pdf Real sitio de José Luis Sampedro : la memoria como fe de vida

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José Luis Sampedro
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REAL SITIO DE JOSÉ LUIS SAMPEDRO :
LA MEMORIA COMO FE DE VIDA.
por
Yvan Lissorgues
A mi admirado amigo José Luis Sampedro
Real Sitio, que para Robert Saladrigas, es la cumbre de la expresividad
novelística de José Luis Sampedro, "y en este caso vital" (Saladrigas
1993), es novela de la memoria, pero no se da como rememoración pues
el autor no ha elegido la forma, tan frecuentemente empleada, de quien
se asoma a su pasado. El pasado se escribe, y desde luego se vive en
presente, tanto el de 1930, es decir el de la adolescencia descubridora de
la vida en el momento del descubrimiento de Aranjuez como el de 18071808, que se ha hecho también pasado suyo aunque leído y soñado. La
elección de una forma novelesca es en si creación, que puede parecer
resultado de una feliz casualidad, pero que, generalmente, se justifica por
motivaciones profundas, tal vez sólo intuidas por el artista (por eso y para
eso es artista). El caso es que, en Real Sitio, no es un presente que se
asoma a su pasado, sino un pasado que se abre hacia un porvenir, un
pasado vivido en la novela como si se tratara de un nuevo empezar. El
arte, según Bachelard, es siempre un incremento, un redoblar de vida; en
la novela de Sampedro lo es también pero de modo explícito, literal. No,
no es casualidad. La forma, la estructura misma de la novela, con la representación yuxtapuesta de dos momentos históricos, no es casualidad;
es el resultado de la intuición de que sólo así puede plasmarse lo que se
es, es decir que sólo así puede representarse lo que llamaré (antes de
explicarlo) "mito personal". Sea lo que fuere, y sin que sea necesario
explicitar, pues es evidente, en Real Sitio el pasado se vive en un
presente preñado de futuro. Esta vuelta al punto de partida rechaza fuera
de campo las sombras "saudadosas" que generalmente oscurecen las
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"galerías del alma" cuando se emprende el recorrido hacia atrás, y la
vuelta al punto de partida permite un nuevo caminar del deseo en plena
luz hacia más vida. Tal es la primera justificación del título de este trabajo, "memoria como fe de vida", en el sentido corriente de auténtica afirmación de presencia de la vida en su representación artística y más aún
en el sentido que Jorge Guillen da a la expresión de exaltación vital, de fe
en la vida, de cántico a la vida. Así pues, el mito personal de los orígenes, cultivado y ensanchado durante sesenta años, es el que, a mi parecer, constituye el núcleo informativo de la novela y justifica la doble
estructura en dos relatos aparentemente yuxtapuestos. Este aspecto, en
el que la memoria es a la vez agente activo y materia novelable, merece
puntualizarse en un primer apartado.
Por otra parte, la fuerza vital que, según creo, es lo más singular de esta
novela, parece informar el tratamiento de temas tan vitales como el amor
o el afán de libertad, anima a numerosos personajes y más particularmente a los que el autor califica de "endógenos" (los que surgen de "nosotros
mismos"), y sobre todo parece mover al propio narrador. No cabe duda de
que ese soplo sano y fuerte que da vida al mundo novelesco es el de la
propia respiración de Sampedro. Muy revelador, pues, ha de ser el estudio de los personajes como creaciones Imaginativas y como plasmación,
en algunas figuras privilegiadas, de no pocos rasgos del autor y de varios
aspectos o elementos memorísticos.
Por fin, no puede olvidarse que el primer protagonista, como reza el título
es el espacio. Es crisol del mito personal, pues ahí, en Aranjuez, fue donde el joven José Luis experimentó la magia del Real Sitio, ese más allá
de las piedras percibido al mismo tiempo en que se vivía el agitado momento de un importante cambio histórico. Por eso mismo, Aranjuez es "un
paisaje del alma", indeleble e incesantemente vivido y moldeado y, por
fin, plasmado en la novela según las modalidades de una verdadera
poética del espacio rememorado.
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Antes de pasar al estudio de los tres aspectos anunciados (estructura,
personajes, poética del espacio) parece útil hacer dos consideraciones
que, si bien no encajan precisamente en el marco delimitado por el título
de este trabajo, pueden incidir en él y de todas formas se imponen en la
perspectiva de una justa valoración de Real Sitio.
Primero hay que subrayar que las obras de José Luis Sampedro son
"creaciones serias", es decir auténticas expresiones de la "verdad personal" y plasmación novelesca no sólo de su pensamiento, ni de su
"manera" de ser, sino de su ser, de su ser en sí y en su relación con el
mundo (Quiero decir que no son invenciones lúdicas o irónicas indagaciones en nimiedades nombrilistas, como varias novelas de hoy...). A
pesar de que la obra de arte tenga sus propios fueros, a pesar de que
Real Sitio sea creación de una extraordinaria "capacidad fabuladora"
(Salvador 1991: 52), en la que toman parte activa memoria e imaginación,
no atenta a su autonomía relacionarla con lo esencial del pensar y del
sentir del autor o por mejor decir con su manera de pensar el sentir, tal
como lo expresó repetidas veces en textos no literarios. Sin insistir, por
no desvirtuar la obra de arte que se basta a sí mismo, es lícito y más diré,
es grato, poder relacionar la visión comprensiva, altruista, y en honda
simpatía del universo humano de la novela, con la concepción fraternal y
solidaria defendida por el hombre Sampedro y por el economista humanista o, mejor, por el humanista economista que es también. Siguiendo
esta vertiente tal vez se comprenderá mejor la inanidad de lo que la crítica en la onda llama con cierta conmiseración "ios buenos sentimientos"
que, según ella, empañan la "buena literatura". Queda abierto el debate.
