LOS TRASTORNOS DE PERSONALIDAD Y SU INCIDENCIA EN EL CRIMEN Y EN LA HABITUALIDAD Desde siempre, en Psiquiatría, se distinguió un grupo de personas que no podían ser etiquetadas como enfermos mentales, y sin embargo tenían en su carácter una serie de rasgos que les separaban de los normales. Permitiéndose, además, poderles agrupar por esos rasgos caracteriales en un grupo distinto aunque las fronteras han sido siempre fluctuantes, no bien definidas, con distinciones borrosas entre los diferentes tipos agrupados en el epígrafe de psicópatas o caracterópatas, con criterios conceptuales que se modifican según las escuelas, llegando incluso, en ocasiones, a negar 1a propia existencia de esta entidad por algunos autores, fundamentalmente psicoanalistas que interpretan a los psicópatas como neuróticos muy tempranamente estigmatizados por vivencias psicotruaumáticas. La realidad clínico psiquiátrica y criminológica ha permitido establecer una serie de síntomas comunes, que voy a referir, y que posibilitan la agrupación en los conceptos globales de las personalidades anómalas. Posteriormente, estableceré los criterios que se han ido modificando con el tiempo y con la propia evolución de la Psiquiatría. . 1. Síntomas comunes de los caracterópatas Existe una evidente desproporción entre los estímulos y las respuestas, bien porque éstas sean excesivas o escasas en la propia relación causal. Esta desproporción, no se refiere sólo a la esfera psíquica, sino que también muestran una intolerancia física por la labilidad estructural de estos sujetos, hasta el extremo de que este componente orgánico se expresa a veces muy plásticamente ante el influjo, no esperado, de los medicamentos, las drogas o el alcohol. Los elementos de su personalidad se ven faltos de armonía; no existe correspondencia entre sus propósitos y sus actos, entre su voluntad y sus instintos, entre lo que son y lo que desearían ser. Este carácter entraña una especial dificultad para la adaptación social, dificultad que se ve ampliada por su egocentrismo, siempre presente, expresado también en sus autocríticas, las que nunca son equilibradas, bien infravalorándose o excediéndose en su propio sentimiento de valer. Su fácil desadaptabilidad les lleva a pretender que sean los otros los que se adapten a ellos, lo que condujo a la psiquiatría clásica a afirmar que en épocas <<normales>>, la sociedad trata de que este grupo se integre, se adapte, o al menos se le controle, en tanto que en épocas de crisis, convulsiones sociales o guerras, es la sociedad la que repetidamente se ve dominada por ellos. La adaptabilidad supone, no sólo conformidad con las exigencias ambientales sino también la existencia de una relación armónica entre el individuo y el ambiente, cuando por supuesto, estas exigencias son razonables y están en concordancia con los propios valores. Su estado de ánimo es con frecuencia irregular e inestable, faltándoles objetividad al enjuiciar sus propios problemas o los de los demás. La voluntad tampoco escapa a estas irregularidades, unas veces por escasa y otras por una peculiar tozudez. A todo lo anterior, conviene añadir; como signos de gran relevancia en el estudio del problema de los psicópatas; la carencia de déficit intelectual, de angustia y de delirios. Cuando históricamente, en la llamada <<locura moral>>, Williams destacó un porcentaje de débiles mentales, esta convergencia entre personalidades anómalas y déficit intelectual, no se demostró como significativa, resaltándose además que desde el punto de vista de la racionalidad, tan psicópata es una persona inteligente como el débil mental. No obstante, el grado de inteligencia en un psicópata es importante de cara a su destino, pues el riesgo de transformarse en delincuente un psicópata poco inteligente es mayor, que entre aquellos otros bien dotados de inteligencia. La estructura intelectual del psicópata se caracteriza por un mayor desarrollo de la inteligencia práctica, en relación con la verbal, y así, en las escalas de Weschler se obtiene un mejor resultado en las pruebas ejecutivas que en las verbales, subrayando que estas personalidades tienen un vocabulario pobre, lo que aumenta la dificultad de comunicación a través del lenguaje, recurriendo excesivamente y de forma exagerada a la expresión gestual. En las fases iniciales del desarrollo biográfico del psicópata, no se hace patente la aparición de la angustia, la que sin embargo podrá surgir en etapas más tardías de la vida de estos sujetos, lo que ha dado lugar a diagnósticos confusos. Y es que el psicópata no está a salvo de neurotizarse, sobre todo cuando al no beneficiarse de la experiencia, otro signo importante de las personalidades anormales, sufre las consecuencias de su desadaptación o cae con gran frecuencia en toda la problemática de su adicción a las drogas y al alcohol, a las que es tan dado, lo que, además, cierra el circulo de apetencia-dependencia y perversión, en el sentido de que el tóxico consagra la anomalía caracterial al que fortifica, y ésta, a su vez, exige el tóxico que lo prolonga. Uno de los rasgos más específicos de las psicopatías, ha sido la carencia de delirios, aunque en algunos casos puedan aparecer, como veremos más tarde. Ello supuso en su día que uno de los grandes estudiosos de las personalidades psicopáticas, Koch, afirmase que en éstas sólo existían trastornos de cantidad y no de calidad; es decir; que los síntomas del psicópata estaban ya en el normal, si bien de forma caricaturizada en más o en menos, pero sin ningún elemento creador, como en los síntomas psicóticos en los que existe un trastorno de calidad, lo que lleva aparejado que la psicopatología del psicópata se encuentra dentro de la llamada psicología comprensible, esto es, derivable. De tal forma que la conducta del psicópata está precedida de hechos psicológicos previos, que confiere una actitud histórica al psicópata, resaltándose que todo lo histórico es comprensible, a diferencia de los hechos del psicótico, que son incomprensibles, por lo que tienen de inderivable y ahistórico, lo que les lleva fuera de la realidad, en tanto que el psicópata se nutre del mundo existente a su alrededor. La agresividad ocupa una posición tan nuclear en las características psicopáticas, que Aichorn ha propuesto para la personalidad psicopática, la designación de <<neurosis agresiva>>. Esta agresividad arranca de la anomalía endotímico-vital y está integrada en el marco de una elevación o descenso de la vitalidad y proviene, en su mayor parte de una vida afectiva anómala. Con relación a las anomalías afectivas, conviene indicar que la impulsividad se refiere a la trasformación rápida y poco premeditada de una idea, tendencia o sentimiento, en un acto y que si bien la excitabilidad y la irritabilidad conducen a explosiones coléricas, la diferencia estriba en que la irritabilidad es un fenómeno interior, en tanto que la excitabilidad representa un modo de reaccionar a los estímulos ambientales. Se entienden así las frecuencias explosivas de cólera de los psicópatas excitables; los actos mal controlados y poco pensados propios de los psicópatas impulsivos; las bruscas oscilaciones de la afectividad en los psicópatas lábiles; la violenta exaltación de la afectividad en los psicópatas hipertérmicos y la pesadumbre disfórica de los psicópatas depresivos. Fenómenos todos ellos que implican torrentes