El objeto del negocio jurídico en una reciente sentencia en casación

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Universidad Nacional Mayor de San Marcos
From the SelectedWorks of Fort Ninamancco Cordova
Winter July, 2015
El objeto del negocio jurídico en una reciente
sentencia en casación: notas sobre un confuso
concepto.
Fort Ninamancco Córdova, Universidad Nacional Mayor de San Marcos
Available at: http://works.bepress.com/fort_ninamancco/24/
ESPECIAL
EL OBJETO DEL NEGOCIO JURÍDICO
EN UNA RECIENTE SENTENCIA EN CASACIÓN:
NOTAS SOBRE UN CONFUSO CONCEPTO
Fort NINAMANCCO CÓRDOVA(*)
TEMA RELEVANTE
El autor considera que la sentencia entra en confusión cuando concluye que la imposibilidad jurídica del objeto no es más que la ilicitud del negocio. El objeto no es el negocio
mismo, solo una parte de él. Así, aunque estima que un defecto grave altera todo el negocio, ello no puede conducirnos a pensar que el negocio no es más que su objeto, por lo que
este es un sentido valedero, pero no ha sido acogido por el Código Civil.
La sentencia en casación materia de estas notas
ofrece muchos elementos sobre los cuales se puede
reflexionar, tanto a nivel de Derecho Procesal Civil,
como a nivel de Derecho Civil. Sobre esto último,
cabe resaltar que esta decisión judicial nos muestra la opinión que tienen los jueces supremos sobre
elementos fundamentales del negocio (o acto, si
se quiere ser fiel a la nomenclatura empleada por
nuestro Código Civil) jurídico. En las líneas que
sigue me voy a referir solamente a la idea que nuestra máxima instancia judicial tiene sobre el objeto
del negocio jurídico, con el objetivo de destacar
algunos aspectos que se descuidan, no solo en esta
decisión, sino también en los planteamientos que
ha efectuado nuestra doctrina sobre el particular.
De esta manera creo que se puede contribuir, al
menos, con un grano de arena para esclarecer un
concepto no poco confuso, pero importante en el
plano práctico.
(*)
En efecto, no se trata de un concepto estrictamente
doctrinario o teórico. Nada de eso. Se trata de un
concepto de relevancia práctica innegable, puesto
que nuestro legislador, en el inciso 2 del artículo
140 del Código Civil, contempla al objeto como un
factor indispensable para la validez de todo negocio jurídico.
Entrando en materia, el objeto del negocio jurídico
y la manera de entender su imposibilidad se encuentran descritos en el considerando 3.4 de la citada
sentencia en casación, mismo que paso a transcribir:
“En cuanto, a la causal de nulidad del acto jurídico por objeto jurídicamente imposible; debe
tenerse en cuenta que, nuestro Código Civil en
su artículo 140 inciso 2, exige como requisito de
validez del acto jurídico, que el objeto sea física
y/o jurídicamente posible; de tal forma que,
el código ha incorporado la noción de objeto
del acto jurídico entendido como la prestación
debida, esto es como el comportamiento que
Abogado y Magíster en Derecho, con mención en Derecho Civil y Comercial, por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
Amicus curiae de las Salas Civiles reunidas de la Corte Suprema de Justicia de la República (VII Pleno Casatorio Civil). Ganador del Premio Nacional Francisco García Calderón. Profesor de Teoría legal y Derecho Civil en las universidades Mayor de San
Marcos, Ricardo Palma y San Ignacio de Loyola.
DIÁLOGO CON LA JURISPRUDENCIA Nº 202
ESPECIAL
I. EL OBJETO DEL NEGOCIO JURÍDICO EN LA
CAS. N° 3657-2012-CUSCO
51
¿ ILICITUD ES PARTE DEL OBJETO JURÍDICAMENTE IMPOSIBLE?
Comentario
relevante del autor
El concepto de objeto del negocio
jurídico es confuso, y lo es bastante en realidad. No por nada, a
propósito de la estructura del principal negocio jurídico, el contrato,
se ha dicho que el objeto suele
confundirse con el consentimiento
y con la causa del negocio jurídico. Se denuncia, en este orden
de ideas, que existe una “hipertrofia” de doctrina y jurisprudencia sobre este par de elementos,
dejándose de lado al objeto.
deberá realizar una de las partes
frente a la otra; en otras palabras,
el objeto del acto jurídico deberá
ser entendido como el conjunto
de preceptos o reglas que la parte
o las partes manifiestan a fin de
conseguir un resultado con efectos en el ordenamiento jurídico.
