Explotación vs. Preservación: Discursos antagónicos respecto del Tratado de Kyoto en Estados Unidos María Elisa Romano Sandra Fadda Facutad de Lenguas – UNC. RESUMEN A lo largo de la historia de los Estados Unidos ha existido un serio conflicto entre los esfuerzos por salvaguardar el medio ambiente y las políticas tendientes a la explotación de recursos naturales y a la aceptación de la degradación ambiental. La posición del gobierno frente al Tratado de Kyoto (1997) constituye un claro ejemplo de este conflicto. Mientras el gobierno adhirió a la política de explotación, voces disidentes dentro del mismo ámbito político--por ejemplo la del entonces vicepresidente Al Gore (1992-2000)--abogaban por la necesidad de implementar medidas proteccionistas para asegurar la supervivencia del planeta. El presente trabajo pretende explorar qué visión de la naturaleza informó al discurso político estadounidense--tanto al discurso hegemónico como al disidente--en ocasión de dicho tratado y qué efectos retóricos tuvo ese discurso en la nación americana y en la comunidad internacional. Los resultados permitirán concluir sobre el grado de aceptación de las políticas ecologistas dentro y fuera del país del norte. El Tratado de Kyoto y el contexto histórico-ambiental El Protocolo de Kyoto es un tratado internacional que se gestó como resultado de la Convención Marco de la Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC). El Protocolo establece que 37 países industrializados junto con la comunidad europea se comprometen a reducir la emisión de seis gases de efecto invernadero1 que son los principales causantes del calentamiento global. Esta reducción será de un cinco por ciento comparada con los niveles de 1990 y se realizará en un período de 5 años entre 2008 y 2012. El Protocolo pretende imponer medidas más enérgicas y jurídicamente vinculantes a los países miembro. Por ejemplo, reconoce que los países desarrollados--comprendidos en el Anexo I--son principalmente responsables por los altos niveles actuales de emisión de gases como resultado de más de ciento cincuenta años de actividad industrial; por lo tanto, el peso es mayor sobre estos países, de acuerdo al principio establecido en Kyoto de que las responsabilidades son comunes a todos los países pero diferenciadas. El Protocolo fue adoptado el 11 de diciembre de 1997, pero entró en vigencia 8 años más tarde, el 16 de febrero de 2005 luego de que 180 países lo ratificaran y se cumplieran las condiciones establecidas para su funcionamiento.2 La reglamentación detallada para su implementación está contenida en los Acuerdos de Marrakech, firmados en 2001. Para junio de 2008, 182 países habían ratificado el acuerdo, de los cuales 36 están comprometidos a reducir 1 Dióxido de carbono, gas metano, óxido nitroso; y tres gases industriales fluorados: hidrofluorocarbonos, perfluorocarbonos y hexafluoruro de azufre. 2 Dichas condiciones establecen que al menos 55 de los países firmantes debían ratificar el Tratado y que, entre las naciones que lo hicieran, estuviese comprendido al menos un 55% de las emisiones provenientes de países desarrollados. Es por ello que el Tratado entró en vigor después de la ratificación por parte de Rusia en noviembre de 2004. sus emisiones de gases tóxicos en porcentajes específicos. Los 137 países en vías de desarrollo están temporalmente eximidos de cumplir con las disminuciones específicas. El Protocolo de Kyoto es considerado un paso fundamental hacia un verdadero régimen de control de emisión de gases de efecto invernadero y constituye un antecedente esencial para todo acuerdo internacional futuro sobre cambios climáticos. La posición de Estados Unidos El gobierno de Estados Unidos durante la presidencia de Bill Clinton firmó el acuerdo a través del vicepresidente Al Gore--quien había participado activamente en la redacción del documento--pero no lo ratificó, por lo que su adhesión fue simbólica. Los esfuerzos del entonces vicepresidente para persuadir al gobierno de su país de la necesidad de ratificar el acuerdo no fueron suficientes. Cuando Gore regresó a EE.UU. se produjo una lucha entre su discurso a favor del las medidas ecológicas y el discurso del ejecutivo y del legislativo que privilegió otras prioridades. Las explicaciones para apartarse del Protocolo tenían que ver con lo que el gobierno estadounidense aún hoy considera la