Tenemos que comenzar por el principio. Antes de esa incansable producción creadora, que supo utilizar las propiedades de las cosas para inventar novedades, que convirtió la dureza del mármol en estatua, o el cimbreante1 bambú en caña de pescar, o el gruñido en palabra, tuvo lugar una creación aún más misteriosa, que no podemos contemplar ni datar, sino solamente inferir 2. En lo más íntimo del ser humano, que apenas acababa de evadirse de las certezas y automatismos animales, tuvieron que surgir habilidades gigantescas, cosmogónicas: el lenguaje, la colaboración entre grupos extensos, la capacidad de controlar los impulsos mediante profundas coacciones sociales y la inaudita facultad de anticipar el futuro. Cosas todas enigmáticas. […] Por lo que sabemos hasta ahora, parece claro que la sociedad, con sus ventajas y exigencias, con sus complejidades y riesgos, fue modelando, ampliando, cultivando el cerebro y el corazón humanos. Somos híbridos de neurología y sociedad. La cultura no es más que un cultivo mental, labranza la llamaban nuestros clásicos, siembra y cosecha de invenciones, empeño por dirigir convenientemente la fecundidad de la inteligencia, tan peligrosa a veces. Pero, hasta conseguirlo, ¡cuántos esfuerzos, dramas, titubeos, problemas! Hay razones para pensar que todas las sociedades humanas debieron de tener muy pronto sistemas normativos para organizar la convivencia y la colaboración, y también para poder resolver de forma adecuada los inevitables conflictos. Una vida tan precaria y amenazada no se podía permitir el lujo del individualismo ni del enfrentamiento. La misantropía3 es locura, y la soledad, la muerte. Podemos rastrear los primeros ensayos de sociabilidad en sociedades muy elementales que perviven. Catherine Lutz, una antropóloga que convivió con la tribu de los ifaluk en un atolón4 de la Melanesia, cuenta que ese pueblo, que vive en un clima hostil, a merced de los ciclones y del inclemente mar, desconfía de la felicidad personal, porque cree que quien se siente satisfecho con su suerte, su situación o sus propiedades, se va a desentender del destino de los demás. Piensan que el bienestar es egoísta y que la supervivencia del grupo está por encima de las satisfacciones particulares. Es su condición indispensable. José Antonio Marina y María de la Válgoma, La lucha por la dignidad, Ed. Anagrama 1 Cimbreante: que tiene disposición para doblarse. Inferir: deducir una cosa o idea de algo. 3 Misantropía: cualidad del misántropo, persona con aversión al trato humano. 4 Atolón: isla de forma anular comunicada con el mar por pasos estrechos. 2 [Clasificación] El texto es un fragmento de la obra La lucha por la dignidad, escrita por el filósofo José Antonio Marina y su colaboradora habitual, María de Válgoma. Una obra que trata sobre la dimensión social del ser humano, con un registro estándar de la lengua, dirigido a un público general. Tanto por el contenido del texto como por la forma, se aprecia que la modalidad discursiva predominante es la argumentativa, si bien encontramos también el discurso expositivo (sobre todo en el último párrafo, cuando se habla de la tribu de los ifaluk y su forma de vida). Volveremos sobre ello cuando hablemos de la estructura del texto. En cuanto a las funciones del lenguaje presentes, la de mayor peso es la expresiva (puesto que aparece la opinión de los autores, incluso entre signos de admiración), si bien encontramos también rastros de la función referencial (unida al discurso expositivo ya mencionado) e incluso de la función apelativa (“Tenemos que…”). Si a todo esto añadimos pinceladas de la función poética (“convirtió la dureza del mármol en estatua, o el cimbreante bambú en caña de pescar…”), propia de los textos literarios y la ausencia de ficción en el texto, así como un marcado carácter divulgativo, llegamos a la conclusión de que nos encontramos ante un texto humanístico, concretamente ante un ensayo, [Estructura y tema] que presenta una estructura inductiva: los tres primeros