LA CULTURA VOCACIONAL EN EL CORPUS PAULINO

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LA VOCACIÓN DE PABLO Y EN EL CORPUS PAULINO
Juan Pablo II encomienda a los teólogos que busquen el “sólido fundamento
teológico” de la «cultura vocacional».1 Ahora bien, ¿dónde va a encontrarse un filón
más fecundo para descubrir ese fundamento que en la Sagrada Escritura? Por
consiguiente, a tientas, casi a hurtadillas, con temor y temblor, pero con confianza
porque las Escrituras son ‘para nosotros’, vamos a escuchar qué dicen algunos de los
libros sagrados, no sobre la cultura vocacional (esta expresión es relativamente
reciente), sino sobre la vocación, si bien es verdad que del enfoque que dan los libros
sagrados a la vocación puede deducirse la cultura que el pueblo judío tiene sobre la
vocación y la cultura vocacional que un cristiano debe asumir, vivir y compartir.
El tema de la vocación es una constante en la Biblia, por lo que es imposible
afrontarlo ni superficialmente en unos párrafos. Se ha afirmado que “no existe un solo
párrafo del Evangelio, o un encuentro o un diálogo, que no tenga una proyección
vocacional, que no exprese, directa o indirectamente, una llamada por parte de Jesús”,2
sin embargo voy a centrarme fundamentalmente en los escritos paulinos, porque, como
afirma el cardenal Martini, “en el Nuevo Testamento la problemática de la vocación, de
por sí es específicamente paulina.”3
Pablo habla de vocación refiriéndose a la creación:4
…(Dios) “que da vida a los muertos y llama a la existencia a las cosas que no existen.”
(Rom 4, 17).
Por supuesto que no va a ser esta forma de vocación la que nos entretenga a
nosotros, aunque en esta llamada se percibe la intervención soberana de Dios creador
que con su Palabra llama al ser a las cosas, incluido el hombre. Me limitaré en esta
exposición a considerar
- la vocación universal a la salvación por la fe en Cristo, que se dirige a todos los
hombres (Cf. Rom 8, 28-30) y
- la vocación particular que Dios hace a algunas personas dentro de esa llamada
universal a la salvación.
I. LA VOCACIÓN DE JESÚS
Antes de adentrarme en la concepción paulina de ‘vocación’, voy a dedicar unos
párrafos a la vocación de Cristo Jesús, porque considero que es de quien deben arrancar
todas las consideraciones vocacionales y en Él se fundamenta y en Él culmina toda
vocación.5
El primer gran llamado es Cristo. No ha de basarse esta trascendente afirmación
sólo en la cita de la carta a los Hebreos 10, 5-7: “Al entrar en el mundo, dice Cristo:
«No has querido sacrificio ni ofrenda (…) Entonces yo dije: Aquí vengo, oh Dios, para
hacer tu voluntad»”; ni siquiera en una interpretación oportuna del episodio del
bautismo de Jesús.6 Ambos momentos podrían dar cuenta de la vocación de Jesús en su
1
Cf. Mensaje para la XXX Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, 4 [1993].
NVNE 17 a).
3
MARTINI, C. M.ª, La vocación en la Biblia, pág. 113. Ed. Sígueme, Salamanca 2002.
4
“Él manda a la luz y ella hace caso, la llama y temblando le obedece. Brillan los astros y se alegran en
su puesto de guardia; Él los llama y responden: «Aquí estamos» y brillan alegres por su creador.” (Ba 3,
33-35)
5
Cf. Gaudium et spes 22; Redemptor hominis 13.
6
Cf. Mt 3, 13-17; Mc 1, 9-11; Lc 3, 21-22.
2
aspecto de respuesta incondicional y como proceso en la historia. Pero debemos
ahondar más y unir a Jesús con la Palabra con mayúscula: el Verbo de Dios.
De forma sencilla, en un somero análisis de la Palabra de Dios, se descubren tres
aspectos fundamentales: Palabra-comunicación, Palabra-creadora, Palabra-mensaje.
