(Historia y mito del primer rey ibérico de Porcuna)

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HISTORIA Y MITO DEL PRIMER REY DE PORCUNA
La bella ciudad de Porcuna, que desde el alto en que está situada domina una feraz campiña
de olivos, posee una de las historias más interesantes y mejor documentadas de la antigua
Hispania, nombre con el que fenicios y romanos denominaron a la Península Ibérica.
Habitada desde el III milenio a.C., hacia el siglo VII a.C. debió ser colonizada por los
tartesios, que le dieron el nombre de Ipolca, que, transformado, ha perdurado hasta la
actualidad. En la Antigüedad, Ipolka aparece documentada en sus monedas y también la citan
como ’Oβούλκον (Obulkon), los geógrafos griegos Estrabón (III,141 y 160) y Ptolomeo (II,4,
9). Los romanos la denominaron Obulco (Plinio III,10), tal como confirma la epigrafía (CIL: II,
2126 y 2131; etc.).
Más complejo es saber qué significa Ipolca-Obulco. Se trata de un nombre de población
característico de los tartesios, cuya primera parte Ipo-, debe significar “ciudad”, en taertesio, lo
que apunta a que debió ser fundada por éstos en el siglo VII a.C. La segunda parte, -olca, fue
relacionada por Antonio Tovar con la palabra celta olca, que significa ‘tierra de labor’,
‘huelga’, por lo que Ipolca-Porcuna significaría “Ciudad de las huelgas”, del terreno fértil,
placentera”. Sin embargo, la proximidad de olca a etnónimos como el de los Olcades, pueblo
celta de la Serranías Ibéricas, que es el precedente de los Lobetani, permitiría relacionar Ipolca
con la raiz *wlks, ‘lobo’ en indoeuropeo, lo que plantea la hipótesis de que Ipolca significara la
“Ciudad de los lobos”.
La fundación de la ciudad de Ipolca debe ponerse en relación con la presencia de fenicios y
griegos en Hispania, cuyos influjos transformaron las culturas indígenas, de las que surgen los
tartesios e íberos, cuya oscilante frontera quedaba por tierras jienenses. Estos contactos
permitieron la formación de las primeras ciudades, con un artesanado desarrollado, el
policultivo mediterráneo de trigo, vino y aceite, que ha perdurado hasta nuestros días, y una
sociedad compleja, dirigida por reyes de origen sacro y estructurada en clanes familiares
clientelares y caciquiles. Este contexto explica la aparición en Ipolca-Porcuna de un
monumento tan sorprendente como el de Cerrillo Blanco.
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El yacimiento de Cerrillo Blanco constituye un conjunto de esculturas que aparecieron
rotas en más de 1500 fragmentos, un verdadero rompecabezas, pues, además, no se debe haber
conservado más del 30% del total. Unos gitanos encontraron los primeros fragmentos de
escultura hacia 1974 y las llevaron al director del Museo Arqueológico de Jaén, D. Juan
González Navarrete. Éste, al comprender su gran interés, adquirió los fragmentos para el
Museo y realizó excavaciones en el lugar del hallazgo desde 1975 a 1979. Además, junto a
Constantino Unguetti, reconstruyó 19 esculturas y estudió y publicó todo el conjunto, trabajo
completado años después por el espléndido estudio de Iván Negueruela, posterior Director del
Museo de Jaén. Desde entonces las esculturas de Cerrillo Blanco han atraído el interés de
numerosos arqueólogos, como Antonio Blanco Freijeiro, Ricardo Olmos y, en fechas recientes,
Teresa Chapa, en cuyo estudio contó con la ayuda del cantero y escultor de Porcuna Miguel
Aguilera Casado, pero todos los arqueólogos españoles y muchos extranjeros se han ocupado
de estas esculturas, dado su singular interés.
El monumento de Cerrillo Blanco se halla situado a poco más de 2 km al norte de la
población de Porcuna y es un lugar dominante de todo el territorio, excepto por la parte sur,
cuyo horizonte forma la ciudad de Porcuna. Se trata por tanto de un lugar estratégico elegido
para que resaltara el monumento y fuera visible desde el arx o alcazaba de Ipolca donde se
ubicaría el palacio real.
