Breve historia de las deformaciones psiquiátricas de moda

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Breve historia de las deformaciones psiquiátricas de moda
Gerardo Spatola
No estamos acostumbrados a escucharnos. Es más podríamos afirmar sin vehemencia
pero con la firmeza necesaria que: Estamos acostumbrados a no escucharnos. Estamos
acostumbrados a oír el sonido vagamente humano que se profiere desde distintas
bocas y que llegará a nuestra conciencia para producir distintas posibilidades de
ensoñación. Soñamos el habla de los otros, soñamos con y en las palabras de los
demás (si lo hacemos con las nuestras se nos dirá: es un poeta). Sigamos a un filósofo
cuando nos decía que hay que: oír el lenguaje. Buena advertencia. Claro está, cuando
se puede oír el lenguaje es porque ya se llegó. Se llegó a oír más allá de las bocas,
más allá de los nombres, más allá de los emblemas. Y ese más allá ¿dónde queda?
Acá. Siempre acá. De lo común puede surgir lo no común. No estamos acostumbrados
a escucharnos pero es posible. Oír el lenguaje es oír lo que se dice y no quien lo dice.
Oír el lenguaje es oír desde donde se dice y no qué se dice. Oír el lenguaje es
interrogar y no aceptar. Oír el lenguaje es desmontar los aparatos de dominio de los
significados (usuales) y las categorías previas. Las teorías (cualquiera sea) tienen
categorías previas que sirven para ordenar (clasificar) y ordenar (ubicar en un orden).
Las teorías tienen sus servidores. Las teorías tienen todo lo necesario para impedir que
escuchemos de qué se trata con la vida de alguien. De qué se trata la vida de alguien.
De qué se trata en su existencia. El texto que continúa expone las trampas y señuelos
en los que podemos incurrir. La labor opuesta también es posible: se puede salir de
ellos.
Sergio Rocchietti
Para empezar la deformación pedagógica del autor se divide en dos etapas educativas:
la primera hasta recibirse de médico en la facultad pública y la segunda hasta terminar
la residencia hospitalaria de psiquiatría. Manifestar “ganas” de convertirse en
psiquiatra siendo un estudiante de medicina, expone al autor a la inmediata crítica
fundamentalista de la universidad. O sea la desvalorización académica de “lo
psicológico” frente a una idealización doctrinaria de “lo orgánico” enseñada por
soberbios clínicos y cirujanos. Entonces se considera a la devaluada psiquiatría como
“aquella especialidad no médica que tampoco merece ser médica algún día”. Una
enseñanza invalidante para el médico “que se atreva” a ser psiquiatra y marginarse
académicamente rumbo al castigo del tótem universitario. Sin embargo el
padecimiento del autor se renueva en forma invertida cuando ingresa a la residencia
de “salud mental”. Así sufre un nuevo cuestionamiento fundamentalista al pasar a ser
considerado “el fiel representante del sádico Orden Médico” por el psicoanalismo
militante. O sea soportar la acusación de adherir fervientemente al “Discurso del Amo”
donde una perversa “Mirada satisfecha de eterno Goce” disfruta del placer de “no
escuchar al Sujeto”. Pero el autor sobrevive a la descalificación profesional pregonada
por los “Amos del Discurso” que de tanto “hablar de la falta estructural” parece que a
ellos “ya no les falta más nada”. Así en esta paradoja alienante uno puede ser
doblemente condenado por crímenes opuestos desde jurados religiosos antagónicos.
Coincidiendo con Esquirol cuando escribe: “... siempre me detuve ante los sistemas
que me parecieron más seductores por su brillo que útiles en sus aplicaciones”; hoy el
autor se propone contar la historia de tres pasiones fanáticas sucesivas que imponen
sus deformaciones profesionales de moda.
