Rusiñol y la pintura europea Eliseu Trenc Université de Reims El naturalismo Antes del año 1889, la pintura de Rusiñol era realista: entroncaba claramente con el realismo catalán, con Joaquim Vayreda y la escuela de Olot en cuanto al paisajismo (el artista pintó allí, durante el otoño de 1888, algunos de sus mejores paisajes rurales como Fuente de San Roque, El mirador de la ermita, Bosque de Cuní), y con el citado Vayreda y otros pintores realistas, tal vez como Dionís Baixeras, en lo que respecta a las figuras de campesinas, hilanderas y labriegos. Pese a todo, a partir de 1886 hay aspectos de su obra que indican una orientación naturalista, más trivial que el realismo anterior, y que probablemente, como dice Isabel Coll,1 son producto de su viaje de novios a París en junio de 1886, en el cual Santiago visitó el Salon de París y admiró a los paisajistas suecos y norteamericanos. Dos temáticas parecen ser afines al naturalismo por su trivialidad, por su pobreza. En primer lugar, el mundo del trabajo que atrae particularmente a Rusiñol, los telares, los interiores de fábrica, de tintorería, todos pintados del natural y muy catalanes, y en segundo lugar unos paisajes intrascendentes de zonas suburbanas con el pueblo llano y pequeños menestrales como protagonistas (Fuente de Montjuïc, 1886/1887, La caracolada, 1887, etcétera). También se puede ver aquí la influencia de su amistad con los escritores «naturalistas» catalanes Joan Sardà, Josep Yxart y Narcís Oller, tal como apunta Josep de C. Laplana.2 Con motivo de la exposición de Navidad de 1889 en la Sala Parés, cuando Rusiñol había fijado su residencia en París, el naturalismo pictórico apareció como una nueva escuela en la que Baixeras, Joan Llimona, Casas y Rusiñol ejercían de figuras principales. Quiero decir con todo esto que, cuando Rusiñol llegó a París en septiembre de 1889, era ya un pintor naturalista. En la cuestión temática, en vez de retratar los arrabales barceloneses pintó vistas melancólicas de los patios y las calles de Montmartre, que podían tener un cierto parentesco con aquéllos. Sin embargo en materia estilística, como veremos, los cambios fueron más fundamentales. Antes, no obstante, habría que preguntarse por qué Rusiñol no fue sensible a la pintura clara del impresionismo. Creo que su educación catalana un punto tradicional, con la influencia de su maestro, Moragas (un discípulo de Fortuny que se había formado en Roma), y sobre todo con el ejemplo de Ramon Casas, que desde el año 1881 había estudiado en el taller del prestigioso retratista Carolus Duran (quien había transmitido la admiración por Velázquez a sus alumnos, el propio Casas o el gran retratista americano John Singer Sergent), apartaron a Rusiñol de la pintura clara y desdibujada del impresionismo y le afianzaron en la pintura 1. Isabel Coll, Rusiñol y la pintura europea. Sitges, Consorci del Patrimoni de Sitges, 2006, p. 35. 2. Josep de C. Laplana, Santiago Rusiñol. El pintor, l’home. Barcelona, Publicacions de l’Abadia de Montserrat, 1995, p. 44-46. 107 naturalista, que a la sazón tenía en Francia una doble vertiente, la ruralista de la pintura del «plenairismo» con Bastien-Lepage como figura capital, y la suburbial con pintores como JeanFrançois Raffaëlli. Recordemos que en septiembre de 1889 Casas no se encontraba en París, y que rápidamente se instaló en Montmartre, en un caserón de la calle de L’Orient, una especie de falansterio catalán compuesto por Rusiñol, Miquel Utrillo,Enric Clarasó y Ramon Canudas. Rusiñol no tardó en matricularse en una academia de dibujo llamada La Palette, que tenía por maestro a Henri Gervex y como ayudante a Ferdinand Humbert. Más que Gervex, el cual, pese a utilizar una técnica donde se advertía la influencia de la pintura esbozada y luminosa del impresionismo, era un pintor mundano, especialista en desnudos y retratos femeninos, que mal podía influir en el pintor naturalista que era nuestro artista a su llegada a París, supongo que resultaron esenciales para la orientación de su arte algunos condiscípulos de la academia citados por Miquel Utrillo,3 como Maxime Dethomas o Joseph Engel-Garry. Maxime Dethomas era amigo íntimo de Toulouse-Lautrec y acompañaba a éste en sus rondas nocturnas por los cafés y los cabarets de Pigalle y Montmartre, lo que me lleva a pensar que juntamente con Miquel Utrillo, buen conocedor también de aquellos ambientes, fue uno de los introductores de Rusiñol en la vida nocturna parisina, aunque Dethomas era, por encima de todo, un