El sicoanálisis que viene El porqué de la guerra

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JUAN CARLOS VOLNOVICH
El sicoanálisis que viene
El sicoanálisis tiene asegurado su lugar en el siglo que recién comienza porque aún no han sido
respondidas las preguntas que le dieron existencia.
Entre tantas otras:1
·El porqué de la guerra.
·Por qué los pueblos adoran a sus verdugos (por qué los pobres contribuyen a perpetuar el
capitalismo).
·Por qué las diferencias de sexo incluyen desigualdades sociales que refuerzan la inferioridad de
uno de sus términos (por qué descansa en las mujeres el trabajo de reproducir el patriarcado).
El siniestro período de la historia que nos ha tocado vivir –la etapa del capitalismo que ha puesto en
riesgo a la humanidad toda como nunca antes había sucedido– tiene características más explotadoras,
más parasitarias, más autoritarias, más excluyentes, más injustas en cuanto a la distribución de
bienes materiales y simbólicos y –por sobre todo– más devastadoras del medio y de las poblaciones,
que todas las etapas anteriores. Los Estados Unidos han emprendido una campaña de recolonización
global, de exterminio de todo aquello que se constituya en obstáculo para su dominio, de liquidación
de la propia competencia capitalista y de la poca democracia que aún persiste en el mundo,
imponiendo la libertad de mercado y la guerra como principal recurso. De modo tal que ese dominio
capitalista2 ha llegado a ser tanto contexto que nos incluye como texto que, desde dentro de nosotros
mismos, nos constituye; de modo tal que con estos interrogantes «sociales» estamos en pleno campo
del sicoanálisis.
Una ofensiva contra la humanidad de tamaña envergadura3 no puede darse sin consecuencias en la
constitución subjetiva de quienes se ven directamente incluidos dentro del universo de los
triunfadores del sistema,4 en quienes colaboran voluntaria y/o involuntariamente con los vencedores;
en los excluidos y los derrotados; y –mucho más– en quienes resisten. Y acerca de la constitución
subjetiva, de la construcción del sujeto síquico, el sicoanálisis tuvo, tiene y todo hace pensar que
tendrá algo que decir.
El porqué de la guerra
El ingenuo interrogante con que Albert Einstein inició su epistolario –«qué puede hacerse para
defender a los hombres de los estragos de la guerra»–5 obligó a Freud a transitar por el lugar común
del instinto de destrucción y la pulsión de muerte.6 Pero la cuestión, ni de lejos quedó saldada allí.
[...] un vistazo a la historia humana nos muestra una serie incesante de conflictos entre un grupo
social y otro o varios, entre unidades mayores y menores, municipios, comarcas, linajes, pueblos,
reinos, que casi siempre se deciden mediante la confrontación de fuerzas en la guerra. // Tales
guerras desembocan en el pillaje o en el sometimiento total, la conquista de una de las partes. No
es posible formular un juicio unitario sobre esas guerras de conquista. Muchas, como las de los
mongoles y turcos, no aportaron sino infortunio; otras, por el contrario, contribuyeron al
reemplazo de la violencia por el derecho, pues produjeron unidades mayores dentro de las cuales
cesaba la posibilidad de emplear la violencia y un nuevo orden de derecho zanjaba los conflictos.
// Por paradójico que suene, habría que confesar que la guerra no sería un medio inapropiado para
establecer la anhelada paz «eterna», ya que es capaz de crear aquellas unidades mayores dentro de
las cuales una poderosa violencia central vuelve imposible ulteriores guerras. // Empero, no es
idónea para ello, pues los resultados de la conquista no suelen ser duraderos [...] Además, la
conquista sólo ha podido crear hasta hoy uniones parciales, si bien de mayor extensión, cuyos
conflictos suscitaron más que nunca la resolución violenta. Así, la consecuencia de todos esos
empeños guerreros sólo ha sido que la humanidad permutara numerosas guerras pequeñas e
incesantes por grandes guerras, infrecuentes, pero tanto más devastadoras. // Aplicado esto a
nuestro presente, se llega al mismo resultado que usted [Einstein] obtuvo por un camino más
corto. Una prevención segura de las guerras sólo es posible si los hombres acuerdan la institución
de una violencia central encargada de entender en todos los conflictos de intereses.7
Claro está que Freud coincidía con Einstein en otorgarle legitimidad a una «violencia central
encargada de entender en todos los conflictos de intereses» ejercida por la Liga de las Naciones
(anticipo de lo que posteriormente fueron las Naciones Unidas) y no a un imperialismo global,8 pero
no está de más recuperar aquí que Freud, frente a la violencia, estaba lejos de ubicarse en una
posición condenatoria.