1º) La pasión por observar de la psiquiatría “muy clásica”: Más allá de la inteligencia
de Foucault para criticar sistemáticamente a la psiquiatría y de la erudición de
Bercherie para justificar la superioridad del psicoanálisis; gracias a Pinel, figura
demoníaca para la “antipsiquiatría”, se funda esta difícil disciplina médica. Aún
considerada la hermana retardada de otras especialidades más prestigiosas, la
psiquiatría avanza lentamente hacia su consolidación científica gracias a los paulatinos
aportes aglutinantes de Kraepelin, personaje criticado y respetado por sus
contemporáneos a partir de las constantes repercusiones de sus publicaciones. La
pasión por observar se desarrolla en las escuelas francesa y suizo-germana de
psiquiatría como el paradigma de la época clásica: describir minuciosamente la variada
sintomatología de los pacientes para clasificar con precisión sus síndromes o
enfermedades. O sea que el diagnóstico es producto de la más refinada observación
especializada. Así el psiquiatra “muy clásico” delira febrilmente con encontrar “las
lesiones cerebrales o las toxinas endógenas” que expliquen las causas posibles de la
locura; cuando al mismo tiempo desconfía de las interpretaciones inconcientes que
propone el psicoanálisis con sus “obscenidades antisociales de fondo”. Cada gran autor
clásico inventa su propia clasificación psicopatológica y define cada término que utiliza:
por ejemplo la paranoia y la esquizofrenia son entidades con grandes diferencias
conceptuales en Bleuler, De Clerambault, Kraepelin, Serieux y Capgras. Ni siquiera
pertenecer a una “escuela” es garantía de coherencia compartiendo a veces sólo la
nacionalidad. Por eso cada diagnóstico clínico se expresa aclarando el significado de la
terminología utilizada por el psiquiatra convocado, debiendo hacer su propia revisión
epistemológica de las concepciones en boga para formular y justificar sus ideas. Un
comentario merece la innovación revolucionaria de Jaspers por crear una metodología
fenomenológica basada en la “captación-aprehensión-penetración-contemplación” de la
intimidad vivencial del “alienado mental” que rechaza la orgullosa observación
descriptiva del “detalle morboso”. Pero los magistrales debates académicos entre
ilustres especialistas no mejoran en absoluto la calidad de vida concreta de sus
pacientes psicóticos internados por períodos prolongados. Esta fascinación por la
psicosis asilar que da el sello de origen a esta psiquiatría manifiesta una tendencia a la
“esquizofrenización” o “psicotización” hereditaria-organicista del diagnóstico en la
práctica clínica con la privilegiada prescripción del tratamiento institucionalizado para
“alienados mentales”.
2º) La pasión por interpretar de la psiquiatría “poco dinámica”: Tras la pionera
“asociación ilícita” entre Bleuler, Jung y Abraham con el fin de integrar la psiquiatría y
el psicoanálisis en el abordaje de las psicosis; la resistencia más conservadora del
oficialismo psiquiátrico va cediendo ante la seducción libidinal del avance
psicoanalítico. El desarrollo posterior de la psiquiatría dinámica gracias a Alexander,
Fromm-Reichmann y otros incorpora las teorías de Melanie Klein y Anna Freud. Así la
psiquiatría se psicoanaliza superyoicamente para autorreprocharse la culpa de haber
renegado de la existencia del inconciente freudiano, cuestionando las “categorías
psiquiatrizantes del sujeto” y proponiendo al “diagnóstico en transferencia” como un
proceso dinámico a construir. A pesar de que el psicoanálisis postula diagnósticos
estructurales demasiado amplios como neurosis-psicosis-perversión; gracias a Freud
aporta una humanización terapéutica inimaginable: la interpretación de la
sintomatología del paciente empieza a dar resultados prometedores por la dignificación
del discurso personal. Sin embargo se plantean algunas limitaciones de la eficacia
terapéutica con las psicosis y los trastornos del narcisismo no-psicóticos
(personalidades borderlines) que no responden al tratamiento psicoanalítico ortodoxo
como las neurosis. También se instaura la “borderización poskleiniana” o la
“neurotización grave lacaniana” de los diagnósticos y aparece una rigidez inconciente
que le resta flexibilidad mental al psiquiatra “poco dinámico” al repetir
compulsivamente la simbolización estereotipada de “fantasías-pulsiones-complejos” o
de “goces-deseos-metáforas-metonimias” según los gustos. La renegación de la
identidad médica de origen por parte de la psiquiatría dinámica incluye la velada
prohibición ética de medicar “para no callar el síntoma y hacerlo hablar”; excepto que
dicho síntoma grite lo suficiente para hacerse oír sin buscar precisamente la
interpretación de su escucha. El desarrollo de la psicofarmacología se considera tan
culpable de “sostener el síntoma” a perpetuidad como la patología mental de base que
hace sufrir al paciente. Y hasta a modo de “peor el remedio que la enfermedad” es
condenada la medicación por “oponer una peligrosa resistencia fármaco-química a la
cura por la palabra autorizada”. Por ende una “ambivalencia afectiva” entre
reconocerse y arrepentirse como médico diplomado viene torturando al psiquiatra
“poco dinámico” a la hora de ser convocado para medicar a un paciente “ya
interpretado”.
3º) La pasión por recetar de la psiquiatría “mal medicada”: El nacimiento de la
psicofarmacología inaugura otra etapa prometedora gracias a Delay y Deniker por la
“sedación manicomial” de las “psicosis vociferantes-agresivas-insomnes” con la
esperanza de un “alivio curativo de la locura”. Simultáneamente comienza un interés
científico por la “estandarización operativa universal” del diagnóstico clínico para
superar el desacuerdo sectario de las nosologías previas. El pragmatismo
estadounidense basado en un enfoque empírico de la clínica deja de lado los
“preciosismos terminológicos europeos” con la creación de los “manuales diagnósticos
y estadísticos de los trastornos mentales “ que vienen adhiriendo al paradigma
neurobiológico en auge. Últimamente se va afianzando la “revolución farmacéutica”
que ofrece interesantes alternativas terapéuticas para completar la ecuación del
“remedio encontrado para cada diagnóstico práctico”, realizándose investigaciones
cuantitativas internacionales (estudios multicéntricos) bajo una concepción
psicopatológica globalizada “que hable todos los idiomas diciendo lo mismo”. También
se detecta una tendencia a la “bipolarización diagnóstica “ que se extiende en un
infinito “espectro” (tipos I, II, III, IV, V, VI y continúan), restándole numerosos casos a
los esquizofrénicos y borderlines de antes. Paralelamente se extiende la prescripción
aconsejada de antirrecurrenciales “de por vida” a pacientes “irritables-impulsivoseufóricos-tristes-gastadores-promiscuos-insomnes-enérgicos-asténicos” que viven en
“ultraciclados de ultrabreve duración”. En cambio es muy diferente la comprobación
lamentable del “aumento espontáneo” de pacientes ansiosos y/o deprimidos que
consultan como consecuencia actual del estrés alcanzado “que se supo conseguir”.
