Mayo del 68

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Mayo del 68
La revolución de los jóvenes
Hace treinta años una inédita ola de protesta juvenil embestía contra las confortables sociedades de consumo
existentes en los países industrializados, transgrediendo tabúes, prejuicios y las normas de la moral
tradicional.
Se trataba de una explosión de la imaginación que no tuvo como meta la toma del poder, sino que se propuso
iniciar el asalto a la fortaleza del conformismo y la gazmoñería burguesa.
En Estados Unidos, Alemania, Italia, Japón y Francia, amplios sectores de la juventud se alzaron contra la
trilogía opresora −padre, patrón, Estado− proclamando su voluntad de transformar la vida bajo el alero de los
libertarios y permisivos gritos de: ¡Se prohibe prohibir!, ¡El orden verdadero es la anarquía!, ¡Se perdió el
respeto, no lo vayas a buscar!
En Francia a la revuelta estudiantil inicial, se agregó luego una crisis social y política, adquiriendo por esta
razón en determinados momentos ribetes insurreccionales, que estaban lejos de las intenciones de los
dirigentes estudiantiles que la habían desencadenado.
DANIEL COHN−BENDIT, LIDER ESTUDIANTIL EN PARIS 1968
El conflicto estudiantil abandonó en pocos días los campus y las aulas, trasladándose a las calles, fábricas y
servicios. Penetró en algunos bastiones obreros, logrando en parte la adhesión de trabajadores jóvenes, hartos
de las prácticas simplemente reivindicativas y economicistas de las cúpulas sindicales, que desde un comienzo
no vieron con buenos ojos la revuelta de pequeños burgueses "hijos de papá".
El sacudón protestatario del 68 tuvo lugar en momentos en que los países industrializados experimentaban un
crecimiento y prosperidad sin precedentes. En Francia existía una rica sociedad de consumo, el empleo estaba
asegurado, los salarios en aumento constante e indexados al alza del costo de la vida, pudiéndose constatar
una elevación en las condiciones de vida de la población francesa.
El crecimiento demográfico persistente después de la guerra, unido a un saldo migratorio positivo −producto
de la mano de obra extranjera y de la repatriación de los franceses de Argelia− tenía como resultado en el
campo de la enseñanza, un aumento importante de jóvenes que prolongaban sus estudios −contrariamente a lo
que ocurría antes de la Segunda Guerra− triplicando en sólo diez años el número de estudiantes secundarios y
universitarios. De poco menos de un millón a comienzos de los años sesenta, se pasaría a fines de esa década a
más de 2.800.000 estudiantes. Esta "explosión escolar" era consecuencia del "baby boom" que tuvo lugar una
vez que la guerra terminó. En efecto, los veinteañeros de 1968 había nacido en las postrimerías o
inmediatamente después del segundo conflicto mundial, siendo justamente este grupo etario el que
manifestaría con fuerza su voluntad de diferenciarse de las viejas generaciones, afirmando su propia identidad
y originalidad mediante un inconformismo ostensible y provocador que rehusaba aceptar los valores
tradicionales que regían a la sociedad francesa. Se trataba de jóvenes que habían crecido en la abundancia,
quienes a diferencia de sus mayores, no habían conocido las penurias y atrocidades de la guerra.
El lazo que unía a los jóvenes protagonistas de mayo y junio de 1968, era el rechazo a la autoridad establecida
y a sus cánones morales en el grupo familiar, en el marco de las instituciones educativas, en el trabajo y a
nivel del Estado.
El general Charles de Gaulle encarnaba en 1968 para millones de franceses, la legitimidad histórica nacida en
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las sombrías horas de la derrota de 1940. Pero el viejo general representaba al mismo tiempo los valores
tradicionales que parte importante de la juventud se proponía arrojar por la borda, proclamando su caducidad
y reemplazándolos por otros valores, entre los cuales el reconocimiento y el respeto de una nueva sexualidad
se abriría paso invocando su legitimidad al grito de ¡Gocemos ahora y aquí!, y del antimilitarista !Hagamos el
amor y no la guerra!
EL ESTALLIDO ESTUDIANTIL
Fue justamente la negativa de los estudiantes de la Universidad de Nanterre de aceptar el reglamento de la
residencia universitaria −que les prohibía el acceso al dormitorio de las jovencitas después de las 10 de la
noche−, unido a la incertidumbre acerca de su futuro laboral y a la demanda de una reforma de los planes de
estudio, lo que provocó numerosas ocupaciones de salas y anfiteatros en dicha casa de estudios.