Otra consideración que no puedo pasar por alto atañe al descubrimiento
fortuito, según confesión del autor en la epilogal "Nota al lector", de "Los
círculos del tiempo", en los cuales se inscriben las tres grandes novelas
Octubre, octubre, La vieja sirena y Real Sitio para formar una trilogía.
Esta visión es lícita y además interesante por lo que se refiere a la biografía literaria de Sampedro, pues cada novela puede verse como un
mundo artístico cerrado y expresión a su vez de tres momentos biográficos : "los oscuros laberintos de ia iniciación" (Octubre, octubre), las
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"asumidas certezas de la madurez" (La vieja sirena), "la vital aceptación
del ocaso" (Real Sitio). Pero la conjunción, por supuesto indebida, de la
"teoría de los círculos del tiempo" con la afirmación del Eclesiastes, puesta como epígrafe a Real Sitio: "Lo que es, ya fue; lo que será, ya sucedió",
desemboca en una ambigüedad que puede inducir a equivocaciones.
Para algunos críticos, en efecto, la concepción de la historia de Sampedro (su ideología dice alguien) sería un retorno al famoso "eterno retorno". Escribir, por ejemplo, como hace Miguel Longares, que "su teoría [la
de Sampedro] no permite al hombre modificar la historia" (Longares
1993), revela, por lo menos, que no se ha leído bien la novela. El dinamismo vital que anima a los personajes novelescos, hombres y mujeres,
incluso los que obran en la intrahistoria, es el verdadero motor de la historia. Sí, la Historia la hacen los hombres y, según Sampedro, mejor aún
la hacen las mujeres. Lo que puede significar el juicio del Eclesiastes,
aplicado a Real Sitio, es que si el hombre hace la Historia (¿Quién si no
él?), la Historia no influye mucho en lo elemental humano. El modo de
vivir cambia, cambian las mentalidades e incluso las ideas según el momento histórico, y Real Sitio, novela que estriba en una escrupulosa
documentación histórica, lo muestra claramente, pero lo elemental humano (el amor, el afán de gloria o de libertad, el desencanto, la aspiración a
más, a más vida, a más...) sigue siendo lo elemental humano, aunque se
viva de otros modos. Las grandes obras y no sólo las grandes obras del
clasicismo, son las que encierran algo siempre actual, esto es (y dicho en
palabras de Urbano González Serrano, que podrían ser de Francisco
Giner, de Altamira, de Galdós, de Clarín, etc.) "el arte goza de eterna
primavera cuando alcanza lo bello permanente del fondo del alma humana, a partir de la representación de la sociedad en que brota". La misma
dinámica de la novela que empuja la historia de 1808 hacia un porvenir
en el que surge la historia de 1930, empujada a su vez hacia su futuro,
trasciende los "círculos del tiempo" que aparecen como resultado de una
imaginación conceptual en contradicción con la imaginación creadora. La
verdadera concepción de la historia de José Luis Sampedro, la que informa Real Sitio y la que el mismo José Luis expresa en su tan sugestivo
discurso académico Desde la frontera, es la siguiente: "Creemos que la
humanidad evoluciona en espiral, repitiendo su paso en las mismos ejes,
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aunque a distancia creciente del eje" (Sampedro 1991: 27). La imagen de
la espiral, ascendente serie (cadena) de círculos solidarios, es efectivamente más oportuna para la representación abierta de la historia y, lo que
nos interesa, es la más adecuada para sintetizar gráficamente la estructura de Real Sitio, como veremos, aunque brevemente, porque nuestro
cometido no es el estudio de "la concepción de la historia en la obra de
José Luis Sampedro", tema por supuesto apasionante, pero otro tema y
que sólo incide aquí como digresión... obligada.
'Real Sitio es la novela de mi vida", dijo y escribió varias veces José Luis
Sampedro, después de publicarla en 19931, a los setenta y seis años,
unos sesenta años después del primer contacto con Aranjuez, al trasladarse allí su familia desde Melilia. Curiosamente, la novela de su vida no
es la novela de su infancia, sino la de su adolescencia, pues, confiesa,
"Mi paraíso terrenal está situado en esas riberas de Tajo" (588). Curiosamente, sí, el Edén rememorado no es, para él, el mundo de la inconsciente plenitud de los primeros años de la vida, sino el del despertar de la
conciencia "en la decisiva edad de la adolescencia" (588). Casi podría
decir José Luis, glosando a Antonio Machado "Mi corazón está donde ha
nacido, no a la vida" sino a la conciencia y tal vez, a las primeras palpitaciones del amor.
La novela está dedicada "A José Romero, sesenta años después". José
Romero, en 1930, debía de tener, como José Luis, trece o catorce años y
compartir con él los juegos y las emociones de la adolescencia, como el
Agustín de la novela comparte con el hijo de doctor Sampedro, las alegrías juveniles y el asombro de insólitos descubrimientos, como la llegada
de la maderada en la presa del Tajo, a las primeras emociones amorosas...