De tal forma que este objeto, preexiste como un elemento esencial sobre la base del cual se
estructuran los negocios jurídicos, siendo que ante su ausencia
se desvirtúa totalmente la materialización del negocio mismo.
Ahora, cuando nuestro Código
Civil hace referencia a la posibilidad jurídica del acto jurídico, se está refiriendo a la conformidad de la relación jurídica
con el ordenamiento jurídico; es
decir, el acto debe constituir un
medio legalmente idóneo para
surtir los efectos que, como fin,
se propone el agente del acto,
por ello es que será imposible
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el acto jurídico por inmoral el
hecho prohibido por la ley, o el
hecho contrario a las buenas costumbres o al orden público. En
conclusión, nos encontraremos
ante una imposibilidad jurídica
del objeto, cuando el acto jurídico celebrado coincide con la
ilicitud del mismo o tendrá un
resultado jurídico no previsto
por el ordenamiento jurídico;
puesto que, todo lo que no está
permitido por el ordenamiento
jurídico o que atente contra el
orden público y las buenas costumbres deviene en ilícito, y por
tanto imposible jurídicamente de
ser celebrado”.
Decía que el concepto de objeto del
negocio jurídico es confuso, y lo es
bastante en realidad. No por nada, a
propósito de la estructura del principal negocio jurídico, el contrato,
se ha dicho que el objeto suele confundirse con el consentimiento y
con la causa del negocio jurídico.
Se denuncia, en este orden de ideas,
que existe una “hipertrofia” de doctrina y jurisprudencia sobre este par
de elementos, dejándose de lado al
objeto1. En mi opinión, tal carácter
confuso hace entendible que nuestra doctrina y jurisprudencia cometa
algunos deslices.
II. UNA APROXIMACIÓN A LA DOCTRINA PERUANA EN TORNO
AL OBJETO DEL NEGOCIO JURÍDICO
Una importante doctrina considera
que el objeto del negocio jurídico
se halla en la relación jurídica derivada de este. Celebrado el negocio, como se sabe, se genera una
PUIG SAN JULIÁN, Verónica. El objeto del contrato. Editorial Arazandi, Madrid, 1996, p. 23.
ESPINOZA ESPINOZA, Juan. El acto jurídico negocial. Rodhas, Lima, 2012, p. 79.
Ibídem, p. 82.
TORRES VÁSQUEZ, Aníbal. Acto jurídico. IDEMSA, Lima, 2012, pp. 234-235.
relación jurídica entre las partes que
lo celebran. Pues a tal relación se
refiere esta doctrina2. En esa línea,
concluye que la postura de nuestro
Código Civil es “dual, por cuanto se
interpreta que el objeto del acto jurídico es la relación jurídica y el bien
materia de la relación jurídica”3.
Para un reconocido autor, el Código
Civil indica, en más de uno de sus
artículos, que el objeto es la relación jurídica derivada de la celebración del negocio jurídico. Y esto
sería así porque, según sugiere este
mismo autor, los que se proponen
las partes de un negocio jurídico,
al celebrarlo, es justamente generar
una relación jurídica. Así, se afirma
que el “el objeto es la relación jurídica (arts. 140, 1351, 1402), a su
vez, la relación jurídica tiene por
objeto a la prestación, y el objeto
de esta son los bienes, los derechos, los servicios y las abstenciones (…) A las preguntas ¿para qué
se celebra un acto jurídico?, ¿con
qué objeto se otorga un acto jurídico
cualquiera?, se contesta: para crear,
regular, modificar o extinguir una
relación jurídica”4.
Sin embargo, otro sector de nuestros
estudiosos ha entendido de forma
sustancialmente diferente al objeto
del negocio jurídico, concibiendo al
objeto como el contenido mismo del
negocio. De este modo, se dice que
la palabra “objeto” tiene, según el
diccionario de la RAE, dos sentidos:
i) intento o finalidad al que se encamina una acción, y ii) lo que sirve
de “materia” al ejercicio de ciertas facultades del sujeto. “Evidentemente, cuando se hace referencia
ESPECIAL
al objeto del negocio jurídico, se
adopta como válido este último
significado.
