Tauste en los Siglos XI al XIII

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TAUSTE EN LOS
SIGLOS XI AL XIII
AUTOR: JAIME CARBONEL MONGUILÁN
-ARQUITECTO TÉCNICOTauste, Mayo de 2009
CONTENIDO:
1.- PRÓLOGO
Pág. 3
2.- INTRODUCCIÓN
Pág. 7
3.- SIGLO XI. SITUACIÓN SOCIAL EN EL VALLE MEDIO DEL EBRO
Pág. 17
4.- CONSTRUCCIÓN DE LA NUEVA MEZQUITA Y SU ALMINAR
Pág. 30
5.- ESPLENDOR Y DECLIVE
Pág. 48
6.- LA CONQUISTA CRISTIANA
Pág. 54
7.- CONSTRUCCIÓN DE LA IGLESIA DE SANTA MARÍA
Pág. 59
8.- CONCLUSIONES
Pág. 67
9.- EPÍLOGO
Pág. 71
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA
Autor:
Jaime Carbonel Monguilán
2
1.1.- PRÓLOGO
3
El trabajo que a continuación se expone representa una versión de la historia
de Tauste totalmente innovadora y contradictoria con todo lo que se nos ha contado
hasta ahora, en relación con la época transcurrida desde, aproximadamente, el año
1018 hasta 1300 (siglos XI al XIII), principalmente en lo referente a la época islámica
(mejor llamarla “andalusí” o, mejor todavía, “zagrí”), que abarca la primera centuria
de este espacio de tiempo.
Quisiera, antes de continuar, aclarar el uso de estos términos con el fin de
introducir al lector en estos contenidos de manera adecuada. Entendemos por
“islámico” como algo del Islam, es decir, del conjunto de pueblos que aceptan esta
religión. Uno de ellos fue Alandalús, que llegó a ser el estado más grande y próspero
de la antigua Hispania. Llamamos “andalusíes” a los habitantes de aquel estado; por
tanto, cuando nos refiramos a aquellas gentes, lo haremos de forma más correcta
utilizando esta denominación que la genérica de “islámicos” o “musulmanes”, para
distinguirlos del resto del mundo islámico. De igual forma, en la región del valle del
Ebro se constituyó la llamada Marca Superior de Alandalús, Tagr-Alandalús o ZagrAlandalús (la “t”, en ese caso, adquiere el sonido “z”), por lo que, cuando hablemos
de sus habitantes, lo correcto será hacerlo bajo el nombre de “zagríes”
(posteriormente, moros aragoneses), denominación que conservarán hasta más allá
de su expulsión definitiva en 1610, provocada por la intolerancia y el extremismo
religioso, en que ellos mismos se autodenominan con ese nombre, porque su
voluntad era distinguirse, aun en el exilio, del resto de los moros españoles.
Esta época de dominio musulmán se refleja en los libros de historia, pero, casi
siempre, de manera tímida y desdeñosa, de forma que no resulta extraño un
desconocimiento casi total por parte de la sociedad de los avatares de aquella etapa
tan fascinante de nuestra historia.
El lector, a través de todo lo que sigue a continuación, descubrirá hechos tan
llamativos como que la invasión de la Península Ibérica por parte de los musulmanes
no fue tanto una incursión armada como cultural, pues, en tan sólo tres años se
habían hecho con el dominio de gran parte de la Península, fundando lo que
llamaron “Alandalús”, aprovechando el vacío de poder que habían dejado los
visigodos y aportando una riqueza cultural en todos los campos (agricultura,
medicina, arquitectura, astronomía, poesía, música, filosofía, etc.), que supuso un
gran avance social y económico en nuestras tierras, proveniente del mundo oriental
y muy superior a todo lo conocido hasta entonces en Occidente.
Está en la mente de todos que el sistema tradicional de regadíos que
conocemos había sido implantado y desarrollado por “los moros” antes de la
conquista por Alfonso I el Batallador, pero, contradictoriamente, “alguien” se ha
ocupado siempre de educarnos en la creencia de que antes de la llegada de los
cristianos esto se reducía a unas tierras miserables y poco pobladas, adquiriendo su
desarrollo a partir de la “reconquista”. Incluso existe cierta tendencia a comparar a
los zagríes (musulmanes andalusíes del valle del Ebro) con los magrebíes actuales o
de cualquier otra época.
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Veremos que:
1º.- Esos “moros” no eran descendientes de extranjeros ni ocupantes
magrebíes, sino, mayormente, descendientes de la población nativa hispanoromana, que había salido del sometimiento al poder tirano de la nobleza visigoda y
que había abrazado la religión islámica por intereses evidentes y necesarios,
abriéndose un horizonte de vida más amable y esperanzador.
2º.- Efectivamente, habían sido ellos los que habían desarrollado las técnicas
del regadío, haciendo, en medio de nuestro paisaje desértico, unos oasis lineales a
lo largo del río Ebro y de sus afluentes, entre ellos, el Arba (en Tauste, la Huerta
Alta), produciendo un desarrollo demográfico y una riqueza que provocaron la
apetencia de unas gentes que vivían en las montañas pirenaicas (el incipiente reino
de Aragón), en un medio mucho más duro, donde la subsistencia era precaria y se
hacía necesario guerrear para apropiarse de unos bienes que otros, más pacíficos
que ellos, se habían ganado con su propio esfuerzo y sacrificio.
3º.- Lo que siempre hemos llamado “Reconquista”, no es tal. En el caso
particular de Tauste, cuando Alfonso I lo incorpora a su reino, es la primera vez que
Tauste pertenece a Aragón, sin haber pertenecido nunca anteriormente. Por tanto, el
apelativo correcto es “conquista” y no “reconquista”. Este ejemplo sirve para todo el
fenómeno llamado “Reconquista” aplicado a toda España. Sólo cabe utilizar ese
término desde el punto de vista religioso, si contemplamos el hecho de que las
tierras que se van conquistando pasan a ser otra vez de dominio cristiano (como
antes lo habían sido), pero nunca desde el punto de vista político o cualquier otro
digno de tener en cuenta. Se trata, pues, de una “conquista” pura y dura.
4º.- La primera vez que en estas tierras surge un reino independiente no es,
como se piensa popularmente, en 1035, con el nacimiento del reino de Aragón al
independizarse de Pamplona. Diecisiete años antes (1018) se había constituido ya el
reino de Saraqusta, como estado independiente del resto de Alandalús, bajo el
reinado de Mundir I, debiendo ser ésta, por tanto, la primera fecha de referencia en
cuanto a un hecho relevante de identidad territorial. Sin embargo, aun tratándose de
algo importante en nuestra historia, se trata de algo arrinconado y olvidado.
5º.- La idea del escaso desarrollo de estas tierras que se tiene hasta la
conquista por Alfonso I el Batallador y la prosperidad que se experimenta a partir de
ese momento es algo totalmente erróneo y manipulado. Los invasores cristianos que
colonizaron estas tierras eran gentes rudas provenientes del Pirineo y del sur de
Francia, que vinieron atraídos por las riquezas de estos lugares, creadas por sus
legítimos pobladores, a los que desplazaron por la fuerza, ocasionando de esa
manera una regresión atroz en todos los aspectos del progreso logrado hasta
entonces. Los campos y las ciudades se vieron prácticamente despoblados y no es
hasta el siglo XIV cuando se logra cierta tendencia a la recuperación. Puede parecer
exagerado, pero lo cierto es que en algunos aspectos, como puede ser el
demográfico y urbanístico en ciertos lugares (como es el caso evidente de Zaragoza,
y, posiblemente, el de Tauste, como se verá más adelante) esta recuperación no se
superará hasta el siglo XIX.
6º.- Llama la atención la injusticia comparativa con que la historia trata a unos y
otros personajes, pues, mientras al rey de Saraqusta se le califica de “reyezuelo
moro”, al de Aragón se le trata de “rey” con todos los respetos y reverencias. Lo
cierto es que el rey de Saraqusta Ahmad I al-Muqtádir lo era de un territorio extenso,
rico y poblado (casi todo el valle del Ebro, hasta Tortosa, mayor que el actual
5
Aragón), mientras que su contemporáneo rey de Aragón Sancho Ramírez lo era de
otro territorio mucho más pequeño, pobre y de escasa población.
7º.- Basados en las evidencias constructivas de la torre de Tauste que más
adelante se demuestran (anticipo ya aquí que es “mal llamada mudéjar”),
comprobaremos que se trata de una construcción muy anterior a la Iglesia de Santa
María y que realmente se trata del alminar de la mezquita aljama de Tahust,
construido además como torre atalaya y símbolo del poder Hudí (dinastía reinante en
Saraqusta).
8º.- Descubriremos la verdadera grandeza de Tahust en el siglo XI, la gran
mezquita que hubo de tener, además de otras mezquitas más pequeñas, su
verdadera extensión, el gran cementerio musulmán, además del cristiano y el judío
(poblaciones minoritarias que convivían pacíficamente con la dominante zagrí), su
forma de vida, la relación administrativa con la capital del reino (Saraqusta), etc.
9º,- También veremos como se produce el declive de ese brillante reino, bajo la
pinza constante entre aragoneses y castellanos, que amenazarán y exprimirán a su
población con unos impuestos cada vez más crecientes (parias).
10º.- Curiosamente, el fin de la independencia de este reino no se produce por
la conquista cristiana (idea que erróneamente subyace en el conocimiento de la
mayoría de la gente), sino por la absorción que del mismo hace el insaciable e
intolerante Imperio Almorávide (Marruecos), con su gran potencial militar, siendo
Zagr-Alandalús el único reino andalusí que aún permanecía independiente, sin
anexionar a dicho Imperio. La conquista cristiana vendría unos pocos años después.
11º.- El resto de la historia, en época cristiana hasta 1300, no hace falta
contarla, pues ya es de dominio más público que la zagrí, pero sí que incluyo en esta
época la construcción de la Iglesia de Santa María, una de las primeras obras
mudéjares de Aragón, sustituyendo a la antigua mezquita que había sido reutilizada
como iglesia hasta que hubo medios económicos suficientes para derribarla y
construir una iglesia acorde con las modas de aquella época, manteniendo el
majestuoso alminar zagrí que ya servía como campanario.
Espero que disfruten con esta lectura y que sirva tomar conciencia de que en
nuestro pueblo, en este sitio que para muchos podrá parecer vulgar y corriente,
tenemos una torre que, algún día, los eruditos de la Universidad, las autoridades de
Patrimonio, la UNESCO y quienes más corresponda, deberán reconocer que no es
mudéjar, puesto que no fue hecha por mudéjares (alarifes musulmanes al servicio de
los cristianos), sino por alarifes zagríes.
Y no sólo eso. Podemos afirmar con toda seguridad y argumentos evidentes
que no es el único edificio de esa época que se conserva en Aragón, además del
Palacio de la Aljafería. Erróneamente clasificadas como torres mudéjares, tenemos
en nuestra comunidad un buen número de alminares zagríes, que constituye el
verdadero precedente del arte mudéjar, un rico conjunto digno de ser catalogado y
considerado como algo muy relevante, algo tan exótico y sugerente como un estilo,
una corriente arquitectónica llevada a cabo en unas tierras situadas tan al norte de
Andalucía, región en la que siempre nos ha parecido que únicamente existiera el
legado andalusí.
Alguien tendrá que ponerlo en valor… y darlo a conocer como tal.
6
2.- INTRODUCCIÓN
7
Cuando se escribe la historia de un pueblo, no sólo se hace a partir de la
información contenida en documentos antiguos, sino también a través del análisis
del legado arquitectónico, cultural y artístico que haya podido sobrevivir al paso del
tiempo, máxime cuando aquellos documentos son escasos o prácticamente
inexplorados.
En el caso de Tauste, la documentación existente es escasa, pero tenemos
una imponente torre “mudéjar”, con la iglesia de Santa María –también la de San
Antón-, testigos mudos de los acontecimientos que han sucedido a través de los
siglos. Testigos mudos, eso sí, pero que demuestran una sorprendente elocuencia si
se estudian con el debido detenimiento, aplicando criterios no sólo históricos, sino
también de tipo técnico.
En efecto, como se va a ver más adelante, existen indicios arquitectónicos
claros y evidentes que, por su carácter eminentemente técnico, pueden escapar al
apercibimiento de los historiadores y que no encajan en la historia que hasta ahora
se nos ha contado, razón por la cual se hace necesario realizar una labor de
compatibilización de las conclusiones técnicas con los hechos históricos que
conocemos, teniendo en cuenta que esas conclusiones técnicas proceden de datos
reales y objetivos, siendo, por tanto, muy a tener en cuenta.
El resultado de todo ello es sorprendente, pues, aunque, como decíamos
anteriormente, la documentación relativa a Tauste es prácticamente inexistente, sí
que es mucho lo que se ha avanzado en las últimas décadas sobre el conocimiento
de la taifa de Zaragoza en el siglo XI, entorno en el que inevitablemente debemos
situar a nuestro pueblo en aquella época.
Observando con detenimiento nuestra torre y meditando sobre la historia que
de ella se nos ha dado a conocer, resulta inevitable llegar a la conclusión de que en
todo ello existen notables contradicciones que merecen la pena resolver.
Lo primero que se plantea es, ante todo, algo muy llamativo: ¿por qué es tan
grande?. Porque, verdaderamente, comparándola con otras supuestamente
contemporáneas a ella, pertenecientes a otros pueblos que pudieran tener una
relevancia similar a la de Tauste en la época donde datan los historiadores su
construcción, la primera pregunta que nos viene a la cabeza es ésa, ¿por qué es tan
grande?. Además, no por su gran tamaño resulta desproporcionada, sino todo lo
contrario, posee unas proporciones totalmente armónicas y una resolución
geométrica impecable, tanto estructural como decorativa.
Nos cuentan que su construcción data de finales del siglo XIII (a partir de 1280)
y que, junto con la iglesia de Santa María, corresponde a un único proyecto. Según
esto, la obra comenzaría por el ábside de la iglesia, para luego continuar con la
construcción de los tres tramos de bóvedas de crucería y terminar con la
construcción de la torre, a los pies de la iglesia. Aquí también entra el interrogante
del gran tamaño de la nave de la iglesia, pues tampoco es habitual en nuestro
entorno geográfico. Ni siquiera en Ejea de los Caballeros, donde las iglesias de
Santa María y del Salvador denotan un periodo de esplendor de esa población en
esa misma época, existe un templo de semejantes proporciones. Evidentemente, el
número de habitantes de Tauste en el siglo XIII no justificaría la construcción de una
8
iglesia y una torre de semejantes proporciones, comparándonos con otras
poblaciones. Marcelino Cortés, en su reciente libro sobre la Toponimia de la Villa de
Tauste, cuenta cómo en el año 1303, el rey Jaime II de Aragón concede a nuestra
villa una serie de exenciones fiscales para paliar en la medida de lo posible su
despoblación, lo cual indica que, al menos en la época que abarca los años finales
del siglo XIII y el principio del siglo XIV la situación económica y social de Tauste era
bastante precaria.
CONJUNTO DE TORRE E IGLESIA DE SANTA MARIA
(Se muestra esta vista intencionadamente, en lugar de la habitual desde la Plaza de Santa María, porque es la
que durante muchos siglos fue la principal desde el núcleo urbano de Tauste)
¿Qué circunstancias condicionarían las dimensiones de semejante obra?.
La iglesia de San Antón está datada, según los mismos historiadores, en el
siglo XII, es decir, anterior a la de Santa María, lo cual resulta bastante chocante.
¿Resulta lógico pensar que fuera en el barrio de San Antón, que era un arrabal fuera
de las murallas, donde se construyera el primer templo cristiano de Tauste?. Lo
natural es que el primer templo se construyera dentro del casco urbano principal, es
decir, intramuros, donde está situada la iglesia de Santa María. Sin embargo, ésta es
posterior. Ante una cuestión tan evidente, los historiadores que han puesto fechas a
nuestro patrimonio nos dan una posible explicación: “hombre, posiblemente, cuando
llegaron los cristianos a Tauste, a principios del siglo XII, encontraron una mezquita
donde ahora está la iglesia y la aprovecharon como templo cristiano, hasta que
tuvieron medios y la derribaron para construir la iglesia y la torre que ahora
conocemos. Mientras tanto, hicieron la de San Antón, de construcción mucho más
humilde”. Parece una explicación bastante razonable, pero vuelves a la misma
9
pregunta: ¿por qué es tan grande el conjunto de la iglesia y la torre y qué
circunstancias condicionaron la ejecución de una obra de tales proporciones?.
Porque está claro que el momento social, demográfico y económico de entonces no
lo justifican. Lo único que podría justificarlo sería la existencia previa de otras
construcciones, de las que se aprovecharan algunos elementos constructivos (por
ejemplo, cimentaciones) y que condicionaran de alguna manera el tamaño de la
nueva construcción. En este caso, no podría tratarse sino de la supuesta mezquita
perteneciente a la época islámica de Tauste. Aun así, sigue el mismo interrogante
sobre la grandeza de la obra, porque, tal y como nos han contado siempre la
historia, ahí entraríamos ya en una época oscura y poco conocida, donde a Tauste
se le supone como una pequeña población y de escasa importancia, salvo, quizás,
en lo referente al enclave geográfico, por su condición de espacio fronterizo, pero
nunca en aspectos económicos, culturales o demográficos.
TORRE E IGLESIA DE SAN ANTÓN
Sin embargo, también chocan algunos enigmas sin resolver sobre la Iglesia de
San Antón, como fue el hallazgo, durante su restauración en los años 80, de piedras
finamente esculpidas, algunas de ellas de época posiblemente islámica,
curiosamente mezcladas, en los mismos escombros de relleno del suelo de la iglesia
y de la plaza, con otras de estilo románico (Maestro de Agüero) e incluso gótico.
¿Por qué aparecen restos datables con gran probabilidad de acierto en el siglo XI en
el entorno de la Iglesia de San Antón?.
Pero volviendo a la Iglesia y torre de Santa María, mucho menos encajaría la
hipótesis de que se construyera una iglesia románica en los años siguientes a la
toma de Tauste por Alfonso I el Batallador. No es posible, pues es conocido el
lamentable estado en que quedó todo el valle del Ebro tras la conquista cristiana y
los muchos años que tuvieron que transcurrir hasta lograr cierta recuperación
demográfica y económica. De hecho, en Zaragoza, tomada en 1118, se consagra la
mezquita aljama como templo cristiano y no es hasta finales de ese siglo cuando se
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realizan obras importantes. La falta de medios y de población obliga a reutilizar los
edificios construidos por los musulmanes.
Por otra parte, la teoría siempre admitida de que los alarifes mudéjares, tras
casi tres siglos de dominación cristiana, realizaran una complicada arquitectura de
ladrillo basada en la almohade, separada por 500 Km. de territorio cristiano, resulta,
cuando menos, poco probable. Por el contrario, son los almohades (pueblo guerrero)
quienes adoptan las técnicas que van encontrando en las tierras que conquistan.
Esto conduce a pensar, lógicamente, que la arquitectura mudéjar que surge con
fuerza en el siglo XIV no nace de la nada, sino que es continuación de una
arquitectura islámica ya existente en estas tierras.
Las dataciones de monumentos por los historiadores responden a criterios
generalmente muy razonados que emanan del estudio de la documentación y de los
restos existentes, además del conocimiento y análisis de las circunstancias
históricas en que se han podido desarrollar tales obras. Sin embargo, resulta difícil
despojar el proceso de cierto subjetivismo, sobre todo cuando los indicios no están
nada claros y, en muchos casos, son contradictorios, lo que obliga al historiador a
decantarse por la opción que a él personalmente le parezca más prudente o
adecuada. Pero también nos queda el lenguaje “mudo” del edificio que todavía
tenemos el privilegio de contemplar. Efectivamente, observándolo con mirada
receptiva y desde el punto de vista, no ya histórico, sino arquitectónico y
constructivo, percibimos ciertas informaciones que, aunque no estén escritas en
ningún pergamino de la época, resultan totalmente claras y objetivas.
