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PUNTOS DE VISTA
LOS PRINCIPIOS Y LAS RECETAS
Gustave Thibon*
(Obtenido de: http://www.buenastareas.com/ensayos/Principios-y-Recetas/3443693.html el 7 de Mayo de 2012)
A menudo se me reprocha, después de una conferencia o de un artículo en la prensa, no aportar
soluciones lo bastante “concretas” para los problemas que expongo. A lo que respondo: “Aporto
principios, no doy recetas. Y sólo usted es a quien corresponde encontrar, a la luz de estos principios, la
solución adaptada a las circunstancias en las que se encuentre y al fin que persigue”.
¿Cuál es, pues, la diferencia entre un principio y una receta? El principio expresa una verdad universal
e invariable y se dirige a todos los hombres sin excepción. La receta concierne más bien al arte de
aplicar ese principio a las situaciones concretas, y varía en función de éstas.
Escojamos algunos ejemplos. El principio de la cocina es preparar un alimento sano y sabroso. Pero las
recetas de cocina son muy diferentes según el alimento que se trate. No se prepara el pescado como la
carne, ni siquiera la caza como el buey, o el lenguado como la raya. Aún más: una buena ama de casa
no es la que obedece servilmente los preceptos del libro de cocina, sino la que sabe modificar sus
recetas según los recursos que tenga o el gusto de sus invitados. Por otra parte, es este margen de
libertad y de innovación lo que ha permitido hasta hoy los progresos del arte culinario.
De la misma manera, el principio de la medicina es el de devolver la salud a los enfermos. Pero cada
enfermo exige un tratamiento particular: no se trata a un anémico como a un sanguíneo, a un niño como
a un viejo, a un cuerpo agotado igual que a un organismo todavía vigoroso. Un médico que recetara la
misma cosa a todos sus clientes afectados por la misma enfermedad ejercería bastante mal su arte.
Uno de los mayores signos de la pereza intelectual y afectiva de nuestra época es el de perder de
vista los principios y reemplazarlos por recetas prefabricadas que puedan aplicarse indistintamente a
cualquier circunstancia y que dispensen del esfuerzo de pensar, de escoger y de crear.
Por ejemplo, la sobreabundancia de manuales sobre el arte de hacerse amigos o de seducir mujeres se
debe a que ya no se reconoce el amor como el principio y el fin supremos de la existencia. Y
cabalmente donde más se olvida o se discute el principio de autoridad es donde proliferan las recetas
sobre el ejercicio del mando.
¡Como si las realidades humanas se redujeran a vulgares mecánicas cuyo modo de ser usadas nos lo
diesen, de una vez por todas, las instrucciones que brinda el fabricante!
Hay que ver aquí uno de los aspectos más destacados de la crisis de finalidad que tan a menudo
hemos denunciado. Los principios nos muestran el fin a alcanzar y, como él, son inmutables. Pero la
receta únicamente concierne al orden de los medios, y éstos deben adaptarse a las contingencias –
siempre nuevas e impredecibles– que se presentan. Así, el fin de un río es llegar al océano, pero la
manera en que cava su lecho se modela, a cada instante, según las diferentes estructuras geológicas
que debe atravesar.
Es preciso, pues, ser firme e intransigente en los principios y muy flexible y muy matizado en el arte de
aplicarlos. Todavía más: la fidelidad a los principios es lo que nos inspira la mejor elección de los
medios. Los comerciantes de recetas nos halaan con la vana ilusión de que existen, en materia sicológica
y social, patentes de corso capaces de abrir todas las puertas. No es cierto. El verdadero realismo –el
que se apoya en el amor y en el respeto al hombre– exige, por el contrario, que se forje una llave
para cada cerradura.
*
Escritor y filósofo francés (1903-2001)
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