de agresividad. En cuanto a la frialdad afectiva de los anéticos, constituye el único radical objetivo, afectivo y psicopático, que no se ha incluido en la anterior relación, ya que la sobrecarga de agresividad de los psicópatas asociales no brota directamente del apagamiento afectivo, sino de la insensibilidad para vivir en profundidad los sentimientos altruistas y las normas éticas. De donde se deriva la gran intolerancia para las frustraciones, una marcada tendencia a vislumbrar hostilidad y amenazas agresivas en la conducta de los demás, y una desorbitada necesidad de autoafirmación y poder. Los mecanismos psicológicos agresivos de los psicópatas se disparan, además, con mucha mayor facilidad que en otros sujetos, mediante las experiencias de frustración, las necesidades de auto afirmación y poder y los comportamientos agresivos reales o imaginarios de otras personas. Todo lo anteriormente expuesto sirve, como ya se ha dicho, para agrupar a estos sujetos con personalidades anómalas, separándolos en lo posible del resto de las distintas entidades nosológicas, si bien, volviendo a resaltar, que las fronteras son fluctuantes, y así, debe quedar claro, que con independencia de presentar un trastorno de personalidad se puede al tiempo padecer cualquier otro tipo de trastorno, ya sea orgánico-cerebral, intelectual, afectivo-emocional o delirante. 2. Criterios etio-patogénicos Quizá por ello convendrá revisar los criterios etiológicos y cronológicos que nos ayuden a comprender no sólo las distintas etapas por las que ha atravesado el criterio de las personalidades anómalas y psicopáticas, sino también el concepto global de los trastornos de personalidad. Ha existido siempre el criterio, por parte de algunas escuelas psiquiátricas, de considerar la psicopatía como el cajón de sastre de la Psiquiatría, y así, cuando se dudaba de un diagnóstico, se etiquetaba al sujeto de psicópata, y sobre todo, si además no se establecía la adecuada empatía Pinel (1809) inició estos estudios sobre la anomalía caracterológica de la personalidad al hablar de la <<manía sin delirio>>, y Esquirol de la <<monomanía impulsiva>>. La psiquiatría inglesa, en 1835, comenzó a interesarse por aquellos individuos que no eran psicóticos ni deficientes intelectuales, pero que se comportaban socialmente de manera anormal. Pitchard acuñó el término de <<locura moral>>, con lo que daba a entender que son locos morales, los criminales y las personas poco decentes, carentes de sentimientos y de sentido ético. La escuela francesa se apuntó el éxito terminológico y conceptual, de considerar al psicópata como una persona desequilibrada. Aunque este término nació en el seno de la doctrina de la degeneración, introducido en la Psiquiatría por Morel en 1857, posteriormente tomó un cauce dentro de las tesis constitucionales, llegando incluso a hablar de la locura de los degenerados. No obstante, es la <<Moralische Krankheiten>> alemana, la que daría lugar más tarde a que Kraepelin crease el término, actualmente consagrado, de personalidad psicopática, y que define como grados previos, no desarrollados de verdadera psicosis, personalidades malogradas, alteradas por influencias hereditarias desfavorables. Mairet hablaba de los <<inválidos morales>>, cuya conducta está dominada por su tendencia perversa y maligna. Koch distinguió, junto a los elementos cualitativos y cuantitativos diferenciadores de las psicosis y de las psicopatías, la base constitucional de las psicopatías, de forma que para él estos individuos habían <<sido siempre así>>. En tanto que en los psicóticos, su modificación conductual y su cuadro clínico surgen en un determinado momento, lo que supone el <<volverse así>>. Uno de los grandes méritos de Kurt Schneider ha sido el de separarse de las teorías moralizadoras del estudio de los psicópatas, prescindiendo de valoraciones éticas y enfrentándose al psicópata con un criterio clínico y psicológico. Schneider consideraba a la psicopatía como una anomalía del carácter, o anomalías caracterológicas de la personalidad, separándola de la neurosis, separación que no llegó a establecer la escuela anglosajona continuadora de los psicoanalistas, para los que la psicopatía no existe, estimando únicamente a estos sujetos como neuróticos, esto es, como personas que elaboraron deficientemente una vivencia infantil, la que troquelaba su personalidad, fijadas a la estructura de una fase del desarrollo libidinal, llamando a estos sujetos como neurosis de carácter. Así, el carácter sado-masoquista, implica la organización de la personalidad en el estadio sádico-anal, centrados en la búsqueda y satisfacción de hacer el mal. Junto a este grupo, se han descrito además del carácter sadomasoquista, el narcisista, el oral, el anal y el genital, suponiendo este último la estabilidad y el equilibrio. Las diferencias conceptuales de las psicopatías se extienden, a que uno de los problemas más debatidos dentro de este grupo, sea el de su origen. Así, por ejemplo, para Pause habría que encontrar la causa de estas alteraciones y de las personalidades anómalas en las mezclas de razas. Y el hecho de que no exista un mayor número de psicópatas es por la tendencia que existe entre ellos al aborto o la cárcel. Paterman también lanza el acento sobre el componente racial, si bien, a él se añade un componente local facilitador. Para Birnbaum existe una predisposición por tara hereditaria, especialmente en la esfera de la voluntad, sentimientos e instintos, lo que también es mantenido por Lange, a través de sus estudios con los gemelos univitelinos, que son aquellos sujetos que asombrosamente tienen la misma carga hereditaria. Sin embargo, Kranz (1936) y Stumpfel (1941), en estudios similares, llegaron a conclusiones diferentes, manteniendo que a partir de la vida embrionaria la interacción entre los genes y los valores ambientales va a favorecer que el patrón genético de los gemelos univitelinos no sea totalmente idéntico. Para Von Baeyer (1935), la proporción de psicópatías es más alta entre los familiares de los psicópatas que en la población general, aunque resalta que la transmisión no es sólo por herencia, sino por convivencia, adoptando un criterio psicodinámico muy extendido entre las escuelas psicoanalíticas, que es la falta de identificación con la figura paterna la que va a favorecer la producción del psicópata al no establecerse un super-yo adecuado. Aunque para otras escuelas es precisamente un super-yo muy rígido el que forma la psicopatía, por adoptar un carácter devorador contra el que hay que protegerse. La sobreprotección, la hostilidad y la privación afectiva hacen al niño psicópata. Johns y Quay precisaron que el psicópata conoce la letra pero no la música, por lo que no pueden empatizar o establecer interés por los demás, a los que tratan de manipular. El hecho de carecer de preocupación por la moral social, el ser, como dice Karpman, emocionalmente inmaduros e insensibles, capaces de simular emociones y afectos, le lleva a este autor, a distinguir entre los psicópatas dos grupos: los agresivos-predadores de actuación fría, capaces de apropiarse de cuanto deseen, y los pasivo-parasitarios, que practican sobre los demás una constante sangría, aparentando desamparo y necesidad de ayuda. La separación tajante que establece K. Schneider entre los psicópatas y los psicóticos, ya no es tan clara