Estos numerosos casos diarios se encuentran “bien tipificados” en los “trastornos de
ansiedad y del estado de ánimo” de los DSM para evaluar mejor los dispares
resultados terapéuticos con los ansiolíticos y/o antidepresivos disponibles sin
cuestionar “el nuevo estilo de vida”. Al final parece cumplirse el ideal añorado de
respetabilidad médica gracias a la validación objetivable de protocolos científicos
aceptados por todos los psiquiatras del mundo como sucede en las demás
especialidades médicas. Sin embargo cabe anunciar el infeliz nacimiento prematuro del
psiquiatra “mal medicado” que se caracteriza “por presentar aunque sea uno solo de
los graves síntomas del síndrome codificado en un manual revisado del buen uso
profesional” todavía no escrito. Los “criterios de inclusión” postulados para el
diagnóstico del “Trastorno Posmoderno de la Psiquiatría Automedicada” son:
1- mostrar desinterés por el conocimiento psicopatológico profundo del hombre
sufriente y desprecio por las teorías psicoterapéuticas que se desconocen de
antemano.
2- producir diagnósticos precoces según la urgente cantidad exigida de requisitos
que figuran en las listas sintomáticas del último DSM en abuso.
3- prescribir rápidamente la moda del novedoso psicofármaco descubierto y con la
misma prontitud cambiar por otro psicofármaco todavía más nuevo sin darle
tiempo suficiente de respuesta al paciente.
4- coleccionar información fragmentada y dispersa proveniente de múltiples
fuentes de calidad científicamente despareja sin ejercitar la propia capacidad
crítica de síntesis antes de ser ingresada al cerebro profesional.
5- idolatrar religiosamente a los manuales internacionales de clasificación de
enfermedades mentales como los textos sagrados más vigentes de la
especialidad en vez de leer verdaderos tratados antiguos y modernos de
psiquiatría escritos por renombrados autores de ayer y hoy. Este trastorno
puede ser de “inicio temprano o tardío” sin discriminar experiencia profesional
ni edad biológica del paciente.
Para finalizar esta historia se diagnostica una “desviación epistemológica” renegada
que atenta contra la transdisciplinariedad: el “narcisismo patológico” que pervierte a
las creencias científicas. Así la salud originaria de estas convicciones degeneran en
“certezas delirantes” compartidas por profesionales “que aman a sus delirios como a sí
mismos”. Estos “delirios lógicos de la ciencia” (como dice Morin) educan en una
“cosmovisión ciega del mundo” por la religiosidad escolarizada de pregrado y posgrado
que reza “estribillos dogmáticos”. Aquella sana pasión científica se convierte en “un
delirio pasional del saber” y su arrogancia epistemológica se expresa en un “discurso
místico” con “temáticas delirantes” antagónicas. La resignación decidida a las verdades
absolutas del reduccionismo puede ayudar a la aceptación meditada de una “compleja
incompletud socrática” para “pensar que nunca se sabe demasiado”. Mientras tanto se
repite el “sermón de la transdisciplinariedad” sin mucho convencimiento
“intradisciplinario” en las burocráticas “misas de la comunidad científica”. Falta
descubrir el “enriquecimiento mutuo de ideas opuestas” hacia la construcción dialéctica
de un paradigma integrador más modesto y flexible sin pretensiones de necia
inmortalidad. Y la gran consecuencia ética esperada de este difícil intento
epistemológico pendiente es acercarse por fin en humilde silencio a la persona “que se
vuelve loca de dolor esperando ser atendida...”
Bibliografía consultada:
Bercherie, P. “Los fundamentos de la clínica”. Ed: Manantial, 1999.
Ey, H. “En defensa de la psiquiatría”. Ed: Huemul, 1979.
Foucault, M. “Historia de la locura en la época clásica”. Ed: FCE, 1990.
Ionescu, S. “Catorce enfoques de la psicopatología”. Ed: FCE, 1994.
Morin, E. “Introducción al pensamiento complejo”. Ed: Gedisa, 1996.
Pichot, P. y Rein, W. “El abordaje clínico en psiquiatría”. Ed: Polemos, 1996.
Con-versiones, mayo 2007
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