Ya desde el exterior, se aprecia que la torre,
en el cuerpo de campanas, se encuentra “mutilada”,
pues en algunos vanos han demolido el parteluz
para alojar las campanas e incluso, en la cara
sureste (que da sobre el tejado de la iglesia),
llegaron a demoler el paño entero de rombos
mixtilíneos para abrir dos nuevos huecos donde
alojar sendas campanas, lo que induce a dudar de
que las personas que construyeran o mandaran
construir la torre pensaran en utilizarla como
campanario. Dicho de otra manera: ¿cómo es
posible que unos cristianos que encargan y pagan a
unos mudéjares la construcción de un campanario,
se dejen hacer una torre que funcionalmente no
sirve (o sirve malamente) para ese cometido?. Si la
comparamos con otras torres que claramente han
sido campanarios cristianos desde su concepción,
veremos que realmente es así.
Por supuesto, si el proyecto original no era un campanario, sólo nos queda
pensar que fuera un alminar, construido, por tanto, en época islámica.
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Un hecho muy notable se
manifiesta en la circunstancia de
que torre e iglesia son dos
edificios
constructivamente
independientes, ya que, en la
cara de contacto, cada uno de
ellos tiene su propia pared.
Asomándonos a la grieta que
existe entre ambos edificios,
deducimos que el primero de
ellos en realizarse fue la torre,
pues los ladrillos de esa cara se
encuentran rejuntados y la
superficie
perfectamente
acabada, mientras que el
paramento de la iglesia presenta
las
rebabas
de
mortero
características de una pared que
se levanta junto a otra ya
existente y que, por tanto, impide
su limpieza.
Otro signo bastante elocuente es que, aunque está claro que la composición en
planta de ambos edificios pretende alinearlos en un mismo eje, no llega a
conseguirse, pues la cumbrera del tejado de la iglesia queda desviada unos 60 cm
respecto del centro de la cara de la torre a la que acomete, desviación bastante
notoria, debida a posibles dificultades de replanteo y ejecución de las obras de la
iglesia. Si hubieran pertenecido ambos edificios a un mismo proyecto, hubieran
empezado las obras por el ábside, para continuarlas en los tres tramos y, una vez
terminada la nave, hubieran aprovechado el muro de los pies de la misma como
parte ya integrante de la torre, como era lógico y habitual en aquella época. De esa
forma, la torre hubiese quedado perfectamente alineada con el eje central de la
nave, pero no fue así, porque la torre ya existía cuando hicieron la iglesia. Ya no
tiene sentido pensar que ambos edificios pertenecen a un mismo proyecto, pues se
saldría de toda lógica la suposición de que primero hicieran el campanario para
después construir la iglesia, puesto que el campanario se hace como reclamo para
los fieles, por lo tanto, antes que el mismo, tiene que existir el templo. De esta forma,
si la torre es anterior a la iglesia, es porque pertenece a otro proyecto anterior. Pero
entonces, ¿cuánto anterior?.
Con todo esto, nos va quedando claro que la torre ya existía cuando
construyeron la iglesia y que, además, había sido concebida para estar exenta, sin
contacto con ningún otro edificio, pues, de lo contrario, no se explica que se
molestaran en dejar perfectamente acabada (con todas las hiladas bien rejuntadas)
una superficie que posteriormente iba a quedar oculta.
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DESVÍO EJE IGLESIA-TORRE
VISTA DESDE ARRIBA
La torre es una construcción tan magnífica que no cabe sino en una época de
significativo esplendor. Desde que Alfonso I el Batallador conquistara Tauste (nos
han contado que en 1105) hasta 1280, difícilmente cabe situar esta construcción.
Los tiempos que siguen a la conquista son tiempos duros, de difícil repoblación,
razón por la cual Ramiro II redacta una Carta Puebla tan favorable en 1138. Cuesta
mucho salir de la miseria que la guerra ha dejado. Pudo haber algún atisbo de
progreso a mediados del siglo XIII, pero ya hemos visto que en el final de este siglo y
el principio del siguiente la situación debía de ser de mucha penuria. ¿Y antes de la
conquista cristiana?. Claro, que siempre nos han dicho que antes Tauste era muy
poca cosa, una época oscura y desconocida...
Además, el casco primitivo, encerrado por las antiguas murallas, es demasiado
pequeño para tener dentro de sí semejante templo con semejante torre (lo cual
añade más dudas a resolver), a no ser que ya tuviera unos arrabales importantes y
bastante consolidados (¿quizá por ahí…?) o que los hubiera tenido en otra época
anterior (¡!).
Todavía existe un dato más, curiosísimo, por cierto, en este rosario de dudas y
contradicciones. Se trata de la orientación del templo. Por todos es sabido que los
templos cristianos se orientaban siempre hacia el este y las mezquitas hacia el
sureste, es decir, mirando hacia La Meca, dirección hacia la que rezan los
musulmanes. Pues bien, la iglesia de Santa María tiene esta última orientación, y no
es porque hubiera algo extraño en Tauste que pudiera inducir a algún error en este
sentido, pues la iglesia de San Antón, de indudable procedencia cristiana, está
orientada hacia el este, incluso, para ser más exactos, por si acaso, fuera de toda
sospecha, presenta un ligero giro hacia el norte.
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ORIENTACION TEMPLOS MEDIEVALES DE TAUSTE.
IGLESIA DE SANTA MARIA: SURESTE
IGLESIA DE SAN ANTON: ESTE (ORIENTACION
CRISTIANA)
ORIENTACION
SURESTE:
DIRECCION LA MECA
Otra connotación curiosa al respecto, común a toda la arquitectura islámica de
Aragón, es la del material de agarre empleado para asentar los ladrillos, pues se
trata simplemente de yeso, cuando en el resto de España lo que se empleaba era el
mortero de cal (mezcla de cal y arena). A todos los profesionales de la construcción
nos sorprende este detalle, pues en la formación académica que se recibe en las
escuelas de arquitectura siempre se nos dice que el yeso no debe emplearse nunca
en exteriores, por su condición de solubilidad en el agua. Sin embargo, todas las
obras mudéjares de Aragón están construidas con este material y ahí siguen en pie,
después de tantos siglos de existencia. Tanto esta peculiaridad como muchas de las
técnicas empleadas en esta tierra enlazan directamente con Oriente, concretamente
con Persia 1. Un dato claro y palpable de ello es el paño decorativo de “labores
confusas”, situado bajo el cuerpo de campanas, como veremos más adelante.
La datación de 1280 para la construcción de la torre y la iglesia la establece el
profesor Borrás en su obra sobre el Arte Mudéjar Aragonés. Llega a esta fecha de
forma incomprensible, pues se basa en un trabajo sobre torres mudéjares
aragonesas, realizado en 1937 por D. Francisco Iñiguez, profesor y arquitecto, en el
que no habla precisamente de ese año, sino de 1243, según un pergamino de
dimensiones 35x23 cm que existía en el Archivo Municipal de Tauste, por el cual, el
Monasterio de San Juan de la Peña, y en su nombre, el abad Iñigo, cedía a la villa
de Tauste las primicias y diezmos que de ella cobraba, por concesión de D. Alfonso
el Batallador, para que atienda “a la terminación de las obras de la torre e iglesia,
campanas y vestiduras, y en consideración al mucho aprecio que a la villa dispensó
D. Alonso, de grata memoria”. Estaba fechado en 3 de Noviembre de la era 1281, lo
que corresponde con el año 1243 de nuestro calendario.
1
En la obra “Historia de Aragón III”, Luis Molina y Mª Luisa Ávila demuestran que
“curiosamente, y frente a vivir de espaldas a las otras regiones andalusíes, los contactos (de la Marca
Superior) con el Oriente musulmán son numerosos e intensos, de forma que la cultura oriental llega a
la Marca directamente, sin pasar antes por Córdoba, …” (transcripción del trabajo de Javier Peña
sobre la evolución constructiva de la Seo de Zaragoza desde su origen como mezquita-aljama,
publicado en Turiaso VII).
14
También es curioso que el profesor Borrás, aun basándose en el trabajo de D.
Francisco Iñiguez, no sólo reinterpreta la fecha de modo extraño, considerándola
excesivamente temprana (pero no explica por qué), sino que además cuestiona la
expresión de “terminación de las obras”, alegando que no es habitual tal punto de
definición en documentos de aquella época y que lo normal era que simplemente
hiciera alusión a “las obras” y no al hecho de si las mismas estaban empezadas o
por empezar. En el caso que nos ocupa, la transcripción exacta del profesor Iñiguez
(personaje, por otro lado, de prestigio intachable) nos abre algunas luces necesarias
para resolver de forma adecuada todos los enigmas, las cuales, con la versión hasta
ahora oficial, nos quedaban totalmente cerradas.
El profesor Iñiguez cuenta en su mencionado trabajo que, tanto la torre de
Tauste como la de San Pablo y la de la Seo (en Zaragoza), fueron construidas
exentas y que las tres fueron alcanzadas por el edificio de la iglesia. Señala incluso
que, de ellas, las de Tauste y la de La Seo han podido ser alminares en sus primeros
cuerpos. De esto hace ya setenta años, en los cuales se ha progresado mucho en el
descubrimiento de lo que supuso la cultura islámica en el valle del Ebro. El mismo
profesor Iñiguez fue quien propuso al general Franco en los años 40 la restauración
del castillo de la Aljafería, obteniendo como respuesta del general que “aquello lo
conocía él y que allí no había más que roña cuartelera”. Iñiguez insistió y consiguió
que, al menos, se le permitiera hacer unas catas. Efectivamente, tras la roña
cuartelera que allí había, empezaron a aparecer los restos del rico palacio saraqustí
del siglo XI que hoy conocemos ya restaurado, a pesar de lo mucho que a lo largo
de los siglos se pudo perder por el mal uso del mismo.
Siempre se ha ido escribiendo la historia de esta tierra con mucha modestia en
algunos aspectos, mirando hacia nuestro propio pasado con excesiva prudencia,
casi con complejos, como si hubiera algún peligro en descubrir algo indeseable que
mejor debiera permanecer oculto. ¿O es miedo a que de verdad nos encontremos
con algo mucho más valioso de lo que suponíamos?. Uno llega a sentir cierta envidia
de otros lugares donde cualquier indicio de valor histórico o artístico es puesto
inmediatamente en valor, mientras donde de verdad tenemos un rico pasado, con su
correspondiente legado, lo tenemos dejado en el olvido y la ignorancia, cuando no
lamentablemente destruido en época reciente.
La historia que conocemos, recopilada y escrita a lo largo de los siglos XIX y
XX, generalmente ha sido interpretada según los intereses del poder de cada época,
tratando de poner a personajes históricos como defensores de algo que
verdaderamente no fueron (o no lo fueron tanto, como por ejemplo el Cid, supuesto
adalid de la Cristiandad) o tratando de dejar en el más negro oscurantismo aquello
que no convenía a los intereses políticos o religiosos del momento.
Sabíamos, por ejemplo, que los árabes trajeron a España una cultura y una
riqueza muy superiores a las que aquí existían, pero ahora, además, también
sabemos que de ese progreso se benefició prácticamente toda la península y que la
historia de moros, cristianos y judíos no siempre fue una historia de guerra y de
sangre, sino también de tolerancia y pacífica convivencia. Del legado árabe en la
Península Ibérica, sólo se ha reconocido lo que era tan evidente que no quedaba
más remedio que reconocer, como puede ser la Giralda de Sevilla, la mezquita de
Córdoba o la Alhambra de Granada. En Zaragoza, costó reconocer la grandeza de la
Aljafería, pero resulta insostenible la negación a reconocer que no es las única obra
que nos queda del legado andalusí. Esta actitud negativa es curiosamente
persistente en esta tierra, lo cual resulta dañino, pues supone una gran traba a la
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hora de atribuir a nuestro patrimonio su verdadero valor. Podemos visitar infinidad de
torres e iglesias en otros lugares de España, donde exhiben sin complejos la
información del origen y uso anterior de esos edificios, mientras que aquí se está
negando un pasado evidente.
En los años 80, el arquitecto Javier Peña Gonzalvo, realizando unos estudios
sobre la Zaragoza islámica, llegó a la conclusión de que en el siglo XI se trataba de
una ciudad esplendorosa con más de 50.000 habitantes, es decir, más que París y
Londres en la misma época (y por supuesto, que Madrid). Casi nadie quiso dar
crédito a tales afirmaciones, pero los hallazgos encontrados en las excavaciones del
Paseo Independencia, pocos años más tarde, así como en otras zonas (C/ Madre
Rafols, etc), vinieron a darle la razón, al poner en evidencia que la Saraqusta
musulmana se extendía mucho más allá de los límites de la Caesaraugusta romana.
Si Zaragoza fue una ciudad importante en aquella época, es lógico pensar que
no sería algo en medio de la nada, sino que habría otras poblaciones
suficientemente desarrolladas bajo la influencia de ese mismo poder.
En los últimos años, son muchos los estudios de investigación que se han
venido haciendo sobre la cultura islámica en el valle del Ebro y existen datos
suficientes para “recomponer” una historia más acorde con la realidad que fue y que
se manifiesta a través del legado que tenemos.
Si bien el arquitecto Íñiguez, hace setenta años, sólo se atrevió,
prudentemente, a catalogar dos torres como antiguos alminares (la de Tauste y la de
la Seo), ahora con los datos de que se dispone, los arquitectos Javier Peña
Gonzalvo y José Miguel Pinilla Gonzalvo, entre otros, sostienen que existía toda una
red de alminares en las vías de comunicación que, no sólo servían como fines
religiosos sino también como elementos de vigilancia y de defensa, de los cuales,
algunos de ellos aún existen, erróneamente catalogados como torres mudéjares.
Entre ellos, claro está, se encuentra la torre de Tauste, de la que cabe afirmar que,
no sólo fue alminar el cuerpo inferior sino también el actual campanario, ya que no
existe ninguna incompatibilidad o diferencia constructiva que induzca a pensar que
fuera construido en diferente época de la del cuerpo inferior.
La gran diferencia entre lo que siempre se nos ha contado y lo que en este
trabajo se expone consiste en nada menos que dos siglos y medio más de
antigüedad para nuestra torre, con el incalculable aumento de valor histórico que ello
representa.
No existen apenas documentos de aquella época que hablen de la historia de
nuestro pueblo, pero está claro que, de cualquier manera, debemos interpretarla
siempre vinculada a los avatares de Zaragoza, ciudad de la que siempre dependió
administrativamente, todo ello dentro del contexto del territorio del valle del Ebro, en
la Marca Superior de Alandalús (Zagr-Alandalús), con Saraqusta como capital.
Buscando información, ordenándola y componiéndola, uno va descubriendo
una historia totalmente desconocida en muchos aspectos, llena de matices
asombrosos y sugerentes. Lo que sigue a continuación pretende ser una exposición
de todo ello, así como una visión, desde el punto de vista técnico, de cómo se pudo
llevar a cabo la construcción de la torre y de la iglesia.
16
3.- SIGLO XI. SITUACIÓN SOCIAL EN EL
VALLE MEDIO DEL EBRO
17
CRONOLOGÍA
AÑO
SUCESO
711
Los musulmanes entran en la Península Ibérica y ocupan el vacío de
poder dejado por los visigodos
714
Ocupación casi total del territorio peninsular
Se constituye Alandalús como provincia dependiente del Imperio
Omeya, con capital en Damasco
718
Se instaura la Marca Superior de Alandalús o Zagr-Alandalús, con
Saraqusta (Zaragoza) como ciudad principal
750
Traslado de la capital del Califato de Damasco a Bagdag
755
Alandalús, con Córdoba como capital, se declara como emirato
políticamente independiente de Bagdag
929
Ruptura total con Oriente y proclamación del Califato de Córdoba
1002
Cae el caudillo Almanzor, se produce la “fitna” (guerra civil) y la
posterior desmembración del Califato
1018
Nace el reino de Saraqusta, abarcando todo el territorio de ZagrAlandalús. Dinastía de los Tuyibíes
1035
Nace el reino de Aragón en los valles pirenaicos
1038
Dinastía de los Hudíes en el trono de Saraqusta
1110
Fin de la independencia del reino saraqustí
Incorporación al Imperio Almorávide
Conquista de Ejea por los cristianos (¿1105?).
1118
Alfonso I el Batallador conquista Zaragoza
1119
Tarazona y Tudela caen también en poder cristiano
1121
Conquista de Tauste. Incorporación al reino de Aragón y donación al
monasterio de San Juan de la Peña
1138
Ramiro II y Ramón Berenguer IV otorgan Carta de Población a Tauste
1243
Documento de San Juan de la Peña sobre la terminación de las obras
de la iglesia de Santa María
1303
Jaime II concede exenciones fiscales a Tauste para paliar la
despoblación
18
El establecimiento del Islam en nuestras tierras, no fue tanto una invasión
militar como una invasión socio-cultural. Los musulmanes habían llegado a la
Península Ibérica en el año 711 con un nivel muy superior al aquí existente en todos
los aspectos (medicina, agricultura, matemáticas, poesía, astronomía, etc.) y fue
más bien la ocupación del vacío de poder que habían dejado los visigodos, es decir,
la clase que había dominado la antigua Hispania desde la caída del Imperio
Romano, que una imposición armada de su dominio. El Islam se extendió
rápidamente por toda la Península, no sólo como religión, sino también como medio
de desarrollo y progreso. A la población hispano-romana, que casi nunca se mezcló
con la minoría dominante visigoda, se le ofrecieron dos alternativas: abrazar el Islam
y ser ciudadanos de pleno derecho, o mantener su religión y pagar los impuestos
correspondientes, por lo que generalmente convenía más la primera opción. A esos
primeros conversos al Islam se les llamó “muladíes”, pero, con el paso de
generación tras generación, ya fueron considerados tan musulmanes como los
demás.
Ejemplo notable de ello es la familia de los Banu Qasi, descendientes de un
noble visigodo llamado Casio (de ahí el nombre), que dominaron toda esta zona del
valle del Ebro: el conde Casio (señor de toda esta amplia región), se hizo vasallo de
los Omeyas a cambio de conservar sus dominios y se convirtió al Islam. El nombre
de su familia se arabizó, pasando a llamarse los “Banu Qasi”; como consecuencia de
ello, la mayoría de los habitantes de estas tierras se convirtieron también al Islam.
También quedaron focos más o menos importantes de cristianos que
prefirieron mantener su religión. A éstos se les permitió mantener sus propiedades,
sus costumbres y, por supuesto, el derecho a ejercer sus cultos religiosos, todo ello
a cambio del pago del impuesto de capitación. En muchos aspectos, naturalmente,
se “arabizaron”, pues aprendieron la lengua árabe y todos los usos que les suponía
una mejor integración en la nueva sociedad y mejora en la calidad de vida. Estas
gentes recibieron el apelativo de “mozárabes”.
Las minorías estarían compuestas por estos mozárabes y, también, por los
judíos. Algunos historiadores sostienen que la llegada de judíos a estas tierras se
produciría después de la reconquista por los cristianos, pero es manifiesta y probada
su presencia en Zagr-Alandalús (Marca Superior de Alandalús) desde tiempos
inmemoriales. De hecho, la ocupación musulmana en el siglo VIII resultó beneficiosa
para los judíos, pues supuso un nivel de tolerancia que no existía bajo la dominación
visigoda. La conclusión de todo ello es que la población musulmana del siglo XI no
era, ni mucho menos, de procedencia extranjera, sino mayoritariamente de los
propios lugares donde habitaban.
A principios del siglo XI, con la caída de al-Mansur (Almanzor), se desmorona
el califato de Córdoba y, como consecuencia de la fitna o guerra civil que se
extiende por todo Alandalús, aparecen los reinos de taifas. Saraqusta es la ciudad
más importante de la Marca Superior, límite occidental del mundo islámico y frontera
con el mundo cristiano. La condición de espacio fronterizo favorece una concepción
relativamente ortodoxa y mística de la religión. Sin embargo, ello no es obstáculo
para el progreso y la riqueza, pues, a diferencia del cristianismo, donde la posesión
de riquezas terrenales era algo pecaminoso (“es más fácil que un camello pase por
el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino de los Cielos”), en el Corán,
aunque se condenaba la avaricia, se consideraba a las riquezas como un bien de
Dios, un instrumento para lograr la felicidad y disfrutar en esta vida, a modo de
anticipo, de los goces de la vida futura.
