El hacer aparecer y el aparecer de Rosa Castellot Siempre me ha interesado la parte invisible del arte, el espacio abierto, lo que aún debe aparecer, la emoción intuida como espectador en los generosos objetos producidos por los artistas. Rosa Castellot no dibuja el paisaje, juraría que piensa que no le hace ninguna falta, Rosa es verdad. Rosa Castellot camina por el paisaje como antes lo hiciera Caspar David Friedrich, aunque ella no aparece formalmente como parte de él, lo hace tomando nota de lo que modifica con su acción; la piedra que mueve, o el aire de su respiración sobre una brizna de hierba. También y al revés, que en este caso es lo mismo, el paisaje, la piedra o la brizna dibuja a Rosa. Pero Rosa Castellot sabe que pase lo que pase todo sigue igual, los árboles, las piedras, la hierba, ella… todo es naturaleza sin pliegue ni resquicio. Sabe que dentro de lo mismo todo es igual, que es naturaleza en la naturaleza. Que lo que hay, está en el movimiento del continuo existir. Por eso, si como Friedrich, Castellot pasea por el paisaje, lo mira para pronunciarlo como Alberto Caeiro cuando dice y se dice en él. Mi mirada es nítida como un girasol. Tengo la costumbre de andar por los caminos mirando a la derecha y a la izquierda y de vez en cuando mirando para atrás… Y lo que veo a cada instante es lo que nunca había visto antes, y me doy buena cuenta de ello. Sé sentir el asombro esencial que tiene un niño si, al nacer, de veras reparase en que nacía… Me siento nacido a cada instante a la eterna novedad del mundo… 1 (El guardador de rebaños, II. Alberto Caeiro) Fernando Pesoa dibuja a Alberto Caeiro porque va a ser él, Alberto Caeiro, el nexo creado para contactar con la experiencia de la naturaleza. Continuando con la lectura del poema de Caeiro se aprecia que Pesoa sabía de la imposibilidad que produce el pensar para acceder al origen, para comprender: (…) Creo en el mundo como en una margarita, porque lo veo. Pero no pienso en él, porque pensar es no comprender… (El guardador de rebaños, II. Alberto Caeiro) Caeiro cree en el mundo por que lo ve, lo oye; lo percibe por los sentidos. No porque sepa qué es el mundo, qué es la naturaleza, sino porque ama: (…) porque quien ama nunca sabe lo que ama ni sabe por qué ama, ni qué es amar… (El guardador de rebaños, II. Alberto Caeiro) Caeiro habla del modo que se ama o que se debe amar, que ha de ser tan puro que no ha de pasar y aún menos residir en aspectos intelectuales y racionales. Estos versos entrarían en aparente contradicción con quien piensa en el amor como un acto de conocimiento, como, por ejemplo, queda contemplado en la cita de Paracelso con la que Erich Fromm abre su libro “El arte de amar”: Quien no conoce nada, no ama nada. Quien no puede hacer nada, no comprende nada. Quien nada comprende, nada vale. Pero quien comprende también ama, observa, ve… Cuanto mayor es el conocimiento inherente a una cosa, más grande es el amor… Quien cree que todas las frutas maduran al mismo tiempo que las frutillas nada sabe acerca de las uvas. Estas, en apariencia, diferentes maneras de acceder al amor quedan conciliadas en el mencionado libro de Erich Fromm, donde desarrolla el concepto de amor como un arte 2 que involucra el conocimiento y el esfuerzo en cuanto a la acción que le da forma, frente a la estéril pasividad incapaz de producirlo; pero contando con la fuerza necesaria para mantener y potenciar la integridad e individualidad de quien ama. El amor como actividad permite seguir profundizando a partir de lo que somos en un “estar continuando” y esa actividad lleva a dar cabida a lo que se está amando, esa comprensión y ese aprender no es otra cosa que “dar”. Pero también ese “dar” es un “dar productivo” para quien ama, siendo la expresión de la potencia: la posibilidad de hacer emerger aquello que se lleva dentro, hacerlo aparecer como expresión vital, como expresión de todo aquello que se es. Por eso los artistas saben amar (al menos a su obra). Por eso Rosa Castellot sabe amar; porque su herramienta de trabajo primera es el necesario conocimiento y esfuerzo para llegar en algún momento al saber; aunque ahora este camino de regreso parezca menos importante que el propio camino que tiene que hacer hasta llegar. Durante el trayecto comprende lo que recibe, es contenedora de ello, y eso es lo que vale (ese es su valor). Por lo tanto, la aparente contradicción surge del hablar de dos cosas diferentes; por un lado está la llegada a la experiencia y por otro la vuelta al mundo del saber para incorporar la experiencia aprehendida. Ese ir y volver comprende, da cabida al amor, y constituye la totalidad del camino aunque haya que diferenciar el ir del volver. Paracelso lo teoriza; lo sabe y por lo tanto lo formula. Pesoa lo sabe y quizá por esto, para hacer aparecer la poesía de Alberto Caeiro hace