Conclusiones de la Sesión de 19 de septiembre de 2013 Cuando en la práctica forense hablamos de responsabilidad es para referirnos al “deber jurídico que incumbe al individuo imputable de dar cuenta del hecho realizado”. Son dos requisitos los que integran el comportamiento responsable de una persona: Primero, capacidad de obrar representada por la mayoría de edad y aptitud mental (arts. 315, 199 y 200 del Código Civil; 19 y 20 del Código Penal); y segundo, no concurrencia de ninguna causa que justifique esa conducta (legítima defensa, estado de necesidad, cumplimiento de deberes o ejercicio legítimo de derecho, oficio o cargo, art. 20.4º, 5º y 7º CP.), debiendo incluirse el uso abusivo del derecho o ejercicio antisocial del mismo que la Ley no ampara (art. 7.2 CC.). Varias son las clases de responsabilidad en nuestro ordenamiento jurídico que afectan al ámbito profesional sanitario. Así, de acuerdo con la naturaleza de las normas que regulan su respectivo régimen, se distingue entre responsabilidad civil, penal y administrativa, si bien esta ultima no es objeto de debate en la presente jornada. La responsabilidad civil es aquella que deriva del incumplimiento de ciertas obligaciones (jurídicas, no morales) entre personas y que producen daños o perjuicios que obligan a reparar o indemnizar. Este tipo de responsabilidad puede ser contractual o extracontractual. - Es contractual la responsabilidad cuando deriva del incumplimiento del contrato (por ejemplo, del arrendamiento de servicios médico-sanitarios con el paciente) y su regulación está prevista en el artículo 1.101 y siguientes del Código Civil, siendo el Juez el que aprecia la falta de diligencia en el proceder del profesional de acuerdo con el caso concreto (art. 1.104, ap. 1º CC.). La acción para reclamar el enfermo o familiares, permanece viva durante quince años, y es el demandante al que le incumbe la carga de la prueba del daño. La competencia para reclamar en estos casos esta atribuida a los Juzgados de 1ª Instancia o civiles. - La responsabilidad extracontractual también llamada Aquiliana (al ser sancionada en Roma por el Tribuno Aquilio, año 286 aC.), esta prevista en el artículo 1.902 del vigente Código Civil “El que por acción u omisión causa un daño a otro interviniendo culpa o negligencia está obligado a reparar el daño causado”. Esta particular responsabilidad se caracteriza por la inexistencia de vínculo obligatorio contractual entre el autor del daño y la víctima del mismo. Exige como requisitos una acción u omisión (culpa in conmittendo o in omittendo), ilicitud o antijuridicidad en la conducta, (salvo que esté excluida por alguna causa de justificación), resultado dañoso y relación causal entre la conducta del autor y el daño producido. Se reserva esta responsabilidad para determinados ámbitos, caracterizados por el riesgo (profesionales sanitarios, energía nuclear incluyendo pruebas médicas de radiología con isótopos radioactivos o, cualquier otra radiación ionizante derivada de la fisión atómica, vehículos de motor, caza, navegación aérea, consumidores y usuarios, patrimonial de la Administración por el funcionamiento del servicio público) objetivándose la responsabilidad con independencia de la culpa, que se sustituye por la simple causalidad, invirtiéndose la carga de la prueba, de modo que no es el demandante el que tiene que probar el daño, como en la responsabilidad contractual, sino el demandado de que obró con la debida diligencia. Esta técnica se compatibiliza, en la praxis, con el llamado seguro obligatorio de responsabilidad civil de daños a terceros y acción directa que permite a la victima la Ley de Contrato de Seguros, de 8 de octubre de 1980, (arts 73 y 76), contra el asegurador. La acción permanece viva para su ejercicio dentro del plazo de un año. La competencia para conocer de estos procedimientos viene atribuida a los Juzgados de 1ª Instancia o civiles. Finalmente la responsabilidad civil puede derivar del delito o la falta (arts. 109 y ss. CP.), en estos casos se exige, como presupuesto previo, que exista una sentencia penal condenatoria firme (que no quepa contra ella recurso alguno) por la comisión de un hecho delictivo (por ejemplo: aborto imprudente, homicidio imprudente, lesiones imprudentes cometidas por profesional médico). Este régimen de responsabilidad está condicionado a la prueba del delito y a una