para Kretschmer. Para este autor hay un discurrir progresivo por una pendiente que lleva del normal al psicópata, y de éste al psicótico. Así y siguiendo los temperamentos adscritos a los tres biotipos que describe, se establecería un carácter esquizotímico al leptosomático encuadrado en la normalidad, los cuadros psicopáticos que supondrían ese descender por la pendiente llevarían al psicópata esquizoide, para finalmente, en un grado más avanzado en esa evolución, aparecería la psicosis esquizofrénica. Con los otros dos grupos ocurre una situación similar, estableciéndose en el pícnico un temperamento ciclotímico, una psicopatía cicloide y la psicosis maniaco-depresiva. El viscoso, el epileptoide y la psicosis epiléptica, aparecerían en el grupo de los atléticos. Es decir, no existen separaciones tajantes entre el normal, el psicópata y el psicótico, sino exageraciones que desdibujan las fronteras. Este criterio ha tenido la crítica de considerar, por ejemplo, que el autismo y la vaciedad del esquizofrénico pueden derivarse del carácter patético, sistemático y calculador del esquizotímico, pero es difícil establecer la relación que pueda hacerse de la pérdida de la yoidad con respecto al temperamento esquizotímico. 3. Tipología de Kurt Schneider Para entender adecuadamente el problema que nos ocupa hay que recordar a K. Schneider y su clásica definición sobre los <<psicópatas>>; <<son aquellas personalidades anormales que a causa de su anormalidad sufren ellos o hacen sufrir a la sociedad>>, junto a la clasificación de los diversos tipos, por su carácter plástico y eminentemente practico, desde el punto de vista criminológico, recordando los diez tipos de personalidades psicopáticas, de las que se derivan conductas asociales típicas. Entre los psicópatas que hacen sufrir a la sociedad, comenzaremos por los Psicópatas con afán de notoriedad, que son aquellos que tienen una personalidad mudable, que se ha dado en llamar personalidad de <<cebolla>> por la posibilidad de las cáscaras cambiantes. No se contentan nunca con las posibilidades dadas y quieren aparentar ante sí y ante los demás, más de lo que son o más de lo que pueden ser. . Tienen unas grandes capacidades interpretativas, temibles por su gran posibilidad de engaño y de interpretación histriónica. También se les ha conocido como mitómanos o pseudólogos, por la tendencia a la mentira. Muchas veces mienten tan bien, que cabe preguntarse si se creen sus propias mentiras, pues se comportan, emocionan y se manifiestan como lo que interpretan, incluso en papeles distintos o contradictorios, recordando en cierta medida a los niños, que juegan a policías y ladrones, que adoptan sus lenguajes y emociones. Aunque por algunos autores se ha dado la equivalencia del Psicópata con afán de notoriedad con el carácter histérico, en éste, subyace un sentimiento de ganancia o beneficio que el Psicópata con afán de notoriedad no tiene necesariamente, aunque sí presentan conjuntamente su necesidad de ser el centro de de atención para saciar un desmedido egocentrismo y así ser el niño en el bautizo, el novio en la boda y el muerto en el entierro. El trastorno de personalidad supone unos patrones de conducta inadaptada, ya patentes en la adolescencia o incluso antes, dando a la personalidad una disarmónica constitución, tanto en el equilibrio de sus componentes como en su cualidad y expresión. A causa de esta desviación o psicopatía, el paciente ejerce un efecto adverso sobre si mismo o sobre los demás. Se han descrito diversos tipos de trastornos de personalidad o de personalidades psicopáticas, según las escuelas (K. Schneider, Kretschmer, OMS-CIE-10. y DSM-IV, entre otros), si bien pueden darse casos en que existen elementos caracteropáticos de diversos tipos a la vez, por lo que se puede hablar de trastorno de personalidad mixto. Es decir, en el presente estudio se objetivan rasgos de personalidad anómala esquizoide e histérica. Así sobresalen: tendencia al aislamiento, retrayéndose de los contactos afectivos; preferencia autista por la fantasía, el comportamiento excéntrico y la frialdad para enmascarar la incapacidad de expresar los sentimientos, no deseando ni disfrutando las relaciones íntimas. Al decir de Kretschmer, es difícil vislumbrar su interior, pudiendo convivir años con un esquizoide sin estar seguro de conocerlo. Su tendencia al mutismo dificulta el conocer lo que sienten, aunque a veces se tiene la sensación de que incluso ellos lo ignoran. Su carácter histérico la hace superficial e inestable, con ansia de apreciación, atención y teatralidad, con frecuencia inmadurez sexual y frigidez o <<excesiva>> respuesta a los estímulos, lo que la conduce a mostrarse en evidente contradicción con los rasgos anteriormente descritos y expresar muy exageradamente su <<ira>>, <<cólera>>, <<felicidad>>, más de lo que la situación real permitiría suponer. A ello se suma una escasa tolerancia por la frustración, no siendo inhabitual en estas mezclas ser <<especialmente>> atractivos y seductores, lo que les lleva a ser <<victimas>> o <<princesas>>, sin ser del todo conscientes, al igual que los niños cuando juegan a <<indios y americanos>>, que al tomar un papel, sienten, juegan y se emocionan como tales, aun cuando en el fondo no pierden del todo el pie de la realidad, y es que se aburren profundamente con la rutina diaria. Estas personalidades esquizoides e histéricas, son tendentes a la fantasía y a vivir en un mundo fabuloso que no les es propio, enriqueciéndolo con creaciones o falsas interpretaciones de la realidad, compensando así sus frustraciones ante las que tienen una baja tolerancia. El psicópata explosivo, del que hablaremos también más adelante, tiene como rasgo esencial no filtrar el pensamiento antes de transformarse en acto, por las estructuras noéticas de la personalidad, que son: - Criterio ético <<debo o no debo>>. - Criterio utilitario <<me conviene o no me conviene>>. - Criterio intelectivo <<puedo o no puedo>>. Así, el Psicópata Explosivo transforma el pensamiento en acto inmediatamente y tal como piensa una cosa la hace. La respuesta ante estímulos pequeños puede ser exagerada y altamente violenta, violencia que aumenta en gran medida con el consumo alcohólico. Los psicópatas hipertímicos son personas ligeras para las que nada tiene importancia, al no introyectar los valores, de tal forma que su comportamiento es inconstante, soliendo estar dotados de una alta idea de si mismos, que camuflan muchas veces por su simpatía, la que también encubre su fácil irritabilidad y permanente exaltación y euforia. Son alegres, emprendedores y optimistas pero inestables. El psicópata abúlico es una persona inestable incapaz de oponer resistencia a las personalidades más fuertes que la suya, lo que nos habla del riesgo de poseer una instintividad débil, que facilita el control y la manipulación por el otro. También pueden interpretarse como sujetos que carecen de impulsos o bien éstos están seriamente rebajados, lo que enseña que tan peligroso puede ser en la vida dejarse llevar por los impulsos como carecer del impulso necesario para sobrevivir. En definitiva son personas de impulsividad patológicamente débil. Hay personas que, sin motivo o con motivo mínimo, padecen unas grandes borrascas depresivas, lo que les lleva a huir, aspecto importante en algunos tipos de delitos, sobre todo de carácter