Aunque los tres se encuentran en toda palabra, la vocación tiene que ver sobre todo con
el segundo aspecto, es decir: con la Palabra como llamada, como creación, como
Palabra que estimula, que invita indicando un camino a seguir, como palabra dirigida a
un tú. En que Dios diga, que se diga, que sea Palabra, es precisamente donde se basa
todo el discurso de Dios. También la Palabra como llamada, como vocación, tiene aquí,
en definitiva, su punto de referencia. La Palabra de Dios es Jesucristo, el Verbo de Dios
hecho carne. Manifestación histórica y concreta. Por esto, Jesucristo es la clave para
entender la vocación, toda vocación. Si existe una vocación es por referencia a Él, a
Cristo, y toda vocación ha de arrancar de una forma u otra de la escucha de la Palabra
(Sagradas Escrituras) y ha de mantenerse y llegar a su culminación alimentándose de la
Palabra.7 Toda vocación acontece en una relación personal con Jesucristo, presente en
su palabra. Por esto se entiende la vocación de Antonio; de esta manera se entiende la
vocación de Agustín, tal como en uno y otro caso se nos ha trasmitido. Por esto se
entiende también la vocación de Francisco Javier, que tiene que escuchar de labios de
Ignacio, machaconamente, la frase evangélica “¿de qué le sirve al hombre ganar el
mundo entero si pierde su alma?”
Habiendo llegado ya al fondo de la cuestión, voy a destacar algunas ideas
fundamentales:
- Toda vocación, aun la del mismo Cristo, arranca del mismo Dios que se
manifiesta, que se da.
- Cristo, primer llamado (cf. Rom 8, 29), es la mejor e insuperable manifestación
del don de Dios.
- Toda vocación adquiere sentido respecto a Cristo.
- Cristo, Palabra de Dios, se comunica, comunica y llama.
- Toda opción vocacional ha de tomarse en relación con la Palabra de Dios, en un
ambiente donde resuene la Palabra; de otro modo habrá que discernir si la
‘presunta’ vocación no es cosa solamente humana: personal atractivo, gusto o
inclinación particular.
- Cristo, la Palabra de Dios, es «buena nueva», evangelio. Toda vocación es –
debe convertirse en – «buena nueva», evangelio.
II. LA VOCACIÓN, SEGÚN SAN PABLO
«¿Qué debo hacer, Señor?». Y el Señor me dijo:
«Levántate y vete a Damasco; allí te dirán lo que
debes hacer» (He 22,10).
Para desarrollar este apartado voy a partir de esta frase de los Hechos de los
Apóstoles, pronunciada por Saulo, quien relata en primera persona su propia
experiencia de Jesús resucitado. Son varias las razones que me mueven a ello:
a) Porque se adopta una actitud de fe, la única que cabe en un tema como la
vocación;
b) porque en esta frase se sintetiza el proceso de cualquier vocación cristiana:
7
Cf. MARTINI, C. M.ª, op. cit. págs. 19-25.
- conciencia de que el Señor me habla, me llama y exige, de forma ineludible, una
respuesta [‘¿Qué debo hacer, Señor?’]
- toda vocación es un itinerario [‘Levántate y vete’]
- necesidad de las mediaciones [‘Allí te dirán lo que debes hacer’].
c) porque el tema vocacional, como ya se ha afirmado, es eminentemente paulino;
d) porque la vocación de san Pablo es paradigmática, como podrá verse,
brevemente, en este discurso;
e) porque merece la pena, en el año jubilar paulino, hacer referencia a esta singular
figura de la historia del cristianismo.
Aunque el verbo griego kaleo (=llamar) aparece diseminado por diversos libros
del Nuevo Testamento (también por los escritos paulinos), tanto el sustantivo klesis -11
veces- (=llamada) como el adjetivo-participio kletos8 -10 veces- (=llamado; como
sustantivo significa ‘persona escogida’) aparecen, exceptuada una vez, sólo en Pablo.
Este dato no es neutro, sino que indica que la categoría ‘vocación’ está presente y tiene
importancia en la teología paulina.
