NUEVOS ACTORES SOCIOPOLÍTICOS EN EL ESCENARIO

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NUEVOS ACTORES SOCIOPOLÍTICOS EN EL ESCENARIO INTERNACIONAL*
Socorro Ramírez Vargas**
A lo largo de la Guerra Fría, el Estado soberano
aparecía como protagonista casi exclusivo de la
vida social tanto interna como internacional. Su
seguridad era considerada con frecuencia como
su objetivo fundamental y hasta excluyente. Su
poder dependía sobre todo de la acumulación de
recursos militares. El sistema internacional era
considerado como una red de relaciones
exclusivamente interestatales. Se desconocía
así, casi por completo, la multiplicidad de
actores, intereses y poderes que intervienen en
la vida interna de las naciones y en sus relaciones
recíprocas. Las drásticas transformaciones de la
época actual han llevado a reconsiderar dichas
apreciaciones, como se verá en la primera parte
de este artículo. En la segunda haré referencia a
algunos de aquellos actores sociopolíticos que
más influyen en la política internacional.
Finalmente, en la tercera se examinarán los
nuevos actores, las Organizaciones No
Gubernamentales (ONG), y los derechos humanos
en particular.
REDEFINICIONES EN CURSO
Ya desde antes del fin de la Guerra Fría, el Estado
empezó a dejar de ser visto como un ente jurídico
abstracto, monolítico, autónomo y resistente al
cambio. Desde entonces, diversas corrientes
comenzaron a considerarlo como producto de
una historia particular. Más que en relación a su
soberanía, tamaño y estructura, lo miran
entonces en función del contexto social, de la
organización económica, de la base tecnológica,
de la cultura política de la sociedad en la cual se
inscribe y de su capacidad de gestión de los
intereses colecti-
vos. En esta perspectiva, el Estado no aparece ya
como el gran portador de un proyecto de sociedad
o de economía, sino como el agente de los valores
e intereses de los múltiples actores existentes en
una sociedad en un momento dado. Tampoco se
le considera como una institución formal que
habla con voz unívoca y encuadra a las
sociedades haciendo caso omiso de sus
diferenciaciones sociales, regionales, étnicas o
de género.
El Estado ha pasado a ser asumido más bien
como una institución, tal vez la más grande y la
más compleja de una sociedad cualquiera, pero
integrada por múltiples actores que ejercen
diversos poderes, interactúan e influyen en las
decisiones colectivas. Más que una estructura
racional y permanente, pasa a ser concebido,
cada vez más, como un producto de acuerdos y
arreglos transitorios, o como un mecanismo
flexible, consensualmente adoptado para
manejar los intereses societarios de acuerdo con
los
valores,
las
preferencias,
los
comportamientos prevalecientes en un momento
dado. Pero se trata de un mecanismo que no
monopoliza la gestión de todos los sectores de
la vida nacional o internacional.
El concepto de poder1 también está cambiando
tanto de lugar pues no es sólo el Estado el que lo
ejerce como de naturaleza, bien sea en los
ámbitos de la vida política y social, nacional o
internacional. Dichos cambios se pueden
apreciar en tres direcciones. Primero, las fuentes
de poder no son unívocas; es decir, no están
exclusivamente vinculadas a la fuerza o a la
riqueza sino en el conocimiento, como una
forma central de poder que hace eficaz la
acción de múltiples agentes
* Conferencia en el Instituto de Estudios Geopolíticos Universidad Militar Nueva Granada, Bogotá: Agosto 28 de 1996.
** Politóloga e internacionalista, profesora del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la
Universidad Nacional de Colombia.
1 Ver al respecto, Luciano Tomassini, La política internacional en un mundo posmoderno, Documento de Trabajo No.
10, RIAL, 1991, p. 207.
que lo detentan. Segundo, los actores que ejercen
cuotas de poder tampoco son monolíticos o
uniformes; son más bien fragmentados,
pluralistas y hasta atomizados. Tercero, el poder
no se mide en términos fundamentalmente
cuantitativos sino cualitativos. Es decir,
depende de la calidad de los recursos puestos en
juego para ejercerlo, de la capacidad para
adaptarse al manejo más eficiente posible del
mayor número de temas, intereses o procesos en
que estén involucrados los individuos o las
sociedades contemporáneas.