Adolescencia en Aranjuez, allá por los años treinta, según la implacable
cronología, pero este allá, en el río del tiempo, está siempre aquí, como
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Las citas referidas a Real Sitio proceden de la edición de Destino, Barcelona, 1993.
El número de página aparece en paréntesis.
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presencia y como deseo no sólo de vivirlo de nuevo sino de darle forma,
otra vida, nueva forma. Real Sitio, en efecto, es un renacimiento, como
puede serio en cierto modo, cualquier obra de la memoria, pero en este
caso los recuerdos nunca se contemplan como tales, sino que, si bien
forman los cimientos del nuevo mundo novelesco y son la levadura de la
obra artística, resultan totalmente integrados en una memoria más amplia
informada durante toda una vida por un complejo de datos, de afectos, de
nuevas vivencias imaginativas, de experiencias varias.
El Aranjuez del encuentro, en 1930, entró en la conciencia virgen con su
doble realidad, con su doble leyenda, la de la Villa, con sus calles propicias al corretear en libertad y al roce con las rubias o morenas cabelleras
de las colegialas, y el del Palacio y de los Jardines, con sus fuentes, sus
árboles, sus estatuas y la magia de sus majestuosas piedras. El paisaje
descubierto y luego interiorizado hunde sus raíces en el alma, raíces
confusas e íntimamente afectivas unas, raíces con perfume de leyenda
otras. Las dos raíces del paisaje del alma son raíces gemelas, inseparables, que se inscriben en el ser como señas de identidad, como uno de
los mitos personales de nuestro autor. "Vivir a la sombra del palacio—
confiesa Sampedro— y entre las estatuas de los jardines se imponía a lo
que era y a lo que eran mis amigos".
Yo vivía, inconscientemente pero de ello fui poco a poco consciente
(entraba en mi aquel aire y algo dejaba que luego he valorado) en
una atmósfera no común. En una edad en que uno empieza a acercarse de otro modo a las chicas, no es lo mismo pasear por un bulevar urbano que junto a Apolo o Narciso. Teníamos sobre el río un
verdadero puente colgante y un día vi pasar un automóvil abierto
llevando a Alfonso XIII (posiblemente su última visita a sus posesiones). Por decirlo de una vez la mitología y la historia nos envolvían
(Sampedro 1996).
Mitología e historia, Palacio y Villa, leyenda e íntimas palpitaciones, son
algunas facetas de lo que se hizo, cada día más, mito personal, imborrable y fuente de constante deseo de recreación.
Un primer intento, en 1947, de darle forma al deseo no llegó a la altura
del deseo, pues ese intento de novela (historias diversas sobre el Aran-
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juez de 1930, relacionadas por un narrador) sólo procedía de una de las
raíces del mito. El resultado le pareció a José Luis "poco vigoroso,
decepcionante, indigno —dice— de mi Aranjuez" - (Sampedro 1996). Su
Aranjuez, en efectp, no se limita al tiempo vivido allí, por los años de
1930, es también el Aranjuez del siglo XVilll, soñado en un principio entre
sus augustas piedras y luego incesantemente cultivado, enriquecido, durante años y años por lecturas de libros y documentos, mapas, guías,
reglamentos de Carlos IV e incesantemente remoldeado por la imaginación de la memoria, poblándose de figuras deparadas por la historia.
"Al Aranjuez vivido se suma la magia del siglo XVIII". El núcleo de la memoria, cada vez más alejado en el tiempo objetivo, es cada vez más dilatado en el espesor del tiempo interior, pero el ensanchamiento de la memoria original es también memoria; todo lo cual es ensanchamiento y vivencia del mito personal... Hasta cuando el doble mito alcanza la plenitud
de su maduración creativa, "sesenta años después", cuando el deseo se
hincha de urgencia, pues es el momento en que "estaba yo —escribe el
autor— cuando, como dijo San Juan de la Cruz, 'la caballería / a vista de
las aguas descendía' " (Sampedro 1996).
La estructura de Real Sitio, es decir la yuxtaposición de dos períodos históricos, el de 1807-1808 y el de 1930-1931, que puede parecer fortuita,
artificial es en realidad expresión del doble mito personal (una de las posibles expresiones, la elegida por el autor), pues sólo así "al Aranjuez
vivido se suma la magia del siglo XVIII". Para José Luis Sampedro, el
mito del Real Sitio se ha ensanchado hasta hacerse mito histórico: "Ese
siglo es mi época favorita, porque me parece que en ella hay un cambio
de rasante en que se equilibran la racionalidad y la sensualidad. [...] Me
parece el apogeo de la cultura moderna" (Palacios 1996: 80). Así pues, la
novela desarrolla dos historias paralelas, la del Aranjuez de 1930-1931 y
la del Aranjuez de 1807-1808. Dos tiempos en un mismo espacio y por
eso relacionados por el mismo escenario con sus dos niveles (el del Palacio y el de la Villa), con su mismo clima que da a la naturaleza los mismos colores según las estaciones, cualquiera sea el siglo.