19
De esa forma, se vislumbra a Zaragoza, que desde la época romana había sido
la ciudad más importante del valle del Ebro, como la capital de uno de los primeros y
más importantes reinos que se originaron tras la fitna, Zagr-Alandalús (Aragón
andalusí), con una gran extensión de territorio, todo ello favorecido por la presencia
de sus ríos (el Ebro y sus afluentes), lo que posibilita la proliferación de regadíos,
huertas, ganadería, industria, comercio y, en consecuencia, riqueza. Se habla de los
“oasis lineales”, pues de todos es sabido el carácter desértico de este extenso
territorio, en el que destacan las franjas verdes definidas por el curso de los ríos.
Aprovechando la convulsa situación de Alandalús tras la descomposición del
estado cordobés, Mundir I, de la familia de los tuyibíes, consigue en 1018 el control
de Saraqusta, proclama su independencia y se convierte en rey de este territorio.
Atraídos por la tolerancia y el bienestar y huyendo de la represión y la miseria,
llegaron a Saraqusta hombres ilustres procedentes de Córdoba, personajes que
destacaban por ser los mejores del mundo occidental en sus correspondientes
disciplinas (matemáticas, medicina, astronomía, poesía, filosofía, etc), los cuales
eran siempre bien acogidos sin llegar a importar demasiado si eran musulmanes,
judíos o cristianos. De hecho, el visir de Mundir II (1029-1038), cuyo nombre era
Yequtiel ibn Isaac, era judío. Las familias reales eran de origen yemení. Los tres
primeros reyes fueron tuyibíes y el resto hudíes (de la familia de los Banu Hud),
desde 1038 hasta 1110, año en que los almorávides se apoderan de este reino.
El periodo de máximo esplendor se sitúa bajo el reinado de al-Muqtádir billàh
(“Poderoso gracias a Dios”), sobrenombre que le viene al derrotar a los cristianos en
Graus en 1063 y recuperar Barbastro en 1065). Reinó entre los años 1046 y 1082.
Su fama se extendió por todo Alandalús y se convirtió en un gran mecenas de las
artes y de las ciencias, colocando a Zaragoza entre las cortes más brillantes del siglo
XI. Como dato anecdótico y representativo de la gran liberalidad de al-Muqtádir,
cabe decir que tuvo durante mucho tiempo un visir cristiano (mozárabe), llamado
Abú ’Umar ibn Gundisalvo, a pesar de las presiones y críticas de los imanes y
autoridades religiosas, quienes preferían que los altos cargos estuvieran ocupados
por musulmanes.
Llama la atención lo injustamente que la historia ha tratado a estos personajes,
pues es frecuente encontrar expresiones como “el reyezuelo moro” cuando se habla
de al-Muqtádir, mientras al rey aragonés de la misma época (Sancho Ramírez) se le
trata de “rey” con todo su empaque, cuando la realidad es que el primero fue
monarca de un reino grande y rico a la vez que el segundo lo era de un territorio
pequeño, pobre y escasamente poblado.
Zaragoza, en el siglo XI, llegaría a tener prácticamente la misma extensión que
luego volvería a alcanzar en el siglo XIX, según se va descubriendo en las
excavaciones arqueológicas que se realizan en el centro de la ciudad, lo que implica
una población de unos 50.000 habitantes (como queda dicho anteriormente), con un
nivel de vida desconocido en aquel entonces en todo el mundo cristiano, pues es
sabido que ya tenía escuelas, hospitales, pavimentación y otros servicios; es decir,
una grandeza inimaginable en aquel momento para ciudades como París o Londres.
20
Por aquel entonces, Tahust sería un pueblo habitado principalmente por
musulmanes de origen hispano, siendo ésta la clase predominante. Se desconoce la
fecha de su fundación, pero caben múltiples hipótesis 2. Pudo ser fundado por estas
gentes, aunque también era muy habitual que una población musulmana se
estableciera donde antes había habido otra hispano-romana (bajo el dominio
visigodo), que ésta, a su vez, se hubiera implantado donde previamente había
existido un asentamiento romano y éste donde antes hubo un poblado celtíbero.
También es el caso de los templos religiosos, pues, muchas veces, donde hubo un
templete celtíbero, se construyó después otro romano, posteriormente una iglesia
cristiana en la época visigoda, una mezquita en la época islámica y, por último, de
nuevo, un templo cristiano, por lo que existen puntos concretos de la geografía
mundial que siempre han sido hitos sagrados, desde los tiempos más remotos, como
puede ser el caso de la Seo de Zaragoza.
Lo que sí es certero es que a principios del siglo XI, Tahust ya existía en su
enclave actual, en la margen izquierda del río Arba, a una legua de distancia del
Ebro, construido sobre un cabezo que dominaba hacia el sur las vistas sobre el
inmenso y rico valle de dicho río. Al norte, más allá de los dominios zagríes,
territorios habitados por gentes diversas, donde no existían unas fronteras bien
definidas, en contra de lo que puede uno imaginar cuando ve esos mapas que
figuran en los libros con líneas divisorias entre el mundo cristiano y el musulmán.
Eran tierras de frontera, tierras de nadie, en definitiva. Castejón de Valdejasa se
encontraría ya hacia el este, los montes y el Castellar hacia el sureste, en la margen
izquierda del Ebro, interpuestos entre los núcleos urbanos de Tahust y Saraqusta, la
capital administrativa de la que dependería directamente, situada a unas 8 leguas de
distancia. Todo ello, en el contexto geográfico del valle del Ebro, ese gran río cuyas
aguas corren en dirección sureste, como si fueran hacia La Meca, donde muchos
días, sobre todo en invierno, corre un viento frío y estremecedor, el “Cierzo”, también
en la misma dirección.
Un pueblo humilde hasta entonces, con una economía de subsistencia, aunque
con suficientes recursos, dada la calidad de sus tierras y la proliferación de
pequeños regadíos (hoy llamada “Huerta Alta”), aprovechando el agua del río Arba y
llegando probablemente en sus explotaciones agrícolas y ganaderas hasta el Ebro,
contando con unas buenas posibilidades para la ganadería lanar, todo ello, aún a
muy modesta escala, ya que la población tampoco sería muy numerosa.
En esa misma época, el reino de Saraqusta empieza a experimentar un notable
crecimiento, favorecido no sólo por las condiciones políticas y sociales expuestas,
sino también por su salida al mar Mediterráneo a través de Tortosa, llegando a
ocupar una gran extensión en el noreste de la Península. Ello facilita el florecimiento
de un importante comercio con Oriente, de donde se importan tejidos, especias,
esclavos, etc. También se produce un comercio de ámbar con los países nórdicos.
2
En el Plan General de Ordenación Urbana de Tauste, los arquitectos Teófilo Martín, Pablo de
la Cal y Gerardo Molpeceres, señalan el posible origen romano de Tauste, apuntando, entre otros
razonamientos, que el trazado viario del casco primitivo tiene planta romana, con sus clásicos ejes
“Cardo” (C/ San Bartolomé) y “Decumano” (C/ Pedro IV de Aragón). En Zaragoza, el “Cardo” era la
actual C/ Jaime I y el “Decumano” la C/ Mayor.
21
Esto último es algo bastante desconocido y tiene un cariz altamente sugestivo
e interesante, por lo que merece la pena hacer un pequeño inciso al respecto. El
ámbar es una sustancia dura, liviana y quebradiza, la única piedra preciosa de
origen vegetal, formada mediante la fosilización de una resina. Parece ser que los
musulmanes de aquella época la apreciaban mucho y la utilizaban para la
fabricación de joyas. La traían desde la región del mar Báltico, donde se formaba a
partir de la resina del Pinus Succinifera, con una antigüedad superior a los 40
millones de años. También se le conoce por el nombre de succino. Fascinaba
especialmente por su gran variedad de tonalidades y diferentes grados de
transparencia, como consecuencia de su particular viaje a lo largo del tiempo, pues,
durante millones de años el ámbar báltico es acariciado por los rayos del sol,
erosionado por la arena de las dunas y prensado por el peso de los glaciares, lo que
le confiere unas cualidades y propiedades únicas. Desde la época romana, ya
existía una ruta por donde traían el ámbar desde la costa báltica a través de la actual
Polonia, para pasar después por las llanuras del Danubio, cruzar los Alpes y llegar
así hasta Occidente. Se han encontrado en Escandinavia tesorillos de moneda
saraqustí, por lo que, probablemente, dada la situación de Zagr-Alandalús, todo
aquel comercio del ámbar con la Península Ibérica se canalizaba a través de
Saraqusta.
Se crean rutas comerciales, bien fluviales o terrestres, protegidas por
fortificaciones y torres de vigilancia. Se construyen o se habilitan almacenes para
todo tipo de mercancías, surge el negocio del comercio, ejercido principalmente por
judíos. Sabios de todo el mundo islámico acuden a Saraqusta atraídos por la
liberalidad de sus gobernantes, así como numerosos peregrinos que vienen a visitar
la mezquita aljama de esta ciudad, porque, según la tradición, se atribuía la
fundación y fijación del muro de la qibla y el mihrab a un tabí (hombre santo del
Islam) llamado Hanas as-San’ani. También aprovechan para venerar la tumba de
dicho personaje, en uno de los cementerios islámicos de la ciudad, situado junto a la
Bab Qibla (Puerta de la Qibla), donde se encuentra la torre de la Magdalena.
Aunque estemos hablando de una época con escasos medios de
comunicación, ello no significa que no hubiera intercambio de personas entre partes
del mundo alejadas entre sí. En el mundo islámico siempre ha existido la obligación
de peregrinar a La Meca al menos una vez en la vida, si no hay impedimento mayor
(es uno de los cinco pilares fundamentales del Islam), lo que favorecía el intercambio
cultural entre Oriente y Occidente. En todo ese movimiento humano, también llegan
hasta nuestras tierras emigrantes procedentes de Oriente (Persia), en busca de un
modo de vida estable, lo cual supone una rica aportación en todos los campos
(música, arquitectura, medicina, etc.).
De hecho, desde el momento de la conquista por los musulmanes en 714 hasta
la independencia de Zagr-Alandalús en 1018, la Marca Superior había manifestado
siempre un elevado grado de independencia y de aislamiento con respecto a
Córdoba y todo el tráfico de viajeros, estudiosos e intelectuales se realiza
directamente con Oriente. Los influjos que los intelectuales zaragozanos recibían
dependían más de lo que ocurría en Bagdad que en Córdoba. A partir de 1018, con
el Califato ya desmoronado, empiezan a acudir a estas tierras muchos intelectuales
cordobeses, en busca de la paz, la tranquilidad y la protección oficial, tal y como
queda expresado anteriormente.
Especialmente significativa es la figura de Abu Bakr Muhammad ibn Yahya ibn
al-Sa’ig ibn Bayya, conocido simplemente como Ibn Bayya o con su nombre
22
latinizado, Avempace. Este ilustre zaragozano destacó en varios campos, como en
los de la medicina, matemáticas, astronomía, poesía, etc., pero sobre todo en el de
la filosofía. Es el primer gran filósofo propiamente tal que aparece en el Occidente
musulmán, desarrollando el pensamiento de ilustres pensadores orientales islámicos
y el primero en Occidente en comentar la obra de Aristóteles. Sus trabajos tuvieron
gran influencia en filósofos posteriores como Averroes (musulmán cordobés) y
Maimónides (judío, también cordobés), así como San Alberto Magno y Santo Tomás
de Aquino. No fue éste el único gran personaje del ambiente intelectual de ZagrAlandalús. Existieron otros, musulmanes como Ibn Fathun, al-Kirmani (médico
cordobés afincado en Zaragoza tras viajar por Oriente), Ibn al-Arif o Ibn al-Sid, o
judíos como Ibn Gabirol (de origen malagueño), Ibn Paquda, Yehuda ha-Levi,
Abraham ben Ezra, y otros muchos más.
La filosofía oriental (cristiana, judía y musulmana) nace indudablemente en
Zaragoza y no es fácil encontrar en el resto de la Península Ibérica un elenco tan
apretado e ilustre de científicos y pensadores como en Zagr-Alandalús, en un rincón
de nuestra historia (si puede llamarse rincón a un periodo de tiempo que abarca más
de un siglo) sumido en el olvido. Esta carrera emprendida por Zaragoza y su Marca
quedó interrumpida al ser ocupada la ciudad en 1118 por los cristianos, los cuales,
no sólo no cuidaron lo más mínimo la vida intelectual, sino incluso persiguieron y
expulsaron a los científicos y filósofos 3. El protagonismo filosófico pasó a Córdoba,
donde descollarían figuras como las de Averroes o Maimónides. El propio Avempace
emigra a Játiva, Almería y Granada. De allí pasó a Orán y Fez, dedicando su vida al
estudio y la enseñanza. Murió en esta última ciudad, posiblemente asesinado
mediante una berenjena envenenada. Su sepultura todavía se conservaba en el
siglo XIII.
En todo este contexto cabe situar el fuerte desarrollo que tuvo que
experimentar Tahust a lo largo del siglo XI. Situado en la ruta comercial que conecta
el mundo islámico con los reinos cristianos del norte y dominando parte del valle
medio del Ebro, así como todo el curso bajo del río Arba, a él empezarían a llegar
gentes de las procedencias más diversas. Partiendo de la configuración urbanística
actual, no es difícil imaginar cómo pudo ser el Tahust primitivo y cómo fue creciendo.
En el casco urbano encerrado por la vieja muralla de mampostería de yeso (actual
Barrio Nuevo), habitaría la población musulmana y la judía, ésta última en el extremo
norte, sobre el escarpado que mira hacia Ejea. Naturalmente, en esta muralla,
debían existir varias puertas, cada una posiblemente con el nombre correspondiente
a su orientación (por ejemplo, puerta de Zaragoza o Bab Saraqusta, puerta de
Tudela o Bab Tutila, etc.). Esta muralla, de la cual, todavía quedan restos (a
destacar, el torreón semicircular de la Picarra), era de fábrica de mampostería de
yeso, colocada directamente contra el talud del terreno, técnica habitual de los
recintos musulmanes amurallados de aquella época, como por ejemplo, el de
Calatayud (por citar uno de los más importantes, actualmente en fase de
restauración y recuperación) y otras fortificaciones andalusíes del Valle del Ebro,
datables todas ellas hacia el siglo IX.
El pueblo crecería y se consolidaría el barrio mozárabe en torno a su ermita de
San Miguel (ahora, barrio de San Antón), situado a los pies de la medina, en
dirección suroeste. De allí arranca el camino hacia el río Ebro y Gallur, pequeño
núcleo de población que ya existiría en la orilla opuesta del gran río. Más allá estaba
Borja (Burya), a medio camino hasta el imponente monte de Cayo (el pico más alto
3
Avempace. Colección “Los Aragoneses”. Joaquín Lomba Fuentes.
23
de la Cordillera Ibérica, el Moncayo), presidiendo todo el paisaje por ese lado, como
un dios que entonces quizá amparara la vida de aquellas gentes, con Tarazona
(Tarasuna) a sus pies y, cuatro leguas hacia la derecha, dirección noroeste, junto al
Ebro, Tudela (Tutila), como poblaciones más importantes de esos lugares.
Se crearía otro barrio extramuros en el lado nordeste de la medina (ahora,
barrio “Fuera”), a los pies del barrio judío y a ambos lados de un pequeño barranco
natural que desciende desde el llano estepario hacia la vega del río Arba (actuales
calles de Obispo Supervía, San Francisco y San Cristóbal). Allí se establecerían
alfareros y otros pequeños artesanos. Al otro lado de este barrio, visto desde arriba,
es decir, desde la medina, hacia el norte, se encuentran otros barrancos más
grandes, prácticamente paralelos al que sirve de eje al mencionado barrio,
excavados por el agua de la lluvia a lo largo de miles de años, dejando al
descubierto unas arcillas inmejorables para su uso en alfarería y en construcción. Es
en esta zona donde se crean los tejares, en los que se fabricarán las tejas con las
que cubrir gran parte de las construcciones del pueblo. También se fabrican ladrillos,
pero éstos sólo se emplearán en edificios públicos o en casas de personajes más o
menos pudientes. El resto de las construcciones se realizarán mediante fábrica de
tapial.
Todavía cabe señalar un tercer arrabal situado sobre el llano, en la cabecera
del barrio descrito anteriormente, al este de la medina (hoy barrio “París” y barrio
“Las Pastoras”), y hasta un cuarto, en el lado sur, pegado al anterior, pero, éste
último, formado probablemente por edificaciones más diseminadas, en el terreno hoy
comprendido aproximadamente entre las calles Germán, La Rosa, Jacinto
Benavente, Dos de Mayo, plaza Felipe V, Alfonso I, C/ San Isidro Labrador, Obispo
Supervía y C/ San Francisco, es decir, lo que en la actualidad se conoce como el
primer ensanche de Tauste. Estos dos barrios últimos estarían habitados por gentes
que viven esencialmente de la ganadería, dada la inmediatez a la gran estepa que
se extiende hacia los montes de Castejón, con sus vales y balsas que se alimentan
de las escorrentías de la lluvia, constituyendo, junto con la áspera pero variada
vegetación, un buen medio natural para el ganado lanar.
24
Dibujo Jaime Carbonel
LEYENDA
1.- MEDINA
2.- MURALLA
3.- BARRIO JUDIO
4.- SINAGOGA
5.- ALMINAR
6.- MEZQUITA
7.- FUENTE DE ABLUCIONES
8.- ALCAZAR (*)
9.- CEMENTERIO JUDIO
10.- BARRIO MOZARABE
11.- ERMITA DE SAN MIGUEL
12.- CEMENTERIO MUSULMAN
13.- ARRABAL DE ARTESANOS
14.- ARRABALDE PASTORES
15.- ARRABAL AGRICOLA-GANADERO
16.- PUERTA DE ZARAGOZA
17.- PUERTA DEL ALCAZAR (**)
18.- PUERTA DE EJEA (**)
19.- PORTILLO DEL BARRIO JUDIO
20.-PUERTA DEL ARBA (**)
21.- PUERTA DE TUDELA (**)
(*) Sólo se trata de una hipótesis como otra cualquiera situar alcázar en este lugar. Se trata del
emplazamiento del Ayuntamiento actual, donde antes conocimos un palacio-fortaleza (el de los
marqueses de Ayerbe). Es frecuente que las edificaciones importantes reaprovechen otras anteriores,
por lo que sólo es una teoría pensar que siempre pudo haber allí una edificación de esa naturaleza.
Otra posibilidad es la actual ubicación del Casino (conocida como “Las Almenas”) o -más lógico
todavía por su enclave defensivo- sobre el cortado que da a la esquina de Avda. Constitución con C/
21 de Abril.
(**) Probablemente no hubo tantas puertas para un recinto de este tamaño. Cabe la insistencia
de que sólo son posibilidades, pues no quedan datos ni restos fehacientes de ninguna de ellas. Las
que aquí se representan solamente están basadas en la configuración topográfica del núcleo urbano,
del cual cabe deducir algún planteamiento estratégico. Solamente la que aquí se denomina “Puerta
del Arba” (marcada con el nº 20) está basada en la existencia de un resto de la muralla de forma
semicircular (quizá lo más interesante de lo poco que queda de ella, en la “Picarra”, esquina a C/ Rey
de Artieda).
25
Algo que merece especial mención es el cementerio musulmán. Los criterios
para su ubicación, forma de los enterramientos y todo lo relacionado con este
asunto, nos descubre aspectos fascinantes de la vida de aquellas gentes, por lo que
merece la pena detenernos en este aspecto.
Al cementerio se le llamaba en Occidente en lengua arábiga maqbara, plural
maqâbir. Su fundación constituía un acto generoso, grato a los ojos de Allah. El que
la hacía gozaba de beneficios en la otra vida, lo mismo que si hubiera edificado una
mezquita, excavado un pozo o reparado un puente.
El cadí (qâdî) y el almotacén (al-muhtasib) eran los encargados en cada ciudad
de velar por los cementerios y disponer alguno o algunos nuevos en caso de
acrecentamiento de población o epidemia; de demoler las construcciones levantadas
abusivamente en su área y de cuidar que no se cometiesen en ellos actos inmorales
e impropios a la debida cortesía del lugar.
