REV. OBSTET. GINECOL. - HOSP. SANTIAGO ORIENTE DR. LUIS TISNÉ BROUSSE. 2009; VOL 4 (2): 163-172 ANTROPOLOGÍA TEOSÓFICA Conócete a tí mismo como base fundamental de la formación humana Dr. José Lattus Olmos La cita de esta frase: «Conócete a ti mismo», a menudo la escuchamos, pero muchas veces perdemos de vista su sentido exacto. A propósito de la confusión que reina con respecto a estas palabras, pueden plantearse dos cuestiones: la primera concierne al origen de esta expresión, la segunda a su sentido real y a su razón de ser. Algunos creerán que ambas cuestiones son completamente distintas y que no tienen entre sí ninguna relación. Tras una reflexión y un examen atento, claramente parece que sí mantienen una estrecha conexión. Si se les pregunta a quienes han estudiado la filosofía griega quién fue el hombre que pronunció primero esta sabia frase, la mayoría de ellos no dudará en responder que fue Sócrates, aunque algunos pretenden referirla a Platón y otros a Pitágoras. De estos pareceres contradictorios y de estas divergencias de opinión, estamos en nuestro derecho de concluir que esta frase no tiene por autor a ninguno de los filósofos mencionados, y que no es en ellos donde habría que buscar su origen. Nos parece lícito formular esta advertencia, y que parecerá justa cuando sepamos que dos de estos filósofos Pitágoras* y Sócrates** no dejaron escrito * Pitágoras es el primer matemático puro y también uno de los primeros astrónomos de quien se tiene información. Vivió entre los años 569 a 475 a.C., en Samos, y dedicó su vida al estudio de la ciencia, filosofía, matemáticas y música. ** Sócrates (¿470?- 399 a. C.). (Atenas, 470 a.C.-id., 399 a.C) Filósofo griego. Fue hijo de una comadrona, Fenareta, y de un escultor, Sofronisco, emparentado con Arístides el Justo. Pocas cosas se conocen con certeza de la biografía de Sócrates, aparte de que participó como soldado de infantería en las batallas de Samos (440), Potidea (432), Delio (424) y Anfípolis (422). Fue amigo de Aritias y de Alcibíades, al que salvó la vida en una de esas guerras. Sin tener interés alguno en el dinero, ni en la fama, ni en el poder, Sócrates paseó a lo largo de las calles de Atenas en el siglo V a. C. Llevó ropas de lana áspera y desgastada y descalzo, en cualquier época del año. Hablaba a quienquiera que escuchaba, hacía preguntas, criticó respuestas, y buscaba los agujeros en los defectuosos argumentos de sus oponentes intelectuales. Se ha dado el nombre de Diálogos Socráticos a su estilo de conversación. Sócrates fue el filósofo más sabio de su tiempo. Fue uno de los tres primeros grandes maestros de la Grecia antigua, con Platón y Aristóteles. Hoy es reconocido y considerado como uno de los más grandes maestros morales del mundo. Su auto-control y poderosa paciencia eran inconmensurables. En apariencia era considerado de baja estatura y con algo de gordura, con una nariz repulsiva y boca ancha. A pesar de su apariencia desaliñada los griegos de su época disfrutaron de estar con él, hablar con él y se fascinaron por qué siempre tenía algo que decir. El genio joven y aristocrático militar Alcibíades dijo de él: «Su naturaleza es tan bella, dorada, divina, atractiva y maravillosa dentro de él, que se debe obedecer todo que ordena, ciertamente como si su voz fuese igual a la de un dios». Estudió escultura, la profesión de su padre, pero pronto abandonado este trabajo a «busca de la verdad» en su manera propia. Sus hábitos eran tan frugales y su constitución tan robusto que requirió sólo las necesidades desnudas. Aunque Sócrates nunca tomó ninguna parte en la política de Atenas, ejecutaría funciones cívicas cuando era llamado a ellas. Era un soldado valeroso. Durante la Guerra del Peloponeso en Potidaea salvó y preservó la vida de Alcibíades. Sócrates anula escrupulosamente la noción poco profunda y banal de la «verdad aparente» por su propio razonamiento. Volvió su conciencia por la búsqueda de la verdad y el cumplimiento de la moral y disfrutaba de crear confusión al hacer preguntas simples. Buscó descubrir la naturaleza de la virtud y hallar una regla para la vida. Los objetos favoritos de sus ataques eran los sofistas, quienes cobraban honorarios por su enseñanza. «Conócete a ti mismo» era el lema que siempre mencionaba y reputaba que los había aprendido en el oráculo a Delphos. Era tan inteligente por sí mismo que vio la posibilidad del aprendizaje autodidáctico en los qué fue muy bueno, en contraste a la no-aceptación de su apariencia exterior. Sócrates no escribió ningún libro. Se guardan los detalles de su vida y su doctrina en «Memorabilia» del historiador Xenophon y en los diálogos del filósofo Platón. Fueron principalmente Platón y Aristóteles los discípulos más inteligentes de Platón, quienes traspasaron a las generaciones subsiguientes de filósofos la influencia de Sócrates. De cualquier modo, Sócrates no fue apreciado por la chusma de los atenienses y de sus jefes a los que sirven. Su genialidad con la que expuso los fraudes pomposos y la corrupción le hizo de muchos enemigos. Por fin, tres de sus enemigos políticos le acusaron en el cargo de «abandono de los dioses» y «corrupción de los jóvenes», por lo cual se le ha catalogado hasta de homosexual, eran cargos falsos, pero políticamente convenientes. Fue sentenciado a morir por la bebida de cicuta de abeto. En su día final comentó a sus jueces esta simple frase, tal como se registró en «Apología» de Platón:”La hora de la partida ha llegado, y vamos por nuestros propios caminos, yo a morir y ustedes a vivir. Que es mejor, solo Dios lo sabe.» 5 Ginecólogo-Obstetra. Profesor Asociado Facultad de Medicina, Campus Oriente, Universidad de Chile. Servicio Obstetricia y Ginecología Hospital Dr. Luis Tisné Brousse. E mail: [email protected] 163 REV. OBSTET. GINECOL. - HOSP. SANTIAGO ORIENTE DR. LUIS TISNÉ BROUSSE. 