La historia económica de Europa está estrechamente unida a las

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DE LAS FERIAS A LA INTERNACIONALIZACIÓN: ESPAÑA, AMÉRICA Y
LA REORGANIZACIÓN DEL ESPACIO COMERCIAL EN LA EUROPA
MODERNA1
MANUEL BUSTOS RODRÍGUEZ
(Universidad de Cádiz, España)
Resumen: Durante la Edad Media y un largo período de la Edad Moderna, las ferias
constituyeron un instrumento eficaz de las relaciones comerciales y, en general, de las
comunicaciones en Europa. Sin embargo, la apertura a los "Nuevos Mundos",
especialmente hacia América, supuso un reto para su continuidad. El fortalecimiento de
las rutas ultramarinas, la creación de ferias al otro lado del Atlántico obligó, en el siglo
XVIII y, particularmente, con el desarrollo de la industria, a la reordenación de la red de
ferias, la transformación del contenido de unas e, incluso, a la desaparición de otras;
pero también a la creación de un nuevo sistema de ventas y al establecimiento de vías
alternativas para el crédito y el transporte de los productos entre las ciudades portuarias
y el interior. El artículo pretende dar una explicación coherente del proceso descrito, al
igual que de sus tiempos, planteando algunas hipótesis al respecto.
Palabras clave: Comercio, crédito, feria, red ferial, Edad Moderna, Europa, América
Abstract: During the middle Ages and a long period of Modern Age, Medieval Fairs
constituted an efficient means for commercial relations and, in general, for
communications in Europe. However, the opening to "New Worlds", especially
towards America, supposed a challenge for its continuity. The strengthening of the
ultramarine routes, the creation of Medieval Fairs at the other side of the Atlantic
forced ( in the 18th century and particularly with the development of industry) the
reorganization of the network of Paris, the transformation of the contents of some, and
even the disappearance of others, but also the creation of a new system of sales and the
establishment of alternative ways for the credit and transport of products between the
port cities and the interior of the country.. The article tries to give an explanation not
only of the described process but also of its period of time, by making some hypotheses
about it.
Key Words: commerce, credit, Medieval Fairs, Fairs Medieval network, Modern Age,
Europe, America.
1
El presente estudio es en origen una ponencia que, bajo el mismo título, dictó el autor en el
Encuentro Internacional Ferias e internacionalización del pasado a los retos del siglo XXI,
conmemorativas del tercer centenario de confirmación de la feria de Albacete, organizadas por
la Universidad de Castilla-La Mancha y el Instituto de Estudios Albacetenses, en el año 2010.
1
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INTRODUCCIÓN
La historia económica de Europa está estrechamente unida a las ferias. Señala F.
Braudel que existen dos niveles comerciales: el propio del pequeño comercio
(mercados, tiendas, venta ambulante, etc.), de carácter básico, y el de la “poderosa
superestructura de los cambios”, sin la cual el capitalismo no existiría2. Dentro del
comercio de amplio radio sitúa el historiador francés las ferias y la bolsa, que
constituyen para él, incluso en el XVIII, aun cuando los instrumentos del negocio se
multipliquen y diversifiquen en esta centuria (cámaras de comercio, consulados, etc.), el
centro de la gran vida comercial, a pesar de que no compendie todos los grandes
negocios.
Las ferias venían cumpliendo normalmente funciones indispensables en una
estructura de tipo feudal o señorial, caracterizada por la precariedad económica y las
comunicaciones difíciles. Procuraban, ante todo, intercambios de mayor radio de acción
que los ordinarios, de carácter local o, a lo sumo, comarcal. Y ello afectaba, tanto a los
productos y monedas objeto de tráfico, como al origen de los concurrentes a la feria. En
algunos casos (Champagne en el siglo XIII por ejemplo) su área de influencia podía
llegar a abarcar el conjunto de Europa. El reclamo estaba en su excepcionalidad; en
otras palabras, en las franquicias que le otorgaban reyes y señores. Esta iniciativa
permitía el contraste entre las numerosas y, a la vez, gravosas derramas que los
productos estaban obligados a pagar habitualmente para ser vendidos o comprados en el
mercado, y las exenciones de que se beneficiaban, cuando el lugar al que concurrían era
señalado como feria.
Aunque menos viejas que los mercados, el origen de las ferias se remonta a los
siglos de la Antigüedad. Su momento álgido se alcanzó con la restauración del comercio
en la Plena Edad Media, alargándose a toda la Edad Moderna, época en que, incluso,
aumentó su número hasta bien entrado el siglo XIX, si bien las transformaciones que se
introdujeron en ese tiempo afectaron de manera decisiva a su función, a la par que
disminuyeron su peso en el conjunto de la economía. Trataremos aquí de explicar, a
pesar de la complejidad del tema y de las importantes lagunas todavía existentes, los
factores que propiciaron tan trascendental cambio, ilustrándolo con algunos ejemplos3.
Afirmar que, a comienzos del período moderno, Europa estaba salteada de ferias
de diferente relevancia y contenido, resulta ya ser un lugar común. Suelen citarse los
nombres de algunas de las más importantes (Champagne, Besançon, Lyon, Bolonia,
Prato, Verona, Medina del Campo, Medina de Rioseco, Villalón, Leipzig, Frankfurt, La
Haya, etc.), en su mayoría, creadas en la época medieval. Un viejo catálogo de 1585
señala a la sazón 171 lugares de feria importantes en Europa, y, en el XIX, esos forman
aún en muchas zonas una tupida tela de araña4.
2
Braudel, F., Civilisation matérielle, économie et capitalisme.XVe-XVIIIe siècle. 2. Les jeux de
l’échange, París, A. Colin, 1979, p.77.
3
Aunque las ferias en la Edad Moderna no han recibido la atención debida a su importancia,
conviene recordar algún trabajo interesante de carácter general. Cavaciocchi, Simonetta, Fieri
et mercati nella integrazione delle economie europee. Sec. XIII-XVIII. Prato, 8-12 maggio 2000,
Florencia, 2001.
4
Schultz, Helga, Historia económica de Europa, 1500-1800: artesanos, mercaderes y
banqueros, en Historia de Europa, Siglo XXI, p. 159. Vid los mapas que introduce F. Braudel,
relativos a la Francia de 1841 y la a región de Caen en 1725 (Op. cit., II, francés, 81 y 36
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En puridad, a pesar de algunos casos excepcionales, la mayoría de las ferias se
instalaron en las zonas del interior, ya que las ciudades del litoral tenían sus medios
propios de intercambio, abastecimiento, transacciones y obtención de créditos. Influyó
también la importancia de la región, el hecho de que gozase de ciertos beneficios
geográficos, sobre todo el hallarse dentro o al cabo de rutas esenciales (así, la Castilla
del XVI). Importancia, por tanto, del determinismo geográfico5. El papel, mucho menos
conocido, de las vías de comunicación y de los medios y costes de transporte, incidió
sin duda en la creación y desarrollo de las ferias, pero el tema está todavía
prácticamente inédito6.
CARACTERES GENERALES DE LAS FERIAS
A diferencia de los numerosos mercados de carácter generalmente semanal
repartidos por Europa, las ferias tenían un radio de acción mucho más amplio que éstos
y el peso de los productos básicos (así, los excedentes agrarios comarcales) en sus
operaciones era mucho menor. Lo que no quitará para que, en ocasiones, lleguen a
adquirir algún tipo de especialización (por ejemplo, el ganado) y den salida a
manufacturas del entorno.
Las ferias son capaces por tanto de animar también el desarrollo agrícola y
ganadero de su hinterland y de comarcas más distantes. Es lo que se puede ver en las
principales castellanas, con el cereal de la Tierra de Campos, los vinos de Medina o, en
general, los ganados meseteños; pero también con los pescados del Norte peninsular o
la pañería riojana y segoviana. Rompen, pues, el estrecho círculo de los intercambios
ordinarios y son capaces de movilizar la economía de amplias zonas, a veces de casi
toda la Europa occidental, al amparo de las libertades y franquicias que se ofrecen en
ellas, suprimiendo temporalmente las tasas y peajes, tan habituales y gravosos en la
época7. De esta forma, el espacio ferial permitía ahorrar en los costes de transacción y
disminuir el riesgo comercial de los productos, al garantizar la concentración temporal
de la oferta y la demanda, así como la existencia de un sistema regular (con operaciones
previsibles) de transferencias de fondos entre plazas8. Por último, las ferias constituyen
un eslabón entre regiones económicas diversas de Europa y su comercio ultramarino9.
Así sucedió, tempranamente, dado el lugar ocupado por la Monarquía Hispana en el
contexto internacional del Quinientos, con las principales ferias castellanas,
estrechamente conectadas a la economía americana. O, más tardíamente, entre ésta y
respectivamente). Sólo en Castilla, según Felipe Ruiz Martín, debieron existir más de setenta
ferias de carácter regional en el siglo XVI.
5
Braudel, F., Op. cit., vol. III (Le temps du monde), pp. 343-344.
6
Una excepción a la regla para el caso español, interesante desde el punto de vista de las
interacciones y vínculos: Marcos Martín, A., “Comunicaciones, mercado y actividad comercial
en el interior peninsular durante la época moderna”, III Reunión Científica de Historia Moderna /
Asociación Española de Historia Moderna / coord. por Vicente J. Suárez Grimón, Enrique
Martínez Ruiz, Manuel Lobo Cabrera, Vol. 2, 1995 (El comercio en el Antiguo Régimen).
7
Vid Braudel, F., Op. cit., vol. II, p. 79. La feria como elemento de integración del sector rural
en la economía monetaria es objeto de estudio por parte de Margairaz, Dominique en “Les
forres et les marchés, instrument d’intégration des campagnes à une économie marchande au
XVIIIe siècle”, en Cavaciocchi, S., Op. cit.