profesional, o bien a nivel familiar, ya que el hombre o la mujer se marchan de la casa llevados por esta crisis depresiva y sin causa aparente. Estos sujetos que constituyen el grupo de psicópatas lábiles del estado de ánimo, también son capaces de ingerir grandes cantidades de alcohol, aun cuando puedan pasar a veces meses sin consumir ninguna bebida alcohólica, dándose, sin embargo, durante la fase borrascosa depresiva que sufren periódicamente estos sujetos, un beber incluso grandes cantidades de colonia lo que podría incluirse en los cuadros de dipsomanía. Estas tendencias de huir y de beber de forma abusiva, pueden darse en forma conjunta, aunque a veces se dan aisladamente, y añadirse o no a ellas el derrochar, despilfarro fronterizo con algunas formas de juego patológico que están incluidas dentro de este grupo de psicópatas. El jugador patológico compulsivo se relaciona íntimamente con el ludópata, personajes frecuentes entre los lábiles del estado de ánimo. Ha sido clásico decir que el psicópata lábil del estado de ánimo, era un incendiario; sin embargo, convendrá tener en cuenta que es interesante no confundir el pirómano con el incendiario, como así hacemos en el estudio del trastorno de los impulsos. El psicópata anético, denominado así por carecer de ética, se le llama también psicópata desalmado, o psicópata de ánimo frío. Es un personaje totalmente asocial, conoce los valores pero no los siente, por lo que su vida nunca estará regida por el mundo de los valores. Se ha dicho que son <<capaces de andar sobre cadáveres sin tener ningún tipo de conmoción>>. Difícilmente establecen relaciones cálidas y tiernas, y por supuesto, estos sujetos delinquen constantemente pudiendo cometer cualquier clase de delito, sin arrepentimiento, siendo quizá éste su rasgo más sobresaliente, y si no delinquen más, muchas veces es porque tienen inteligencia suficiente para saber que no es rentable cometer ese delito. Generalmente suelen ser sujetos que comienzan a delinquir a una edad muy precoz, y muchas veces, incluso, sus juegos en el colegio ya tienen una especial crueldad, tanto con sus compañeros como con los animales. Con el fin de acceder a la comprensión de este término, resulta adecuado hacer una breve reseña histórica. En plena Revolución Francesa, Pinel, en el Hospital de la Bicetre, en París, observó determinadas alteraciones que presentaban algunos <<locos>>. El mismo Pinel decía lo siguiente: <<...y no me causó poca admiración el ver muchos locos que en ningún tiempo presentaban lesión alguna del entendimiento, y que estaban dominadas por una especie distinta de furor, como si únicamente estuvieran dañadas sus facultades afectivas>>. Después de esta observación pionera y no exenta de actualidad, Pitchard definió <<la locura moral>> como <<una locura consistente en una perversión mórbida de los sentimientos naturales, afectos..., sin trastorno marcado o defecto de la inteligencia, conocimiento o facultades razonadoras...>>. Kraepelin tenía una concepción genética de estas personas que denominó <<morbosas>>. Kart Schneider entendió que, en estas personalidades psicopáticas había variedades suficientes como para individualizarlas y calificó al grupo como el de los psicópatas desalmados, que comprende bajo esta denominación a personalidades anormales, que se caracterizan <<por el embotamiento afectivo, sobre todo frente a los otros hombres. Son individuos carentes de compasión, vergüenza, etc.>>. F. Scholz acentúa que <<el anestésico moral conoce perfectamente las leyes morales, pero no las siente y, por eso, tampoco subordina a ellas su conducta>>. Kogler ha descrito jóvenes desalmados y distingue entre el desalmado criminal y el no criminal. Como caso ilustrativo de esta diferencia, se podría mencionar los estudios realizados por la Escuela Criminológica de Chicago, sobre los gangsters y sus abogados defensores: los primeros serían desalmados criminales y los segundos, siempre cómplices, serían como desalmados no criminales. Kogler decía: <<son naturalezas aceradas, que andan sobre cadáveres y cuyos fines no necesitan ser egoístas, sino que pueden responder a ideales>>. El desalmado es incorregible como demuestra a lo largo de su vida, pudiendo siempre volver a repetir actos parecidos en el futuro. Puede existir, por los datos recogidos en la anamnesis, un conflicto con el super-yo social, que se manifiesta desde temprana edad, con rechazo familiar, prematuriedad sexual, incapacidad de establecer relaciones de amistad, etc. Si en algunas ocasiones aparece la angustia, ésta se relaciona exclusivamente con el temor al castigo o aquella que siente como necesidad de satisfacción de un deseo, de su afán de poder, de tendencias sádicas, de dominaciones del sexo. La estructura del Yo en estos sujetos es aparentemente fuerte, pero sólo esencia, pues ante la menor resistencia a sus opiniones el informado discursea ampliamente sobre la injusticia social de la que se cree objeto, sin llegar a captar el menor fallo en sí mismo, incluido todo ello en una frenética pretensión autoexculpatoria. El psicópata fanático es aquel que tiene unas ideas sobrevaloradas, que ejercen una acción tiránica sobre el campo de la conciencia, por su permanencia y su gran carga afectiva, de tal manera que muchas veces no sabemos en presencia de quien estamos: si ante un idealista apasionado que por sus ideales es capaz de sacrificar su vida o su porvenir; en presencia de un fanático que tiene unas ideas sobrevaloradas; o bien ante un paranoico con su vivencia delirante, puesto que en ocasiones es muy difícil establecer las fronteras entre unos y otros. El idealista apasionado es capaz de someter a cuestión sus ideales, en tanto que el fanático no. Este nunca discute sus ideas y siempre trata de imponerlas, lo que hace que el fanatismo sea con facilidad contagioso y favorecido además por la tendencia del fanático al proselitismo, el que tratará de convencer a la gente para que tengan sus mismas ideas de forma exigitiva. Normalmente el fanático es una persona activa, dinámica, luchadora por sus ideas, esas ideas sobrevaloradas, pero algunas veces adopta una actitud pasiva que se corresponde con los psicópatas fanáticos lánguidos, cuya pasividad exasperante, es impermeable a cualquier tipo de razonamiento utilitario. Los últimos tres grupos de psicópatas, según Schneider, serían el de los que sufren ellos, de forma que, comenzando por el psicópata asténico, se puede decir de ellos que son sujetos que tienen una fatigabilidad fácil, están constantemente cansados y su frontera con la neurosis es difícil de establecer. Así, el neurasténico, vendría a ser el equivalente al psicópata asténico, cuando se lanza el acento sobre la vivencia traumática y no sobre la constitución ni sobre la herencia. Y es que para la escuela centro-europea hay una serie de síntomas que pertenecen tanto a la neurosis como a las psicopatías, y el diagnóstico va a depender únicamente de donde lancemos el acento; si éste se lanza sobre la vivencia, se estará hablando de neurosis, y si se alzaprima la constitución, se estará hablando de psicopatía, y así en el primer caso denominamos al cuadro como neurasténico o hipocondríaco y en el segundo, como psicópata asténico. Por su bajo dintel de fatigabilidad, son personas aprensivas que gastan mucho dinero en medicinas, siendo difícil convencerlas para que abandonen este