gran dibujante. Su estilo esquemático y poderoso recuerda un poco al de Forain, su temática era naturalista y dibujaba con notable sinceridad los tipos de la vida de Montmartre que le rodeaban. Si bien su arte es muy personal y diferente del de Rusiñol, el dibujo de Dethomas, que se convertirá unos años más tarde en cuñado de Zuloaga y continuará viendo con frecuencia a Rusiñol, pudo ser un incentivo para que el artista barcelonés se mantuviera en la corriente naturalista. En cuanto a Engel –hijo del tenor Pierre-Émile Engel, que había actuado en Barcelona–, presentó en el Salon du Champ-de-Mars de 18904 un retrato de un viejo, Le père François, pintado al aire libre, sentado en un banco en una especie de patio, que por su espíritu parece bastante próximo a los retratos coetáneos de figuras aisladas de Rusiñol, como puedan ser los cuadros Huerto con un viejo y una niña (1891) o Moulin de la Galette, con un Utrillo visto de espaldas, meditabundo y solitario. Ya es hora de hablar de la Société nationale des beaux-arts, conocida también como del Champde-Mars, que fue una escisión del oficial Salon des artistes français. Casas y Rusiñol participaron desde el primer año, 1890, algo que no es de extrañar si pensamos que tanto Carolus-Duran, el maestro de Casas, como Gervex formaban parte de los ocho miembros fundadores. Laplana5 nos aclara que fue Utrillo el que convenció a Rusiñol de adherirse a un nuevo salón que representaba para él el arte moderno, es decir el naturalismo en el campo pictórico, como se puede comprobar claramente en sus crónicas publicadas en La Vanguardia en 1890. 3. Miquel Utrillo, Història anecdòtica del Cau Ferrat. Sitges, Grup d’Estudis Sitgetans, 1989, p. 60. 4. Catalogue officiel illustré de la Société nationale des beaux-arts. París, 1890, p. 104. 5. J. de C. Laplana, Santiago..., op. cit., n. 3, p. 136. 108 La consulta de los catálogos ilustrados oficiales de los salones del Champ-de-Mars correspondientes a los años 1890, 1891 y 1892 nos permite constatar que existía un grupo de pintores que practicaba un arte naturalista centrado en temas parisinos cercano al de Rusiñol y al de Casas, sin que se pueda hablar, a mi juicio, de influencias de unos sobre otros, sino más bien de unos intereses comunes y un parentesco estético. En la lista de las personas que conoció Rusiñol en París, Utrillo6 cita en una nota a algunos pintores que exponían en la Société nationale des beaux-arts como Alfred Roll, René Billotte y el sueco Anders Zorn, que fue amigo de Sorolla. Roll influyó seguramente en el arte del retrato de Rusiñol y además sabemos que éste le admiraba, como admiraba también la obra de Cazin y de Besnard.7 Los tres fueron, por otra parte, miembros fundadores del Salon du Champ-de-Mars, y los dos últimos se pueden inscribir en la corriente naturalista. René Billotte nos interesa por tratarse de uno de los mejores paisajistas parisinos de su tiempo. Se especializó en vistas nebulosas del Sena, pintadas desde el nivel del agua con los muelles en primer plano y el humo de las barcazas, unas escenas de las que son buenos ejemplos El Sena en el Quai d’Orsay, que presentó en el Salon du Champ-de-Mars el año 1892 y Les dernières brumes, Notre Dame, que mostró el año 1893 y que recuerda mucho un cuadro del mismo tema de Rusiñol, Notre Dame. París, de 1895. Con este ejemplo sólo quiero insinuar que la referencia a Whistler cuando se habla de las vistas neblinosas de París tanto de Casas como de Rusiñol es innecesaria, y me parece incluso equivocada, ya que los artistas catalanes no alcanzan nunca el grado de abstracción y de musicalidad de los paisajes envueltos en bruma del pintor americano. Otros artistas del Salon du Champ-de-Mars, caídos hoy en el olvido, que guardan un parentesco con la pintura parisina de Rusiñol son Norbert Goeneutte, que pintó la vida bohemia de Montmartre, y los hermanos Victor y Adolphe Binet, que pintaron jardines de los suburbios, lavanderas en unos patios que demuestran que junto al naturalismo rústico fundado por Jean-François Millet y seguido por Bastien-Lepage, subsistía, en esta casi tercera generación naturalista de principios de los años noventa, un naturalismo ciudadano y suburbial en el que se integraron Casas y Rusiñol. Al lado de esta pintura naturalista del Salon du Champ-de-Mars, otra probable influencia en la obra costumbrista y los escenarios bohemios y satíricos de Montmartre creados por Rusiñol es la de los dibujantes de las revistas parisinas, como bien apunta Isabel Coll.8 A la revista Le Courrier Français, con los dibujos de Heidbrinck y Lucien Pissarro, que menciona Isabel Coll, yo añadiría otras publicaciones de Montmartre que los catalanes del Moulin de la Galette tenían que conocer forzosamente como Le Chat noir o Le Divan japonais, que emanaban de los célebres cabarets que frecuentaban, por no hablar de las partituras de canciones, en particular las de Aristide Bruant, ilustradas por Steinlen y reunidas en un libro en dos volúmenes, Dans la rue, publicado 6. M. Utrillo, Història..., op. cit., n. 4, p. 65. 