injusticia de sobrecargar a los países industrializados de restricciones y excluir de las mismas a algunos de los mayores emisores de gases entre los países en vías de desarrollo. Subyaciendo estas explicaciones se encuentran otras razones que el discurso de poder americano oculta o disfraza detrás de su preocupación por una justa distribución de responsabilidades. El discurso ecologista de Al Gore Como miembro de la Administración Clinton-Gore, tuvo la oportunidad de promover un ambicioso programa de nuevas iniciativas políticas que abordaban la crisis climática. En Kyoto Gore describió la situación climática mundial como una emergencia planetaria en la cual el hombre se ve enfrentado a dos futuros entre los cuales deberá elegir: la vida o la muerte. A fin de evitar que el futuro nos lleve a una muerte pronta y segura, debemos actuar y, de acuerdo al exvicepresidente, tenemos la capacidad para actuar y solucionar el problema si lo hacemos de manera rápida, audaz y decisiva. La visión de la naturaleza que informa el discurso de Gore aboga por mantener el equilibrio entre el mundo natural y la civilización o el desarrollo económico, para lo cual el hombre debe hacer un uso consciente de los recursos. En la visión del ex-vicepresidente, es el manejo indiscriminado de los recursos naturales el que ha llevado al hombre no sólo a esta crisis climática sino también a una crisis moral. Gore explica que esta crisis no es en absoluto una cuestión política--aunque se necesita la voluntad política para enfrentarla--ni económica, aunque ha sido causada en gran medida por una desmedida ambición económica. Se trata más bien de un desafío moral y espiritual. De allí la necesidad de que actuemos mancomunadamente como única solución posible. “Algo básico está mal”, dice Gore. Y agrega: “Ese algo que está mal somos nosotros.”3 Y, como la crisis está planteada desde lo moral y espiritual, en su discurso Gore apela a un ambientalismo del espíritu. Para alcanzar una solución debemos cambiar desde nuestro interior a fin de recuperar el equilibrio y el sentido de unidad con el medio ambiente. En otras palabras, los 3 Discurso en ocasión del otorgamiento del Premio Nobel. Oslo, Noruega: diciembre 10, 2007. seres humanos debemos recuperar el equilibrio dentro de nosotros mismos entre quiénes somos y lo que estamos haciendo. Éste es el espíritu que lo alentó a firmar el Tratado de Kyoto. A medida que el cambio climático se comprende más profundamente, se hace más visible que los verdaderos culpables somos nosotros, los seres humanos. Y entre aquéllos que tienen la mayor responsabilidad, Gore señala a su propio país, Estados Unidos. EE.UU. emite alrededor del 25%4 de los gases de efecto invernadero del mundo, en tanto que todo el continente africano es responsable solamente del 5%. De igual modo que no podemos ver realmente los gases invernadero a menudo, y desde una distancia tan grande, tampoco vemos su impacto. Sin embargo, dice Gore, esto no significa que las consecuencias no existan. Gore urge al gobierno de su país a aceptar con honestidad la responsabilidad en este creciente desastre. Puesto que EE.UU. ha contribuido a construir el sufrimiento de África, ahora tiene la obligación moral de acabar con él. En su visión de la naturaleza, Gore equipara el problema ambiental con una guerra, similar a la Guerra Fría de la segunda mitad del siglo XX. En esta comparación, Gore utiliza terminología típica de aquel período histórico. Advierte que el hombre ha iniciado una guerra contra la naturaleza sin comprender que el único resultado posible es lo que los estrategas bélicos denominaban la destrucción mutua asegurada, una expresión que surgió en la década del 50 cuando las superpotencias evitaban llegar a un conflicto armado que implicaría el uso de armas nucleares y cuya consecuencia sería la destrucción total del planeta. Las metáforas bélicas abundan en el discurso de Gore. En un intento de concienciar a su audiencia, equipara los cambios climáticos con acontecimientos histórico-políticos de graves consecuencias del siglo pasado. A modo de ejemplo podemos citar el escenario internacional en la década de 1930, el cual Gore compara con una tormenta similar a las grandes tormentas que están azotando al mundo hoy, especialmente en la región del Mar Caribe. Además, asimila la ignorancia deliberada actual hacia el calentamiento global