8
YUN, Bartolomé, Marte contra Minerva. El precio del Imperio español, c.1450-1600, Barcelona,
Crítica, 2004, p. 151.
9
Schultz, H., Op. cit., p. 159.
3
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otras ferias europeas como Lyon. Tales lazos permitirán, en particular a las élites, el uso
y consumo de bienes, incluidas no pocas rarezas (especias, colorantes, azúcar, etc.),
procedentes de lugares lejanos, a veces confundidos, en la mentalidad popular, con
mundos míticos o fabulosos10.
Se vinculan por ello –ya veremos en qué grado- a los príncipes que les otorgan
los referidos privilegios y, por ende, al Estado-nación o al Estado-Imperio y sus
progresos11. No se trata, por tanto, de un libre comercio “avant la lettre”.
Otra característica digna de recordarse es la estacionalidad de las ferias. Su
celebración tenía lugar en varios momentos del año (cuatro para Lyon, tres para Medina
y París, uno para Portobelo y Jalapa, etc.), coincidiendo con fechas señaladas del
calendario, generalmente vinculadas a fiestas religiosas, a los ciclos estacionales, las
faenas agrícolas o la llegada de las flotas; su duración es variable12. En principio, la
frecuencia no es directamente proporcional a su importancia. Suele existir, eso sí, una
cierta coordinación entre las fechas de una y otra feria, de manera que pueda llevarse a
efecto la autocompensación de los préstamos, los pagos y las compra-ventas en cadena.
Así, en el XVI, caso en general bien conocido, entre las ferias castellanas y las de
Amberes y Bergen-op-Zoom. Se puede decir, de esta forma, que las ferias vienen a
facilitar la creación de circuitos.
En ellas se dan cita los comerciantes al por mayor y al detalle, de diferente
origen . Los segundos se surten de los productos, algunos de importación, que les
llevan los primeros y que ellos a su vez distribuyen en sus comarcas respectivas. Esta
actividad anima la movilización de una parte variable de la producción autóctona con
vistas al consumo local y, sobre todo, a la exportación, siendo a la vez los responsables
de esta última operación los propios comerciantes mayoristas, responsables también del
suministro de los productos de importación14.
13
Paralelamente, como aval de las operaciones de compra-venta en la misma feria
o con posterioridad a la misma, se desarrollará una actividad financiera, que permite la
adquisición de créditos a devolver en la feria siguiente, con el aval de las rentas y
10
Yun recuerda el asombro que, entre los viajeros que visitaban España en la primera mitad
del siglo XVI, causaba el consumo que hacían determinados grupos de bienes (objetos
artísticos, telas bordadas de oro, alfombras de múltiples colores, azafrán, holandas, etc.), cuyo
origen estaba en otras partes de Europa, a veces muy alejadas de la Península, y que llegaban
a ellos gracias a las pujantes ferias castellanas (Op. cit., pp. 148-149)
11
En cambio, los mercados se vinculan mayormente a los señores y las autoridades locales,
que son quienes les confieren las exenciones.
12
Las de Medina del Campo, por ejemplo, duraban alrededor de treinta días al año, entre mayo
y octubre; las de Medina de Rioseco y Villalón tenían lugar coincidiendo también con ciclos
agrícolas religiosos: la “Pascuilla” y agosto la primera, Cuaresma la segunda. La de Jalapa
(Nueva España) permanecía durante dos-tres meses prorrogables; la de Albacete, en cambio,
sólo cuatro días, por la Virgen de septiembre, hasta su tardía ampliación a ocho.
13
A las castellanas de Medina, Villalón y Medina de Rioseco concurren comerciantes de
Burgos, Córdoba, Sevilla, Granada y de otras ciudades de las antiguas Coronas de Castilla y
de Aragón, junto a otros de origen extranjero, en busca de materias primas, manufacturas o
créditos.
14
Un ejemplo “excéntrico”, en relación con la Europa Occidental es el de Polonia. María
Bogucka da un resumen de las características del mismo en “Peoples of the Fairs. Fairs’
Organisers and Participants in the Early Modern Poland”, en Cavaciocchi, S., Op. cit.
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salarios percibidos por los tomadores15. Por tanto, el comercio de las ferias animaba
asimismo los negocios bancarios, creando auténticos “bancos de ferias”.
Abreviando las cosas, los elementos económicos intervinientes en la feria se
pueden reducir básicamente a tres: las mercancías, de distinta índole y naturaleza; la
moneda y el crédito. Su combinación varía de una a otra y depende también de la
evolución que experimente la feria en particular.
Característico de la feria propiamente dicha es la plena participación en la vida
de la ciudad, con la que se suele confundir, así como de sus habitantes. Durante el
tiempo de su duración, la urbe se convierte en un escenario efímero, donde se da cita la
multitud desde días antes a la apertura de sus puertas. No se trata sólo de la
concurrencia de los comerciantes, si bien ellos constituyen la pieza esencial, sino
también de otros grupos procedentes del medio rural que aportan sus productos16. En el
terreno de lo lúdico, las ferias son a su vez escenario de ruidos, bullicio, juegos,
representaciones, desfiles y procesiones, convocando al conjunto de los participantes.
Una prolongación de las ferias europeas, especialmente de las hispanas, son las
ferias de América, en particular las de Jalapa y Portobelo, que tenían un carácter
internacional. Sirven de mercado a los productos europeos, particularmente las
manufacturas, llevados a través de la Península por las flotas, suministrando por su parte
la plata y las materias primas que más tarde se distribuirán por Europa, llegando las
primeras, incluso, hasta las Indias Orientales. Pero a diferencia de sus homónimas
europeas, estas ferias dependían del monopolio establecido por la Corona española con
las Indias, y que obligaba a sus comerciantes a ejercer, por medio de ellas, sus
operaciones de compra-venta. Formaban parte, en definitiva, del complejo
monopolístico comercial con cabecera en la Península, en concreto en Sevilla y Cádiz.
DEL APOGEO A LA CRISIS
Pero si las funciones desempeñadas por las ferias son, en general, bien
conocidas, no lo son de la misma manera los motivos de su pérdida de relevancia en el
tiempo, así como de las transformaciones experimentadas, con importantes puntos en
común, pero otros dependientes de cada caso. Obviamente, a nosotros nos interesa aquí,
sobre todo, detectar y analizar los primeros.
Evidentemente, el cambio de modelo económico estará en la base de dicha
transformación. En la medida que el orden feudo-señorial decae, pierde una parte
sustancial de su razón de ser la feria, debiendo ser progresivamente sustituida por otras
“fórmulas” más útiles y eficaces para el capitalismo internacional en desarrollo.
Sin embargo, a pesar de esta afirmación de carácter general, no debemos
precipitarnos a concluir la incompatibilidad entre la feria y el nuevo sistema económico
desplegado en los tiempos modernos. Por el contrario –y ello es para nosotros un
elemento relevante sin duda-, esta “fórmula” tradicional continuó utilizándose
(recordemos su aumento en el siglo XVIII y principios del XIX) y, en algunos casos, se
rehizo con éxito para adaptarse a las nuevas circunstancias. Su flexibilidad está, por lo
15
Para Braudel, el “depósito” que se paga de ordinario asciende al 10% anual; es decir, el
2,5% a tres meses (Op. cit., vol.II, p. 87).
16
Braudel, F., Ibidem, pp. 86-87.
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tanto, más que sobradamente demostrada, y constituye un rasgo fundamental de su
pervivencia más allá de la crisis del sistema. Ferias, como las castellanas en general,
reordenaron sus funciones, priorizando a la postre el mercadeo sobre la financiación;
otras se transformaron en el sentido contrario17 o mutaron en ferias eminentemente
agrícolas y/o ganaderas, y, por tanto, difícilmente distinguibles de los mercados
semanales tradicionales. Pero la mayoría dejó ya de ser eslabón imprescindible entre las
diferentes regiones económicas europeas y el comercio ultramarino de larga distancia,
de donde provenían los productos más caros y sofisticados para el consumo local.
Las ferias hubieron de pasar su crisis, en diferentes momentos según los casos;
crisis que, en nuestra opinión, particularmente aquí, debe entenderse como sinónimo de
transformación.
Sin embargo, no se puede de ahí extraer la conclusión de que, en su conjunto, las
ferias viniesen a cumplir una función de rango similar en el siglo XVI que en el XVIII,
salvo casos excepcionales. Antes bien, la creación de algunas de ellas en fecha tardía –
como más adelante analizaremos- respondería a factores locales y/o coyunturales o a la
pertenencia de su zona de influencia a la periferia de la economía-mundo y a las
consiguientes dificultades para incorporarse a las grandes corrientes comerciales y
financieras de la época. Por tanto, donde no posee rival, la feria sigue marcando el paso
a la economía. Es más, si la vida económica se ralentiza, la feria vuelve a tomar el
relevo en ella18. Tendríamos que llevar el cambio, por tanto, a las zonas donde la vida
económica es activa y termina afectando significativamente a las ferias. En todo caso,
aunque nos falten las cifras comparativas pertinentes, las ferias en su conjunto debieron
perder peso en el conjunto de la economía mercantil.
Uno de los casos mejor conocidos de esta evolución es, sin lugar a dudas,
gracias a varios trabajos de relieve, el de las grandes ferias castellanas: Medina del
Campo, sobre todo; Medina de Rioseco y Villalón19. Su crisis era evidente en la última
década del siglo XVI, en consonancia con el viraje económico y demográfico que se
estaba produciendo en Castilla por la misma época.
Estas ferias habían aguantado muy bien los efectos de la globalización, derivada
de la incorporación del Nuevo Mundo a la economía europea. De hecho, parte del
impulso que experimentaron en el Quinientos se debe al desarrollo de la economía
17
Para Braudel, las grandes ferias evolucionan, grosso modo, dando ventaja al crédito en
relación con la mercancía (Op. cit., vol. II, p. 87).