7. J. de C. Laplana, Santiago..., op. cit., n. 3, p. 134. 8. I. Coll, Rusiñol..., op. cit., n. 2, p. 67. 109 entre 1889 y 1894. Steinlen dibuja el mundo miserabilista de los marginados y los bribones que canta Bruant, en un estilo artístico muy similar al de Casas o Rusiñol. El supuesto «impresionismo» de nuestros artistas catalanes ha hecho correr mucha tinta. Hay que descartar de entrada el paisajismo impresionista, que no practicaron ni Rusiñol ni Casas. Ellos nunca usaron la técnica impresionista de la mezcla óptica de tonos puros, ni los colores primarios, ni rechazaron tampoco el negro sino todo lo contrario, como veremos al estudiar la segunda etapa parisina de Rusiñol, la de la Île Saint-Louis. Lo que sí existe es un parentesco con la pintura de figuras del impresionismo, en especial la de Degas. Utrillo9 explica que gracias a su amistad con el pintor veneciano Zandomeneghi (vecino y amigo de Suzanne Valadon, que conocía a todos los impresionistas y tenía una amistad íntima con Degas), podía contar al grupo catalán de la calle de L’Orient la historia completa de la pintura francesa de la segunda mitad del siglo xix. Rusiñol conocía por lo tanto la obra de Degas, y éste, juntamente con Whistler, influyó en el japonismo de su composición. En los óleos parisinos de nuestro pintor el encuadre es muy libre: objetos y personajes aparecen cortados, generalmente descentrados, asimétricos, son vistos de arriba abajo y a menudo en tres cuartos, con importantes espacios vacíos en primer término, según unos esquemas compositivos en diagonal más dinámicos que el esquema frontal, simétrico y estático. La sugerencia del espacio no se consigue siempre mediante la perspectiva lineal, sino por medio de planos superpuestos y una perspectiva atmosférica. Todo ello transmite esa sensación de naturaleza sorprendida instantáneamente y de vida en movimiento que fue la gran lección de la estampa japonesa que Rusiñol recibió, en mi opinión, a través del filtro de Whistler, de Degas y posiblemente de Toulouse-Lautrec y sus famosos carteles de espectáculos de Montmartre. Entre 1889 y 1892 Rusiñol encontró su sitio en el Salon du Champ-de-Mars, donde, pese a la presencia de pintores tan académicos como Meissonier o el mismo Gervex, podemos decir que se concentraban los pintores naturalistas franceses y extranjeros. Utrillo es plenamente consciente de esta circunstancia en una de sus crónicas, cuando escribe: «[…] porque tanto Casas como su inseparable amigo Rusiñol están muy en su lugar entre los pintores reunidos en el Palacio de Bellas Artes [Salon du Champ-de-Mars], cuya divisa es el arte por el arte, y cuyos ideales, mucho más vastos y generosos que los de los académicos, admiten la belleza en las más humildes manifestaciones de todo lo que, por el mero hecho de existir, es interesante.»10 La historia de la introducción y la aclimatación de esta pintura naturalista en Barcelona, y de la lucha contra el arte y la crítica burguesa y moralista, es de sobra conocida a través de la recepción dada a las grandes exposiciones colectivas del trío Casas, Rusiñol, Clarasó en la Sala Parés durante los años 1890, 1891 y 1892. Josep Maria Jordà lo resume 9. M. Utrillo, Història..., op. cit., n. 4, p. 60-61. 10.Miquel Utrillo, «Desde París. En el Salón de 1890. Campo de Marte», La Vanguardia, 14 de mayo de 1890. 