a la política de apaciguamiento aplicada en relación a Adolf Hitler y el nazismo justo antes de la Segunda Guerra Mundial. Gore dice que en ambos casos la verdad era incómoda y por eso se la ignoraba. Sin embargo, de la misma manera en que Winston Churchill advirtió que aquella política era sólo el principio para darse cuenta del camino que habían tomado las relaciones internacionales, y de la necesidad de actuar conjuntamente para enfrentar un enemigo común, el mismo Gore urgía a darse cuenta de la necesidad de levantarse mancomunadamente para obtener la autoridad moral y la perspectiva necesarias para dar una solución global al problema del calentamiento del planeta. Finalmente, y, en concordancia con las metáforas bélicas, Gore sostiene la necesidad de firmar la paz con el planeta. Esta paz sólo será posible a través de la movilización de toda la civilización la cual con urgencia y determinación podrá vencer en esta batalla moral. Para ello se necesita una nueva conciencia, ya que sólo a través de ella podrá liberarse una energía espiritual sin precedentes y que nos transforme. Es esta energía moral combinada con una visión a largo plazo la que necesitamos para enfrentar la crisis climática. El mundo necesita una alianza, nos dice Gore; una alianza que nos permita encontrar la oportunidad de remover el peligro que azota a nuestro planeta; una alianza que nos permita incrementar nuestra capacidad de solucionar no sólo la crisis del calentamiento global sino también otras crisis relacionadas a ella. 4 Le siguen a Estados Unidos, con porcentajes menores, Japón, Rusia y la Unión Europea. Resulta interesante notar la interpretación que el discurso de Gore hace de la palabra crisis. Gore recurre al idioma chino en el cual la palabra crisis se expresa a través de dos caracteres unidos; el primero de los cuales simboliza el peligro y el segundo la oportunidad. De esta manera, sostiene que la crisis climática es peligrosa, encierra una emergencia planetaria como lo explicáramos en un párrafo anterior. Sin embargo, la crisis también implica la oportunidad de evitar las terribles catástrofes que ya se vislumbran. Por lo tanto, indica Gore de manera esperanzadora, junto con el peligro del calentamiento global que afrontamos, esta crisis también nos trae oportunidades sin precedentes, como por ejemplo, nuevas fuentes de energía, tanto o más redituables que las anteriores. A modo de ejemplo, cita el caso de docenas de compañías que ya han detenido sus emisiones de gases de efecto invernadero al mismo tiempo que están ahorrando dinero en el proceso. A pesar de la recurrencia de metáforas bélicas, el punto central del discurso de Gore es una apelación a una noción de ecología interna, a través de la cual conceptualiza al medio ambiente como una entidad que incluye a los seres humanos y no como algo que existe fuera de la mente de los hombres. Es éste un argumento a favor de una ética ambientalista basada en la unión el equilibrio entre los seres humanos y la naturaleza. Gore sostiene que sabemos lo que no somos por el prefijo que agregamos a los términos de definición: por ejemplo, dice, nuestra economía es post-industrial, nuestra arquitectura post-moderna y la geopolítica mundial post-Guerra Fría. Sin embargo, advierte, no sabemos lo que somos. Es el proceso hacia descubrir quiénes somos lo que nos llevará a desarrollar esa ecología interna. Dicho proceso nos permitirá una nueva comprensión de los aspectos espirituales y materiales del medio ambiente, la cual no está basada en la dominación o el control sino en nuestra custodia de la naturaleza. En el marco de esta visión de la naturaleza Gore realiza un llamamiento a un cambio en los valores personales y destaca la necesidad de alcanzar un equilibrio entre los desarrollos industriales y tecnológicos actuales, y los efectos nocivos que éstos tienen en el medio ambiente. Sin embargo, los valores que Gore expresa en su visión y que informan su discurso no están reñidos con la tecnología. Más bien, según Gore, debemos asegurarnos de que el uso de la tecnología sea apropiado, es decir, debemos prestar atención a la relación entre la tecnología y el contexto social, cultural, político y ecológico en el cual es utilizada, ya que lo que se debe controlar y evitar es la expansión del potencial de destrucción que la tecnología posee. Nuestra incapacidad de controlar la