Homilía pronunciada por el Sr

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Insigne y Nacional Basílica de Santa María de
Guadalupe
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Homilía pronunciada por el Sr. Cardenal Norberto Rivera C., Arzobispo Primado de
México, en la Celebración de ordenaciones sacerdotales en la Basílica de Guadalupe
7 de Junio de 2014, Víspera de la Solemnidad de Pentecostés
Espero que cada uno de ustedes se sienta elegido, se sienta entresacado
entre los hombres, se sienta transformado. El Señor Jesús eligió a los que Él quiso
para que estuvieran con Él, y enviarlos. Así sucederá también con ustedes. Es el
Señor quien los elige, quien los llama. Y los llama para que estén con Él, para que
permanezcan con Él, para que sean de Él. Porque los quiere también enviar al
mundo, los quiere enviar a anunciar su Palabra, a realizar los signos de
santificación, a gobernar su pueblo santo.
Ustedes, por esta imposición de las manos, participarán del mismo
ministerio, del mismo sacerdocio que el Padre le confió a su Hijo Jesucristo. "Así
como mi Padre me envió, así yo los envío". Ustedes participarán de ese sacerdocio
de Cristo, evidentemente en segundo grado, en un grado distinto al del obispo, en
un grado distinto al del diácono, y distinto esencialmente del sacerdocio laical. Pero
están aquí, precisamente, porque un día, también por la fuerza del Espíritu Santo,
ustedes fueron consagrados, fueron hechos cristianos, recibieron el bautismo y la
confirmación que hicieron de ustedes creaturas nuevas. Y como creaturas nuevas
ahora reciben esta encomienda, este ministerio sacerdotal. Van a ser constituidos
mediadores entre Dios y los hombres. Y, por lo tanto, anclados profundamente en
el misterio de Dios. Esto exige una respuesta: escuchar continuamente ese
proyecto de Dios, esa Palabra de Dios. Porque son constituidos ministros de Dios,
mediadores entre Dios y los hombres. No podrían ser tales si ustedes no se
esfuerzan en responder a esa gracia que reciben, a esa elección que esta tarde
están aceptando: mediador entre Dios y los hombres. Por lo tanto, deberán cultivar
también las virtudes humanas. Esa capacidad, esos esfuerzos, esos adelantos que
el hombre va teniendo en nuestro mundo. Cuánta exigencia para aquél que es
elegido, que es llamado. Permanecer en Dios y, al mismo tiempo, estar en el
mundo para aprender del mundo aquellas cosas que los va a hacer semejante a los
demás, pero con capacidad de transformar a los demás.
Hasta aquí podríamos decir ustedes participan del ministerio sacerdotal, del
ministerio presbiteral igual que todos los presbíteros en el mundo. Pero quisiera
añadir una palabra de distinción, una palabra específica del ministerio que reciben
como presbíteros que van a ser consagrados para esta gran Ciudad de México. Van
a ser cabeza de la Iglesia, como Cristo es Cabeza de la Iglesia. Van a ser cabeza en
todos los ministerios: santificar, enseñar y gobernar. Otros presbíteros son
ordenados con un carisma especial para tareas muy específicas dentro de la Iglesia.
A ustedes se les presenta un ministerio en donde tienen que hacer cabeza de todos
los carismas, de todos los dones que el Espíritu Santo quiere confiar a su Iglesia.
Ese ministerio lo tienen que desarrollar en una variedad de culturas de nuestra gran
ciudad, en situaciones muy diversas, en esta Iglesia particular.
Es un reto que pocas veces los fieles cristianos consideran. El sacerdote
diocesano es aquél que tiene esa disponibilidad de hacer cabeza en todos los
ministerios en las más diversas culturas y circunstancias que se le presentan en su
Iglesia particular. ¡Y vaya que en esta gran ciudad hay diversidad de culturas y
diversidad de situaciones! Ahí es donde tienen que hacer ustedes su trabajo de
comunión entre los hombres y Dios. Su trabajo de comunión con el obispo, su
trabajo de comunión con los demás presbíteros, su trabajo de comunión para que la
comunidad que les va a ser confiada esté en comunión con las demás comunidades
que forman esta gran Arquidiócesis de México. Qué triste sería que por culpa de
alguno de ustedes toda una comunidad se aislara, no participara del proyecto
misionero, no participara de la vida que va fecundando, por obra y gracia del
Espíritu Santo, esta Iglesia particular. No dejen que sus comunidades queden
aisladas, queden al margen de la vitalidad que el Espíritu regala a esta Iglesia de
México.
Su ministerio se tiene que realizar en una parroquia, en una institución, en
un ambiente que necesariamente está estructurado, está organizado. A ustedes les
compete hacer presente a Cristo Cabeza; pero no son los únicos responsables de
realizar los ministerios, de realizar el proyecto de Dios en medio de nosotros. En
toda comunidad ustedes deberán contar con el Consejo de Pastoral, con el Consejo
de Asuntos Económicos. Ustedes deberán colaborar con aquellas organizaciones y
movimientos que ya están haciendo presente el anuncio de la Palabra, que están
organizados para que el culto de Dios se realice con toda dignidad, que hacen
presente el amor y la caridad constantemente. A ustedes les toca, sí, hacer cabeza
dentro de esas comunidades; pero con esa colaboración imprescindible de los laicos
y religiosos y religiosas que, ciertamente, estarán cerca de ustedes en su
comunidad.
Queridos jóvenes, me da alegría, me da gusto que acepten este llamado, y
que lo acepten precisamente en este momento. Porque ustedes saben que van a
estar en el mundo, pero no son del mundo. Y eso a ustedes les reclama el tener un
"sistema inmunitario" especial para no contagiarse del mundo, para no admitir el
pecado en su vida, para no aceptar en sus costumbres los criterios y estilos
mundanos. Para eso se necesita realmente una salud preventiva; que estén
prevenidos contra todo aquello que los pueda deteriorar, que puede nulificar la
vitalidad de su ministerio, que puede deshacer lo que Dios está construyendo en
ustedes.
Pero no basta, ya que ustedes están en el mundo para transformar el mundo
y no basta con que se curen, no basta con que se prevengan, no basta con que
estén atentos para no caer. Es necesario que tengan todo un proyecto para
contagiar, para contagiar al mundo de ese Espíritu que el Señor nos ha enviado,
para contagiar al mundo de la Palabra de Dios que nos ha sido confiada, para
contagiar al mundo de ese amor que ha sido derramado en sus corazones.
Que esta tarde ustedes se sientan por la imposición de las manos y la
plegaria, la oración, se sientan elegidos y amados, se sientan identificados con
Cristo Cabeza. Pero también se sientan llamados a responder con generosidad a
esa elección divina.
Que así sea.
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