2009; VOL 4 (2): 163-172 alguno. Fue Platón* quien deja en sus escritos apologías y otros datos de éstos sus maestros. Verdaderamente, el origen de la expresión estudiada se remonta mucho más allá de los tres filósofos mencionados. Mejor aún: es más antigua que la historia de la filosofía, y supera también el dominio de la filosofía. Fue acunada por los antiguos griegos y desde entonces, a través de culturas y generaciones, se ha mantenido viva hasta la actualidad. (nosce te ipsum). Esta inscripción, esculpida en tiempos remotos en una de las paredes del templo dedicado de Apolo por los siete sabios en el frontispicio del templo de la ciudad de Delfos, es clásica en el pensamiento griego. Parece que el origen del adagio se remonta a escritos antiguos de Heraclio, Esquilo, Heródoto y Píndaro; y surge como una invitación a reconocerse mortal y no Dios. Posteriormente fueron adoptadas por Sócrates, así como por otros filósofos, como uno de los principios de su enseñanza, a pesar de la diferencia que haya podido existir entre estas diversas enseñanzas y los fines perseguidos por sus autores. Es probable, por lo demás, que anteriormente Pitágoras haya empleado esta expresión mucho antes que Sócrates. Con ello, estos filósofos se proponían demostrar que su enseñanza no era estrictamente personal, que provenía de un punto de partida más antiguo, de un punto de vista más elevado que se confundía con la fuente misma de la inspiración original, espontánea y divina. Constatamos que estos filósofos eran, por ello, muy diferentes a los filósofos modernos, que desplegaron todos sus esfuerzos para expresar algo nuevo, a fin de ofrecerlo como la expresión de su propio pensamiento, de erigirse como los únicos autores de sus opiniones, como si la verdad pudiera ser propiedad de alguien. Así Sócrates lo eleva a un nivel filosófico como un examen moral de uno mismo ante Dios. Platón lo orienta hacia la verdadera sabiduría en un fantástico sistema de pensamiento. Más adelante en la historia Erasmo dirá que es el inicio del filosofar en cuanto lleva a la conciencia humilde de “saber que no sabe nada”. También lo encontramos en los escritos bíblicos (Cant 1,8. “si tú no te conoces, seguirá el camino del rebaño”; Dt 15,9 “attende tibi” “estate atento a ti mismo”). San Agustín hace célebre el aforismo elevándolo también a Dios diciendo que el fin de la vida es “noverim te, noverim me” “conocerte y conocerme”. En todos los tiempos muchos pensadores han reflexionado sobre esta inscripción con variados matices siguiendo el ejemplo de Sócrates y Platón. La sabiduría de occidente comienza, en su vertiente filosófica, con este pensamiento, intentando alejarse de adivinanzas y supersticiones. Veamos ahora por qué los filósofos antiguos quisieron vincular su enseñanza con esta expresión o con alguna similar, y por qué se puede decir que esta máxima es de un orden superior a toda filosofía. Para responder a la segunda parte de esta cuestión, diremos que la solución está contenida en el sentido original y etimológico de la palabra «filosofía», que habría sido empleada por primera vez por Pitágoras. La palabra filosofía expresa propiamente el hecho de amar a Sophia, a la sabiduría, la aspiración a ésta o la disposición requerida para adquirirla. Esta palabra siempre ha sido empleada para calificar una preparación a esa adquisición de la sabiduría, y especialmente los estudios que podían ayudar al philosophos, o a aquél que experimentaba por ella alguna tendencia, a convertirse en sophos, es decir, en sabio. Así, como el medio no podría ser tomado por un fin, el amor a la sabiduría no podría constituir la sabiduría misma. Y debido a que la sabiduría es en sí idéntica al verdadero conocimiento interior, se puede decir que el conocimiento filosófico no es sino un conocimiento superficial y exterior. No posee en sí mismo, ni por sí mismo, un valor propio. Solamente * Platón nació en el año 427 a.C., en el seno de una familia rica y aristocrática, en Atenas, Grecia. Conoció a Sócrates cuando tenía cerca de 20 años y siguió su enseñanza. El trato que mantuvieron durante casi diez años influenció notablemente su carrera filosófica. Platón comenzó a escribir poesía siendo todavía muy joven; sin embargo, fue dejada de lado por su intensa búsqueda de la sabiduría, guiado por Sócrates. A su muerte, Platón no dudó en continuar su tarea, y para ello se unió a sus discípulos en Megara, dirigidos por Euclides. Viajó a Egipto y al sur de Italia. En estos viajes, además, intentaba imponer su idea de «Estado perfecto», pero fracasó, generando además, una gran enemistad con los soberanos Dionisio el Viejo y Dionisio el Joven. De vuelta en Atenas, entonces, fundó su escuela filosófica: La Academia, en donde vivó -prácticamente- el resto de su vida. Desde allí, se dedicó a enseñar y a escribir la mayoría de las obras que quedaron en su legado. Platón es el primer pensador griego de quien se ha conservado su obra íntegramente. Sus «Diálogos» -36 en total-, que le permitieron implementar el método pregunta-respuesta, suelen ser ordenados cronológicamente en tres grandes grupos: los diálogos socráticos, los diálogos de madurez y los diálogos de la vejez. A pesar de ello, de algunos conocidos en la actualidad se duda de su autenticidad. El pensamiento de Platón surge en una época de crisis política de Atenas (tras la guerra del Peloponeso y la derrota frente a Esparta). Afirma la existencia de la verdad universal y de dos mundos: el cognoscible (de las ideas) y el sensible (el de las cosas en sí mismas). Platón dedicó su vida entera al saber y dejó una huella eterna que condicionó el camino de la filosofía, para siempre. Nadie, sea cual sea su competencia filosófica, está en situación de distinguir qué fue dicho por él o por su maestro Sócrates. La mayor parte de la doctrina de este último no nos es conocida más que por mediación de Platón, y, por otra parte, se sabe que es en la enseñanza de Pitágoras donde Platón recogió ciertos conocimientos de los que hace gala en sus diálogos. Con ello, vemos que es extremadamente difícil delimitar lo que corresponde a cada uno de estos tres filósofos. Lo que se atribuye a Platón a menudo es también atribuido a Sócrates, y, entre las teorías consideradas, algunas son anteriores a ambos y provienen de la escuela Pitagórica o de él mismo. 164 CONÓCETE constituye un grado preliminar en la vía del conocimiento superior y verdadero, que es la sabiduría. Quienes han estudiado a los filósofos antiguos, pueden certificar que éstos tenían dos clases de enseñanza, una exotérica y otra esotérica. Todo lo que estaba escrito pertenecía solamente a la primera. En cuanto a la segunda, nos es imposible conocer exactamente su naturaleza, ya que por un lado estaba reservada a unos pocos, y, por otro, tenía un carácter secreto. Ambas cualidades no hubieran tenido ninguna razón de ser si no hubiera habido allí algo superior a la simple filosofía. Puede al menos pensarse que esta enseñanza esotérica estaba en estrecha y directa relación con la sabiduría y que no apelaba tan sólo a la razón o a la lógica, como es el caso para la filosofía, que por ello ha sido llamada «el conocimiento racional». Los filósofos de la Antigüedad admitían que el conocimiento racional, es decir, la filosofía, no era el más alto grado del conocimiento, no era la sabiduría. ¿Acaso la sabiduría puede ser enseñada del mismo modo que el conocimiento exterior, por la palabra o mediante libros? Ello es realmente imposible, y trataremos de explicar la razón. Lo