Digamos, en tercer lugar, que, con el fin del
conflicto bipolar, se ha hecho más evidente que la
realidad internacional actual es mucho más
diversificada, gira en torno de una
multiplicidad creciente de intereses y tramas de
naturaleza económica, política, tecnológica,
social, cultural, étnica, militar, religiosa. Es, por
tanto, protagonizada por muy diversos actores,
bien sea estatales o no estatales, que interactúan
en diversos terrenos locales, nacionales,
transnacionales, hemisféricos, regionales o
mundiales y que se articulan a redes que no
pasan necesariamente por los Estados. Algunos de
esos actores y redes han alcanzado un impacto de
gran importancia y han llegado incluso a
influenciar la formulación y ejecución de
políticas exteriores, así como de planes y
compromisos internacionales.
La riqueza, variedad y complejidad de posiciones
y acciones de estos nuevos actores sociopolíticos, en el espacio doméstico y en el escenario
internacional, puede contribuir a la fiscalización
del uso de los recursos por parte de la sociedad y
del Estado, a la aplicación de programas y
compromisos y a la ampliación de la
representatividad de las instituciones nacionales e
internacionales.
Refirámonos, en cuarto lugar, a la relación entre
el Estado y la sociedad civil. Durante la Guerra
Fría ciertas visiones de seguridad del Estado
tendían a mirar la sociedad con desconfianza,
como si en lo fundamental se tratara de una
fuente potencial de competencia, de tensión y de
conflicto con el Estado.
El fin del conflicto bipolar permite replantear
esa visión, tan ajena al sentido de la democracia.
Un gobierno y un Estado son legítimos en la
medida en que se muestran efectivamente
capaces de representar a toda la sociedad, y no
propiamente en la medida en que la sustituyen,
convirtiéndose a sí mismos en el objetivo
principal de la seguridad. En esta perspectiva hay
que decir que
el primer sujeto de la seguridad debe ser la
sociedad y no el Estado. El Estado existe, ante
todo, para garantizar la seguridad de la
sociedad, y no al contrario. Y la seguridad del
Estado se deriva, fundamentalmente, de la
legitimidad que la sociedad le reconoce, de su
carácter efectivamente representativo de la
misma, de la justeza de sus acciones, y no
simplemente de la fuerza de la que pueda
disponer. De igual manera, la participación de
la sociedad en el espacio público que constituye
el ejercicio de un derecho y la posibilidad de una
contribución no le usurpa nada al Estado; más
bien puede reforzar su legitimidad y ampliar su
radio de acción.
LOS ACTORES SOCIOPOLITICOS
En esta segunda parte hagamos una rápida
aproximación a diversos actores sociopolíticos
que han tenido una clara influencia nacional e
internacional.
Tal vez el actor sociopolítico de más amplia y
antigua trayectoria ha sido la Iglesia católica,
anterior incluso a la existencia del Estado
nación. La Iglesia ha jugado un papel central a lo
largo de la historia. Reconstruyó y unificó a
Europa tras la ruina del Imperio romano. Su
cisma condujo a la división de la Cristiandad
entre el Oriente ortodoxo y el Occidente católico
y romano. Sus movimientos de protesta y las
guerras de religión a las que dieron lugar,
acompañaron el nacimiento y la consolidación
de los Estados nación. La Iglesia animó la
colonización de América Latina y ha sido un
poderoso factor de identidad entre sus pueblos.
La creación de la Conferencia Episcopal
Latinoamericana, en los años sesenta, le ha
permitido a la Iglesia diseñar estrategias
pastorales comunes para todo el continente.
Como es sabido, la llamada teología de la
liberación llegó a articular un movimiento
regional de comunidades de base cristianas que
pugnaban por una Iglesia comprometida en la
búsqueda de la igualdad y el cambio social. Bajo
las dictaduras del Cono Sur varios programas
desarrollados por las Iglesias tuvieron un gran
eco internacional que les permitió jugar un
papel central en la defensa de los derechos
humanos y las libertades públicas. El actual
Papa, de origen polaco, cumplió un papel
central en la caída del comunismo en su país y en
la transición de otros países del Este europeo.