efectiva condena penal, lo contrario impide obtener el resarcimiento (restitución, reparación e indemnización de daños y perjuicios incluidos los morales), debiendo acudir el perjudicado a la vía civil contractual o extracontractual examinadas. En cualquier caso la responsabilidad civil derivada del delito es compatible con el seguro obligatorio o voluntario de responsabilidad civil de daños a terceros y siempre que se trate de delitos imprudentes no dolosos, pues en este último caso el aseguramiento sería repugnante. Otra cosa es que responda económicamente el organismo o empresa privada de la conducta de sus empleados. La competencia para conocer de estos procedimientos viene atribuida a los Juzgados de Instrucción y penales. Por lo que se refiere a la responsabilidad penal podemos entenderla como el deber jurídico que tiene, en principio, toda persona de responder de los hechos realizados cuando adquieren relevancia en este orden, por infringir una norma que define la conducta como delito o falta en el Código Penal o Leyes penales especiales. (por ejemplo, el Código Penal Militar respecto de los médicos militares y aún cuando el fundamento de esta especialidad quede reservado al ámbito estrictamente castrense). La responsabilidad penal se puede exigir a título de autor y de cómplice. En el primer caso, por tomar parte directa en la ejecución del hecho, por forzar o inducir directamente a otro a ejecutarlo o mediante actos de cooperación necesaria (art. 27 CP.). En el segundo, los sujetos (por ejemplo anestesista, enfermera) cooperan a la ejecución del hecho con actos anteriores o simultáneos (art. 28 CP.). Caben circunstancias atenuantes y agravantes que sirven para modificar la responsabilidad penal (arts. 21 y 22 CP.), pudiendo ser los delitos graves, menos graves y leves y las penas a imponer en su caso, privativas de libertad, de derechos (por ejemplo, inhabilitación para el ejercicio de la profesión medica) y multa. La responsabilidad penal se extingue por: muerte del reo, cumplimiento de la condena, indulto, perdón del ofendido cuando así esté previsto, prescripción del delito y de la pena (art. 130 CP.). La competencia en estos casos viene atribuida a los Juzgados penales (Instrucción, de lo Penal, Audiencia Provincial). La responsabilidad penal presenta dos títulos de imputación: el dolo y la imprudencia (arts. 5 y 10 CP.) y es exigible a aquella persona física o jurídica que comete una conducta delictiva no amparada por una causa de justificación o exención de este régimen de responsabilidad excepcional. En el comportamiento doloso, la conducta típica (delictiva) implica la intención del sujeto de producir un resultado dañoso, con lesión o puesta en peligro del bien jurídico protegido (la vida humana dependiente o independiente, salud, integridad corporal, familia, patrimonio, erario público, fe pública, etc.) y exige en el proceder del sujeto un conocimiento del hecho y de su significación antijurídica, por lo tanto debe de saber lo que hace y además querer hacerlo. Obra dolosamente quien comete un delito con conocimiento y voluntad. La estadística criminal de estos comportamientos es mínima, si bien no puede ocultarse la cifra negra de numerosos casos que no llegan a denunciarse ni a conocimiento de los tribunales especialmente abusos sexuales. Sin ánimo de ser exhaustivo son casos o supuestos, donde el profesional sanitario puede actuar dolosamente, entre otros, los siguientes: asesinato; homicidio; auxilio, inducción y cooperación al suicidio; eutanasia; aborto; lesiones de órgano o miembro, impotencia, esterilidad, deformidades, mutilación genital femenina; trasplante de órganos, esterilizaciones y cirugía transexual; tráfico ilegal de órganos humanos; lesiones al feto; manipulación genética (por ejemplo, fecundación de óvulos con fines distintos a la procreación o clonación de seres humanos idénticos y selección de la raza); reproducción asistida sin el consentimiento de la mujer; amenazas y coacciones; torturas; extracción de órganos corporales; agresiones sexuales en sus diferentes manifestaciones; omisión del deber de socorro; intimidad; descubrimiento y revelación de secretos; suposición de parto, alteración de paternidad, estafa; apropiación indebida; blanqueo de capitales; fraudes a la Hacienda Pública y Seguridad Social; contra los derechos de los trabajadores mobbing laboral; salud