar su responsabilidad en relación a las necesidades especiales de las personas con alteraciones conductuales. Es necesario un alto nivel de formación y de coordinación entre los diferentes servicios si se quiere 10 evitar una innecesaria presión sobre las personas afectadas, sus familias y las personas que reciben el encargo de atenderlas. Normalizar, ¿qué? Integrar, ¿cómo? Numerosas administraciones en varios países, asumieron que la mayoría de alteraciones conductuales de las personas con RM eran, sobre todo, una consecuencia de la institucionalización y, siguiendo los principios de la normalización (Wolfensberger, 1972), estos se eliminarían por el solo hecho de integrarlos en la comunidad. Bajo esta perspectiva, gestores y planificadores de servicios, creyeron que las necesidades de atención en caso de trastorno mental y/o conductual podrían ser proporcionados por los servicios genéricos en salud mental. Pero, rápidamente se vio que esta aproximación no era real, habiendo fracasado en aquellos países donde se había llevado a cabo (Jacobson y Ackermann 1988; Marcos, 1986; O’Brien, 1990; Newman y Emerson, 1991; Day,1994) . Tal como señala la Organización Mundial de Psiquiatría (Bouras y cols, 1999), la asistencia psiquiátrica a las personas con retraso mental en el seno de los servicios genéricos es ineficaz por las siguientes razones: - - Los profesionales no tienen las habilidades y los recursos para evaluar y llevar a cabo la asistencia en la comunidad. Si el ingreso es necesario, las personas con retraso mental no se mezclan bien con la población con problemas mentales sin RM. Las personas con RM son vulnerables y generalmente están en desventaja en estos lugares. El ritmo de la vida en los servicios de psiquiatría es demasiado rápido para ellos. Es difícil orientar intervenciones terapéuticas que satisfagan sus necesidades especiales. Dado el pequeño número de personas involucradas es imposible para los profesionales adquirir la experiencia y la competencia necesaria. Como hemos señalado, las dificultades para acceder a los servicios genéricos pueden conducir a las personas con RM a una situación de encallamiento entre los servicios de la red social de atención al disminuido y los servicios sanitarios, sin recibir el tratamiento apropiado. 11 Incluso en el contexto de los programas de desinstitucionalización psiquiátrica, las personas con retraso mental y trastorno mental y/o conductual están más expuestas a permanecer en entornos institucionales. El acceso a los servicios de salud mental en la comunidad son poco utilizados por las personas con RM y, cuando acceden a ellos, se les proporciona un conjunto más reducido de servicios que en las personas no discapacitadas. Modelos asistenciales Países como Inglaterra, los Estados Unidos y Holanda son pioneros en el desarrollo de Servicios para las personas con retraso mental y en los últimos años han propuesto e iniciado diversos modelos: 1. Servicios especializados en el seno de las instituciones/hospitales psiquiátricos. Incluyen atención domiciliaria, evaluación y diagnóstico, tratamiento y seguimiento continuado para todos los niveles de retraso mental (Day, 1994). Este modelo propone la creación de unidades psiquiátricas de ingreso para personas con RM y trastorno mental, trastornos conductuales, delincuentes y ancianos. Las ventajas sugeridas para este modelo incluyen su capacidad para proporcionar un gran abanico de servicios, su rentabilidad económica al utilizar el personal de la institución y la posibilidad de proporcionar atención asilar a aquellos que lo necesiten. El aislamiento, la estigmatización de las personas que utilizan el servicio y las dificultades para la transición a servicios comunitarios pueden ser algunas de las desventajas (Newman y Emerson, 1991) 2. Servicios psiquiátricos especializados ubicados en la comunidad y mayoritariamente integrados en el seno de los servicios sociales (Bicknell, 1985). Este modelo tiene la ventaja de ser comunitario pero al no estar coordinado con la red sanitaria se corre el riesgo de que la persona afectada sea marginada tanto por los servicios sociales como por los servicios de salud mental. 3. Servicios psiquiátricos especializados ubicados en la comunidad e integrados en el seno de los servicios genéricos de salud mental y de los servicios sociales (Bouras y cols, 1994). 12 En este modelo, la dependencia de unidades residenciales especializadas se ve reducida al utilizar los servicios especializados adicionales ubicados en la comunidad. Esta forma de atención es menos disruptiva para la persona afectada, ya que no obliga a una movilidad a la hora de recibir la atención especializada que precisa. 4. Servicios de atención a los trastornos conductuales separados del resto de recursos (Hoefkens, 1990; Murphy, 1991; Mansell, 1995) y formando parte de la red social de atención al disminuido. Estos servicios, mayoritariamente constituidos por psicólogos clínicos, pueden ofrecer evaluación, intervención, soporte residencial, de día y respiro familiar, así como formación al personal, pero necesitan de los servicios psiquiátricos especializados para evaluar los trastornos mentales que pueden ser causa de las alteraciones conductuales, así como para llevar a cabo las intervenciones farmacológicas cuando son necesarias. Actualmente, en Cataluña, de los tres únicos servicios especializados proporcionados por la red social para personas con retraso mental ligero y trastorno mental y/o conductual, dos de ellos seguirían el primer modelo, y se habrían convertido en “Hospitales psiquiátricos en el seno de Hospitales psiquiátricos”, ya que la dificultad para asegurar cambios a largo plazo puede conducir a que las unidades especializadas queden