tecnología ha hecho que ésta destruya nuestra propia realidad. Las comodidades creadas por la civilización industrial han tornado a nuestro mundo en algo irreal en el cual la tecnología invade más y más espacios acaparando toda nuestra atención y toda nuestra vida. El resultado es que estamos desconectados del mundo natural y por tanto hemos perdido el sentido de quiénes somos y cuál es nuestro propósito en la vida. Es necesario, entonces, impulsar una nueva ética ambientalista, lo que Gore llama un nuevo “ambientalismo del espíritu”. El discurso del Congreso Estadounidense y del Presidente Clinton La crudeza de la construcción de la realidad ambiental planteada por el discurso de Al Gore no alcanzó para convencer al gobierno de su país de la necesidad de ratificar el Tratado de Kyoto. En realidad, unos meses antes de la firma del acuerdo en Japón, el mismo Senado de los Estados Unidos, en la Resolución 98, había advertido las razones por las cuales condicionaba la ratificación. Dichas razones se basaban, según se lee en el documento, en la desigualdad que el Protocolo de Kyoto establecería entre los países industrializados y aquéllos en vías de desarrollo. El Senado alegó que esta diferenciación carecía de sustento y era básicamente injusta debido a que países con altos porcentajes de emisiones tóxicas, como China e India, no estarían obligados a reducirlas La Resolución, por tanto, remarca la contradicción existente entre este tratamiento desigual de los países firmantes y la necesidad de llevar a cabo una acción global a nivel mundial. Una de las razones más importantes tiene que ver con la creencia de que el compromiso con este tratado puede causar un gran daño en la economía estadounidense y llevar a un deterioro industrial y financiero perjudicial para el país del norte. (Res. 98, par. 9, 10; (1) (B)). La Resolución establece que Estados Unidos no avalará ni formará parte de acuerdo alguno que pueda ser considerado perjudicial para su economía. Esta decisión fue aceptada unánimemente por el Senado, con 95 votos a favor y ningún voto en contra, dándole un carácter contundente a la actitud negativa frente al Protocolo de Kyoto. Aunque los argumentos presentados en la Resolución aparentan tener más que ver con una justa distribución de las responsabilidades y obligaciones legales, la preocupación central de los congresistas norteamericanos está claramente relacionada con el perjuicio económico que un compromiso de reducción podría significar para su país. Esta creencia, junto con algunos de los argumentos enumerados en la resolución, como por ejemplo las predicciones relacionadas con el incremento en las emisiones de los países en vías de desarrollo, no se apoyan en evidencia científica alguna. De hecho, según algunos informes de carácter público, las medidas que se tomen para contrarrestar el cambio climático en el planeta no sólo no resultarán en daños económicos, sino que llevarán, mediante el uso de tecnologías alternativas, a la creación de nuevas fuentes de trabajo, a reducciones en los costos de energía y, finalmente, a una mejora general de la salud pública. Tres meses después de que el Senado explicara su posición con respecto al futuro acuerdo, el mismo Presidente Clinton tomó las palabras del Legislativo y las hizo propias. En un discurso frente a la National Geographic Society, Clinton sigue poniendo en dudas las verdaderas consecuencias de esos cambios que ya son notorios, alegando que los científicos aún no saben cuáles serán las consecuencias reales de tales fenómenos. Su discurso deja entrever que no hay total consenso entre los científicos cuando sostiene que la mayoría--no todos--están de acuerdo con que el proceso de alteración del clima mundial ha comenzado ya. Al igual que Gore, Clinton responsabiliza a la era industrial como la principal causante del aumento en la emisión de gases pero, a diferencia de Gore, para Clinton la era industrial parece constituir un fenómeno separado de la voluntad del hombre. Sus palabras contradicen la teoría del historiador Lynn White, Jr. (en Glotfelty, xxvii) quien argumenta que la crisis del medio ambiente es fundamentalmente una cuestión de creencias y valores directamente relacionados a la ciencia y la tecnología. En concordancia con White, Harold Fromm (1996) sostiene que la Revolución Industrial afectó el concepto que el hombre tenía de su