Entre los estudiantes de Sociología destacaba un pelirrojo alemán, Daniel Cohn−Bendit, cuyo carisma y fuerte
personalidad reagrupó a las diversas corrientes en el Movimiento 22 de Marzo, día −mejor dicho, noche− que
marcó el inicio de la ocupación del edificio administrativo de la Universidad de Nanterre.
El decano de Nanterre trataba de contemporizar, aún cuando algunas manifestaciones fueron reprimidas por la
policía. Pero las autoridades educacionales y de gobierno no hacían mayor caso a lo que consideraban como
uno de los tantos conflictos estudiantiles que se producían cada año. Además, el gran "affaire" del gobierno,
que consumía todos sus esfuerzos, era obtener la designación de París como sede de las negociaciones de paz
entre vietnamitas y norteamericanos. El 2 de mayo, Johnson ratificaba París y el mismo día la comisión de
disciplina de Nanterre convocaba a los ocho principales dirigentes del 22 de Marzo, decidiendo el 3 de mayo
el cierre provisorio de la universidad.
Los estudiantes buscaron refugio en La Sorbona y fue entonces cuando intervino uno de esos imponderables
pequeños accidentes que influyen a veces de manera decisiva en el curso de los acontecimientos: la
imbecilidad del rector quien llamó a la policía que procedió a expulsar al grupo de "perturbadores". Actuando
con el tacto y delicadeza que caracteriza a todas las fuerzas represivas, la policía parisina no se quedó en
chicas y detuvo a más de 500 personas entre estudiantes, transeúntes, manifestantes y curiosos.
Inmediatamente se corrió la voz y el Barrio Latino con sus estrechas callejuelas que circundan La Sorbona, se
transformó en pocas horas en un campo de batalla: barricadas, adoquines, cocteles Molotov, granadas
lacrimógenas, cargas y contracargas de policías y estudiantes, todo amplificado por los reportajes que se
transmitían "directamente desde las barricadas más prestigiosas".
ESTUDIANTES golpeados por la policía en la revuelta de mayo del 68.
En los días siguientes el conflicto se apoderó de la calle, captando la simpatía de la población parisina. El
ministro de Educación −Alain Peyrefitte− y su homólogo del Interior, en lugar de aplacar los ánimos y ceder
frente a las exigencias estudiantiles, se lanzaron en una insensata prueba de fuerza con el prurito de no
transigir ante los "agitadores profesionales". Más tarde, Cohn−Bendit confesaría haber estado "sorprendido
por la increíble estupidez del gobierno". La torpeza del régimen transformaría una revuelta universitaria en
conato insurreccional: desde el 4 de mayo, en medio de coches calcinados y vestigios de barricadas,
estudiantes de otras universidades solidarizaron con sus compañeros arrestados, gritando: ¡Libertad para
nuestros camaradas! Pero el gobierno se mantuvo en sus cabales, instruyendo a los tribunales para que
aplicaran sanciones severas a los estudiantes encarcelados. Se produjo entonces la escalada: el 6 de mayo
nuevamente el Barrio Latino fue teatro de violentos enfrentamientos que dejaron un saldo de centenares de
heridos; el 7, un cortejo compuesto por más de 20.000 estudiantes secundarios y universitarios desfilaba por
París. La noche del viernes 10 al sábado 11 sería decisiva para el curso ulterior de los acontecimientos: el
Barrio Latino fue copado por los manifestantes que instalaron decenas de barricadas donde flameaban
banderas rojas, negras y del FLN de Vietnam, así como afiches del Che, Lenin y Mao. A la dos de la mañana,
el gobierno consideró que no se podía tolerar por más tiempo el desafío a su autoridad y ordenó cargar a la
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policía. Tres horas de enfrentamientos −que se transformaron en algunos momentos en verdaderos combates
urbanos− fueron necesarios para desalojar a los iracundos manifestantes. Los heridos se contaban por centenas
y, hecho importante, muchos de ellos provenían de sectores sociales acomodados. Los destrozos fueron
cuantiosos pero la opinión pública juzgó más severamente a la policía que a los estudiantes. Incluso partidos
gubernamentales y algunos gaullistas, protestaron por la brutalidad de la represión. Fue entonces cuando las
centrales obreras (CGT y CFDT, particularmente) y el poderoso sindicato de profesores de la enseñanza
superior (FEN), llamaron a una huelga general para el lunes 13, condenando el empleo de la fuerza contra los
jóvenes.
