Centro de Innovación y Aprendizaje No basta con buenas intenciones Niels Rivas N. Director Centro de Innovación y Aprendizaje. Profesor Facultad de Artes Liberales. oy en día se encuentra ampliamente difundida la idea de que el aprendizaje es un proceso en el que el alumno debe participar sistemática y activamente, lejos de ser un mero receptor de información. Abundan en la literatura actual sobre docencia expresiones como “autonomía intelectual del alumno”, “construcción conjunta de conocimientos”, “aprendizaje a través de la experiencia”. Numerosas publicaciones realizadas en Estados Unidos corroboran lo anterior y promueven la llamada “enseñanza centrada en el participante”, tal como lo evidencia esta breve selección de fragmentos: “Los alumnos deben aprender a hacerse responsables de su propio aprendizaje”, (Learner centered teaching, Maryellen Weimer). “El aprendizaje activo no siempre debe pasar por la figura del profesor”, (Our underachieving colleges, Derek Bok). “Los mejores profesores estimulan la construcción de conocimiento en vez de transmitir un conocimiento ya envasado (…) invitan a los alumnos a desarrollar sus propias explicaciones y respuestas”, (What the best college teachers do, La “enseñanza centrada en el participante” ha tenido una difusión y aceptación cada vez mayor en la educación superior, siendo promovida por investigadores de reconocido prestigio, sin embargo, ¿ha ido esto acompañado de una discusión suficientemente rigurosa sobre las implicancias concretas de esta nueva forma de entender la docencia? Ken Bain). Es difícil oponerse a expresiones como estas. ¿Quién podría negarse al deseo de que los alumnos sean personas más independientes y participativas, capaces de formular opiniones y de contribuir al desarrollo de la clase mediante sus propios hallazgos? Nadie, seguramente. Por esta razón, resulta especialmente llamativo el hecho de que hoy en día se presenten voces disidentes que ponen una nota de interrogación sobre estos postulados, como sucede con la académica sueca Inger Enqvist, quien cuenta a su haber con una gran cantidad de publicaciones en las que fustiga el “constructivismo” y la forma en que este ha sido aplicado en la pedagogía, señalando que el propósito de implementar un sistema de enseñanza centrado en la participación del alumno y en la convicción de que este debe construir su propio conocimiento, ha provocado, paradójicamente, un gravísimo deterioro en la educación sueca, cuyos índices de calidad han caído a los niveles más bajos que dicho país ha conocido en los últimos treinta años. Las ideas de Enqvist han causado revuelo a nivel internacional, dando pie a una discusión que -afortunadamente- no pasó inadvertida en nuestro país. En efecto, hace poco más de un mes el CEP organizó un seminario titulado “La educación desvirtuada”, en el cual la principal invitada fue la profesora Enqvist, quien expuso sus planteamientos más polémicos y participó en un debate con importantes investigadores nacionales, como Francisco Claro, Decano de la Facultad de Educación de la UC, y Arturo Fontaine, Director del CEP. Si bien la crítica realizada por Enqvist en el seminario me pareció, por momentos, algo destemplada y portadora de una carga ideológica demasiado visible (realmente, al escucharla, daba la impresión de que la educación sueca estaba desde hace décadas en manos de una tropa de subnormales), es indudable que muchas de sus reflexiones son insoslayables para quienes nos dedicamos a la docencia. Como señalé en un principio, la “enseñanza centrada en el participante” ha tenido una difusión y aceptación cada vez mayor en la educación superior, siendo promovida por investigadores de reconocido prestigio, sin embargo, ¿ha ido esto acompañado de una discusión suficientemente rigurosa sobre las implicancias concretas de esta nueva forma de entender la docencia?, ¿qué conlleva, exactamente, la aplicación de este modelo al momento de definir el rol del profesor, la función e importancia de los contenidos, las metodologías docentes, los criterios de evaluación, por nombrar algunas "El protagonismo del estudiante, para que sea productivo, para que sea traduzca en resultados concretos y sustanciales, debiera siempre desplegarse sobre la base de una estructura cuidadosamente -estratégicamente- diseñada por el profesor". de las variables centrales del proceso de enseñanza y aprendizaje? A mi juicio, el aspecto más valioso de la crítica formulada por Enqvist consiste, precisamente, en que ella pone una luz de alerta sobre el hecho de que estas preguntas no han sido respondidas con la seriedad necesaria, lo cual, en la realidad sueca, desembocó en una aplicación irreflexiva de reformas educacionales sumamente bienintencionadas, que en nombre de la “autonomía intelectual” de los alumnos y de las ideas de “modernidad” e “innovación”, terminaron ocasionando, sin embargo, un enorme perjuicio al sistema educacional. Nada más ilustrador, por lo tanto, que revisar en qué consistió ese perjuicio e indagar en las causas que lo produjeron, ya que los argumentos de Enqvist exceden sin duda el marco de su país y representan una experiencia pertinente para toda persona que se dedique a la enseñanza. En primer término, Enqvist señaló que la aplicación del modelo constructivista en Suecia significó que los profesores se despreocuparan de las materias. Vale decir, se puso un énfasis muy marcado en el “cómo” pero se relegó a un segundo plano el “qué”. Así, bajo el supuesto de que lo importante era generar participación y motivar al alumno a que él mismo descubriera