18
Braudel, F., Op. cit., vol. II, p. 92.
19
Sobre los antecedentes históricos de las ferias castellanas: Ladero, M.A., “Las ferias de
Castilla del siglo XII al XV”, Cuadernos de Historia de España, 67-68(1982). Vid también el
estudio clásico de Espejo, Carlos, Las antiguas ferias de Medina del Campo, Valladolid, 1908.
Más recientes y con metodología historiográfica moderna: Marcos Martín, A., Auge y declive de
un núcleo mercantil y financiero de Castilla la Vieja. Evolución demográfica de Medina del
Campo en los siglos XVI y XVII, Valladolid, 1978; Yun Casadilla, B., “Ferias y mercados;
indicadores y coyuntura comercial en la vertiente Norte del Duero. Siglos XVI-XVIII”,
Investigaciones Históricas, 4(1983). Vid asimismo Cadiñanos Bardeci, I., “Mercados y ferias en
la provincia de Burgos (I y II), Boletín de la Institución Fernán González, 233(2006), pp. 373414 y 234(2007), pp. 203-244. Dos buenos resúmenes de dicha evolución en Hilario Casado
Alonso, “Las ferias de Medina del Campo y la integración de Castilla en el espacio económico
europeo (siglos XV y XVI)”, en Cavaciocchi, S., Fiere et mercati nella integrazione delle
economie europee. Secc. XIII-XVIII. Prato, 8-12 maggio 2000, Florencia, 2001.
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americana y a los vínculos que llegaron a establecer con ella20. Sin embargo, lo
principal de su actividad dependía por lo general de Europa, reavivada a su vez por la
expansión ultramarina. Incluso el considerable influjo de la Corona en dichas ferias, se
vinculaba en gran medida a su política europea y a los compromisos imperiales. En
otros términos, el Erario las utilizaba como medio para la obtención de créditos y pago
de sus acreedores, habitualmente banqueros y asentistas concurrentes a las
convocatorias feriales21. Esta intervención provocaba en el siglo XVI al menos tres
efectos importantes: la introducción en las ferias de una abundante masa de mercancías,
transformadas luego en dinero, y letras de cambio con las que atender las crecientes
necesidades de la Monarquía; de otro lado, en esta ocasión por parte de ésta, una
inyección de dinero con el cual enjugar el pago de sus deudas, y, por último, la
consiguiente repatriación del mismo, en forma de lana y de otros productos exportables,
a cargo de los asentistas 22.
Así, las ferias castellanas, en ésta su época dorada, fueron perdiendo su carácter
meramente regional y comarcal, en favor de su internacionalización, en la medida que
aumentaban los intercambios con la fachada atlántica europea y, en particular, con los
Países Bajos23. De manera progresiva se irán imponiendo a su vez los elementos
financieros y especulativos sobre los puramente comerciales. En definitiva, de ferias de
mercancías pasarán a convertirse en el Quinientos en ferias de pagos y cambios.24
En esta transformación intervendrá, según hemos afirmado, la Corona, más
concretamente, la Hacienda pública, a partir de 1520, inyectando dinero25. Pero ello, a la
vez que otorgaba a las ferias, sobre todo a Medina del Campo, una mayor proyección
internacional, las uncía a las vicisitudes que experimentara el Estado-Imperio. Así, a
partir de 1566-67, tanto las ferias de Medina de Rioseco como de Villalón, trocarán su
carácter de “ferias de pagos” por el de mercaderías de ámbito comarcal e interregional,
que ya habían cultivado antes. En cambio, la repercusión de la quiebra hacendística se
retrasó hasta aproximadamente el año 1575 en el caso de Medina.
A esta negativa influencia de las cuentas del Erario se sumaron otros eventos
importantes, como la subida del impuesto de alcabala de 1575, el comienzo por esos
mismos años de la guerra de Flandes y la consiguiente ruptura del eje comercial
Burgos-Bilbao-Amberes. O, más difíciles de precisar en el tiempo, los negativos efectos
del desplazamiento del peso económico castellano hacia Madrid, que estudiara
Ringrose26 (en detrimento de Toledo, de otras ciudades de la Meseta y de la red que
ellas articulaban), hacia Sevilla y el Levante en general, así como la consiguiente
ruralización de Castilla27. Las ferias de Medina del Campo, al ser de mayor envergadura
y depender más de la Hacienda, acusaron con mayor fuerza el influjo de los
acontecimientos que las de Rioseco y Villalón. En todo caso, todas ellas prolongaron
20
Yun, B., Op. cit., pp. 152-153.
Marcos Martín, Alberto, España en los siglos XVI, XVII y XVIII. Economía y Sociedad,
Barcelona, Crítica, 2000, p. 384.
22
Yun, B., Op. cit., pp. 151-152.
23
Marcos, A., Op. cit., pp. 384-386.
24
Los componentes escriturarios y el papel moneda negociable se impondrán a las mercancías
y el dinero.
25
Carande, Ramón, Carlos V y sus banqueros, Madrid, Crítica, 1987.
26
Vid. Ringrose, David R., Historia de Madrid y la economía española, 1560-1850: Ciudad,
Corte y país en el Antiguo Régimen, Madrid, Alianza Universidad, 1985.
27
Marcos, A., Op. cit., p. 385.
21
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durante algunas décadas más su prosperidad, gracias a su transformación en ferias
comerciales y de distribución de mercancías con el Noroeste peninsular.
En el siglo XVIII decaerían o desaparecerían las principales ferias castellanas, a
excepción de Madrid y de algunas ciudades del interior, convertidas a la función
señalada. En su lugar, el comercio que antaño se hacía por su mediación pasó a
realizarse por los puertos levantinos, Cádiz y algunas localidades costeras del
septentrión. Antes de concluir la Edad Moderna, la mayor parte de estas ferias y de
mercados periódicos habían reducido su actividad al intercambio de productos
agropecuarios28.
Tampoco se resistieron a la transformación otras ferias europeas con solera. Así
le sucedió a las de Champagne (en realidad, vinculadas a cuatro villas diferentes), que
tras haber alcanzado su apogeo en el siglo XIII, comenzaron a decaer muy
tempranamente, a partir de 1320. A ello no fue ajeno la competencia de París y el
reforzamiento de la ruta marítima, a través de Gibraltar, para unir la península italiana
con los Países Bajos, convertida a la sazón en circuito “capitalista” esencial de Europa.
Con todo, en el Cuatrocientos, Champagne fue capaz de reconstruir el sistema que
habían creado, primero en torno a Ginebra y luego a Lyon, cuyas ferias, fundadas en el
XV, retomarán a su vez el modelo de las de Champagne. Más tarde, a finales del siglo
XVI, lo hará a su vez alrededor de las ferias de Besançon-Plaisance29, alargando gracias
a ello su prosperidad hasta 1622 aproximadamente, cuando la caída de los flujos de
plata americana obligó, entre otros, a cambios en las fechas de celebración de las
ferias30.
Por su parte, a la ciudad de Lyon, el rey Luis XI le había concedido, en 1464,
cuatro ferias, que restablecerá Carlos VIII más tarde, en 1494, a fin de contrarrestar la
dinámica actividad de Ginebra. A pesar de los cambios comerciales y financieros del
Quinientos, la ciudad mantuvo durante este tiempo su posición relevante como actor
esencial en el comercio entre el mundo mediterráneo y el Noroeste europeo, desde Suiza
a los Países Bajos e Inglaterra.
Aprovisiona por entonces el mercado francés de sedas y especias con ayuda de
la mediación italiana y portuguesa respectivamente. Será capaz a su vez de alimentar
sus ferias con las telas y paños de la zona, así como con metalurgia alemana, sin perder
por ello su carácter de plaza crediticia31. En el XVII, la ciudad se convierte en gran urbe
industrial (fábrica de tejidos de oro, plata y seda), manteniendo su función distribuidora
de mercancías entre el Norte y el Sur; pero sus ferias no llegan ya a alcanzar el lustre de
antaño. Se produce, pues, la transformación: al tiempo de la mercancía sucede en el
Seiscientos el de la finanza, a diferencia de lo ocurrido, según hemos visto, en las ferias
castellanas32.
28
Ibidem, pp. 120-122.
Vid Bergier, J. F., Les foires de Gèneve et l´économie de la Renaissance, París, 1963.
30
Cfr. Bautier, R.-H., « Les foires de Champagne : recherches sur une évolution historique », en
Recueils de la Société Jean Bodin pour l’histoire comparative des institutions. La foire
(Bruxelas, 1953, pp. 97-145). También Braudel, F., Op. cit., vol. II, pp.88-90 y vol. III (Le temps
du monde), p.32.
31
Vid Gascon, Richard, Grand commerce et vie urbaine au XVIe siècle : Lyon et ses
marchands, environs 1520-environs de 1580, París, EP des Hauts Études, 1971.
32
Le Gouic, Olivier, Lyon et la mer au XVIIIe siècle, Tesis de Doctorado, Université de BretagneSud, Centre de Recherches Historiques de l’Ouest, 2009, pp. 7-8.
29
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Sin embargo, en algunas ferias los cambios les llevarán a convertirse, a finales
del período moderno, en ferias-exposición o simples lugares de ocio, algunas tras haber
pasado antes por ferias de ganado.
Es el caso de Sevilla, cabecera del monopolio español con América durante más
de siglo y medio. Resulta significativo que esta ciudad llegue a perder el rastro de sus
ferias francas, concedidas en 1254 tras su reconquista a los musulmanes, a partir del
siglo XVI, justamente cuando alcanza dicha condición y se constituye en temprana
ciudad depósito o almacén con respecto a las Indias Occidentales, además de centro de
distribución de productos regionales. Así, durante los siglos que siguen, después de
reiterados esfuerzos por recuperarlas, no lo conseguirá hasta la tardía fecha de 1847, tras
la correspondiente solicitud por parte del ayuntamiento. Pero resurge esta vez para
dedicarse básicamente al ganado y devenir, finalmente, feria-festejo, cuyo apogeo
alcanza a finales de la centuria33.