El objeto del negocio jurídico es el
conjunto de preceptos o reglas que
la parte o las partes declaran hacer
suyas con mira a conseguir un resultado práctico aceptado por el ordenamiento jurídico”5.
Por último, cabe hacer referencia al
autor que dice que el objeto del negocio jurídico es el bien o utilidad. Se
parte de la premisa, sentada por una
destacada doctrina italiana, de que
es necesario distinguir al objeto del
contenido. Este último se refiere a
todas las determinaciones o cláusulas que las partes establecen para su
negocio, en tanto que el objeto está
constituido por el bien, punto de
referencia objetivo de los intereses
regulados en el contrato. Según este
autor, entonces, se tiene que “dejar
de lado los conceptos de objetos del
derecho subjetivo y de la obligación.
No es coherente que existan tres clases de objetos diferentes, uno para el
negocio jurídico y el contrato, otro
para el derecho subjetivo y otro para
la obligación. Solo hay un objeto que
pertenece a la estructura del negocio
jurídico y del contrato”6.
III. UNA CUESTIÓN LINGÜÍSTICA
INDEBIDAMENTE DESCUIDADA POR NUESTRA DOCTRINA
Muchos, cuando aprecian la diversidad de opiniones que existe en torno
al concepto de objeto del negocio
jurídico, no puede evitar preguntarse
cuál es la opinión “correcta” o “verdadera”. Desde ya debo decir que es
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un –grave– error, pensar que existe
un “genuino” concepto de objeto.
Nuestros autores yerran cuando asumen que es viable hallar tal concepto. Lo que sí puede determinarse
es un concepto adecuado o más conveniente, pero definitivamente es
harto discutible afimar que hay un
concepto “correcto” de objeto, de
manera que otro que pudiera esbozarse resulta “equivocado”. No
puede arribarse a otro conclusión si
se tiene en cuenta un –muy descuidado en nuestro medio– postulado
básico de teoría del lenguaje.
Desde hace tiempo es valor entendido en la teoría del lenguaje que
las palabras carecen de significados o definiciones “reales” o “verdaderas”. Acabo de ver un artefacto
que tengo en mi muñeca izquierda
y veo que la hora es las 08:48. Sin
dudar usted, amable lector o lectora, dirá que se trata de un reloj.
Pero ¿la palabra “reloj” tiene algún
vínculo naturalmente innegable con
el aparato que colgamos de nuestras muñecas para enterarnos de la
hora? Si fue así ¿por qué en otras
partes del mundo se emplea la palabra watch para designar al mismo
objeto? En casi toda la península
itálica las palabras antes mencionadas nada tienen que ver con este
objeto que se emplea para medir el
tiempo, ya que utilizan otra: “orologio”. No es factible, entonces, buscar y encontrar un significado o definición verdadera para las palabras.
Estas, como tales, nada significan.
El significado que ostentan no es
natural, sino producto de una convención entre los hombres. Veamos
esto con algo más de detalle:
Comentario
relevante del autor
No es factible, entonces, buscar y
encontrar un significado o definición verdadera para las palabras.
Estas, como tales, nada significan.
El significado que ostentan no es
natural, sino producto de una convención entre los hombres.
Para entender la afirmación “no
existen definiciones reales”, ayudará una explicación de las razones por las que no se admiten tampoco los “significados verdaderos”:
un importante estudioso del asunto
enseña que ya desde los trabajos de
San Agustín de Hipona se sustentó
la idea de que el lenguaje tiene un
carácter netamente convencional. El
hombre de fe africano dividió a los
signos en naturales y convencionales. Los primeros son aquellos que,
con independencia de toda intención o deseo de usarlos como signos, conducen –sobre la base de la
experiencia– al conocimiento de
algo distinto, piénsese en el caso del
humo, el cual es signo del fuego.
En cambio, los signos convencionales son aquellos que se emplean con
el propósito de mostrar sentimientos, percepciones o pensamientos.
Entre estos signos, el lugar principal
corresponde a las palabras. Los hombres no se han puesto de acuerdo en
usar las palabras como signos porque estas tengan ya un significado;
por el contrario, ellas tienen ahora
significado porque los hombres se
han puesto de acuerdo al respecto7.