Ya en este siglo, los partidos políticos también se
han desempeñado como actores nacionales e in-
ternacionales; sobre todo aquellos que han
tenido vínculos más allá de sus fronteras,
comparten su filosofía y objetivos, coordinan
acciones y se apoyan mutuamente. Los más
importantes partidos transnacionales se han
originado en Europa y luego se han establecido
especialmente en América Latina. Dentro de
éstos se han destacado los partidos comunistas,
que estuvieron unidos a Moscú y tuvieron su
respectiva organización internacional, los
socialdemócratas articulados en la Internacional
Socialista
y
los
demócrata-cristianos
pertenecientes a la Unión Mundial Demócratacristiana. Ala socialdemocracia se afiliaron, a
través de la Conferencia Regional de
Latinoamérica y el Caribe, partidos como Acción
Democrática de Venezuela, AFRA del Perú,
Demócrata-laborista del Brasil, Radical de Chile,
Revolucionario Febrerista de Paraguay, Izquierda
Democrática de Ecuador, Popular Socialista de
Argentina, y muchos otros partidos en Costa
Rica, Nicaragua, Panamá, Salvador, Honduras,
Haití, República Dominicana, Jamaica, Grenada,
Santa Lucía, Guyana.
A diferencia de los partidos europeos, los
estadounidenses, el Demócrata y el Republicano,
han tenido una cobertura exclusivamente
nacional y, aunque han contado con intereses y
simpatías externas, no han establecido vínculos
transnacionales de carácter sistemático. Tampoco
los partidos liberal y conservador colombianos
han desarrollado nexos similares de manera
permanente, aunque algunos de sus líderes han
establecido algunos contactos internacionales.
Cabe anotar además que, en los últimos años,
casi todos los partidos y sus articulaciones
transnacionales
han
ido
perdiendo
paulatinamente el carácter de representantes
exclusivos de los ciudadanos y, por tanto,
también han ido perdiendo peso en la escena
internacional.
Los sindicatos han jugado también un papel
importante en momentos específicos, aunque su
desarrollo internacional y multinacional ha sido
lento y esporádico. Son pocas y poco
consolidadas las organizaciones construidas, por
ejemplo, a nivel de las Américas. Así, a pesar de
sus afiliaciones hemisféricas o mundiales, los
sindicatos se han organizado mucho más en
torno a directrices nacionales y han llegado a ser
políticamente importantes en sus países más que
a nivel regional o internacional. Su acción se ha
centrado fundamentalmente en la consecución
de garantías laborales y condiciones salariales.
Con todo,
ante procesos, por ejemplo, de nacionalización
de corporaciones transnacionales o de
integración económica han logrado incidir en las
políticas exteriores de sus respectivos países, o
en algunos organismos internacionales.
En determinadas coyunturas muy variadas,
entidades subnacionales se han convertido
igualmente en actores de cierta notoriedad e
influencia en la escena internacional. Dentro
de ellos se encuentran etnias o grupos tribales,
líderes de una provincia o región separatista,
bandos de una guerra civil o en conflicto,
gobiernos en el exilio o fuerzas rebeldes.
Las guerrillas han sido parte del escenario
latinoamericano desde las guerras de
independencia y han tenido, por tanto, alguna
incidencia internacional. Esta incidencia se
acrecentó luego de la llegada de Fidel Castro al
poder. Bajo auspicios cubanos se fundó, en
1967, con la participación de 27 movimientos, la
Organización Latinoamericana de Solidaridad
con el fin de coordinar sus acciones regionales e
internacionales. Más tarde se fundó la Junta de
Coordinación Revolucionaria, que coordinaba a
grupos argentinos, chilenos, uruguayos y
bolivianos. Las acciones de la guerrilla
colombiana han sido las más amplias y
persistentes del continente. Algunos de estos
movimientos
han
desarrollado
vínculos
internacionales, dirigidos fundamentalmente a
buscar legitimidad y reconocimiento político,
financiación y apoyo logístico para su acción.
