El papel activo de las personas mayores en nuestra sociedad Es una realidad incontestable que en las sociedades desarrolladas cada vez vivimos más años y con mejor calidad de vida. Lo que podemos considerar un gran triunfo de la humanidad en su lucha contra las enfermedades y la búsqueda del bienestar puede llegar a convertirse en una amenaza para ese mismo bienestar, si las personas mayores son sentidas como una carga para el resto de la sociedad, parásitos sin utilidad económica, que absorben recursos generados por una cada vez más menguante población activa. El papel de las llamadas “personas mayores” – cuya definición ha variado en el curso de los siglos – ha sido, tradicionalmente, el de salvaguardar y transmitir la cultura y costumbres de los pueblos. Los “viejos de la tribu” eran los que decidían, en base a la experiencia acumulada, sobre los aspectos fundamentales del grupo humano en que vivían. La mayor edad ha sido tradicionalmente asociada a mayor seguridad y estabilidad en las costumbres; lo cual ha sido siempre altamente valorado en todas las civilizaciones. Hoy día necesitamos revisar el concepto de “personas mayores”, mediante una serie de preguntas: ¿Qué es una persona mayor? ¿A partir de qué edad se es “mayor”?¿En que nos basamos para definir a una persona como “mayor”?¿En su edad?¿En sus condiciones físicas o mentales?¿En su capacidad de contribuir activamente en la sociedad? Nos encontramos con que la edad ha dejado de ser un factor determinante para considerar a una persona como mayor, si bien las leyes y los usos sociales se resisten a aceptarlo. La revisión de las condiciones que se requieren en la actualidad para incluir a las personas en el heterogéneo grupo de “mayores”, tendrá que tener en cuenta el bienestar físico y emocional de dicho grupo, así como la contribución activa a la sociedad. Esto nos lleva a considerar la segmentación del grupo de mayores en, al menos, dos subgrupos, con características y necesidades radicalmente distintas: por una parte los mayores dependientes o con graves deficiencias físicas o mentales; por otra parte el enorme grupo de mayores potencialmente activos y que representen más del 80%. Preguntémonos qué sociedad inteligente puede permitirse el lujo de “amortizar” tanto talento y experiencia acumulados, tantos años de enfrentar la difícil tarea de manejar una empresa y de aprender, con errores y aciertos, el camino hacia la creación de riqueza, de puestos de trabajo sostenibles. Desde luego, la nuestra, con un más que significativo porcentaje de paro y un tímido espíritu emprendedor no debería. Además, está demostrado que el mantenimiento de una actividad intelectual durante toda la vida de la persona, contribuye de forma importante al bienestar emocional, e incluso físico, de dicha persona. Dejando de lado la polémica sobre la edad “legal” de jubilación, hay que apelar a la responsabilidad social de cada individuo para continuar aportando a la sociedad en la medida de las posibilidades de cada uno. El colectivo de “mayores” es demasiado valioso para mantenerlo apartado de la vida activa en nuestra sociedad moderna. La participación de las personas retiradas de su vida laboral en la, cada día más importante, sociedad civil, se perfila como determinante para el mejor funcionamiento de muchos servicios comunitarios básicos, retomando, en alguna medida, el papel que antes mencionaba de los “sabios de la tribu”. La contribución que se hace a la sociedad, aunque sea a título gratuito, está lejos de no reportar beneficios al voluntario que la proporciona; son beneficios con un valor real para el individuo, en forma intangible – autoestima, bienestar emocional – pero también tangible – mejora de la salud, calidad de vida. El paradigma tiene que cambiar; hay que retirar de “los lunes al sol” a la persona mayor, socialmente responsable y consciente de sus obligaciones – incluso morales para con la sociedad civil. Pero también la sociedad tiene que progresar, en cuanto al reconocimiento público de esa labor, aceptando y valorando esa contribución de una forma explícita, y promoviendo iniciativas dirigidas a fomentar el voluntariado de los mayores. SECOT viene ofreciendo, desde hace 24 años, una alternativa real al ocio improductivo para profesionales, empresarios o directivos, en situación de jubilación o prejubilación, dándoles la posibilidad de mantenerse activos intelectualmente – y, en cierta medida físicamente – mediante la actividad de asesoramiento y formación de emprendedores o pequeñas empresas, con escasos recursos económicos y, por tanto, sin acceso a consultoría comercial. Los más de 1.200 Seniors de SECOT son así capaces de hacer compatibles las ventajas de estar retirados laboralmente, con actividades de voluntariado que contribuyen al mantenimiento de su salud. El compromiso y la dedicación que, día a día, demuestran en su labor en SECOT, se ve recompensada por la posibilidad que se les ofrece de seguir aprendiendo, de seguir en contacto con la vida real y los problemas de los jóvenes, de conocer a nuevos colegas que tienen sus mismas inquietudes y, en fin, de seguirse sintiendo útiles e importantes en el último tercio de su vida. No es raro ver voluntarios de SECOT, con más de 80 años de edad, haciendo asesorías todos los días en alguna de las 45 delegaciones de España, cursos de formación para emprendedores a través de la recién estrenada Escuela Secot de Emprendedores –gracias al apoyo de la Fundación Rafael del Pino y Madrid Emprende, eSemp www.escuelasecotemprendedores.org, o aprendiendo el manejo de las nuevas herramientas tecnológicas y redes sociales. Es el resultado de la “Secoterapia” que nuestra Asociación ofrece a todo aquél que, ex profesional o ex directivo, quiera asociarse. Se encontrará toda la información en nuestra página web: www.secot.org Mónica de Oriol Presidente de SECOT