la novela y el cuento hispanoamericanos. segunda mitad s. xx

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La novela y el cuento hispanoamericanos en la segunda mitad del s. XX
El movimiento que domina la narrativa hispanoamericana hasta 1945 es el
llamado realismo regionalista, donde se integran las llamadas “novelas de la tierra”
(ej. José Eustasio Rivera, La vorágine, 1924) que plantean la lucha entre civilización
y naturaleza (o barbarie); las novelas “indigenistas” (ej Ciro Alegría, El mundo es
ancho y ajeno, 1941) que denuncian la marginalidad del indio y las comunidades
indígenas; y las “novelas de la Revolución mejicana” (ej. Mariano Azuela, Los de
abajo, 1916).
Desde los años 40 se produce, sin embargo, un poderoso movimiento de renovación
narrativa que se despliega en dos momentos, antes y después de 1967, año de la
publicación de Cien años de soledad de Gabriel García Márquez. La primera oleada
renovadora está representada por autores como Borges, Miguel Ángel Asturias
(premio Nobel de literatura), Alejo Carpentier, Lezama Lima, Juan Carlos Onetti,
Ernesto Sábato y otros. Son narradores formados en las literaturas vanguardistas de
entreguerras. La obra de estos autores ya contenía novedades que se consolidarán
posteriormente, por ejemplo: a) la renovación de la técnica compositiva del cuento,
que se aleja por completo de la de la novela (Borges); b) la aparición de temáticas
nada habituales en la narrativa anterior: lo existencial (Sábato, Onetti), lo urbano
(Borges, Onetti, Carpentier, Sábato) y las simbolizaciones antropológicas (M. Ángel
Asturias, Carpentier); y c) la ruptura radical con el horizonte realista y naturalista,
que abre las historias a elementos irracionales, fantásticos, oníricos y absurdos
(Carpentier, Miguel Ángel Asturias, Borges) y ello a pesar de mantenerse vivo el tema
social-indigenista (Carpentier, MA Asturias).
Pero es la segunda oleada de narradores (conocida editorialmente como “el
boom” o nueva narrativa hispanoamericana) la que alcanza un clamoroso éxito
continental y mundial a partir de 1967 como se ha dicho antes. Esta segunda
promoción la formaban Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y
Mario Vargas Llosa (los dos últimos, premios Nobel de literatura) a quienes se unieron
otros como Juan Rulfo, Juan José Arreola, José Donoso, Roa Bastos, Cabrera Infante,
etc. En estos autores no solo influyen los precursores europeos de la novela moderna
(Joyce, Proust, Kafka) sino también novelistas norteamericanos como Faulkner.
El sello distintivo del boom es "el realismo mágico" o "lo real maravilloso", es
decir, la integración que llevan a cabo de elementos míticos, legendarios,
irracionales, absurdos y mágicos dentro del relato, unas veces “exasperando” los
límites lógicos de cotidiano, y otras cotidianizando lo maravilloso (esto es, tratando
hechos absurdos, maravillosos o míticos como si fueran perfectamente normales). En
estas novelas América (la naturaleza, las razas amerindias, las costumbres
ancestrales) se identifica con un mundo irracional, prodigioso e inexplicable en
comparación con el débil y convencional racionalismo de la mentalidad europea.
Las variantes temáticas más destacadas de esta nueva narrativa hispanoamericana
son las siguientes:
a) novelas de carácter existencial, en las que predomina la soledad, la
incomunicación, el absurdo de la vida y los personajes sufrientes. Ejs. Juan Carlos
Onetti, El astillero, 1961; y Ernesto Sábato, El túnel, 1948.