Es necesario subrayar aquí cómo, más
recientemente, también los traficantes de drogas
han llegado a convertirse en actores
sociopolíticos nacionales y transnacionales de
primera importancia. Aunque el narcotráfico no
sea un fenómeno directamente político, su
enorme poder financiero y en ocasiones armado
le ha permitido penetrar casi todas las
instituciones y subordinar progresivamente al
Estado y la sociedad a sus intereses privados y a
sus actividades delictivas y criminales. Este
fenómeno, bien conocido en Colombia, no es sin
embargo exclusivo de nuestro país. Amenaza, de
una u otra forma, a casi todas las democracias
de la región. La penetración del narcotráfico en
las instituciones está desvirtuando la razón de
ser del Estado al convertirlo en cómplice del
delito y del crimen. Falsea el carácter
representativo de la democracia e introduce
graves perturbaciones en las relaciones
internacionales.
Volviendo al terreno legal, es necesario señalar
que diversos grupos económicos de interés han
rebasado, de tiempo atrás, el ámbito nacional y
han construido diplomacias y estrategias
internacionales propias. Ha sido el caso, por
ejemplo, de la Federación de Cafeteros de
Colombia, de los pescadores británicos, de los
agricultores españoles y de los productores de
carne y trigo de Argentina.
Igualmente, algunas entidades internacionales
aun las que están conformadas por delegados o
representantes de los gobiernos se han
convertido en actores que desempeñan papeles
internacionales prioritarios. Cabe destacar el
caso del Fondo Monetario Internacional o del
Banco
Mundial,
que
imponen
condicionalidades económicas para reorientar
los modelos de crecimiento o apertura
económica, especialmente en países en
desarrollo, y se puede recordar el caso de la
Organización de Productores y Exportadores de
Petróleo (OPEP) que, en su momento, logró
imponer sus precios en el mercado internacional.
Pero los actores sociales que hoy en día poseen un
mayor grado de incidencia en el ámbito
internacional son, tal vez, las empresas o
corporaciones multinacionales y transnacionales.
Y aunque tampoco están orientadas a una
finalidad directamente política, tienen una
incidencia decisiva en la evolución del mundo
contemporáneo. La necesidad de expansión de
las multinacionales está a la raíz de la
mentalidad neoliberal que impera hoy en el
mundo. Ellas impulsan la reducción del Estado y
la redefinición de sus funciones. Para captar la
atención
y
las
inversiones
de
las
multinacionales, los Estados compiten hoy por
reducir su injerencia en la economía, liberar el
comercio, suprimir impuestos y aranceles,
privatizar sectores estratégicos de la economía,
contener los salarios, flexibilizar las condiciones
laborales, etc. En mercados cada vez menos
regulados, las multinacionales escapan a casi
todo control político local o internacional. En este
desfase entre el carácter transnacional de las
grandes empresas y el carácter meramente
nacional de las instituciones políticas, habría
que buscar, tal vez, una de las razones de la
creciente crisis de legitimidad de las
democracias y de la indiferencia de los
potenciales electores ante los partidos y la
política. Cada vez más sometidos a los intereses
del capital internacional, los Estados y partidos
responden cada vez menos a las aspiraciones de
los ciudadanos.
Con frecuencia ligados al gran capital nacional o
transnacional, los medios de comunicación juegan
un papel de primer orden. Ellos son el escenario
donde aparecen y desaparecen, se construyen y
destruyen la mayor parte de los actores sociales y
políticos de hoy. Los medios les dan a los actores
sociales clara proyección política en las
sociedades de masas. Y, en ocasiones, se erigen
ellos mismos como verdaderos actores
sociopolíticos nacionales e internacionales.
LAS ONG COMO NUEVOS ACTORES
En esta tercera y última parte, centraremos la
atención en los actores sociopolíticos más
"nuevos", y, en particular, en las
organizaciones no gubernamentales (ONG).
Organizaciones no estatales destinadas a
intervenir en los problemas públicos han
existido desde el nacimiento mismo del Estado.
Casi todas ellas como las escuelas, los
hospitales, los orfanatos, los ancianatos, etc.
fueron creadas por las Iglesias; y, con frecuencia,
fueron posteriormente asumidas por el Estado.