pública, incluyendo farmacología, dopaje; falsedad documental; intrusismo; falso testimonio; acusación y denuncias falsas; encubrimiento; simulación de delito; prevaricación; cohecho; tráfico de influencias, abandono de destino. Pero donde la conducta del profesional sanitario adquiere particular relevancia penal es en el comportamiento imprudente. La imprudencia consiste en la omisión voluntaria de la debida diligencia, del deber de cuidado, a fin de evitar un resultado antijurídico previsible. La evitabilidad a su vez presupone previsibilidad, solo lo previsible es evitable, lo imprevisible no se puede evitar. El Código Penal español se refiere (uti singuli) al expediente de la imprudencia para aquellos casos expresamente previstos en la Ley penal (art. 12 CP.). La imprudencia en sede penal puede ser grave o leve. La primera, está referida a los delitos, la segunda a las faltas del Libro III del Código Penal. Si bien tanto el Anteproyecto de ley de reforma de Código Penal de 11 de octubre de 2012 como el actual Proyecto de ley del 20 de septiembre de 2013 suprime las infracciones del Libro III del Código Penal, convirtiendo algunas en delitos leves y otras desaparecen quedando relegadas a la vía civil. La imprudencia grave, de acuerdo con el principio de legalidad, se proyecta, selectivamente a conductas donde se admita este título de imputación (art. 12 CP.). El Código Penal equipara la imprudencia grave a temeraria, la máxima que conoce nuestro sistema penal, y consiste, según la doctrina y jurisprudencia, en la omisión de la diligencia más elemental o en la omisión de aquel cuidado y diligencia, aquella atención que puede exigirse al menos cuidadoso, atento y diligente, inobservancia de los deberes de cuidado más relevantes para la protección de bienes jurídicos y, se corresponde con una insólita falta de atención, cuidado y diligencia, olvido de las precauciones, atenciones y cuidados más elementales, persona menos cuidadosa o previsora, olvido de la más elemental prudencia, atención que cualquier persona media guardaría. Por lo que se refiere a la imprudencia leve el Código Penal no proporciona criterio alguno para establecer la graduación que distinga ambas clases, por lo que habrá de considerar que la grave hará referencia a la ausencia de los más elementales cuidados, enorme distancia entre la importancia del bien jurídico y la ausencia de razones que justifiquen la infracción del deber de cuidado. La imprudencia leve también exige la infracción del deber de cuidado, mediante la creación de un riesgo no permitido, pero en este caso, la distancia entre el deber infringido y el bien jurídico no es tan importante. Otras veces se ha diferenciado en atención a la mayor o menor previsibilidad del evento y por la mayor o menor repulsa social, ante la infracción del deber de cuidado. El Código Penal reserva la imprudencia leve para casos de muerte y lesiones (art. 621) No se debe de confundir la imprudencia leve con la culpa levísima, exigible ésta última a hombres extraordinariamente cuidadosos y además carecería de relevancia penal, dando lugar únicamente a responsabilidad civil. La conducta del sujeto activo ha de ser imputada no a cualquier persona, sino necesariamente a un profesional de la medicina (por ejemplo una alteración de genotipo, prevista en el art. 159.2 CP., no lo puede realizar cualquier persona). Esta exigencia, respecto a la cualidad del sujeto activo, arranca con la Reforma del Código Penal en 1963, lo que no quiere decir que no se exigiera a los profesionales responsabilidades penales con anterioridad, lo que sucede es que ésta era genérica, con idénticas consecuencias jurídicas respecto de los no profesionales. Debemos decir que, en principio, quedaban comprendidas todas las profesiones dentro de la cualificación, incluida la del profesional sanitario. En la actualidad, la particularidad es con respecto a la consecuencia jurídica, al añadirse un plus adicional de reprochabilidad a la conducta delictiva del profesional y consistente en la inhabilitación absoluta o especial para el ejercicio de su profesión u oficio, en este caso para el ejercer la medicina. Se hace clásica la distinción, no siempre clara, entre culpa o imprudencia profesional y culpa o imprudencia del profesional, reservándose la agravación para el primero de los supuestos. Estas conductas pueden darse en cualquier