que podemos afirmar desde ahora es que la preparación filosófica no es suficiente, ni siquiera como preparación, pues no concierne más que a una facultad limitada, que es la razón, mientras que la sabiduría concierne a la realidad del ser íntegro, completo. De modo que existe una preparación a la sabiduría más elevada que la filosofía, que no se dirige a la razón, sino al alma y al espíritu, y a la que podemos llamar preparación interior; éste parece haber sido el carácter de los más altos grados de la escuela Pitagórica y ha ejercido su influencia a través de la escuela de Platón y hasta el neo-platonismo de la escuela de Alejandría, donde apareció de nuevo claramente, así como entre los neo-pitagóricos de la misma época. Si para esta preparación interior se empleaban también palabras, éstas no podían ser ya tomadas sino como símbolos destinados a fijar la contemplación interior. Mediante esta preparación, el hombre es llevado a ciertos estados que le permiten superar el conocimiento racional al que había llegado anteriormente, y como todo esto está muy por encima de la razón, está también muy por encima de la filosofía, puesto que la palabra filosofía siempre es empleada de hecho para designar algo que sólo pertenece a la razón. No obstante, es asombroso que los modernos hayan llegado a considerar a la filosofía, así definida, como si fuera completa en sí misma, y olvidan así lo más elevado y superior. A TI MISMO COMO BASE FUNDAMENTAL DE LA FORMACIÓN HUMANA La enseñanza esotérica fue conocida en los países de oriente antes de propagarse en Grecia, donde recibió el nombre de «misterios». Los primeros filósofos, en particular Pitágoras, vincularon a ellos su enseñanza, dejando en claro que no era sino una expresión nueva de ideas antiguas. Existían numerosas clases de misterios con orígenes diversos. Aquellos en los que se inspiraron Pitágoras y Platón estaban en relación con el culto de Apolo. Los «misterios» tuvieron siempre un carácter reservado y secreto, significando etimológicamente la propia palabra «misterios» silencio total, no pudiendo ser expresadas mediante palabras las cosas a las cuales se referían, sino tan sólo enseñadas por una vía silenciosa. Pero los modernos, al ignorar cualquier otro método distinto al que implica el uso de la palabra, al cual podemos llamar el método de la enseñanza exotérica, han creído erróneamente, a causa de ello, que no había aquí ninguna enseñanza. Podemos afirmar que esta enseñanza silenciosa usaba figuras, símbolos, alegorías y otros medios que tenían por objetivo conducir al hombre a estados interiores, permitiéndole llegar gradualmente al conocimiento real o a la sabiduría, téngase presente esta aseveración. Tal era el objetivo esencial y final de todos los «misterios» y de otras manifestaciones semejantes que pueden encontrarse en diferentes lugares. En cuanto a los «misterios» que estaban especialmente vinculados al culto de Apolo y al propio Apolo, es preciso recordar que éste era el dios del sol y de la luz, siendo ésta en su sentido espiritual la fuente de donde brota todo conocimiento y de la que derivan las ciencias y las artes. Se dice que los ritos de Apolo llegaron del Norte y esto se refiere a una tradición muy antigua, que se encuentra en libros sagrados como el Vêda hindú y el Avesta persa. Este origen nórdico era incluso afirmado más especialmente para Delfos, que pasaba por ser un centro espiritual universal; y había en su templo una piedra llamada «omphalos» que simbolizaba el ombligo del mundo. Se piensa que la historia de Pitágoras, e incluso su propio nombre, poseen una cierta relación con los ritos de Apolo. Éste era llamado Pythios, y se dice que Pytho era el nombre original de Delfos. La mujer que recibía la inspiración de los Dioses en el templo era llamada Pythia. El nombre de Pitágoras significa entonces «guía de la Pythia», lo cual se aplica al propio Apolo. Se cuenta además que es la Pythia quien declaró que Sócrates era el más sabio de los hombres. De lo que podemos deducir que parece 165 REV. OBSTET. GINECOL. - HOSP. SANTIAGO ORIENTE DR. LUIS TISNÉ BROUSSE. 2009; VOL 4 (2): 163-172 entonces que Sócrates estuvo relacionado con el centro espiritual de Delfos, al igual que Pitágoras. Añadiremos que si bien todas las ciencias eran atribuidas a Apolo, esto era incluso más especialmente en cuanto a la geometría y la medicina. En la escuela pitagórica, la geometría y todas las ramas de las matemáticas ocupaban el primer lugar en la preparación al conocimiento superior. Con respecto a este conocimiento, estas ciencias no eran dejadas de lado, sino que, por el contrario, eran empleadas como símbolos de la verdad espiritual. También Platón consideraba a la geometría como una preparación indispensable a toda otra enseñanza, y había inscrito sobre la puerta de su escuela estas palabras: «Nadie entre aquí si no es geómetra». Se comprende el sentido de estas palabras cuando se las refiere a otra fórmula del mismo Platón: «Dios siempre geometriza», ya que, hablando de un Dios geómetra, Platón aludía a Apolo. No nos debe asombrar entonces que los filósofos de la Antigüedad hayan empleado esta frase inscrita en la entrada del templo de Delfos, puesto que conocemos ahora los vínculos que los unían a los ritos y al simbolismo de Apolo. Después de todo esto, fácilmente podemos comprender el sentido real de la frase estudiada aquí y el error de los modernos a este respecto. Este error deriva de que ellos han considerado esta frase como una simple sentencia de un filósofo, a quien atribuyen siempre un pensamiento comparable al suyo. Pero, en realidad, el pensamiento antiguo difería profundamente del pensamiento moderno. Así, muchos atribuyen a esta frase un sentido psicológico; pero lo que ellos llaman psicología consiste tan sólo en el estudio de los fenómenos mentales, que no son sino modificaciones exteriores -y no la esencia- del ser. Otros aún ven en ella, sobre todo aquellos que la atribuyen a Sócrates, un objetivo moral, la búsqueda de una ley aplicable a la vida práctica. Todas estas interpretaciones exteriores, sin ser siempre enteramente falsas, no justifican el carácter sagrado que poseía en su origen, que implica un sentido mucho más profundo que el que así se le quiere atribuir. En primer lugar, significa que ninguna enseñanza exotérica es capaz de dar el conocimiento real, que el hombre debe encontrar solamente en sí mismo, pues, de hecho, ningún conocimiento puede ser adquirido sino mediante una comprensión personal. Sin esta comprensión, ninguna enseñanza puede desembocar en un resultado eficaz, y la enseñanza que no despierta en quien la recibe una resonancia personal no puede procurar ninguna