ESCOBAR ROZAS, Freddy. Código Civil comentado.Tomo I, Gaceta Jurídica, Lima, 2003, p. 915.
MORALES HERVÍAS, Rómulo. Teoría General del Contrato. Grijley, Lima, 2006, pp. 383-384.
CARRIÓ, Genaro Rubén. Notas sobre Derecho y lenguaje. Abeledo Perrot. Buenos Aires, 1994, pp. 114, 117 y ss.
DIÁLOGO CON LA JURISPRUDENCIA Nº 202
53
¿ ILICITUD ES PARTE DEL OBJETO JURÍDICAMENTE IMPOSIBLE?
Comentario
relevante del autor
El artículo 140 establece los factores cuya concurrencia es necesaria para constituir la validez de un
negocio jurídico, uno de los cuales es el objeto. Por consiguiente,
el inciso 2 de este artículo difícilmente puede entenderse como
referido a un efecto del negocio.
La validez no es una cuestión de
efectos, sino de estructura o formación del negocio.
Sin embargo, “desde tiempos remotísimos, y hasta nuestros días, los
hombres se afanan en buscar el significado intrínseco, verdadero,
real, etc., de las palabras, como si
en ellas residiera algún valor propio,
independiente de las reglas de uso
que les asignan tal o cual función”.
Pero semejante búsqueda está destinada al fracaso, “porque las palabras
no tienen significado en ese sentido;
simplemente tienen usos. No hay
nada divino o mágico acerca de justicia o libertad; solo son parte del
aparato verbal de que nos valemos
para describir y criticar ciertos tipos
de conducta humana”8.
Ahora bien, el autor que vengo
citando, basándose en el filósofo
inglés Richard Robinson, indica
que las “definiciones reales” se vinculan a las definiciones de cosas
(no de palabras), que era el sentido manejado por los inventores
de la noción de definición, Sócrates y Platón. Así, en el Eutifron, la
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Ibídem, p. 118.
Ibídem, p. 119.
Ibídem, p. 121.
Ibídem, p. 122.
búsqueda de la definición de piedad es una indagación sobre la cosa
piedad, no sobre la palabra piedad.
Sócrates no le pregunta a Eufitron
qué es piedad porque esa palabra sea
nueva para él, o porque desee conocer un método efectivo para enseñar el uso de ella a quienes no lo
conocen. El célebre pensador griego
pregunta por la cosa piedad, dando
por sentado que su interlocutor y
él ya conocen el uso de la palabra.
No obstante, la búsqueda de definiciones reales –iniciada por Sócrates
y proseguida hasta nuestra época–
no ha sido una actividad de tipo
único, sino que incluye varias clases de actividades distintas entre sí.
Por consiguiente, no es difícil comprender que la determinación de una
“definición real” es equivalente a la
búsqueda de algo que, en rigor de
verdad, no existe9. Y es que semejante actividad es nada más y nada
menos que el principal generador de
inútiles quebraderos de cabeza y de
falsas disputas entre los hombres de
derecho.
Es de lamentar, sin embargo, que la
“búsqueda de significados reales,
intrínsecos o verdaderos es actividad casi full time de los juristas. (…)
En esa (pretendida) tarea de hallar
significados verdaderos y formular las correspondientes definiciones reales los juristas no siempre
coinciden. Mejor dicho, discrepan
con alarmante frecuencia. De hecho
aquella faena encubre actividades
heterogéneas mal disimuladas. Esas
actividades son, precisamente, algunas de las que Robinson trae a luz.
Ellas suelen conducir a soluciones
discrepantes, lo que genera abundantes polémicas que tienen garantizada una vida perdurable”10. Así, las
seudodisputas originadas en equívocos verbales se vinculan a las actividades que Robinson examina bajo
el título de “la definición real como
búsqueda de una inexistente identidad de significado”11.