Y es evidente que la guerra no es un problema ajeno que sucede allí lejos, en el Medio Oriente, o
en la Europa del Este, y que no es cosa nuestra. No sólo porque está incluida en el patrimonio
mortífero que instituye la «identidad argentina» junto a nuestros dos premios Nobel de la Paz
(Saavedra Lamas, Pérez Esquivel) –las guerras de independencia, la «conquista del desierto», la
guerra de la Triple Alianza, la del Chaco paraguayo, la guerra contra la «subversión», la de las
Malvinas que contó con el franco respaldo de la sociedad civil y hasta de los intelectuales de
izquierda–,9 sino por la actual indiferencia ciudadana frente a la presencia escandalosa de tropas
argentinas en Haití y de mercenarios argentinos en Iraq.10
Por qué los pueblos adoran a sus verdugos
Si el ingenuo interrogante que Albert Einstein dirigió a Freud –«qué puede hacerse para defender a
los hombres de los estragos de la guerra»–11 dio inicio a reflexiones no saldadas aún, el comienzo de
El malestar en la cultura12 nos autoriza a introducirnos en otra deuda pendiente del sicoanálisis con
la cultura. Aquella que vanamente intenta dilucidar las relaciones del sujeto con el Poder. Poder
imperial. Poder del mercado. Poder de Dios. Poder del Otro.
Porque desde el nacimiento en adelante, la relación del sujeto con el Poder transita por las marcas
que ha dejado en el inconsciente la relación con el gran «Otro». La constitución de la subjetividad se
erige, así, sobre la herida que dejó abierta el desamparo original del bebé ante la mamá o ante los
adultos responsables de la vida o de la muerte. La situación de extrema indefensión social, la
experiencia de inermidad por la que transitamos, no hace otra cosa que reabrir la marca que el
«Otro» grabó en nosotros y, de esta manera, nos predispone, nuevamente, para quedar subordinados
al Poder. Así, en una sociedad como la nuestra, dominada por un proyecto capitalista que pone en
riesgo la existencia de la humanidad como nunca antes había sucedido, el discurso del «Otro»
absoluto se inscribe en el inconsciente como deseo de muerte y frecuentemente se expresa a través
de acciones destructivas hacia los demás y hacia uno mismo. Violencia ejercida, violencia padecida,
da lo mismo, porque en nosotros se borra el límite entre víctimas y victimarios. Ese gran «Otro»
incorporado en el seno de lo propio explica la destructividad pero, sobre todo, la auto-destructividad
que nos habita. Esa indefensión original nos predispone, decía, a quedar subordinados al Poder, y el
Poder exige sacrificios: sacrificios humanos. El Poder exige sacrificios pero, además, busca el
consenso. Y lo logra. No debemos olvidar que la globalización y el sistema actual de miseria y
exclusión de grandes mayorías que se impuso junto a la concentración del capital y el
enriquecimiento desmesurado de unos pocos, se llevó a cabo con un alto grado de consenso. Triste
es reconocerlo pero, capturada por el discurso del Poder, la sociedad colaboró para sostenerlo. Más o
menos, a regañadientes o complacientes, queriendo o sin querer, casi todos –salvo quienes
resistieron y aún resisten como «contrapoder»–13 contribuimos a reforzar la omnipotencia del Poder.
Y el Poder se impuso promoviendo la identificación que liga el deseo a las representaciones
mortíferas que el mismo Poder ofrece.
En nuestro país, el terrorismo de Estado que sufrimos durante los años de plomo se inscribió
como traumatismo social, pero la «democracia» no impidió que la dictadura del discurso económico
renovara esa experiencia traumática. Así, la masa quedó cautivada por el Poder: atrapada y
fascinada. Y la adhesión o la indiferencia despolitizada hacia el discurso del Poder nos convirtió en
sujetos borrados y tarados. Máscaras sin rostro. Eco, y no voz.
Sujetos al Poder. Cuando del sometimiento a un Poder despótico y feroz se trata, tanto más se
castiga la obediencia. Vana es la ilusión de obtener premios y conquistar los favores del Poder
ofrendándole la renuncia a las más elementales satisfacciones. Vana es la iniciativa de aplacar las
iras del Poder con una política de privaciones. El Poder se ensaña con los obedientes y es indulgente
con los delincuentes o, por lo menos, con aquellos que han obtenido satisfacciones ocasionales. Esta
dialéctica siniestra es válida para las circunstancias individuales y, también, para las cuestiones
sociales.
