monopolio eclesiástico y sociedad pluralista

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BENHARD HÄRING, C. SS. R.
MONOPOLIO ECLESIÁSTICO Y SOCIEDAD
PLURALISTA
Monopolgesellschaft Kirche?, Theologie der Gegenwart, 5 (1962), G9-76.
Una sociedad que detenta un monopolio, en cualquier ramo que sea, suele valerse de
medios muy distintos de los que emplea una sociedad que pretende prestar un servicio.
Cuando una sociedad poderosa ha conseguido un pleno monopolio y no teme ninguna
competencia, se va convirtiendo lentamente en perezosa, inmóvil e inadaptada. Ya no
hay que ganarse el favor del comprador. Y por eso no se piensa ya en su sensibilidad y
en sus deseos. No hay que gastar energías en propaganda, y toda la fuerza puede
concentrarse hacia adentro. Y como va no hay que mirar hacia afuera y solicitar
pacientemente los favores y atenciones del cliente, se acostumbra uno incluso a
descuidar las "relaciones humanas" propias de todo organismo colectivo.
Todo esto se hace patente el día en que surge de nuevo una competencia poderosa.
Entonces no basta con cambiar los métodos de reclutamiento, y con atender a las
necesidades y gustos del cliente. Es necesaria una reflexión que llegue a modificar la
propia conducta.
¿Monopolio del poder?
La Iglesia es la esposa amada de Cristo, que siendo Señor de todo, se hizo siervo de
todos. Al fin de. los tiempos se han de doblar ante Cristo todas las rodillas; pero El no
vino a la tierra para ser servido, sino para servir. No quiso ganarse el favor de los ricos o
de las masas por medio de pompas exteriores o de concesiones a las modas influyentes.
Se limitó a confiar en el poder reclutador de su amor.
Sus discípulos tienen la misma prerrogativa. El les dio ejemplo lavando sus pies, y
dando por ellos su vida. ,,Y el enviado no es mayor que aquel que le envió". (Jn 13,15).
Este es el auténtico monopolio de la Iglesia: el del servicio. Necesita, en todos los
sentidos, ser sierva de todos. Y si no supera a todas las demás comunidades en amor y
prontitud para el servicio, no puede acreditarse ante los hombres como la Iglesia de
Cristo.
Pablo se acredita ante sus calumniadores como enviado de Cristo, porque -a semejanza
de su Señor- está dispuesto a renunciar a todo monopolio del poder. Si tratara de agradar
a los hombres, no sería siervo de Cristo (Gál 1, 10). Procura servir a todos, no buscando
su utilidad personal, sino la de los demás a fin de que puedan salvarse. (1 Cor 10, 33).
En la medida de lo posible se hace todo a todos, y los toma en serio a todos, a cada uno
según su peculiaridad (Ibid. 18-23).
Monopolio de la Verdad
BENHARD HÄRING, C. SS. R.
La Iglesia es la poderosa propagadora del misterio de la salvación, y sus decisiones
oficiales son inamovibles. No puede ser considerada como una religión frente a las
otras. Pero su posición preeminente no le permite una conducta semejante a la de una
compañía económica que, ostenta un monopolio. La Iglesia no es señora, sino servidora
de la verdad.
Y la verdad salvífica no es ningún instrumento de poder con el que se pueda dar en la
cabeza a nadie. Sólo se propaga por el servicio que da testimonio de fe y amor. Obliga a
sus enviados a una paciente y amorosa solicitud para obtener una libre aceptación. No
es posible ni lícito coaccionar a nadie para que acepte la fe. Esto sería contra la esencia
misma de la fe que es un si libre y alegre a la verdad salvadora.
La Iglesia no tiene ningún monopolio de la verdad, en el sentido de que fuera de su
espacio visible no haya nada verdadero. Al contrario. ella sabe mirar con profundo
respeto todas las "semillas de verdad divina" -como decían los Santos Padres- que se
encuentran fuera de ella. Todos los intentos sinceros de hallar la verdad, dondequiera
que se encuentren, son apreciados por calla; pues sabe que allí donde alguien reconoce
la verdad, se da una acción de Dios que le ayuda.
Los misioneros no extinguen la cultura de los pueblos, sino que intentan purificarla y
llevarla consigo a la casa del Padre. Y de cara a nuestros hermanos separados, no
afirmamos nosotros que siempre y en todas portes hemos comprendido y representado
completa y satisfactoriamente a la verdad salvadora. Detrás de lo que llamamos sus
errores en la fe, captamos auténticos y fundamentales deseos que no siempre hemos
tomado suficientemente en serio. No dejamos de considerar a nuestra Iglesia como
columna y fundamento de la verdad. Pero nada nos impide en confesar con Juan XXIII,
que lo primero que nos toca es deponer nuestros errores de conducta.