El monumento se construyó en un lugar elevado que ocupaba una necrópolis tartesia de
inhumación, que debía pertenecer a los antepasados, reales o míticos, del constructor del
monumento. Ofrecía fosas y cistas, en ocasiones con dos inhumaciones encogidas y con
ajuares ricos, como fíbulas y peinetas de marfil, lo que confirma su fecha hacia mediados del
siglo VII a.C. El monumento de Cerrillo Blanco estaba formado por un amplio conjunto de
esculturas humanas y animales que puede considerarse como el más importante conjunto
escultórico de la Hispania prerromana y el más importante del Mediterráneo Occidental, al
margen de los templos de la Magna Grecia. Las esculturas constituirían una representación de
la “visión del mundo” del rey íbero de Ipolca que lo mandó construir hacia el 480 a.C., pues
debe interpretarse como un Herón o santuario dedicado a sus ancestros. Sin embargo, dos o
tres generaciones después, hacia el 400 a.C., las esculturas fueron sistemáticamente destruidas
y enterradas en el lugar, en el que surgió una necrópolis de incineración, que, como otras del
mundo ibérico, se supone que corresponde a gentes que se enterraban en el lugar por
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considerarse descendientes del personaje que había construido el monumento y ‘clientes’ o
personajes dependientes, devotos de su memoria.
La temática del Herón de Porcuna es bien conocida por su belleza e interés. Una buena
parte son representaciones de guerreros, en luchas personales, como el caballero con espada de
frontón con un cuchillo en la vaina que alancea a un caído con espada de antenas, o el
“Guerrero de la doble armadura”, protegido por su disco-coraza. Otras escenas ofrecen luchas
con fieras o animales mitológicos, como el león, que era un ser mítico entre los íberos, o la
lucha de un héroe con un grifo o Grypomachia. Más singulares resultas varias escenas de caza,
de una liebre con perro, de perdices, etc. Otras figuras visten trajes talares largos, que indican
su edad y alto estatus social y su autoridad ceremonial y religiosa. Un último grupo de
esculturas son diversos animales mitológicos característicos de la estatuaria ibérica, como el
león, toro, esfinge, águila, etc.
Este conjunto escultórico ofrece especial interés por su estilo. Es obra de uno o de varios
artistas formados en un taller jonio-focense del arcaísmo final, como evidencia su gusto por el
movimiento, su sentido plástico del cuerpo humano y de los animales, los pliegues paralelos de
sus telas y los rasgos de las caras. La calidad de alguna de éstas, a pesar de cierta falta de
capacidad en algunos detalles, obliga a pensar en un escultor jonio que habría formado escuela
entre los íberos, pero su estilo jonio hace suponer que procedía de la ciudad de Focea, en Asia
Menor, aunque habría llegado a través de Emporion-Ampurias y de sus factoría en el Sureste
de Hispania, como lo evidencian las esculturas del Herón de Ilici, las más parecidas por su
estilo a las del Herón de Ipolca. Este contexto estilístico permite fechar con bastante precisión
el conjunto escultórico hacia el 480 a.C.
Las características técnicas indican que son obra de un solo taller, aunque con varios
artífices, probablemente dirigidos por el artista que se ocupó de labrar las esculturas
principales. Eran escultores especializados en hacer esculturas en arenisca caliza o calcarenita,
que en este conjunto se ha identificado como ‘Piedra de Santiago de Calatrava’. Las esculturas,
de bulto redondo, se labraban en un proceso que supondría primero extraer un bloque de piedra
de la cantera, trasportarlo hasta el Cerrillo Blanco o sus alrededores; después, se labraba con
escoplo, a continuación, se pulía la superficie de las partes visibles y, finalmente, se pintaba
con colores planos, para nuestro gusto chillones, por lo que estas esculturas preludian el gusto
por la escultura polícroma que desde entonces es tan popular en Andalucía. Este gusto por la
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policromía y el movimiento es similar también al que ofrecen las la esculturas de los frontones
de algunos templos griegos, como el templo de Afaia en la isla de Egina o el templo de Zeus en
Olimpia, éste último obra temprana de Fidias, el autor del Partenón, considerado el mayor
escultor de todos los tiempos, ambos conjuntos fechables entre el 490 y el 460 a.C. Más difícil
es sabe cuanto tiempo pudo suponer para estos escultores hacer las esculturas. La labra
completa de una figura hasta el pintado final pudiera calcularse en torno a unos 6 meses, por lo
que el conjunto debió necesitar varios años de trabajo, quizás dos o tres.