110 muy bien: «Aquello del realismo, del verismo, del plein air, de la fiel evocación de la naturaleza sin embellecerla, sin desfigurarla con la excusa justamente de embellecerla, aquello de que viniesen de Francia con la voluntad de hacernos comprender un nuevo concepto del arte, [los críticos] no lo podían perdonar.»11 A pesar de la oposición de la crítica barcelonesa más anticuada y rancia –de la que Miquel Badia, el crítico del Brusi, era el máximo exponente–, esta pintura naturalista de temática vulgar que rezumaba la fina grisalla montmartriana, y que en la época representaba una modernización y europeización del panorama del arte catalán, acabó por imponerse en gran parte gracias al apoyo de La Vanguardia, que desde el punto de vista artístico era realmente vanguardista, con su inteligente director, Modesto Sánchez Ortiz y sus críticos, Miquel Utrillo, corresponsal en París, y sobre todo Raimon Casellas. Se puede establecer un paralelismo esclarecedor con el arte vasco contemporáneo, y particularmente con la renovación que encarnó en ese marco la figura de Adolfo Guiard,12 nacido el año 1860 –coetáneo pues de Rusiñol–, que estudió en París de 1878 a 1886 y que fue influido por Degas, y por algunos pintores afines y seguidores a su vez de Degas como Zandomeneghi, Raffaëlli, etcétera, unos nombres que, y esto no es fortuito, reencontramos entre los artistas admirados por los catalanes de Montmartre, Utrillo, Casas y Rusiñol. El gran crítico e historiador del arte Juan de la Encina sintetizó a la perfección el papel de Guiard en el arte vasco, y creo que lo que dice se podría aplicar igualmente al papel que desempeñaron Rusiñol y Casas en el arte catalán a finales del siglo xix: «Guiard representó también en esto a su pueblo, y al traernos el arte y las tendencias artísticas que en un tiempo privaron en París, nos trajo con ellas las apetencias de nuevas formas de arte. Abrió con ello en nuestro pequeño medio artístico perspectivas hacia todos los rumbos. Todos los artistas que vinieron tras él […] siguieron las rutas modernas que Guiard estableció en Bilbao […], así él nos puso en relación continua con el foco moderno más intenso y variado de producción artística. Desde entonces, el llamado arte vasco está sellado de la influencia del moderno arte francés.»13 Es evidente que la segunda generación modernista, la digamos «postimpresionista» de los Nonell, Mir, Pidelaserra y un jovencísimo Picasso, fue mucho más revolucionaria y llegó mucho más lejos que el dúo Casas-Rusiñol; pero estoy seguro de que sin su ejemplo, sin la sólida orientación hacia el arte francés renovador y el foco artístico que crearon desde el año 1897 en torno a Quatre Gats, una especie de trasplantación montmartroise al corazón de la Barcelona burguesa, el camino de los artistas jóvenes no hubiera sido tan fácil y diáfano. Esta conexión con la pintura francesa naturalista fue muy importante. Sin embargo, Rusiñol fue todavía más lejos, no ya solamente como pintor, sino también como escritor, artista total e intelectual, cuando sintonizó verdaderamente con la cultura europea de su tiempo, de finales de siglo, mediante la adopción de la estética simbolista. 11. Josep Maria Jordà, Ramon Casas, pintor. Barcelona, Llibreria Catalonia, 1931, p. 25. 12.Véase Javier González de Durana, Adolfo Guiard. Bilbao, Museo de Bellas Artes de Bilbao, 1984. 13. Juan de la Encina, «Adolfo Guiard», Hermes, Bilbao, mayo de 1918. 111 El simbolismo En noviembre de 1893 Rusiñol, tras el descubrimiento de Sitges y Mallorca, volvió a París y en diciembre alquiló un piso burgués en la Île Saint-Louis, con Jordà y los pintores vascos Zuloaga y Uranga. Pintó más que nada escenas intimistas –de las que sería un precedente La niña del clavel, realizado en Sitges unos meses antes–, retratos de mujeres jóvenes por lo general vestidas de negro, como de duelo –Novela romántica, La señorita Nantas, Retrato de mujer–, que nos dan la impresión de estar ausentes, perdidas en misteriosas ensoñaciones. Este arte sugestivo, que sólo deja entrever lo que pretende expresar, rompe cabalmente con el lenguaje del naturalismo. Rusiñol se adentra en la psicología, quiere captar las sutilezas de los sentimientos. Se aleja, por consiguiente, del realismo de sus inicios. Más allá del retrato, que es únicamente apariencia, el pintor aspira a sugerir un estado de ánimo que en realidad es el suyo, esa melancolía vital que le caracteriza, su conocida tristeza, la sensación de soledad, que es también el mal del fin de siglo, el nihilismo expresado por Nietzsche y por Schopenhauer. Un poco antes, desde los años 1891 y 1892, Rusiñol se había volcado en el tema de los enfermos y las enfermedades con diversos cuadros –Una enferma (1891), Ramon Canudas, enfermo (1892), La convaleciente (1893)–, tema que culminaría con La morfina (1894) (p. xxx), donde a través del retrato de una «[…] mujer histérica desvanecida en la cama, hundida la cabeza en la gran almohada y apretando convulsa, con las manos crispadas, las sábanas […]»14 Rusiñol aludía a su propia adicción. El artista comparte aquella sensibilidad finisecular, morbosa y decadente, que se recreaba en la representación de la enfermedad, la muerte y la soledad humana. Recordemos que cuando Rusiñol llegó a París en el año 1889, el simbolismo se estaba extendiendo por el ambiente artístico parisino. Nuestro artista había leído a J.