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Más aún; los dos relatos resultan íntimamente relacionados por el reparto
estructural, o si se quiere por la arquitectura de la novela. Cada capítulo
de los diecisiete primeros es el relato de lo que pasa en un día de 19301931 y, yuxtapuesto, el relato de un día de 1807-1808. El último capítulo
"Once de mayo-catorce de junio" abarca veinte días. Es decir que el segmento temporal de lo contado va del 3 de marzo de 1930 y 1807 al 14 de
junio de 1931 y 1808, con focalización en diecisiete días que pueden verse como diecisiete planos-secuencias, mientras que los veinte días del
último capítulo dan lugar a una mayor concentración narrativa. Hasta podría decirse que las dos raíces gemelas del mito personal han generado
el brote de un doble relato imaginativo, cuyos segmentos diarios se enhebran en los varios círculos de la espiral temporal recortada por las dos
fechas límites.
Dentro del perfecto recorte del patrón que cuadricula los dos momentos
históricos, las dos historias están hábilmente relacionadas, en la misma
materia narrativa, por la presencia en los dos segmentos ficcionales de
algunos objetos humanizados por la mano del hombre. La campanilla de
plata con mango de sirena, tangible símbolo de la felicidad pasada y del
dolor actual de Don Alonso, deslumbra a Marta cuando entra por primera
vez en el despacho de Don Celes y surge varias veces en uno y otro relato como elemento simbólico de continuidad. El retrato de Don Alonso, que
tanto fascina a Marta, permanece en la biblioteca desde 1808 hasta
1931. La arqueta india con las cartas de Malvina y otros documentos le
permiten primero a Janos fortificar sus prestadas identidades y, luego,
para los personajes de 1930, principalmente Marta, que se asoman al
período de 1808, echan luz sobre zonas oscuras del siglo anterior. Hay
también el abanico de Malvina que una noche pasa en manos de Marta y
la araucaria, traída al Parterre por Don Alonso el 3 de marzo de 1807 y
ante la cual, ya altísimo gigante vegetal, pregunta Marta"¿Cuántos inviernos habrá vivido?"
Por si todo ello fuera poco, en cuanto a la relación entre las dos historias,
surge, a caballo entre las dos épocas, un personaje misterioso, Janos, el
guardián de Palacio. Cuando muere, en 1931, Marta pone una lápida en
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su tumba con dos círculos concéntricos y esta inscripción "1751-1931"
como si hubiera vivido 180 años. Janos es un personaje literario ambiguo. Hay suficientes datos para admitir que "del mucho leer" libros y
documentos del siglo XVIII (los de la arqueta entre otros) y tal vez "del
poco dormir" se le trastornó el juicio, hasta creer haber vivido en Paris la
Revolución Francesa, y en Aranjuez los acontecimientos de 1808, y hasta
hablar de los personajes de esa época como si fueran conocidos suyos.
Sería pues nada más que otro caso de locura quijotesca. Sin embargo,
Juan Fernández, antiguo marinero y guardián de Palacio, se identifica
con tal deslumbrante coherencia con sus varios Juanes (Jean d'Orbans,
Janos) que permanece cierta indeterminación. Aquí, el narrador, al
contrario de lo que hace Cervantes, no introduce la oposición locura y
realidad (o si se quiere poesía y realidad); parece al contrario que le sigue la corriente al personaje como para dejar abierta una posible creencia en la transgresión del tiempo. "El tiempo no se agota en los relojes,
está sobre ellos", dice Janos (137). Por ese desgarrón del tejido racional
se desliza todo un sueño poético: la intuitiva integración de la conciencia
humana en la duración pura (bergsoniana). Pero es otro problema,
¡vertiginoso problema! Como lo sería el de la realidad, planteado por el
personaje de Janos, cuando se borran las fronteras entre lo soñado y lo
realmente vivido.
De todas formas, gracias a Janos y también gracias a las investigaciones
de Marta, Ernesto y Saignac el siglo XVIII y gran parte de lo contado en el
segmento de 1807, se incorpora en el relato de 1930. Todos estos aspectos estructurales tienden a atribuir al período de 1930-1931 una superioridad en el tiempo sobre el período anterior; la cual concuerda con la
teoría herderiana de la civilización (las formas de la civilización son siempre superiores a las que anteceden, Herder 1774) y justifica la visión en
espiral del desarrollo histórico.
Así las cosas, no se entienden algunos juicios, por cierto que apresurados, de algunos críticos que ven Real Sitio como dos novelas "acotadas",
una novela histórica y otra procedente de la memoria del autor; lo cual es
exacto, pero sólo superficialmente. Los dos tiempos, las dos historias son
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la plasmación artística de las dos facetas indisociables de un mismo amor
por las dos caras, inseparablemente unidas (como en Jano, el dios romano) por la memoria y la imaginación, de un mismo espacio, de un mismo
paisaje del alma, con sus dos raíces de mitificada identidad. Real Sitio es,
pues, creación imaginativa a partir del impulso vital de la memoria, una
memoria, insisto, que es la compleja conjunción del afectivo recuerdo
lejano de lo vivido con la memoria incesantemente ensanchada por los
múltiples elementos depositados por la experiencia vital : "Real Sitio es la
novela de mi vida", dice Sampedro. La vida, su vida, está presente como
soplo vital creativo en toda la obra y lo que ahora debe buscarse es algo
de la íntima presencia de la memoria en la creación misma, es decir en
los personajes y en el espacio novelesco.
