problemas cotidianos de conducta en la infancia

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RECENSIONES
«PROBLEMAS COTIDIANOS
DE CONDUCTA EN LA
INFANCIA»
Intervención psicológica en el ámbito clínico
y familiar
DIEGO MACIÀ ANTÓN
Editorial Pirámide
Madrid, 2002
247 páginas
Desde los supuestos teóricos básicos del
modelo conductual-cognitivo, se aborda la
conceptualización de la conducta anormal en
la infancia considerando los determinantes y
los principios de adquisición, mantenimiento
y cambio de las conductas-problema. También
se plantean las características de la intervención psicológica en los niños, resaltando el
hecho de que la iniciativa de buscar ayuda psicológica casi nunca parte de los pequeños, que
su edad implica el dominio de diferentes habilidades por parte del terapeuta y que la colaboración de padres y otros adultos resulta
imprescindible para el tratamiento.
En un breve recorrido histórico, se plantea
el hecho de que la psicopatología infantil y las
técnicas de intervención aplicadas a la infancia no se desarrollaron hasta el siglo XX. Por
esta razón, los trastornos de conducta del
niño así como los tratamientos eran los mismos que para los adultos. A partir de la década de los sesenta en Estados Unidos y a par-
tir de los ochenta en España, se inicia de
manera sistemática y rigurosa el diseño y la
aplicación de tratamientos conductuales
específicos para los niños. Hasta entonces
fueron las teorías psicoanalíticas las que trataban de dar respuesta a los trastornos de
conducta y personalidad infantiles. Más aún,
la medicina dedicada a la psicopatología asumió este modelo junto al biológico de enfermedad. Después de la Segunda Guerra Mundial, muchos profesionales de la psicología
consideraron inadecuados estos modelos
organicistas e intrapsíquicos asentando así
las bases para la formulación de un modelo
genuinamente psicológico: el modelo conductual-cognitivo.
Desde el nuevo modelo conductual-cognitivo, la conducta infantil (normal o anormal)
está en función del organismo en interacción
con el ambiente. La conducta del niño se
explica en función de sus características personales, de las variables de la situación y
sobre todo de la interacción entre dichos
aspectos personales y situacionales. De esta
forma, el funcionamiento psicológico supone
una continua interacción entre la conducta y
las variables del organismo (personales) y
ambientales (situacionales). Con el término
interacción se hace referencia a la mutua
interdependencia de los elementos.
Se supone la existencia de un continuo
entre las conductas adaptadas y desadaptadas, adecuadas e inadecuadas, normales y
anormales. Asimismo, una conducta puede
ser adaptativa en un contexto específico y
desadaptativa en otro contexto diferente. De
hecho, para considerar una conducta inadecuada se utilizan tres criterios: que la conducta se presente con la suficiente frecuencia,
intensidad, duración e inadecuación a la
situación; que, en caso de persistir dicha conducta, el niño, su medio o ambos resulten perjudicados; que la conducta impida la adaptación y evolución saludables del niño.
El modelo conductual-cognitivo pone especial énfasis en el método científico, en las tres
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vertientes de su metodología experimental
que incluyen formulaciones teóricas, técnicas
e instrumentos de evaluación y métodos terapéuticos empíricamente validados; la posibilidad de réplica de toda intervención conductual y la valoración de dicha intervención. De
este modo, la investigación psicopatológica,
la evaluación y el tratamiento se centran
directamente sobre las conductas-problema
desadaptadas. Lo importante es lo que el niño
hace o es capaz de hacer y no lo que es o tiene.
El modelo se centra en las conductas-problema específicas y actuales y en las variables
que las controlan en el momento presente,
enfatizando los determinantes actuales más
que los históricos. Sin dejar de reconocer que
la historia del problema ayuda a comprender
mejor la conducta actual, la importancia de
los determinantes históricos se considera
secundaria dado que los hechos pasados no se
pueden observar, las condiciones que mantienen la conducta en el presente pueden ser
diferentes a las que originaron el problema y
la intervención sólo es posible en los determinantes actuales.