Por el hecho de ser católicos no tenemos ninguna garantía de que sabremos reconocer
siempre de la mejor manera posible las señales del tiempo, y de que sabremos encontrar
las mejores soluciones para las dificultades presentes. Por eso no traicionamos a la
verdad, sino que le preparamos el camino, cuando en cualquiera de las muchas cosas
que desconocemos, nos confesamo s humilde y abiertamente interlocutores de nuestros
contemporáneos no católicos. Y si en el campo de la opinión pública, -cuando se trata
de lo verdaderamente opinable-, nos comportamos como monopolistas, el testimonio de
nuestra fe se vuelve ipso facto increíble.
¿Monopolio de la cultura?
La fe que se realiza en el amor tiene poder para purificar desde dentro y transformar la
cultura humana. Pero esto no significa que los cristianos tengan ningún monopolio
cultural. Es evidente que por el hecho de ser un buen católico no se convierte nadie en
un buen arquitecto o en un buen músico.
En nuestros días, cuando las culturas se han vuelto tan próximas unas a otras, la Iglesia
se abre conscientemente a los valores de otras culturas. Pues ¿cómo podría penetrar en
ellas la Revelación, si la Iglesia no toma en serio el diálogo con ellas?
BENHARD HÄRING, C. SS. R.
Si hemos de ser del todo sinceros, debernos confesar que en el pasado todo esto no
apareció con claridad a la estrechez humana y a la presunción europea e incluso a
muchos nobles misioneros. Junto con la fe se llevaba mucha mercancía (a veces muchos
desperdicios) típicamente europeos. Y a los asiáticos o africanos les parecía que la
cristiandad occidental se presentaba ante ellos con un monopolio cultural. Y se adoptaba
frente a la cristiandad la misma actitud de rechazo o frialdad que se adopta frente a los
monopolios económicos.
Igualmente, del hecho de que por circunstancias históricas el clero ha dirigido durante
mucho tiempo casi toda la tarea educacional, se deriva la tentación de hacer valer frente
a los laicos un cierto monopolio, que, sin duda, no se deriva de la esencia de la Iglesia,
ni de la del sacerdocio.
Pero la Iglesia necesita de la cultura, en virtud de su misma misión. Sus formas de
expresión, en la proclamación de al palabra de Dios, no pueden ser aculturales. La
doctrina cristiana ha ejercido siempre un influjo en el arte y la cultura de los pueblos. Y
denotaría una debilidad del espíritu de fe y de la vida religiosa, el que los cristianos de
hoy no tuviesen poder para considerar todos los acontecimientos de la vida a la luz de
su fe, y para imprimir la huella del espíritu cristiano a todas sus creaciones en el terreno
de la cultura, de la economía y de la vida social.
Convivencia armoniosa
Hoy en día ya no puede hablarse en Occidente de un monopolio clerical, o de un
monopolio de la cultura por parte de los cristianos. En todas partes se habla de
sociedades pluralistas, y con ello se alude a la convivencia de diversas cosmovisiones,
diversas éticas, diversas confesiones religiosas, etc. El tránsito desde el occidente
cristiano, con sus espacios confesionalmente cerrados, al nuevo estado de cosas ha
resultado doloroso. Por desgracia, dicho cambio se ha llevado a cabo con métodos a
veces inadecuados, cuando no contrarios a la esencia del cristianismo, que intentaron
mantener un monopolio del estado católico, luterano o calvinista, con el mismo
ambiente que cualquier otro monopolio. Hoy rechazamos cualquier atadura¿ cualquier
intromisión que pueda lastimar o afectar en lo más mínimo a la libertad de la decisión
de creer. Pues dicha decisión, con todo lo que trae consigo para la configuración de la
vida, ha de ser una decisión libérrima,¿ no puede provenir de consideraciones políticas.
La tolerancia según la concepción católica no es una vacilación frente a la pregunta por
la verdad de la propia fe. Es una actitud respetuosa, justa, amable y que brota de la
firmeza de las propias convicciones religiosas, para con el hombre que vive a nuestro
lado, aunque quizá tenga otras convicciones. Entendida así, la tolerancia es el suelo en
que germina y se desarrolla el poder reclutador de la fe y el amor.