hábito. En cierta medida han perdido la ingenuidad ante su propio acontecer físico, y así, al observar permanentemente su cara en el espejo, la orina en el orinal o su temperatura en el termómetro, se transforman fácilmente en enfermos y en el terror de la Seguridad Social. El gran dilema de este grupo, es la duda que surge de si desean estar enfermos o tienen miedo a estar enfermos; precisamente, por esos contenidos latentes de culpa, que hay que pagar para quedar en paz consigo mismo, o el miedo que supone que su conciencia les pase la factura de las propias culpas. Los psicópatas depresivos son sujetos permanentemente tristes. No ven nunca el lado amable de la vida. Todo es amargo. La convivencia con ellos es penosa por su permanente melancolía, debiéndose establecer la distinción con los diversos tipos de depresión. Por último, el psicópata obsesivo no delinque nunca, porque suelen ser personas de una gran escrupulosidad, debido al super-yo que poseen dotado de gran rigor. Constituyen la cara opuesta del fanático, pues así como éste y sus ideas sobrevaloradas no le permiten la duda, en el obsesivo lo que predomina es justamente la duda, siendo incapaces de decidirse por sus grandes prejuicios que siempre les acosan en su indecisión, habiéndose puesto ejemplos de jueces que no se deciden a sentenciar por miedo al error o farmacéuticos que rehacen permanentemente las fórmulas magistrales por miedo a haberse equivocado en la medida. Estos sujetos son terreno abonado para las obsesiones, llegando algunos autores a hablar de neurosis obsesivas, entendiendo por obsesión a aquellos contenidos de conciencia absurdos o que persisten sin motivo, destacándose que lo importante es la permanencia, ya que muchas veces el contenido no es absurdo. Para terminar de entender las obsesiones, deberán distinguirse: I) II) III) IV) V) Representaciones obsesivas, que se corresponden con las esferas sensoriales] como puede ser «la persecución» de una melodía, una visión repugnante., etc. Ocurrencias obsesivas, como pensamientos estrictos que se acompañan de angustia, como puede ser el miedo a dejarse la llave del gas abierto, y levantarse varias veces por la noche para comprobado. Sentimientos obsesivos, cuando la emoción correspondiente a un sentimiento es rechazada por incomprensible o absurda, como son aquellos casos del temor a reírse al ir a dar un pésame. Impulsos obsesivos primarios son cuando no se derivan de ninguna ocurrencia, y secundarios cuando son consecuentes a las ocurrencias obsesivas; así por ejemplo sería primario el contar las baldosas de la calle y secundario el temor a contagiarse al abrir o cerrar los picaportes de las puertas con las manos. Los actos obsesivos también pueden tener un carácter primario o secundario, según se deriven o no de sentimientos u ocurrencias obsesivas, dejando el nombre de fobias para cuando la acción reviste omisión, como no cruzar una calle o no subir en el ascensor. 4. Criterios actuales de los trastornos de personalidad La palabra psicopatía sufrió un desgaste evidente como tantas veces ocurre al pasar al lenguaje coloquial términos científicos. A este desgaste se sumaron criterios peyorativos, entre los que cabe incluir la politización de los mismos. Todo ello junto a nuevos conceptos no superponibles al criterio clásico de personalidades anormales, llevó a la OMS en la revisión ICD-9 a hablar de trastornos de personalidad, puesto que estas alteraciones afectaban a la organización y cohesión en la personalidad y a su equilibrio emocional y volitivo, criterio que fue seguido en parte por la Asociación de Psiquiatría Americana, llegándose a establecer los actuales criterios del trastorno de personalidad. Si la personalidad de un sujeto está estructurada por la integración de factores lógicos y psicológicos, debe entenderse en primer lugar y como dos de los elementos biológicos más significativos de la personalidad, el sexo y la edad, que se encuentran sometidos a la maduración biológica, como del conjunto de las estructuras corporales y del sistema endocrino y nervioso. Los factores sociales representan un papel determinante en la formación y desarrollo de la personalidad, y van desde la primera célula social, la madre, hasta la historia y cultura, que ejercen un importante papel en el proceso de la socialización y el aprendizaje. Han sido muchas las teorías explicativas de la personalidad. Así, las teorías psicodinámicas representan el conflicto entre los impulsos y la razón. Para Freud es clásica su división entre los principios del placer del Ello, el de la realidad del Yo y el de los valores e ideales del Super-Yo, que funcionan como una totalidad integrada, y que posteriormente ampliaría Jung con el inconsciente colectivo. Murrey habla del concepto de necesidad y presión que actúan sobre la persona. El interés social termina para Adler desplazando al egoísmo del niño a través de la educación, y así tantas teorías como la de Horney, From que pretenden hacer entender la estructuración de la personalidad y su organización, útiles a la hora de comprender los trastornos de personalidad. La patología del carácter no nos remite a algo estático, innato o constitucional, pues el carácter es la resultante de una elaboración personal, de una reacción basada en el temperamento, en el biotipo y dentro todo, de un contexto socio-cultural. Sin embargo, precisamente en los trastornos de personalidad, el carácter viene representado como algo monolítico, ya que cuando los rasgos de personalidad que son <<pautas duraderas en la forma de percibir, pensar y relacionarse con el ambiente y con uno mismo, que se hacen patentes en una amplia gama de contextos sociales y personales>>, se hacen inflexibles y desadaptativos, causan una incapacitación funcional significativa o una perturbación subjetiva, y se habla de trastornos de personalidad, siendo reconocibles en la adolescencia e incluso antes, permanentes durante toda la vida, aunque se hacen menos patentes al avanzar la edad. Ello supone que son característicos a lo largo del tiempo y no se limitan a episodios concretos. El grupo de trastornos de la personalidad incluye una amplia gama de casos, en los cuales, el mal funcionamiento se expresa en pautas inflexibles y limitadas de conducta. A veces estas pautas y rasgos son compatibles con el éxito y la satisfacción social, cuando el medio cultural y las oportunidades vocacionales disponibles aceptan y recompensan los rasgos particulares del individuo. En tales casos, la inflexibilidad de la personalidad o su especial vulnerabilidad ante determinadas causas de estrés, pasan inadvertidas, excepto, tal vez, cuando se manifiestan en forma de una peculiaridad o excentricidad o cuando se requiere que el individuo se adapte a un nuevo ambiente, o cuando el sujeto se ve expuesto a presión personal o ambiental que hasta entonces había evitado o de la que había escapado hasta ese momento, Por lo tanto, los trastornos de la personalidad difieren de otros trastornos,. en el hecho de que las manifestaciones psicopatológicas no se presentan en forma de alteraciones burdamente regresivas en la conducta, el afecto o el pensamiento, como en la psicosis, ni en la forma de las defensas psicológicas fijas y exageradas que caracterizan al neurótico, El trastorno tampoco se presenta en forma de síntomas somáticos que expresan angustia u otro afecto, a