Y tú ¿vives o vegetas? Ustedes estaban muertos a causa de las faltas y pecados que cometían, cuando vivían conforme al criterio de este mundo, según el Príncipe que domina en el espacio, el mismo Espíritu que sigue actuando en aquellos que se rebelan. Todos nosotros también nos comportábamos así en otro tiempo, viviendo conforme a nuestros deseos carnales y satisfaciendo las apetencias de la carne y nuestras malas inclinaciones, de manera que por nuestra condición estábamos condenados a la ira, igual que los demás. Pero Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, precisamente cuando estábamos muertos a causa de nuestros pecados, nos hizo revivir con Cristo –¡ustedes han sido salvados gratuitamente!– y con Cristo Jesús nos resucitó y nos hizo reinar con él en el cielo. Así, Dios ha querido demostrar a los tiempos futuros la inmensa riqueza de su gracia por el amor que nos tiene en Cristo Jesús. Porque ustedes han sido salvados por su gracia, mediante la fe. Esto no proviene de ustedes, sino que es un don de Dios; y no es el resultado de las obras, para que nadie se gloríe. Nosotros somos creación suya: fuimos creados en Cristo Jesús, a fin de realizar aquellas buenas obras, que Dios preparó de antemano para que las practicáramos. Ef -2,1-10 Meditación Uno puede ser “un muerto vivo” hasta si goza de buena salud, está en perfecta condición física y tiene buen humor. Porque la vida significa más que cómo funcionan nuestro cerebro y corazón. Según la Biblia, la vida es relación, en especial la más importante: la relación con Dios, el Donador de Vida. ¿Para qué te sirve un coche bien pintado si no lleva gasolina? ¿Y una lámpara bonita, si no hay electricidad? Igual de vacía es vida humana cuando le falta la vivificadora relación con Dios. Sobre este tipo de vida nos habla el Autor en el principio del texto: sobre una vegetación en la cual la guía única son nuestros antojos y caprichos, muy a menudo tontos y pecadores. Aunque nos parezca que controlamos nuestra propia vida, en realidad nos dejamos llevar por las sugerencias del mal espíritu, llamado aquí el Príncipe que domina en el espacio (nosotros creemos que los males espíritus tienen su sede debajo de la tierra, pero según muchos antiguos ellos vivían en una de las esferas encima de la tierra para poder observar las acciones humanas desde allá). Así pues, una persona que vive en pecado está muerta en lo que se refiere a la esfera más importante de la vida: en la vida en gracia; y aunque somos nosotros los culpables de nuestra muerte por haber roto las órdenes de Dios y la relación con Él, Dios encuentra un extraordinario remedio para nuestra muerte. Como nosotros mismos nunca conseguiríamos liberarnos del estado de muerte, el Hijo de Dios entra en esta realidad para extraernos de ella. Los iconos orientales ilustran esta acción de una manera bella: Jesucristo en el abismo, tomando a Adán y Eva por la muñeca, el lugar donde se siente el pulso. Cada uno de nosotros somos este Adán y esta Eva, y a cada uno de nosotros Jesucristo nos dice: “¡Lo he hecho todo para que tengas vida!”. Y no es nuestro mérito en absoluto, del mismo modo que no fue el mérito de la hija de Jairo o del joven de Naím que les fuese devuelta la vida. La vida es un don totalmente gratuito de Dios. Nosotros no merecemos nacer, y tampoco nuestras acciones, por más buenas que fueran, jamás tendrán suficiente valor como para devolvernos la vida de gracia perdida. Nuestra vida de gracia tiene un sólo precio: el precio de la sangre de Cristo. Estamos vivos cuando nos unimos con Él, cuando su Sangre nos purifica y cuando la bebemos. Basta venir y tomar este don, el don de nueva vida, de nueva creación. Porque el bautismo no significa únicamente “inscribirse en la Iglesia”. Durante el bautismo vivimos lo que Adán y Eva experimentaron en el Abismo: es cuando Jesús entra en nuestra muerte para extraernos a nosotros, muertos por causa del pecado, de la muerte a la vida. Sin embargo, es una vida totalmente diferente de la actual: es el inicio de la felicidad con Dios en el Paraíso. ¡A fin de cuentas, somos uno con Cristo, somos parte de su Cuerpo Místico! Por esta razón el Autor se atrevió a escribir que ya reinamos con él en el cielo, aunque todavía vivimos en la tierra: porque Cristo, nuestra Cabeza, está allí. Si estoy subiendo la escalera y mi cabeza ya está en la altura del primer piso, mi cuerpo entero pronto estará allá también. Cristo, nuestra cabeza, está en el cielo. Es un lugar está destinado para todos nosotros. Propuestas de preguntas: 1. ¿Mi vida hoy es una vida de verdad o apenas vegetación? ¿Por qué? 2. ¿Qué uso hago de la libertad que recibí? 3. ¿Acepto la misericordia y la salvación que Dios me da gratuitamente o intento merecerlas a toda costa? ¿Qué me impide aceptar estos dones? 4. ¿Cómo trato mis buenas acciones? ¿Me provocan orgullo, o acaso las uso para “sobornar” a Dios? 5. ¿Cómo entiendo la frase “Porque ustedes han sido salvados por su gracia, mediante la fe”? Traducción: Małgorzata Michalik Revisión: Jordi Requena