Lo primero con que el viajero tropezaba al llegar a las inmediaciones de una
agrupación urbana islámica, era con la ciudad de los muertos. De esta forma,
siguiendo la tradición romana, los cementerios musulmanes se extendían fuera de
muros, sin vallado alguno, junto a los caminos que conducían a las puertas
principales de la cerca. Lo registra Cervantes, al referir que Crisóstomo, el pastor
estudiante, «mandó en su testamento que le enterrasen en el campo, como si fuera
moro». En las ciudades medievales cristianas, en cambio, muertos y vivos se
amontonaban dentro del recinto murado, al estar los cementerios dentro de las
iglesias o en el entorno de las mismas, cuando en éllas ya no cabían más
enterramientos, costumbre que se siguió hasta principios del siglo XIX, época en la
que se construye en Tauste el conocido “cementerio viejo” (actual parque de Santa
Bárbara).
En contraste con los cementerios romanos y de acuerdo con la austeridad y el
sentido igualitario del Islam, en las necrópolis de Alandalús no había grandes
monumentos funerarios ni mausoleos ostentosos que perpetuasen la memoria de los
en ellas enterrados, propios de la vanidad póstuma, la más pueril e injustificada de
todas. Refiere al-Himÿarî que un soberano de Zaragoza quiso construir un mausoleo
con una cúpula - qubba - sobre las sepulturas de dos ilustres tâbi'ûn enterrados en el
cementerio de la puerta Oriental -la maqbara bâb alQibla- de esa ciudad. Pero no
llegó a realizar el proyecto, pues una mujer de acrisolada honradez le dijo habérsele
aparecido en sueños ambos personajes para manifestar su deseo de que no se
levantara construcción alguna sobre sus fosas. Sin embargo, era frecuente la
existencia en los cementerios de una o más qubbas que albergaban los restos de
ilustres letrados, ascetas, taumaturgos o varones señalados por sus conocimientos y
vida dedicada al Islam, en torno a las cuales se enterraban las gentes para
beneficiarse de la influencia espiritual que de ellos se irradiaba. A las personas
veneradas que yacían en dichas sepulturas se las tenía como protectores de la
puerta próxima de la muralla, guardianes que impedían entrase por ella la
malaventura o la desgracia.
Los cadáveres solían ser enterrados de costado, con la cabeza a mediodía y el
rostro hacia la ciudad de Meca. Las sepulturas de las gentes más humildes se
hacían notar con una piedra tosca, sin labrar, hincada en la cabecera, sin letrero
alguno. Si se trataba de personas de algún relieve social o económico, las tumbas y
la memoria de los que en ellas yacían, acostumbraba señalarse de varias formas:
26
a) Por dos estelas, gruesas losas rectangulares de piedra o mármol hincadas
verticalmente y orientadas teóricamente hacia la ciudad de Meca, una a la cabecera
y otra más pequeña a los pies, conforme al rito funerario que exige dos «testigos»
limitando la sepultura del creyente.
b) Por una estela muy alargada, de piedra o mármol, de poca altura y sección
triangular, sobre un plinto más o menos elevado, rectangular, colocada en el eje
longitudinal de la tumba, casi siempre sobre varias gradas o escalones de
mampostería o ladrillo. Se las designa con el nombre dialectal marroquí de
rnqâbriya.
c) Por un cipo o fuste cilíndrico hincado en la cabecera de la tumba.
d) Por una o dos pequeñas estelas discoidales de cerámica vidriada, clavadas
a la cabecera y a los pies de la fosa.
Hay, además, ejemplares esporádicos. Fuera de la clasificación quedan
también las lápidas con escritura incisa, casi siempre toscas losas irregulares, de
medios beréberes y rurales y formas muy variadas.
En cuanto a la vida en torno a las tumbas, ni tan mezclados con la vida urbana
como los cementerios cristianos hasta los comienzos del siglo pasado, ni tan
apartados de ella como los actuales -la civilización moderna huye de los muertos, los
aleja y frecuenta lo menos posible-, los cementerios islámicos, situados extramuros y
junto a las puertas de la ciudad, quedaban integrados en su flujo y reflujo cotidiano.
El recuerdo de los desaparecidos permanecía siempre presente entre sus familiares
y amigos.
Tras el sepelio de una persona venerada, por su rango, sabiduría o buenas
obras, las gentes acudían con frecuencia a su sepulcro. Los viernes, sobre todo
después del salat al-yümu'a en la mezquita mayor, los caminos que conducían a los
cementerios estaban concurridos por una muchedumbre de ambos sexos, que en
ellos se mezclaban. Entre las tumbas, a veces, se levantaban tiendas, en las que las
mujeres permanecían largo rato con el pretexto de huir de las miradas indiscretas,
buen incentivo para acrecentar el deseo y el vicio de conquistadores y libertinos que,
en busca de buenas fortunas, acostumbraban ir a las necrópolis para seducir a las
mujeres que las frecuentaban. Esas tiendas, a veces (sobre todo en verano), cuando
a la hora de la siesta estaban desiertos los caminos, se convertían en lupanares.
Además de los mozos, estacionados los días de fiesta en los caminos, entre las
tumbas, para acechar el paso de las mujeres, también acudían vendedores a
contemplar los rostros descubiertos de las enlutadas, relatores de cuentos e
historias, decidores de la buenaventura y músicos. En suma, los cementerios de
Alandalús eran escenarios en los que rebosaba extramuros la vida, comprimida en
las angosturas urbanas; la vida humana con su mezcla eterna de espiritualidad y de
concupiscencias y pasiones.
Después de la conquista cristiana, casi todos los cementerios musulmanes
quedaron sin función. Excepcional es el caso del de Toledo, en el que siguieron
recibiendo sepultura los moros mudéjares.
La palabra maqbara se castellanizó bajo la forma «macáber» (origen de la
palabra “macabro”). En la gran cantidad de piedras labradas -estelas y bordillos de
las fosas- y ladrillos de los cementerios islámicos, vieron los conquistadores
cristianos providencial y económica cantera para levantar edificios, sobre todo
iglesias, destinados a satisfacer nuevas necesidades.
27
Un caso especialmente anecdótico es el de Huesca. En septiembre de 1273
cedía Jaime I al convento de Predicadores (Santo Domingo) de esta ciudad las
piedras existentes en el «fosal» de los sarracenos para construir su iglesia. A
consecuencia de la reclamación de los moros mudéjares, desde Murcia, el 6 de
febrero del año siguiente, el monarca donaba a la aljama islámica de Huesca dicho
cementerio, en el que no debía de enterrarse desde algún tiempo atrás, pues dice se
lo da «para que podáis hacer campo y trabajarlo y roturarlo para provecho de
vuestra mezquita y lo que allí se críe sea para el servicio de ella». Por privilegio
posterior, extendido en Alcira el 2 de marzo de 1275, Jaime I concedía las lápidas de
la Almecora, «cementerio antiguo de los sarracenos», para la fábrica de la catedral,
ad opus operis Ecclesie oscensis.
Así pues, atendiendo a indicios materiales encontrados a lo largo de los últimos
años, el cementerio musulmán de Tahust, tendría una extensión importante y se
encontraría en el lado Sur del casco urbano, junto al camino de Zaragoza, que,
naturalmente, era éste el camino principal que llegaba hasta esta ciudad4. Dejando
el cementerio en el lado derecho del camino, se adentraba uno en el arrabal por el
trazado aproximado que ahora siguen las calles Santa Ana y Zaragoza, hasta llegar
a la medina, a la cual se accedía por la puerta de la muralla que debía de estar en la
actual esquina de Berroy –la que hemos denominado Puerta de Zaragoza o Bab
Saraqusta-.
Era frecuente que, además de la muralla de piedra que envolvía y protegía a la
medina, los arrabales se rodearan de otra muralla mucho más pobre (fábrica de
tapial), de la cual, no suelen quedar restos. La iglesia de San Antón ofrece una vía
muy sugestiva de investigación por estar construida en numerosas fases, algunas de
ellas posiblemente datables en época andalusí. Ello da mayor cuerpo de credibilidad
a toda esta teoría urbanística de Tauste en el siglo XI, pues, la existencia de indicios
de una construcción “esmerada” en este arrabal avala la tesis de una ciudad nada
insignificante. También está la curiosa base de la torre de San Antón, que también
es merecedora de un estudio especial y que podría aportar algunas luces al respecto
(posible bastión de la muralla de tapial en esa zona).
Admitiendo como posible la existencia de un pequeño templo cristiano en este
arrabal (iglesia de San Miguel), los mozárabes enterrarían a sus muertos en las
inmediaciones de esta construcción.
El cementerio judío se encontraría en el actual Camino del Indio 5, al noroeste
de la población, hacia el río Arba.
4
Cuando estoy terminando la revisión del texto para su publicación en este libro, se practica
una cata arqueológica en la Avda. Obispo Conget, promovida por el Ayuntamiento de Tauste y El
Patiaz. En ella se confirma el dato de que los enterramientos que venían apareciendo desde hace
años en esta zona son musulmanes. Esto, así como la extensión considerable de este cementerio
(según informaciones aportadas por vecinos del lugar) y su ubicación, dan pie suficiente a la hipótesis
de que el casco urbano llegara, ya en aquella época, hasta la actual C/ Alfonso I el Batallador
(Camino de Zaragoza), es decir, una población de tamaño importante.
5
Miguel Angel Motis, en su “Guía de la Judería de Tauste”, explica que la palabra “Indio”, en el
caso de la terminología de Tauste, es una deformación de la palabra “Judío”. La “I” es equivalente a
la “J” y la “u” se convierte fácilmente en “n”.
28
Según Torres Balbás, en las poblaciones musulmanas de la época, cabe
calcular una densidad de población de unos 350 habitantes por hectárea. La medina,
núcleo origen de la población, con poco más de cuatro hectáreas de ocupación,
llegaría a contar con unos 1.500 habitantes. En ella se encontraría la mezquita, en el
lado suroeste del núcleo (donde ahora está la iglesia de Santa María), así como la
sinagoga judía, en el lado norte (cerca de donde ahora se ubica la ermita de San
Bartolomé).
En el momento de mayor esplendor, segunda mitad del siglo XI, momento en el
que se cabe situar el fuerte crecimiento demográfico y que provoca el desarrollo de
los arrabales antes descritos, la idea que cabe tener de Tahust es la de un pueblo de
unos 3.000 habitantes, entre los propios del lugar y los llegados de otras tierras,
entre la clase dominante, es decir, musulmanes, y las minorías, compuestas por
judíos y cristianos6.
Es la única época donde cabe situar de forma razonable la construcción de la
torre, como alminar de una mezquita de tamaño y riqueza arquitectónica coherente
con la de dicho alminar. Teniendo en cuenta que esa grandeza arquitectónica
raramente se da en todo el valle del Ebro (en Zaragoza, tan sólo la torre de San
Pablo es similar en cuanto a dimensiones, aunque no en cuanto a decoración),
obligatoriamente debemos suponer a Tauste una población mucho mayor que la que
tendría cabida en el casco primitivo y, por tanto, la creación de esos arrabales,
aunque estuvieran constituidos por edificaciones más humildes y diseminadas.
6
Por extensión de lo que ocurre en Zaragoza, a diferente escala. Las versiones más optimistas
atribuían a esta ciudad unos 20.000 habitantes. Con los últimos descubrimientos, cobra fuerza la
hipótesis de que sobrepasara los 50.000. El cronista al-Kardabus señala que en 1118 salieron de la
ciudad, tras la conquista cristiana, 50.000 musulmanes (Historia de Zaragoza Musulmana. J.L.
Corral). La población quedó reducida a la décima parte.
29
4.- CONSTRUCCIÓN DE LA NUEVA
MEZQUITA Y SU ALMINAR
30
La humilde mezquita, que habría servido hasta entonces como oratorio,
quedaría insuficiente dado el aumento producido en el número de fieles que
acudieran a rezar a la llamada del almuédano, sobre todo en la oración de los
viernes, razón por la cual se haría necesaria, bien una ampliación de la misma, o
bien, la construcción de otra nueva de mayor tamaño, con su correspondiente
alminar, que serviría, no sólo para llamar a los fieles a oración, sino también como
torre de vigilancia, amén de otras pequeñas mezquitas ubicadas en los arrabales.
Dada la bonanza económica y la necesidad de crear una gran torre que
dominara las vistas sobre muchas leguas a la redonda, con el fin de proteger las
rutas comerciales establecidas, así como controlar posibles incursiones de cristianos
provenientes del reino de Pamplona y del recién creado reino de Aragón, con el
apoyo o por iniciativa del gobierno del rey al-Muqtádir, se decidiría construir una
nueva mezquita de fábrica de ladrillo, con un imponente alminar, el cual, serviría a su
vez de bastión en el límite septentrional de Alandalús, símbolo de la grandeza del
reino. Algunas fuentes conocedoras de la etimología árabe indican cierta relación
entre el vocablo “Tauste” o “Tahust” con “Pavo Real”.
Desde Saraqusta, llegarían a Tahust expertos alarifes de ascendencia de
Persia, con unas nuevas técnicas constructivas orientales, a base de fábrica de
ladrillo sentado con mortero de yeso, técnicas totalmente aplicables con éxito en
Zagr-Alandalús, dada la semejanza de características de los materiales aquí
existentes con los de Persia, así como el paisaje de ambos territorios, aun siendo tan
lejanos.
Estas gentes se asentarían en el arrabal del nordeste (actual “Barrio Fuera”),
cerca de los alfareros y de los tejares, contribuyendo a mejorar con sus
conocimientos las técnicas de elaboración del barro y la cocción del mismo, logrando
un material cerámico de indiscutible calidad.
Pudieron introducir su acerbo
cultural y costumbres procedentes
de Persia, instrumentos de
música, flautas realizadas a base
de silbatos de caña, danzas,
etc.(en el actual Irán todavía
existen las gaitas y danzas con
palos), que cultivarían en sus
ratos de ocio, despertando la
admiración de los habitantes de
Tahust, para quienes todo aquello
desprendería cierto halo de
atracción y exotismo.
DANZANTES DE YAZD (IRAN). DANZA PERSA
ANTIQUISIMA, CON PALOTEADO Y MUSICA DE
DULZAINAS, SIMILARES A LAS NUESTRAS (FOTO TOMADA
POR J. PEÑA)
31
Se construye la nueva mezquita en ese enclave desde donde tan bien se
dominan los valles de los ríos Arba y Ebro, el castillo de Sancho Abarca y hasta los
Pirineos, aquellos montes, que en invierno se ven blancos de nieve, tierras de
cristianos, que se divisan hacia el norte cuando el día está claro. El patio de la
mezquita se situaría en el lado noreste, orientado hacia la parte principal de la
medina, por donde los fieles entrarían a rezar. En él se sitúa la fuente de abluciones,
donde los fieles purifican su cuerpo mediante el lavado con agua antes de entrar a
rezar. Para el suministro de agua a esta fuente, se excava un pozo en el subsuelo
hasta localizar el manto freático, a unos 3 m de profundidad, entre los estratos de
yeso, y, para asegurar la estabilidad de dicho pozo, se configura el mismo como un
habitáculo accesible para su mantenimiento y con el techo abovedado en forma
apuntada, al estilo oriental. Este pozo, de dimensiones considerables, todavía existe,
bajo la actual Plaza del Dance, junto a la capilla de la Virgen de Sancho Abarca.
ALGIBE EXISTENTE BAJO LA PLAZA DEL DANCE
Se concibe el alminar de planta octogonal, cuyos lados tendrán unos diez pies
de longitud, considerando el pie una medida equivalente a la soga o lado mayor del
ladrillo (unos 35 cm). La orientación de sus caras se realiza de forma que una de
ellas quede frontalmente a la mezquita, mirando hacia el sureste, hacia La Meca,
hacia donde rezan los musulmanes, que aquí, curiosamente, coincide con la misma
dirección que siguen el Cierzo y el río Ebro.
Siempre se ha dicho que la torre de Tauste tiene estructura de alminar
almohade, compuesta por una torre interior y otra exterior, entre las cuales circula la
escalera, construida por el método de aproximación de hiladas. Esto significaría que
el proceso constructivo se llevaría a cabo de la forma que se puede ver en la figura
siguiente; es decir, irían levantando a la vez las dos torres concéntricas, dejando
constantemente entre ambas el espacio para el hueco de la escalera, solamente
32
interrumpido por la losa helicoidal construida aproximando hiladas de uno y otro
muro.
Dibujo Jaime Carbonel
Sin embargo, veremos más adelante que esto no se realizó así y
desarrollaremos como fue realmente, desde el punto de vista de la arquitectura
técnica, en su especialidad de dirección de ejecución material de obras.
El replanteo se realiza con cuerdas y estacas, marcando en el suelo un
cuadrado de lado capaz de contener el octógono proyectado (2,41 veces el lado de
éste, lo que supondrá un cuadrado de unos 8.50 m de lado), con dos de sus caras
paralelas al muro de la qibla, donde está el mihrab, y las otras dos, naturalmente,
perpendiculares al mismo. Dibujado el cuadrado, se inscribe en el mismo el
octógono regular previsto como base de la torre, girando el cuadrado base 45º sobre
su propio eje (ver dibujos siguientes, figura nº 1).
Se hace necesario realizar un buen cimiento, dadas las ambiciosas
proporciones que ha de tener el alminar. Excavan en toda la superficie que va a
ocupar la planta del mismo, encontrando la veta de algez (yeso natural), bastante
difícil de excavar debido a su dureza y con suficiente resistencia para soportar el
peso de la edificación que gravitará sobre la misma.
Los materiales a emplear son exclusivamente yeso y ladrillo, obtenidos
mediante la transformación de los dos elementos naturales más abundantes en el
medio. Los ladrillos se fabrican a partir de la arcilla extraída en la zona de los
barrancos, donde se ubican los tejares o fábricas en los que se da forma al barro y
se cuece en hornos de leña. El yeso se fabrica mediante la cocción de algezones,
que en el caso de este territorio, resulta ser yeso alabastrino. Una vez cocidos,
posiblemente con los rescoldos remanentes de los mismos hornos del tejar, se
trituran extendiéndolos en una explanada y pasando por encima con carros tirados
por caballerías. De esa forma, se obtiene un polvo granulado grisáceo, donde se han
mezclado las impurezas propias de los algezones con la tierra que ha servido de
base para la labor de trituración, es decir, una especie de “mortero preparado”, con
sus áridos casi “inteligentemente” incorporados de forma natural, con gránulos de
yeso incluso a medio deshidratar, que, mezclado con agua, dará una pasta que
33
fraguará en poco tiempo, dando una elevada resistencia, eficaz adherencia y
durabilidad en el tiempo.
Dibujo Jaime Carbonel
Dibujo Miguel Salas
Alcanzada la profundidad estimada para fijar la cota de asiento del alminar, se
nivela la base rocosa y se colocan las primeras capas de ladrillo, reproduciendo ya
desde la primera hilada el octógono perfecto, teniendo especial cuidado en la
nivelación de las primeras hiladas, conscientes de la enorme importancia que el
esmero de la ejecución en esta parte de la obra va a suponer para el éxito del
proyecto final.
Toda la base se rellena mediante fábrica de ladrillo, siguiendo la misma
técnica, hasta superar el nivel del suelo natural. Para subir los paramentos
perfectamente planos y verticales, se colocan unas reglas de madera en cada una
de las ocho esquinas, sirviendo de guía para conseguir la adecuada rectitud de las
mismas. Sobre estas reglas se practican unas marcas cuya separación indica el
espesor de cada hilada, teniendo especial cuidado en la nivelación, de forma que las
hiladas sean siempre horizontales.
Sobrepasada la rasante del terreno con la fábrica de ladrillo, se levanta un
macizo con forma de prisma octogonal, de 3.50 m de lado, lo que supone una base
de 60 m2, y 7.50 m de altura, dejando un hueco cilíndrico en el centro de unos 2.30
m de diámetro (fig. 2).
Desde el exterior, en la cara del octógono orientada al muro de la qibla, se
dejaría un hueco mediante arco apuntado, enmarcado en alfiz, a través del cual se
34
accedería a ese habitáculo cilíndrico, donde existiría una sencilla escalera de palo
que salvara el desnivel hasta los 7.50 m de altura mencionados. A ese nivel, se
plantea realizar el primer habitáculo interior de la torre (fig. 3). Hasta aquí, no se ha
hecho otra cosa que levantar un importante macizo de fábrica de ladrillo, 420 m3 de
fábrica, incluido el cimiento, con unos 105.000 ladrillos colocados y 160 m3 de yeso
empleado, todo ello rodeado del correspondiente andamio, una estructura auxiliar de
madera que se levanta a la vez que la construcción va ganando altura, para poder
trabajar en ella desde el exterior.
