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Abandono de la posesión y cosas abandonadas
por
Luis Moisset de Espanés
Semanario Jurídico de Comercio y Justicia, Nº 41, 13 junio 1978
Un reciente fallo de la Sala E, de la Cámara Civil de la
Capital (ver E. D., causa Nº 30.700, "Devoli, Cayetano: recompensa por hallazgo"), nos obliga a reflexionar una vez más sobre la
frecuencia
con
que
se
confunden
-incluso
por
magistrados
prestigiosos- posesión y dominio.
El abandono de la posesión pone fin única y exclusivamente
a la relación de hecho que el sujeto que asume esa actitud tenía
sobre la cosa, y como el poseedor en muchos casos no es el dueño
de la cosa, la titularidad de este último persistirá, aunque la
posesión del primero se haya extinguido... Pero, más que la explicación teórica del problema, un ejemplo servirá para ilustrar
nuestras afirmaciones: Eduardo es el dueño de una bicicleta; Juan
se la roba, convirtiéndose en poseedor vicioso de la máquina.
Posteriormente Juan abandona la posesión de la bicicleta, sea
porque se cansó de usarla, o porque teme que la policía lo encuentre con el objeto ajeno. La posesión de Juan se extingue por
"abandono", pero la bicicleta continúa siendo de Eduardo, para
quien -en sentido lato- el objeto se ha "perdido".
Pero, veamos otro caso; Eduardo, dueño de la bicicleta, se
la presta o alquila a Juan, que será un mero tenedor, y está
"representando", la posesión del dueño (ver nota al art. 2446 del
C. Civil); pues bien, la posesión y propiedad de Eduardo continuarán, aunque su "representante", Juan, abandone la cosa (art.
2447 del C. Civil).
Es claro que el poseedor que hace abandono voluntario de la
cosa, "pierde la posesión", como lo expresa el artículo 2454;
pero si ese poseedor no es el propietario -lo que sucede con
mucha frecuencia- el "abandono" sólo tiene como efecto extinguir
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la posesión que tal sujeto ejercía, pero los derechos del dueño
no se ven afectados, y su dominio, que de acuerdo a nuestro Código es "perpetuo", subsiste, mientras otro no adquiera la cosa por
prescripción adquisitiva (art. 2510).
La categoría de las "cosas abandonadas", que el Código regula con cierto detenimiento en los artículos 2525 y siguientes,
requiere "ineludiblemente", que el mencionado abandono haya sido
efectuado por el dueño, exigencia que se reitera en el artículo
2526 y también en el artículo 2530, en el que se establece la
presunción legal de que si la cosa es de algún valor, debe considerarse que no ha sido abandonada, sino que se ha perdido.
Ahora bien, en la especie litigiosa resuelta por la Cámara
Civil se incurre en un serio error; en primer lugar, se desdeña
la presunción establecida por el artículo 2530, pese a que la
cosa tenía indudablemente un valor elevado, ya que se trataba de
una fuerte suma de dinero efectivo, y algo de oro metálico. Se
afirma, en tal sentido, que la cosa no puede considerarse perdida, sino abandonada porque "los antecedentes reunidos en este
proceso permiten afirmar fundadamente que los valores fueron
arrojados por quien no quiso retenerlos en su poder”, argumentando que quien los abandonó desistió de reclamarlos temiendo las
derivaciones que podían seguirse, lo que corrobora "la hipótesis
de hurto o robo", que a juicio del camarista es la más verosímil.
Y aquí encontramos una de las fisuras más graves en el razonamiento del magistrado, pues si quien dejó las cosas era un
ladrón, lo único que podía hacer era "abandonar su posesión viciosa", lo que jamás podía dar a esos objetos la categoría de
"cosas abandonadas", porque el ladrón no es el dueño de los objetos.
Ya hace tiempo un Tribunal cordobés resolvió una hipótesis
semejante, con mayor acierto, al afirmar:
"La cosa hurtada dejada por el autor del hurto, no puede
calificarse jurídicamente de bien abandonado, ya que únicamente
el propietario o su mandatario pueden abandonar eficazmente" (ver
La Ley, 18-341).
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Es que, insistimos, posesión y propiedad no deben confundirse; cualquier "poseedor", legítimo o ilegítimo, de buena o mala
fe, vicioso o no, puede abandonar voluntariamente -si es persona
capaz- la relación posesoria; en cambio, sólo el dueño puede
abandonar la propiedad de la cosa, y hacer que se incorpore a la
categoría de las "res derelictae" que son susceptibles de adquisición por apropiación.
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