LA ESCUCHA

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LA ESCUCHA
Si otros fueron malos tiempos para la lírica, los nuestros son malos tiempos para el
silencio, la materia prima de la escucha (un parentesco bastante cercano como puede
verse). El silencio y el silencio en comunidad son ejercicios de los que la vida cotidiana
provee poco (tal vez, el cine, alguna conferencia, alguna asistencia a
representaciones...¿hacen algo de esto los alumnos?). Las aulas no son en ese sentido
una muestra contraria: el silencio no es en ocasiones su mayor virtud. Sin embargo, el
problema no es que los alumnos no sean capaces de estar callados (lo que sería una
actitud negativa por nuestra parte: negarles el habla), es que en ocasiones no escuchan
(lo que es una falta de actitud positiva por su parte). Según Vilá (2005) el tiempo de
escucha activa y focalizada de los adolescentes está alrededor de 15-20 minutos.
Que les quede claro a los alumnos: la escucha no es no hacer nada, la escucha es la
actividad del silencio. Acostumbrados a lo espectacular, una habilidad tan humilde
como la escucha ha pasado a tenerse por la no acción o la pasividad, cuando la escucha
es todo lo contrario. Miles de personas desearían tener frente a sí alguien que hiciera
esto (y he dicho hiciera): escucharlos. Miles de personas nos hablan, pero parece que en
la sociedad occidental actual, los que escuchan son cada vez menos. A los lamentos por
la muerte del lector, habrá que unir la muerte del escuchador. Podríamos reflexionar
aquí sobre si la decadencia (supuesta) de la lectura no está en parte también causada por
la muerte del silencio, de la escucha, por la soberanía (tiranía) del ruido.
La escucha es también una gran desconocida entre quienes se ocupan del lenguaje.
Suele presentarse como suceso final: la recepción del mensaje. La escucha no es el final
del acto, sino el principio: quien no escucha no puede contestar. La escucha sirve
también para planificar la respuesta y evaluar lo oído. Ciertos actos están motivados por
la escucha (no sólo las respuestas verbales): asentir, tomar apuntes, preguntar una duda,
levantar acta, dar un recado... son comportamientos del lenguaje oral o escrito que
presuponen una escucha selectiva y resumidora o evaluadora.
La escucha exige competencias diferenciadas en parte, según se trate de escuchar un
discurso espontáneo, en el cual la planificación por parte del hablante es mínima, o se
trate, por el contrario, de un discurso controlado, con un nivel más alto de planificación
por parte del hablante: en este segundo caso, las capacidades son similares a las de la
lectura, mientras que en el primer caso tiene particular importancia la competencia
pragmática, porque el texto producido es lingüísticamente imperfecto y normalmente
exige una referencia a la situación (Lugarini, 1995).
Según Pavón (cit. Lugarini) el proceso de didáctica de la escucha supone:
1. Aclarar la finalidad y crear expectativas.
2. Proveer de instrumentos (material de apoyo) para focalizar la escucha.
3. Resumir la comprensión y proyectarla a otra acción.
Lamentablemente lo único que se suele proponer para favorecer la escucha es la
pregunta o el mandato, o una forma similar de objetivo que mantenga la atención, pero
estos objetivos suelen ser exclusivamente de búsqueda del sentido, la escucha
comprensiva.
La escucha es también una habilidad social básica (atender) y está implicada en otras
muchas habilidades sociales que la presuponen (responder a la persuasión). Como
habilidad social, la escucha personal supone el principio de la empatía con la otra
persona. De esa falta de escucha suelen quejarse las mujeres respecto de los hombres
(Marina), lo mismo que los hombres, por cierto, nos quejamos de lo mucho que hablan
las mujeres (al menos, algunas). La verdadera ejecución de la escucha no se aprecia ya
mientras se oye (asentimientos, miradas, confirmaciones...), sino cuando se termina de
oír, por lo que la escucha no puede separarse del habla, no ya porque tienen que darse
juntos por definición, sino porque ciertas muestras del habla, son en realidad
manifestaciones de la escucha. Habla y escucha no se suceden, se solapan.
Respecto a la enseñanza de la escucha podemos distinguir dos tipos: escucha de textos
orales formales y escucha de textos orales informales.
En los primeros, la actividad suele ser la comprensión y la actitud, la atención; mientras
que en los segundos, la actividad suele ser la implicación y la actitud, la empatía.
Obviamente se trata de grados. En la asistencia a una conferencia, predomina una
escucha meramente comprensiva según la cual debe mantenerse una actitud disciplinada
de atención constante, hasta aparente aunque no real. En la conversación privada,
predomina por el contrario una escucha en la que el oyente se implica (proporciona
gestos continuos, interrumpe en ocasiones...) con el objetivo de llegar a ponerse en el
lugar del otro (empatizar).