aparecer a Alberto Caeiro para que él, limpio y puro sea el receptor y por tanto, después, el transmisor de la palabra que dice la naturaleza. Así Alberto Caeiro está amando, está haciendo el esfuerzo, lo está aprehendiendo y dando. Rosa Castellot al igual que Fernando Pesoa dibuja a quien necesita para ir a la palabra que al volver dirá, la única diferencia que establece con Pesoa es que su heterónimo se llama como ella, Rosa Castellot. Y que aquí, en este texto, para diferenciarlas bastará con pensar en una o en otra. Así, Rosa Castellot -nacida- en el lugar donde es junto a lo demás, accede a la palabra y la pronuncia para los oídos de Rosa y de todos los que contemplamos su obra. William Turner como Alberto Caeiro es un artista que necesita estar para sentir (ha tenido que ir), “no pinto lo que sé, pinto lo que veo” igual que Rosa Castellot que 3 comprendiendo la continua respuesta (el apercibimiento de la existencia) la da. Pero previamente para darla, construirá un orden del lenguaje. Rosa Castellot como William Turner abandona el habitáculo donde está aquello dado por sabido y también imaginado; el lugar donde las palabras intercambiadas entre unos y otros producen razones y especulaciones. Lo hace para asomarse y entrar en lo que existe y, a partir de ahí, dejar que le penetre esa existencia a través de lo sensorial. Así, una vez vivido, existir en lo que existe; haciéndolo aparecer en lo que da. Allí, en el lugar donde ocurre la naturaleza, a Rosa Castellot nacida, la primera y continua vivencia que tiene, es recibir lo que le es dado. La autoridad de la naturaleza, su Saber, le comunica la experiencia como palabra dicha para que sea transmitida, para que vuelva-a-ser-pronunciada por ella (aprender: comprender el signo; decir: signi-ficar) la naturaleza se ha mostrado ante ella como dadora y de ella, de la naturaleza, aprende el dar, sin más; semilla portadora de la potencia que producirá lo que lleva dentro: su propia individualidad: su dicción, las palabras que la dicen; su dibujo: el trazo que la dibuja. De esta manera dice, no interpreta. Dibuja lo sentido y por lo tanto se dibuja. Rosa Castellot (desde la propia ordenación del lenguaje) re-signi-fica (vuelve-apronunciar-la-palabra), después de haber sido la receptora de su experiencia, delineando lo oído hasta que el parecido, a partir de la precisa atención, cumpla debidamente con la disciplina que ejecuta, para desde ahí, lo adquirido, ahora como parte de su conocimiento, pueda ser dicho. Hasta ese momento de comunicación la experiencia, la palabra, está guardada en el Saber y sólo puede acceder a ella por lo trascendente. Ese viaje a la ascendencia, al lugar de procedencia, mediante el vehículo trascendental es lo que ha llevado a Rosa Castellot al principio, al origen donde transcurre la trasparencia de la naturaleza, lo cotidiano que evita el acontecimiento, lo anecdótico que desvía la atención. En este lugar no existe el orden ni las jerarquías, toda la naturaleza palpita a la vez en su mismo centro, vida y muerte, luz y oscuridad, estructura y caos, estar y no estar. Paso y me quedo, como el Universo. (XLVIII, El guardador de rebaños. Alberto Caeiro) 4 De este modo Rosa Castellot accede a la naturaleza, situándose en el paisaje para formar parte de él y dibujarlo. Está dentro dibujando. Le resultaría imposible hacerlo desde fuera. Pertenece a él y a lo que el propio paisaje genera. Su lugar es el dibujo y las coordenadas por las que se mueve indican el punto de coincidencia donde posa a la vez el grafito sobre el papel en el que está. A partir de ese momento crecen las plantas y los árboles a su alrededor con la misma naturalidad con la que crecen en la naturaleza en la que vivimos los espectadores de la obra de Rosa Castellot descubriéndonos que Rosa está dibujando allí, entre el papel y las sombras de sus lapiceros, entre el cielo y la tierra. Mientras, sobre la misma tierra que crece en continuo aparecer la vida, Rosa sobre el papel hace aparecer a Rosa. Rosa Castellot, al igual que Alberto Caeiro o William Turner, parece desafiar a la naturaleza al convertir su experiencia en algo transmisible. Construye objetos con que poder mostrar lo aprehendido; cuando la experiencia que se da en el continuo existir no puede ser definida mediante la rigidez de las formas de los estáticos objetos. Pero en el caso de los artistas puede haber, hay una desvinculación, una independencia entre sentimiento y razón, aunque uno no puede ser sin el otro (ser y no ser, pasar y quedarse). Cuando todo esto ha ocurrido y los artistas vuelven al lugar común, al habitáculo, al lugar de transmisión de los saberes y experiencias, serán ambas, emoción y conocimiento, las que compongan a cada uno con su heterónimo en la persona que los alberga; Rosa Castellot consigo misma. José Carlos Balanza 2011 5