relación con la naturaleza y que la tecnología ha creado la falsa ilusión de que el hombre controla la naturaleza y no que depende de ella. Estas ideas informan claramente el discurso de Gore pero no el de Clinton, en el cual el hombre aparece más bien como víctima de la era industrial y no responsable de ella. Si bien Clinton admite la realidad de los cambios, al mismo tiempo parece no admitir el origen del problema ni sus consecuencias futuras. En un párrafo posterior, el presidente privilegia el progreso económico al nombrarlo en primer lugar y anteponerlo a la calidad de vida; y claramente privilegia EE.UU. por encima del planeta: “Debemos revertir el proceso si queremos continuar nuestro progreso económico y preservar la calidad de vida en los Estados Unidos y en el resto del mundo” (par.2). Luego, para tranquilizar a una audiencia orientada hacia los beneficios de las transacciones mercantiles, el presidente retoma el aspecto económico y acepta que el uso de tecnologías alternativas no significaría un debilitamiento de la economía sino un fortalecimiento de la misma a través de nuevas industrias y nuevos empleos. Por lo tanto, Clinton promueve la necesidad de firmar acuerdos ambientalistas y que éstos sean jurídicamente vinculantes ya que, hasta el momento, como él mismo admite, las acciones habían dependido de promesas voluntarias por parte de los países industrializados. No obstante ello, aclara que su país no asumirá compromiso alguno si los países en vías de desarrollo no participan del mismo esfuerzo: Los países industrializados deben liderar el proceso, pero los países en vías de desarrollo también deben comprometerse. Los Estados Unidos no asumirán obligaciones vinculantes a menor que los países en vías de desarrollo participen de manera significativa en este esfuerzo. Clinton --corroborando lo expuesto por el Senado--afirma que si los países industrializados reducen sus emisiones de gases pero los países en vías de desarrollo continúan emitiéndolos, la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera continuará aumentando. Por lo tanto, para firmar un acuerdo internacional sobre cambio climático éste deberá ser realista y efectivo. Para ello anunció que presentaría una propuesta de amplio alcance que prevea métodos flexibles, basados en el mercado, y efectivos en términos de costos, con miras a reducciones significativas en Estados Unidos. Nuevamente se puede notar la focalización del discurso en las cuestiones económicas por encima de las ecológicas, y la prevalencia que se le asigna al propio país por encima del resto de la comunidad internacional. El discurso de Clinton finalmente corrobora la visión del la naturaleza y su conexión con los seres humanos expresada en la Resolución 98 del Senado: sus contenidos demuestran que el conflicto entre la protección del medio ambiente y los impulsos para explotar los recursos naturales aceptando la degradación de la naturaleza continúa existiendo en detrimento de la primera. Podría decirse que en el discurso de Clinton, como en el del Senado se evidencia una ausencia de visión ecológica disfrazada de una conciencia ambientalista. Mientras el presidente manifiesta su preocupación por las consecuencias de los grandes cambios climáticos (las cuales también sutilmente pone en duda), el punto central de su argumentación es una cuestión de índole económica. Fue quizás esta falta de coherencia en el discurso del presidente y del vicepresidente la que hizo que los signatarios del Protocolo decidieran no incluir a los países en vías de desarrollo en los compromisos vinculantes. Y fue también quizás esta falta de coherencia la que hizo que Clinton finalmente no enviara el Protocolo al Senado para su ratificación. Era evidente que tanto el ejecutivo como el legislativo tenían objetivos más importantes que las medidas ecológicas que Gore consideraba urgentes. Las prioridades para una y otra posición habían quedado más que claras. Conclusiones Los esfuerzos de Gore para orientar la opinión pública y del gobierno de EE.UU. hacia el apoyo de acciones decididas para hacer frente al calentamiento global no lograron el objetivo esperado. Por lo tanto, la esperanza que albergaban algunos de solucionarla se tornó quimérica. Con el ejecutivo y el legislativo planteando una cautela que más bien parecía una firme oposición al tratado, muchos se resistieron a abrazar