profesión, siendo la más corriente las derivadas del ejercicio de la medicina. Por imprudencia profesional entendemos aquella que se produce, no solo en el ejercicio de la actividad profesional de que se trate, sino específicamente debida a una infracción de las reglas de la profesión (lex artis), y de las más elementales cautelas exigibles a quienes por su condición de profesionales, deben de tener una especial capacitación y preparación para el desempeño de sus actividades profesionales, especialmente de las potencialmente peligrosas; siendo preciso, para el debido enjuiciamiento de este tipo de conducta, ponderar el conjunto de circunstancias concurrentes en cada caso (STS. 13 marzo 2006). Por tanto, la imprudencia profesional implica la infracción del deber que corresponde al sujeto en función de un rol especial y que le obliga a tener unos conocimientos especiales, la infracción es de un deber de cuidado más grave y ello explica la agravación de la pena (así los profesionales de la medicina). Por el contrario, la imprudencia del profesional es la imprudencia común cometida por el profesional en el ejercicio de su oficio, descansa en la impericia cuyo fundamento se encuentra, tanto en la ignorancia, falta de instrucción, como en la ejecución defectuosa del acto requerido profesionalmente. Finalmente para la imprudencia profesional, el Código Penal exige necesariamente que ésta sea grave (arts. 142.3 y 152.3), por lo que una imprudencia leve, con resultado de muerte o lesiones, nunca puede ser considerada profesional dado que el Código no contempla esta previsión legal (art. 621), ello supondrá que la responsabilidad será civil y no penal, por exigencia del principio de legalidad. Desde la Ley Orgánica 5/2010, de 22 de junio, por la que se modifica el Código Penal, se admite la responsabilidad penal de las personas jurídicas, en los términos previstos en los artículos 31 y 31 bis, si bien con las modificaciones que hace la Ley Orgánica 7/2012, de 27 de diciembre, que modifica el Código Penal en materia de transferencia y lucha contra el fraude fiscal y en la Seguridad Social. Los requisitos para que pueda calificarse el comportamiento del profesional como imprudente son los siguientes: en primer lugar, acción u omisión voluntaria no maliciosa; infracción del deber de cuidado; creación de un riesgo previsible y evitable; resultado dañoso con lesión para el bien jurídico; relación de causalidad adecuada entre la conducta del sujeto y el resultado producido. Esta relación de causalidad ha de ser directa, completa, inmediata e incuestionable entre la conducta negligente o descuidada y el resultado producido (STS. 27 diciembre 2005), el resultado tiene que ser objetivamente imputado a la conducta negligente o peligrosa, debiendo haber sido evitado conforme a un análisis ex ante (STS. 10 marzo 2010). De no darse estos presupuestos, entraríamos en el caso fortuito, entendiendo por tal el acontecimiento totalmente imprevisto que ocasiona un mal en las personas o cosas. Supone, por tanto una total imprevisión del suceso, a diferencia del dolo que si hay previsión y de la imprudencia que no se quiere ni se prevé el resultado cuando se tenía que haber previsto. El caso fortuito carece de relevancia penal, por no estar comprendido dentro de los títulos de imputación del artículo 5 del Código Penal (dolo o imprudencia), aunque si puede producir efectos civiles, dando lugar a indemnización. Son casos o supuestos de responsabilidad penal imprudente del profesional sanitario los siguientes: - Homicidio imprudente: se impone además de la pena de prisión de 1 a 4 años, la de inhabilitación especial para el ejercicio de la profesión, oficio o cargo por un período de 3 a 6 años (art. 142.3 CP.). - Aborto imprudente: que castiga con penas de prisión o multa e inhabilitación especial de hasta 3 años (art. 146 párrafo 2º CP.). - Lesiones imprudentes: se castigan con pena de prisión e inhabilitación de hasta 4 años (art. 152.3 CP.). - Lesiones al feto: se castiga con prisión o multa e inhabilitación especial de hasta 2 años (art. 158, párrafo 2º CP.). - Alteración del genotipo: se castiga con multa e inhabilitación especial de hasta 3 años (art. 159.2 CP.). - Blanqueo de capitales: se castiga con prisión de hasta 2 años con multa e inhabilitación especial de hasta 10 años, pudiendo en casos excepcionales llegar hasta 20 años cuando