Otro tema de interés es saber quién lo hizo y para quién. Como se ha indicado, el artista
debe considerarse un escultor jonio o jonio iberizado, como evidencia su estilo, mientras que el
tema heroico de las esculturas indican que se trata de un Herón o santuario dinástico, lo que
permite plantear que corresponde al rey ibérico que gobernaba la población de Ipolca hacia el
480 a.C., que sería quien encargó y sufragó el monumento. Esta interpretación del conjunto
escultórico ayuda a comprender que sus esculturas fueran destruidas y sus fragmentos
enterrados hacia el 400 a.C., pues al ser un Herón dedicado a los antepasados de la dinastía
local, contribuía a sustentar su poder político e ideológico, por lo que su destrucción
probablemente refleja conflictos sociales. Además, la rotura intencionada de las esculturas, en
especial, de las cabezas, debe considerarse un acto mágico de damnatio memoriae para
‘destruir’ la fuerza del antepasado divinizado que representaban las esculturas.
Este rey de Ipolca-Obulco-Pocuna, quizás de origen tartesio, heroizado o divinizado
después de su muerte, sería considerado el antepasado y ‘Patrono’ de todos sus sucesores y de
los habitantes de Ipolca. El estilo de las esculturas indica que vivió hacia el 480 a.C., fecha de
indudable interés, pues corresponde a las Guerras Médicas, en las que los griegos derrotaron a
los persas en las batallas de Maratón y Salamina, en Grecia, y en Himera, contra los púnicos,
en Sicilia. Este paralelismo hace suponer que los focenses, desde Ampurias, impulsarían
alianzas con reyes ibéricos contra los tartesios, aliados de los fenicios de Cádiz y de las
colonias púnicas de Hispania. Estas alianzas filohelenas dejaron como huella la colaboración
de artistas jonios al servicio de una política monumental que exaltaba a las élites dirigentes
ibéricas aliadas de los griegos. Este contexto histórico es la causa de la sorprendente aparición
de un monumento tan bello, de tanta calidad y de estilo tan helénico en el interior de
Andalucía, pues Ipolca sería un destacado reino de indudable riqueza e importancia estratégica,
ya que controlaba la Vía Heraclea que unía el Levante y el Sur de Hispania.
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Las esculturas relataban las hazañas míticas de ese rey de Ipolca-Porcuna, que sería
considerado como el Primer Rey o Héroe Fundador. Debió nacer de forma ‘milagrosa’, como
otros héroes míticos, como Habis, el rey fundador de Tartessos, o como Rómulo en Roma,
quizás como éste nacido del fuego del hogar regio junto a un hermano gemelo. Sería expulsado
de la sociedad y arrojado al monte, donde aprendería a cazar y a dominar los animales, hasta
convertirse, siempre con ayuda divina, en el Señor del los Animales, tal como aparece
representado en las escenas de caza y en un personaje entre cabras. También domesticó el
caballo y desarrolló la equitación, por lo que sería considerado un afamado jinete y patrono de
los caballeros. Ya convertido en un héroe más fuerte que el resto de los hombres gracias al
apoyo divino, en una nueva fase de su vida lucharía con los leones, grifos y demás monstruos
que ocupaban la tierra, para liberarla del mal y para que los hombres pudieran vivir en paz en
ella. Después, parece haberse enfrentado a los enemigos que habían ocupado o que querían
invadir o robar el país, hechos recordados por las esculturas de guerreros de tema épico. Entre
estos hechos, pudo llegar hasta el Infierno, para ver a sus antepasados y conocer su futuro o
para perseguir a algún animal maligno, como el jabalí infernal.