El desarrollo infantil supone un conjunto
de variables que el terapeuta al trabajar con
niños debe tener presente, dado que las
variables relacionadas con la edad, además
de determinar la elección de métodos y procedimientos afecta a la consideración de una
conducta como problema. Normalmente, los
niños son remitidos a tratamiento por un
adulto, bien porque la conducta resulta
molesta para las personas que conviven con
el niño, bien porque tal comportamiento suscita preocupación en los adultos debido al
sufrimiento que observan le está causando al
niño o bien porque hay posibilidad de que en
el futuro el niño sufra por ello.
En general, padres y maestros solicitan
tratamiento psicológico con más frecuencia
por excesos conductuales como hiperactividad o agresividad, que por problemas de
retraimiento social u otro trastorno de ansiedad. Advierte el autor que se corre aquí el
riesgo de que la ayuda solicitada no se haga
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pensando en el niño, sino en el adulto que se
siente incómodo con la situación. Por tanto,
una cuestión clave es decidir si realmente la
ayuda terapéutica que se solicita por los
padres o educadores es buena para el niño,
pues con demasiada frecuencia son los adultos los que se benefician con el tratamiento
más que el propio niño.
Una vez realizada la evaluación, suele
suceder que son varias las conductas sobre
las que hay que intervenir, por lo que se proponen criterios para priorizar la intervención. En primer lugar, actuar sobre los comportamientos que puedan resultar peligrosos
para el niño o sus allegados. Segundo, elegir
comportamientos que puedan tener efecto
positivo sobre otras conductas con las que
están relacionados. Tercero, intervenir sobre
comportamientos que no cumplen las normas
sociales. Cuarto, escoger comportamientos
que se requieren para el desarrollo de otros
repertorios de conducta. Quinto, seleccionar
conductas que influirán de manera positiva
en la adaptación del niño. Sexto, optar por
conductas que alteren el sistema de contingencias. Séptimo, implantar comportamientos clave para el desarrollo del niño.
En cuanto a las habilidades del terapeuta
en la intervención psicológica con niños, se
requiere por su parte una buena información
sobre los trastornos psicológicos que les afectan, que además posea las habilidades necesarias para motivar el tratamiento y que tenga presente todos aquellos aspectos éticos,
sociales y legales relacionados con los derechos del niño.
En un segundo capítulo, se tratan la evaluación y modificación de conducta cuyo objetivo se centra en recabar la información que
permita definir los objetivos del cambio, identificar las condiciones que mantienen el comportamiento problemático del niño o que propician su aparición, seleccionar y aplicar las
técnicas para provocar los cambios deseados
y valorar los resultados alcanzados. Por análisis funcional de la conducta se entiende la
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identificación de las variables antecedentes y
consecuentes (internas y externas) que controlan unas conductas y el establecimiento de
las relaciones entre esas variables y dichas
conductas-problema. También se presentan
las técnicas de recogida de información más
utilizadas.
La evaluación psicológica incluye en un
primer momento la descripción, clasificación,
predicción y explicación del comportamiento
del niño, que permitan tomar decisiones de
orientación, selección, diagnóstico o tratamiento. Posteriormente, si se precisa intervenir, en la evaluación y modificación se recoge
la información necesaria para definir los objetivos, identificar las condiciones que mantienen la conducta-problema o que la originan,
seleccionar y aplicar los medios más útiles
para producir los cambios deseados y valorar
los resultados alcanzados.
Las técnicas de evaluación que se proponen son: la entrevista (al niño y a los padres y
otros adultos), la observación (tanto autoobservación como autorregistros) y el autoinforme (donde se incluyen los inventarios, cuestionarios biográficos, generales y específicos).
Se resaltan las distintas funciones de la
entrevista, no sólo en lo que respecta a la
amplia información que permite recoger sino
también a su aspecto motivador y terapéutico
derivados de su naturaleza social.