Todo el desarrollo del Estado de Bienestar y de
sus mecanismos de seguridad social estuvo casi
siempre precedido por la acción de numerosas
organizaciones privadas. Pero mientras estas
entidades desplegaban una actividad claramente
asistencial, orientada a mitigar los efectos de la
pobreza y el abandono, las denominadas ONG
nacieron y se desarrollaron sobre todo en
América Latina, a partir de los años cincuenta,
muy ligadas a la idea de un posible desarrollo
estructural de las naciones y de los sectores
sociales más atrasados. Las ONG han tratado,
pues, de impulsar el desarrollo y de intervenir
en las causas que generan el atraso económico,
social y político, y no solamente en sus efectos.
En la evolución de las ONG podemos distinguir
quizá tres períodos. El primero, que podríamos
llamar desarrollista, se extiende a lo largo de los
años cincuenta y sesenta, y corresponde al
surgimiento de ONG, a partir de la iniciativa de
grandes empresas privadas o de programas de la
Iglesia, orientados a mitigar los mayores
desequilibrios del modelo de desarrollo ya
existente. Estas ONG analizaban los índices de
pobreza, criticaban la desigualdad, promovían el
empleo, la salud, la educación, etc. Y, a partir
de los años sesenta, algunas de estas
organizaciones tenían el claro propósito de
hacer algo para evitar la ex-
pansión de la revolución cubana a todo el
continente.
En el segundo período, correspondiente a los
años setenta y primera mitad de los ochenta,
surgieron numerosas ONG radicalmente opuestas
al modelo de desarrollo capitalista. Conservando
la idea de promover el desarrollo, estas
organizaciones no buscaban ya el mejoramiento
del modelo sino su transformación radical.
Muchas de ellas no compartían las formas
centralizadas y autoritarias de organización
leninista propias de diversos grupos de
izquierda, ni la acción de la guerrilla. Como
medio para propiciar un cambio de estructuras,
las ONG de la época promovían sobre todo la
organización y condentización popular.
Surgieron por entonces igualmente algunas
ONG de Defensa de los Derechos Humanos,
ligadas a proyectos de cambio revolucionario y
muy apegadas a la concepción jurídica vigente,
según la cual, sólo el Estado y sus agentes violan
los derechos humanos. El nacimiento y
proliferación de las ONG de países en desarrollo
se hizo posible gracias al apoyo ofrecido por
entidades similares surgidas en países
industrializados, sobre todo europeos, que
tenían acceso a importantes recursos económicos
en sus comunidades, países o regiones y que
fueron
creando
muy
diversos
nexos
internacionales con los países del Sur.
El tercer período en la breve historia de las ONG
comienza desde mediados de los años ochenta.
Casi todas las ONG surgidas en la década
anterior, tanto en los países menos avanzados
como en Europa, reorientan su acción hacia la
promoción de pequeños proyectos económicos,
el impulso a la participación democrática y la
formación ciudadana de los sectores más
marginados. Esta profunda evolución de las
ONG se vio estimulada por varias
circunstancias: de una parte, por la crisis de los
proyectos de cambio global y revolucionario y,
de otra, por las urgentes necesidades de la
población más desfavorecida, convertida en la
principal víctima de la crisis generada por el
endeudamiento externo de los países atrasados.
La crisis de los partidos políticos y la necesidad
de autorrepresentación en los ámbitos
nacionales e internacionales contribuyó también
al cambio de naturaleza de las ONG del segundo
al tercer período señalado.
Las ONG de hoy desarrollan numerosas
actividades: impulsan la organización de
distintos sec-
tores sociales: mujeres, jóvenes, indígenas o
poblaciones negras; promueven el ejercicio de
la ciudadanía y la participación de la
población marginada; acompañan proyectos
productivos o de desarrollo; ayudan a la
búsqueda de soluciones a los problemas
barriales o comunitarios; prestan servicios
sociales de formación y capacitación;
contribuyen a la defensa del medio ambiente o
de los derechos humanos. A diferencia de las
actividades desarrolladas en el segundo
período, inscritas en franca oposición y crítica al
Estado y ordenadas a un cambio radical de la
sociedad, las de los últimos quince años se
despliegan más bien en una permanente
negociación y concertación con los poderes
municipales, departamentales o de la
administración central. Las ONG de hoy recogen,
pues, en cierto modo, la experiencia de los dos
períodos anteriores: sin abandonar su mirada
crítica sobre los actuales esquemas de presunto
desarrollo neoliberal, no buscan un cambio
revolucionario, sino la progresiva inclusión de
los sectores sociales tradicionalmente excluidos,
a veces, por vías alternativas, con la esperanza de
una lenta transformación del sistema global
hacia una mayor democracia y equidad.