OBREROS ENTRAN EN ESCENA
Un conflicto local, universitario, se estaba convirtiendo en un conflicto social de grandes proporciones debido,
en gran parte, a la torpeza de las autoridades.
De retorno de un viaje al extranjero, el primer ministro, Georges Pompidou, hizo algunas concesiones: decretó
la apertura de La Sorbona y de otras universidades, prometiendo la liberación próxima de los estudiantes
detenidos el 5 de mayo. Pero la crisis ya había dejado de ser solamente universitaria, transformándose en una
crisis social que iba a estallar espontáneamente al calor de los acontecimientos desencadenados por los
estudiantes, y en dos semanas millones de huelguistas ocuparían fábricas y servicios, paralizando al país.
Lo sorprendente de la entrada en la lucha de los asalariados, fue que su participación ocurrió sin consignas ni
plan preestablecido. Se trataba de ocupaciones espontáneas de lugares de trabajo y otras acciones, ante las
cuales las principales centrales sindicales se veían sobrepasadas. Rápidamente entonces trataron de controlar y
encauzar el movimiento. Las centrales más permeables a la influencia "gauchiste" (izquierdista,
ultraizquierdista), sin descuidar las reivindicaciones tradicionales, intentaron sacar partido de la situación,
proponiendo el cambio de estructuras económicas y políticas. Por su parte, la central más poderosa −la CGT,
controlada por el PC− intentaba aprovechar la coyuntura para obtener ventajas materiales inmediatas para los
trabajadores. Pero nadie en esta "revolución" sui géneris, a excepción de algunos grupos considerados como
"iluminados" −la Juventud Comunista Revolucionaria de Alain Krivine y la Unión de la Juventud Marxista
Leninista, de orientación maoista−, propugnaba el cambio del sistema de propiedad ni el término de la
explotación capitalista. La verborrea revolucionaria estaba a la moda y en el movimiento huelguístico se
expresaban serias divergencias entre comunistas y "gauchistes". Estos últimos empleaban una fraseología
revolucionaria. (Continúa en la pág. siguiente)Pero los que proclamaban su intención de hacer la revolución
no eran los ya antiguos bolcheviques sino simplemente ultraizquierdistas. El gobierno utilizaría hábilmente
esta ambigüedad, sabiendo que el tema del complot comunista era mucho más rentable en términos de
propaganda e intoxicación. Sin embargo, en la propia ORTF −radio y televisión francesa− comenzó un
movimiento de apoyo a los estudiantes.
Una moda "consignista" apareció y en los muros de París florecían cada día nuevas e ingeniosas frases y
afiches. Nacían consignas hoy mundialmente conocidas, que intimidaban y provocaban la perplejidad en los
veteranos cuadros sindicales: ¡La imaginación al poder! ¡Gocemos sin tapujos! ¡Decretemos el estado de
felicidad permanente! ¡Corre camarada, el viejo mundo ha quedado atrás! ¡Exagerar ya es comenzar a
inventar!
En este drugstore ideológico, la idea marcusiana acerca del inevitable aburguesamiento de la clase obrera,
tenía un lugar privilegiado. Los soixante−huitards no trepidaron luego en apropiarse hasta del guevarista
¡Seamos realistas, pidamos lo imposible!
Se decretó la autogestión en la universidad, anunciando que desde ahora "la Universidad de París será
autónoma, popular y abierta en permanencia, día y noche, para todos los trabajadores", instalándose un
prolongado happening en medio de un ambiente de kermesse. El teatro nacional del Odeón fue ocupado y una
asamblea permanente escuchaba a conocidos artistas e intelectuales que llamaban a la unidad entre obreros y
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estudiantes: "La tarea de los estudiantes hoy en día −proclamaba a voz en cuello Jean Paul Sartre ante un
teatro en trance− es destruir la universidad".
A pesar de las múltiples amenazas y profesiones de fe revolucionarias, el gobierno tambaleaba pero no cedía,
y el país se hundía en una huelga prolongada que exasperaba a los dirigentes sindicales.
