Reflexiones sobre la Piscina de Lourdes. No hace 12 horas que ha terminado la peregrinación y quiero dejar escrito los sentimientos y reflexiones de mi primer baño en la Piscina, a pesar de ser esta mi sexta peregrinación. Este año, era responsable de un grupo de enfermos, algunos de ellos en un estadío avanzado de su enfermedad, cada uno con una trayectoria de vida, una situación personal, un grado de enfermedad etc. El penúltimo día de la peregrinación después de la misa era el día asignado para ir a las piscinas, yo no necesitaba ir al hospital, así que a la salida de misa me junte con mi equipo y cogí la silla de ruedas de Conchita; y dando un paseo, con una luz preciosa y un sol radiante, hablábamos todos camino de las piscinas. Todo eran preguntas, nos bañamos, no nos bañamos, que pasa si me enfrío etc. etc. Yo nunca me había bañado, siempre con dudas, en todas las peregrinaciones me planteaba que sentido tenía para mí bañarme en la piscina y nunca llegaba a hacerlo, me cuestionaba mi Fe, a veces no recia ante tanto sufrimiento, y en este caminar, me llegó la pregunta de mis enfermos; ¿y usted doctora se va a bañar?. Mi contestación fue rápida, esto es personal, hay que hacerlo por convicción, uno no se debe sentir obligado etc., por dentro para mí todo eran dudas. No me quería bañar, que iba a pasar, nunca me había acercado a las piscinas. Por fin, llegamos y cuando estábamos esperando para pasar, me quitan la silla de Conchita y oigo una voz de una enferma que me dice: “doctora” ¿ va a abandonar a Conchi?; algo en mi sucedió. Humanamente desde luego que no la iba a abandonar, un médico nunca abandonará a su enfermo y espiritualmente ¿se sirvió la Virgen de mis enfermos para darme ese empujón que yo necesitaba?. Esta sería mi primera reflexión, yo creo que realmente sí, ellos me han ayudado a dar el paso, y nunca podré olvidarlo. De nuevo con Conchita en la entrada a la piscina, no sé que me ocurrió, no podía rezar sólo llorar; estábamos seis o siete, todas llorando sin hablar, nos mirábamos a los ojos, no podía ayudarlas, estaba como ellas, era una más, igual a ellas. Esta sería mi segunda reflexión, que desde luego no la hice en el preámbulo de la piscina, sino en el camino de regreso, que todos volvíamos callados, yo lloraba con “hipo”. Pensaba: ante los ojos de la Virgen todos somos iguales, no vale el título de médico, ni el de profesor de universidad, ni dominar otros idiomas, solo vale la Fe y la Humildad . Nunca había sentido tan profundamente, que es ser humilde, es eso, despojarte de todo, ser como los enfermos más enfermos, en ocasiones rechazados, no tener nada de nada, solo tu cuerpo que es como Dios nos hizo a todos, todos iguales a Su imagen y semejanza. Llegó el momento de meterme en la piscina, sólo lloraba y oí que me decían: “pide a la Virgen por tus intenciones”. En el camino de vuelta hice mi tercera reflexión, hay que vivir situaciones como las que he vivido en la peregrinación de este año para darnos cuenta de nuestro egoísmo; había pedido a la Virgen por mi familia, con lo que allí estaba viviendo, no había sido capaz de pedir ayuda para ellas, cuando las enfermas, luego reflexionando en grupo por la tarde, contaban que habían pedido a la Virgen por todos nosotros. Una vez vestida ya con mi atuendo de médico, me acerqué a Conchita que estaba en la camilla y todas las que le habían ayudado a desvestirse alrededor, y me sumé a ellas. Le dicen que todas vamos a pedir a la Virgen por sus intenciones, esa imagen alrededor de ella con las manos juntas rezando no la olvidaré nunca y todavía no he reflexionado bien sobre el sentimiento que en mí ha quedado, pero sí que puedo afirmar que sentí esa unión de rezar juntos. Mientras metían en la piscina a Conchita, me acerque a otra enferma que la noche anterior lo había estado pasando muy mal, y le dije al oído lo que debía pedir a la Virgen, nunca olvidare su mirada, unos ojos que reflejaban auténtica paz. En mi camino de vuelta reflexionaba (cuarta reflexión), la suerte que había tenido de poder asistirla la noche anterior y haber estado a su lado y acompañarla también en la piscina, no ya como médico sino como hermana suya hija de un mismo Dios. Nunca, en mis 25 años de profesión, ni en mis 6 años de peregrinación, había vivido una experiencia similar, sobre la cual me quedan muchas cosas que reflexionar, pero no quería dejar pasar las primeras reflexiones, más profundas o con más calado para mi vida personal. Desde aquí, quiero dar las gracias a ese equipo de la Peregrinación de la Hospitalidad de Lourdes de la Diócesis de Madrid, por lo que han supuesto para mi vida. Margarita Fernández-Benítez. Hospitalidad de Lourdes. Madrid. Publicado en el Boletín Médico de Lourdes 2000.