-K. Huysmans, autor de la primera gran novela simbolista decadentista, À Rebours [A contrapelo] (1884),15 admiraba profundamente a Maeterlinck, como se evidencia en el estreno de La intrusa, que constituyó el plato fuerte de la segunda fiesta modernista de Sitges el 10 de septiembre de 1893, y estaba impregnado de la pintura simbolista de Puvis de Chavannes y del arte sentimental, enfermizo y doloroso de Eugène Carrière, que le revelaron un mundo nuevo, un cambio de registro estético de la realidad hacia el onirismo, mundo que Rusiñol calificaba de «sueño negro» en su libro Hojas de la vida (1898). A esta influencia del simbolismo franco-belga habría que sumar la de los prerrafaelitas ingleses. Rusiñol acusaba la misma incompatibilidad que los prerrafaelitas entre el arte tal como lo concebía y la nueva civilización positivista, materialista, de la sociedad industrial de la segunda mitad del siglo xix, no estaba cómodo en su época, se sentía inadaptado, desfasado con respecto a ella. Por esa razón, al igual que los prerrafaelitas, volvió a las fuentes primitivas del arte anterior a Rafael, al arte espiritual de los grandes artistas místicos italianos, como demuestran por una parte la crónica de sus 14.Josep Maria Jordà, La publicidad, 19 de octubre de 1894. 15.Santiago Rusiñol cita a Huysmans cuando habla de los primitivos en Impresiones de arte. Obres completes. Barcelona, Selecta, 1956 (2ª ed.), p. 1.814. 112 visitas al Louvre, donde admiró la sala de los primitivos italianos,16 y por otra las copias de los citados primitivos, de Benozzo Gozzoli, de la escuela pisana, de Pietro Gerini, de Giotto, de Botticelli, etcétera, pintadas durante su viaje a la Toscana con Zuloaga en la primavera de 1894. Aquellas copias iban destinadas al nuevo Cau Ferrat de Sitges, que Rusiñol había proyectado ampliar, una reforma que pudo hacer el verano del mismo año. Con objeto justamente de decorar su casa museo del Cau Ferrat –que él consideraba un templo-refugio para las artes, un santuario para los adeptos a la religión del arte, el Bayreuth, la Meca de los modernistas–, el artista ejecutó en el año 1895 los tres plafones ojivales simbolistas de la Pintura, la Poesía y la Música, las tres artes hermanas que debían reinar en el seno del Cau Ferrat y que representan seguramente, con la fusión del personaje alegórico y del paisaje idílico, ese paraíso encantado del jardín tan frecuente en la pintura simbolista francesa y británica, y con la evasión hacia tiempos remotos, ya sea la Edad Media o el Renacimiento, la obra más tópicamente simbolista de Rusiñol. Las alegorías de la Poesía, la Pintura y la Música son corrientes en el arte simbolista, y quizá todavía más en la escultura, las artes decorativas y las artes gráficas –como por ejemplo los ex libris–, que en pintura. Aun así, y sin que haya ni imitación ni influencia directa de los plafones del Cau Ferrat, podemos citar como obras pictóricas una alegoría de la Música de Hébert con el motivo iconográfico del arpa, dos pinturas decorativas, La Poesía y La Música, de Raphaël Collin (1899), y en la propia Cataluña los dos plafones, Poesía y Música, de Alexandre de Riquer del año 1897. Pensando siempre en el paralelismo con lo que pasaba al mismo tiempo en Europa, hay una coincidencia cronológica interesante entre la ampliación y la transformación del Cau Ferrat en casa museo y la decisión de Gustave Moreau de convertir su casa en museo; precisamente, las obras de rehabilitación empezaron en 1895. Con esto sólo quiero subrayar en qué medida sintoniza la personalidad artística de Rusiñol con el mundo del simbolismo, cómo se transforma la casa del artista en refugio y templo del arte, y todo ello en un contexto que abarca desde la paradigmática casa-refugio de Des Esseintes, el neurasténico protagonista de la novela A contrapelo de Huysmans, hasta las casas de Gustave Moreau o de Fernand Khnopff, entre otras muchas. Hubo sin embargo otro aspecto del viaje a Italia que finalmente tuvo más trascendencia, y que fue la visita a la colina de Fiésole, la tierra de Fra Angelico, de la cual se conservan varios dibujos y un relato.17 Estoy totalmente de acuerdo con Guillermo Solana18 en lo que concierne a la importancia del descubrimiento del tema iconográfico y simbólico del ciprés en el transcurso de esta visita, donde confluyen el culto a la pintura primitiva de Fra Angelico, la espiritualidad del árbol –el ciprés como árbol de los muertos– y el decadentismo del cambio de siglo. El motivo de la avenida de cipreses se erigirá en un leitmotiv de la obra posterior de Rusiñol y tendrá siempre un carácter espiritual. El año 1896 16.S. Rusiñol, «La oración del domingo», ibídem, p. 1.814-1.815. 