Muy similar le sucederá a Plasencia con su feria, al transformarse en “festividad
para el ocio”. Así, a principios del siglo XIX, sus mercados anuales agonizan en tanto
que lugares de intercambio, para, a comienzos de la siguiente centuria, terminar
imponiéndose en ellos la orientación ganadera. Esta situación, en cambio, contrastará
con el vigor adquirido por el mercado diario34.
Al margen de estas transformaciones, las ferias en su conjunto perdieron peso
específico, según se ha dicho, en la globalidad de la economía europea. ¿En qué
momento se puede situar este giro? Sin duda, en términos generales, en el siglo XVII.
Braudel se atreve a proponer el comienzo de los años veinte como momento del no
retorno. A partir de entonces, ninguna feria volverá ya a situarse en el centro de la vida
económica europea dominando el conjunto.
El modelo prototípico pasa a ser a partir de ahora el de Ámsterdam, “ciudad
depósito o almacén”, que se organiza como una “plaza” permanente del comercio del
dinero. Además, sus ferias se vinculan en el Setecientos a la concentración de
mercancías y a su permanencia en reserva35. En la ciudad se habilitan al efecto sótanos,
almacenes o varios pisos de granero, cuando no ha de dejarse la mercancía en el propio
barco al ser insuficientes dichos espacios. Tales almacenes dejan a sus propietarios
buenos dividendos, superiores a veces a los que obtendrían de querer cambiarlos por
una gran mansión. Y algo similar sucederá con Londres, y más tardíamente con Cádiz,
aproximadamente después de 1680, cuando venga a sustituir a Sevilla como cabecera
del monopolio con América. ¿Por qué se almacena? Por lo largo del ciclo de producción
y por la irregularidad de ésta; también por la lentitud de los viajes y de la circulación de
las informaciones, o, sencillamente, por el azar que acompaña a los mercados lejanos.
33
Madoz, Pascual, Diccionario Geográfico-Histórico- Estadístico de España y sus posesiones
de Ultramar, Sevilla, Madrid, 1845-1850, p. 346. Vid también: Salas, Nicolás, Las ferias de
Sevilla, Universidad y Ayuntamiento de Sevilla, 1992, 2ª.
34
Linares Luján, A. M., El mercado franco de Plasencia en la Edad Moderna, Cáceres,
Cámara de Cáceres, 1991, p. 17.
35
Braudel, F., vol. II, pp. 90-93.
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Se dibujaría así “una Europa de los almacenes, que sustituye a la Europa de las
ferias”36. Las ciudades se llenan de almacenes privados y públicos. Hasta el XIX no se
empezará a modificar este panorama. En la Europa occidental, pues, el centro holandés
será quien termine dominando el sistema de pagos, que antes pasaba en buena parte a
través de los grandes centros feriales. Su fortuna, según Braudel, marca el declive, si no
de las ferias comerciales del Continente, al menos de las grandes ferias dominantes en el
sistema de crédito, no obstante la conversión de algunas de ellas a esta actividad. El
tiempo de las ferias, según el historiador francés, había sido rebasado37. De esta forma,
aunque ferias y bolsas (Schultz, en principio, las califica de ferias de carácter
permanente38) coexistan durante un período dilatado tiempo, las segundas terminarán
sustituyendo a las primeras.
EXPLICACIONES DEL PROCESO
Un cambio de tan considerables dimensiones en el panorama económico
europeo sólo fue posible por la concurrencia de diversos factores. Evidentemente, al
margen de los particulares que inciden en la transformación de cada feria39, existen
otros de carácter más general a los que conviene acercarse ahora.
La mayoría de los autores están de acuerdo en otorgar a la expansión europea de
los comienzos de la Edad Moderna y a la consiguiente formación de la economíamundo un carácter central en la pérdida de vigor de las ferias. La ampliación espacial
del comercio (particularmente la incorporación de las Indias Occidentales y Orientales a
través de la fachada atlántica), su potenciación, incluso, en las rutas más tradicionales y
en las alternativas a éstas, así como la globalización de la economía, no sólo afectaron al
volumen y variedad de las transacciones, sino que reorientaron las preferencias
económicas y los vínculos interurbanos.
Así, en una ciudad tradicional clave del comercio mediterráneo como Marsella,
y, en menor escala, en las localidades de la costa provenzal y del Lacydon, el cambio se
tradujo en la primacía alcanzada por Cádiz y América como corolario, en su actividad
comercial durante el siglo XVIII (más concretamente, a partir de 1702-1703), en
detrimento del Levante peninsular, singularmente de Barcelona, su área tradicional de
relación. Este ámbito geográfico había centrado la mayor parte de la referida actividad,
a lo largo de la segunda mitad del XVII. Por otro lado, si antes los contactos con
América y su plata se hacían por la mediación de genoveses y maluinos, en esta centuria
se llevarán a cabo directamente, a través de Cádiz, que absorbe la parte más importante
de las exportaciones marsellesas con destino a la Península. De forma paralela, el eje
Lyon (la ciudad de las ferias)-Marsella se convertirá a partir de entonces en central
dentro de esta nueva reorientación40.
En realidad, para dicho cambio de orientación en los puertos de la Francia
mediterránea en su conjunto desde el Mediterráneo al Atlántico, la Península y
36
Ibidem, p. 95.
Braudel, Op. cit., vol. II, p.90.
38
Schultz, H., Op. cit., p. 159.
39
Así, el estallido de la guerra en el caso de la crisis de la feria de Lyon en el XVII y en la
sustitución del liderazgo de Frankfurt por el de Leipzig a partir de 1648.
40
Buti, Gilbert, “Marseille au XVIIIe siècle : réseau d’un port mondial », en Collin, Michèle (dir.),
Ville et Port, XVIIIe-XXe siècles, París, L’Harmattan, 1994, pp. 209-222.
37
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particularmente Cádiz, con mayor fuerza en el XVIII, llegarán a actuar como
“vestíbulo” de América. El hecho de que esta ciudad sustituya a Sevilla en dicha
función, permite que una parte de la Península pueda seguir incorporada a los circuitos
de las grandes plazas internacionales y bancarias, hasta convertirse la propia urbe
andaluza con su bahía en «puerto mundial».
Lástima que la preocupación de la mayoría de los historiadores se haya centrado
sobre todo en el comercio exterior, sus fluctuaciones y su relación con la industria, antes
que en las repercusiones del mismo sobre los mercados interiores, la inyección de
crédito, las ferias y las redes urbanas y comerciales del país en cuestión. Este
conocimiento hubiese aclarado, entre otras, las condiciones bajo las que dichas
fluctuaciones tuvieron lugar.
En todo caso, la consolidación de la economía-mundo41, tal y como se llevó a
cabo en la Edad Moderna gracias a dicha ampliación del comercio (y que podríamos
fácilmente identificar con una forma de globalización), tuvo no poco que ver con las
transformaciones experimentadas por las ferias europeas. Motivado por el crecimiento
demográfico y el aumento lento del consumo durante el siglo XVIII, la actividad
mercantil, sobre todo en los países del Norte vinculados al tráfico atlántico, desbordará
el cauce de las ferias, organizándose independientemente de las mismas por medio de
almacenes, depósitos y graneros, por lo general ubicados en localidades de la costa.
De entrada, la feria se vio desbordada a medio y largo plazo por el
establecimiento de una nueva red más amplia que aquélla de la que ella formaba parte,
fundamentalmente de naturaleza marítima, con frecuencia superpuesta a la anterior,
formada por nódulos portuarios que unían regiones muy distantes entre sí, tanto en el
litoral como en el interior, por encima de los ámbitos «nacionales». Sin embargo,
cuanto menos durante el siglo XVII, en el interior del Continente, actuarán mecanismos
de reajuste y adaptación, aunque de manera lenta y entrecortada42.
Dicha traslación geográfica permitirá que las burguesías periféricas
(comerciantes mayoristas sobre todo), residentes en dichos nódulos portuarios,
adquirieran ahora un papel mucho más relevante que en la época dorada de las ferias, en
41
Si tomamos en consideración dicho concepto, tal y como, grosso modo, lo formularan en su
día F. Braudel y E. Wallerstein, que duda cabe de que la expansión ultramarina de Europa,
comenzada por españoles y portugueses, constituyó una pieza clave en el desarrollo del
capitalismo, pero también en la división del trabajo a escala planetaria. Ésta, lejos de ser
producto de un acuerdo concertado y revisable periódicamente entre asociados iguales, es
fruto del establecimiento gradual de una cadena de subordinaciones que se determinan unas a
otras. De esta forma, participa en la reconfiguración del mundo según nuevas zonas centrales
o hegemónicas, semiperiféricas y periféricas, utilizando el mismo aparato conceptual de los
referidos autores. La tesis, como es bien sabido, la desarrolla I. Wallerstein en su obra, The
Modern World- System, publicada por vez primera vez en Nueva York (Academic Press, 1974,
1980 y 1989, 3 volúmenes). Su estudio ha sido traducido a varios idiomas, y si bien fue objeto
de numerosas críticas (Gunder Frank, Sckocpol, Zolberg, Aronowitz, Dussel, etc.), su modelo
explicativo de la realidad, así como varios de los conceptos en él utilizados, gozan hoy de una
amplia difusión y aceptación. Vid también al respecto I. Wallerstein, Comprendre le monde.
Introduction à l’analyse des systèmes-monde, París, La Découverte, 2009, y F. Braudel,
Civilisation, III, 30.