párrafos desarrollan diversos ejemplos y argumentos basados en el sentido común (“por lo que sabemos”, “hay razones para pensar”) que nos llevan directos a la tesis, en el último párrafo: “la misantropía es locura, y la soledad, la muerte”, o lo que es lo mismo, necesitamos de la sociedad para sobrevivir, individualmente y como grupo, lo que Marina y Válgoma refuerzan con el último ejemplo de la tribu de los ifaluk, que piensan que el bienestar personal es una amenaza para la supervivencia del grupo, pues nos vuelve egoístas. [Análisis por niveles lingüísticos] Al tratarse de un texto humanístico que defiende una tesis, el léxico utilizado busca, por un lado, la claridad (de ahí que sea relativamente sencillo, si exceptuamos algunas palabras como “cimbreante” o, quizá, “misantropía”), y por otro, la persuasión, lo que abre la puerta a la subjetividad y la connotación. Unas características (claridad y subjetividad) que quedan patentes al analizar los distintos niveles lingüísticos. Que el texto intenta ser lo más accesible posible es algo que se ve, en el nivel fónico, por el uso de un registro estándar de la lengua (con rasgos de nivel culto que, sin embargo, no dificultan la comprensión del texto, como ya indicamos al principio del comentario) y un claro predominio de la entonación enunciativa5 para la presentación de la información, aunque también encontramos entonación exclamativa al comienzo del tercer párrafo (“¡cuántos esfuerzos, dramas, titubeos, problemas!”), para reforzar la idea en el lector de que la humanidad ha tenido que sortear muchas penalidades en su camino hacia la sociedad y la cultura. En el nivel morfosintáctico, para garantizar la implicación del lector, predomina la primera persona del plural (“tenemos”, “sabemos”). El uso del presente de indicativo (“sabemos”, “hay”) y del pretérito perfecto de indicativo (“convirtió”, “fue modelando”) otorgan un carácter universal al texto. Los diversos adjetivos esparcidos a lo largo del texto (“incansable producción creadora”, “habilidades gigantescas”, “creación (…) misteriosa”) y los distintos complementos preposicionales (“híbridos de neurología y sociedad”, “el lujo del individualismo”) cumplen una doble función: valorativa (con un significado connotativo de desmesura, que viene a reforzar, de nuevo esa idea de cuánto ha costado el logro de la sociedad) y aclarativa, pues ayudan a precisar el significado de los sustantivos a los que acompañan, en aras, de nuevo, de la claridad y sencillez que permitan al lector 5 Hay tres tipos de entonación: enunciativa, interrogativa, exclamativa y volitiva (mediante la que se expresan deseos). asimilar mejor la idea principal del texto, para lo que además se emplean recursos como el paralelismo (“que supo”…”que convirtió”), la elipsis y oraciones atributivas (la misantropía es locura y la soledad, la muerte) y, ya a nivel léxico-semántico, recursos de repetición como las enumeraciones (“o en cimbreante bambú en caña de pescar, o el gruñido…”). Precisamente, en el nivel léxico-semántico destacamos la existencia de dos campos asociativos alrededor de los cuales se estructura todo el texto: de un lado, la sociedad, que “con sus ventajas y exigencias, con sus complejidades y riesgos” (es frecuente el uso de estructuras bimembres), favorece el cultivo de la inteligencia y de los sentimientos (para referirse a ellos utiliza la metonimia, “cerebro” y “corazón”; como ensayo que es, no renuncia al lenguaje literario), mediante distintos recursos: el lenguaje, la colaboración, el control de los impulsos, los sistemas normativos…”habilidades gigantescas”, ”cosas todas enigmáticas”; del otro lado, todo aquello que pone en peligro la existencia de esa sociedad: “las certezas y automatismo animales”, “los inevitables conflictos”, “la misantropía”, “la soledad”, el egoísmo que sólo pueden llevar (es la tesis del texto) a la locura y a la soledad. Si José Antonio Marina y María de la Válgoma no consiguen convencernos de ello, en fin, poco les falta.