Bisexualidad, Capitalismo y el ambivalente

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Bisexualidad, Capitalismo y Psicoanálisis: A propósito de las reflexiones
brindadas por Zaretsky
Camilo Sanchez Correa
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En las líneas siguientes procuraré reseñar adecuadamente el texto de Eli
Zaretsky publicado en la revista “New Left Review”, titulado “Bisexualidad,
Capitalismo y el ambivalente legado del Psicoanálisis” (nº 8, mayo-junio de 2001, Ed.
Akal S.A., pp. 92-117). De introitus el título ya resulta bastante sugerente, sospecha que
se comprueba a lo largo del texto mediante la aproximación a la idea fundamental sobre
la cual gira la exposición del autor, la cual trata de dar cuenta, precisamente, de las
relaciones producto de la dinámica estructural del capitalismo en el seno de sus
transformaciones con el paso del siglo XIX al modernísimo siglo XX. Bisexualidad y
psicoanálisis viene a completar la triada propuesta por Zaretsky, de tal suerte que
entienda la bisexualidad, por una parte, como un estado de “identificación” sexual
(“cuestión” género) y, por otra, como naturaleza específica que puede adoptar la
orientación del deseo sexual, la líbido en términos freudianos: todo, claro está, según lo
que la pregunta histórica sobre la vida privada ha arrojado respecto a estas “cuestiones”;
el psicoanálisis, por su parte, viene a ser la herramienta intelectual (cultural, si se
quiere) que, solo en un primer momento, se constituye como cierta forma de conciencia
subversiva que cuestiona toda la concepción decimonónica de vieja usanza respecto a la
sexualidad. Asimismo, contribuyó a echar por tierra los presupuestos moralistas
victorianos, esto es, todo un código moral sumamente represivo cuyas principales
imputaciones de todo aquello moralmente incorrecto solían cifrarse sobre ciertos sujetos
en particular, específicamente: mujeres, niños, ancianos, negros (“africanos” como se
les llamaba entonces), “incivilizados”, “primitivos”, “retrasados mentales”, clases
trabajadoras, inmigrantes, entre otros. Es allí donde Zaretsky afirma reconocer el
carácter subversivo del psicoanálisis, característico fundamentalmente durante los
primeros períodos de su fundación y consolidación.
En un segundo momento ocurre la transformación del psicoanálisis en disciplina
funcional del establishment. El psicoanálisis –como producto histórico de las
transformaciones acecinas durante el desarrollo del moderno capitalismo industrialasiste al advenimiento de la cultura de masas propia de la moderna metrópoli
Occidental, después de 1920 y superada la gran depresión del ´29; con el
disciplinamiento del saber psicoanalítico éste se adapta a los esquemas funcionales de la
sociedad Occidental en general y de la sociedad norteamericana en particular, y todo
para insistir en el “orden de las cosas”, en la conservación de ciertos ordenamientos
mediante el establecimiento del sistema sexual binario que obedece a la fórmula: “ó se
es hombre ó se es mujer” - todo determinado por el criterio biológico que se rige según
la verdad médica de los órganos genitales.
Allí en la relación histórica entre una forma de conciencia psicoanalítica
específicamente subversiva y un tipo de pensamiento y práctica psicoanalíticos
particularmente funcional con las estructuras sociales, económicas y políticas yace la
ambivalencia sistemática a partir de la cual se ha consagrado el quehacer psicoanalítico.
Sin embargo, creo conveniente describir en más detalle ciertos aspectos decisivos de la
transformación cultural de la cual el psicoanálisis es en su primer momento co-partícipe
fundamental; porque resulta primordial entender que estamos hablando de la cultura
liberal del siglo XIX, estatuida sobre la base de un capitalismo competitivo, de libre
concurrencia; dicha cultura apela a los valores fundamentales de la domesticidad, la
limpieza, la puntualidad, la moderación, la disciplina y la austeridad, así como erige
modelo a seguir al “caballero gentilhombre” razonable y autocontrolado, cuya
condición ejemplar le otorga el derecho de censurar y controlar cuanto sea necesario al
pagano, al “incivilizado”, al “inferior”, al “primitivo”, a la mujer, al negro, al amarillo,
al niño, al viejo, al proletario, al vagabundo, al inmigrante, etc. Son estos sujetos los que
esta moral considera dignos de cualquier estereotipo de “desviado” o “desviada”,
“antinatura”, entre otros, rancio parecer decimonónico que el pensamiento freudiano en
un primer momento echo por tierra al demostrar que las llamadas “desviaciones” –que
como tales solo deben atender a su posibilidad estadística-, o lo que desde la psiquiatría
el psicoanálisis y la psicología han llamado “patologías psíquicas” (morales, diría yo)
son problemas comunes tanto en hombres como en mujeres, y así con blancos y negros,
ricos y pobres, “civilizados” y “primitivos”, occidentales e indios, “aborígenes” y
negros.