Pasó hace poco tiempo atrás. El sistema que reclamaba sometimiento al Poder económico nos
exigió sacrificios impostergables. Deudas que había que pagar no importaba a qué costo social, so
pena de recibir castigos terribles. Intentamos pagarlas. Es más: las pagamos. Los sacrificios se
hicieron sin reparar en la larga lista de excluidos que quedaban en el camino; sin piedad para los
humillados e indigentes que perecieron en el intento. Sin embargo, la deuda no fue cancelada sino
que aumentó. En lugar de un premio por haber cumplido de manera sumisa con la demanda del
Poder, recibimos el castigo que se nos prometía para el caso en que desobedeciéramos. Una vez más
volvió a funcionar en lo social la dialéctica siniestra que Freud describió con lucidez para el
siquismo individual. En efecto, ¿a qué otra cosa alude Freud cuando dice que la «conciencia moral»
se comporta «tanto más severa y desconfiadamente cuanto más virtuoso es el hombre»? ¿Qué
mecanismo mental nos hizo olvidar lo que a partir del sicoanálisis se ha hecho conocimiento
compartido? A saber: que la conciencia moral ejerce –con razón– un plus de crueldad con los santos,
ya que las privaciones y las carencias que estos soportan no hace otra cosa que potenciar la tentación
y, por tanto, incrementar el sentimiento de culpa.
Todo eso fue olvidado y remplazado por la ilusión compartida de que debíamos pagar la deuda
externa como única manera de ganarnos los favores del FMI, evitar caer en el default y ahorrarnos
sus calamitosas consecuencias: suspensión de la importaciones, falta de crédito exterior, catástrofe
social y económica. Pues bien, como en un fantástico ejemplo del retorno de lo reprimido, todas
aquellas acciones destinadas a evitar el horror no han hecho otra cosa que convocarlo. Nuevo
triunfo, al fin, de la transitada paradoja por la cual quienes nos salvan, inventan a quienes nos
amenazan.
Los militares nos salvaron del comunismo.
Los curas nos salvan del pecado.
Los mafiosos nos salvan de los ladrones.
La Ley del Padre nos salva del deseo de la madre.
El Fondo Monetario Internacional nos salvó del Fondo Monetario Internacional.
Y ahora, parece ser que los Estados Unidos, el Estado más terrorista del mundo y de la historia,
nos salvará del terrorismo.
Así, el interrogante que instala el terrorismo a escala planetaria liderado por los Estados Unidos
obliga a una respuesta sicoanalítica capaz de visualizar la producción de subjetividad propia de la
época; respuesta que espera aún ser construida con los recursos del método, a partir de lo existente –
el dispositivo analítico clásico con libre asociación y transferencia– y la infinita gama de
intervenciones analíticas no convencionales.
Por qué las diferencias de sexo incluyen desigualdades sociales
Si el sicoanálisis tiene asegurado su lugar en el siglo que recién comienza porque aún no han sido
respondidas las preguntas que le dieron existencia; si el sicoanálisis acepta el desafío de esa fuerza
avasallante que subordina a los pueblos, que destruye el medio ambiente, que captura las mentes
produciendo y reproduciendo colaboracionistas, debe inevitablemente innovar en su método y, sin
renunciar al dispositivo clásico, ampliar sus registros e innovar en los postulados teóricos. Se
impone, entonces, una reflexión acerca del impacto que tiene, en la subjetividad de la época, la
incorporación masiva de las mujeres al espacio público, hasta constituirse en una amenaza para la
estabilidad del patriarcado. En efecto, el movimiento de emancipación de las mujeres que se anunció
en los finales de la década del 50 y se pronunció políticamente en la década del 60, sostuvo un
marcado carácter teórico en la década del 70. Y en las décadas siguientes, la complejidad extrema de
los vínculos entre el movimiento mundial de mujeres y la globalización permite intuir que algo ha
comenzado a cambiar en la correlación de fuerzas entre varones y mujeres; cambio que augura,
además de una modificación definitiva en las costumbres, profundas revisiones conceptuales. A
saber: la sexualidad no puede quedar reducida a la diferencia entre el cuerpo de un varón y el cuerpo
de una mujer, a las diferencias de género, a la diferencia simbólica, sino que abarca a la desigualdad
cultural que esa diferencia genera; incluye la inferioridad subjetiva de una de las partes. Así es que el
género –género como categoría teórica–14 se ha visto interpelado por la circunstancia de una
sociedad futura en la cual, imaginariamente, pudiera ser eludido el orden jerárquico que instituye la
diferencia sexual. Quiero decir: no se trata de pensar una sociedad donde las mujeres disfruten de los
mismos derechos y de las mismas obligaciones que los hombres. No se trata de pensar una sociedad
futura donde triunfe un modelo andrógino sino, por el contrario, se trata de proponer la virtualidad
de una organización social en la que las diferencias de género no impliquen discriminación y
sexismo. En otras palabras: se trata de pensar una estructura aún no existente como real, pero ya
existente como posible. Entonces, en una sociedad donde las diferencias de género no impliquen
discriminación, ¿seguiríamos hablando de género, o volveríamos a hablar de sexo? ¿Qué nos induce
a pensar la permanencia de atributos y funciones propias de lo masculino tanto como atributos y
funciones propias de lo femenino? ¿A qué construcciones puede dar lugar la diferencia sexual si la
despegamos de la cuestión del poder y, por tanto, de las jerarquías?