En el capítulo tercero, se abordan problemas cotidianos de conducta en la infancia
aplicando los principios de evaluación y modificación de conducta. Estos problemas frecuentes tienen que ver con trastornos de
ansiedad, miedos y fobias (fobias específicas,
fobia escolar, trastorno de ansiedad por separación, fobia social, trastorno de evitación,
aversión a hablar y mutismo selectivo), agresividad y desobediencia, problemas de conducta a la hora de dormir y de comer, hiperactividad y problemas de atención, enuresis y
encopresis, rendimiento escolar y hábitos de
estudio. En este capítulo también se aborda
la descripción, evaluación y tratamiento.
La ansiedad, por ejemplo, se considera una
respuesta que surge cuando la persona se
siente amenazada o en peligro, real o imaginario (respuesta adaptativa). Los niños experimentan diversos miedos a lo largo de su
desarrollo, muchos de los cuales son transitorios, de intensidad leve y específicos de una
edad. Una fobia es el miedo ante una situación que va mucho más allá de la precaución
que representa el peligro, que no se puede
explicar ni razonar, pues no está bajo control
voluntario y conlleva la conducta de evitación
o huida de la situación temida.
La desobediencia y la conducta agresiva en
la infancia son dos de las principales quejas
de padres y educadores en la dinámica infantil, apareciendo con frecuencia unidos los dos
tipos de problemas. Es cierto que muchas de
estas conductas aparecen de alguna forma en
el curso del desarrollo normal; sin embargo,
en algunos casos se convierten en una pauta
de comportamiento estable y permanente y
en la conducta más característica de un niño.
Este trastorno se da particularmente en
niños cuyos hogares son disfuncionales con
problemas de alcoholismo, malos tratos, conflicto conyugal, psicopatologías en los padres,
pobreza, etc.
Dos situaciones que en particular son causa de serios problemas en la vida familiar por
la presencia de conductas agresivas y de desobediencia tienen que ver con dormir y comer.
Dice el autor que los problemas de conducta a
la hora de dormir son sin duda motivo de infelicidad importante para los padres; cuando se
prolongan en el tiempo alteran de forma
importante el clima familiar. Los problemas
a la hora de la comida incluyen: negarse a
comer, comer muy lentamente, levantarse
continuamente de la mesa, rabietas y lloros y,
ante la insistencia de que coma determinados
alimentos, puede escupir, tirar e incluso
vomitar la comida.
No obstante, en la práctica clínica infantil,
el motivo más frecuente por el que se pide
ayuda psicológica es, sin duda, el bajo rendi-
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miento escolar. Con el inicio de la enseñanza
primaria, e incluso antes, se empiezan a
detectar, por los padres o el profesor, ciertas
dificultades en el desempeño escolar. Lo más
habitual es que los padres describan al niño
como vago y desinteresado por las tareas
escolares, cuando en realidad, en la mayoría
de los casos, existe un motivo que dificulta el
buen aprendizaje. La continua exigencia
escolar a la que el niño está sometido,
muchas veces sin disponer aún de las aptitudes necesarias, puede provocar distintas respuestas-problema, por ejemplo, ansiedad,
aparente desinterés, agresividad, baja autoestima, etc.
Las técnicas que se demuestran eficaces
para hacer frente a estos problemas están
basadas en la desensibilización sistemática,
la exposición, el modelado, las técnicas operantes y cognitivas, permitiendo abordar con
éxito la intervención de estos problemas en la
infancia. Intervenciones realizadas muchas
veces en el ambiente natural donde suceden y
que requieren para su logro la colaboración
de los padres.
Por esta razón, en el último capítulo se
aborda la intervención en el ámbito familiar y
se ofrece una guía para padres. Educar a los
hijos constituye una de las tareas más complejas con la que se enfrentan prácticamente
todos los padres y los recursos de que se dispone para afrontarlos son más bien escasos.
Cuando las cosas andan mal con los hijos, los
padres se culpabilizan y se sienten muchas
veces impotentes ante la situación. Los problemas con los hijos no son el resultado de
«malos» padres ni de «malos» hijos.