Los textos paulinos sobre la vocación pueden clasificarse en tres grupos:
- Textos que consideran la vocación como llamada universal a la salvación,
dirigida a una iglesia u otra, o a todos los hombres;
- Textos en que Pablo se presenta a sí mismo con una vocación especial en
beneficio de la comunidad de creyentes para anunciar el evangelio o el misterio
de Cristo;
- Textos que recogen la variedad de vocaciones en la Iglesia y en beneficio de la
misma Iglesia, dependiendo de la situación de cada iglesia particular.
A. VOCACIÓN A LA SALVACIÓN
Pablo en el comienzo de casi todas sus cartas hace referencia a la
elección/vocación de una determinada comunidad, que Dios Padre ha hecho
gratuitamente y por amor.
“A todos los que estáis en Roma y habéis sido elegidos amorosamente por Dios para
constituir su pueblo, gracia y paz de parte de Dios nuestro Padre y de Jesucristo el
Señor.” (Rom 1,7)
“Sabemos, además, que todo contribuye al bien de los que aman a Dios, de los que él
ha llamado según sus designios. Porque a los que conoció de antemano, los destinó
también desde el principio a reproducir la imagen de su Hijo, llamado a ser el
primogénito entre muchos hermanos. Y a los que desde el principio destinó, también
los llamó; a los que llamó, los puso en camino de salvación; y a quienes puso en camino de
salvación, les comunicó su gloria.” (Rom 8, 28-30)
“A vosotros que, consagrados por Cristo Jesús, habéis sido llamados a ser pueblo de
Dios en unión con todos los que invocan en cualquier lugar el nombre de Jesucristo…”
(1Cor 1,2)
“Él (Dios) nos eligió antes de la creación del mundo para que fuéramos su pueblo.”
(Ef 1,4)
“Fiel es Dios que os ha llamado a vivir en unión con su Hijo Jesucristo, nuestro Señor.”
(1Cor 1,9)
“Él nos destinó de antemano, conforme al beneplácito de su voluntad, a ser
adoptados como hijos suyos por medio de Jesucristo” (Ef 1,5)
8
CIPRIANI. S., Biblia: Nuevo Testamento, en Diccionario de Pastoral Vocacional, págs. 121-132. Ed.
Sígueme, Salamanca 2005 [Kletos aparece una vez en Mateo].
“No salgo de mi asombro al ver qué pronto habéis abandonado a quien os llamó
mediante la gracia de Cristo…” (Gál 1,6)9
“Dios nos ha salvado y nos ha dado una vocación santa, no por nuestras obras, sino por
su propia voluntad y por la gracia que nos ha sido dada desde la eternidad en Jesucristo.”
(2Tim 1,9).
Sirvan estos pocos textos para subrayar algunas notas básicas sobre la vocación.
De estos textos paulinos se desprende que la vocación fundamental es la llamada a la
salvación, que es don gratuitamente concedido, según los designios inescrutables de
Dios, a todos los hombres. Es llamativo constatar que Pablo refiere siempre esta
vocación a una comunidad, a un pueblo, no a las personas individualmente
consideradas; incluso la llamada de Dios, según Rom 1,1 y 1Cor 1,1, se cifra en
constituir ‘pueblo de Dios’.10
Asentada la gratuidad absoluta de la elección-llamada a la salvación, Pablo recalca
la mediación insustituible de Cristo en esta obra del Padre: “Dios os llamó mediante la
gracia de Cristo”; y la vocación a la santidad, ya en este mundo, consiste en reproducir
la imagen del Hijo, el ‘llamado fiel’, pronto a secundar la voluntad del Padre.
B. VOCACIÓN ESPECIAL DE PABLO
Además de esta vocación fundamental, como llamada a la salvación, Pablo se
muestra sumamente consciente de que él ha recibido una vocación especial; así lo
atestigua el mismo Pablo en los dos relatos de su propia conversión (He 22, 1-21; 26, 132), cuantas veces hace referencia a este mismo episodio en sus cartas,11 y al presentarse
a las comunidades revestido de una autoridad especial gracias a la vocación o encargo
recibido de Cristo.