17.S. Rusiñol, «El monte de los cipreses», ibídem, p. 1.838-1.841. 18.Guillermo Solana, «El camino de los cipreses», Los pintores del alma. Madrid, Fundación Cultural Mapfre Vida, 2000, p. 61-62. 113 pintó en Montserrat uno de sus cuadros más logrados, Paisaje místico (p. 236) , donde asocia a la joven soñadora vestida de negro de su época intimista de París con una avenida de cipreses vista en perspectiva. Resulta muy interesante advertir que la figura femenina que, para mí, sería más bien una imagen de la soledad y la tristeza, es vinculada por la crítica del momento, como los otros retratos de mujeres pintados en la Île Saint-Louis, a la neurastenia, y que Roviralta la describe como una enferma: «Rusiñol […] nos ha entusiasmado con el nº 95, que representa una avenida de cipreses de Montserrat, y en primer término aparece sentada en un banco con un libro en la mano una mujer, la mujer de siempre, la enferma de Rusiñol.»19 En la avenida de cipreses, Guillermo Solana20 ve una imagen de doble sentido, a la vez una necrópolis esquemática, un memento mori, pero también una aspiración hacia lo ideal, un camino de perfección y una promesa de inmortalidad. Rusiñol escribe simultáneamente la colección de poemas en prosa Oraciones, donde nos explica su percepción personal de los cipreses: «Las siluetas de los cipreses son las lápidas de los pobres; son los recuerdos de los humildes; son la esencia que ha dejado el espíritu al despedirse del mundo haciendo revivir la materia; son el sepulcro viviente de los últimos secretos de la vida; el árbol sagrado, hijo de los últimos suspiros del hombre.»21 Es asimismo significativo que, según la tradición recogida por Miquel Utrillo y repetida por Josep Pla,22 fuese la placeta del Realejo de Granada, vista en el claro de luna, con su glorieta de cipreses, la madre de los jardines de España. Esto ocurría en el otoño de 1895, en una memorable estancia de Rusiñol en Granada donde se puede decir que se adentró en el tema pictórico de los jardines. Antes, no obstante, en el campo del cartelismo y con la colaboración de Miquel Utrillo, su amigo y compañero de tantas aventuras intelectuales, diseñó el precioso cartel para su libro Hojas de la vida (1898), que resume perfectamente la estética simbolista de Rusiñol, para quien el arte debe revelarnos el alma, la esencia de los seres y de las cosas por medio de correspondencias visuales. A la delicada y elegante silueta de la muchacha hojeando el libro de sus recuerdos, la lectora que se evade del mundo de la realidad gracias a la poesía y que ya no viste de negro, responde armoniosamente la atmósfera elegíaca del jardín de estilo francés, donde murmura la fuente de la vida a la sombra de la glorieta de cipreses, aquí más decorativa que fúnebre, jardín que no es sino el reflejo de la sed de belleza del alma de la lectora y del espíritu de Rusiñol. La otra obra que se relaciona con el simbolismo europeo, especialmente el belga, es el cartel para la representación de la pieza teatral Interior, de Maeterlinck, en el Teatro Artístico (1898, p. 236), en el que nuestro artista retoma el tema del parque, en una visión nocturna ahora dinámica, porque se basa en un juego de curvas; la del estanque y la fuente en primer plano, y la del camino que serpentea a través de los árboles, forman una composición arremolinada por la que deambulan personajes 19.Josep Maria Roviralta, «Salón Parés», Luz, año II, nº 6, 31 de enero de 1898, p. 10. 20.G. Solana, «El camino...», op. cit., n. 17, p. 65. 21.S. Rusiñol, Oracions. Obres completes. Barcelona, Selecta, 1956 (2ª ed.), p. 108. [Ed. en castellano: Oraciones. Castellón de la Plana, Ellago, 2005]. 22.José Pla, Rusiñol y su tiempo. Barcelona, Barna, 1942, p. 179. 