clase de conocimiento. Es la razón por lo que Platón dijera que «todo lo que el hombre aprende está ya en él». Todas las experiencias, todas las cosas exteriores que le rodean no son más que una ocasión para ayudarle a tomar conocimiento de lo que hay en sí mismo. Este despertar es lo que se llama anamnesis, que significa «reminiscencia». Si esto es cierto para todo conocimiento, lo es mucho más para un conocimiento más elevado y más profundo, y, cuando el hombre avanza hacia este conocimiento, todos los medios exteriores y sensibles se hacen cada vez más insuficientes, hasta finalmente perder toda utilidad. Si bien pueden ayudar a aproximarse a la sabiduría en algún grado, son impotentes para adquirirla realmente, y se dice corrientemente en la India que el verdadero gurú o maestro se encuentra en el propio hombre y no en el mundo exterior, aunque una ayuda exterior pueda ser útil al principio, para preparar al hombre a encontrar en sí y por sí mismo lo que no puede encontrar en otra parte, y particularmente lo que está por encima del nivel de la conciencia racional. Es necesario, para lograrlo, realizar ciertos estados que avanzan siempre más profundamente hacia el ser, hacia el centro, simbolizado por el corazón y donde la conciencia del hombre debe ser transferida para hacerle capaz de alcanzar el conocimiento real. Estos estados, que eran realizados en los misterios antiguos, eran grados en la vía de esta transposición de la mente al corazón. Había, hemos dicho, una piedra en el templo de Delfos llamada omphalos, que representaba el centro del ser humano, así como el centro del mundo, según la correspondencia que existe entre el macrocosmos y el microcosmos, es decir, el hombre, de tal manera que todo lo que está en uno está en relación directa con lo que está en el otro. Respecto de esta aseveración podemos hacer referencia a la siguiente: «Tú te crees una nada, y sin embargo el mundo reside en ti”, Avicena*. Él mismo cuenta que leyó cuarenta veces la * Avicena Nació en el año 980 en Persia, cerca de Bujara, en el actual Uzbekistán. Era hijo de un alto funcionario. En Bujara estudió Medicina y Filosofía. Fue médico de la corte y consejero en temas científicos. Murió en el año 1037. Su escrito más importante fue El libro de la curación, obra enciclopédica de la que se tradujeron algunas partes al latín. De entre ellas, las que más influencia ejercieron en la edad media fueron la Lógica, la Filosofía de la Naturaleza, la Psicología y la Metafísica. 166 CONÓCETE Metafísica de Aristóteles* , llegando incluso a saberla de memoria, pero que sólo pudo entenderla gracias a un libro de Alfarabí, Diseño de la Metafísica, que compró por casualidad. Es curioso señalar la creencia extendida en la Antigüedad según la cual el omphalos había caído del cielo, y se tendrá una idea exacta del sentimiento de los griegos con respecto a esta piedra diciendo que tenía cierta similitud con el que experimentamos con respecto a la piedra negra sagrada de la Kaabah. El conocimiento de uno mismo es el principio de la sabiduría, y por lo tanto el comienzo de la transformación o regeneración. Para comprenderse uno mismo, tiene que existir la intención de comprender; y ahí es donde se presenta nuestra dificultad. Porque, si bien la mayoría de nosotros estamos descontentos, deseamos producir un cambio súbito, y nuestro descontento se canaliza hasta el mero logro de cierto resultado; estando descontentos, o buscamos otro empleo o simplemente sucumbimos ante el medio ambiente. De suerte que el descontento, en vez de encendernos, de inducirnos a poner en tela de juicio la vida y todo el proceso de la existencia, se ve canalizado, con lo cual nos volvemos mediocres y perdemos la energía y el empuje necesarios para descubrir todo el significado de la existencia. Por consiguiente, es importante descubrir esas cosas por nosotros mismos, pues el conocimiento de uno mismo no puede dárnoslo nadie ni habrá de hallarse en libro alguno. Tenemos que descubrir, y para descubrir tiene que haber intención, búsqueda, investigación. Mientras esa intención de descubrir, de inquirir hondamente, sea débil o no exista, la mera aserción, o un deseo casual de investigar acerca de uno mismo, tienen muy escasa significación. La transformación del mundo se efectúa, pues, por la transformación de uno mismo; porque el “yo” es producto y parte del proceso total de la existencia humana. La similitud que existe entre el macrocosmos y el microcosmos hace que cada uno de ellos sea la imagen del otro, y la correspondencia entre los elementos que los componen demuestra que el hombre debe conocerse a sí mismo primero para poder conocer después todas las cosas, pues, en verdad, puede encontrarlo todo en él. Es por esta razón que algunas ciencias -especialmente las que forman parte del conocimiento antiguo y que son casi ignoradas por nuestros contemporá- A TI MISMO COMO BASE FUNDAMENTAL DE LA FORMACIÓN HUMANA neos- poseen un doble sentido. Por su apariencia exterior, estas ciencias se refieren al macrocosmos y pueden ser consideradas justamente desde este punto de vista. Pero al mismo tiempo también poseen un sentido más profundo, el que se refiere al propio hombre y a la vía interior por la cual puede realizar el conocimiento en sí mismo, realización que no es otra que la de su propio ser. Aristóteles dijo: «el ser es todo lo que conoce», de tal modo que, allí donde existe conocimiento real -y no su apariencia o su sombra- el conocimiento y el ser son una y la misma cosa. La sombra, según Platón, es el conocimiento por los sentidos e incluso el conocimiento racional que, aunque más elevado, tiene su origen en los sentidos. En cuanto al conocimiento real, está por encima del nivel de la razón; y su realización, o la realización del ser, es semejante a la formación del mundo, según la correspondencia de la que hemos hablado. Es ésta la razón de que algunas ciencias puedan describirse bajo la apariencia de esta forma. Este doble sentido estaba incluido en los antiguos misterios, del mismo modo que en todas las enseñanzas que apuntan al mismo fin entre los pueblos de oriente. Parece que igualmente en occidente esta enseñanza existió durante toda la Edad Media, aunque hoy haya desaparecido completamente, hasta el punto que la mayoría de los occidentales no tiene idea alguna de su naturaleza o siquiera de su existencia. Por todo lo precedente, vemos que el conocimiento real no tiene como vía a la razón, sino al espíritu y al ser al completo, pues no es otra cosa que la realización de este ser en todos sus estados, lo que constituye el fin del conocimiento y la obtención de la sabiduría suprema. En realidad, lo que pertenece al alma, e