El universo humano de la novela es un verdadero hormiguero, todo un
mundo (tal vez demasiado proteico) con personajes de primer plano que
son los protagonistas privilegiados, personajes secundarios, nombrados,
dibujados con vigorosos trazos, bien individualizados, y un sinnúmero de
seres, anónimos o no, que asoman al escenario y forman la intrahistoria
del mundo novelesco. Es verdad, como ha señalado la crítica, hay personajes de real carnadura y otros que están recortados como tipos. Como
dice Sampedro, hay personajes "endógenos" los que "surgen de nosotros
mismos" y personajes "exogènes", "tomados de nuestro entorno"
(Sampedro 1989). No creo que sea tan fácil para nosotros, meros lectores, delimitar las fronteras entre una y otra categoría, pues no podemos
saber hasta dónde va la "apropiación" empática de tal o cual personaje.
Lo que aquí nos interesa es sólo buscar la relación que puede haber
entre los personajes y la memoria del autor. Pues, en efecto, lo que salta
a la vista en esta novela de la memoria es que el yo cargado de tal memoria no aparece nunca como tal. Hay que admitir que el yo se ha fundido en varios personajes para, en cierto modo, vivir de nuevo lo vivido a
través de sus propias vivencias imaginarias. El yo "monolírico" (casi una
barbaridad) se desdobla y se diluye en el otro, en varios otros, donde,
disfrazado, encuentra forma de expresión en la nueva "encarnación"
(Véase: "El misterio de la encarnación de los personajes", Sampedro
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1989). Se trata de una forma "altruista" muy alejada de la plasmación
egocéntrica de un Unamuno o de un Azorín...Asi, el recuerdo de lo vivido
o de lo soñado aparece diluido en la ficción y le da calor, color, respiración de alma, y así es como la materia flexible y moldeable de la memoria se hace "carne" y alma de algunos personajes privilegiados. Sólo
eligiré dos : Agustín y Marta, a pesar de que, posiblemente, en otros vayan flotando retazos de memoria personal del autor. Los dos, dentro de
su coherente autonomía de personajes literarios representan algo del
autor. A través de Agustín, José Luis vive de nuevo (es decir de otra manera) sus emociones y deseos de adolescente, mientras que, gracias a la
plenitud de conciencia de Marta da vida a lo que fue lenta toma de posesión de su mito personal de Aranjuez.
En cuanto a Don Alonso, poco debe, al parecer a la memoria del autor,
por lo menos la que procede del Real Sitio, pero por su edad, por su capacidad empática, su lucidez, su distanciamiento de las pompas y vanidades, y tal vez también por el sobresalto de su deseo de vida, de
renacimiento, es el personaje que se acerca más al autor cuando escribe
la novela; y eso a pesar de haber vivido en el siglo XVIII, o tal vez por
eso, por haber sido actor y observador de un período histórico mitificado.
No podrá olvidarse a Don Alonso cuando se evoque la filosofía de la vida
que informa la novela. Janos, por su parte, vive el sueño del supremo
deseo, el de la superación del tiempo, de la poesía absoluta, es decir
depurada de todos los lastres racionales; en él, el tiempo estancado es
un permanente presente que anula la memoria. Sí, es una vertiginosa
creación, la de Janos: hay en ella intuición de absoluto.
Agustín tiene la misma edad que "el hijo del doctor Sampedro" y comparte
con él los juegos infantiles. Los dos forman parte de la pandilla que corre
por las calles o por las alamedas del Jardin. El hijo del bondadoso doctor
Sampedro, nunca llamado por su nombre, aparece en el mundo novelesco como borroso medallón contemplado por el narrador en la lontananza
del cuadro, cual rúbrica velazqueña. Todo su interés, el del narrador, se
focaliza sobre Agustín, chico de humilde extracción pero cuyo personaje
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asume la memoria del autor. A través de Agustín, José Luis Sampedro
recupera a lo largo de la novela su propia visión infantil del Real Sitio, de
"los jardines, su paraíso, donde le dejan entrar especialmente" (44), de
las leyendas, que no lo son para el niño, como la del "caballo del rey
enterrado debajo de la Montaña Rusa", de "la Maridablanca de la plazuela" y su historia. La magia de los jardines no borra el vivo interés por la
lectura de los tebeos de moda que propician sueños de lejanas tierras
exóticas y proyectan sus figuras, las de Águila Roja, de Luna Pálida, la
hermosa doncella apache y otras sobre los árboles del Parque o sobre la
fuente de Apolo. Lo más cargado de emoción para Agustín y, por supuesto, para quien busca las palabras para decirlo, es el complejo de sensaciones experimentadas ante la primaveral eclosión de la sexualidad. Al
respecto, la vida de Agustín desde marzo de 1930 hasta junio de 1931,
es un verdadero recorrido iniciático, el que vuelve a vivir José Luis Sampedro, a sesenta años de distancia, en sus palabras cargadas de afectividad y emoción. Todo un mundo nuevo de sensaciones y sentimientos
sin nombres, de pulsiones innominadas, con fuerza de savia nueva, incrementa la vida interior del adolescente. Agustín se siente atraído, sin
que él sepa lo que le pasa, por la joven Marta, tan fascinante ("es de cine"), experimentando un fuerte y turbio complejo de sentimientos en el
que se mezclan el amor a madre, a hermana mayor, a mujer y que le lleva
a crisis inconscientes de celos, a rabietas de niño, a fruiciones sensuales
inexpresadas cuando, por ejemplo, en la cama de Marta, siente que "yace
donde tantas noches duerme ella" (389). Hay también la frustrada experiencia de algo más que amistad con la niña Margarita con quien juega a
los indios ("A Margarita le gusta, le deleita, sentir el brazo de Agustín bajo
sus rodillas...", 321). Se trata, para José Luis, de un recuerdo preciso
(Véase: Palacios 1993: 80).