Numerosas ONG han desbordado los límites
nacionales y han establecido estrechos nexos
internacionales, llegando a tener una incidencia
directa en los espacios intergubernamentales.
De hecho, toda Cumbre de Naciones Unidas
cuenta con un foro paralelo de ONG. Pero
también
a
las
mismas
cumbres
intergubernamentales y a sus preconferencias
preparatorias, asisten muchos miembros de
ONG, bien sea como parte de las delegaciones
oficiales o en calidad de observadores. Esto les
permite entrar en contacto con todos los
representantes, asistir a las negociaciones, tener
voceros en ellas, realizar reagrupamientos
para incidir en las definiciones de las Cumbres
de las Naciones Unidas. El caso más destacado es
quizá el de las ONG de mujeres, de defensa de los
derechos humanos o el medio ambiente, las
cuales han constituido el sector más
organizado y con mayor capacidad de
incidencia sobre los documentos, planes de
acción y compromisos de los gobiernos en
Cumbres como las de medio ambiente,
población, social, mujer, hábitat.
Conviene señalar, además, que tanto los gobiernos
de los países industrializados como algunos
organismos financieros internacionales han
optado por aprovechar la rica experiencia de
las ONG convirtiéndolas en socios e
intermediarios
obligados de sus créditos y proyectos de
desarrollo. A ello contribuye la desconfianza en
el Estado, en razón de su ineficiencia o
corrupción. La señora Hilary Clinton, por
ejemplo, anunció en la Cumbre Social de
Copenhague que la mayor parte de la ayuda al
desarrollo que otorgará su país será entregada a
través de ONG, en particular de mujeres. El
Banco Mundial y el Banco Inte-ramericano de
Desarrollo impulsan a los Estados a aplicar sus
planes de desarrollo en asociación con ONG, e
incluso empiezan a promover y negociar con
algunas de éstas proyectos de gran
envergadura.
Seguramente reviste para ustedes una especial
significación la labor que cumplen las ONG de
Derechos Humanos. Es éste un tema sensible,
casi espinoso y, desde luego, abierto al debate.
Como ya lo señalamos, durante los años setenta
y parte de los ochenta, las Organizaciones de
Derechos Humanos compartían en su totalidad
un proyecto revolucionario de izquierda,
aunque en contra de lo que a veces se supone la
mayor parte de ellas o de sus integrantes no
tuviera ningún vínculo con organizaciones
guerrilleras. Defendían los derechos humanos
desde la visión más ortodoxa del Derecho
Internacional, para el cual sólo el Estado y sus
agentes armados pueden violar los derechos
fundamentales de los ciudadanos. Estas
normas vigentes son además las únicas que les
permiten a las ONG actuar en los organismos
internacionales. Hay que reconocer, sin
embargo, que muchas veces, atrincheradas en
esa visión ortodoxa y obnubiladas por sus
opciones ideológicas, estas organizaciones no
percibían o no denunciaban los enormes abusos
de la guerrilla ni ejercían sobre ella ninguna
vigilancia crítica.
El escenario ha cambiado notablemente desde
fines de los años ochenta. La mayor parte de las
organizaciones defensoras de los derechos
humanos, como todas las demás ONG, han
experimentado una profunda evolución política.
No se inscriben ya en un proyecto
revolucionario y socialista, sino que abogan
clara y decididamente por la vigencia de la
democracia; les preocupa la legitimidad del
Estado; ven con ojo crítico las prácticas
guerrilleras de extorsión, secuestro y asesinato.
Algunas incluso las reprueban públicamente,
apoyándose en el Derecho Internacional
Humanitario.