En una cultura donde las diferencias de género se hubieran abolido, ¿cómo haríamos, por
ejemplo, para explicar el Complejo de Edipo en las niñas? Si las niñas se apartan de la madre porque
la reconocen castrada –en realidad, no castrada, sino denigrada, inferiorizada culturalmente– y eso
las empuja a buscar en la figura del padre aquello valioso que desean, entonces, si la sociedad
concibiera una madre valorizada, no denigrada, ¿por qué las niñas decidirían apartarse de la madre?
¿Para qué irían a buscar al padre? ¿Serían todas lesbianas?
Así llegamos a la conclusión de que al hablar de la categoría de género para describir el pasado y
el presente, en realidad estamos hablando de los modos posibles de atribución a los individuos de
propiedades y funciones imaginariamente ligadas al sexo, tal como hasta ahora se han venido dando.
Es decir, que hablamos de modalidades o configuraciones genéricas actuales y pasadas. Nada más.
Pero el género como categoría va más allá: permite abarcar todas las modalidades posibles, aun las
novedosas y las inexistentes. Por tanto, la categoría de género tiene un enorme valor instrumental
presente y futuro. Por eso es que sostengo que la diferencia entre categoría y modalidad de género es
crucial: es crucial porque las categorías son universales allí donde los modelos son específicos de
una cultura en un momento histórico determinado. Los modelos constituyen el material sobre el que
trabajan las categorías, y las categorías sirven para dar cuenta de lo permanente y también de lo
cambiante dentro de las diferencias.
Aunque pudiera pensarse que en un espacio no sexista la noción de género perdería sentido,
pienso que sostener la diferencia entre categoría y modalidad de género es fundamental para el
análisis teórico, y es fundamental, también, para las prácticas políticas que tienden, una, a la
explicación, y las otras, a la transformación del patriarcado como sistema de explotación. La
categoría de género es fundamental, también, para el sicoanálisis que viene.
El sicoanálisis que viene
Comencé afirmando que «el sicoanálisis tiene asegurado su lugar en el siglo que recién comienza
porque aún no han sido respondidas las preguntas que le dieron existencia». Lo hice para poder citar
a Sartre:15 «El marxismo es la única filosofía viva de nuestro tiempo porque aún no han sido
superadas las cuestiones que le dieron existencia». Con esto quiero decir que el sicoanálisis que
viene, el que se merece permanecer en el siglo XXI, no puede ser otro que el sicoanálisis que se
articule con el marxismo. No los múltiples sicoanálisis. No los sicoanálisis instalados en
instituciones que lo distorsionan y que tienden a silenciar todo aquello que ponga en riesgo lo
instituido. No los sicoanálisis que no reparan en pagar el peaje de su banalización o de una
excelencia impostada para ser recibidos e incluirse en el santuario de la salud mental y de la
universidad. No los sicoanálisis que se conforman con descentrar al sujeto, debatir entre sacarlo o
incluirlo dentro del logocentrismo o de la tiranía lingüística, sino aquel que está dispuesto a usar la
palabra y la ciencia para resistir los estragos del Poder y modificar las condiciones existentes. No los
sicoanálisis. Sí el sicoanálisis que se incluya en la huella abierta por el Freud de Psicología de las
masas, el de El malestar en la cultura, el interlocutor de Einstein; el sicoanálisis que sostenga los
interrogantes que desvelaron a Wilhem Reich y al freudomarxismo. El sicoanálisis que en la
Argentina disputó el dominio de la siquiatría manicomial hegemónica en la década del 40, el del
grupo Plataforma que partió en dos al sicoanálisis mundial, el de los equipos asistenciales de los
Organismos de Derechos Humanos, el que acompañó a la Madres de Plaza de Mayo y estuvo
presente en el debate acerca de la filiación, la identidad y la restitución junto a las Abuelas de Plaza
de Mayo. El sicoanálisis que produjo agudas reflexiones y aprendió a leer los síntomas sociales en el
sufrimiento individual durante la catástrofe de 2001-2002.16 El sicoanálisis que tiene en las voces de
León Rozitchner, de Silvia Bleichmar, de Enrique Carpintero, de Gilou García Reinoso, de Fernando
Ulloa, su expresión más lúcida e innovadora.