través de una alteración en las funciones psicofisiológicas. Las escuelas centroeuropeas, ya hemos visto, creían que las pautas inmodificables de conducta en estas personas eran una cuestión de disposición innata bajo la influencia o dirección de factores constitucionales. La suposición de una base constitucional no ha servido para explicar la conducta de estas personas, y además es lógico que tales alteraciones en el comportamiento puedan explicarse por medio de teorías análogas a las que permiten comprender otros tipos de reacciones. Se concluye entonces que la conducta anormal del trastorno de la personalidad tiene también además un origen psicógeno. El principal defecto, en estos casos radica en que la personalidad no establece una identidad con los medios de adaptación constructivos y socialmente útiles. Por último, podemos señalar que el ambiente familiar y los contactos limitados con otros adultos y con individuos de edad semejante a la suya, privan al niño que crece y que más tarde presentará rasgos psicopatológicos, de la experiencia necesaria para establecer una identidad yoica por medio del proceso de identificación. En algunos casos, la conducta resulta de la frustración y de los esfuerzos para lograr la satisfacción de necesidades tan fundamentales como el amor, seguridad, aprecio, respeto, éxito, etc. El niño que se siente rechazado, puede, como reacción, volverse resentido, rebelde y antisocial. Así, establece una <<identidad negativa>> que le proporciona algunas satisfacciones yoicas. El efecto esencial en la estructura del carácter radica en que no se desarrolló un super-yo que concuerde con las normas sociales, ni tampoco se desarrollaron ideales yoicos. Si dichos ideales existen, tienen como objetivo aumentar la importancia del individuo. Incluso en la niñez, la futura personalidad patológica suele mostrar signos de desadapatación emocional y rasgos nocivos de la personalidad. Lo típico es que estos individuos se caracterizen por una inmadurez emocional, que se refleje en la respuesta instantánea que presentan ante sus sentimientos. Su personalidad parece estar dominada por impulsos coercitivos primitivos, al grado de excluir la conducta racional. Existe un dato interesante en la actual clasificación del DSM-III, y es el hecho de que al no lanzarse el acento sobre la constitución y la herencia, los trastornos sociales anteriores a los dieciocho años, deben ser valorados como trastornos de conducta y no trastornos de personalidad, resaltándose que, de todos los tipos descritos en el DSM-III, el antisocial es, quizá, el que más se superpone con el c6ncepto clásico de las personalidades psicopáticas, y dentro de éstas con los anéticos o desalmados de ánimo frío. Dentro de los trastornos específicos de la personalidad, el DSM-III establece tres grupos: a) es en el que se incluyen los extraños o excéntricos; paranoides, esquizoides y esquizotípicos; b) los teatrales, emotivos y volubles; antisociales, límite, histriónico y narcisista; y, c) los que parecen ansiosos y temerosos: evitación, dependencia y obsesivo-compulsivos. Lo que entraña algunas diferencias respecto a la clasificación más conocida, la de Schneider y una novedad que además tiene un gran interés forense, el trastorno límite de la personalidad, en el que se resaltan la inestabilidad respecto a la vivencia de la propia imagen y de las relaciones interpersonales, y del estado de ánimo. Una alteración de la identidad como autoimagen y orientación sexual. Sentimientos de vacío o aburrimiento, que les lleva a tolerar muy mal la soledad. Muestras de intensa ira, impulsivos, imprudentes y auto destructivos, pudiendo en fases de crisis mostrar una conducta psicótica transitoria que, precisamente por su cortedad de duración no permiten un diagnóstico adicional, pero si de gran importancia psiquiátrico forense. La OMS en la revisión última del CIE-10, marca unos criterios más próximos a las escuelas centroeuropeas con respecto a las psicopatías, y así dice que <<son formas de comportamiento duraderas y arraigadas en el enfermo, representando desviaciones extremas del modo como el individuo normal en una cultura determinada, percibe, piensa, siente y se relaciona con los demás>>. Diferenciando a estos trastornos de las transformaciones de la personalidad. Han sido excluidos del grupo de los trastornos de la personalidad, que figuraban en la anterior revisión; el trastorno esquizotípico que se ha trasladado al grupo de las esquizofrenias, y el trastorno afectivo a los trastornos del humor, por las afinidades significativas con los trastornos de dichas secciones. Para incluir a un sujeto en los supuestos trastornos de personalidad, se requiere que no se pueda atribuir los caracteres a ninguna lesión cerebral, que su comportamiento sea especialmente disarmónico, duradero, generalizado, con manifestaciones durante la infancia y adolescencia, malestar personal y un deterioro significativo del rendimiento profesional y social. La actual clasificación admite como trastornos específicos de la personalidad: los trastornos paranoides (expansivos, sensitivos, querulantes); esquizoides; disociales (sociopáticos, amorales, asociales, anéticos, psicopáticos); inestables emocionales entre los que diferencian a los del tipo impulsivo (agresivos, explosivos) y de tipo límite (personalidad bordeline); histéricos (personalidad histérica); anancásticos (obsesivos, compulsivos); ansiosos; dependientes (asténicos, pasivos, derrotistas) y trastornos mixtos. Estas clasificaciones permiten establecer un crimen psicopático, en el que se destacan los elementos narcisistas de la personalidad, no superponibles, aunque evidentemente con fronteras fluctuantes y confusas. 5. Psicopatías complicadas Para terminar de comprender el problema de los trastornos de personalidad convendrá recordar que, al igual, que las personalidades psicopáticas pueden reunir en una sola persona diversos tipos de trastornos, así por ejemplo, el ser explosivo, ello no supone que no se pueda ser al tiempo paranoide, o histérico o afectivo o todos estos a la vez. Hay que añadir que las psicopatías pueden complicarse, lo que no es superponible al concepto de las pseudospsicopatías. Así, un ejemplo de un gran interés actual, es la sumación a la personalidad anómala, de cuadros tóxicos, a drogas o a alcohol, hasta el extremo de que, en ocasiones, el trastorno de la personalidad queda oscurecido por los cuadros de psicosis tóxicas que pueden desencadenarse, o la aparición de cuadros depresivos, o la neurotización, que tan fácilmente experimentan los psicópatas, en base fundamentalmente, al fracaso de su proyecto vital y a la baja tolerancia que tienen a las frustraciones. Es decir, en estos casos, el trastorno de personalidad pasaría a registrarse como estado <<premorbido>>. Las pseudo-psicopatías o falsos trastornos de personalidad, se refieren a aquellos casos en los que lo inicial no es el trastorno caracterial o la personalidad anómala, sino que ésta es secundaria a una lesión orgánica cerebral, como son los síndromes orgánicos de la personalidad, y que fueron estudiados hace años por Royo Villanova en los post-encefálicos, recibiendo, además. por este autor el nombre de encefalitis criminógenas, por las graves alteraciones del comportamiento, entre las que destacaban la gran impulsividad, y cuyo prototipo fue el criminal americano Carie