el sujeto estuviera investido de autoridad (arts. 301.3 y 303 CP.). En estos comportamientos imprudentes por parte del profesional sanitario (a excepción del blanqueo), se exige en su proceder una infracción de la lex artis, elementales reglas de su profesión que provocan la lesión del bien jurídico (vida, integridad corporal, salud, etc.). Ello va a suponer que el perjudicado tenga que acudir al peritaje de otros médicos para corroborar si efectivamente hubo un proceder negligente de ese concreto profesional de la medicina. Es evidente que en la actividad médica no pueden aplicarse reglamentaciones o normas escritas para fundamentar el ejercicio legítimo de la profesión, sobre todo cuando los avances de la medicina son a diario; si se puede establecer, por el contrario, un protocolo de actuación para el tratamiento de determinadas patologías pero, en todo caso, cada persona y enfermo exige en más de una ocasión un tratamiento personalizado, de acuerdo con sus circunstancias, lo que no supone que se haya infringido la lex artis. Por ello no podrán incriminarse, de acuerdo con la doctrina y jurisprudencia, supuestos tales como los del error científico y de diagnóstico, excepto que por su propia categoría cualitativa o cuantitativa resulten indispensables; falta de extraordinaria pericia, ni tampoco cuando la responsabilidad médica pretenda fundamentarse en generalidades inmutables (STS. 7 octubre 1986); sin olvidar, como elemento de especial importancia para la incriminación del profesional médico, el principio de división del trabajo e individualización y valoración de su comportamiento, que reside en el contexto externo donde tiene lugar el acto o actos médicos, así como los medios personales y materiales de que dispone dicho profesional para la atención del paciente en ese momento (STS. 3 octubre 1997). Otros supuestos problemáticos, son los tratamientos médicos obligatorios, voluntarios, curativos, cosméticos, así como donación de órganos, eficacia del consentimiento del paciente y omisión del deber de socorro, donde se trata de compatibilizar lex artis, consentimiento e incumplimiento de deberes o ejercicio legítimo de derecho, oficio o cargo como causa de justificación del profesional sanitario (art. 20.7º CP.) . Así, los tratamientos médicos coactivos, que pueden darse en el caso de médico militar, respecto de los integrantes de Fuerzas Armadas e incluso en tratamientos prescritos por el Estado para evitar epidemias, cuando se ordena una vacunación colectiva, aislamiento de enfermos contagiosos. No se puede en estos casos imputar al médico un delito de amenazas, coacciones, lesiones, detención ilegal, cuando la conducta de éste trate de salvaguardar bienes jurídicos tan importantes como la salud pública. Si bien, no se puede obligar por medios violentos al paciente a someterse al tratamiento, si se podrán imponer las medidas administrativas correspondientes; o la problemática en las transfusiones de sangre para Testigos de Jehová, aun con riesgo para la vida del paciente. Cuando se trate de los padres que se niegan a prestar consentimiento respecto de menores, el médico lo pondrá en conocimiento del Juez para que proceda a suspender parcialmente la patria potestad y ordene la transfusión. En caso de inminente peligro para la vida del paciente, el médico deberá hacer la transfusión, amparado por el estado de necesidad, cumplimiento de deberes y ejercicio legítimo del derecho, oficio o cargo (art. 20.5 y 7 CP.). Cuando el enfermo sea mayor de edad no se podrá realizar la transfusión sin su consentimiento, salvo que quede inconsciente, en cuyo caso el médico procederá de acuerdo con la doctrina del estado de necesidad de bienes desiguales. Mutatis mutandi es de aplicación esta doctrina para los supuestos de huelga de hambre. Respecto de los tratamientos voluntarios, que es el caso más frecuente, en el que puede encontrarse el médico en el ejercicio de su profesión, habrá que distinguir entre tratamientos curativos, cosméticos ; en el primer caso el médico, en más de una ocasión, tiene que lesionar para acceder al tumor que se encuentra alojado en ese órgano, incluso a veces a de amputar parte de ese miembro u órgano, en estos casos se deberá de resolver esta problemática de acuerdo con el principio de doble efecto, por lo que será lícito realizar una conducta que no sea en sí mala de la que sigan dos