Un ejemplo paradigmático de esto
último es lo que ocurre con la secular polémica en torno a la noción de
“causa” en materia de acto (o negocio) jurídico y obligaciones. Los
estudiosos del derecho civil acostumbran distinguir dos acepciones
de la palabra causa: i) causa-fuete,
y ii) causa-fin. El intrincadísimo
debate doctrinario se concentra en
la segunda acepción, ya que a la
primera se le considera no problemática. De la palabra causa, en el
ambiguo sentido de “causa-fin”, los
autores se lanzan en la búsqueda de
una supuesta entidad que –creen los
doctrinarios sobre el tema– esa palabra nombra. Irrumpe entonces la pregunta “¿Qué es la causa?”, pregunta
que se suele formular bajo la premisa
de que la simple distinción mencionada es garantía suficiente para
hacer perfectamente posible encontrar la respuesta verdadera. Pero lo
cierto es que muchísimas han sido
las respuestas y todas heterogéneas
entre sí. Se ha dicho que la causa es
la finalidad abstracta, impersonal y
objetiva, que cada tipo de acto lleva
en sí; o el fin determinante que las
partes han considerado al realizar el
acto; o los motivos expresados en él;
o la función económica o social del
mismo; o un elemento justificativo
ESPECIAL
de la fuerza obligatoria que tiene
el acto; y muchas otras cosas más.
Uno no puede dejar de notar que los
protagonistas de la polémica, cada
uno por su lado, están hablando de
cuestiones harto diversas entre sí. Se
puede constatar con facilidad que en
este asunto de la causa pueden verse
involucradas tantas cuestiones y sentidos (de esta palabra) diversos entre
sí que es inevitable preguntarse “por
qué los autores se han preocupado
únicamente por esclarecer la distinción entre causa fuente y causa fin,
como dos centros de problemas distintos, y no prosiguieron en la tarea
de clarificación”12. Y es que si hay
tantas cuestiones y sentidos involucrados que pueden –y así ha ocurrido– superponerse en el análisis
del tema, antes de empezar a discutir
o debatir, es ineludible la necesidad
de precisar y delimitar varias cuestiones y sentidos, no solamente dos.
Y ya sabemos que, como con la
causa, el objeto ha sido materia de
los mismos inconvenientes. Los
autores peruanos, y también extranjeros, se preguntan qué es el objeto,
y también se lanzan en búsqueda de
una supuesta entidad que es nombrada por esta palabra, sin tratar de
ponerse de acuerdo en un sentido
determinado para la misma. Por el
contrario, sin más, adoptan su propio sentido para la palabra, dando
por sentado que otro sentido es indubitablemente equivocado, obviando
el citado postulado básico de teoría
de lenguaje.
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Por lo tanto, puede plantearse la
siguiente conclusión: para evitar
caer en debates o discusiones estériles, siempre es importante que dejar
precisado el sentido en el que se
emplean las palabras claves.
IV. EL OBJETO DEL NEGOCIO
JURÍDICO SEGÚN NUESTRO
CÓDIGO CIVIL Y EL PROBLEMA
DE LA INVALIDEZ SUCESIVA
No existe un sentido o significado
verdadero de objeto. Quien piense
lo contrario, tendrá que rebatir premisas elementales, y hoy no puestas en tela de juicio de ningún modo,
de teoría de lenguaje. Entonces,
debo adoptar el sentido que emplea
el Código Civil, no otro. Este sentido no es, insisto, el “verdadero”
o “correcto”, pero es el normativamente vinculante para el operador
jurídico, por así haberlo dispuesto el
legislador.
El artículo 140 establece los factores cuya concurrencia es necesaria para constituir la validez de un
negocio jurídico, uno de los cuales es el objeto. Por consiguiente, el
inciso 2 de este artículo difícilmente
puede entenderse como referido a
un efecto del negocio. La validez no
es una cuestión de efectos, sino de
estructura o formación del negocio.
Los efectos, como es obvio, vienen
después de la formación o celebración válida del negocio. La validez
no es un tema que se pueda valorar
de forma posterior a la debida celebración del negocio. Aquí me voy a
referir, brevemente, al problema de
Comentario
relevante del autor
Es obvio (pero importante subrayarlo) que el problema de la
invalidez sucesiva no se vincula
a contratos cuya ejecución ha
culminado.
la invalidez sucesiva, cosa que ya
hice en otra sede13. Esto es importante, puesto que si se admite que la
invalidez puede ser sucesiva, esto es
posterior a la celebración del negocio, podría plantearse la posibilidad
de que el objeto del referido inciso 2
se vincule a sus efectos.