las respuestas, paulatinamente fue disminuyendo la rigurosidad con que los profesores entregaban los conocimientos “duros” de las respectivas disciplinas. Dicho de otro modo, la idea de que había materias objetivas que los alumnos debían dominar fue cediendo ante la creencia de que lo prioritario era que el participante construyera su propia visión y entendimiento respecto de tales materias, lo cual, según reveló la evidencia empírica, solía derivar en un subjetivismo inane. Posteriormente, Enqvist cuestionó la excesiva valoración que suele atribuirse a las actividades en clases (presentaciones de los alumnos, trabajos grupales, debates...), así como a la dimensión lúdica del aprendizaje. A su juicio, ni el juego ni el “hacer” ni la dimensión experiencial tienen un valor pedagógico intrínseco y, en consecuencia, estos sólo serán provechosos en la medida en que estén al servicio de procesos y desafíos cognitivos apropiados: seleccionar información relevante, organizar contenidos, integrar conocimientos y aplicarlos a nuevos contextos, etc. La investigadora recalcó que muchas veces las actividades pedagógicas tienen una apariencia atractiva y elegante pero adolecen de completa inutilidad cuando se mide qué fue, concretamente, lo que los alumnos obtuvieron gracias a ellas. Otra vertiente de su crítica estuvo dirigida al hecho de que los alumnos fuesen enseñados bajo la premisa de que toda opinión es válida, en el entendido de que el conocimiento sería, fundamentalmente, un proceso de construcción individual. Con ello, señaló la investigadora sueca, se termina por desculpabilizar la ignorancia, los buenos alumnos pierden incentivos para esforzarse y se provoca una distorsión nefasta en el sentido de que pareciera que ya no es importante adentrarse en el estudio riguroso de una materia para emitir una opinión válida sobre ella. Tras escuchar los puntos más importantes de la crítica presentada por Enqvist, queda claro que, a pesar de la vehemencia con que disecciona los métodos pedagógicos implementados en Suecia, su cuestionamiento no se dirige, realmente, a los fundamentos de la “enseñanza centrada en el participante”, ni a los objetivos y criterios que le son propios; toda su energía está puesta, más bien, en evitar a toda costa que esta forma de entender la enseñanza se convierta en una sucesión de clichés y de fórmulas metodológicas tan bienintencionadas como fútiles. Y el profesor, ¿qué papel juega exactamente en esta discusión? Ciertamente, es importante conferirle responsabilidad al alumno en el proceso de aprendizaje, fomentar su autonomía y creatividad, empujarlo a descubrir y a reflexionar, darle espacio para que pueda ser copartícipe del proceso de construcción de conocimiento, sin embargo, es muy posible que nada de esto represente un progreso real para el alumno si no existe una conducción robusta y directa por parte del profesor. El protagonismo del estudiante, para que sea productivo, para que sea traduzca en resultados concretos y sustanciales, debiera siempre desplegarse sobre la base de una estructura cuidadosamente -estratégicamente- diseñada por el profesor. En primer lugar, esto supone la tarea de establecer con claridad cuáles serán los objetivos de aprendizaje, lo que en la práctica significa definir aspectos tales como: ¿qué preguntas serán capaces de responder los alumnos al término de la clase?, ¿qué acciones serán capaces de llevar a cabo?, ¿qué clase de problemas podrán resolver?, ¿qué información y qué conceptos importantes habrán incorporado a su acervo intelectual?, ¿qué habilidades habrán ejercitado? Por cierto, la definición de objetivos pedagógicos es inseparable de la elección de técnicas y metodologías docentes apropiadas, lo que implica un importante trabajo previo de planificación: la elaboración de un “mapa de ruta” o “guión” que contemple las acciones necesarias para lograr el cumplimiento de las metas propuestas. Igualmente importante será que el profesor determine cuáles son las herramientas teóricas con que deben contar los alumnos para enfrentar los requerimientos y desafíos de la sesión, de otro modo es altamente posible que se extravíen a mitad de camino o, simplemente, que desarrollen de forma muy limitada su potencial. “Sin una base apropiada, la autonomía no es productiva”, sentenció Inger Enqvist en una entrevista dada a El Mercurio pocos días después de su presentación en el CEP. En suma, lejos de convertirse en un mero “facilitador” o “moderador” dentro de la sala de clases, el profesor adquiere un papel especialmente importante y complejo cuando la enseñanza pretende centrarse en el aprendizaje efectivo del alumno. Asimismo, si no se imprime suficiente rigurosidad en el plano de los contenidos, la participación de los alumnos posiblemente se verá limitada a la formulación de argumentos estereotipados, confesionales o meramente subjetivos, y en consecuencia el “método” prevalecerá sobre la sustancia (que es, precisamente, lo que puede aniquilar con mayor eficacia el valor de un método y de todas sus loables intenciones). Si no se imprime suficiente rigurosidad en el plano de los contenidos, la participación de los alumnos posiblemente se verá limitada a la formulación de argumentos estereotipados, confesionales o meramente subjetivos. Bibliografía consultada: • Bain, Ken. What the best college teachers do. Cambridge, US: Harvard University Press, 2004. • Bok, Derek. Our underachieving colleges. Princeton, US: Princeton University Press, 2008. • Weimer, Maryellen. Learner-centered teaching. San Francisco, US: Wiley, 2002.