Vistos como actos prototípicos, aparte de presentar características semejantes, la
enseñanza de la escucha formal presenta semejanzas con la lectura (como se dijo más
arriba), mientras que la enseñanza de la escucha informal puede encontrar su mejor
modelo de educación en las habilidades sociales. Dentro de las habilidades, existe una
que precisamente consiste en la ejecución de la escucha y su enseñanza: la mediación.
La mediación es una habilidad social superior: la capacidad de escuchar dos versiones
de un conflicto y encauzar un acuerdo. La mediación en conflictos podría ser un acto
altamente educativo de la escucha en ambiente informal, aunque esto sea sólo una
sugerencia.
En resumen, el modelo de la enseñanza de la escucha comprensiva (preferentemente
formal) es semejante al de la lectura: enseñar a comprender lo que se oye, a apreciar sus
cualidades expresivas si las presenta, a disfrutar de la escucha literaria... Sus actividades
típicas son:
- Toma de apuntes.
- Escuchas dirigidas o planificadas: cuestionarios de respuesta.
- Ejercicios con los ojos tapados o de espaldas.
- Escucha crítica.
- Escucha de instrucciones.
- Escucha de lectura expresiva.
Las destrezas de lectura comprensiva aplicadas al lenguaje oral sirven de pauta en este
caso.
Entre todas las actividades, no podemos pasar por alto la importancia de la lectura en
voz alta o expresiva en clase. Comúnmente se culpa de falta de escucha al que habla, no
al que oye, por no haber sabido mantener la atención, lo que es sin duda un duro reto
aunque sea razonable. Este reto nos invita a plantear lecturas o disertaciones que puedan
provocar la escucha conformando un clima de silencio espontáneo y comunitario en el
aula. Sin duda es esta de las experiencias más gratificantes que un profesor puede tener
en común con su alumnado. En una ocasión leí la transcripción y análisis de la clase de
un profesor que comenzaba con la lectura de un poema. La clase no era de Literatura, ni
de Lengua, era de Ciencias Naturales y el tema que desarrollaba, el agua. La escucha
emocional puede servir puntualmente sin pretensión de que el alumno aprenda nada
más: leer por leer, que escuchen por el gusto de escuchar. Leer textos breves por el
simple gusto de leerlos. El primer cuento del libro de Bucay Déjame que te cuente,
constituye una narración sencilla con la que muchos estudiantes pueden sentirse
identificados. Podemos leerlo cuando estudiemos la literatura medieval, porque el libro
de Bucay no es más que El Conde Lucanor de nuestro tiempo, pero también podemos
leerlo por el gusto de educarlos en la escucha: hoy me gustaría leeros esto antes de
comenzar la clase (curiosamente los alumnos se lo creen, porque desde que el profesor
dice eso, la clase ha comenzado, pero los alumnos se dejan engañar, saben que el
profesor se refiere a que leerán sin necesidad de pensar en una nota o un examen).
Hablarles de la vida de Miguel Hernández y leerles un poema suyo es otro ejemplo que
difícilmente cae en saco roto.
La escucha supone tres momentos sobre los que actuar: la preparación, la escucha
propiamente dicha y la respuesta. Hay que actuar sobre las tres fases tanto a la hora de
enseñar como de evaluar.
La preparación es una contextualización de la escucha que determina la situación y los
participantes. En la clase, suele representarse por condiciones y finalidades de escucha:
vamos a leer un poema y tenemos que..., vamos a asistir a una obra de teatro y
debemos...
Durante la escucha, además de efectividad, se distingue una escucha activa y una
escucha pasiva, cuya diferencia no hace falta explicar. No está de más reflexionar con
los alumnos sobre los signos cinésicos y proxémicos (gestos, posturas, movimientos...)
básicos apropiados para cada tipo de escucha y que dependen de la formalidad del acto.
La escucha comprensiva puede utilizar o no apoyo escrito. Cuando no se utiliza apoyo
escrito, la persona recurre igualmente a estrategias de comprensión, análisis y
memorización: resúmenes mentales progresivos, autopreguntas (¿no ha repetido eso ya?
¿no se está contradiciendo?...) y toda suerte de estrategias (similitud con la lectura).
La escucha empática (más personal y privada) correspondiente al lenguaje oral informal
da muchas más muestras afectivas tanto de agrado como de desagrado y permite, como
dijimos, interrupciones y solapamientos con el interlocutor (hasta cierto punto).
El tipo de escucha (el tipo de discurso hablado) condiciona el tipo de respuesta:
expresión o acción comprensiva o empática: escuchar y hablar o actuar en
consecuencia. La respuesta es el segundo indicador de calidad de la escucha, pero valida
la incertidumbre sobre la fase anterior (en la que es fácil mentir).
Por otro lado, como hemos visto, la enseñanza de la lengua oral, particularmente la
informal, encuentra su mejor modo de desarrollo en el aprendizaje del comportamiento
(las habilidades sociales, el aprendizaje cooperativo, la mediación), es decir, en un
aprendizaje realmente pragmático, altamente procedimental y actitudinal y poco
conceptual. Esta sería una verdadera enseñanza de lo que es hacer cosas con palabras.
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