114 fantasmagóricos. Observamos además la reunión de los motivos iconográficos más característicos del simbolismo –la fuente, el pavo real y el lirio–, en una composición de tonalidad azul, el color del ensueño, que encierra toda la poesía de la noche. El motivo amarillo de la ventana iluminada que se refleja en el estanque ha inducido a Isabel Coll23 a relacionar este cartel con La casa misteriosa o La casa rosa (1892), del pintor simbolista belga Degouve de Nuncques, donde hallamos el mismo efecto de la ventana iluminada pero con un aspecto mucho más enigmático, ya que son los rosados muros exteriores de la casa los que más luz irradian. No estoy seguro de que el pintor catalán y el pintor belga hubieran coincidido ya a finales de la década de 1890, aunque el conocimiento y la amistad sí existían cuando ambos vivieron en Mallorca los años 1901-1902. Lo que es indiscutible es que Degouve de Nuncques se había convertido en el pintor de la noche y su poesía llena de misterio, por ejemplo con Parque de Milán (1895) o El cisne negro (1896), donde volvemos a encontrar la misma gama cromática azul que en el cartel de Rusiñol. Otro episodio de aquellos años del ocaso del siglo xix, de corta duración, fue el de los cuadros místicos de los monjes benedictinos de Montserrat –Éxtasis, Paroxismo de un novicio p. 264), Un novicio y Estudio para un novicio–, pintados en 1897, que se pueden adscribir al movimiento idealista, antipositivista, del simbolismo, y el retorno a un catolicismo místico muy propio de la época (con el Sâr Péladan o Huysmans, que acababa de convertirse), movimiento ligado al redescubrimiento de El Greco, del que Rusiñol –como es bien sabido– fue uno de los mayores protagonistas (que culminará con la publicación en el año 1911 del libro Le Gréco ou le secret de Tolède, del gran escritor católico Maurice Barrès). Más que buscar paralelismos con otros cuadros de la época, creo que habría que aproximar estas obras a los pintores españoles del Siglo de Oro, Zurbarán, Murillo y sobre todo El Greco. Desde su segunda estancia en Granada el año 1898, cabe decir que Rusiñol se dedicó a la temática de «Les Jardis d’Espagne», título de la exposición de noviembre de 1899 en la prestigiosa galería parisina L’Art Nouveau del marchante Samuel Bing, que se repitió el año siguiente, en noviembre de 1900, en la Sala Parés de Barcelona y que sería la base de la hermosa y monumental edición en 1903 del libro ilustrado con láminas a color Jardins d’Espanya.24 La exposición de París fue, en conjunto, bien recibida por la crítica de arte francesa. El joven crítico de la pequeña publicación La Revue d’art, Léon David,25 que años más tarde se consagraría como el insigne poeta Max Jacob, sin conocer personalmente ni al pintor ni la literatura modernista catalana y castellana captó la atmósfera de misterio, de muerte, de silencio y soledad de estos primeros jardines de España pintados en Granada, La Granja y Aranjuez entre 1895 y 1899. Huelga decir que la exposición de 1900 en la Sala Parés fue un gran éxito; Pèl & Ploma dedicó su número 65, del mes de diciembre, al pintor-poeta. La edición de 1903 contiene una introducción del propio Rusiñol que es una fuente 23.I. Coll, Rusiñol..., op. cit., n. 2, p. 163. 24.S. Rusiñol, Jardins d’Espanya. Barcelona, Graf. Thomas, 1903. 25.Véase Eliseu Trenc, «Una crítica artística dels “Jardins d’Espanya” de Santiago Rusiñol per Max Jacob», Revista de Catalunya, Barcelona, nº 174, 2002, p. 53-63. 115 imprescindible si se quiere entender lo que representó para él el tema del jardín. Hay una frase, repetida después por toda la crítica, «[…] y es que los jardines son el paisaje puesto en verso», en la que manifiesta que su ideal de belleza, de felicidad no se fundamenta en la naturaleza salvaje, sino en un espacio construido, compuesto como el del poema y donde impera la ley de la armonía, del equilibrio. Lo que domina empero en este prólogo es una evocación nostálgica del pasado glorioso de los jardines de España, así como una intensa inquietud frente a la dejadez actual y su posible desaparición, que tiene algo que ver con el sentimiento de decadencia del 1898 en España. Es importante recalcar esa peculiar visión «paseísta» que tiene Rusiñol del jardín que parece una ruina, un templo, un vestigio a punto de extinguirse. De ahí procede la impresión de desidia que múltiples poetas catalanes y castellanos confundieron con la decadencia de España y la crisis de 1898, cuando en realidad se trataba de una cosa muy personal, inherente al carácter del Rusiñol hombre y a su simbolismo esteticista. Esta confusión perjudicó terriblemente al poeta-pintor hasta el día de hoy, transformando su intento de reproducción simbólica de un mundo donde reinaría la belleza y la felicidad, un paraíso, en la imagen de una