Dada la harto conocida influencia de
su Código Civil sobre el nuestro, en
materia contractual, a continuación
me centraré en algunas importantes
consideraciones de la doctrina italiana que resultan pertinentes:
Para empezar, cito una precisión
importante de un célebre autor:
“Ciertamente, si el efecto del negocio es inmediato e instantáneo, no es
concebible, ni, en último término,
influyente, un póstumo defecto del
negocio, que ha agotado ya su función genética”14. Es decir, es completamente impertinente predicar
una invalidez sucesiva respecto de
un negocio ya ejecutado plenamente.
Ahora bien, Vincenzo Roppo, señala
que el asunto se reduce a un tema de
aplicación de normas en el tiempo.
Ibídem, p. 124.
NINAMANCCO, Fort. La invalidez y la influencia del negocio jurídico en la jurisprudencia de la Corte Suprema. Gaceta Jurídica. Lima, 2014,
p. 141-144.
BETTI, Emilio. Teoría general del negocio jurídico. Traducción de Antonio Martín Pérez. Comares, Granada, 2000, p. 421.
DIÁLOGO CON LA JURISPRUDENCIA Nº 202
55
¿ ILICITUD ES PARTE DEL OBJETO JURÍDICAMENTE IMPOSIBLE?
Comentario
relevante del autor
Nadie sostiene que la posible invalidez sucesiva produzca efectos
desde el momento de la celebración del contrato, solo los produciría desde la puesta en vigencia
de la nueva norma.
Según Roppo, si fuera del ámbito
penal también es viable la aplicación
retroactiva de las normas, una norma
prohibitiva puede aplicarse retroactivamente sin problema, de modo
que se aplique a los contratos celebrados precedentemente, “haciéndolos ex post ilícitos o ilegales y,
por tanto, nulos”15. Si se aplica este
criterio a nuestro ordenamiento, la
nulidad sobrevenida sería inadmisible porque la aplicación retroactiva,
en nuestro país, únicamente es permitida en materia penal.
Otra destacada doctrina señala que
“el negocio, en tanto existe, no puede
ser más que inmediatamente válido
o inválido: si es válido, ya no puede
ser invalidado, porque según las
ideas expuestas, tendría que devenir tal desde el principio (ex tunc), y
ello implicaría una inexplicable contradicción interna del ordenamiento
jurídico. Dicha contradicción podría
superarse solo si una nueva norma
dispusiera la invalidez de los negocios ya válidamente realizados: nada
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más que así se terminaría proponiendo una inadmisible violación
del principio de irretroactividad de
la ley”16. En tal sentido, se señala
que en los casos excepcionales
donde pareciera que existe invalidez
sobrevenida, se impone la necesidad de entenderlos como supuestos
de ineficacia (no de invalidez) sucesiva 17. Se precisa también que, al
margen de estar de acuerdo o no con
la admisión de la invalidez sobrevenida, no es posible negar que los
supuestos de tal figura “son poquísimos y del todo excepcionales”18.
Un defensor de la figura de la invalidez sucesiva señala que la misma,
sin embargo, debe entenderse en su
debida dimensión, sin extenderla
indebidamente. De este modo, si una
nueva ley no es conforme con lo establecido en el contrato en ejecución,
se tiene que concluir que tal contrato
es inválido desde el momento en que
entra en vigor dicha ley, la cual tendría, por tanto, un efecto ex nunc,
toda vez que la validez del negocio no puede mantenerse habiendo
operado un cambio en el ordenamiento19. En los mismos términos se
pronunció una clásica doctrina20, la
cual indica que sí es viable una invalidez sucesiva, pero la nueva norma
necesariamente debe tener una eficacia ex nunc, puesto que si se pretende una aplicación retroactiva de
tal norma, se llegaría al absurdo de
atribuir, al mismo tiempo, validez e
invalidez al contrato.
Massimo Bianca informa que la doctrina italiana se encuentra notoriamente dividida respecto de la figura
de la invalidez posterior o sucesiva,
aunque él reconoce posible una invalidez sobrevenida ya que es posible una eficacia excepcionalmente
retroactiva de las normas, pero hace
una advertencia muy importante:
“De cualquier forma, es necesario
tener presente que la ineficacia que
se deriva de la invalidez posterior
es una vicisitud resolutoria, pues
encuentra su título en un hecho posterior al perfeccionamiento del contrato y eficacia del contrato”21.