Alcanzado este nivel, se replantean sobre el mismo los octógonos concéntricos
que van a definir los gruesos de los muros, así como el ancho del hueco de escalera
y las dimensiones de las estancias en que se va a dividir la torre en altura (fig. 3). Así
pues, sobre la nueva base, se levanta la fábrica de planta octogonal de unos siete
pies y medio de espesor, cuyas aristas exteriores siguen la verticalidad de las de la
base, cerrando un habitáculo, también octogonal, de unos 4 pies de longitud en cada
lado. Pero el gran ingenio constructivo que ponen en marcha consiste en lo
siguiente: dentro del espesor del muro, van dejando un hueco helicoidal, como un
pasillo con tramos a veces horizontales y a veces ascendentes, éstos últimos con
peldaños formados con los mismos ladrillos, haciendo una especie de hélice hueca
dentro del muro, que va a ser la escalera que se va elevando a la vez que la torre
(ver figuras 4, 5 y 6). Hasta esa altura, habían tenido que hacer un andamio desde el
suelo con estructura de madera para ir accediendo a los tajos. A partir de ahora,
tendrán que continuar el andamio a medida que suban la fábrica de la torre para
poder trabajar en las superficies exteriores de los distintos paños, pero dispondrán
también de esta escalera como camino sólido para el suministro de los materiales a
sus lugares de destino a medida que se vayan necesitando. También podrán
introducir los materiales desde el pie de la torre a la estancia cilíndrica, para subirlos
con una polea al piso superior, en el que dejarán un hueco de acceso en la cara
sureste para comunicar con el arranque de la escalera (entrada actual desde el
coro).
35
ACCESO A LA TORRE DESDE EL CORO MEDIANTE ARCO ENMARCADO EN ALFIZ
(HUECO DE ACCESO EN LA CARA SURESTE A NIVEL DE ARRANQUE DE ESCALERA)
Subiendo por esta escalera, queda a la derecha el muro exterior, de unos tres
pies y medio de espesor, y a la izquierda otro muro de tan sólo un pié, que separa el
espacio de dicha escalera del habitáculo central de la torre. Cuando iban llegando a
la altura donde tenían previsto cerrar la estancia interior mediante bóveda esquifada
de ocho paños, el agujero central iba quedando más pequeño hasta reducirse a cero
(figura nº 7).
Nada se dejaba al azar en cuanto a proporciones geométricas, ya que éstas
eran el fundamento, no sólo de la belleza y de la composición estética, sino también
del dimensionado de los elementos estructurales para garantizar la resistencia y
estabilidad de la construcción. Es digno de señalar, como paradigma de ello, la
siguiente observación: la parte de muro que queda al exterior de la escalera tiene,
naturalmente, planta octogonal, es decir, su sección horizontal es un anillo de ocho
lados, delimitado por dos octógonos, uno dentro de otro, cuyos centros son
coincidentes. Si dibujamos los dos cuadrados contenedores del octógono menor,
prolongando cada uno de sus lados hacia ambos extremos, resultarán ser dos
cuadrados iguales, uno de ellos girado 45º respecto del otro alrededor del mismo
centro (la conocida estrella de ocho puntas). Lo verdaderamente curioso es que los
vértices de estos dos cuadrados se encuentran sobre los puntos medios de los
segmentos que conforman el octógono exterior (ver figura al final de este apartado).
Parece ser que se empleaba esta regla de proporciones geométricas como sistema
de cálculo estructural del ancho del muro, teniendo en cuenta que la esbeltez era
generalmente en torno a cinco (relación entre la altura de la torre y la máxima
dimensión en planta).
36
DETERMINACION DEL ESPESOR DEL MURO
Dibujo Jaime Carbonel
De esa forma, se van elevando
los muros a la vez que la escalera. A
medida que el hueco de ésta va
alcanzando
una
altura
cómoda
(superior al de una persona erguida), el
muro se cierra sobre la misma por el
sistema de aproximación de hiladas,
para volver a ser macizo, continuando
el hueco hacia arriba en su discurso
helicoidal. De hecho, es muy superior
la relación del volumen macizo con
respecto al volumen hueco. Es decir, el
proceso de construcción no es el de
dos muros unidos simplemente por
bóvedas de hiladas sarjeadas para la
formación de las rampas de escalera
(lo que se entiende por estructura de
alminar almohade), sino el de un único
muro macizo de gran espesor, dentro
del cual se va dejando el hueco
helicoidal de la escalera.
Perspectiva F. Iñiguez
37
APROXIMACION DE HILADAS CERRANDO EL TECHO DEL HUECO DE ESCALERA
El primer habitáculo mencionado, que realmente es uno sólo junto con el foso
cilíndrico, se cubre mediante una bóveda esquifada de ocho lados, para formar
encima otro piso de similares características y, así, hasta dos más (cuatro en total),
mientras la escalera asciende en su trazado helicoidal alrededor de estos huecos
centrales, alternando un tramo de peldaños con otro de rellano, coincidiendo los
rellanos con las caras paralelas y perpendiculares a la orientación de La Meca y los
tramos de peldaños con las caras oblicuas a 45º. Salvada la altura de las cuatro
estancias, la escalera desemboca en el último y más grande habitáculo, tanto en
planta como en altura. En planta, porque el espesor del muro se ha reducido ya al
que tenía entre la escalera y el paramento exterior, por lo que toda la superficie del
anillo octogonal que ocupaba la escalera, ahora la gana esta última planta (ver figura
nº 8). Es decir, donde los pisos inferiores tenían una superficie de unos 9 m2, ahora
se convierte en 30 m2. En similar proporción aumenta también la altura de la
estancia, pues en los pisos inferiores venía siendo de unos 5 m, medidos hasta la
clave de la bóveda esquifada, y ahora pasa a tener más de 10 m, es decir,
aproximadamente la relación de 1 a 2, similar a la relación entre el lado del octógono
de los pisos inferiores y el del superior.
38
Sobre el nuevo suelo, se
levantará todo el muro perimetral
de tres pies y medio de espesor
para
replantear
sobre
su
coronación los machones y
mochetas que configurarán los
grandes huecos apuntados (uno
en cada cara del octógono),
dentro de los cuales se
inscribirán dos más pequeños,
separados por un mainel, todo
ello en ladrillo, como el resto de
la torre, de una gran esbeltez
(fig. nº 9).
Sobre esta estructura se construye la última bóveda esquifada (mucho más
grande que las cuatro anteriores).
Dibujo Miguel Salas
39
Finalmente, el último piso se cubre con una terraza, construyéndose sobre la
misma un pequeño torreón, también octogonal, de dimensiones exteriores en planta
similares a las interiores de los pisos inferiores. Este torreón sirve de acceso a la
terraza, a la vez que de refugio. Como protección exterior, se construyen unas
almenas de ladrillo que sirven de coronación al alminar. Total, unos 45 m medidos
desde la base hasta la coronación de almenas (46 m, si medimos desde la cota del
pavimento interior) y dos metros más hasta la cubierta del torreón.
En cuanto a decoración exterior, las ocho caras se levantan de ladrillo
caravista, siguiendo el aparejo soga-tizón, alternando juntas en las sucesivas
hiladas, exquisitamente bien colocado, pero sin dibujo alguno hasta llegar al nivel de
la tercera estancia, altura a la cual, el alminar ya destaca sobre las edificaciones que
la rodean y donde las decoraciones que en ella se realicen ya van a ser visibles. A
partir de ese nivel, el exterior de la torre va a ser todo un alarde de motivos
geométricos, con una gran unidad de concepción y sin otra aportación de materiales
que no sean el propio yeso y ladrillo con que se levanta todo el alminar. Para ello, el
alarife, al llegar al nivel de cada paño que ha previsto decorar, tiene ya realizado el
dibujo en pergamino, listo para ser replanteado sobre el lienzo de ladrillo, teniendo
en cuenta el perfecto encaje entre el dibujo planteado y las dimensiones disponibles
en cada cara, todo ello en función del formato del ladrillo con el que se está
trabajando, de forma que el resultado final sea una compleja y refinada composición
geométrica, desarrollada a partir de figuras simples que se repiten simétricamente
respecto de unos ejes, que a veces son verticales, a veces horizontales, a veces
inclinados y a veces con todos a la vez, formando franjas horizontales con el mismo
motivo geométrico en cada una de las ocho caras.
40
Dibujo Miguel Salas
Así, pues, empieza la decoración de abajo a arriba a nivel de suelo de la
tercera estancia con una banda de esquinillas de tres hileras, para, tras colocar otras
tres hileras normales, romper la monotonía del aparejo mediante unas fajas de arcos
mixtilíneos entrecruzados, quedando éstos enrasados con el paramento exterior y
logrando la sensación de relieve rehundiendo todo el paño de fondo. Sobre los
mismos, de nuevo, tres hiladas de aparejo normal, nueva banda de esquinillas
(siempre de tres hiladas) y de nuevo otras tres hiladas de aparejo normal. A
continuación se crea una imposta formada por canecillos de ladrillo de cinco hiladas
de altura, para cubrirlos con un tablero de dos hiladas, donde termina el primer
cuerpo exterior. El segundo cuerpo comienza con labor normal, hasta 22 hiladas,
para volver a reproducir la banda de tres esquinillas, tres hiladas normales, faja
decorativa (siempre de ladrillo resaltado, esta vez de lazos de cuatro octogonal, en la
que se reproduce muy bien el concepto que se explicaba antes acerca de la
creación del octógono a partir del giro de 45º de un cuadrado respecto de su propio
centro, formando la estrella de ocho puntas), y otra vez tres hiladas normales
seguidas de banda de tres esquinillas. Ahora, viene una franja de labor normal hasta
la siguiente banda de esquinillas, necesaria para no agobiar excesivamente la
decoración y dotar a la vista de todo el conjunto de una cierta serenidad y equilibrio.
Esta vez, la franja de aparejo soga-tizón tiene 25 hiladas. ¿Cómo? ¿Tres más que la
anterior? ¿Será un error, un descuido, algo dejado al azar?. Claro que no: son las 22
41
más las tres hiladas de rigor establecidas antes de cambiar de geometría, para,
después de las esquinillas, repetir de nuevo esas tres hiladas.
Ahora es cuando viene la joya principal de toda la decoración externa de la
torre. Se trata de una faja, remarcada como las anteriores por los bordes inferior y
superior mediante sendas bandas de esquinillas, con labores aparentemente
confusas, en las que el concepto de simetría es bastante más complicado de
interpretar que en los dibujos anteriormente descritos. El profesor Borrás llegó a
decir que se trataba de una “simetría mal resuelta”, explicación inconcebible para un
monumento donde su creador demuestra con creces un dominio absoluto y exquisito
de la geometría.
Dibujo Miguel Salas
Verdaderamente, se trata de una decoración que no se repite en ningún sitio, al
menos en toda la Península Ibérica (posiblemente, en todo el mundo occidental), y
que ha sido objeto de varios estudios y controversias. De todos estos estudios, el
más reciente y que más parece profundizar en ello, es el llevado a cabo por los
matemáticos Carlos Usón y Angel Ramírez. En él, realizan un interesante paseo
matemático, donde analizan y desarrollan todas las posibilidades de interpretación
geométrica de la decoración mudéjar, con la simetría como herramienta principal
para transmitir la idea de infinitud (Dios es Infinito), pues el número de repeticiones
de una misma figura respecto de unos ejes de simetría no tiene fin, pero, al final,
desembocan en una interpretación de escritura cúfica. En efecto, exponen la enorme
importancia que tuvo la lengua árabe como lengua sagrada del Islam para implantar
42
un sentimiento de unidad, tanto religioso como político. Ahí es donde profundizan en
la naturaleza de esta lengua, cuya escritura tiene una estructura polinómica, donde
las vocales son las variables y las consonantes los coeficientes numéricos. La
caligrafía árabe representa una importante manifestación del arte en el mundo
islámico, llegando a construir complicados entramados formados por líneas y signos.
Lo cierto es que en este paño, el hecho de que unas formas deriven en otras
sin contemplar ninguna norma de cambio de posiciones y donde el orden de
alternancia de líneas se pierde en el intento de buscar un orden geométrico, induce
a pensar que se trata de una composición más bien basada en la escritura cúfica
que en las típicas lacerías y atauriques.
El desarrollo de la caligrafía como arte va ligado al hecho de que el Islam
prohíbe la adoración de representaciones figurativas y es así como la caligrafía viene
a ser un sustituto de las mismas. Las sociedades islámicas medievales tienen un alto
grado de alfabetización. Los musulmanes justifican este interés por la escritura
arguyendo que la primera palabra que Dios reveló a Mahoma es el imperativo “lee”
(¡Lee, en el nombre de tu Señor, que ha creado...). El arte caligráfico árabe prolifera
con la expansión del Islam a partir del siglo VII. Se perfecciona el alfabeto, para que
cada signo represente un único sonido, y los signos, para fijar el texto del Corán, de
forma que pueda ser transmitido entre pueblos no arabófonos sin que su contenido
se altere.
Van apareciendo los diferentes estilos caligráficos, siendo fundamentalmente
dos en su origen, según el soporte donde se escribe. Sobre materiales duros, se
graban letras más esquemáticas, de aspecto cuadrado, mientras que para soportes
blandos se emplea una letra cursiva. El primer estilo dará lugar a la escritura cúfica,
llamada así por haberse desarrollado en Kufa (Iraq), de carácter ornamental y
solemne, dando lugar a los estilos magrebíes y andalusíes. Entre sus variantes
destacan el cúfico florido, en el que los trazos adquieren rasgos vegetales que se
entrecruzan, y el cúfico geométrico, donde las letras se estilizan y simplifican,
formando figuras geométricas.
Los matemáticos antes mencionados, desde el momento en que detectan en el
paño elementos caligráficos, abandonan la idea de la interpretación geométrica. El
objetivo del mismo no es el concepto de infinitud que se consigue mediante las
repeticiones simétricas, sino el mensaje que se pretendía transmitir. Las letras
encontradas no permiten componer palabras o frases completas, pero la presencia
de la primera y tal vez la última letra del nombre del Profeta, así como la negación
con que da comienzo la profesión de fe islámica, induce a pensar en un mensaje
expresado de forma críptica, empleando para ello sólo algunas letras de las palabras
más representativas que lo forman, sistema coherente con la tendencia árabe al
laconismo expresivo. No se trata de plasmar un texto, sino de mostrar la pericia del
calígrafo, en este caso, del alarife. Estas composiciones del mundo islámico son muy
difíciles de leer y, por esta razón, suelen reproducir mensajes que el espectador ya
conoce. Las más habituales son la basmala o invocación ritual musulmana y la
shahadada o profesión de fe: “No hay más Dios que Dios y Mahoma es su Profeta”.
Tras su elaborado estudio, los matemáticos concluyen con la inequívoca afirmación
de que la torre de Tauste es el primer edificio de todo el “mudéjar hispano” que
presenta en su exterior una decoración caligráfica en ladrillo resaltado.
43
Se hacen una pregunta muy interesante, sobre si hubo o no intención de
ocultar la profesión de fe al integrarla de forma simbólica en un fragmento de
decoración geométrica, pero, claro, esa pregunta sólo cabe bajo la hipótesis de una
construcción mudéjar, como se ha creído siempre, es decir, realizada por alarifes
musulmanes bajo la dominación cristiana, en cuyo caso hubiera sido un
atrevimiento, por la posibilidad de ser interpretado como una agresión a la fe
cristiana. La Iglesia siempre ha interpretado la shahadada como una negación de la
Santísima Trinidad. Situando la construcción de la torre en el siglo XI, donde le
corresponde, estas conjeturas ya se desvanecen y todo empieza a tener un mayor
sentido.
El origen de este caso único en toda España sólo cabe buscarlo en Oriente, tal
y como indican Carlos Usón y Angel Ramírez, donde existen alminares con
escrituras cúficas de aquella época.
Esto corrobora la observación antes apuntada de que la cultura oriental
muchas veces llega directamente a Zagr-Alandalús, sin pasar por el resto de la
Península, así como la datación de nuestra torre en el siglo XI, pues, bajo el dominio
cristiano, ya no cabe pensar que puedan llegar estos influjos de origen islámico.
Mucho menos que, después de llegar estas técnicas en el siglo XI, alguien se las
“guardara” para ponerlas de manifiesto casi tres siglos más tarde y solamente en
nuestra torre (totalmente inverosímil).
Después de esta justificada parada en el paño caligráfico, repetido en cada una
de las ocho caras, continuamos ascendiendo por la decoración exterior del alminar.
Después de unas cuantas hiladas lisas, viene otra banda de tres hiladas de
esquinillas, como elemento que siempre viene anunciando un cambio en la
decoración de los lienzos, para formar otra imposta de canecillos de ladrillo de cinco
44
hiladas cubiertos con tablero de dos hiladas, igual a la que separaba el cuerpo
segundo del primero. Esta imposta se encuentra a nivel de suelo de la gran estancia
superior (actual campanario). Sirve de elemento de coronación del segundo cuerpo
y, a la vez, basamento del tercero, donde en cada cara se abren grandes ventanales
de arco apuntado que cobijan otros dos arcos, separados por mainel, ya descritos
anteriormente.
La siguiente decoración la constituirán unos paños decorativos a base rombos
de trazado mixtilíneo, remarcados, como siempre, por su lado inferior y superior,
mediante las habituales bandas de esquinillas. Otra imposta de canecillos similar a
las anteriores, dará fin a este tercer y último cuerpo de la torre. Sobre ella, a modo
de corona, una faja de arcos de medio punto entrecruzados, banda de esquinillas y
última imposta de canecillos, siempre estas bandas separadas por tres hiladas
normales de ladrillo.
Dibujo Miguel Salas
La torre termina con las almenas de la terraza y el torreoncillo antes descrito.
Todo lo explicado hasta aquí hace referencia a la construcción del alminar, es
decir, la torre que ahora conocemos, desde el cual, el muecín llamaba a los fieles a
oración, las cinco veces preceptivas cada día.
Pero no olvidemos la evidencia expuesta al principio de que se trata de una
construcción anterior a la iglesia y que, por tanto, debió ser antes parte de otro
45
conjunto arquitectónico diferente. Lo difícil para nosotros, que siempre la hemos visto
junto a esa iglesia mudéjar, es imaginarnos cómo sería aquel conjunto y el efecto
estético de aquella composición arquitectónica. Naturalmente, el edificio que tendría
al lado tuvo que ser la mezquita de Tahust. Acostumbrados a verla junto a la iglesia
actual, nos parece que ambos edificios siempre han estado juntos, como si nunca
hubieran estado el uno sin el otro. Incluso han llegado a decir que se trata de una
unidad de concepción. Sin embargo, vemos que no es así, que la torre se construyó
mucho tiempo antes, junto a la mezquita aljama. ¿También formaría un buen
conjunto arquitectónico junto a la mezquita?. Lógicamente, la respuesta debe ser
afirmativa, pues para eso fue realmente concebida por aquellos artistas.
Posiblemente se tratara de un conjunto incluso más armonioso que el actual, dado el
gusto exquisito y la alta profesionalidad que demostraron tener aquellos alarifes.
Lo que viene a continuación es una recreación de cómo pudo ser dicho
conjunto, con la advertencia razonable de que se trata de unas conclusiones
basadas en el conocimiento de las características elementales de este tipo de
edificios, conjugándolas con las circunstancias topográficas y reales de la ubicación.
Es, tan sólo, una de las muchas idealizaciones que caben imaginar, empezando por
el hecho de si se trataría de una ampliación de otra mezquita más pequeña o si sería
toda ella de nueva planta; la cubierta pudo ser a cuatro aguas (como la que aquí se
dibuja), o pudo ser simplemente de dos vertientes…, también en varias naves
paralelas (como la mezquita de Córdoba), etc. Intencionadamente, en la perspectiva
que puede verse a continuación, sólo se han dibujado líneas esquemáticas,
representando volúmenes y huyendo de recreaciones decorativas y detalles de otros
elementos arquitectónicos posibles, ya que, como queda dicho, no deja de ser una
invención de cómo fue probablemente. Lamentablemente, nunca se llegarán a
conocer más datos, pues en las obras que se llevaron a cabo en la iglesia en los
años sesenta se labró todo el suelo de la misma con tractores y aperos agrícolas,
destruyendo todos los restos arqueológicos que pudiera haber enterrados, restos de
cimentación, etc.