la causa y adhirieron al discurso que sostiene que los seres humanos están separados del resto de la naturaleza y por tanto no son responsables de los daños, o bien sostienen ya sea que los daños no son tan graves o que nada puede hacerse para controlarlos. En consecuencia, tanto la retórica como la iniciativa política diseñadas para limitar la contaminación asociada al calentamiento global quedaron debilitadas. Los avances por lo tanto fueron interrumpidos. La crítica ecológica sostiene que la cultura humana está estrechamente ligada con el mundo físico, y ambos se afectan de manera recíproca. La ecocrítica tiene por tanto como objeto de estudio las interconexiones entre la naturaleza y la cultura, especialmente la lengua como una de sus manifestaciones. De allí la importancia de analizar el discurso del gobierno estadounidense a fin de comprender que el abordaje del problema ecológico para EE.UU. no está centrado en el planeta y en las consecuencias de la acción del hombre sobre el medio ambiente. Ese discurso se aparta de la noción de ecología interna expresada por Gore puesto que la naturaleza aparece como una entidad separada del hombre y al servicio de él. El abordaje del problema está primordialmente centrado en condicionamientos a otros países a fin de evitar efectos económicos negativos especialmente para EE.UU. En el caso de Kyoto en particular, el gobierno estadounidense ha expresado su reticencia a reducir el uso de combustibles fósiles por temor a que ello reduzca los ingresos de las compañías explotadoras de petróleo y de carbón. La dependencia en los combustibles fósiles por considerarlos un valor casi irremplazable parece por el momento oponerse a la conciencia ecológica. Como la superpotencia y líder mundial que es, EE.UU. debería también liderar en la concientización ambiental, transmitiendo valores con implicancias ecológicas profundas, enseñando a valorar el mundo natural. Sin embargo, el discurso de poder estadounidense parece relativizar la importancia de la naturaleza como elemento clave para la supervivencia humana. Si, como sostienen los ecologistas, cada uno de nosotros puede hacer un pequeño aporte que será de un enorme significado en la protección de la naturaleza, imaginemos cuán grande podría ser el aporte de la mayor potencia global y los efectos positivos que ello tendría para el mundo entero. Los humanos son la causa del calentamiento global actual y, a menos que actuemos rápidamente, las consecuencias para nuestro hogar planetario podrían ser irreversibles. La urgencia del ahora es feroz. Quisiéramos concluir este trabajo citando las palabras de Gore, las cuales con sencillez describen y explican por qué es necesario enfrentar el problema antes de que sea demasiado tarde: En este dilema de la vida y la historia que se despliega ante nuestros ojos, existe algo que es llegar demasiado tarde. La postergación sigue siendo el ladrón del tiempo. A menudo la vida nos deja al descubierto, desnudos y abatidos ante una oportunidad perdida. La marea de los asuntos de los hombres no se mantiene siempre alta, también desciende. Podemos implorar desesperadamente al tiempo que haga una pausa en su transcurrir, pero el tiempo es inflexible a toda súplica y se apresura sin remedio. Sobre los restos amontonados de numerosas civilizaciones están escritas las patéticas palabras: ‘demasiado tarde’. […] Tenemos la obligación de prestar atención a lo que es importante y de contribuir a proveerlo y salvaguardarlo; de hacer todo lo posible en este momento de peligro para asegurar que lo más preciado de esta bella Tierra de Dios--su habitabilidad para nosotros, nuestros hijos y las generaciones futuras--no se nos escape de las manos. (1992: 10-11) Para finales del primer período de compromisos establecido por el Protocolo de Kyoto en 2012, ya deberá haberse negociado y ratificado otro acuerdo marco internacional. Dicho acuerdo deberá contener las estrictas reducciones de emisión de gases que el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático claramente ha establecido como urgentes. Debemos entender que las soluciones que se proponen ayudarán a limpiar el aire, a mejorar nuestra salud, a demorar el calentamiento global y a impulsar nuestra economía. Nuestras últimas esperanzas y oportunidades de salvar al planeta se están agotando. 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