¿Qué ideas conclusivas se pueden
extraer de estas posturas doctrinales?
Creo que las siguientes: i) es obvio
(pero importante subrayarlo) que el
problema de la invalidez sucesiva no
se vincula a contratos cuya ejecución
ha culminado, y ii) nadie sostiene
que la posible invalidez sucesiva
produzca efectos desde el momento
de la celebración del contrato, solo
los produciría desde la puesta en
vigencia de la nueva norma.
Así las cosas, tomando como base
lo dispuesto en el artículo 1371 de
nuestro Código Civil, considero
como aplicables al sistema peruano
las afirmaciones de Renato Scognamiglio y Massimo Bianca: la nulidad sobrevenida, técnicamente
hablando, no es jurídicamente admisible, de lo que se trataría es de un
supuesto de ineficacia sobreviniente,
ROPPO, Vincenzo. El Contrato. Traducción de Nélvar Carreteros, al cuidado de Eugenia Ariano, Gaceta Jurídica, Lima, 2009, p. 690.
SCOGNAMIGLIO, Renato. Contribución a la teoría del negocio jurídico. Traducción de Leysser León. Grijley, Lima, 2004, p. 498.
Ibídem. p. 499.
Ídem.
CARRESI, Franco. Il contratto. Tomo. II, Giuffrè, Milano, 1987, p. 626.
MESSINEO, Francesco. Il contratto in genere. Tomo II, Giuffrè, Milano, 1972, p. 183.
BIANCA, Massimo. Derecho Civil 3. El Contrato. Traducción de Fernando Hinestrosa y Édgar Cortés. Universidad Externado de Colombia,
Bogotá, 2007, p. 633.
ESPECIAL
o sea de resolución. Hasta antes del
momento en que entra en vigor la
nueva norma que establece la “invalidez” del contrato ya celebrado, este
es válido, y esta validez no puede
ser negada por la nueva norma (a
menos que se proponga una –constitucionalmente inviable-aplicación
retroactiva de tal norma). Por consiguiente, el asunto debería plantearse en términos de eficacia, no de
invalidez.
Así las cosas, el inciso 2 del artículo
140 del Código Civil no puede referirse a la relación jurídica, puesto
que esta relación es un efecto del
negocio, en tanto que el objeto es
un factor de validez, o sea un componente previo al surgimiento de la
relación. La validez no puede ser
un asunto que pueda analizarse de
forma posterior a la celebración conforme a ley de un negocio, al ser técnicamente inviable la idea de “invalidez sucesiva”.
De otro lado, si ya existe una convención firmemente establecida para
emplear la palabra objeto también
en sede de obligaciones y derecho
subjetivo, veo muy difícil seguir el
planteamiento de Rómulo Morales.
El bien y las conductas suelen entenderse como el objeto de las obligaciones, no de los negocios o contratos. Estoy dispuesto a aceptar que
entender al objeto del negocio como
los bienes no tiene el problema de la
doctrina mayoritaria que se acaba de
criticar. Sin embargo, tiene otro problema: choca contra una convención
firmemente establecida. Ir en contra de una convención lingüística tan
firme, es bastante impráctico. Ojo,
lo repito, no digo que Morales esté
equivocado. Acá nadie está equivocado, sencillamente porque no existe
un “verdadero” concepto de objeto.
Lo que pienso es que el sentido de
objeto que emplea Morales resulta
no poco impráctico.
En tal contexto, creo que deberíamos tomarnos en serio la posibilidad de entender al objeto del negocio como los intereses materia de
regulación. Al negocio se suele definir también como un acto de autoregulación o autoreglamentación de
intereses, precisamente porque sus
reglas o preceptos versan o se refieren a intereses humanos determinados. Un sentido como este tiene dos
ventajas: i) respeta el sentido que
adopta el Código Civil, haciendo del
objeto un factor previo, o a lo sumo
contemporáneo, a la celebración del
negocio, y ii) no choca con convenciones firmemente establecidas en
teoría general del derecho (objeto
del derecho subjetivo) o derecho de
obligaciones (objeto de la obligación). No diré más. Como se comprenderá, en estas notas no se puede
aspirar a ser exhaustivo, ni mucho
menos definitivo.