Una vez librado el territorio de males y amenazas, inventaría el arado y enseñaría la
agricultura a los hombres, como el rey tartesio Habis, y trazaría con el
arado el surco
primordial de la nueva ciudad, de la que era el Fundador, en la que encendería el primer fuego,
con el que se celebraría el primer sacrificio, en cuyo banquete participarían dioses y hombres,
sellando su alianza para el futuro. También daría las leyes que regían la sociedad, como Habis,
para ordenar la vida humana, tal como justifican y apoyan los mitos representados en las
esculturas de su Herón. Una vez muerto, fue heroizado o divinizado y sería adorado como el
dios ‘Patrono’ que protegía a sus descendientes, que eran los habitantes de la ciudad de IpolcaPorcuna. En resumen, el Herón del Cerrillo Blanco parece estar dedicado al mito del Héroe
Fundador de la ciudad de Ipolca-Porcuna, mito que constituía la base ideológica de la
organización política de la sociedad como ciudad-estado. Además, es posible que incluso se
diera a la ciudad y al reino el nombre de su fundador, por lo que Ipolca significaría “Ciudad
¿del (rey) Lobo?”, como Edecón, fundó Edeta (Liria, Valencia) y pasó a ser el rey de los
Edetanos o el celtíbero Sego, ‘el Victorioso’, debe considerarse el Héroe Fundador de
Segobriga, ‘Ciudad del Victorioso’.
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Las esculturas de Cerrillo Blanco, aunque de carácter mítico, también permiten su
interpretación histórica. El estilo y la calidad de las figuras indican que se trata de un rey
ibérico aliado de los focenses que reinó hacia el 480 a.C. Las esculturas de su Herón indican
que, probablemente con apoyo de los griegos, debió luchar contra celtíberos, quizás
mercenarios de los fenicios de Cádiz, hasta fortalecer su reino y ampliar y asegurar su territorio
con su capital en Ipolca-Porcuna, de la que sería considerado el Héroe Fundador y el iniciador
de la dinastía regia local, pues sus descendientes tendrían en este antepasado el elemento
esencial para sustentar su poder económico, social y político. Este es el motivo que explica la
construcción de un gran monumento que honraría su memoria y que daba prestigio a sus
descendientes.
En resumen, el magnífico conjunto de esculturas de Cerrillo Blanco debe ser un motivo de
profundo orgullo para los habitantes de Porcuna y de toda España. Al margen de su fuerza y
belleza, no exentas de misterio a pesar de los continuos esfuerzos de los arqueólogos por
desentrañar su significado, testimonia la importancia de la ciudad de Ipolca-Porcuna desde el
siglo V a.C., con una monarquía fundada por un rey de derecho divino, que había consolidado
su territorio en guerras ocurridas durante los conflictos geopolíticos de su época en el
Mediterréneo. Esta monarquía seguramente debió pervivir hasta la II Guerra Púnica o la
Conquista Romana, hacia fines del siglo III a.C., pero después aparece sustituida por dos
magistrados, probablemente electos, que aparecen en las monedas por ellos acuñadas, pero
que, sin embargo, mantienen los símbolos del Héroe Fundador y Patrono de Ipolca: su cabeza
en el anverso y el arado y la espiga, en el reverso. Se trata, por tanto, de una larga historia que
engrandece el pasado de la bella ciudad de Porcuna.
Por todo lo expuesto, las esculturas de Cerrillo Blanco son parte de nuestra historia, nos
ayudan a comprender mejor cómo hemos llegado a vivir en una ciudad con normas, que eso
significa ser ‘civilizados’, esto es, a ser lo que somos y a saber por qué somos como somos. Por
ello, esas bellas esculturas forman parte de nuestra memoria y de la de toda la humanidad y su
carácter, su fuerza y su belleza reflejan la singular personalidad de la ciudad de Porcuna, de sus
gentes y de su paisaje.
MARTÍN ALMAGRO-GORBEA
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