Esta perspectiva está dibujada bajo un ángulo tal que representa su vista
desde el actual Barrio Nuevo, que es donde se encontraba la medina y, por tanto era
su vista más habitual desde el interior de la población. El mismo criterio de vistas se
ha seguido en las imágenes que seguirán más adelante sobre la construcción de la
iglesia, ya en el siglo XIII.
Las mezquitas suelen tener planta de salón y, en ellas, no importa que tengan
gran altura de techo, como en los templos cristianos. Lo verdaderamente importante
es su cabida, pues se pretendía que, en la mezquita aljama, cupieran todos los fieles
a rezar en la oración de los viernes, circunstancia que, por grande que fuera el
templo, en muchos lugares se hacía imposible por el fuerte crecimiento de la
población y la imposibilidad urbanística de ampliar la mezquita.
El muro más importante de la edificación es la qibla, orientado siempre hacia la
la Meca (aquí, orientación sureste), que es hacia donde los musulmanes dirigen sus
oraciones. En dicho muro, se abre una especie de pequeña capilla o nicho, llamado
mihrab, que representa la Puerta del Paraíso. No olvidemos que, en el Islam, está
prohibida la adoración a imágenes. El mihrab podía ser simplemente excavado en el
propio muro (si éste era de gran espesor) o sobresalir hacia fuera. En el dibujo, se
ha representado de esta manera, para señalizarlo, y se acompaña una fotografía del
existente en la mezquita de Córdoba (similar al de la Aljafería de Zaragoza, es decir,
arco de herradura enmarcado en alfiz, profusamente decorado), para dar idea de
cómo es en realidad.
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Las mezquitas de cierta importancia solían tener un patio previo, descubierto,
con una fuente de agua donde los musulmanes realizan el rito de purificar su cuerpo
mediante lavados sistemáticos, antes de entrar al oratorio. En la figura, se muestra el
algibe todavía existente bajo la Plaza del Dance, que pudo ser de donde se extraía
el agua para tal fin.
Este patio abierto (sahn) estaba cerrado por un simple muro o bien por una
edificación porticada, con arquerías a modo de claustro. La entrada sería, por
supuesto, por el lado que caía más a mano de la medina.
Dibujo Jaime Carbonel
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5.- ESPLENDOR Y DECLIVE
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Así pues, nos encontramos a mediados del siglo XI, época en la que Tahust,
alcanza un esplendor que poco a poco irá en declive y que no volverá a alcanzar
hasta el siglo XVI. Retomando los hechos históricos, el reino saraqustí está
gobernado por Abú Yafar Áhmad ibn Sulaymán al-Muqtádir Billáh, quien ha
conseguido reunir bajo su mandato las tierras disgregadas tras el reparto de los
dominios de Zaragoza entre sus hermanos hecho por su padre Sulaymán Banu Hud
al-Musta’in, incorporando a su reino las tierras de Tudela, Calatayud y Huesca. Llega
a ampliarlo hasta Tortosa y Denia, lo cual le permite abrir un rico comercio con el
mundo mediterráneo. Derrota a los cristianos en Graus (1063) y recupera Barbastro
en 1065, siendo recibido triunfalmente en Zaragoza. A partir de ahí, no quiso
ambicionar más glorias guerreras. Con una situación económica boyante, construye
el rico palacio de la Aljafería (toma el nombre del suyo propio, Abú Yafar, al-yafariya)
y orienta su reinado hacia el mecenazgo de las artes y de las ciencias, colocando su
corte entre las más brillantes del siglo XI. En la explanada del suntuoso palaciofortaleza, sede de la corte, se celebran paradas militares, fiestas y ejercicios
ecuestres (la actual Almozara).
En sus dependencias se crea
un centro de cultura alejado del
influjo almorávide, debido a la
distancia geográfica y a estar
regida por una dinastía hispanoárabe. Allí se dan cita poetas,
músicos, historiadores, místicos,
matemáticos,
astrónomos,
médicos, etc. Nace la mejor
escuela de filosofía del Islam, con
la
incorporación
plena
de
Aristóteles a la filosofía árabe,
labor que, iniciada en Oriente por
Ibn Sina (Avicena), es desarrollada
con un criterio independiente por
Ibn Bayya (Avempace), labor que
luego continuarán Ibn Rushd
(Averroes) y, en la cultura hebrea,
Maimónides.
Todo ello, junto al esplendor de su economía y la riqueza de sus vegas,
convierte al territorio zagrí en una presa cada vez más apetecible para los reinos
cristianos vecinos (Pamplona, Aragón y Castilla). Sancho Ramírez ha heredado de
su padre Ramiro I el pequeño reino de Aragón y, en pocos años, lo ha dotado de
una estructura militar sólida y bien estructurada. Con la ayuda de tropas de
condados francos ultrapirenaicos, toma Barbastro en 1064, pero es recuperado al
año siguiente por Abú Yafar Áhmad ibn Sulaymán, quien, a partir de entonces
tomará el nombre de al-Muqtádir Billah (Poderoso por Dios). El rey aragonés
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reacciona y toma el castillo de Alquézar. Para contrarrestarle, al-Muqtádir firma un
tratado con Sancho IV el de Peñalén, rey de Pamplona, por el que obtiene su ayuda
a cambio de parias. La alianza con el rey pamplonés detiene por un tiempo el
expansionismo aragonés, pero Sancho IV muere en 1076, asesinado por su
hermano Ramón (lo precipita desde una alta roca, en una partida de caza). Los
navarros no quieren ser gobernados por el fraticida y eligen como rey a Sancho
Ramírez, aumentando así su poder de manera importante, al reunir bajo su persona
a los dos reinos, Aragón y Pamplona. Sus dominios, que han empezado en un pobre
y pequeño territorio montañés, comienzan a extenderse por el llano, hasta construir
la fortaleza del Castellar, a pocas leguas de Zaragoza. Al-Muqtádir, en lugar de
mantener un fuerte ejército propio, pacta con el poderoso rey Alfonso VI de Castilla
para que le proteja de las amenazas del rey aragonés, lo cual supone una carga
cada vez más onerosa para el reino saraqustí. Más adelante se verá obligado a
pagar tributo también al propio rey de Aragón para asegurarse la no agresión por
parte del mismo.
Lógicamente, en medio de todo ello, como terreno fronterizo, se encuentra
Tahust, colindante con los reinos de Pamplona y Aragón, a la vez que próximo a los
dominios del rey castellano (Soria y Guadalajara), expuesto, por tanto a todo tipo de
amenazas y acciones violentas, teniendo que pagar cada vez mayores sumas de
dinero y otros tributos en especies, lo cual iría mermando su economía y relativo
bienestar. El afianzamiento de las posiciones cristianas en toda la franja definida por
la Valdonsella, Biel, Luesia, Uncastillo y Sos, produce una fuerte militarización de
estas tierras. En el reino aragonés, cada vez va calando más la idea de una amplia
conquista territorial a costa del Islam, cuyas defensas estaban ya en progresivo
deterioro. El valle del Ebro está en el punto de mira de los cristianos.
Al final de su vida, al-Muqtádir comete el mismo error que había cometido su
padre 35 años antes, que es el de dividir el reino entre sus hijos, lo cual debilita la
situación todavía más. La flaqueza militar se palia con la contratación de
mercenarios. En 1081 llega el caballero castellano Rodrigo Díaz de Vivar, quien,
desterrado de Castilla por Alfonso VI, busca refugio en Zaragoza y se pone al
servicio del sultán. Este mercenario castellano será conocido más adelante como el
Cid, que es el sobrenombre que le ponen los zaragozanos y que deriva del árabe
“sidi” (señor).
Los mercenarios cobraban del oro en parte obtenido mediante la
comercialización de los productos arrebatados a los campesinos. Los nobles
aragoneses vendían su “protección” a las comunidades campesinas musulmanas a
cambio de retener esos productos en forma de tributos o parias. Es decir, que las
parias, no sólo se obtenían a gran escala, sino que también se conseguían
exprimiendo a las gentes que vivían en las zonas cercanas a las fronteras, como era
el caso de Tahust.
Abú Amir, hijo de al-Muqtádir, hereda la corona de su padre y reina con el
nombre de al-Mu’tamin (“el que confía en Dios”). Su reinado fue corto pero brillante,
entre los años 1081 y 1085. Rodrigo Díaz de Vivar fue su más firme aliado militar,
quien, a su servicio, guerreó contra el rey de Aragón, el conde de Barcelona y el
sultán de Lérida, convirtiéndose en el héroe de los musulmanes zaragozanos, que lo
recibieron triunfalmente en la ciudad tras sus victorias militares.
En 1083, Sancho Ramírez se apodera del castillo de Graus, Piedratajada y
Ayerbe. La conquista del llano se va asegurando con los castillos de Loarre,
Obanos, Montearagón, Artasona y Castiliscar.
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Al-Mu’tamin muere pronto y le sucede su hijo Ahmad ibn Yusuf, quien toma el
nombre honorífico de al-Musta’in II (“el que implora la ayuda de Dios”). Es el año
1085, el mismo en que Alfonso VI toma Toledo, la primera gran ciudad musulmana
de Alandalús que cae en manos de los cristianos. La noticia suena como un mazazo
en todo Alandalús y causa pavor en las gentes de Zaragoza.
Dentro de este complicado panorama, hacen su aparición los almorávides (del
árabe almurabit, hombres del “ribat” o monasterio fortificado), unos monjes-soldados
salidos de grupos nómadas bereberes del Sahara que abrazan una interpretación
rigorista y fanática del Islam. Entre los años 1055 y 1080 han conquistado todo el
norte de África. En 1070 fundan Marrakech y la hacen capital de su imperio. Los
reyes de Sevilla, Badajoz, Granada y Córdoba, alarmados por el expansionismo
castellano, ante la toma de Toledo por Alfonso VI, piden ayuda a sus hermanos de
religión almorávides, dirigiéndose a su emir Yusuf ibn Tasufin: “Él (Alfonso VI) ha
venido pidiéndonos púlpitos, minaretes, mihrabs y mezquitas para levantar en ellas
cruces y que sean regidos por sus monjes (...) Dios os ha concedido un reino en
premio a vuestra Guerra Santa y a la defensa de Sus derechos, por vuestra labor
(...) y ahora contáis con muchos soldados de Dios que, luchando, ganarán en vida el
Paraíso”. Este líder almorávide, Ibn Tasufin, era un austero derviche que vestía con
piel de oveja y se alimentaba de dátiles y leche de oveja, al estilo de los legendarios
guerreros fundadores del Islam. Viene con su ejército y se encuentra con una tierra
fértil y próspera. También observa con desprecio el relajamiento de los preceptos
doctrinales del Islam y la gran tolerancia con los judíos y cristianos. Esto le provoca
la determinación de apoderarse de estos reinos.
Mientras tanto, Alfonso VI ambiciona Zaragoza y la asedia durante varias
semanas, pero se entera de que los almorávides han penetrado en la península y
parte apresuradamente a su encuentro. Es el año 1086. Semanas más tarde, es
derrotado por éstos en la batalla de Sagrajas (Badajoz). Al-Musta’in contempla
receloso los acontecimientos, pues, si bien los cristianos suponen una clara
amenaza, tampoco comparte las ideologías que vienen imponiendo los almorávides.
Consciente de que sus fuerzas militares son claramente escasas ante el panorama
que se le avecina, emplea sus recursos diplomáticos y establece unas buenas
relaciones con los almorávides que le permiten conservar su reino.
Todo esto beneficia al rey aragonés Sancho Ramírez, quien toma Monzón en
1086, dando esta plaza con título de rey a su hijo Pedro, que ya lo era de Sobrarbe y
Ribagorza. En el mismo año se produce un intercambio de posesiones entre el
infante Pedro y su hermanastro Fernando, por mandato de su padre, el rey Sancho
Ramírez, por el cual, Fernando recibe los derechos de las parias recibidas de
Tahust.
En 1092 completa el cerco de Huesca, fortificando Abiego, Labata y Santa
Eulalia la Mayor. Establece una fortaleza en el Castellar (bautizado inicialmente
“Sobre Zaragoza”), frente a la desembocadura del río Jalón en el Ebro, con el fin de
perturbar la relación de al-Musta’in con el Ebro Medio. En 1094, desaparecido el
infante Fernando, dona a la iglesia de San Martín de Biel el diezmo de la paria que le
satisface Tahust, concesión similar a la ofrecida a favor del monasterio de la Sauve
Majeure, en Burdeos, también de la décima parte de las parias de Ejea y Pradilla.
Muere el 4 de junio de 1094, de un flechazo que recibe sitiando Huesca. Le
sucede su hijo Pedro I, quien conquista esta ciudad tras derrotar a al-Musta’in II de
Zaragoza en la batalla de Alcoraz (1096), lo cual supone un duro golpe para el reino
saraqustí. Se abre una pequeña época de “descanso relativo” en Tahust entre los
años 1096 y 1100 respecto al hostigamiento cristiano, pues en este periodo los
51
intereses de Pedro I se centran en Huesca y Barbastro. Más tarde, toma esta última
ciudad (1101), así como Sariñena, e intenta tomar Zaragoza. Sitia Tamarite (1104),
pero muere en el Valle de Arán el 28 de septiembre de 1104.
En la sociedad saraqustí se observan con gran inquietud los avances del reino
de Aragón, en detrimento del suyo propio y no faltan personajes influyentes que
tratan de presionar a su rey al-Musta’in para que solicite la ayuda militar de los
almorávides. Éste se resiste, pues, si bien es consciente de la gran amenaza que
supone el mundo cristiano, no lo es menos el enorme perjuicio que va a suponer
para su reino ponerlo bajo el yugo del fundamentalismo y la intolerancia.
A Pedro I le sucede su hermano Alonso Sánchez, Alfonso I, quien recibirá el
sobrenombre de “el Batallador”. Siendo infante, se había formado en las tareas de
gobierno como señor de Biel, Luna, Ardenes y Bailo. Consolida las posiciones del
Castellar y Juslibol (del aragonés “Deus o vol”, Dios lo quiere). Al-Musta’in, en un
intento de contrarrestar las ofensivas de Alfonso I, realiza una incursión por tierras
navarras y es alcanzado por las tropas cristianas en Valtierra, perdiendo la vida el
sultán zaragozano. Le sucede su hijo Abd al Malik, quien reina con el pomposo título
de Imad al Dawla (“El Pilar de la Dinastía”).
Zaragoza, que había sido uno de los primeros estados en independizarse del
poder central de Córdoba, es ahora el único reino musulmán de la península que
todavía mantiene la independencia frente a los almorávides. Sin embargo, ante los
atropellos de los aragoneses, va creciendo el número de pro-almorávides dentro de
la sociedad saraqustí. Tan sólo cuatro meses después de la subida al trono del
nuevo monarca, el 31 de mayo de 1110, los almorávides toman posesión de la
ciudad y controlan todo el reino. En Tahust, tropas bereberes se apoderan de la
localidad (“in illo agno quando preserunt moros Teust”, según documento de Santa
María de Uncastillo). Finalizan así noventa y dos años de independencia y una de
las épocas de mayor esplendor. La gran maza fundamentalista cae sobre la
sociedad zagrí, que viene soportando ya desde hace años las parias y excesos de
los reinos cristianos, con el consiguiente empobrecimiento que todo ello ha
supuesto, para avanzar un paso más en su camino hacia la desgracia. La
intransigencia de los almorávides haría emigrar a numerosos mozárabes y judíos
hacia tierras cristianas, con el desmembramiento social que ello supone y la
afectación negativa al bienestar social, así como al desarrollo de las ciencias y las
letras, provocando el descontento de la población.
Imad al Dawla consigue escapar con buena parte del tesoro real y se refugia en
el castillo de Rueda, donde crea un pequeño señorío. Desde allí alimenta la idea de
recuperar Zaragoza; incluso llega a pactar con Alfonso I, ofreciéndole Tudela a
52
cambio de su ayuda para tal empresa. Éste, ante la gran amenaza que supone la
gran capacidad militar de los almorávides, decide eliminar un foco de resistencia
como el que constituía Ejea, de forma que no pudiera servir de base para una
reconstrucción de las defensas de Zaragoza. Vence a los almorávides el 5 de julio
de 1110 y acampa en las inmediaciones de Zaragoza, pero tiene que retirarse ante
la llegada de refuerzos musulmanes procedentes de Murcia. Mientras tanto, han
caído ya en manos de los cristianos feudales Ejea, Castejón, Santía, Escorón y el
Bayo. En el mismo año, concede carta de población a Ejea, produciéndose una
colonización bastante rápida por parte de gentes provenientes de las montañas
pirenaicas y del sur de Francia.
A partir de este hecho y hasta 1117, se reduce considerablemente la acción de
los aragoneses sobre el valle del Ebro, pues los intereses de Alfonso I se ven
encaminados hacia un proyecto castellano que acabará sin obtener los frutos
esperados. El artífice de dicho proyecto es Alfonso VI de Castilla, quien propone a
su hija Urraca en matrimonio para el rey aragonés, con el fin de unir los dos reinos y
constituir un frente común ante el poderoso imperio almorávide, unión que no se
llegará a conseguir hasta el siglo XV, con los Reyes Católicos. Alfonso I se hará
llamar “Rey y Emperador de Castilla, Toledo, Aragón, Pamplona, Sobrarbe y
Ribagorza”. Emperador, según la teoría política que concede el imperio al que
domina tres o más reinos. Pero su fuerte carácter, su falta de mano izquierda en la
política y el choque con el carácter de su mujer (se dice que Alfonso era homosexual
y se le atribuye la frase “un verdadero soldado debe vivir con hombres y no con
mujeres”), le llevaron al fracaso de su matrimonio y de su proyecto castellano.
Mientras tanto, los habitantes de Zagr-Alandalús viven bajo el yugo del
integrismo islámico impuesto por los almorávides. Muhammad ibn al-Hayy gobernará
Saraqusta entre 1110 y 1115. Reorganiza la administración e impone el dinar
almorávide como moneda oficial, recobrando la confianza de los comerciantes, muy
deteriorada en los últimos años de gobierno hudí. Muerto Ibn al-Hayy, le sucede Ibn
Tifilwit, quien nombra como visir al filósofo y poeta Avempace, el cual se había
convertido en el personaje más relevante de la intelectualidad zaragozana.
Sin embargo, después de tanto fanatismo religioso inicial, es curioso observar
como, con el tiempo, los almorávides relajan su actitud ante el bienestar alcanzado
en las tierras prósperas de la Península Ibérica y vuelven a ser otras tribus
bereberes norteafricanas (esta vez, los almohades) las que vienen a imponer de
nuevo el fanatismo religioso, dirigiendo su yihad en Alandalús, no sólo contra los
cristianos, sino también contra sus “hermanos” almorávides.
53
6.- LA CONQUISTA CRISTIANA
54
En 1117, Alfonso I decide acometer la conquista de Zaragoza. La
desmoralización cunde entre los musulmanes y sólo el gobernador Ibn Tifilwit se
mantiene firme. Para contrarrestar las conquistas aragonesas en el Maestrazgo,
realiza una algarada en la frontera de Lérida, pero, de vuelta a Zaragoza, enferma y
muere a finales de 1117. Ya no se nombró nuevo gobernador. Los cristianos
formalizan el asedio el 24 de mayo de 1118, con gran cantidad de tropas
procedentes en buena parte del sur de Francia, construyen torres de madera para el
asalto a la ciudad y disponen almajaneques. El 11 de junio se toma al asalto el
castillo-palacio de la Aljafería, fuera de las murallas de la ciudad. Durante el verano y
el otoño, los sitiados intentan alguna salida, pero son rechazados. El emir almorávide
envía refuerzos que consiguen entrar en la ciudad en septiembre, al mando del
gobernador de Granada, pero éste muere al mes y medio de llegar a Zaragoza,
dejando a la ciudad indefensa y a merced de los sitiadores. La escasez de víveres
también hace mella en la población y la situación es desesperada. A comienzos de
diciembre acude Tamin ibn Yusuf, primo del emir almorávide, al frente de un ejército,
pero, a la vista del gran potencial del ejército cristiano, se retira de nuevo hacia el sur
sin presentar batalla. El 11 de diciembre se acuerdan las capitulaciones para la
rendición y el día 18 Alfonso de Aragón hace su entrada triunfal en la ciudad.