42
Yun, B., “Las raíces del atraso económico español: crisis y decadencia (1590-1714)”, en
Comín, F., Hernández, M. y Llopis, E. (eds.), Historia económica de España. Siglos X-XX,
Barcelona, Crítica, 2002, p. 115.
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las funciones de abastecimiento de productos y crédito. En el caso español se trata con
frecuencia de una burguesía importadora, ligada al comercio exterior y con capacidad
de distribución en el interior peninsular43. Existe, prácticamente, en todas las ciudades
portuarias. Lo que no impide la pugna más o menos larvada entre los comerciantes
autóctonos y los extranjeros, cuya relevancia es grande, y a los que los primeros
consideran sus competidores en contra de sus derechos. En Valencia, por ejemplo,
siguiendo en ello la crítica arbitrista, se les acusa en el XVI de llevarse fuera los metales
preciosos. Sin embargo, la crítica se apaciguará siempre que los extranjeros entren en el
mismo circuito de negocio y mantengan unos intereses comunes con los hispanos44. En
Cádiz observamos un fenómeno similar después, a lo largo de los siglos XVII y XVIII,
pero, con particular virulencia, en torno a los años veinte de esta última centuria,
tomando como pretexto el asunto de la mediación ejercida por los hijos de extranjeros
en el envío de mercancías hacia América45. Nos limitamos a señalar el problema, sin
que podamos aquí analizarlo a fondo.
Por su lado, las tiendas, constituidas en red, suelen asumir un importante papel
en el nuevo sistema de redistribución interior de productos46. El tema es conocido en
España para el caso catalán. Así, según demostraría Pierre Vilar, fue, en parte, por
medio de esas “botigas” como los catalanes pudieron conquistar para sus productos una
parte importante del mercado nacional, durante la segunda mitad del siglo XVIII47, en
conexión, frecuentemente, con comerciantes al detalle y comerciantes transeúntes
(trajineros y buhoneros)48. En cualquier caso, a lo largo del Setecientos, la red de
tiendas –y no sólo las catalanas-, a cargo de la pequeña burguesía mercantil, pero en
contacto con los comerciantes al por mayor de la periferia, se fue extendiendo en
España. En el interior peninsular, incluso, llegaron a crear y consolidar durante la
centuria sus propios circuitos de intercambio, diferentes de los que constituyeran las
grandes ferias castellanas49.
43
Marcos, A., p. 676.
Salvador, Emilia, “España y el comercio mediterráneo en la Edad Moderna”, en III Reunión
Científica de Historia Moderna / Asociación Española de Historia Moderna / coord. por Vicente
J. Suárez Grimón, Enrique Martínez Ruiz, Manuel Lobo Cabrera, Vol. 2, 1995 (El comercio en
el Antiguo Régimen), pp. 44-46.
45
Vid García-Mauriño Mundi, M., La pugna entre el Consulado de Cádiz y los jenízaros por las
exportaciones a Indias (1720-1765), Sevilla, 1999.
46
El fenómeno es general en Europa. Braudel expresa que “en el siglo XVII, es un diluvio, una
inundación de tiendas”, de artesanos y de comerciantes (Op. cit., vol. II, p. 63); da varios
ejemplos al respecto.
47
Ya Carrera Pujal avanzó detalles de este fenómeno en su estudio pionero "Los catalanes y
las ferias en la Edad Moderna", Información comercial Española, 1944, junio 25, 1(97), pp. 2229. En cuanto a la obra de Vilar, P., se trata de La Catalogne dans l’Espagne moderne.
Recherches sur les fondements économiques des structures nationales, París, SEVPEN, 1962,
vol. III, p. 143. Vid asimismo: Torras, J., “Redes comerciales y auge textil en la España del siglo
XVIII”, en BERG, M. (ed.), Mercados y manufacturas en Europa, Barcelona, Crítica, 1992.
Torras estudia aquí el desarrollo de las redes comerciales y su papel en el crecimiento de la
industria textil catalana. También Musel, A., “Ferias y mercados al servicio del negocio catalán
(siglo XVIII)”, en Torras, J. y Yun, B., Consumo, condiciones de vida y comercialización.
Cataluña y Castilla, siglos XVII-XIX, Valladolid, Consejería de Educación y Cultura, Junta de
Castilla y León, 1999, pp.323-334.
48
¿Qué papel correspondió a las tiendas catalanas situadas fuera del Principado en el
suministro de la Península, en determinados productos originarios de Cataluña? ¿De qué
manera influyeron estas ventas en el desarrollo de la industria catalana?
49
Marcos, A., Op. cit., p. 676.
44
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De cualquier manera, el cambio analizado estaba llamado, pues, a dar un mayor
protagonismo a las ciudades portuarias sobre las de feria, generalmente situadas en
zonas del interior. Pero, al mismo tiempo, abría la posibilidad, en el caso de existir unas
aceptables vías de comunicación con él, a una salida más fácil de sus productos con
vistas a la exportación, y, en definitiva, si la demanda era allí aceptable, a un mejor
surtimiento de bienes procedentes del exterior, a precios más económicos, incluidos los
poco asequibles.
También incidirá el cambio en una pérdida de valor y en la reconfiguración de
las ferias tradicionales. Así, como adelantábamos, aquellas zonas alejadas de la red
dominante y formando parte de la «periferia» del sistema (según la terminología de la
economía-mundo), o con accesos difíciles a los centros de distribución, asistirán, en
unos casos, a la crisis de sus antiguas ferias, pero también, paradójicamente, en otros, a
la extensión de esta fórmula comercial tradicional como paliativo de su difícil acceso a
la red comercial. Eso sí, en este último caso, sin el vigor y la importancia que llegaron a
adquirir las ferias creadas en el pasado.
En resumidas cuentas, la configuración de la economía-mundo moderna que
transformó la funcionalidad de las viejas ferias, cuando no redujo su atractivo comercial
y financiero, procuraría sin embargo, por chocante que parezca, el nacimiento de otras
de nuevo cuño en zonas de la periferia económica, insistimos, con un alcance
económico bastante más limitado que el de sus antecesoras. Es lo que sucedió, entre
otros casos, en la provincia de Almería, donde asistimos, en pleno siglo XVIII y a
principios del XIX, a la solicitud al Consejo de Castilla por parte de sus
representaciones municipales, de la creación de ferias con vistas a compensar las
carencias en el abastecimiento de productos. Se hacen notar con esta petición un tanto
«trasnochada», las consecuencias del aumento de la demanda con motivo del
crecimiento poblacional, pero, sobre todo, la marginación de la provincia con respecto a
los grandes circuitos abiertos desde tiempo atrás por la expansión50. Y algo parecido
debió suceder en Extremadura, zona económicamente marginal del interior peninsular.
En efecto, aquí, uniéndose a las ya existentes, surgen en pleno siglo XVIII
algunas ferias (Torrequemada en 1737, Casatejada en 1790, Tornavacas y Trujillo,
etc.)51. De la misma manera, la feria pierde también su carácter de exclusividad en lo
que se refiere a los productos que comercializaba: las convocatorias semanales trabajan
prácticamente sobre los mismos que las anuales. Y se produce la confusión
terminológica consiguiente, de manera que, a finales del XVIII, se habla en Plasencia
de los mercados de San Andrés (los de los tres martes) en lugar de la feria. Este cambio
coincide con la competencia ejercida por los núcleos de población cercanos al mercado,
que disminuyen la concurrencia de mercaderes y productos a la feria de Plasencia. Se
expande, además, el mercado diario por el aumento y mejora de las comunicaciones, lo
50
López Álvarez, Mª José, “Las ferias de ganado vacuno en la ciudad de León”, Investigaciones
Históricas, 17(1997), espec. p. 177. De la misma autora, vid asimismo: Ferias y mercados en la
provincia de León durante la Edad Moderna, León, Universidad, 1998.
51
Melón Jiménez, Miguel Ángel, Extremadura en el Antiguo Régimen. Economía y sociedad en
tierras de Cáceres, 1700-1814, Mérida, Editora Regional de Extremadura, 1989, pp.137-139y
144-149.
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que favorece igualmente la posibilidad de compra productos, incluidos los de lujo y un
tanto exóticos, sin esperar a la convocatoria de feria52.
Y otro tanto sucede en Galicia, donde se experimenta un proceso similar, con un
incremento notable del número de ferias y mercados en el medio rural a lo largo del
Setecientos, a pesar de la oposición de la ciudad principal y de las villas próximas. En
Mondoñedo, de donde procede esta información, el aumento del número de habitantes y
de sus necesidades (ganados, lienzos, aperos, etc.), hizo preciso buscar su
abastecimiento, en parte a través de la fórmula de las ferias y mercados53.
Por su parte, la provincia de León, como nos hace ver Pérez Álvarez, se sumó
también, durante el siglo XVIII, a la red de mercados y ferias que se crearon por ese
tiempo, para suplir de esta forma las deficiencias del comercio e intercambios, como
ocurriera en esa misma época en Mondoñedo y las otras zonas españolas aquí
contempladas54.
El dinamismo económico corresponde en el Setecientos, sobre todo, a las áreas
del litoral, vinculadas al desarrollo del comercio internacional (¿qué parte correspondió
en ello a Europa y cuál a América?). Sin embargo, esta reconfiguración del espacio
comercial y financiero a favor de las periferias litorales no sólo estará constreñida por el
lugar ocupado dentro de la economía-mundo, sino por la propia capacidad de consumo
de su mercado interior. En efecto, como prueba el caso español, la pervivencia de una
economía dual, incluso después de la liberalización del comercio en la segunda mitad
del XVIII, delimitará a manera de dos zonas: la litoral propiamente dicha, con la ciudad
cabecera de red en primer término, donde la presencia de esa burguesía de negocios y de
unas élites acomodadas permite una demanda de valor, incluso sofisticada; y el interior,
ruralizado, en parte autosuficiente y con limitada capacidad de consumo, al que bastan
sus ferias y mercados preexistentes u otros, modestos, de nueva creación, para cubrir sus
necesidades. Espacio, pues, donde las importaciones apenas tienen curso y el
movimiento financiero es reducido. Los casos de varias áreas litorales importantes de la
Península en el Setecientos nos servirán para evidenciar este hecho.