España decadente. Además, ocho de aquellos poemas de escritores mallorquines y catalanes fueron reunidos y publicados en el libro Jardins d’Espanya y seguirán acompañando a perpetuidad las reproducciones de los cuadros de Rusiñol. Tan sólo el joven Ramón Pérez de Ayala26 y Juan Ramón Jiménez27 supieron apreciar la dimensión simbolista de aquella pintura. Pérez de Ayala vio de un modo clarividente que, para Rusiñol, el jardín era el paradigma de la interioridad del sujeto, encerrado en la solitud y el silencio de su alcoba interior. Juan Ramón Jiménez ofreció al poeta-pintor catalán un jardín de versos como si fueran un facsímile de los jardines pintados por el artista. El jardín rusiñoliano aparece reflejado en el poema como dentro de un espejo: solitario, sin presencia humana, con luz crepuscular, cueva que gotea, fuente que mana, galería de arrayanes, glorieta de cipreses y el elemento central, que es una rosa que destila la esencia femenina de la noche ya próxima, mientras canta el ruiseñor, clara alusión al apellido del pintor catalán. Todo esto demuestra la dimensión simbolista de esa pintura de jardines de Rusiñol que sintoniza con el simbolismo europeo coetáneo, sin ser en absoluto una copia de cualquiera de sus corrientes. Se podrían apuntar ciertos paralelismos con pintores paisajistas como Le Sidaner, Ménard o Degouve de Nuncques, pero ninguno de estos artistas se dedicó exclusivamente al jardín, tal y como hizo el poeta-pintor catalán. Rusiñol encontró en esta temática la expresión pictórica más adecuada a su personalidad anímica, un género de pintura que, como bien señaló Miguel S. Oliver, sin dejar de ser pintura se resuelve en literatura, en espiritualidad. «Es un vago lirismo a lo Sully Prudhomme, a lo Verlaine…» 26.Ramón Pérez de Ayala, Poesías completas. Buenos Aires, Espasa Calpe, 1951 (4ª ed.), p. 89. 27.Juan Ramón Jiménez, «A Santiago Rusiñol, Por cierta rosa (En su libro “Jardines de España”)», Segunda antolojía poética: 1898-1918. Madrid, Calpe, 1920-1922. 116 Conclusiones El papel de modernizadores que ostentaron Rusiñol y Casas a principios de la década de 1890 como introductores del naturalismo pictórico, paralelo al naturalismo literario que, como explicó hace ya años Eduard Valentí,28 fue el primer modernismo literario, fue fundamental para la futura evolución de la pintura catalana porque marcó el hundimiento del arte académico en Cataluña –ya erosionado por la pintura realista de la generación anterior, la de Joaquim Vayreda y de Martí Alsina–, y abrió la vía a la pintura postimpresionista de la segunda generación de artistas modernistas –los que Francesc Fontbona ha denominado «posmodernistas»–, entre ellos Mir, Nonell y el joven Picasso. Ahora bien, a escala europea, la situación de Santiago Rusiñol y de Ramon Casas era inversa a la que ocupaban en el ámbito catalán: en lugar de ser abanderados e introductores de novedades, fueron a remolque de la modernización de la pintura europea que se inventó en París, donde vivieron juntos de 1890 a 1893. Fueron seguidores de una de las corrientes pictóricas del arte francés, el naturalismo, que aun constituyendo una ruptura muy radical con el academicismo en el aspecto temático, en la faceta formal no había adoptado la técnica entonces revolucionaria del impresionismo, motivo por el que fue llamado en francés le juste milieu [el punto intermedio] y quedó, en definitiva, a medio camino entre el academicismo y el impresionismo. Sin embargo, Rusiñol irá más lejos que Casas y no ya solamente como pintor sino también como artista total, poeta, intelectual, dinamizador cultural, pues fue uno de los grandes protagonistas teóricos con Raimon Casellas del simbolismo franco-belga en Cataluña, que conoció de primera mano en París, que trasplantó con mucha originalidad y que, y aquí radica el gran mérito de la modernidad de Rusiñol, era el movimiento cultural que representaba mejor y de un modo más exacto la sociedad del cambio de siglo. Sus libros Oraciones, Hojas de la vida, el cuadro poemático El jardín abandonado y su pintura –primeramente retratos parisinos de mujeres solitarias, enfermas, neurasténicas, perdidas en unas ensoñaciones misteriosas y después los jardines de España–, conforman una de las visiones más fértiles y más auténticas del simbolismo catalán junto a la de otros dos poetas-pintores como él, Adrià Gual y Alexandre de Riquer. 28.Eduard Valentí, El primer modernismo literario catalán y sus fundamentos ideológicos. Barcelona, Ariel, 1973. 117