Saraqusta, consigue unas condiciones de rendición bastante honrosas, pero los
efectos serán desastrosos para la ciudad, la cual ve reducida su población a un 10%
en pocos meses. Terminan así cuatrocientos años de dominio islámico.
La campaña prosigue en Tudela, que cae en febrero-marzo de 1119 y
Tarazona, que también lo hará en el mismo año.
Durante el invierno, Alfonso
se dedica a actuar en el altiplano
soriano (Pedraza) y prolonga su
estancia hasta la primavera,
estableciendo pobladores en
Soria. En junio vuelve a vencer a
los almorávides en la batalla de
Cutanda, cerca de Calamocha,
con
lo
cual,
queda
definitivamente
decidida
la
suerte del área central del valle
del
Ebro,
cayendo
a
continuación
Calatayud
y
Daroca.
Toda esta macro-ofensiva feudal tenía por objeto la expansión del reino de
Aragón y su afianzamiento frente a los reinos colindantes. Por ello, es comprensible
que algunas localidades importantes situadas dentro de los territorios conquistados,
no implicando peligro militar y sí fuente atractiva de ingresos, no supusieran un
motivo urgente de conquista, al menos mientras pudieran pagar sus parias, como
supuestamente era el caso de Tahust. Sin embargo, el progresivo empobrecimiento
55
de estos núcleos va imposibilitando el pago de parias y provoca la decisión del rey
Alfonso de incorporarlos al nuevo orden feudal, una vez que dejan de ser rentables
como poblaciones andalusíes.
Se desconocen los motivos por los que Tahust, aun ante la desesperada
situación en que se encontraba respecto del mundo cristiano que lo rodeaba, opuso
resistencia militar, la cual no debió de ser escasa, pues tuvo que ser agredido
militarmente y doblegado a la fuerza. La expresión “tener frontera” que emplea
Alfonso en su crónica tiene una connotación inequívocamente bélica y manifiesta la
existencia de una campaña organizada. La población mozárabe que aún quedara en
Tahust, caída ya en desgracia desde la llegada de los almorávides, tampoco
contemplaría con esperanza la llegada de los nuevos cristianos, pues, aunque se
tratara de hermanos en la misma fe, no dejaban de ser extranjeros, gentes extrañas,
venidas de otras tierras, belicosas, con muchas ansias de poder y pocos escrúpulos.
Atrás quedaban ya los tiempos de bienestar, tolerancia y concordia entre aquellas
gentes de las tres religiones que habían convivido sin grandes problemas durante
siglos en un mismo lugar, manteniendo cada cual sus costumbres y creencias, pero
con unos vínculos naturales de amistad, producto de aquella convivencia tan
continuada en el tiempo.
Los cristianos conquistan Tahust en la
primavera de 1121. Los habitantes que
quedan con vida son obligados a emigrar, en
el mejor de los casos, o, en el peor de ellos,
ejecutados o convertidos en esclavos. La
población
musulmana
desaparece
prácticamente de Tahust y queda el pueblo
casi abandonado durante años, hasta que
lleguen los nuevos colonos 7.
La localidad vecina de Borja tendrá mejor suerte, pocos meses más tarde.
Alfonso I les concederá unas condiciones de capitulación bastante más ventajosas,
permitiéndoles conservar su libertad, sus bienes, derecho vital de emigrar, sus
propias leyes y jueces, etc. Todo ello a partir de “el día en que entrasteis en mi poder
y fuisteis de mis criaturas”, según diría Alfonso I, perdonándoles “cuantos males y
errores hicisteis hasta el día en que fue hecha esta carta”.
7
Tanto la fecha como las circunstancias en que tuvo lugar la conquista de Tauste por los cristianos
quedan muy bien documentadas por Carlos Laliena Corbera, Catedrático de la Universidad de
Zaragoza, Departamento de Historia Medieval, en un trabajo muy interesante titulado “La conquista
feudal a escala local: El ejemplo de Tauste en el valle medio del Ebro (S.XII)”, publicado en el libro de
Actas de las V Jornadas sobre la Historia de Tauste (Diciembre de 2003). Siempre había extrañado
que siendo Tauste un pueblo con una fisonomía eminentemente árabe en todo su casco primitivo, no
apareciera en él población morisca en censos realizados en épocas siguientes, como era, por
ejemplo, el caso de Borja y de otros pueblos. Esto enlaza perfectamente con las conclusiones de
Carlos Laliena en cuanto a la eliminación de la población musulmana de Tauste tras la toma por los
cristianos.
56
El empobrecimiento de la zona producirá la desaparición del diezmo de los
tributos que los musulmanes de Tahust habían estado pagando a la iglesia de San
Martín de Biel, desde 1094. Como reparación de esta pérdida, los clérigos reclaman
la entrega de las iglesias que fueran construidas en Tauste. Esto significa que,
paradójicamente, las conquistas cristianas también traen consecuencias negativas
para sus iglesias y monasterios. Finalmente, Alfonso I hará donación de la pardina al
monasterio de San Juan de la Peña, junto con Ejea, según documento otorgado por
el monarca a favor del abad García, el cual había comenzado a dirigir dicho
monasterio a principios de 1121. 8
Al contrario de lo que había ocurrido con Ejea en 1110, que pronto recibió
nuevos pobladores, la situación en que queda Tauste once años más tarde es muy
diferente, ya que desde 1120 existe una enorme competencia para atraer a gentes
de la montaña, pues hay varias ciudades y numerosos lugares que constituyen otros
tantos polos de atracción para los colonizadores procedentes del norte. Ahí queda
prácticamente abandonada lo que antaño había sido una población floreciente y
próspera, con un soberbio alminar y una rica mezquita como testigos mudos del
esplendor que allí había existido. En el barrio bajo, seguirían los cristianos (antes
mozárabes, cuando el gobierno era musulmán), en torno a su ermita de San Miguel.
Algunos se subirían a vivir a lo que había sido la medina, el núcleo fundacional del
casco urbano, protegidos por las antiguas murallas, para estar mejor situados frente
a riadas, incursiones de extraños, etc, si los nuevos ocupantes se les permitían. Allí
también irían acudiendo esos colonizadores procedentes del Pirineo y del otro lado
del mismo (Sur de Francia), en un lento goteo a través de los años. Consagrarían la
mezquita para utilizarla como iglesia, dedicándola a la Virgen María, y el alminar
sería convertido en campanario, aunque esto último más adelante, cuando hubiera
nuevos recursos económicos. Durante años, sólo las alimañas y algunas capitanas
arrastradas por el cierzo silbante recorrerían las calles, las casas en ruinas, corrales
desiertos en los arrabales del pueblo y el gran cementerio situado al sur de la
población, junto al camino de Zaragoza.
Alfonso sigue con su afán expansionista y sitia Lérida, enfrentándose a Ramón
Berenguer III, conde de Barcelona, Realiza una incursión contra Granada, llegando
hasta Motril y regresando con numerosos mozárabes para repoblar las tierras
incorporadas a su reino. Conquista Longares y Molina de Aragón, vuelve a derrotar a
los almorávides en Cullera, sitia Valencia, se apodera de Bayona y Mequinenza y
sitia Fraga. Aquí es derrotado el 17 de julio de 1134 y muere el 7 de septiembre del
mismo año a consecuencia de las heridas recibidas en el combate en Poleñino
(Huesca), entre Sariñena y Grañén. Habiendo pasado toda su vida en una constante
cruzada, en su testamento reparte su reino entre las órdenes militares, lo cual no es
aceptado por la nobleza y erigen como rey a su hermano Ramiro, quien reinará con
el nombre de Ramiro II el Monje. Por su parte, los navarros eligen a García Ramírez
“El Restaurador”, volviendo a separarse definitivamente las coronas de Navarra y
Aragón. Ramiro, preocupado porque la corona no se quedara sin heredero, se casa
el día 13 de noviembre de 1135 en la catedral de Jaca con Inés de Poitou, una noble
viuda francesa que había demostrado fertilidad en un primer matrimonio. De esta
unión nace Petronila el 11de agosto de 1136.
8
Demuestra Carlos Laliena en el citado trabajo que tuvo que ser este año. En 1105, año en
que supuestamente se databa la conquista de Tauste, el abad de San Juan de la Peña se
llamaba Sancho y no García, como consta en el citado documento.
57
A finales de ese mismo año, el rey y su esposa se separan. Inés se retira al
monasterio de Fontevrault. Ramiro promete a su hija Petronila, cuando ésta sólo
cuenta con un año de edad, con el conde de Barcelona Ramón Berenguer IV, dando
lugar así al nacimiento de la Corona de Aragón, como una confederación de
estados. Los esponsales se firman en Barbastro el día 11 de agosto de 1137, con
unas condiciones impuestas por el rey y aceptadas por Ramón Berenguer. El 13 de
noviembre del mismo año, Ramiro II delega en su yerno la potestad real, aunque no
su dignidad y título real. Desde ese momento, D. Ramón, con título de príncipe de
Aragón y conde de Barcelona, se hace cargo del gobierno de los dos estados. Más
adelante, en agosto de 1150, se celebrará la boda del conde Ramón Berenguer y
doña Petronila, en Lérida. El hijo de ambos, Alfonso II, será el primer rey de la
Corona de Aragón.
En cuanto al proceso de repoblación de las tierras del valle medio del Ebro,
cabe señalar que en Zaragoza, la situación también es bastante desdichada, hasta
el punto de que, en 1138, Ramón Berenguer tiene que conceder una carta de
población suplementaria a las ya concedidas por Alfonso I el Batallador (Fuero de
Infanzones en 1119 y Privilegio de los Veinte en 1127), con el fin de acelerar en lo
posible la llegada de inmigrantes.
La carta de población otorgada a Tauste se produce en abril de ese mismo
año, concedida conjuntamente por Ramiro II y Ramón Berenguer IV. Esto supone un
factor decisivo en la nueva configuración social que se irá desarrollando a partir de
entonces. Se da a Tauste una carta de “buenos fueros y buenos usos para que
vuestra villa de nombre Tauste esté bien poblada y edificada”. En ella, se concede a
sus habitantes la posesión de las tierras de un amplio término y un estatuto
privilegiado, en la medida en que estaban exentos de los aspectos serviles de la
condición campesina vigentes en otras zonas, como era la obligación de servir en la
hueste real sin límite de tiempo y el deber de cultivar las tierras de propiedad directa
del rey (“clavería”). En el caso de Tauste, la obligación de servir a la hueste se
reduce a tres días en casos muy concretos (batalla a campo abierto y asedio a algún
castillo). Esto implica la condición de infanzonía, por lo que los vecinos de Tauste
compartían un espacio social de libertad y franquicia con los nobles, sin que eso
significase exactamente que fueran nobles. Como ejemplo de ello y en
contraposición con los regímenes feudales de otros lugares, donde la dependencia y
el servilismo respecto de un gran señor era lo habitual, cabe decir que existía el
derecho de los habitantes de Tauste a elegir a su zalmedina, que era una especie de
juez con autoridad para controlar las puertas y murallas de la población.
Aprovechando la planta de la ermita de San Miguel, en el arrabal que había
sido mozárabe, se construye una iglesia bajo la advocación del mismo arcángel.
Comienzan el ábside con fábrica de sillería, pero la escasez de piedra en los
alrededores y la falta de medios, tanto económicos como materiales y humanos,
obliga a seguir las obras mediante tapial, una construcción evidentemente mucho
más pobre. Dichas obras, que empiezan a finales del siglo XII (probablemente,
cincuenta o sesenta años después de la conquista), se prolongan hasta bien entrado
el siglo siguiente.
58
7.- CONSTRUCCION DE LA IGLESIA DE
SANTA MARIA
59
Mientras tanto, en el centro urbano, la antigua mezquita sirve como iglesia
parroquial, hasta que, en la segunda mitad del siglo XIII, momento en el que Tauste
empieza a tener de nuevo una población asentada y en desarrollo, se decide
construir una nueva iglesia. Se estaban superando las penurias que habían
condicionado la construcción de la iglesia de San Miguel y esta vez había que
realizar una obra importante. Se contrataron a los mejores profesionales que
dominaban en aquella época el arte de la arquitectura, que eran los alarifes
mudéjares, herederos de todo el bagaje de conocimientos y técnicas constructivas
de aquéllos que habían desarrollado su actividad en épocas anteriores. En principio,
se aprovecha la mezquita existente, aunque se queda escasa de altura, para los
gustos y costumbres del mundo cristiano, en cuyos templos se da mucha
importancia a esta dimensión, con el fin de realzar la espiritualidad del espacio,
elevando las bóvedas hacia el cielo.
La obra comienza con la construcción del ábside, de planta pentagonal por el
exterior, pero semicircular al interior. Éste se adosa a la cara exterior del muro de la
qibla, superando en altura a la edificación existente. La técnica constructiva
empleada sigue el modelo de la mezquita y el alminar: fábrica de ladrillo recibido con
pasta de yeso. Se crean tres grandes ventanales ojivales, uno en la cara central y
los otros dos en los lados extremos, que se decorarán con ricas celosías de yeso
labrado. Introducen como elemento decorativo en la fábrica de ladrillo cara-vista
exterior la banda en zig-zag, por debajo de los tres huecos mencionados, inexistente
este motivo en la torre, pero sí armonizan la nueva construcción con aquélla, no sólo
empleando los mismos materiales, sino repitiendo el motivo de arcos de medio punto
entrelazados como elemento decorativo de la parte superior del edificio, es decir, en
la torre estos arcos entrelazados constituyen el elemento decorativo de coronación y
así también en el ábside de la iglesia, siempre entre bandas de esquinillas, tanto el
zig-zag como los arcos entrelazados, al igual que el resto de los paños decorativos
de la torre. También se repite el rafe de canecillos de ladrillo.
La construcción del ábside destaca en altura respecto de la mezquita a la que
se encuentra adosado. El muro de la qibla se derriba y, de esta forma, el ábside
recién construido queda incorporado al templo. Estas circunstancias del proceso
constructivo condicionan la orientación de la iglesia, pues es costumbre entre los
cristianos orientar el ábside hacia el sol naciente, es decir, hacia el este, tal y como
está orientada la iglesia de San Miguel, que no tuvo ese condicionante porque antes
ya había sido templo cristiano. En el caso de la iglesia de Santa María, queda
orientada hacia el sureste, es decir, mantiene la misma orientación de la antigua
mezquita. Por otra parte, la reutilización los cimientos y de otros elementos
arquitectónicos de la mezquita (aparecieron capiteles islámicos en las obras de
restauración del siglo XX), así como la topografía y el trazado urbano del entorno,
condicionaron las generosas dimensiones del nuevo templo.
60
Dibujo Jaime Carbonel
Las obras continúan con la construcción de dos tramos cubiertos con bóvedas
de crucería (marcados en color azul, en el dibujo siguiente), siguiendo la moda de
ese momento, marcada por el nuevo estilo gótico, procedente de Francia. Estos
tramos, a medida que se construyen, van sustituyendo al viejo edificio. Se
aprovechan los ladrillos con que estaba construida la mezquita. Se construye la
nueva nave a partir del ábside, con la misma anchura que éste, pero en la parte baja
se desplazan los muros hacia afuera, para alinearlos con la cara exterior de los
contrafuertes que servirán de apoyo a las bóvedas, creando así unas capillas
laterales de escaso fondo, situadas entre dichos contrafuertes. Estas capillas se
cubrirán mediante bóvedas de cañón, para seguir elevando los muros sobre las
mismas manteniendo la verticalidad de los paramentos interiores de los
contrafuertes. De esta forma, se produce un desplazamiento vertical entre el tramo
de muro inferior (el de afuera, que cierra las capillas) y el superior, que apoya sobre
el borde interior de las mencionadas bóvedas de cañón. Este desplazamiento es
producto de una concepción estructural inteligente, pues produce una tendencia de
vuelco del muro hacia el interior de la nave que se contrarrestará con el empuje que
las bóvedas de crucería ejercerán hacia afuera, colaborando de esta forma con los
contrafuertes para lograr el necesario equilibrio.
Terminados estos dos tramos, se agotan las posibilidades económicas para
continuar, lo que produce una paralización de las obras. Puestas estas dificultades
en conocimiento del abad Iñigo de San Juan de la Peña, éste responde en fecha 3
de Noviembre de la era 1281 (año 1243 de nuestro calendario actual), concediendo
61
las primicias y diezmos que de ella cobraba, por concesión de D. Alfonso el
Batallador, para que atienda “a la terminación de las obras de la torre e iglesia,
campanas y vestiduras, y en consideración al mucho aprecio que a la villa dispensó
D. Alonso, de grata memoria”.
Dibujo Jaime Carbonel
Las obras se reanudarán para construir el tercer y último tramo, éste ya
diferente de los anteriores (destacado en color amarillo), pues, aunque en el techo
se emplea el mismo sistema de bóveda de crucería, los muros laterales se elevan en
toda su altura manteniendo la alineación exterior de los contrafuertes, en lugar de
reproducir las capillas laterales de los dos primeros tramos. El resultado es una
mayor anchura de nave en este tramo. Para que la bóveda de crucería pueda ser
igual que las anteriores, se hace necesario crear unos arcos fajones apuntados de
descarga, siguiendo el arrastre de la alineación interior de las paredes laterales.
Los empujes que las bóvedas producen hacia el exterior de la nave quedan
equilibrados mediante el ingenioso sistema antes descrito de capillas y contrafuertes.
Los que se producen en la dirección paralela al eje de la misma, se equilibran de la
siguiente manera: los del primer tramo, contra el ábside pentagonal y contra el
segundo tramo; los de éste, se anulan contra los del primero y los del tercero, y, los
de este último, contra los del anterior y ¿?. Aquí tenemos otro ejemplo de
perspicacia de estos profesionales alarifes: crean a los pies de la nave sendos
torreones octogonales, uno a cada lado, en perfecta combinación estética con el
antiguo alminar, como macizos de contención de estos empujes horizontales. La
62
intención era, al arrancar con la construcción desde el ábside y continuar con los tres
tramos, crear una nave cuyo eje estuviera alineado con el centro de la torre, pero las
dificultades constructivas y topográficas, unidas a las de replanteo, el entorno y la
presencia de restos de la antigua mezquita, condicionaron que, al llegar a los pies de
la nave, ésta quedara desplazada unos 60 cm respecto del centro de la torre,
acusándose este defecto geométrico en la posición de los dos torreones
mencionados y en la cumbrera del tejado de la iglesia, en su encuentro con la cara
sureste de la torre.
La cubierta se resuelve a dos aguas, mediante cerchas, vigas y tablero de
madera, con cubrición de teja cerámica.
Dibujo Jaime Carbonel
El lado noroeste se cierra con un muro ciego, adosado a la torre, limitado en
ambos extremos por los dos torreoncillos octogonales. La existencia en este muro de
tres arcos apuntados adosados al mismo por la cara interior, así como dos laterales,
hace pensar en la más que probable construcción de un coro en los pies de la nave,
máxime siendo ésta de tales dimensiones.
63
Dibujo Jaime Carbonel
Dicho coro se formaría
mediante un pórtico compuesto
por tres arcos similares a los de
la pared y paralelo a la misma, a
una distancia de ésta equivalente
a la mitad aproximada de la
longitud de este tercer tramo.
La crujía sería cubierta
mediante un alfarje mudéjar
(techumbres
de
madera
ricamente decoradas), el cual
constituye la estructura del suelo
del coro situado en la planta
superior.
La
barandilla
o
antepecho sería de yesería
labrada,
con
motivos
geométricos y vegetales.
MODELO DE ALFARJE
La puerta principal se abre en la pared nordeste, entrando al templo junto al
coro, dejando éste a la derecha 9. Aunque se mantendría el viejo cementerio
cristiano en torno a la iglesia de San Miguel, se crearía otro junto a la iglesia de
Santa María.