Se trata de la España cantábrica y, quizás, con una mayor nitidez, de la
Andalucía atlántica, durante el siglo XVIII, a pesar de los decretos de libre comercio de
1765 y 1778. Hay, en ambas zonas un litoral con localidades portuarias abiertas al
exterior (Santander, Bilbao, San Sebastián, Cádiz, Huelva, etc.), que exportan productos
procedentes del interior, incluido su propio hinterland, de acuerdo con un radio de
distancia variable. Están conectadas a los grandes circuitos internacionales,
especialmente los de Europa y América, lo que les permite cumplir una tarea de
distribución, suministrando artículos de difícil acceso, con frecuencia sofisticados, a las
élites de consumidores de sus mismas localidades, así como a las del interior. Esta
apertura, su integración en la economía capitalista (en especial en el caso de Andalucía),
contrasta con la economía, básicamente rural que predomina en ese último.
Aunque no haya sido aún satisfactoriamente estudiado, es evidente que dichas
ciudades portuarias se sirven con frecuencia de la mediación de las ferias del interior,
52
Vid Linares Luján, Op. cit.
Saavedra, Pegerto, Economía, política y sociedad en Galicia: La provincia de Mondoñedo,
1480-1830-, Junta de Galicia, 1985, pp. 284-286.
54
Pérez Álvarez, Mª José, “Las ferias de ganado vacuno”, p. 44.
53
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cuando no de tiendas generalmente rudimentarias, para comercializar sus productos,
financiar compras y surtirse de productos procedentes del medio rural.
El fortalecimiento de la red ferial, la transformación experimentada por las ferias
en la España del Setecientos, puede, pues, relacionarse con la continuidad de dicha
economía dual y, más concretamente, con la dificultad para acceder directamente desde
el interior, a pesar de la mejora en los caminos (pensemos en las rutas de ReinosaSantander, Orduña-Bilbao o el camino real de Cádiz a Madrid), a los centros de
producción y/o de distribución para surtirse de mercancías. Pero no podemos tampoco
desdeñar como causa la exigüidad de dicho mercado por la débil capacidad de consumo
de la mayoría de la población, que hará mucho más rentable obtener los bienes
demandados a través de intermediarios, sean las ferias o, en menor medida tal vez, las
tiendas55. Y, ¿hasta qué punto ello puede explicar igualmente el escaso interés de la
mayor parte de las burguesías comerciales periféricas, en aprovechar el comercio
directo que promueven los decretos de libre comercio?
Así, la actividad comercial internacional desplegada en el Cantábrico a través de
sus puertos principales (Bilbao, San Sebastián, Santander) no fue capaz de producir un
cambio significativo en sus respectivas regiones. El referido dualismo entre el litoral
comercial y el interior rural continuó, pues, manteniéndose a lo largo del XVIII y
primeras décadas del XIX, sin que la liberalización comercial sirviese como
transformación, realizando asimismo la integración entre el campo y la ciudad, no
obstante algunos avances temporales en el comercio de los puertos, particularmente el
de Santander56. Las industrias de transformación (harinas, cervezas, etc.) surgidas en
torno a las grandes vías de comunicación entre el interior y la costa (por ejemplo, en el
eje de Reinosa) no se sostuvieron y tampoco forjaron el cambio; es decir, “no llegan a
definir un espacio industrial moderno”57.
Por tanto, las ciudades portuarias, así como sus respectivas burguesías
mercantiles, no incidieron significativamente con sus iniciativas inversoras en el cambio
de dicha realidad dual; antes bien, aceptaron su “función conductora” habitual. Eso sí,
continuarán sirviendo, ahora con un mayor volumen de actividad, para el comercio de
tránsito y de distribución de ciertas mercancías, españolas y extranjeras (a veces, como
ocurrirá con algunas harinas de origen francés o americano, figurando como españolas),
tanto hacia el exterior (América y Europa) como hacia el interior, en el caso de los
productos importados58.
55
Vid al respecto el magnífico resumen de Martínez Vara, T., “El Cantábrico y el comercio
americano”, Manuscrits. Revista de Història Moderna, 7(1988), pp. 129-146.
56
Vid Martínez Vara, T., art. cit. El puerto de Santander tuvo dos momentos de expansión: Baja
Edad Media-siglo XVI, tiempo en que se convierte en un enclave fundamental para la
exportación de las lanas castellanas al Norte de Europa, y la segunda mitad del XVIII y casi
todo el XIX, cuando deviene uno de los núcleos fundamentales de comercialización y
transporte de harinas de Castilla hacia América, a la vez que centro receptor y distribuidor de
productos coloniales para España y el Norte de Europa (Vid Mª José Echevarría , La actividad
comercial del puerto de Santander en el siglo XVII, Natalia, 1995).
57
Martínez Vara, T., art. cit., p. 140.
58
Nada nos dice Martínez Vara de la incidencia de esta actividad mercantil en las ferias del
interior; si mejoró la labor de mediación de las mismas, de cara al suministro de los productos
importados por mar a través de los puertos; o si, por el contrario, redujeron actividad y
constriñeron su función de intercambio y abastecimiento, al impulso del flujo de mercancías
provenientes del litoral, y de la distribución y captación de créditos por las localidades del
interior a través de la burguesía del litoral, y, por tanto, sin la mediación de las ferias.
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Desde una región distinta, el análisis que hace García-Baquero con respecto al
comercio andaluz atlántico es igualmente clarividente. Opta dicho autor por referirse a
“un sistema (que) contempla así, una maquinaria generalizada, más próxima a la
economía de subsistencia que al capitalismo pero con algunos engranajes monstruosos
técnicamente capitalistas”. Recuerda asimismo el desequilibrio a favor de la sección del
comercio colonial y a la imposible armonía entre los dos sistemas. “La parte más
sustantiva del comercio para el consumo interior que pudiera detectarse, con toda
probabilidad, corresponde a un sistema de flecos de la empresa dominante del comercio
americano y, en este sentido, quedará sometido a las alteraciones, exigencias y
oportunidades que aquel vaya marcando”59.
Las bases socio-económicas sobre las que se erigió el sistema, precisamente por
su permanencia, fueron motivo de su debilidad, sobre todo cuando llegaron los
momentos duros de la crisis de finales de siglo (a partir de 1793 para Santander, de
1796 para Cádiz, etc.) y principios del XIX.
Pero esta cuestión nos lleva a otra, objeto también de debate durante las últimas
décadas. Se trata de la formación de los mercados nacionales60 y, en lo que a nosotros
aquí interesa, del papel que les cupo a las ferias en orden a su conformación, asunto éste
aún deficientemente estudiado para el Antiguo Régimen. Ello remite, a su vez, al
cambio de actitud con respecto a esta configuración y en el desarrollo y transformación
de la feria, le tocó desempeñar al Estado-nación incipiente. Veamos muy brevemente
los términos en que se plantea la polémica.
Según Braudel, hasta el mismo siglo XVIII sólo es posible encontrar una
realidad comercial fragmentada en el interior de los Estados europeos. Así, este autor
define el mercado nacional como una suma de espacios de menores dimensiones que
mantienen ciertas relaciones entre sí, aunque sigan a su vez ritmos distintos. Por otro
lado, es frecuente –añade- que prospere el mercado internacional en un país al mismo
tiempo que los mercados locales.
El destino a largo plazo de los mercados de reducido radio de influencia, según
el historiador francés, es el de fundirse en una unidad nacional, a pesar de las trabas de
un amplio elenco de obstáculos. Se refiere a las resistencias y rechazos de las poderosas
ciudades y de las provincias, que se oponen a la centralización; al intervencionismo
extranjero, así como al papel de los peajes y de las aduanas interiores, cuyos efectos no
podemos entrar aquí a detallar. Pero, ciertamente, hasta el XVIII, probablemente la
economía no llegue a situarse bajo el control de los Estados y de los mercados
nacionales. Por eso Braudel los considera «víctimas tardías», ya que, hasta entonces, no
habían sido capaces de desbancar a las ciudades del poder económico61.
En cualquier caso, sólo el crecimiento económico conducirá a la extensión y
consolidación de tales mercados. La acción política (unión de territorios que
59
García-Baquero, A., “El comercio andaluz en la Edad Moderna: un sistema de subordinación”,
en Lobo, M. y Suárez, V. (eds.), El comercio en el Antiguo Régimen. III reunión científica de la
Asociación Española de Historia Moderna (1994), Gran Canaria, Univ. de Las Palmas de Gran
Canaria, 1995, pp.93 y 95.
60
Vid Yun, B., Marte, p. 160.
61
Braudel, F., vol. III, pp. 228, 230-31, 345, 347-48.
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conformarán el Estado), según qué autores, ha debido tener lugar previamente, o, como
señala Braudel, ser posterior al crecimiento62.
Sin embargo, algunos, como Helga Schultz, van más allá y piensan que, en
realidad, en la Edad Moderna, más que mercados nacionales, lo que surgió fueron
mercados que incorporaron regiones europeas semejantes, por encima de las fronteras
de la soberanía respectiva63. En este sentido, las ferias, tanto las ya existentes como las
de nueva creación, habrían desempeñado un papel poco relevante, como vendrá a
suceder en el caso hispano.
Otro aspecto, estrechamente vinculado al anterior, es, como se ha dicho, el papel
de los Estados emergentes durante la Edad Moderna, no sólo en tanto que sustitutos de
los señores en la creación de ferias, donde, ciertamente, su papel es relevante, cuanto en
la influencia que pudieron ejercer sobre su posterior evolución.