Para el sicoanálisis que viene, poco importa si las asociaciones, las escuelas sicoanalíticas,
desaparecen, y hasta si la misma profesión de sicoanalista desaparece, siempre y cuando el análisis
del inconsciente subsista como práctica y de acuerdo a modalidades novedosas. Aunque, en este
caso, no se trataría de un inconsciente de especialistas, sino de un campo al cual cada uno, cada una
pudiera tener acceso; territorio abierto por todos lados a las interacciones libidinales, sociales y
económicas, directamente ligado a las grandes corrientes históricas. Pero para eso, el sicoanálisis
tendría que renovar su método, diversificar su abordaje, enriquecerse en el contacto con otros
campos de la creación. En resumen: hacer exactamente lo contrario de lo que el sicoanálisis
convencional ha venido haciendo hasta ahora.
La designación de los individuos en los puestos de producción no sólo depende de los medios de
coerción o del sistema de remuneración monetaria. Depende, fundamentalmente, de las técnicas de
modelización de los agenciamientos inconscientes operados por los equipa-mientos sociales, por los
medios de comunicación de masas, por los métodos sicológicos de adaptación de cualquier tipo.
Sólo la recuperación de las máquinas técnicas por las máquinas deseantes, lo que yo denomino una
«revolución molecular», permitirán liberar a las masas de reproducir las relaciones de dominación.17
* El título remite a Giorgio Agamben: La comunidad que viene, Valencia, Colección Pre-textos, 1996.
1 ¿Cuáles son las trampas tendidas en el seno de la propia subjetividad que nos llevan a convalidar inconscientemente
un sistema opresor injusto y desigual? // ¿Cuál es y cómo funciona esa dialéctica siniestra instalada dentro que nos
impide rebelarnos contra aquello que nos despoja de los bienes materiales, de los bienes simbólicos y de la vida
misma? // ¿Por qué los que menos tienen son los que tienen menos posibilidades de oponerse a un sistema que los
excluye o los explota, pero que no los tiene en cuenta?
«¿Cómo puede el sujeto enfrentar las injusticias si sus rebeldías quedan reducidas al campo de las fantasías?» (E.
Carpintero, 2003).
¿Por qué aquellos que nada tienen que perder, más que sus cadenas, son los más sumisos y obedientes al proyecto
de exterminio?
«… por qué al hombre le resulta tan difícil ser feliz» (Sigmund Freud: El malestar en la cultura).
¿Por qué la ciencia no ha logrado ocupar el lugar de la religión (por qué los fieles confían cada vez más en dioses
que les hacen «sufrir desgracia tras desgracia»)?
¿Cómo rescatar el impulso positivo de la pulsión de muerte volcándolo a los fines de la vida, coaligarlo con ella para
destruir el obstáculo que se pone a su despliegue? (L. Rozitchner, 1976).
2 Así como Atilio Boron sostiene que el enemigo triunfa cuando logra remplazar el imperialismo que goza de buena
salud por un imperio invisible que desalienta la rebeldía y neutraliza el activismo político (Michael Hardt y Toni
Negri), Alfredo Grande (Psicoanálisis implicado III. Del diván al piquete, Buenos Aires, Topía Editorial, 2005)
sostiene que el enemigo triunfa cuando coloca la palabra «neoliberalismo» en lugar de la palabra y la cosa
«capitalismo». Y triunfa porque de esa manera podemos hacer pedazos la palabra sin que la cosa sea cuestionada.