incluso al espíritu, representa solamente grados en la vía hacia la esencia íntima que es el verdadero Sí, y que puede hallarse tan sólo una vez que el ser ha alcanzado su propio centro, cuando estando todas sus potencias unidas y concentradas como en un solo punto, en el cual todas las cosas se le aparecen, cuando estando contenidas en este punto como en su primer y único principio, puede entonces conocer todas las cosas como en sí mismo y desde sí mismo, como la totalidad de la existencia en la unidad de su propia esencia. Es fácil ver cuán lejos está esto de la psicología en el sentido moderno de la palabra, y que va incluso mucho más lejos que un conocimiento más * Aristóteles (384-322 a.C.), filósofo y científico griego, considerado, junto a Platón y Sócrates, como uno de los pensadores más destacados de la antigua filosofía griega y posiblemente el más influyente en el conjunto de toda la filosofía occidental. Nació en Estagira (actual ciudad griega de Stavro, entonces perteneciente a Macedonia), razón por la cual también fue conocido posteriormente por el apelativo de El Estagirita. Hijo de un médico de la corte real, se trasladó a Atenas a los 17 años de edad para estudiar en la Academia de Platón. Permaneció en esta ciudad durante aproximadamente 20 años, primero como estudiante y, más tarde, como maestro. Tras morir Platón (c. 347 a.C.), Aristóteles se trasladó a Assos, ciudad de Asia Menor en la que gobernaba su amigo Hermias de Atarnea. 167 REV. OBSTET. GINECOL. - HOSP. SANTIAGO ORIENTE DR. LUIS TISNÉ BROUSSE. 2009; VOL 4 (2): 163-172 verdadero y más profundo del alma, que no puede ser sino el primer paso en esta vía. También se dio en otras culturas antiguas: Israel, los Veda y Avesta, Confucio, Lao-Tsé, los Tirthankara, Buda, Homero, Eurípides, Sófocles, Platón y Aristóteles. La búsqueda filosófica no surge de preguntarse ¿quién es Dios? sino ¿quién es el hombre? De lo más cercano a lo más alto y profundo. Nosotros vamos a seguir el camino del hombre. En tiempos más próximos Scheler y Heidegger hacen notar que nunca hemos sabido tantas cosas sobre el hombre y nunca hemos sabido menos del hombre que hoy. El Cristianismo aporta una gran novedad sobre el hombre con la noción de persona. Los griegos no tenían esta noción, ni los latinos, ni se da en ninguna de las culturas del ancho mundo en aquel momento histórico. La persona además de su individualidad, de su autonomía y de su racionalidad, es algo más; Polo dice que es “además” pues cuando descubrimos algo, siempre hay algo más. Es un ser con dignidad por sí mismo, no por la pertenencia a un clan, familia o pueblo. Tiene características sorprendentes: es mortal e inmortal; individual y tan relacionada con los demás que la solidaridad es necesaria para alcanzar su plenitud. La persona tiene una grandeza tan impresionante, que se puede decir que está divinizada, pues Dios habita en su interior, y, al mismo tiempo, es muy cercana al mundo animal y vegetal. Las diferencias corporales con algunos animales son muy pequeñas –en cuanto al DNA por ejemplo- y, sin embargo, sus actividades son infinitamente distintas de un modo evidente. Sufre y puede superar el dolor. Su vida tiene un sentido, no sólo durar y sobrevivir. Es libre y puede amar. Ama la belleza y la genera. El hombre supera infinitamente al hombre, decía Pascal, refiriéndose a ese algo tan superior a la materia que le forma. Además está la riqueza de los sentimientos. La persona humana desea naturalmente a Alguien que le supera infinitamente. El progreso de la tierra, o su destrucción, está en sus manos. Individualmente puede alcanzar niveles altísimos de perfección, o decaer en la degeneración. La perspectiva que debemos tomar para estudiar al hombre es ésta: su persona y su personalidad. En la actualidad, además de la crítica que se pregunta ¿qué ha pasado?, se experimenta en los más lúcidos una nostalgia que puede llevar al buen puerto de situarse valientemente ante el misterio. Da más luz una ventana entreabierta al amanecer, que la vela medio extinguida en una habitación cerrada. Hay que abrir las ventanas con ansia y con prudencia. Blaise Pascal dice acertadamente: “¡Qué quimera el hombre! ¡Qué novedad, que monstruo, qué caos, que contradicción, qué prodigio! Juez de todas las cosas y gusano infecto, depositario de la verdad, 168 cloaca de incertidumbre y error, gloria y desecho del universo”. Suscribimos esta idea de contraste, pues el propósito de este trabajo es conocer al hombre en sus contradicciones y es sus enormes posibilidades. El premio Nóbel de literatura Imre Kertësz, con su experiencia vivida del holocausto pagano-nazi dice: “el instrumento de la destrucción se llama ideología: lo grave es que la masa, que nunca participó de la cultura, absorbe las ideologías como cultura”. La ideología tiende al totalitarismo, casi con necesidad. La realidad, con su amplitud y riqueza, lleva a la libertad y al respeto, pues es Misterio. La Ilustración, con todo su entusiasmo, fue entre paréntesis de malas consecuencias como detecta el postmodernismo, por ello estamos de acuerdo con Bruno Forte cuando dice: “Entre el triunfo de la identidad y la apología de la diferencia, resuelta en el dominio omnicomprensivo de la nada, entre el tiempo de la ideología y del nihilismo, la causa del hombre exige que se busque un camino distinto “entre los tiempos”, capaz de escaparse tanto de la seducción alienante del pensamiento solar, como del hechizo trágico de la victoria final sobre las tinieblas. Es la tradición judeo-cristiana la que ofrece la posibilidad de esta concepción del hombre, fruto del encuentro entre la identidad y la diferencia; es la antropología del Absoluto que entra en la historia, permaneciendo Otro y soberano respecto de la misma, del Transcendente que viene a habitar y a redimir el éxodo de la condición humana, de la Gloria que se comunica a los días de los hombres, abriéndolos al don de la vida eterna, de la alianza de Dios con el hombre y del hombre con Dios”. Un ejemplo de lo dicho son los epígonos triunfantes de este talante de los tiempos de la Ilustración. Por su gran influencia citamos a tres que tienen una clave con la cual abordan todas las cuestiones del hombre, son Marx, Freud y Nietzsche Los tres prescinden de Dios, y los tres apoyan su visión del hombre en algún aspecto negativo, muy lejano al amor. Por eso se les suele llamar “maestros de la sospecha”. Karl Marx dice que la clave de toda la realidad es la economía. La alineación económica explica todo lo demás. Sigmund Freud hace lo mismo con la libido sexual, y con ella pretende explicar todo. Nietzsche es más complejo, pero también tiene una clave para explicar todo, y es