La manifestación del 13 de mayo congregó a centenares de miles de personas y los dirigentes estudiantiles
Daniel Cohn−Bendit, Jacques Sauvageot y Alain Geismar, se impusieron ante los dirigentes sindicales: "Lo
que me gustó esta tarde, es haber desfilado a la cabeza de la manifestación, mientras que los estalinianos
tuvieron que ponerse a la cola", expresaba eufórico Cohn−Bendit.
FABRICAS OCUPADAS
El general De Gaulle no había intervenido abiertamente hasta ese momento en el conflicto, dejando actuar a
su primer ministro. Altanero y subestimando el cariz político que tomaban los acontecimientos, prefirió
comenzar una visita de cinco días a Rumanía, negándose a anular un encuentro internacional por problemas
internos, considerados secundarios. Pero fue justamente el 14 de mayo que se iniciaba en la fábrica
Sud−Aviación de la ciudad de Nantes, una ocupación que daría el "vamos" a las tomas masivas de industrias
con secuestro de ejecutivos y gerentes. Al día siguiente fue el turno de Renault, simbólico bastión obrero
situado a las puertas de París. Los estudiantes concurrieron por miles, expresando su solidaridad con los
trabajadores. Pero la CGT decidió no mezclar sus fuerzas con los estudiantes pequeño burgueses
contaminados de "gauchisme", ordenando cerrar las puertas de la gigantesca usina. Era la primera ruptura
abierta entre obreros y estudiantes.
El ejemplo de Sud−Aviación y de Renault tuvo un efecto multiplicador: el 20 de mayo, cerca de diez millones
de trabajadores ocupaban sus lugares de trabajo. De Gaulle decidió acortar su visita a Ceaucescu y volvió
declarando: "Sí a las reformas, no a la casa de remolienda". Decidido a terminar con las huelgas, exigió el
desalojo de La Sorbona y del Odeón. Pero sus ministros le hicieron ver que tal operación podía significar un
baño de sangre. El 22, Cohn−Bendit fue expulsado de Francia y el 24 De Gaulle anunció un plebiscito. En
caso de una respuesta negativa, abandonaría el poder. Pero el anuncio no tuvo efecto y los enfrentamientos en
París continuaron, al igual que las ocupaciones. Francia estaba completamente paralizada y Cohn−Bendit se
encargaba de ridiculizar al gobierno, ingresando clandestinamente al país y haciendo uso de la palabra en el
anfiteatro de La Sorbona en delirio.
Fue entonces cuando reuniones informales entre Georges Seguy −dirigente de la CGT− y el joven
subsecretario de Asuntos Sociales y del Trabajo, Jacques Chirac, desembocaron en una maratónica reunión
oficial tripartita −la famosa reunión de Grenelle− del 25 al 27 de mayo, entre el gobierno, representado por el
propio Pompidou y Chirac, la CGT y la confederación patronal, CNPF. Los tres interlocutores querían
restablecer el orden en la caótica situación reinante. Ante la sorpresa de los jefes sindicales, los representantes
de los patrones aprobaron gustosos todas las reivindicaciones de carácter económico, hasta aceptaron 35% de
aumento del salario mínimo, además de regalías sociales y sindicales en las empresas.
Enarbolando el anteproyecto de acuerdo aún no firmado −sujeto a ratificación por las bases− Georges Seguy,
líder de la CGT, se presentó en los talleres de Renault, frente a decenas de miles de trabajadores, enumerando
los diversos puntos discutidos con el gobierno y la confederación patronal. Los trabajadores, ante la
estupefacción de la dirigencia sindical, rechazaron mayoritariamente el acuerdo, rehusando retornar al trabajo,
pidiendo a gritos: ¡Queremos un gobierno popular! Igual cosa sucedía en todo el país en las grandes empresas
en huelga. La V República fundada por De Gaulle en 1958, parecía vivir sus últimas horas. La crisis había
entrado en su fase política.