b) novelas de la identidad (individual, nacional o continental), es decir, novelas
que indagan unas veces sobre la historia de América y otras sobre sus raíces
antropológicas. En las novelas de proyección histórica se abordan, panorámicamente,
momentos, periodos o personajes clave de la historia de América. Ej. Hijo de hombre
(1960) de Roa Bastos, El siglo de las luces (1962) de Alejo Carpentier, La guerra
del fin del mundo (1981) de Vargas Llosa, El general en su laberinto (1989) de García
Márquez. Un subgrupo dentro de estas son las llamadas “novelas de dictador”, por
ej., El señor Presidente (1946) de Miguel Ángel Asturias (la primera novela del
género); Yo el supremo (1974) de Roa Bastos; El otoño del patriarca (1975) de García
Márquez; y de Vargas Llosa, Conversación en La Catedral (1969) y La fiesta del
Chivo (2000) de Vargas Llosa. Por su parte, las novelas de proyección antropológica
se cuestionan críticamente la pervivencia de creencias, costumbres, mitos y símbolos
ancestrales de los países y regiones americanos. Ej. Pedro Páramo (1955) y los
cuentos de El llano en llamas (1953) de Juan Rulfo; Paradiso (1966) de Lezama
Lima; y Cambio del piel (1967) de Carlos Fuentes (en realidad toda la narrativa de
este autor responde a este presupuesto enfocado en su país, Méjico). No obstante, la
novela que sin duda funde ambas tendencias y las trasciende es Cien años de
soledad (1967) de Gabriel García Márquez (como se vio, la novela más famosa del
boom).
d) la narrativa metaliteraria, o sea, novelas y cuentos que explícita o implícitamente
se preguntan sobre la relación entre realidad y ficción o sobre los procedimientos de
escritura de la propia novela. En este grupo hay obras experimentales donde el
artificio verbal se apodera de toda la historia, por ej. Rayuela (1963) de Julio
Cortázar y Tres tristes tigres (1964) de Gabriel Cabrera Infante. Pero hay otras en
que lo metaliterario es parte de la trama, como ocurre en Cien años de soledad, de
García Márquez, antes citada; o en casi todos los cuentos de Borges (ej. El aleph,
1949) donde la especulación filosófica se une a enigmas que se resuelven en las
últimas líneas.
Un subgrupo dentro de las novelas metaliterarias postula la desmitificación
irónica -que suelen incluir el humor y la sátira- de tópicos culturales y géneros
literarios tradicionales. Ejemplos destacados serían: La tía Julia y el escribidor
(1977) de Vargas Llosa o El amor en los tiempos del cólera (1985) de García
Márquez donde ambos autores ironizan en torno al melodrama amoroso de tradición
popular; o bién Pantaleón y las visitadoras (1973) de Vargas Llosa que lo hace en
torno a la selva;y El recurso del método (1974) de Alejo Carpentier, una auténtica
parodia de las novelas de dictador.
En cuanto a las innovaciones formales se observa que el narrador omnisciente
tiende a dejar paso (sin desaparecer del todo) al narrador interno de perspectiva
múltiple (pluriperspectivismo); también se recurre con frecuencia al “monólogo
interior”. La linealidad se rompe mediante recursos como “la inversión temporal”, la
simultaneidad de historias paralelas (contrapunto), la analepsis y prolepsis o el caos
temporal. El lenguaje también es objeto de manipulación y experimentación, con
muchísima atención en la elaboración sintáctica, el ritmo de la prosa, el poder de
sugerencia de las imágenes o la precisión léxica, llegando en muchos casos a un estilo
barroquizante como el de las novelas de Alejo Carpentier.
Desde los años 80 del siglo pasado la literatura hispanoamericana vive en el
posboom. Aunque hay abundante literatura epigonal del “realismo mágico” con
mucha fama pero de discutible calidad (ej. la obra de Isabel Allende), las nuevas
generaciones vienen decantándose por historias que vuelven a ocuparse de las
vivencias cotidianas con enfoques testimoniales y realistas (alejados de lo
maravilloso) que sirven tanto para la denuncia social y política (con el exilio como
tema destacado) como para el relato histórico que nunca ha perdido vigor en
América. Fernando de Paso (Noticias del Imperio, 1987); Alfredo Bryce Echenique (La
vida exagerada de Martín Romaña, 1981), Fernando Vallejo, Ricardo Piglia, Sergio
Pitol, Juan José Saer, Antonio Skarmeta, Roberto Bolaño (Los detectives salvajes,
1998), Juan Gabriel Vásquez o Juan Villorio.
Mención aparte merece la enorme calidad literaria del cuento o relato breve
hispanoamericano que, arrancando de Borges, tiene destacadísimos representantes
como Cortázar, García Márquez, Benedetti, Augusto Monterroso, Juan Rulfo,
Benedetti, Arreola, Ricardo Piglia o Bolaño.
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