V. LAS CONTRADICCIONES DE LA
SENTENCIA EN CASACIÓN
Para terminar, por las razones ya
expuestas, es criticable que la sentencia en casación entienda que la
prestación es el objeto del negocio
jurídico. Existe, como ya dije, una
convención firmemente establecida
que indica que el objeto de la obligación es la prestación debida. Y como
la obligación es un efecto del negocio, evidentemente no pueden tener
el mismo objeto.
Una confusión de este tipo hace
entendible que los Jueces Supremos
planteen que el objeto se asocia a
la idea de contenido. Ciertamente
la prestación debida y el contenido
no son lo mismo. El contenido es
prácticamente el negocio mismo.
Son cláusulas y disposiciones que
DIÁLOGO CON LA JURISPRUDENCIA Nº 202
Comentario
relevante del autor
El inciso 2 del artículo 140 del
Código Civil no puede referirse a
la relación jurídica, puesto que
esta relación es un efecto del
negocio, en tanto que el objeto
es un factor de validez, o sea
un componente previo al surgimiento de la relación. La validez no puede ser un asunto que
pueda analizarse de forma posterior a la celebración conforme
a ley de un negocio, al ser técnicamente inviable la idea de “invalidez sucesiva”.
conforman la declaración de voluntad, que es de lo que está hecho
cualquier negocio jurídico. Mientras tanto, la prestación se refiere
a comportamientos o actividades.
Nótese como la sentencia no puede
evitar la confusión cuando concluye
que la imposibilidad jurídica del
objeto no es más que la ilicitud del
negocio mismo. El objeto no es el
negocio mismo, solo una parte de
él. Claro que un defecto grave altera
todo el negocio, pero ello no puede
conducirnos a pensar que el negocio no es más que su objeto. Este es
un sentido valedero, pero indudablemente no ha sido acogido por el
Código Civil.
Lo que sí hay que destacar es que
el objeto del negocio y el objeto
de la obligación están íntimamente
vinculados. Considerando que el
objeto del negocio es previo, no
parece admisible la posibilidad de
un negocio cuyo objeto sea defectuoso, pero la obligación generada
por él tenga un objeto viable jurídicamente. Al contrario, si el objeto es
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¿ ILICITUD ES PARTE DEL OBJETO JURÍDICAMENTE IMPOSIBLE?
imposible, el negocio es nulo y ya
no cabe hablar de una obligación.
No obstante, un objeto del negocio
posible, no necesariamente implicará un objeto viable en la obligación que se pretenda generar. Con el
enfoque de la sentencia en casación,
que confunde objeto, prestación y
contenido, hace inviable cualquier
distinción entre vicios del negocio y
vicios en la obligación generada por
el mismo.
Tengo la impresión de que esto no
sucede si se adopta la idea sugerida
más arriba. Además el Código Civil
no habla de objeto lícito ni ilícito,
sino de posibilidad o imposibilidad
jurídica. El interés calza perfecto
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con esta salvedad. El interés no es
lícito ni ilícito. El interés, precisamente, es jurídicamente viable de
realización o no.
Pero pongamos también las cosas en
su lugar, una cosa es la relevancia
teórica de una distinción y otra su
relevancia práctica. Ciertamente la
ilicitud del contenido puede facilitar
las cosas en el análisis operativo. Si
el contenido resulta ilegal, creo que
no tiene mayor sentido continuar con
el análisis del objeto. Si adoptamos
un método de trabajo práctico, no
muy comprometido con el rigor teórico, entonces hay que decirlo. Si el
contenido, o la causa concreta (función concreta si se quiere), resulta
ilegales, no parece –a nivel de praxis– necesario pronunciarnos sobre
la situación del objeto.
Hay distinciones que están destinadas exclusivamente para la didáctica jurídica, para una mejor la comprensión de los fenómenos por parte
de los juristas, y no tanto para el
campo operativo. Pienso que, en este
último, el contenido y la causa juegan un rol central, correspondiéndole al objeto, en el sentido apenas
esbozado en estas notas, quizá un
papel más discreto. Pero una circunstancia como esta no puede dar
licencia a los jueces para entremezclar y aumentar la confusión entre
conceptos problemáticos.
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