Es un hermoso ideal el que todos los hombres profesen la fe católica desde lo profundo
de sus convicciones. Pero tal ideal, desde el momento en que uno cree poder obtenerlo
por fuerza, contradice a la condición de los hombres en este mundo. Hasta la venida de
Cristo vivimos el tiempo de la paciencia de Dios, en el cual maduran las decisiones. Es
el momento de las explicaciones, que los cristianos sólo pueden hacer con las armas del
amor y de la justicia. Sombras oscuras empañan el ideal del estado católico con un
monopolio de la Iglesia: el cesaropapismo de príncipes que querían convertir a la Iglesia
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en una sirvienta del estado; instituciones a las que no importaba tanto la libre respuesta
de la fe, cuanto la protección del monopolio estatal; las sombras terriblemente oscuras
de las guerras de religión, con la autoritaria y anticristiana imposición de profesar la
misma fe que el príncipe. Estas sombras son ya conocidas. Pero ¿hemos comprendido la
tentación inherente a la esencia de todo monopolio, en cuanto que por su descuido en
atender a las relaciones humanas, amenaza pervertir la pureza de las formas del celo
misionero? Desde que la Iglesia Católica ha sido liberada casi en todas partes de las
cadenas de una suerte de monopolio, ha ganado una fuerza interna más radiante, una
imagen más amistosa y un poder de atracción más fuerte; para emplear el lenguaje que
es a la vez de los militares y de los enamorados: ha recuperado su poder de conquista.
Pide con más amor y más paciencia el libre y agradecido si de la fe. Reexamina todas
sus formas internas, condicionadas por el tiempo, para ver si permanecen tan atractivas
como lo quiere su divino Fundador.
El estado actual de las sociedades pluralistas, tiene también, naturalmente, sus sombras.
Basta pensar en el esfuerzo de muchos grupos por introducir a la fuerza, incluso en esta
sociedad pluralista, su propio monopolio, que es naturalmente extraño y hostil a la
cristiandad. Pero para nosotros es claro que la mejor forma de autoafirmación de la
Iglesia frente a tales corrientes contrarias y totalitaristas, es el pensar que la suya no es
una autoafirmación como la de cualquier sociedad terrena, sino la del servicio por el
amor, la del poder irradiador de la verdad y de la fe alegre.
Ineludible examen de conciencia
De cara al Concilio Vaticano II, hay un examen de conciencia que es ineludible para
todos los cristianos y sobre todo para los católicos y para las instituciones católicas. Y
es el siguiente: ¿somos plenamente conscientes de la situación, totalmente nueva, de la
Iglesia en un mundo pluralista? En el sector económico, cuando una sociedad ha
perdido su monopolio, debe reexaminar sus planes de producción, su estructura interna
y sus métodos de alistamiento. La Iglesia no ha vivido nunca de sólo monopolio, pero
en épocas pasadas se acomodó a las formas de los estados cerrados más o menos
católicos o cristianos. Ahora se trata de pensar con una mentalidad pluralista.
El ejemplo central es la Liturgia. Mientras la Iglesia, en los pueblos y ciudades
pequeñas de antaño, personificaba prácticamente la suma de la cultura, se podía uno
permitir ciertas negligencias en la celebración de la Liturgia (al menos en lo que toca a
la pregunta de si la imagen de la celebración, la lengua, la arquitectura, el canto... se
acomodaban a los deseos razonables y a las experiencias de los que acudían a las
iglesias). Todos se sometían a la presión de la costumbre, y se sometían relativamente a
gusto. Pues lo que la Iglesia les ofrecía era, sin ningún género de duda, lo mejor incluso
culturalmente, de cuanto estaba a su disposición. No tenían posibilidad de elegir o
comparar.
Pero hoy todo ha cambiado. Cine, radio, prensa, televisión y otros incontables medios
de cultura, están en competencia unos con otros. Y todos sabemos cuán decisiva es en
estos casos la siguiente pregunta: ¿Qué es lo que le parece mejor al espectador, al
oyente o al consumidor? Por eso, se espera comprensiblemente de la Iglesia, que deje.
atrás a todos sus competidores por su amorosa atención a las formas de experiencia de
BENHARD HÄRING, C. SS. R.
los hombres de hoy. Para ella se trata aquí de algo mucho más importante que un
negocio o una competencia: se trata de prestar el desinteresado servicio de la salvación.
La Iglesia del Concilio Vaticano lI se plantea las acuciantes preguntas que derivan de la
situación, tan transformada, del mundo de hoy. No le es lícito, ni posible, aferrarse a
formas no esenciales, si éstas no le dicen nada al hombre de hoy, o incluso le dificultan
el acceso a la fe. Pero debe rechazar como una tentación el problema del poder, tal
como se lo plantea una sociedad monopolista de este mundo.
Cuando más plenamente cumpla cada cristiano la llamada al servicio de sus prójimos,
más plenamente conseguirá la Iglesia como totalidad la pura adaptación al espíritu del
Evangelio. Y esto significa en el diálogo con hombres de otras confesiones, -por poner
un solo ejemplo- aceptar ante todo sus auténticos ruegos. Si por el contrario considera
que lo principal es tener razón o triunfar sobre los otros, se porta como cualquier
monopolista, y no como siervo de Cristo y de su hermano.
Tradujo y condensó: VICENTE J. SASTRE
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