la voluntad de poder del hombre. Son tres soluciones pesimistas. Si nos fijamos, es posible observar que cada teoría refleja una de las tres heridas del alma después del pecado de origen, como señala San Juan: “todo lo que hay en el mundo es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y soberbia de la vida”, es decir: sexo lujurioso, avaricia de dinero o riquezas, y orgullo o ansia de poder, realidades parciales de lo que es CONÓCETE el hombre y, además, negativas. No saben encontrar lo positivo, y eso es grave. Bien distinta es Edith Stein cuando para conocer al ser humano comienza tratando de comprender la espiritualidad. “Espiritualidad personal quiere decir despertar y apertura. No sólo soy, y no sólo vivo, sino que sé de mi ser y de mi vida. Y todo esto es una y la misma cosa. La forma originaria del saber que pertenece al ser y a la vida espiritual no es un saber a posteriori, reflexivo, en el que la vida se convierte en objeto del saber, sino que es como una luz por la que está atravesada la vida espiritual como tal. La vida espiritual es igualmente saber originario acerca de cosas distintas de sí misma. El saber de sí mismo es apertura hacia dentro, el saber de otras cosas es apertura hacia fuera”. CONÓCETE A TI MISMO Todos tenemos la experiencia interior de haber estado ofuscados por algo, y haber hecho o dicho cosas con las cuales luego, no estamos de acuerdo o no vemos del mismo modo. Algunos estados, como la depresión o la angustia, nos llevan a interpretaciones de nuestra vida o de la vida en general que, pasado el estado, son bien diferentes. Es como si se tratase de dos personas distintas en la misma cabeza, con dos lecturas del mundo. ¿Cuál es la verdadera, la más objetiva? ¿La del día triste o la del día alegre? Es posible que ninguna de las dos, tal vez una tercera sea la que coincide con la realidad. Así que ser más conscientes, más objetivos, y «estar despiertos» son cosas que parecen ir en la misma dirección. Con relación a nosotros mismos, no somos ni totalmente objetivos ni totalmente subjetivos, y nuestro grado de objetividad dependerá de la estructura psicológica de nuestra personalidad, así como de lo que estemos viviendo y de qué aspecto de nosotros mismos se trate. Los que dicen que nada sirve de la psicología académica o universitaria, sin haber leído a sus grandes exponentes y sin haber experimentado una terapia con un psicoterapeuta, están hablando, por lo menos, de lo que no conocen. Hay que decir que un verdadero investigador no descartará nada sin haberlo investigado primero, estamos en esa senda, indudablemente. Por otro lado, los que dicen que todo lo que se refiere a maestros, escuelas y técnicas milenarias es pura charla, sin haber leído a sus máximos exponentes y sin haber experimentado algunas de las técnicas propuestas, están actuando del mismo modo que los del grupo anterior, con el agravante de que, en este segundo caso se trata, en general, de personas con formación científica, y nada tiene de científico descartar posibles conocimientos que no se han investigado. Leer un escrito de Sigmund Freud o de Krishnamurti, para mencionar sólo un ejemplo de cada A TI MISMO COMO BASE FUNDAMENTAL DE LA FORMACIÓN HUMANA campo, puede aportarnos mucho sobre el conocimiento de nosotros mismos si lo leemos con la mente abierta, libre de demasiados preconceptos, e intentando no analizar un campo situándonos en la perspectiva del otro, sino tratando de ponernos en el mismo campo que es objeto de nuestra investigación. Experimentar una técnica de meditación puede aportar mucho a un psicólogo, así como al místico experimentar una psicoterapia puede acercarlo más a la realidad despejando la maraña de imaginación y supersticiones. Desde la perspectiva académica se dice también que estas tradiciones no son ciencia, sino religión, y que no poseen método. En relación a que estas tradiciones no poseen método, lo más propio, de conocerlas un poco más, sería decir «no poseen el método que nosotros utilizamos». ¿Cuál método es mejor? para responder a esta pregunta, debemos investigar y sacar nuestras propias conclusiones. Con respecto a que son religión y no ciencia, se olvida el hecho de que antes de la división del conocimiento humano en múltiples disciplinas, división que no tiene más de 200 años, los conocimientos no estaban separados como hoy los tenemos, sino que estaban dentro de la filosofía, que no es otra cosa, según la etimología del término y la definición de sus mentores que «amor a la sabiduría», y el lugar que la filosofía grecorromana ocupó en este «amor», lo ocupaban las religiones en otras culturas. Cabe destacar también, que la tendencia actual de la ciencia es ir haciendo un trabajo cada vez más interdisciplinario, teniendo en cuenta de que la atomización del conocimiento trajo graves consecuencias de perspectiva de los problemas, así que se está retornando a una unión del conocimiento. Por otra parte, ¿qué entendemos por ciencia sino el estudio metodológico de un objeto dado para conocer su verdad objetiva? ¿Y qué nos hace suponer que el sufismo o el hinduismo no cumplen con estos requisitos? ¿Que sus investigadores del plano psicológico creían en Dios? ¿Cuál sería, en tal caso, el problema? Muchos científicos actuales y pasados que hicieron grandes aportes a la ciencia también creían en Dios, como Einstein, y eso es una cuestión personal que no debería influir a la hora de evaluar sus investigaciones. No es condición necesaria, para ser científico, el ser ateo. Volviendo al tema central que nos ocupa: ¿es posible el auto conocimiento? Aunque se trate de utilizar a un psicólogo, a un líder espiritual, o a una escuela, seguimos con un autoconocimiento asistido. ¿Podemos hacer algo por nosotros mismos, sin necesidad de ninguna de estas asistencias externas? Hasta aquí se desprende de lo dicho que cuando hablamos de asistencia, hay una base de autoconocimiento que nos impulsó a buscarla, pero cuando hablamos de autoconocimiento parece ser necesaria 169 REV. OBSTET. GINECOL. - HOSP. SANTIAGO ORIENTE DR. LUIS TISNÉ BROUSSE. 