Pero Agustín ha vivido siempre en Aranjuez, que es su único horizonte, y
no puede en él plasmarse el choque del descubrimiento. Por otra parte,
es un niño y carece, naturalmente, de elementos mentales de comprensión y superación del medio. Marta es quien asume el grado superior de
interpretación del Real Sitio; representa la memoria ilustrada que el autor
adquiere a lo largo de los años. Por lo demás, la estancia en Aranjuez es
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también para ella, como lo fue para José Luis, un recorrido iniciatico de
las dos dimensiones de la vida, la afectiva y la intelectual, por eso su
evolución va por un camino de mayor altura que el de Agustín. Así pues,
las dos trayectorias, la de éste y la de aquélla, superpuestas, restituyen
algo de la plenitud de la memoria del autor y, por tanto, son expresión y
representación de su mito personal.
Marta, joven bibliotecaria, recién llegada a Aranjuez para ordenar la Biblioteca del Real Sitio, es la protagonista del segmento narrativo de 19301931, como lo es Don Alonso del que corresponde al siglo XVIII. Gran
parte de lo que se cuenta, se ve a través de la sensibilidad de cada uno
de los personajes, en los cuales el autor ha puesto mucho de sí mismo.
Pero por cuanto se refiere a la memoria personal, Marta es realmente el
espejo retrospectivo de lo vivido por José Luis Sampedro. Para Marta,
como para el José Luis adolescente, el Aranjuez de 1930 es un descubrimiento, y para ella también viene a ser "la mágica encrucijada de dos
mundos", con el Palacio y las Casas Reales conservando el espíritu del
siglo XVIII, con los Jardines donde reinan los dioses de marmol, y la villa
habitada por gente viva y actual (103). La magia del siglo XVIII, que envuelva las majestuosas construcciones, Marta la experimenta de manera
más precisa en la biblioteca, antesala libresca del siglo anterior, por una
de cuyas puertas se accede, siguiendo a Janos, a la encantadora realidad polvorienta de los tiempos de Carlos IV. Las investigaciones históricas de la joven bibliotecaria son un trasunto de las pacientes lecturas del
autor para dar cuerpo y alma a una época que le fascina, como un verdadero mito histórico. No puede sorprender que le haga decir a su personaje: "Mi época favorita, el siglo XVIII". A veces, el paso furtivo al indirecto libre traduce la coincidencia, o mejor la unión lírica entre el personaje y
el narrador (tras el cual se trasluce el autor, sin lugar a dudas en este
caso), cuando, por ejemplo, Marta, en los brazos de Janos, se siente arrebatada por la inefable comunión con el pasado: "con esa fuerza —
¿nacida de dónde, de qué raíces, de qué secreto volcán ? — conviven
los tiempos, cuajan los encuentros, se funden las estrellas" (221).
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Por lo que se refiere a la memoria, es esclarecedor el debate entablado
entre Marta y el profesor Ribalta, entre la concepción positivista de éste,
para quien sólo hay hechos, nada más que hechos ("Rigor, rigor ante
todo", 104) y el deseo de Marta de ir, mas allá de los hechos, hacia un
encuentro personal e íntimo con lo pasado. Por eso, le fascina Janos,
pues a ella también le gustaría sentirse "viva en otro tiempo", mejor que
"conocerlo por legajos" (104). Vivir lo pasado al escribirlo es lo que hace
el novelista, pero aprovechando escrupulosamente los datos proporcionados por los legajos. Gracias a los documentos de la biblioteca y de la
arqueta, Marta se encuentra con el mundo de 1808 y conoce a Malvina, a
Alonso, a Julia (cuya hija se llama Marta: ¡otro guiño al futurol), a Eon. Lo
que para José Luis es ficción (aunque montada, repito, sobre base documental escrupulosamente establecida) se hace para Marta realidad histórica. Así se opera a través del personaje el trasvase de la "realidad"
histórica a la ficción y vice versa .
Mucho más hubiera que decir acerca de Marta como doble, como espejo,
del autor, o mejor y para acudir a los mismos conceptos que éste, como
"misteriosa encarnación" suya. Es casi seguro que numerosos recuerdos
de José Luis se deslizan en la vivencia, no por fictiva menos "real", de
Marta. Un solo ejemplo, aludido ya, de recuerdo perfectamente recortado:
cuando el narrador escribe que la joven ve pasar en Hispano-Suiza "la
inconfundible silueta del Rey don Alfonso XIII", lo que está describiendo
es un preciso recuerdo suyo.