Sin pretender restar importancia a la contribución de los factores biológicos, se subraya la importancia del aprendizaje en la conducta humana. La conducta (tanto adecuada
como inadecuada) se adquiere, mantiene y
modifica por los mismos principios, no existiendo, por tanto, diferencias cualitativas
entre las conductas normales y las anormales. Tanto unas como otras son consecuencia
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de la historia de aprendizaje que se lleva a
cabo en un contexto social.
Educar de forma responsable requiere,
además de responsabilidad, respeto, conocimiento y ejemplo. Se trata de un proceso de
instrucción que supone reflexión, adquisición
de conocimientos teóricos y puesta en práctica de los mismos. No son «las palabras» lo que
más educa, sino el ambiente familiar global.
Son las relaciones entre los padres, la forma
de responder ante ciertos conflictos, la manera de ver las cosas, las actitudes que se transmiten, las reacciones ante las dificultades,
etc. Es el ejemplo y la conducta personal de
los padres lo que va conformando la personalidad del niño. Por tanto, la madurez de los
padres y el clima emocional que se conforme
en la familia influyen en la personalidad del
hijo, tanto o más que las explicaciones que
puedan dar los expertos sobre el tema.
Es muy importante aceptar que los niños
sean distintos de sus padres, con ideas propias, incluso muchas veces contrarias a las de
éstos. Hay que ayudarles a ser libres y admitir que ejerciten su libertad. Los distintos
patrones de conducta en los padres (autocráticos, autoritarios, participativos, igualitarios,
permisivos y muy permisivos) tienen efectos
en la autoestima, la independencia y la competencia de los niños. En las familias de clase
media se incrementa el riesgo de que los niños
presenten conductas típicas del «niño malcriado». Los padres se declaran partidarios de
valores como la individualidad, la comprensión de sí mismo, la disposición a aceptar cualquier innovación, la necesidad del igualitarismo en la familia, pero en realidad se sirven de
dichos valores para eludir sus obligaciones en
las responsabilidades educativas que les
corresponden. Hoy es frecuente escuchar
hablar de la «desobediencia de los hijos», pero
es importante considerar que en muchos casos
sería más adecuado hablar de «la falta de
autoridad de los padres».
Los padres, trabajando por conseguir un
ambiente familiar que permita una amplia y
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sincera comunicación con sus hijos, podrán
disminuir tensiones en la familia y prevenir
situaciones de aislamiento en el hijo, permitiendo identificar situaciones de riesgo:
momentos de frustración, depresión, etc. La
comunicación constante con los hijos permitirá debatir y discutir sus puntos de vista, sus
problemas, de forma que los hijos sean más
receptivos ante las distintas opiniones de los
padres. Muchos conflictos familiares se originan por la deficiencia de sus miembros en
habilidades de comunicación.
No cabe duda de que el comportamiento
humano es una combinación compleja de
actos, sentimientos, pensamientos y motivos.
El comportamiento humano no es aleatorio ni
imprevisible, sigue unas leyes. Gran parte de
la conducta problemática infantil se desarrolla y favorece inadvertidamente en el ámbito
familiar a través de interacciones padreshijos. Los padres pueden intervenir en el
momento adecuado que se produce la conducta-problema, al mismo tiempo que disponen
de reforzadores muy eficaces para influir
sobre la conducta del hijo y modificarla. Por
ello, el cambio conductual se conseguirá más
rápidamente en el contexto natural.
La disciplina positiva busca conseguir una
educación equilibrada entre la permisividad
y el autoritarismo, poniendo ciertos límites a
los niños, estimulando sus logros y castigando su conducta cuando sea inadecuada, todo
ello con el conocimiento de ciertas habilidades cognitivas y sociales expuestas magistralmente en este libro y que permitirán a los
padres disfrutar de un ambiente familiar sin
excesivas tensiones.
Dice Xavier Méndez en el prólogo de este
libro: La educación positiva concede enorme
importancia al buen comportamiento y prefiere la utilización de métodos positivos. Su
lema es «sorprenda a su hijo portándose
bien».
M. PILAR MARTÍN CHAPARRO
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