bloqueadas para personas a las que los servicios locales intermedios no han sido capaces de dar una salida; y el tercero seguiría el segundo modelo, por tanto con independencia de la red sanitaria. Hacia un Servicio Especializado Por tanto, la insuficiente e inadecuada atención en nuestro país, y las experiencias en otros nos hacen pensar que la creación de Servicios Especializados tiene que ser, también, uno de los objetivos prioritarios en la próxima década. La especialización de los servicios es una necesidad por las siguientes razones, algunas de ellas ya mencionadas: • El diagnóstico de los trastornos mentales en las personas con retraso mental presenta una problemática especial y requiere de habilidades especiales y de experiencia, por la naturaleza atípica 13 de su presentación, las dificultades de comunicación, y a menudo la ausencia de quejas subjetivas (Reid, 1972; Hucker y cols 1979; Wright, 1982; Reiss y Szysko, 1983; Sovner, 1986; Menolascino y cols 1986; Fraser y Nolan 1994) • Son necesarias técnicas de evaluación y tratamiento altamente especializadas para el abordaje de la mayoría de problemas, algunas de ellas exclusivas para esta población, mientras que otras han de ser adaptadas a las limitaciones del sujeto. • Las intervenciones terapéuticas deben de ser modificadas y han de tener en cuenta las limitaciones intelectuales. • El tratamiento, la rehabilitación y el seguimiento han de tener en cuenta las patologías físicas que frecuentemente complican el retraso mental, especialmente la epilepsia. • Los servicios especializados aumentan las habilidades de los profesionales y sus competencias, aumentando la probabilidad de un tratamiento eficaz y exitoso y promueven la base para la docencia y la investigación. Estas necesidades tan solo pueden ser cubiertas por profesionales formados en el contexto multidisciplinar incluyendo psiquiatras, neurólogos, psicólogos, diplomados en enfermería, terapeutas ocupacionales, trabajadores sociales, personal de atención directa, etc.. Qué tipo de intervenciones deben llevar a cabo los servicios especializados: 1. Intervención domiciliaria. La atención al sujeto en su entorno habitual tiene que ser el eje de toda la intervención y es importante por diversas razones. En primer lugar es el medio dónde se presenta la conducta y nos permite analizar y/o modificar aquellos factores ecológicos que pueden participar en la aparición del problema; en segundo lugar, las relaciones personales habituales son elementos importantes tanto para el desarrollo como para el abordaje del trastorno, utilizado en este caso con finalidad terapéutica. Este enfoque nos permite conocer las necesidades básicas del sujeto y diseñar un plan de atención para hacer frente a las 14 necesidades en cada momento y, por tanto, tiene que ser individualizado y flexible, de forma que pueda dar respuesta a las necesidades al cambiar la situación. 2. Consultas externas. Las personas y sus familias acuden a consultas externas a intervalos regulares para su evaluación, control de la medicación, asesoramiento y psicoterapia. 3. Hospitalización. La hospitalización puede ser necesaria en el caso de evaluaciones más completas y detalladas o en caso de que no pueda realizarse en el ambiente cotidiano. La provisión de camas debe de contemplar diferentes posibilidades de ingreso utilizando los dispositivos localmente disponibles de corta, media y larga estancia. Las unidades de hospitalización deben garantizar una recuperación suficiente que nos permita el retorno a la comunidad, si bien la asistencia continuada media y larga puede ser necesaria para personas con trastornos crónicos y aquellos con alteraciones conductuales más graves. 4. Coordinación. Considerando como prioritaria la colaboración y comunicación entre diferentes proveedores, es preciso potenciar la figura del “coordinador del caso” que debe tener la responsabilidad de conocer las necesidades particulares de cada individuo para proporcionarles y coordinar los soportes necesarios que dependen de diferentes departamentos o estamentos: educacionales, sanitarios, vocacionales, ocio, vivienda y jurídicos entre otros. Si bien la responsabilidad tiene que recaer sobre cada profesional en cuanto a la atención que presta, el trabajador/a social puede ser la clave para llevar a buen término la coordinación del caso. Recordemos que el retraso mental es una condición crónica y por tanto, la intervención en la comunidad tiene que reconocer y adaptarse a las diferentes necesidades cambiantes que un sujeto con retraso mental y trastorno psiquiátrico y/o conductual va presentando a lo largo de su vida. 15 5. Asesoramiento y formación. El asociacionismo en nuestro país ha sido y sigue siendo fundamental desde muchos puntos de vista pero, especialmente desde la vertiente asistencial. No hay más que recordar que la mayoría de servicios están en manos de las familias que no han tenido otra opción, ante la insuficiencia administrativa, que proveer y gestionar la atención de sus hijos. Podríamos decir lo mismo en lo referente al voluntariado, tan extenso y eficaz en nuestro ámbito y sin el cual sería muy difícil garantizar unos mínimos de calidad en la mayoría de servicios del sector. El avance de los conocimientos y tecnológico, gracias al cual conocemos mejor algunas de las patologías psiquiátricas y conductuales en las personas con retraso mental, no serviría de nada si los que tienen la responsabilidad directa de atenderles no dispusieran de los recursos para reconocer los factores precipitantes y, sobre todo, las formas de actuación en cada caso. Por tanto, es obligación también de los Servicios Especializados permanecer en contacto y formar a la comunidad en lo referente a los aspectos señalados. 16