En otro plano, incluso la evolución de Marta, señorita de clase media, que
poco a poco se deshace del conformismo mesocrático y se siente cada
vez más atraída por la autenticidad de la gente del pueblo, es, en escorzo, un reflejo del proceso evolutivo de Sampedro. Es probable que el joven José Luis no pudo (por varios motivos) vivir los primeros días de la
República como Marta. No podía tener la misma percepción lírica y exaltada de las cosas. "La Puerta del Sol es un crisol gigante donde nacen
unos españoles de nuevo metal y ella es una molécula de tanta pasión
incandescente" (533). Pero lo que no fue posible vivir en el momento
oportuno, se vivió después como reminiscencia imaginada. A sesenta
José Luis Sampedro
113
años de distancia, poco importa la fecha de nacimiento del recuerdo, pues
la memoria viva, necesariamente afectiva por viva, anula las aristas del
rigor histórico ("ernestiano"). Por eso, el novelista puede compartir y vivir
sin empacho la exaltación de su personaje.
Hay otra vivencia que el narrador comparte con Marta y también con Don
Alonso (y me permito hablar de los personajes como si fueran personas:
¡suprema ingenuidad!) es la que nace del contacto con lo que podemos
llamar el espacio, espacio urbano, espacio natural, estaciones del año.
Esta vivencia es directa recuperación de la memoria afectiva y funciona
como verdadera poética del espacio. La novela es, en efecto, recreación
del paisaje urbano y natural de Aranjuez y al mismo tiempo es recreación
del autor en el paisaje. Esta recreación no se da como recuerdo sino como algo que se vive en el momento mismo de la escritura. Toda la novela, se ha dicho, es un ficticio traslado al momento en que ocurren las cosas que se cuentan. No debe olvidarse.
Varias escenas son reconstrucciones memorísticas de escenas directamente vividas por el autor, cuando tenía trece años o después (no tiene
importancia). Por ejemplo los cuadros animados que podríamos llamar
"costumbristas", como el bullicioso paseo de la gente, cada tarde, por la
calle Stuart o la de Alfonso XII. Entonces el narrador, sin individualizarse,
es uno de tantos que sigue el movimiento, acompaña a sus personajes y
vive en la escritura lo que, hace años, vivió el autor (49). Pasa lo mismo
con las manifestaciones públicas, como la feria de septiembre en la plazuela de San Antonio (411) o la verbena en vísperas de San Fernando,
con sus tíos vivos, tiros al blanco, etc. (237), que podría ser recuerdo maravillado de la infancia, pero evocado en presente, y desde luego depurado de la nostalgia que impregna parecidas rememoraciones, como,
por ejemplo el poema de Antonio Machado "Pegasos, lindos pegasos"
(Soledades. Galerías y otros poemas, XCII).
Estas descripciones van animadas por el narrador, cuya mirada y sus
correlativas sensaciones se conjugan, a veces, con las de un personaje
Yvan Lissorgues
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privilegiado, Marta, generalmente, pero también Agustín. Siempre se
desprende de la evocación la impresión de que todos disfrutan de ese
calor de dichosa humanidad congregada.
Según la estructura temporal de la novela, como se ha visto, la misma
cronología enmarca, a ciento veintitrés años de distancia, el relato de
1808 y el de 1930 y los acontecimientos narrados, marcados por el paso
de las cuatro estaciones (más otra primavera) por la naturaleza, la del
Parque, de las orillas del Tajo, del campo. El segmento temporal vivido
por el autor es el de 1930; por eso las evocaciones más cargadas de
sensaciones de la naturaleza, según el momento del año, se inscriben
preferentemente en esta parte del relato. Pero las hay también en la otra
parte como haciendo juego con las primeras (Véase, por ejemplo la percepción del narrador, p. 115 o la de Julia, p. 193). Es decir que la sensación producida por el espacio no depende del tiempo histórico. Es otro
elemento que relaciona los dos momentos, los dos relatos. Efectivamente, en la naturaleza "lo que es, ya fue", como reza el epígrafe, plenamente
justificado en esfe caso (aunque, por cierto, sea esta una lectura muy
reductora de la afirmación bíblica).
Lo que importa ahora es mostrar el papel de la memoria en la plasmación
de esos cuadros estacionales. Citaré sólo dos ejemplos, enfatizando en
cada transcripción algunas palabras más significativas que otras, aunque
todas sugieran sensaciones.
He aquí un paisaje invernal evocado por el narrador:
La neblina invernal llena el vasto espacio con cendalesfluidos,con
fantasmagorías misteriosas [...] El aire es frío, oloroso a verdores
ocultos y humedad fluvia [...] El olor vegetal llega con más fuerza
desde el invisible Parterre (51).
Y este otro paisaje nocturno en primavera captado por Marta (y por el
narrador):
Sí, el jardin en la noche es otro. Envuelve a Marta en misteriosas
sombras que de día son árboles y arbustos, en aromas diferentes y
más húmedos, en voces susurrantes del viento y de las frondas
sobre los rumores del río, cayendo por la presa y cantando el bajo
José Luis Sampedro
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continuo del concierto nocturno: graznidos, aleteos, saltos predatorios, chasquidos de ramajes, correteos furtivos... (146)
Estos fragmentos de cuadros impresionistas merecerían un estudio detallado que no viene al caso, pues basta un somero análisis de los dos trozos para mostrar que los adjetivos, grupos adjetivales o sustantivos captan y conjugan todas las sensaciones (visuales, olfactivas, táctiles, auditivas, sobre todo auditivas en el segundo texto) que implican todas las fibras del sujeto (narrador o personaje), envuelto en una red "sinestésica"
reveladora de profunda emoción propiciada por las cosas y al mismo
tiempo discretamente proyectada en ellas, como palpitación de la memoria afectiva. ¿Memoria ? La relación es tan inmediata, tan íntima que olvidamos que la memoria es el agente activo de tales vivencias. Es que el
presente, como se ha dicho, anula la distancia temporal entre lo evocado
y el momento de la evocación y no deja resquicio por donde pueda colarse la menor nota de nostalgia.