Lo primero es especialmente modélico en el caso de las ferias de la América
hispana, ligadas al Estado imperial, a la conciencia de su poder y, particularmente, a las
iniciativas del mismo para abastecer sus territorios ultramarinos y obtener así los
metales preciosos indispensables a su Erario. Lo que no le impide, sino todo lo
contrario, beneficiar a determinadas élites de su propia Administración, así como a
cosecheros y, atrincherados en sus respectivos consulados de comercio, a comerciantes
intermediarios. De esta manera verán la luz las ferias de San Felipe de Portobelo (en la
zona norte del istmo de Panamá), creada oficialmente en 1597, y, más tarde, la de Jalapa
(1720), en la costa oriental mejicana, llamada a sustituir la de Veracruz.
En relación con la primera, la feria estará bajo control de las autoridades locales
y nacionales, que se trasladan a ella cada año en los días de feria, encargadas a la sazón
de fijar los precios de los productos. Allí se daban cita los trasladados por las flotas de
la Carrera de Indias por un lado y, de otro, los metales preciosos peruanos, que llegaban
a la ciudad fortificada, una vez desembarcados en Panamá, después de un largo periplo
con mulas y barcas, por tierra y río (Chagres) respectivamente, a través del Istmo. La
pérdida de importancia de esta feria se vincula a los asaltos ingleses a la ciudad, pero,
sobre todo, a la relevancia que adquirirá la ruta alternativa a través del Cabo de Hornos.
La última feria se celebraría en 1739, tras el último ataque sufrido64.
Establecida mucho más al Sur, Jalapa es una población mexicana, equidistante
del puerto de Veracruz-San Juan de Ulúa -a donde llegaban las flotas procedentes de
Cádiz- y de ciudad de México, capital del Virreinato, situada en el interior. La vida de
su feria se prolongó, con un largo parón entre 1736 y 1749, hasta 1776, fecha de salida
de la última flota procedente de la Península con destino a Nueva España65.
Fruto como su antecesora de la voluntad de la Corona, en contra en esta ocasión
de los intereses del Consulado de México, que presionará a favor de que continuase en
62
Ibidem, p. 350.
Schultz, H., Op. cit., p. 158.
64
Vila Vilar, E., "Las ferias de Portobelo: apariencia y realidad del comercio con Indias",
Anuario de Estudios Americanos, 39(1982), pp. 1-66.
65
Vid. Real Díaz, J. J., Las ferias de Jalapa, Sevilla, E.EE.H.A., 1959, y Juárez Martínez, Abel,
“Las ferias de Xalapa, 1720-1778”, en Juárez Martínez et al., Las ferias de Xalapa y otros
ensayos, Veracruz, Ayuntamiento de Xalapa e Instituto Veracruzano de Cultura, 1995, pp.1744?.
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la capital, o de que se estableciese en localidades más próximas a la misma, como
Córdoba u Orizaba, Jalapa se convertirá en paso obligado de las mercancías, desde la
costa a México ciudad. Sin embargo, a pesar de dicha oposición, en la década de los
cincuenta, pudieron coincidir los esfuerzos estatales y privados en favor de resucitar el
sistema de flotas a Nueva España y su feria66.
Jalapa, población acrecentada artificialmente, constituía un centro de
distribución de productos procedentes de diferentes partes de Europa hacia el interior
del propio Virreinato de Nueva España, especialmente hacia ciudad de México y
Veracruz, y, en general, hacia el Sur, al ser confluencia de las rutas comerciales
convergentes hacia esta zona. La aduana, establecida a finales del XVIII en la plaza de
Santo Domingo de Ciudad de México, presidirá oficialmente los intercambios.
Asimismo concurrían a la feria metales preciosos, resultado del pago de dichos
productos, así como materias primas más o menos exóticas y algunas –escasasmanufacturas, prestas para ser embarcadas con rumbo a Europa, no pocas procedentes
de Veracruz y Acapulco
Las mercancías, al igual que en Portobelo, eran transportadas generalmente por
medio de mulas y caballos. La distribución de las mercancías se hace, pues, mediante
recuas de caballerías y carretas, por caminos casi siempre en mal estado, y bajo el
control de arrieros amerindios, sospechosos de prácticas de contrabando, con frecuencia
al servicio de auténticos monopolios de transporte (los “estancieros”), que ponen en
contacto diferentes mercados. Gracias a ello, permite su abastecimiento en bienes
llegados de muy lejos, el concurso del dinero, la instrumentalización del crédito y, lo
que es más importante, incorporan estas zonas periféricas de las Indias a los grandes
circuitos comerciales y a la economía de intercambio. En definitiva, parece seguir el
modelo transformado de feria exigido por los nuevos tiempos. Los arrieros recorrían las
casas de comercio en busca de mercancías para entregarlas en destinos distantes67.
Sin embargo, se trata como hemos afirmado de una feria de origen
monopolístico (tal y como los reyes españoles entendieron sus relaciones económicas
con el Nuevo Mundo), a merced de los dos grandes grupos de agentes concurrentes: los
flotistas procedentes de la Península, representantes a su vez de los intereses
comerciantes peninsulares y de la Europa manufacturera, principales beneficiarios, y los
grandes comerciantes de ciudad de México, intermediarios oficiales para el
abastecimiento del Virreinato, agrupados alrededor del Consulado respectivo. Con todo,
no faltaron en la feria desajustes entre los mayoristas de la capital y los flotistas68. Con
la supresión de las flotas de Nueva España (1776) y la posterior introducción del “libre
comercio” (1778), Jalapa cerrará sus puertas.
Indirectamente, tanto los municipios beneficiados con la instalación de la ferias,
como el propio Estado o, mejor, la Hacienda pública, en éstos y otros casos, se veían
beneficiados por las contribuciones que percibirían de los usuarios de las mismas.
Incluso, como hemos podido ver en el caso castellano, pudieron beneficiarse de las
capacidades crediticias y del sistema de pagos en ellas imperantes.
66
Stein, Stanley J. y Stein, B. H., El apogeo del Imperio. España y Nueva España en la era de
Carlos III, 1759-1789, Barcelona, Crítica, 2005, p. 136.
67
Stein, S. J., Op. cit., p. 273.
68
Ibidem, pp. 152-53.
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Sin embargo, con el paso del tiempo, a diferencia del pasado, los Gobiernos
dejaron de proporcionar a las ferias, excepción hecha de algunas como las americanas y
otras de alto valor estratégico (la de Albacete en 1710, durante la Guerra de Sucesión),
exenciones y franquicias similares a las que habían gozado sus antecesoras. Esto se ve
reflejado, por ejemplo, en la feria de Plasencia, de origen medieval, cuya última
revalidación de sus privilegios por parte de la Corona se produce en 1725. Durante los
siglos XVI y XVII, hasta esta fecha, la Corona confirmará sus privilegios. A partir de
entonces cambiarán las tornas. Ello parece explicar las quejas de algunos miembros de
su cabildo a fines del XVIII, sobre el no respeto de la franquicia, ya que, según ellos, se
cobraban los mismos derechos que en otros pueblos de la zona. La posibilidad de un
acceso a un circuito comercial importante, unida a los cambios de la política
gubernamental, incidirá en la transformación referida69. En la misma dirección apunta la
negativa a conceder a otras exenciones similares e, incluso, mucho más reducidas, que
las de las antiguas.
De esta forma, los Estados demostraban su capacidad para percibir las
transformaciones, y saber dónde se hallaba ahora la fuente eficaz de recursos que
necesitaba su agotada hacienda. Por eso no tuvieron empacho en acoger las tesis
mercantilistas, que primaban claramente el comercio marítimo y los pagos en las
aduanas costeras y, cuando llegó el tiempo propicio, de escuchar las de sus ministros
fisiócratas y partidarios de la liberalización, ya en pleno siglo XVIII. Éstos (Turgot por
ejemplo) consideraban las ferias como una forma arcaica de cambios, una costumbre
contranatura de comerciar (sin libertad), producto de unos privilegios unilaterales de los
gobiernos a costa de los intereses del resto del país.
Así, las exenciones que los Estados otorgaban a las ferias, se trasladan en el
Setecientos, como hemos dicho, a las aduanas de las ciudades portuarias (aranceles
sobre importaciones y exportaciones), desde donde se realiza ahora una parte
fundamental del comercio (recuérdese, en el caso español, el “Reglamento de libre
comercio” de 1778), sustituyendo así las exenciones que corresponden habitualmente a
las ferias y favoreciendo a cambio la concurrencia de aquellas mercancías que interesan,
con lo que el comercio a través de aquéllas disminuirá de año en año70.
Por último, conviene ahora que nos ocupemos de otro tema mal conocido,
aunque importante a la hora de ver la funcionalidad de las ferias y los efectos de sus
transformaciones. Nos referimos a la que debieron desempeñar en la formación,
reorientación o desaparición de determinadas redes urbanas a escala regional e, incluso,
“nacional”. El asunto está todavía en barbecho, aun cuando algunos historiadores,
escasos en número, hayan llamado la atención, hace ya varios años, sobre él. Ringrose
lo hizo para el caso español hace varias décadas, si bien de manera un tanto tangencial,
en un estudio modélico sobre Madrid71.
Según este autor, durante el siglo XVI, las ciudades del interior formaban una
red articulada de intercambios, sobre las exportaciones de lana, las grandes ferias de
69
Linares Luján, Op. cit., p. 17.
Braudel, Op. cit., vol. II, pp.90-91.
71
Vid. Ringrose, D. R., Op. cit. Asimismo, con un carácter general, pero con una preocupación
metodológica similar: España, 1700-1900: el mito del fracaso, Madrid, Alianza Editorial, 1996.