El 27 de mayo se reunían en el estadio Charlety de París, miles de personas respondiendo al llamado de la
federación de estudiantes −UNEF−, del Partido Socialista Unificado y de algunos dirigentes de tendencia
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radical−socialista (Mendes−France). El 28, François Mitterrand −candidato de la izquierda unida en las
presidenciales de 1965− propuso la constitución de un gobierno provisorio. Mientras tanto, el PCF, cauto,
mostraba su fuerza en las calles, enfrentando no sólo a la policía sino también a la ultraizquierda. Los
comunistas no se tragaban aquello del "vacío de poder". Pero, empujados por los acontecimientos, debieron
entablar conversaciones con Mitterrand, mientras su secretario general, Waldeck Rochet, afirmaba: "No
somos aventureros", pero avanzaba entre líneas la idea de un "gobierno popular".
LA REVOLUCION
QUE NO FUE
El 29, tuvo lugar un coup de theâtre: desapareció el general De Gaulle durante todo el día, provocando
rumores alarmantes. Se detectaron movimientos de tropas, mientras en el PCF se temía una salida militar "a la
griega". En realidad De Gaulle había llegado profundamente deprimido a la base militar francesa de
Baden−Baden en Alemania, recibiendo el apoyo del general Massu, ex jefe de las fuerzas especiales en
Argelia, quien lo alentó a retomar el país bajo su control. De Gaulle volvió a París y al día siguiente pronunció
un discurso donde manifestó su decisión de hacer frente a la crisis. La Asamblea Nacional fue disuelta,
llamando a elecciones legislativas: "A menos que se quiera amordazar al pueblo impidiéndole expresarse,
como se impide a los estudiantes estudiar, a los trabajadores trabajar, a los profesores enseñar... empleando la
intimidación, la intoxicación y la tiranía ejercidas por grupos organizados y por un partido totalitario... Es
necesario en consecuencia, organizar la acción cívica para impedir el desarrollo de la subversión".
Esa misma tarde más de 400 mil personas −en su mayoría provenientes de los barrios elegantes− convergieron
en los Campos Elíseos. La manifestación de la "Francia silenciosa" estaba encabezada por los líderes
históricos del gaullismo: Malraux, Debré, Mauriac. Fue el inicio de un retorno a una política ofensiva de parte
del gobierno. Las dirigencias políticas comenzaron a pensar entonces en las futuras elecciones, mientras que
los estudiantes y los sectores más radicalizados los vituperaban: acusándolos de haber quebrado el
movimiento, al grito de: ¡Elección=traición!
En junio la normalidad terminó por imponerse aun cuando los enfrentamientos en el curso de ese mes
provocaron la muerte de varias personas: un comisario de policía arrollado por un camión, dos obreros de
Peugeot y un joven ahogado en un río al huir de una carga policial. La bencina volvió a las estaciones de
servicio y los basureros africanos comenzaron a limpiar las calles y avenidas. El verano se instalaba en la
dulce Francia con su cálido embrujo, invitando a los agotados manifestantes al mar, al campo y a la montaña.
La revolución había terminado.
DANIEL Cohn−Bendit, concejal verde en Frankfurt, 1998.
Las elecciones legislativas constituirían un gran triunfo para el partido gaullista. La izquierda y el PCF
pagarían electoralmente las consecuencias. De Gaulle había salido una vez más airoso de una dura prueba.
Mayo y junio de 1968 provocarían, sin embargo, transformaciones perdurables en el plano social, político y
cultural. Daniel Cohn−Bendit, "Danny el Rojo", se convertiría en un razonable verde, siendo elegido concejal
por Frankfurt, mirando desde ahora con otros ojos al capitalismo. El antiguo pacifista libertario, apoyaría la
guerra contra Iraq, así como la intervención de la OTAN en Yugoslavia. Jacques Sauvageot comenzaría una
oscura vida de burócrata y Alain Geismar, en la actualidad consejero del impopular ministro de Educación,
trataba hace algunos días −protegido por la policía− de contener a los exasperados padres y apoderados de la
comuna obrera de Saint Denis, quienes exigían presupuesto y profesores suficientes para los liceos de la zona.
Muchos otros soixante−huitards hicieron exitosas carreras como businessman, dejando de lado el primaveral,
ingenuo y generoso sueño de mayo: "los revolucionarios de 1968 son en la actualidad los hombres de
negocios que la burguesía necesitaba. Ellos tuvieron por función, asignada por las leyes evidentemente
marxistas del capitalismo, de abrir a la burguesía las puertas de una nueva fase de desarrollo" (Régis Debray).
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Ah, Madre Revolución, ¡cómo te amaban tus hijos en 1968!
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