9
Existe un arco en este muro que indica que la entrada pudo ser por debajo del supuesto
coro. Por supuesto, este arco indica que ahí hubo una puerta, pero parece más lógico pensar
que, al menos en su origen, el acceso principal a la nave se produjera en el espacio de altura
total, es decir, donde actualmente se accede a la capilla de la Virgen de Sancho Abarca,
quedando enfrentada la puerta principal con la de salida al cementerio, y no bajo la limitación
de altura que implicaba el alfarje del coro.
64
Seguramente se abriría una puerta en el mismo sitio donde existe ahora, frente
a la puerta original, que se utilizaría para sacar por ahí a los difuntos, una vez
concluido el oficio religioso.
La iglesia que hoy tenemos se encuentra muy vacía en cuanto a decoración y
elementos arquitectónicos, nada acorde con el gusto de otras épocas pasadas.
VISTA ACTUAL DEL INTERIOR DE LA IGLESIA
Para terminar de imaginarnos la Iglesia de Santa María tal y como pudo ser en
aquella época, basta añadir a lo ya descrito, la decoración mudéjar en sus paredes
mediante agramilados de motivos ornamentales, realizando hendiduras en la
superficie de yeso mediante la técnica de incisión a punta seca (quedan restos
detrás del retablo mayor), una rica policromía en todos los paramentos (colores
fuertes y vivos, con predominio de rojos y negros, pero también colores tierras y
azules) y el gran efecto de luz que entraría a través de los tres ventanales del
ábside, pues habría un retablo mucho más modesto que el actual (posiblemente,
una pintura sobre tabla) que no ocultaría el ventanal central.
65
COLORIDO MUDEJAR
AGRAMILADO EN EL ABSIDE
Esto sí que es verdaderamente arte mudéjar, es decir, el desarrollado por los
mudéjares, que fueron aquellos musulmanes a los que se les permitió quedarse a
vivir en tierras gobernadas por los cristianos, manteniendo su religión islámica. No
así el anterior, el desarrollado durante el gobierno musulmán, que es donde
debemos situar la construcción de nuestra torre.
El antiguo alminar se reutiliza como campanario, ubicándose éste en la gran
estancia superior. Para esto, se rompe el paño de sebqa de rombos mixtilíneos de la
cara sureste, sobre el gran ventanal que da a la cubierta de la iglesia, para abrir dos
ventanas ojivales, así como los maineles de algunos huecos de esta estancia, todo
ello para alojar las campanas que van a llamar a oración, ahora a los fieles
cristianos.
66
8.8.- CONCLUSIONES
67
Tal y como se anunciaba en el prólogo de este trabajo, las conclusiones que
derivan de todo lo expuesto resultan gratamente sorprendentes para la historia y el
patrimonio de nuestro pueblo. Un pueblo, en el que siempre hemos pensado que
antes de la llegada de los cristianos a principios del siglo XII tan apenas había unas
pocas casas en lo que ahora conocemos como “Barrio Nuevo”, prácticamente sin
entidad de población, ahora descubrimos que todo lo contrario, que bajo el dominio
musulmán y, sobre todo, en el periodo de la taifa de Zaragoza, fue un pueblo grande
y próspero, con una extensión urbanística aproximada a la que tenía en el siglo XIX,
circunstancia que curiosamente también se da en Zaragoza.
Cierto es que la islamización de la Península se produjo desde el sur hacia el
norte y, quizá por eso, siempre se ha pensado que también en el ámbito cultural
siempre fue en esa dirección. Así, cuando vemos el Patio del Yeso de los Reales
Alcázares de Sevilla (el más antiguo que allí existe) y nos recuerda a la Aljafería de
Zaragoza, automáticamente pensamos que los constructores de ésta venían
influidos por lo que se hacía en el sur, algo realmente contradictorio con la
cronología, pues sabemos que la Aljafería es del siglo XI y el Patio del Yeso del XII,
lo que hace pensar que más bien hubo de ser al revés.
La realidad es que la expansión cultural, en gran parte, no se produjo en esa
dirección, sino al revés. El valle del Ebro se islamiza y a estas tierras, por avatares
de tipo político y circunstancias ya expuestas, llega la cultura islámica oriental
procedente del mundo persa. Aquí se desarrolla en todos los ámbitos (entre ellos, el
de la arquitectura) y se crea un estado de progreso que no se da en el resto de la
Península. Cuando, al mando de Alfonso I el Batallador, los cristianos toman estas
tierras, muchas gentes emigran hacia el sur, llevando consigo todo ese acervo
cultural, de forma que una parte importante de todo lo que se va a desarrollar en
Alandalús será continuación de lo que previamente se había realizado en nuestras
tierras.
Pero algo dejaron. No podía ser que en una civilización tan avanzada para
aquellos tiempos construyeran tan mal que no quedara ningún edificio digno de ser
aprovechado, salvo el Palacio de la Aljafería, que es el único reconocido hasta
ahora. Las obras de moros más antiguas que se reconocen en Aragón han sido
datadas sistemáticamente siempre a partir de finales del siglo XIII, ya bajo dominio
cristiano, como si en su época hegemónica no hubieran sabido hacer nada
perdurable, y, en el caso de las torres, siempre se nos ha dicho aquello de
“estructura de alminar almohade”. Hemos visto que los almohades eran un pueblo
fanático y guerrero que vino del norte de África y que no destacaba, precisamente,
por una gran cultura, sino que en cada lugar que conquistaban adoptaban los
conocimientos y las formas autóctonas. Resulta increíble que, en nuestra tierra,
después de dos siglos de dominación cristiana, naciera de la nada un arte, que
luego se denominó mudéjar, a imitación de lo que se hacía en el mundo islámico,
cuya frontera estaba ya nada menos que a unos 500 Km. hacia el sur. Si los alarifes
mudéjares que vivían aquí seguían desarrollando una arquitectura a base de ladrillo
y yeso, con aquellas técnicas y decoraciones, es porque tenían unos ricos
precedentes que han perdurado hasta nuestros días. Los cristianos no eran tan
necios como para derribar obras tan majestuosas como el gran alminar de Tahust. El
nacimiento de la arquitectura mudéjar sólo se explica de esta forma (a partir de unas
68
construcciones ya existentes), sobre todo en Aragón, donde tiene una riqueza
decorativa y unas connotaciones que la distinguen claramente de la del resto de
España. Esta distinción es debida a la elegancia y el exotismo que aporta el influjo
persa del que antes se hablaba y que se materializa en la utilización del yeso como
material de agarre, técnicas constructivas derivadas de este hecho y motivos
decorativos a base de lazos, entre otros. Por otra parte, destacar que las torres
octogonales de ascendencia islámica no existen en ninguna otra parte del mundo
que no sea Aragón, salvo algunos ejemplares escasos del Magreb de cronología
bastante más moderna y de clara influencia aragonesa (llevada por los moros
aragoneses que fueron expulsados en 1610).
Especialmente singular, en cuanto a las torres se refiere, es el caso de las
denominadas “estructuras de alminar almohade”, compuestas por una torre dentro
de la otra, entre las cuales se desarrolla la correa de escalera (o rampas, según el
caso). La versión oficial consiste en que son los almohades los que traen este
sistema y que los mudéjares que viven en Aragón lo copian, lo cual, carece
totalmente de lógica. La realidad es muy diferente. Antes de la llegada de los
almohades a la Península Ibérica, aquí, en el actual Aragón, se vienen construyendo
unos alminares cuya estructura no corresponde a ésa que describimos como
almohade, y, entre ellas, está la torre de Tauste. En realidad se trata de una escalera
dentro de un muro. En cualquier lugar de la escalera que nos situemos, lo que nos
separa del piso superior no es simplemente la correa de la escalera, sino una
bóveda sobre la que continúa el muro macizo, hasta llegar de nuevo al peldañeado
de la vuelta siguiente. Es cierto que cuando uno sube por esa escalera, más que
tener la sensación de encontrarse dentro de un muro, parece hallarse entre dos
paredes y es precisamente esto lo que se exporta hacia el sur cuando los zagríes
emigran tras la conquista del Batallador. El alminar almohade por excelencia de toda
la Península (y de todo el mundo) es la Giralda de Sevilla. Se trata de una
construcción más evolucionada, formada, ya sí, por torre y contratorre, con la rampa
entre ambas, la cual tiene la estructura propia de esa funcionalidad (es decir, mucho
más ligera). Ello supone que la torre interior tiene que ser autorresistente y que
necesite unos muros de gran espesor, algo que no sucede con el alminar zagrí
(llamémoslo así). Me parece importante resaltar la diferencia estructural entre los
dos tipos de alminares, pues del zagrí no se ha hablado nunca hasta ahora ni se
había detectado esta singularidad, englobándolo erróneamente en la tipología
almohade. Un detalle llamativo de todo ello es que la torre de Tauste resulta ser un
siglo anterior a la Giralda (en lugar de un siglo posterior, según la versión oficial).
Esta nueva visión explica y justifica de forma coherente las contradicciones que
se observan en la versión oficial que defiende que la torre fue construida junto con la
iglesia a finales del siglo XIII y que han sido expuestas en la introducción de este
trabajo. La torre de Tauste no es otra cosa sino el alminar de la mezquita que
hubiera en ese lugar en la época de dominio musulmán, construido en el siglo XI,
coincidiendo con el máximo esplendor del reino de Saraqusta. Su gran tamaño se
justifica por la función de atalaya y, posiblemente, como símbolo de grandeza de la
dinastía Hudí. Cuando los cristianos toman Tauste en 1121, aprovechan los edificios
existentes (algo totalmente lógico y frecuente), destinan la mezquita al culto cristiano
y utilizan el alminar como campanario. En las décadas siguientes, como construcción
importante que se realiza en Tauste, tenemos tan sólo la iglesia de San Antón, de
fábrica mucho más pobre y que demuestra la escasez de medios durante esas
décadas. Solamente así se explica que la construcción de la iglesia de San Antón
(en un arrabal) sea anterior a la de Santa María: tenían ya otro templo en el enclave
principal, que era la antigua mezquita. En el siglo XIII deciden derribar este viejo
69
templo para construir otro más acorde con los usos cristianos, es decir, la iglesia de
Santa María que hoy conocemos, obra que encargan a alarifes mudéjares, por ser
las gentes que mejor dominan la construcción de ladrillo y yeso, herederos de las
técnicas zagríes de sus antepasados.
Todo esto supone un vuelco a la historia, tanto de Tauste como de Aragón.
Cuando se habla de arquitectura andalusí o hispano-musulmana, sólo pensamos en
la Giralda de Sevilla, la Mezquita de Córdoba o la Alhambra de Granada. Sorprende
descubrir que en una tierra como ésta exista una arquitectura andalusí, con sello
propio (zagrí), que tiene la singularidad de ser, en muchos casos, el precedente del
arte mudéjar que se desarrollaría a partir del siglo XIII y de buena parte de la
arquitectura de ascendencia islámica, tanto andalusí como mudéjar, del resto de
España.
70
9.9.- EPILOGO
71
Llegados a este punto, resulta inevitable hacer algunas reflexiones sobre los
avatares sociales de aquella fascinante época, de la cual nos queda un legado
arquitectónico y cultural tan valioso.
Parece ser que el eterno enfrentamiento entre moros y cristianos a través de la
llamada “Reconquista”, que ocupa casi toda la Edad Media en la Península Ibérica,
no es tan claro como lo siempre nos lo han enseñado. Más bien se trata de una
historia de alternancias entre periodos de guerra y paz, de miseria y de progreso, de
cultura y de sinrazón, de fanatismo y de tolerancia, que unas veces vienen de signo
islámico y otras de signo cristiano, estando siempre ligados los periodos de progreso
y bienestar a las corrientes de cultura y tolerancia, y, de igual forma, los periodos de
miseria y terror al imperio del fanatismo y la violencia.
Seguramente, los cristianos tahustíes del siglo XI preferirían convivir con sus
paisanos musulmanes que con los bárbaros cristianos del norte que venían con sus
ansias de conquista y dominación. Sentimiento parecido al de los musulmanes
saraqustíes, que durante años prefirieron vivir bajo la amenaza cristiana antes de ser
sometidos por el integrismo almorávide. Es curioso observar cómo, después de
hacerse con el poder de Alandalús, imponiendo el integrismo religioso, procedentes
de las tierras pobres y desérticas del norte de África, estos almorávides llegan a
aprender a disfrutar de las riquezas que les brinda esta tierra, relajan su actitud y son
esta vez los almohades quienes invaden la Península con el mismo propósito, es
decir, para acabar con los desmanes espirituales de esta parte del mundo islámico.
Pero éstos no llegarán a conquistar ya el viejo Zagr-Alandalús, porque su dominio
cristiano está ya consolidado dentro del reino de Aragón.
También es digno de citar el caso concreto del Cid Campeador, que a pesar de
ser considerado como adalid del cristianismo, luchó al lado de su señor musulmán
de Saraqusta en lugar de ayudar a su señor cristiano, el rey de Castilla.
Por otra parte, aquellos alarifes mudéjares, que vivían y ejercían su profesión
en tierras dominadas por los cristianos y eran considerados por éstos como los
mejores arquitectos y constructores de la época, no se encontrarían más incómodos
en ese medio social que en Alandalús, que ya estaba bajo la dominación de los
fundamentalistas almohades, situación comparable a la de los mozárabes o
cristianos que habían desarrollado sus vidas en territorios gobernados por los
musulmanes, sin sentirse por ello, unos y otros, más o menos oriundos de sus
tierras, todo ello dentro de un mismo y extenso territorio, la Península Ibérica, la
antigua Hispania, porque es sabido que los reyes de cada territorio (llámese alMuqtádir de la taifa saraqustí, Alfonso VI de Castilla o Alfonso I de Aragón) se
sentían monarcas de las tres religiones, considerando igual de súbditos suyos tanto
a moros como a cristianos y judíos.
De cualquier manera, Tauste, a mediados del siglo XIII, volvía a ser una
población en progreso, aunque tardaría siglos en alcanzar un nivel equiparable al
que había tenido otros dos siglos antes en cuanto a población y riqueza.
Finalmente, el Occidente cristiano llegaría a alcanzar unas cotas de progreso
muy superiores a las del mundo islámico, situación más que evidente en el presente
que vivimos.
72
Conviene aclarar una vez más que todo lo aquí expresado no deja de ser una
interpretación más de la historia que nos ha llegado hasta nuestros días, quizá como
cualquier otra, sí, pero, esta vez, tratando de compatibilizar hechos históricos con
datos reales de tipo constructivo que, como ya queda explicado, no guardan
coherencia con la versión oficial de la historia y sí con los resultados de las
investigaciones de las últimas décadas. Sería fabuloso que a nuestra torre, que ya
goza de un alto reconocimiento como parte integrante del mudéjar aragonés
catalogado por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad, se le llegara a
reconocer además su origen zagrí, nada menos que casi dos siglos y medio más de
antigüedad y con una magnífica historia, situación que seguramente podría
compartir con otras torres aragonesas que también merecerían una consideración
similar en cuanto a su pasado, como pueden ser la de San Pedro en Alagón, San
Pablo en Zaragoza, Longares, San Andrés en Calatayud o la torre de Ateca, entre
otras, todas ellas antiguos alminares musulmanes, con casi total probabilidad, según
los últimos estudios llevados a cabo y ya aceptados por algún sector menos
“conservador” de los historiadores de nuestra tierra.
Resulta chocante la resistencia de ciertos sectores a reconocer un pasado
islámico en nuestro rico patrimonio histórico-artístico, ante signos tan evidentes,
como si hubiéramos de tener algún complejo para ello. Seguro que en otras regiones
no lo tendrían. En muchos pueblos y ciudades del Sur de España muestran sus
torres-campanarios como antiguos alminares islámicos, con toda naturalidad, siendo
éstos, generalmente, de época más reciente que la de nuestra torre.
Tampoco se trata de cambiar el criterio de quienes fueron los “buenos” y
quienes los “malos” de la historia. En todo caso, la mayoría de la población que aquí
habitó hasta la llegada de los cristianos, era de ascendencia hispana (autóctona),
contra la idea generalizada de que los moros que aquí había nos habían invadido
desde Arabia y el norte de África, “hasta que conseguimos echarlos”. Fueron
personas que habitaron en el mismo solar que ahora ocupamos nosotros, que
trabajaron las tierras que ahora poseemos nosotros, que pastaron sus ganados en
nuestros montes, disfrutaron, sufrieron, …, en una palabra, vivieron, aquí. Por otra
parte, los nuevos colonizadores cristianos sí que vinieron de otras tierras (Pirineo y
sur de Francia) y se quedaron con lo que pacíficamente y a lo largo de varios siglos
había sido de aquellas gentes.
Lo innegable es que somos los taustanos los legítimos herederos de todo ese
legado que nos dejaron, tanto unos como otros. Por tanto tenemos la obligación de
procurar para nuestro patrimonio el reconocimiento que merece, así como cuidarlo y
conservarlo para, al menos, otras cuarenta generaciones más.
Todas estas consideraciones no son baladíes, en absoluto. El patrimonio
histórico-artístico de cada pueblo, bien promocionado, enriquece notablemente el
nivel cultural de las gentes y la autoestima colectiva, convirtiéndose, además, en un
sector importante de progreso, si se sabe gestionar de manera adecuada desde el
punto de vista turístico. En nuestro caso, el punto fuerte viene dado por su
singularidad, ya que se trata de algo único, exclusivo y hasta exótico: una
arquitectura “persa”, con un milenio de antigüedad, en medio de un paisaje también
“persa” (el parecido es asombroso), a pesar de la distancia geográfica, que no se
dan en el resto del mundo.
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De momento, podríamos empezar (y esto sí que no es difícil) por que, cada uno
de nosotros, cada vez que dirijamos nuestra mirada hacia la torre, ese objeto tan
cotidiano de nuestro paisaje, seamos capaces de sentir algo diferente, como una
especial admiración. Tenemos la mejor torre en su tipología de toda la Península y la
única de todo el mundo occidental con escrituras cúficas. Percibir ese embrujo,
dejarse emocionar por la contemplación de algo nuestro, esa obra grande y
hermosa, casi perfecta, que fueron capaces de hacer aquellas gentes, hace casi un
milenio, en este lugar que hoy a muchos parece tan corriente y tan vulgar, puede
producir un brillo diferente en la mirada personal de cada uno, un placer legítimo que
nadie nos puede negar.
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BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA:
-
Arte Mudéjar Aragonés, de Gonzalo Borrás.
-
Historia de Aragón, de Heraldo de Aragón.
-
Aragón en su Historia, de Caja de Ahorros de la Inmaculada.
-
Historia de Aragón, de José Luis Corral.
-
Historia de Zaragoza. Zaragoza musulmana. José Luis Corral.
-
Avempace. Joaquín Lomba Fuentes.
-
Guía de la Judería de Tauste. Miguel Angel Motis.
-
Plan General de Ordenación Urbana de Tauste.
Actas de las IV Jornadas sobre Historia de Tauste. Paseo matemático por el Mudéjar de Tauste. Carlos
Usón Villalba y Angel Ramírez Martínez.
Actas de las V Jornadas sobre Historia de Tauste. La conquista feudal a escala local: el ejemplo de
Tauste en el valle medio del Ebro (S.XII). Carlos Laliena Corbera.
Artículos varios de Internet y Wikipedia: Sancho Ramírez de Aragón, Pedro I de Aragón, Alfonso I de
Aragón, Ramiro II de Aragón, Al-Muqtadir, Al-Mu’tamin, Imperio Almorávide, El Ambar, Caligrafía Arabe, Zagr
Alandalus (Aragón andalusí), Arte Taifa.
-
Gran Enciclopedia Aragonesa.
-
Torres mudéjares aragonesas. Francisco Iñiguez Almech.
La Cultura Islámica en Aragón. José Luis Corral, Javier Peña, José Miguel Pinilla, Carlos Bressel, Carlos
García y Mª José Cervera.
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El Islam en Aragón. Centro de Estudios Turiasonenses. Turiaso VII.1987.
-
Toponimia de la Villa de Tauste. Marcelino Cortés.
-
Torres de ascendencia islámica en las comarcas de Calatayud y Daroca. Agustín Sanmiguel Mateo.
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