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intercambio e industrias varias, a comenzar por la textil, capaces de atraer, a su vez,
firmas internacionales. Ello permitía, tanto el abastecimiento de sus habitantes en bienes
de primera necesidad como suntuarios; así como los intercambios locales, comarcales e,
incluso, de largo recorrido, más allá de las propias fronteras regionales.
Sus ferias desempeñaron, qué duda cabe, un importante papel en todo ello,
aunque sólo unas cuantas (Medina del Campo, M. de Rioseco, Villalón y alguna otra)
llegaran a desempeñarlo en ese último ámbito geográfico. Por eso, cuando a finales del
XVI-principios del XVII comience la crisis, y con ella la desarticulación de dicha red, y
las relaciones interurbanas se reorienten de otra forma distinta en el interior peninsular,
se producirá la paralela –y ya aludida- transformación de dichas ferias en favor de una
reducción de su radio de acción y del predominio del carácter rural en las mismas.
Se trataría de un fenómeno similar al que se produjo en el interior mismo de la
red, por el cual se acentuará en las ciudades de ésta (a excepción de Madrid) el carácter
rural, al transformarse en centros abastecedores de productos básicos de la gran urbe
madrileña, convertida a la sazón, desde 1561 y, sobre todo, de 1606, en capital de la
Monarquía, a costa de una pérdida de peso demográfico y económico de dichas urbes y
de una atrofia de su economía, ahora de carácter casi autosuficiente; de una evidente
ruralización y de una restricción de su radio de acción con respecto al siglo XVI.
Entretanto, el consumo suntuario de la cada vez más amplia élite administrativoterrateniente y de la creciente población madrileña, quedará, siguiendo el esquema que
venimos trazando, a cargo de las ciudades portuarias y, particularmente, del eje SevillaCádiz, a través de una línea de comunicación directa con Madrid. Conforme se
concentraba en Madrid la vida urbana, diferentes rutas hacia las costas se vieron
favorecidas y los viejos mercados de Castilla la Vieja desaparecieron72.
A cambio de estos productos, la capital pagará con toda una serie de servicios de
carácter administrativo, así como con el dinero procedente de las rentas generadas por
dicha élite e ingresos a la Corona en pago de las enajenaciones de bienes de realengo.
Esto hará necesario el afianzamiento del Camino Real hacia la costa, así como el
servicio de una burguesía mercantil mediadora, en buena medida de origen extranjero.
Además este carácter “absorbente” de la capital se unirá a la crisis del eje MedinaBurgos-Bilbao-Amberes, tras la caída de esta última ciudad portuaria y el inicio de la
Guerra de Flandes. A las ferias castellanas ya no les quedará sino adaptarse a la nueva
situación mediante una reducción sustancial de su actividad exterior y el reforzamiento
de su carácter comarcal y de mercado agrícola-ganadero como compensación.
A excepción de Madrid, el interior peninsular quedó a la postre, con estos
cambios, en clara inferioridad demográfica y económica con respecto a la periferia
peninsular, con mayores posibilidades de apertura al comercio de amplio radio. Ya en el
siglo XVI, como anticipo, los comienzos de la guerra con el N. de Europa habían
provocado una pérdida de vigor en el eje Castilla-Burgos a favor del Mediterráneo y de
Sevilla. La red comercial, pues, se reorienta. Este cambio de dirección se afianzará
después, durante los siglos XVII y XVIII, aumentando con ello las diferencias entre el
centro y la periferia. Esta última, por su parte, se vio obligada a especializarse en
función de mercados lejanos, por mor del comercio europeo, como demuestran los casos
72
Ringrose, D. R., Madrid, p. 340.
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de los puertos de Barcelona, Cádiz y Bilbao. Ciudades como la misma Barcelona y
Bilbao referidas, así como Cartagena, Málaga o Sevilla se habían insertado en una
marco de expansión comercial de largo plazo en los años veinte del siglo XVIII73.
ESBOZO DE UNA EVOLUCIÓN COMPLEJA
Resulta chocante o, cuanto menos, llamativo que un instrumento comercial y
financiero como el de la feria no haya merecido la atención debida de parte de los
investigadores74. Y no sólo en lo que se refiere a la feria en sí misma, sino a los ámbitos
y cambios en los que ella aparece implicada (creación o no de un mercado nacional,
transformaciones en la jerarquía urbana, formación de redes de abastecimiento,
consumo, impuestos, financiación, etc.). Viendo la bibliografía consagrada al tema, se
tiene la sensación -y no nos referimos únicamente al caso español- de que, sólo en el
Medioevo, las ferias cumplieron un papel económico relevante en Europa, pero que, una
vez iniciada la llamada Edad Moderna, su ciclo estaba prácticamente concluido, con
alguna excepción (las grandes ferias castellanas del XVI, las briznas de actividad
mercantil de algunas, paradigmáticas, de origen medieval), tan sólo valida para
confirmar la regla general.
Sin embargo, los estudios de carácter local e, incluso, los mapas nacionales
relativos a los lugares de ferias y mercados, demuestran la extensión y, en algunos
casos, la relevancia del fenómeno, hasta bien entrado el siglo XIX. Tal vez, el
deslumbramiento causado en el historiador por las grandes líneas de la actividad
mercantil que plasman la economía internacional, y, sobre todo, la incontestable fuerza
del comercio ultramarino tras la expansión europea de los inicios de los tiempos
modernos, hayan terminado debilitando su capacidad de observación y su interés con
respecto a dicho fenómeno, paralelo, y estrechamente vinculado al comercio interior. Y
ello, paradójicamente, existiendo, como hemos tratado de poner aquí de manifiesto, un
vínculo tan estrecho entre este último, ligado preferentemente a las ferias y mercados, y
el primero, hasta el punto de que la evolución y desarrollo de aquel depende
precisamente, en gran medida, de la del comercio de ultramar.
Hemos tratado de demostrar aquí la impertinencia de este olvido. Yendo más
allá: se ha querido explicar las condiciones del cambio de sistema económico, en su
aspecto tanto comercial, como financiero. O lo que es igual: el paso de una Europa cuya
dinámica económica reposa muy marcadamente sobre la actividad generada en las
ferias, a otra Europa en que éstas han perdido con carácter general ese protagonismo,
cediéndolo a las ciudades portuarias almacén (a algunas de sus bolsas, en el ámbito
financiero) y a sus correspondientes burguesías mercantiles. En un nivel descendente,
cediéndolo en parte a las tiendas, de carácter estable y a la sazón formando una tupida y
extensa red de puntos de compra-venta.
Esta transformación, vital para conocer los cambios de profundidad
experimentados por nuestro Continente, no debe llevarnos a una minusvaloración de la
73
Ibidem, pp. 265 y 366. Vid también López Pérez, Mª del Mar, "El comercio interior castellano:
las ferias y mercados del sureste andaluz a finales del Antiguo Régimen", Revista de
Humanidades y Ciencias Sociales del IDEA, 19 (2003-2004), pp. 175-185.
74
Basta una mirada a los contenidos de la magna obra dirigida hace unas décadas por Cipolla,
C.M., Historia económica de Europa, Barcelona, Ariel, 1979, vols.2 y 3. En el primero, no llega
a la extensión de un folio el espacio consagrado a algunas ferias (pp. 84 y 367 principalmente).
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función ferial. Por esta razón, hemos intentado recordar igualmente la capacidad
demostrada por el viejo instrumento para cubrir ciertas necesidades, no tan
espectaculares como las exigidas por las élites, pero sin duda generalizadas entre una
gran masa de población.
El papel asignado ahora a las ferias exigirá una adaptación de las ya existentes,
pero impulsará a su vez la aparición de otras nuevas, acopladas a dicha función. Este
último fenómeno, aparentemente fuera de tiempo, adquirirá una fuerza mayor en las
regiones de la periferia de la economía-mundo y en los espacios fuertemente
ruralizados, incapaces de un acceso normal a las cabeceras de puerto o con una débil red
de tiendas.
El Estado-nación, pero también algunos Estado-Imperio como el español, lejos
de permanecer ajenos a esta evolución, mantendrán sobre ella un protagonismo evidente
en el tiempo. Al reservarse desde antaño, reforzándolo incluso con respecto a los
señores y los municipios, el poder de crearlas y de concederles franquicias, jugarán con
esta misma potestad en la nueva fase, para utilizarla según sus intereses y las exigencias
económicas. En unos casos, sirviendo a las necesidades hacendísticas (caso de las ferias
castellanas mayores) y, en otros, además, al servicio de las de funcionamiento del
sistema monopolístico (Portobelo y Jalapa).
Eso sí, aun cuando continúe usando de dichas facultades, al socaire de la
expansión sin precedentes del comercio ultramarino, preferirá actuar, cada vez de
manera más activa, sobre las aduanas costeras, a través de una política de control de
corte mercantilista, o de medidas “liberalizadoras” más tarde. Desaparecerá, pues,
progresivamente, esa tradicional “generosidad” que le caracterizaba en el otorgamiento
de privilegios y franquicias. El interés estatal por la feria en sí misma, estaba pasando a
ser ya historia. En compensación, continuaba siendo objeto de inquietud por parte de
muchas autoridades locales, preocupadas por el abastecimiento debido de sus lugares,
en una época (nos referimos básicamente al siglo XVIII) de continuado crecimiento
demográfico y de desarrollo cierto de ciertas actividades agropecuarias y
manufactureras próximas. Se necesitaban alimentos, animales para carne y ayuda en el
trabajo; aperos de labranza y textiles de consumo amplio, entre otros, que sólo una
adecuada red de ferias podía proporcionar. Con todo, su tiempo iba pasando y, al
alborear del período contemporáneo, la mayoría pasaron a ser ferias consagradas al ocio
y el entretenimiento o al certamen. Es, a partir de entonces, cuando se puede decir con
propiedad que el tiempo de las ferias había pasado a la historia.
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