posibles efectos: uno bueno y otro malo, el primero (que se pretende) consiste en extraer el tumor y evitar que la persona fallezca, el segundo (que se tolere) consiste en perder la mama, testículo, parte del colón, vejiga. Cuando el efecto bueno no se pueda conseguir por otro medio y su valor supere al del malo estará amparado el profesional por la causa de justificación de estado de necesidad (art. 20.5 CP.). El mismo criterio se deberá seguir en los supuestos de intervención peligrosa cuando este sea el único medio para salvar la vida o salud del paciente, siendo posible la muerte aunque se procura evitar todas las precauciones sanitarias. Pues bien, en todos estos casos, cuando no se han tomado u observado el principio de doble efecto, o se produce una infracción de la lex artis entra en funcionamiento el expediente de la imprudencia. El mismo sentido se infiere en materia de tratamientos cosméticos o cirugías estéticas, en donde si bien el paciente consiente en el tratamiento, aún a sabiendas del tiempo de recuperación y de los riesgos que corre, no le exime al médico de la observancia de las reglas del lex artis adoptando todas las precauciones para evitar un resultado de muerte o lesiones. El consentimiento informado no es una patente de corso para liberar al médico de una eventual responsabilidad penal por su negligente proceder, ni siquiera de la más que probable responsabilidad civil por haber quedado más afeada esa persona de lo que era, pues es principio que todo el mundo tiene derecho a la belleza y aquel que es feo a que no se acentúe su fealdad. Respecto a la relevancia del consentimiento, en sede penal, solo exime de responsabilidad en los supuestos contemplados en el artículo 156 (trasplante de órganos conforme a la Ley, esterilizaciones y cirugía transexual realizadas por facultativo), se requiere estar en plena capacidad de obrar, salvo en los específicos casos de persona incapaz que adolezca de grave deficiencia psíquica y siempre con autorización judicial. En los demás casos, el consentimiento es irrelevante como el auxilio al suicidio o los supuestos de eutanasia (sedación homicida que no paliativa) (art. 143 CP.), castigándose con penas de hasta 10 años de prisión e inhabilitación para la profesión u oficio; también se castiga el aborto con el consentimiento viciado de la mujer (art. 144 CP.), o practicado fuera de los casos permitidos por la Ley (art. 145 CP.). En los casos de lesiones, la irrelevancia del consentimiento se desprende del artículo 155 del Código Penal, aún cuando establezca una responsabilidad atenuada. Por ello, en el caso de pruebas médicas y salvo en situaciones de inconsciencia, urgencia, peligro inminente para la vida, es necesario el consentimiento del paciente. Solo en casos excepcionales la responsabilidad del profesional sanitario es penal, en la mayoría es administrativa o civil. Finalmente, el delito de omisión del deber de socorro sanitario previsto en el artículo 196 del Código Penal prevé dos supuestos: denegación de asistencia sanitaria y abandono de los servicios sanitarios, cuando de la denegación o abandono se derive riesgo grave para la salud de las personas. Se trata de un delito especial pues sujeto activo solo puede ser el profesional sanitario (médicos, profesionales de enfermería y conductores de ambulancia), mientras que sujeto pasivo puede serlo cualquier persona. Es un delito doloso pues el personal sanitario es consciente de la conducta que realiza denegando la asistencia o abandonando el servicio pese a conocer la situación de riesgo grave que ocasiona. Es asimismo un delito de peligro concreto y no de resultado, de la conducta del profesional ha de derivarse riesgo grave para la salud de las personas, por lo que si fuera leve el riesgo no sería delito sino infracción civil o administrativa. Más si se produjera muerte o lesiones sería un delito de homicidio o de lesiones dolosos en comisión por omisión, la posición de garante del profesional sanitario le obligaba a intervenir. La conducta es omisiva, se traduce en una abstención, no hacer algo que se debió de hacer (por ejemplo, hasta que no termine de cenar o de ver el partido de futbol no atenderé la urgencia). La consumación se produce en el momento que se crea la situación de riesgo grave para la salud de la persona. Es posible la concurrencia de estado de necesidad ante situaciones en