Los cuadros de las costumbres aristocráticas, como el paseo de los cortesanos, en la primavera de 1807, por los Jardines del Rey (151) o la navegación en las falúas reales de la Corte sobre el rio, se describen en
presente de igual manera que los cuadros de costumbres de 1930. De
igual manera también y según una misma poética del espacio, se establece la relación impresionista y "sinestésica" con los elementos del
paisaje natural. Del crisol de la memoria salen los recuerdos, moldeados
y remoldeados por los años, de lo realmente vivido en cuerpo y alma en
Aranjuez y también los recuerdos, más flexibles aún, acumulados por el
deseo de trabar conocimiento más profundo con el Real Sitio, a través de
libros y documentos, de reencuentros con esa tierra, sin que se borre la
claridad mágica de un mundo dominado por la memoria "adquirida" (por
llamarla así). Y todo con la receptividad del afecto que diluye las fronteras
entre lo vivido y lo soñado, entre la memoria afectiva, que es elemento de
identidad, y la otra, la "adquirida", la forastera, impregnada ella también
por la afectividad de un comercio interior sostenido. (Como Janos que
vive el pasado "subjetivamente, con asombrosa riqueza de datos", 104).
Hasta tal punto que en el momento de la creación, que en el caso de Real
Sitio es recreación de un mito personal nacido en las brumas de la ado-
Yvan Lissorgues
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lescencia y ensanchado después "proteicamente", solo obra una memoria, la memoria creadora. Tan poderosa y tan flexible que incluso puede
manifestarse en intratextualidad de un relato a otro. Por ejemplo, cuando
Marta nota (en indirecto libre), con cierta melancolía que las viejas falúas
conservadas bajo techado yacen "olvidados sus cascos de las caricias de
las aguas" (250). Cierta nostalgia dimana, eso si, cuando Marta o el narrador se asoma al siglo XVIII, pero no sale de lo intratextual, es decir que
queda encerrada en el mundo novelesco.
Real Sitio es, en efecto, la plena recuperación, con la palabra, del tiempo
pasado que nunca se da como tiempo perdido; lo cual es algo insólito
que debe de decepcionar a los especialistas en torticerías freudianas,
pero que contribuye a depurar la fuerza vital que anima la creación de
Real Sitio. En lugar de lamentar poéticamente el paso de los años y la
destrucción de las cosas, la creación artística de José Luis Sampedro
tiende a la perfecta integración de los elementos proporcionados por la
memoria en un nuevo mundo que nace de la yuxtaposición combinada,
relacionada de los dos segmentos temporales del relato. Este mundo, con
sus dos caras, y a pesar de las fronteras, que, aunque reales, resultan
borradas en la perspectiva del mito personal, este mundo único que es el
de la creación es contemplado en su presente, como algo que vive
plenamente su vida y es vivido al mismo tiempo por el autor como algo
suyo en vías de nacimiento.
El mundo de Real Sitio es un mundo preñado de futuro, impulsado hacia
su porvenir por una fuerza vital que desconoce los círculos del tiempo y
hace que cada decadencia sea al mismo tiempo una germinación, tanto
en el proceso histórico como en el devenir individual. Don Alonso, a los
sesenta años, renace al amor y renace a la vida y en su casa de Ortigueira hace el balance de los años pasados en Aranjuez:
No añoro aquel lugar [...] no siento saudade ninguna, sin embargo
era mágico, las noches un hechizo, bajo la luna vivían las estatuas,
los dioses se hacían carne, se enardecían los perfumes vegetales,
se movían como ninfas las sombras rumorosas...pero no lo añoro,
José Luis Sampedro
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quiero esta paz redonda y sólida, voy a defenderla. (578. Mío es el
énfasis)
Don Alfonso ha encontrado nueva vida, por eso no tiene nostalgia de las
pompas y vanidades de la Corte, pero la evocación "sinestésica" de la
magia del Real Sitio revela que para él también será recuerdo afectivo
imborrable. Pero lo mas importante es subrayar que esta meditación desemboca en la acción, se abre a un futuro...
Ahora bien, para el novelista, para el poeta que quiere coincidir con las
raíces de su identidad, la acción se da en el campo de la palabra. Aquí,
en el crisol de la escritura, la fuerza vital que le impulsa hacia el porvenir,
cualquiera sea, se transmuta en fuerza creadora y vice versa. Por eso,
por el "vice versa", porque la fuerza creadora empuja hacia un porvenir, la
creación de José Luis Sampedro, aunque obra de la memoria o mejor por
ser obra de una memoria que hunde sus raíces en un doble mito personal, es un jubiloso renacimiento. Un cántico.
Yvan Lissorgues
Universidad de Toulouse-le Mirail
Yvan Lissorgues
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Referencias bibliográficas
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(Cátedra) 1992.
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El
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1991 en su recepción pública por el Excmo Señor Don José Luis Sampedro, Madrid (Real Academia Española) 1991; nueva edición, Frontera,
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Vivas, Ángel, "Aranjuez con amor", Época (Madrid) 25 de octubre de
1993.
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