2009; VOL 4 (2): 163-172 también una ayuda externa de algún tipo. Es decir, al no poder hablar en forma absoluta de objetividad y subjetividad por las razones que mencionamos, debemos hallarnos en algún grado de objetividad –o de subjetividad, dependiendo de la perspectiva-, y según sea ese grado en que estemos, necesitaremos más o menos asistencia para los múltiples problemas que se nos presenten en esta búsqueda de lo que realmente somos. O lo que es lo mismo, se trata de ir creciendo en objetividad para crecer en independencia. La pregunta clave entonces sería: ¿cuál es nuestro grado de objetividad, a partir de nuestra estructura psicológica? Es difícil contestar a esta pregunta con relación a nosotros mismos, y su respuesta necesitaría un conocimiento del todo, que aún no poseemos, y que difícilmente poseeremos. Crecer en objetividad, es romper el cordón umbilical y no significará cesar de oír o de prestar atención a las mismas fuentes que nos ayudaron en nuestros primeros pasos, sino tal vez a recrearlas, conservando sus aspectos esenciales o a «beber de otras fuentes», enriqueciéndonos con nuevos aportes y alejándonos del fanatismo al ver verdad, también, en otras posturas. La respuesta final entonces a si podemos hacer algo por nosotros mismos, sin asistencia externa, sería, a veces sí, a veces no. Siempre podemos cometer un error, y en esos casos, la asistencia es lo correcto, y siempre podemos acertar, en esos casos, la asistencia no es necesaria. Se trata entonces, de estar atentos y de no despreciar nada que pueda ser útil. Llegados a este punto, donde podemos decir que es posible el autoconocimiento, es posible crecer en objetividad, es lícito ser ayudado y a la vez actuar por sí mismos, y entonces nos podemos preguntar: ¿cómo desarrollar la objetividad? Si trasladamos esto al mundo psicológico, a las ideas propias, los valores, etc., el caso puede aplicarse de igual modo. Defender nuestros valores, por ejemplo, puede ser hasta loable, pero si nos identificamos con ellos podemos caer en el fanatismo y volvernos jueces de nuestros semejantes. La separación interior puede ser en ambos casos la clave para evitar la subjetividad, y separarse interiormente significa dejar de colocar el sentimiento de «yo», la propia identidad, en el objeto del cual deseamos separarnos. Pero entonces, ¿qué somos nosotros mismos? ¿Cuál es nuestra verdadera identidad? ¿Qué debemos considerar como Yo Real? Una ayuda para encontrar estas respuestas, es plantear la pregunta de un modo inverso: ¿qué no soy yo? Si nos preguntan: ¿Tú que eres? Muchas veces respondemos soy médico, abogado, etc. Pero antes de ser de la profesión que somos ahora, éramos la misma persona, es decir, teníamos la misma identidad. Y aunque cambiemos a otra profesión no perderemos por ello nuestra identidad. Podemos afirmar entonces que «yo» no es la profesión. 170 Podemos, por algunas circunstancias especiales de la vida, cambiar el nombre y apellido, ¿dejaremos por esto de ser quienes somos? No, no somos nuestro apellido ni nuestro nombre. Cuando teníamos doce años pensábamos de un modo, a los 20 de otro, a los 35 de otro modo sobre muchas cosas. Nuestros pensamientos cambian, pero la identidad fue siempre la misma en el transcurso del tiempo. Por tanto «yo» no soy mis modos de pensar. Las emociones son como estados interiores, ahora tengo ira, luego estoy tranquilo, ahora tristeza, luego alegría; pero las identidad es siempre la misma, seguimos hablando de la misma persona así que «yo» no es mis emociones. Lo importante es ver la posibilidad del autoconocimiento, y la posibilidad, para esto, de aumentar nuestro grado de objetividad en relación a nosotros mismos. Así que, el primer paso para ser más objetivos en la auto observación, es cambiar nuestra perspectiva del yo. Al dejar de ver pensamientos, cuerpo y emociones como yo mismo, me separo interiormente y puedo ir, poco a poco, observando con mayor objetividad mi mundo interno. En la práctica, el logro de esta separación está relacionado a la auto observación y la reflexión sobre la transitoriedad de lo que no somos, e incluso la posibilidad de cambiar conscientemente. LA BASE DE LA FORMACIÓN DEL SER HUMANO Queremos en esta parte de nuestro trabajo, esclarecer el concepto utilizado y que se refiere a la teosofía, conceptualmente “es la introducción al conocimiento suprasensible del mundo y del destino del hombre”. El conocerse a si mismo, implica el simple hecho de que en todo ser humano subyace el sentimiento y comprensión de la verdad. El sano pensar y sentir permiten hacer propio todo verdadero conocimiento de los mundos superiores. ¿A qué nos referimos con esta frase?, a que el hombre designa como “divino” lo más alto hacia lo cual puede elevar su mirada, y concibe su destino supremo en cierta relación con ese algo divino. Llamemos entonces “sabiduría divina” o teosofía a la sabiduría que, traspasando los límites de lo sensible, revela al hombre su esencia y, con ella su destino. También podemos utilizar la expresión “ciencia espiritual” con la que podemos designar el estudio de los fenómenos espirituales en la vida humana y el universo. “Tan pronto como el hombre nota la presencia de objetos en torno suyo, los considera en relación consigo mismo, y con razón, puesto que todo su destino depende si le gustan o le desagradan, de si le atraen o le repelen, de si le son útiles o le perjudican”, CONÓCETE este pensamiento de Goethe dirige nuestra atención hacia tres puntos diversos: • Lo primero son los objetos cuya existencia nos es revelada constantemente por nuestros sentidos y que podemos tocar, oler, gustar, oír y ver. • Lo segundo son las impresiones que estos objetos originan en nosotros: agrado o desagrado, deseo o aversión, según nos sean simpáticos y útiles, o antipáticos y perjudiciales e inútiles. • En tercer lugar están los conocimientos que adquirimos como ser cuasi divino para el universo, sobre estos objetos, estos son los secretos del obrar y lo que estos objetos nos revelan como símbolos. Estos tres niveles se distinguen netamente en la vida humana, y nos damos cuenta de que estamos vinculados con el mundo en tres distintos aspectos: • Primero que corresponden a lo que encontramos en el mundo como dado y que aceptamos como hecho. • Segundo que por esto convertimos al mundo en algo nuestro, propio, algo que tiene un real significado. • Y por último lo consideramos como una meta hacia la cuál debemos aspirar incesantemente por su perfecta armonía. Si nos referimos a estos tres niveles y tres aspectos que debe el hombre conocer para conocerse, es llegar a la concepción de lo que es el hombre: cuerpo, alma y espíritu. 1. La entidad corporal: por medio de nuestros sentidos conocemos nuestro cuerpo, su estructura armoniosa y fuerte, especialmente la del cerebro. 2. La entidad anímica constituye nuestro mundo interior propio. El sentimiento de que “soy yo” y no otro, es la impresión sensorial, la que nos causa placer o pena y por venir de los más íntimo e interno se liga a nuestra voluntad. El alma, como elemento propio, se enfrenta con el mundo exterior, del que recibe estímulos, por lo que la corporalidad se convierte en su soporte y fundamento para lo anímico. 