Chesman, que esperó varios años en su celda a ser electrocutado, lo que le dio lugar a escribir un libro de gran resonancia en su época. También, en estos últimos tiempos, están adquiriendo un gran interés medico-forense las secuelas que aparecen unidas a los traumatismos craneales, que se iniciaron con Kleist en los lesionados de guerra, y con Goldstein en las llamadas por él <<reacciones catastróficas>>, siendo su número cada día más elevado, porque las nuevas técnicas médico-quirúrgicas mantienen con vida un gran número de traumatizados de cráneo en los accidentes de automóviles, constituyendo el grupo de los caracterópatas postraumáticos. Por último, no podemos dejar de referirnos a los actuales estudios neurofisiológicos que tratan de explicar las conductas asociales, desviadas o delictivas en función de patologías cerebrales. Algunos estudios se basan únicamente en la lectura del electroencefalograma. Así, Monroe pudo constatar que el grupo de reclusos que investigó con alteraciones electroencefalográficas, era más agresivo y conflictivo que los que presentaban un trazado regular. Yeudall creyó estar en condiciones de predecir la reincidencia en sujetos con disfunción cerebral mínima lateral del hemisferio dominante referido por García García y Sancha Mata en su obra Psicología Penitenciaria. Particular mención exigen las investigaciones de Eysenck sobre el funcionamiento del sistema nervioso autónomo en los psicópatas, ya que la respuesta de éstos a determinados estímulos, arroja unas medidas específicas diferentes a la dilatación pupilar, alteraciones del pulso, la presión, la tensión muscular, etc., que se dan como una respuesta de ansiedad anticipada al castigo, y como elemento socializador en el niño. En este sentido, los psicópatas tienen un tiempo lento de recuperación, lo que vendría a demostrar su menor sensibilidad fisiológica y emocional a las estimulaciones y, en definitiva, un reducido condicionamiento autónomo para aprender por estímulos dolorosos y aversivos del castigo. Los modernos estudios bioquímicos neuronales favorecen también los criterios de las bases neurofisiológicas de la agresividad, lo que justificaría el gran interés de estas investigaciones en los trastornos de personalidad y de las personalidades psicopáticas, por su falta de adaptación asocial. 6. Criminalidad de los psicópatas Aunque cada tipo de psicópata tiene una cierta disposición delictiva, así, por ejemplo, el hipertímico, por su ligereza suele ser un mal pagador que olvida sus promesas, las falsas acusaciones de los psicópatas con afán de notoriedad, los huidos y la prodigalidad de los lábiles del estado de ánimo, la complicidad de los abúlicos, etc., son los anéticos o antisociales y los explosivos los que con mayor frecuencia entran en conflicto con el Código Penal, existiendo ese personaje que ha recibido distintos nombres, como hemos visto a lo largo de la historia de la Psiquiatría, que va desde la <<locura mora>> de Pitchard a los actuales trastornos de personalidad antisocial, anético, desalmado, amoral, de ánimo frío, asocial y disocial, según las escuelas, pero que, en definitiva, se refieren al mismo sujeto. El alto porcentaje de delitos entre las personalidades anormales, no debe entrar en pugna con los factores sociales del delito, y quizá este es uno de los aspectos más positivos del moderno concepto de los trastornos de personalidad, que atenúa el excesivo organicismo de la personalidad psicopática, la flexibiliza y enrquece, viniendo a romper la oposición excluyente entre sociópatas y psicópatas. El empobrecimiento e inmadurez afectivo-emocional puede tener un origen social ya descrito por Spitz, como hospitalismo en niños de orfelinatos y situaciones anaclíticas por Ana Freud, cuando la sociedad no suple la carencia de las figuras tutelares paterna y materna, con lo que la personalidad se resiente por entero, pudiendo incluso afectar gravemente a la inteligencia. No obstante, se puede decir que las características delincuenciales de estos sujetos son: la reincidencia, la incorregibilidad, la precocidad y el ser inintimidab1es. Todos sus delitos son comprensibles, históricos y derivados psicopatológicamente de motivaciones, aun cuando Craft considere que uno de los rasgos permanentes del psicópata sea, junto a la falta de sentimientos de culpa, la ausencia de motivaciones adecuadas. No hay que considerar a todos los delincuentes y criminales como casos de personalidad antisocial o como psicópatas, incluso aunque se trate de individuos que han delinquido en forma repetida. No obstante, la estructura de la personalidad y sus antecedentes en la historia constitucional y psicogenética de dichos criminales, difieren de los datos que se encuentran en el pasado del psicópata. Además, hay que recordar que las fuerzas culturales, económicas y sociales también pueden determinar la conducta antisocial y en algunos casos desencadenada, como por ejemplo, en tiempos de guerra, cuando las normas ordinarias de interacción social se desorganizan o se invierten, incluso para los individuos con valores sociales bien establecidos. En muchas sociedades existen subculturas que viven gracias a que en forma constante desafían los códigos sociales habituales, los miembros de dichas culturas constituyen una clase criminal separada. Las personas de estos grupos difieren del psicópata o del individuo con personalidad antisocial. En contraste con las personas antisociales, los sujetos de estos grupos son capaces de lealtad afectuosa y sólida hacia otras personas y hacia su grupo. Para Perkins y otros autores, representan un colectivo con ocupaciones criminales cuya motivación es igual que la de otros ciudadanos: obtener ventajas. Bajo tales circunstancias aprenden, planean y se adaptan, igual que cualquier sujeto, sin mayores trastornos en su personalidad. Las principales diferencias con otros criminales radica en la lealtad que estos individuos experimentan hacia su grupo y en la naturaleza de las primeras fases de su desarrollo, que fomenta la capacidad para el contacto interpersonal y la confianza en otros, pero a través de la vida prolongada dentro de una subcultura delincuente o criminal, que limita la expresión a conducta aceptable para dichos grupos. Ciertas actividades de las pandillas antisociales de adolescentes, representan una conducta antisocial determinada por factores culturales del vandalismo, más que por factores psicopáticos. Hay que diferenciar en especial a los delincuentes con caracteres neuróticos y los del grupo del psicópata. En los primeros, el conflicto neurótico se resuelve por medio de una cultura antisocial o aislándose de la sociedad; la psicopatología se expresa en comportamientos antisocia1es y no en síntomas neuróticos. En el individuo con un carácter neurótico antisocial, el hecho compulsivo de <<expresar en acciones>> un conflicto, alivia la angustia que de otra manera sería muy penosa. Es frecuente que un sentimiento patológico de culpa, debido a un super-yo anormal, motive dicha <<expresión en forma de actos>>, que tiene por objeto aliviar la culpa por medio de la aprehensión y el castigo. Intelectualmente estos pacientes se dan cuenta de las potencialidades del castigo y humillación pero fuerzas inconscientes los impelen a repetir el acto antisocial con objeto de disminuir la angustia, debida a culpas inconscientes, y la