Pablo se siente elegido desde el seno de su madre y llamado por pura benevolencia
divina (cf. Gál 1, 15) a ser apóstol “por designio de Jesucristo y de Dios Padre” (Gál
1,1), para proclamar el evangelio que Dios había prometido por medio de sus profetas
en las Escrituras santas (cf. Rom 1,1); para anunciar, según la misión que Dios en su
gracia le ha confiado, el misterio de Cristo: que todos los pueblos comparten la misma
herencia, son miembros de un mismo cuerpo y participan de la misma promesa hecha
por Cristo Jesús a través del evangelio (cf. Ef 3, 1-13; Col 1, 24-27). Pablo reconoce
humildemente que fue indigno de la gracia-don recibido, de la confianza de Dios al
encomendarle su ministerio, pero la gracia de Cristo se ha desbordado (cf. 1Tim 1,14)
hasta el punto de que los motivos de orgullo del pasado [“Fui circuncidado a los ocho
días, soy del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo por los cuatro costados,
fariseo en cuanto al modo de entender la ley, ardiente perseguidor de la Iglesia, e
irreprochable en lo que se refiere al cumplimiento de la ley” –Fil 3, 4-6–] los considera
como pérdida por amor a Cristo. Nada vale la pena si se compara con el conocimiento
de Cristo Jesús. “Por Él he sacrificado todas las cosas, y todo lo tengo por estiércol con
tal de ganar a Cristo y vivir unido a Él” (Fil 3, 8-9). Por ser fiel a la vocación de apóstol
y predicador del evangelio de Jesús, Pablo se fatiga y lucha, sostenido por la fuerza de
aquel que actúa poderosamente en él (cf. Col 1,29). Pablo sabe bien en quién ha puesto
su confianza y por quién se las ha jugado (cf. 2Tim 1,12). Llegado al final de su vida,
Pablo ve que ha sido fiel: “He combatido el buen combate, he concluido mi carrera, he
Cf. Rom 9, 24; 1Cor 1, 24.26-30; Gál 5,13; 1Tes 5,24; 2Tim 1,9; Tit 1,1…
Conviene tener presente la importancia del “pueblo de Dios”, como comunidad de salvación, en el
Antiguo Testamento.
11
Cf. Gál 1, 15-17; 1Tim 1, 12-14.
9
10
guardado la fe. Sólo me queda recibir la corona de salvación, que aquel día me dará el
Señor, juez justo” (2Tim 4, 7-8).
De esta breve exposición sobre la vocación de Pablo, que tiene tanta hondura
teológica como vivencia personal, voy a intentar extraer algunos puntos de mayor
interés.
a) Pablo es impactado fuertemente por la especial y gratuita experiencia de Jesús
resucitado y se pregunta qué debe hacer.
b) La respuesta no la recibe directamente del mismo Señor, sino que se le indica
que vaya a Damasco donde se le dirá qué tiene que hacer. En Damasco tiene que
acudir a Ananías que es el que le señala lo que tiene que hacer.12
c) Pablo va a pasar un largo periodo de catequesis en Damasco para clarificar la
misión que va aneja a su vocación, de la que no duda después de la experiencia
de Jesús resucitado.
d) Pablo percibe su vocación como unida a una misión: ser apóstol de Jesucristo.
e) Pablo llega a comprender que su misión no puede limitarse al pueblo judío, sino
que debe extenderse a todas las naciones: “Vete, porque yo te voy a enviar a las
más remotas naciones” (He 22,21).
f) La misión de Pablo se sintetiza en anunciar que Jesús, el Mesías, murió en la
cruz y ha resucitado (cf. He 26,23); que Cristo crucificado es salvación para
todos los que creen, para todos los llamados, sean judíos o griegos (cf. 1Cor 1,
18-31; Fil 3, 18).
g) La vocación-misión de Pablo es de por vida, a pesar de las dificultades (cf. Fil 3,
12-14). Pero el amor de Pablo a Cristo es tan intenso que prorrumpe en la carta a
sus amados filipenses: “Para mí la vida es Cristo y morir significa una ganancia”
(Fil 1,21).