3. Por su parte la entidad espiritual, nos guía por estos pensamientos para que podamos cumplir con nuestra misión en el universo; reflexionamos sobre nuestras percepciones y nuestros actos y adquirimos conocimientos acerca de ellos, así introducimos un nexo racional de nuestra relación con nuestra alma y con nuestro cuerpo. Para llegar a una concepción justa de si mismo, el hombre tiene que elucidar lo que en él significa el pensar y llegar a comprender la naturaleza esencial del ser humano, teniendo presente que el cuerpo es la base de lo anímico y lo anímico es base para lo espiritual. A TI MISMO COMO BASE FUNDAMENTAL DE LA FORMACIÓN HUMANA El alma entonces se encuentra entre dos necesidades, la del cuerpo y sus leyes gobernadas por la necesidad natural, y dejándose determinar por las leyes que le conducen a pensar correctamente, porque reconoce libremente esta necesidad. Gracias al pensamiento, el hombre traspasa los límites de su vida personal, logrando así trascender con su alma. Tiene convicción absoluta de que las leyes del pensar están de acuerdo con el orden del universo y en virtud de esta concordancia entre el cuerpo y el alma se siente en el mundo como en su propio hogar. La clave de esta antropología teosófica es la noción de persona en un sentido muy concreto, de ahí surge todo lo demás: libertad, pensamiento, belleza, corporeidad, amistad, solidaridad, pensamiento libre, verdadero amor, etc. No sirven las soluciones negativas, ni son suficientes las quejas, son necesarias las soluciones positivas reflejos de la verdad profunda. Este problema antropológico, tan central para la cultura de hoy, sólo puede encontrar una solución a la luz de eso que podríamos definir una «meta-antropología». Es decir, de la comprensión del ser humano como ser consciente y libre, «homo viator», que es, y que al mismo tiempo, está en devenir. La cultura de nuestro tiempo habla mucho del hombre y sabe muchas cosas sobre él, pero con frecuencia da la impresión de ignorar quién es verdaderamente. El hombre se conoce cuando va al fondo de sí mismo y ahí encuentra a Dios, ¿Es la verdad tan ansiada?, recordemos la anécdota que dice que ésta fue escondida por los sabios en un intento por colocarla donde el hombre no pudiera encontrarla, sino buscando en su propio interior, en el intento de introspección. Por esta senda marcharán muchos hombres en este espíritu humanista de pensar. Muchos también hemos escuchado la frase siguiente: «El hombre es de tres maneras: la que él cree que es; la que los demás creen que es; y la que él es verdaderamente». Así que vemos aquí otra vez que no siempre coinciden con la realidad los conceptos que tenemos de nosotros mismos o de los demás. Nos encontramos, entonces, de cara a la meta de conocernos a nosotros mismos, con este verdadero problema por resolver: ¿Cuál es? alcanzar la objetividad, ya que nos encontramos en un estado subjetivo, dormidos por nuestros propios intereses. No deberíamos tener miedo de llegar al fondo de las cosas. No es lo importante corroborar lo que pensamos, sino descubrir la verdad, para pensar acorde a ella. Freud era un investigador admirable en esto. Después de muchos años de investigación y de sostener incluso públicamente una postura, no dudó en recomenzar de cero y retractarse cuando nuevos descubrimientos lo llevaron a otras conclusiones. Las actitudes, las respuestas que damos, erróneas o no, frente a la vida, son el producto de nuestra 171 REV. OBSTET. GINECOL. - HOSP. SANTIAGO ORIENTE DR. LUIS TISNÉ BROUSSE. 2009; VOL 4 (2): 163-172 educación desde el hogar, pasando por la escuela, la universidad, la vida, los medios de difusión, los otros, etc. Uno puede reprogramar lo que ve incorrecto, y no dejará de ser quien es, no perderá con ello su identidad. Lo único que puede escapar a esta gran maquinaria programada del inconsciente, es nuestra consciencia. Pero creer que somos conscientes en forma absoluta, también es un gran error. El mismo Freud decía que la consciencia es apenas la punta del iceberg, y el resto, sumergido, es el inconsciente que determina la actitud de las personas.»La evolución del hombre es la evolución de su consciencia, y la consciencia no puede evolucionar inconscientemente». Conocerse es un arte y una ciencia, y requiere el compromiso de todo nuestro ser, además de ser una decisión que debe tomarse con la mayor determinación y consciencia de que seamos capaces. Si no nos juzgamos mal por las cosas equivocadas que hacemos; si no sentimos culpa; si nos damos cuenta de que nuestras actitudes son como programas automáticos pero no son en realidad nosotros mismos; si vemos nuestros estados como si miráramos en una película la vida de un personaje, poco a poco nos iremos entrenando en una autoobservación cada vez más exacta de nosotros mismos, y las «fotos» serán más reales y menos distorsionadas por nuestros intereses internos. Así conoceremos nuestras propias emociones, las manejaremos y lograremos el auto dominio emocional y la auto motivación en las metas de largo plazo, reconoceremos las emociones de los demás con esa capacidad empática de conectarse con las emociones, necesidades y sentimientos de los otros, y por último destacar lo óptimo en las relaciones interpersonales que serán saludables en un manejo de real comunicación. La idea del Bien y del Mal, y con ello nuestro sentimiento de pecado o culpa, es uno de los pilares que nos impulsan a la auto justificación, y a veces a mentirnos a nosotros mismos. La autoobservación nos traerá autoconocimiento, y éste último nos ayudará a comprender las actitudes de los otros, y a no identificarnos tanto con lo que nos hacen o dicen. Comprender a los otros nos ayudará a amarlos. Conoceremos entonces, métodos de estudio, predicción y control sobre nosotros mismos así como el importante aspecto de tener una noción de lo que debe ser nuestra conducta. LECTURAS RECOMENDADAS 1. VARAS J. Sócrates y Mayéutica. Rev. Obstet. Ginecol. Hospital Dr. Luis Tisné Brousse. 2009; Vol 4 (1):7-8. 2. R. GUÉNON, Mélanges, Capítulo VI: Conócete a tí mismo. Ed. Gallimard, Paris 1976. 3. MACINTYRE. Historia de la Ética. Ed. Paidos Studio. 1981. España. 172 Es nuestra convicción personal, por otra parte, que detrás del oculto portal de nuestro ser auténtico, se encuentra el descubrimiento del máximo tesoro, es decir, el encuentro con el Ser que da sustento a todo el Universo ¿La verdad? 4. PIERRE P. Grassé. El hombre, ese Dios en miniatura. Ed. Orbis S.A. Hyspamerica. 1986. Chile. 5. PANAGHIOTIS CHRISTOU – KATHARINI PAPASTAMIS. Mitología Griega. Ed. Bonechi. 2007. Italia. 6. ROBERT GRAVES. Los mitos griegos I, II. Alianza Editorial, Madrid 1989. 7. GAOS, JOSÉ. Antología filosófica: la filosofía griega. Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, 2000.