Una cosa debe quedar clara: quienes denuncian
la violación de los derechos humanos por
parte de los agentes oficiales, no son por ese
hecho enemigos del Estado y de la fuerza
pública, ni estafetas encubiertos de la guerrilla.
Son, con frecuencia, sus más leales amigos.
Como en la vida privada, también en la pública
no todo el que nos critica es nuestro enemigo y
muchas veces no hay mejor amigo que aquel
que tiene la sinceridad para criticarnos de
frente. Por lo demás, la primera garantía para
la seguridad de una sociedad o incluso para la
seguridad de un Estado no es la fuerza, y mucho
menos la fuerza desbordada, sino la legitimidad
moral y política del Estado mismo. Y nada
deteriora tanto la legitimidad de un Estado ni
suscita oposición como el abuso del poder y de
las armas en particular. La violación de los
derechos humanos por parte de miembros de la
fuerza pública es un grave atentado a la
seguridad del Estado. Su respeto debe ser el
primer objetivo de toda estrategia de seguridad.
En esto la cultura política de Colombia tiene
una grave deformación. Muchos creen que los
conflictos se ganan ejerciendo más violencia, y
no más equidad y un mayor respeto de la ley.
CONCLUSIÓN
En suma, los marcos jurídicos y políticos de las
naciones se han vuelto estrechos frente a las
dinámicas globales de la economía, la
información y las comunicaciones. Mientras los
Estados permanecen prisioneros de sus
fronteras geográficas, sus soberanías, diferendos
y conflictos, las sociedades y sus distintos
actores se emancipan de la tutela estatal y tejen
hoy, aceleradamente, una densa malla de nexos
internacionales y planetarios.
En este desbalance entre economía y política,
entre marcos jurídicos nacionales y flujos
transnacionales de intercambio, el Estado va
quedando convertido en una blusa infantil
demasiado estrecha para darle forma al cuerpo
dinámico del mundo contemporáneo. Y las
sociedades, cada vez más emancipadas de la
tutela estatal, tienden a fragmentarse. Cada uno
de sus actores sean individuos o grupos
desarrollan redes de pertenencia y solidaridades
que desbordan con mucho las fronteras
nacionales.
En este esquema en expansión, los actores sociopolíticos tradicionales, confinados a las fronteras nacionales como los mismos Estados, los
partidos, gremios o sindicatos pierden paulati-
námente peso e incidencia tanto interna como
internacional. En cambio, las grandes
empresas, los medios de comunicación, las
redes de información y los que, en los
márgenes de la actual evolución mundial,
promueven un desarrollo alternativo, cobran
cada día mayor relieve e influencia.
De estos nuevos actores, unos se mueven dentro
de
una
cierta
legalidad,
como
las
multinacionales, las grandes empresas, los
grupos de interés. Aunque su legalidad se
inscribe dentro de un vasto desmantelamiento de
toda regulación previa y de un enorme poder
para doblegar las normas existentes en su
provecho. Otros actores se mueven en la
ilegalidad declarada, como los contrabandistas
de todas las especies, empezando por los de
textiles y confecciones, y terminando por los de
drogas y armas. Finalmente, en este vasto
conjunto mal articulado de actores sociales se
agita un hormiguero de laboriosas ONG de
todos los tamaños, configuraciones y
propósitos. Casi to-
das ellas asumen parcialmente las funciones
sociales de las que el actual Estado se ha
venido descargando. Además, se empeñan en
promover la participación ciudadana y la
democracia local. Se constituyen así en
reductos privatizados del Estado que, con una
perspectiva transnacional, abogan por un
desarrollo alternativo que no pase por una
ruptura revolucionaria.
El reconocimiento de la multiplicidad y
diversidad de los actores que integran la vida en
sociedad, así como el aprendizaje de una forma
de articulación más equilibrada y dinámica
entre la sociedad civil organizada, el Estado y el
mercado constituyen un imperativo ineludible, si
se quiere avanzar en una perspectiva
democrática. Y en esa gran tarea de
construcción de una democracia planetaria,
todavía muy lejana, la completa defensa de los
derechos humanos frente a todos los actores
políticos armados constituye el umbral mínimo
de la convivencia civilizada.
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