C. LAS VOCACIONES EN LA IGLESIA, EN EL CORPUS PAULINO
La llamada a la salvación implica formar parte de una comunidad, pueblo de Dios,
la Iglesia. La Iglesia es una convocación de vocaciones. “La vocación común, la
vocación cristiana existe sólo en las vocaciones y sólo puede entenderse como
comunión de diversas vocaciones.”13
Sin duda es 1Corintios 12, 4-11.27-30 el texto en que con más claridad aparece la
diversidad de vocaciones. Lo mismo que en un cuerpo hay diversidad de miembros y
funciones y todos colaboran al bien del conjunto, así la diversidad de carismas,
ministerios y actividades, dones diversos del mismo Dios trinitario, deberán contribuir
al bien del cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Pablo considera todos estos dones como
carismas, es decir, dones para común utilidad. Según Pablo, “Dios ha asignado a cada
uno un puesto en la Iglesia” (1Cor 12, 28).
Las vocaciones particulares que enumera san Pablo en este pasaje son:
- Primero están los apóstoles,
- Los que hablan en nombre de Dios,
- Los encargados de enseñar,
- Los que tienen el don de hacer milagros,
12
Cf. MURPHY-O’CONNOR, JEROME, Pablo, su historia, págs. 43-69. Ed. San Pablo, Madrid 2008.
CITRINI. T., Vocación (Teología de la), en Diccionario de Pastoral Vocacional, pág. 1145. Ed.
Sígueme, Salamanca 2005.
13
-
Los que tienen el don de curar enfermedades,
Los que tienen el don de dirigir a la comunidad,
Los que tienen el don de hablar un lenguaje misterioso.
Efesios 4,11 enumera como vocaciones específicas a los apóstoles, a los profetas,
a los evangelistas, a los pastores y doctores.14
Pero tanto en Corintios como en Efesios Pablo subraya con fuerza la función y
finalidad de todos estos dones: “Construir el cuerpo de Cristo, hasta que lleguemos
todos a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios, hasta que seamos
hombres perfectos, hasta que alcancemos en plenitud la talla de Cristo” (Ef 4, 12-13).
Es decir, toda vocación, como don del Espíritu, se da para el bien común y está al
servicio de la Iglesia, de aquí el carácter pragmático de Pablo en su carta a los Corintios
en el momento de establecer una jerarquía de los diversos carismas.15
En las denominadas cartas pastorales,16 aparecen ya los tres ministerios –
vocaciones– que han perdurado hasta hoy día: obispos, presbíteros y diáconos. Cada
uno de estos ministerios asume algunos de los llamados carismas en la carta a los
Corintios. En estas cartas sigue teniendo primacía la comunidad o “Iglesia del Dios
vivo, columna y fundamento de la verdad” (1Tim 3,15), en la que surgen y a cuyo
servicio están las vocaciones o ministerios ya establecidos, casi institucionalizados. A
los dotados de esta vocación, aparte de las virtudes morales y de un tenor de vida
coherente, lo que se les pide clamorosamente es la fidelidad a su ministerio, que exige,
entre otras cosas, predicar y exponer la “sana” doctrina.
¿Qué elementos cabe destacar de este último apartado?
La vocación, como todas las realidades humano-divinas, están sometidas al
imperio del tiempo y de la historia; porque la vocación, don al servicio de la Iglesia y
del mundo, no es la “perla” preciosa que pueda guardarse en el pañuelo, sino que debe
responder a las necesidades de los hombres. En una palabra, no se hace uno sacerdote o
consagrado para ganar la propia salvación, sino para evangelizar la cultura y las culturas
de los hombres.
La institucionalización de la vocación produce la impresión de perder su lozanía
primigenia: la referencia al Cristo crucificado y resucitado. Este es un riesgo que
personal y comunitariamente ha de combatirse; pero dicho esto, la dimensión eclesial y
la búsqueda del equilibrio frente a subjetivismos sospechosos quedan fortalecidas. Y en
un mundo en que priva el valor de lo sentimental y pasajero, la exigencia de unas
garantías morales y la fidelidad son el perfecto antídoto contra esa sospechosa actitud.
Marciano Santervás Paniagua
14
Cf. Rom 12, 4-8
Cf. 1Cor 14.
16
Cf. 1Tim 3,1-13; 4,17; Tit 1, 5-9.
15
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