necesidad del castigo. Por lo tanto, el carácter neurótico difiere de la personalidad antisocial, pero al igual que en los casos de personalidad en desacuerdo con las normas de la sociedad, se trata de individuos que han desarrollado una estructura yoica que les permite confiar en otras personas y ligarse a ellas emocionalmente, y que internalizan los códigos sociales. Por lo tanto, los neuróticos disponen de un super-yo con estructura, pero dicha estructura está distorsionada y crea la persistencia de sentimientos irracionales e inconscientes de culpa, de vergüenza y de que al individuo mismo no le valen en absoluto. La necesidad de utilizar un recurso habitual para aliviar la angustia, prolongada en forma compulsiva, la conducta anormal, y tal vez se hagan esfuerzos genuinos para <<portarse bien>> pero éstos fracasan ante las intensas fuerzas inconscientes. Se ha tenido la impresión de que, al pasar el tiempo, los individuos con trastornos antisociales de la personalidad, maduran poco a poco y participan menos en actos criminales o de otro tipo destructivo, conforme se hacen viejos. Un estudio realizado por Maddock acerca de la evolución a lo largo de cinco años de la adaptación social de un grupo de psicópatas, desmiente la validez completa de esta impresión. Aunque Maddock descubrió que la frecuencia de condenas penales disminuye conforme envejece el psicópata, más o menos tres de cada cinco no establecen una adaptación social satisfactoria en sus años posteriores. Este autor sugiere que, aunque estos individuos vayan menos a la cárcel, conforme se hacen viejos, muchos entran en el sistema de ciudadanos o grupos de personas que necesitan de cuidados médicos gratuitos, lo que revela que su desajuste continúa, con independencia de que el psicópata suele envejecer y morir prematuramente. El psicópata explosivo es una personalidad cuya característica más saliente es la de reaccionar motórica y afectivamente de modo súbito, violento y desproporcionado a vivencias, por lo general displacenteras. Esta personalidad no es admitida por todos los autores como personalidad psicopática, ya que con frecuencia puede corresponderse con la personalidad epileptoide, y por otro lado, esta variedad, aunque constituye una innegable realidad, evidencia en su peculiar fisonomía que no siempre se manifiesta como tipo puro, y sí, en cambio, como forma combinada con alguno de los restantes modos de personalidades psicopáticas, o de determinadas personalidades anormales patológicas, psicóticas o no psicóticas. Es preciso, pues, señalar que sólo se puede investigar en las formas puras. Mauz fue quien más profundizó en su estudio, opinando que algunas personalidades mórbidas vinculadas a lo explosivo, se trataban de sujetos morfológicamente displásicos y funcionalmente deficientes endocrino-vegetativos del área vasculoencefálica. Podría decirse que el explosivo es una realidad bifronte, es decir, que presenta dos planos totalmente diferentes, según que la personalidad sea analizada en momentos no reaccionales o en los episodios de exaltación psicomotora. En la primera circunstancia no se evidencia el sujeto como malhumorado ni irritable, y sí, por el contrario, tranquilo, dócil, disciplinado, apacible y pacífico, aunque presentando siempre un fondo de actividad pronto a aflorar. Schneider señala agudamente: <<tratándolos con precaución y mesura, cuidando de no ser ni provocativos ni desdeñosos, no resulta difícil entenderse con ellos>>. En cambio, en la etapa explosiva, el psicotipo se evidencia diametralmente opuesto, mostrándose con características de impetuosidad, excitabilidad, irritabilidad y los prolegómenos del episodio colérico, ya que todo ello supone que el pensamiento, al transformarse en acto, no se filtra adecuadamente por las estructuras noéticas de la personalidad: actitud ética, debo o no debo; actitud utilitaria, me conviene o no me conviene; y actitud intelectual, puedo o no puedo. Schneider ha señalado también muy justamente, dos características de esta personalidad: su tendencia a la ingestión de bebidas alcohólicas, lo que potencia su explosividad, y el bajo umbral de tolerancia a las mismas, lo que hace que integren el cuadro etiológico de la borrachera complicada o patológica. Esta característica significa el elevado índice de peligrosidad predelictual y delictual que presentan estos individuos, resaltándose que en todos los casos se trata de una reacción vivencial anormal, que se manifiesta bajo una de las cuatro formas siguientes: a) Depresiva (menos frecuente que las restantes), que explica psicogenéticamente los <<raptus suicidas>> y los <<raptus de homicidio-suicidio>>. b) Agitativa o impulsivas, con su particular modalidad del acto en cortocircuito. c) Afectivo-primitiva, traducida en manifestaciones hiponoicas o hipobúlicas, con su cortejo de crepuscularidad de conciencia, su tempestad de movimientos o su reflejo de muerte, y d) Paranoide. Por lo demás, cualquiera de estas reacciones podrán manifestarse como primarias, es decir, como reacción vivencial inmediata al estímulo, sin etapa intermedia de juicio crítico discriminativo, o bien como secundarias a un desarrollo sobrevalorado. En cuanto a las reacciones paranoides, es preciso señalar que su punto de partida se halla siempre en una interpretación autorreferencial de ofensa, humillación o vergüenza, que puede traducirse en actos explosivos, por lo común autoagresivos. Se impone ahora establecer un esclarecimiento, ya que, por un lado, hay que señalar los elementos que diferencian a los anancásticos, epileptoides y esquizoides, de los propiamente explosivos, y por otro, determinar esa misma personalidad explosiva de la fórmula de las constituciones ictafines, establecida por Maíz y que con gran frecuencia suscita confusiones diagnósticas. Existen escasos, pero muy precisos, elementos semiológicos con las tres personalidades antes citadas. Así, el explosivo no presenta nunca ni la angustia ni la componente obsesivo-fóbica del anancástico ni tampoco ostenta el fondo de mal humor, de humor borrascoso adhesivo y glischroide del epileptoide. Por último, en él están ausentes la introversión y la distorsión psicoestésica del esquizoide. En el explosivo puede decirse que nada se evidencia en su superficie entre los intervalos de sus <<raptus>>, mientras que, en cambio, en las que con él pueden correlacionarse, sean patológicas o no patológicas, siempre existen caracteres o antecedentes significativos que permiten sospechar la posibilidad de una descarga explosiva. Mauz, en 1935, formuló su doctrina de las constituciones ictafines o disposicionales a las convulsiones, lo que no debe ser tomado en el sentido estricto de la epilepsia, y estableció un ordenamiento que en el primer momento gozó del favor de muchos autores, aunque luego decayese en la de personas con especial disposición a la irritabilidad y reacciones desproporcionadas, no exentas de convulsión. De todo lo anteriormente expuesto, se puede establecer el gran interés criminológico de estos personajes, que no constituyen un cajón de sastre, pero si mantienen unos límites difusos, tanto en sus versiones psicopatológicas, como sociológicas y jurídicas, y cuyas alteraciones conductuales se expresan tantas veces de forma criminal, recibiendo, como se ha visto, distintos nombres, lo que aún aumenta más, el confusionismo de la sociedad ante ellos.