las que son varias personas las que precisan auxilio y es insuficiente el número de médicos, no cometiendo en estos casos delito alguno. Mas si se trata de un médico de localidad donde no existe ningún otro está obligado a intervenir siempre que sea requerido para asistir a un enfermo en situación grave, y si se trata de una enfermedad que el no puede tratar deberá de enviarle al centro sanitario donde pueda ser atendido. Esta situación cambia en las ciudades donde hay servicios de urgencia. Si el propio médico hubiera sido el que por accidente crea la situación de peligro y no auxilia a la víctima cometerá el delito previsto en el artículo 195.3ª. En los casos de profesionales médicos de la sanidad pública que tomaren parte en el abandono colectivo e ilegal del servicio público esencial con grave perjuicio de éste o de la comunidad serán castigados de acuerdo con el artículo 409, párrafo 2º del Código Penal. Y en supuestos de concurso con otros delitos se aplicará el precepto que contenga una pena más grave (art. 8.4 CP.). Con carácter general y tratándose de profesionales de la sanidad pública, la comisión de un delito implica necesariamente una infracción administrativa y, en ocasiones a la inversa, planteándose el problema de si tendrá el profesional que responder doblemente o si se aplicará con preferencia una sanción respecto de la otra, en aplicación del principio ne bis in idem (no a la doble sanción por unos mismos hechos). Por tratarse de empleados públicos se encuentran sometidos al doble fuero: el general como cualquier ciudadano, por lo que si se comete un delito se aplicará el Código Penal, y además por tratarse de empleado público se aplicará la legislación administrativa sancionadora correspondiente. Respecto del procedimiento, la vis atractiva del Derecho penal paraliza cualquier otro expediente en fase de instrucción. Concluido el procedimiento penal habrá que distinguir si la resolución es condenatoria o absolutoria, en el primer caso la condena penal es independiente de la administrativa, en el segundo caso la inexistencia de culpa penal o falta de pruebas no excluye la eventual responsabilidad administrativa sancionadora cuyo procedimiento paralizado quedará alzado tras la resolución absolutoria o de sobreseimiento del Juzgado Penal. En los supuestos de medicina privada, la sanción penal excluye la corporativa o estatutaria en base al ne bis in idem sin perjuicio de las medidas que adopte la empresa privada contra su empleado. Desde un punto de vista criminológico, la víctima de negligencias profesionales es tal vez la más insatisfecha con el funcionamiento de la justicia penal. La cifra negra en estos delitos sigue siendo muy elevada, solo se castigan supuestos de extrema gravedad y conductas imprudentes groseras y burdas. Se constata un incremento del número de denuncias que entorpece aún más el funcionamiento de la ineficaz vía penal, el perjudicado opta, con demasiada frecuencia, por el ejercicio de acciones penales, creyendo sin razón que la gravedad objetiva del resultado de la imprudencia lo justifica; o que el plus de intimidatoriedad del Derecho penal le coloca en situación de privilegio, lo que tampoco es cierto. La falta de información a los derechos del enfermo, en ocasiones víctima de negligencias médicas, hace que la mayoría de las reclamaciones se canalicen en procedimiento inadecuados como es el proceso penal. La mayoría de las reclamaciones deberán de hacerse en la vía civil o administrativa, para obtener el resarcimiento o indemnización por los daños y perjuicios. La acción directa que permite la Ley de Contratos de Seguro de 8 de octubre de 1980 contra la aseguradora, ya sea sanidad privada o pública, en este último caso por el anormal funcionamiento del servicio público, permitirá a la víctima obtener su resarcimiento de manera pronta y eficaz. Solo los casos más graves deberán de ser resueltos en vía penal. No parece de justicia estigmatizar a un profesional de la medicina que ha dedicado toda su vida (incluso por vocación) a salvar la de los demás. Valorar exclusivamente un episodio aislado, en la larga trayectoria de un profesional sanitario como hace el Derecho Penal, no parece justo, ni es lo más razonable. FERNANDO SANTA CECILIA GARCIA Profesor de Derecho Penal y Secretario del Instituto de Criminología. UCM Académico de la Real de Jurisprudencia y Legislación.