Al preguntarse sistemáticamente respecto a la bisexualidad, el psicoanálisis,
llegado a la moderna sociedad de masas, parece no encontrar más camino que adaptarse
a los modelos funcionales que demandan jerarquías claramente establecidas consistentes
sobre el pilar del modelo (“único” modelo) de valoración sexual, el modelo binario al
que ya hemos aludido. Recordemos que hacia finales del siglo XIX, este “problema de
la bisexualidad” “se resolvió” acordando que lo que pasaba era que dentro de cada
hombre y cada mujer existían “corrientes” tanto femeninas como masculinas, así que el
modelo binario no había alcanzado la cumbre en la situación jerárquica: se encontraba
clarificando sus propios límites. Ya para el modernísimo siglo XX cierta interpretación
psicoanalítica sobrevaloró la orientación freudiana que, en un primer momento, vino a
dar pistas para hacer asociaciones entre hechos sociales concretos –llamados
patológicos- y la condición sexual predominante en el sujeto: así, asoció la histeria con
la condición bisexual al lado de otra “patología”, el narcisismo que se asoció con la
homosexualidad; por otra parte, contribuyó a la consolidación del sistema binario en el
momento en que otorgó atribuciones a “cada sexo” en primer lugar características, y
posteriormente estereotipadas sobre “su propia situación”: masculinidad es a sadismo
(posición activa) como feminidad es a masoquismo (posición pasiva).
No obstante, la orientación se transformaría directamente desde el propio Freíd,
que profundizando sobre sus estudios de “psicopatología social” contribuiría
enormemente a socavar por completo los vestigios decimonónicos heredados aún,
comprobando que, en efecto, la falta de autocontrol (histeria), la pasividad y la
dependencia son problemas universales y no meras “desviaciones” de mujeres,
trabajadores, negros, homosexuales, “primitivos”, etc.
Empero, yendo más lejos, el psicoanálisis de Freíd mantendría su bandera
subversiva toda vez que adoptaría como base general de su reinterpretación de la
sexualidad elementos como la infancia y el inconciente. Y a pesar de todas esas
transformaciones dentro de su propio discurso, los “macro-procesos” sociales
continuaron haciendo su propio trabajo, tal como lo hizo el capitalismo corporativista
que por “necesidad objetiva” debió erosionar ciertas bases de la cultura liberal
decimonónica. En este contexto se enmarca una de las más prolijas transformaciones en
la historia de la vida privada: más allá de la dicotomía espacio público-espacio privado,
que se debatía entre el hiper-masculino mundo del trabajo y el pueril mundo de la vida
hogareña, empezó a constituirse toda una serie de nuevos espacios intermedios en los
que ya tendría su cabida el moderno Yo del siglo XX, y entre plena cultura de masas, de
desplegar sentido y pulir su identidad: me refiero a las modernas y más recientemente
transformaciones sociales de la sexualidad, la invención de la adolescencia, la juventud,
las transformaciones sociales y la moderna experiencia de la niñez, etc. Se debe
advertir, pues, como lo que hoy conocemos como vida personal –con todos estos
modernos “accesorios” en verdad intrínsecos a su naturaleza- nace precisamente allí del
seno de la cultura de masas del siglo XX, con la colección de espacios en los que el
individuo moderno plasma sus formas de subjetividad bebiendo de múltiples fuentes
donde encuentra identificación como sujeto; igualmente, es en el mismo momento en
que asistimos a la primera oleada de modernización de la institución psiquiátrica, y con
ella la práctica de la moderna psicoterapia como tecnología inclusiva en desmedro de la
mala fama granjeada por la psiquiatría decimonónica; es decir, las disciplinas
psiquiátricas se van adaptando a las formas funcionales que el sistema social exige de
ellas, se incorporan a su funcionalidad ahora con el arribo de las transformaciones
dentro del capitalismo corporativista y la sociedad de masas, mientras hacia la
decadencia del capitalismo liberal de otrora su perfil fue notablemente crítico.
En conclusión, se trata de observar las transformaciones producidas al interior de
la conciencia psicoanalítica en consonancia con los procesos sociales, los mismos que
hicieron de un discurso revolucionario una disciplina institucional: En un primer
momento fue contundentemente subversivo respecto al establishment, por cuanto
contribuyó enormemente a socavar la concepción victoriana sobre nuestra propia
sexualidad; sin embargo, posteriormente pasaría a desempeñar el papel de sustento
técnico-teórico de la perspectiva binaria a la que ya nos referimos, contribuyendo al
establecimiento en esta ocasión mediante la justificación teórica (discursiva) de dicho
esquema.
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