De tal modo que la cosa capitalismo sigue inmutable mientras, como premio consuelo, nos ensañamos con la
palabra neoliberalismo.
3 Como respuesta, En defensa de la humanidad se constituyó como red en un encuentro celebrado el 15 de octubre de
2003 en México. A partir de allí ha venido funcionando en comisiones nacionales centradas en la defensa de la paz,
de la integración, de la economía solidaria, de la diversidad y la cultura, de la veracidad informativa, la legalidad
internacional, el conocimiento, la participación popular, la memoria histórica y de un planeta para todos.
4 Enrique Carpintero: La alegría de lo necesario, Buenos Aires, Topía Editorial, 2003. «En la actualidad se ha creado
un imaginario social donde sólo existe la libertad de tener y el poder de dominar…».
5 Sigmund Freud: Carta al profesor Albert Einstein sobre la violencia y la guerra, Viena, septiembre de 1932
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6 Ibíd. «Merecería con toda seriedad el nombre de una pulsión de muerte, mientras que las pulsiones eróticas
representan [repräsentieren] los afanes de la vida. La pulsión de muerte deviene pulsión de destrucción cuando es
dirigida hacia afuera, hacia los objetos, con ayuda de órganos particulares. // El ser vivo preserva su propia vida
destruyendo la ajena, por así decir. Empero, una porción de la pulsión de muerte permanece activa en el interior
del ser vivo, y hemos intentado deducir toda una serie de fenómenos normales y patológicos de esta
interiorización de la pulsión destructiva. Y hasta hemos cometido la herejía de explicar la génesis de nuestra
conciencia moral por esa vuelta de la agresión hacia adentro».
7 Sigmund Freud: Op. cit. (en n. 5).
8 Ibíd. «Ahora bien, la guerra contradice de la manera más flagrante las actitudes síquicas que nos impone el proceso
cultural, y por eso nos vemos precisados a sublevarnos contra ella, lisa y llanamente no la soportamos más. La
nuestra no es una mera repulsa intelectual y afectiva: es en nosotros, los pacifistas, una intolerancia constitucional,
una idiosincrasia extrema, por así decir».
9 León Rozitchner: Las Malvinas: de la guerra sucia a la guerra limpia, Buenos Aires, Centro Editor de América
Latina, 1985.
10 La Nación. 21 de mayo de 2006: «Los argentinos que pelearon en Iraq. Uno de ellos (Walter Gaya) recibió las más
altas condecoraciones de los Estados Unidos (dos Corazones Púrpura y medalla de bronce por su valor en
combate). Historia de compatriotas en el frente de batalla. Hablan los argentinos que lucharon en Iraq».
Las tropas argentinas en Haití –asentadas en Gonaïves, la cuarta ciudad de este país de ocho millones de
habitantes, con unos doscientos mil pobladores– integran un contingente de seiscientos catorce soldados.
11 Sigmund Freud: Op. cit. (en n. 5).
12 Sigmund Freud: «El malestar en la cultura», Obras completas, t. XIX, Buenos Aires, Santiago Rueda, 1956. «No
podemos eludir la impresión de que el hombre suele aplicar falsos cánones en sus apreciaciones, pues mientras
anhela para sí y admira en los demás el poderío, el éxito y la riqueza, menosprecia en cambio los valores genuinos
que la vida le ofrece».
13 Toni Negri: Contrapoder, Buenos Aires, Ediciones de Mano en Mano, 2001. «Cuando se habla de contrapoder se
está halando de tres cosas: de resistencia contra el viejo poder, de insurrección y de potencia constituyente de un
nuevo poder». Remito a la apasionante controversia entre Toni Negri, Ulrico Brand y Atilio Boron acerca del
concepto de «multitud» y de «obrero social».
14 M.I Santa Cruz, A.M. Bach, M.L. Femenías, A. Gianella, M. Roulet: Mujeres y filosofía. Teoría filosófica de
género, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1994.
15 Jean-Paul Sartre: Crítica de la razón dialéctica, Buenos Aires, Editorial Losada, 1960.
16 Daniel Waisbrot, M. Wikinski, C. Rolfo, D. Slucki, S. Toporosi: Clínica psicoanalítica ante las catástrofes
sociales, Buenos Aires, Paidós, 2002.
17 Félix Guattari: El inconsciente maquínico y la revolución molecular, México, 1981.
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