Lo abstracto y lo concreto

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Escritura creativa en las ondas
Tema 2:
Lo abstracto y lo concreto
© Escuela de Escritores
Escuela de Escritores:
Escritura creativa en las ondas
Tema 2
Lo abstracto y lo concreto
No lo digas, muéstralo.
Henry James
Aprender a diferenciar de qué hablamos cuando decimos que algo es abstracto y de qué
hablamos si decimos que algo es concreto es un asunto esencial en literatura, pero,
aunque muy importante, es bastante sencillo y lo vais a entender perfectamente —al
menos eso espero— después de haber leído la lección con cuidado y de haber practicado
con el ejercicio.
Lo abstracto es la consecuencia que ha extraído la mente de lo vivido y lo sentido, es
decir, la síntesis intelectual a que ha llegado nuestro pensamiento a raíz de lo concreto
que hemos vivido o experimentado, pero no es la experiencia misma. La abstracción, por
lo tanto, corresponde al pensamiento en frío que nace de la reflexión intelectual sobre
la experiencia.
Palabras como felicidad, amor, miedo, resultan abstractas porque son el producto de
haber reducido la experiencia vital a su esencia intelectual, es decir, en lo abstracto se
reduce lo concreto a lo que subyace debajo de la experiencia y la hace igual a otras
experiencias similares. Se trata, por lo tanto, de palabras que atienden a lo general.
Puede suceder que mi vivencia sea ir cantando por la calle, sonreír a todo el mundo, ver
la ciudad resplandeciente, aunque esté nublado, sentirme flotar y respirar un aroma
como de hierbabuena. Si filtro esta vivencia con mi mente y quiero extraer un concepto
general, diría que soy feliz, que es una idea abstracta.
Por su lado, lo concreto será lo sólido, lo compacto, lo material. L o preciso,
determinado, sin vaguedad.
Es decir, ser concreto consiste en mostrar aquello a lo que me refiero exactamente para
dibujar una imagen lo más certera posible que no dé lugar a ambigüedades o confusión.
Que voy cantando por la calle, que sonrío a todo el mundo, que veo la ciudad
resplandeciente, que me siento flotar y que me parece que respiro hierbabuena, sería la
experiencia particular y visible (concreta), mientras que la idea abstracta y general que
subyace sería la de "ser feliz".
Lo más conveniente será utilizar en nuestros textos imágenes y palabras concretas de
donde el lector puede extraer por sí mismo el concepto abstracto. Vamos a ver por qué.
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Lo concreto
"Una imagen vale más que mil palabras." Muchas son las veces que hemos oído este
proverbio chino y la mayoría estamos de acuerdo en que es cierto. Sabemos que para
explicar una cosa lo mejor es poner ante los ojos de quien escucha un ejemplo claro,
visual, en el se comprenda el sentido de lo narrado.
Bien, imaginaos que afirmo, por ejemplo, que Thea era una niña perfecta. Si ahora
cerráis los ojos e intentáis visualizar a Thea os va a ser casi imposible porque os he dado
el concepto abstracto, una idea que la imaginación no puede "ver", ya que lo abstracto,
al atender a lo general y eliminar lo particular, es de difícil visualización.
Igual que vosotros ante la aseveración de que Thea era una niña perfecta, el lector de
un texto no podrá ver nada de ella, no sabrá si me refiero a que era muy bonita o a
alguna otra cualidad o aptitud de la niña. Es decir, el lector no podrá imaginársela y no
podrá, por tanto, establecer la empatía adecuada con lo narrado puesto que no se
sentirá implicado: cuanto más abstracta es una palabra más significados posibles tiene y
más difícil le será al lector comprender de qué estamos hablando exactamente. Y la
narrativa es un trabajo que consiste en mostrar, no en decir.
Vamos a ver ahora un ejemplo de cómo Patricia Highsmith nos muestra, mediante
elementos concretos, a una niña de ese tipo en "La perfecta señorita":
Theodora, o Thea como la llamaban, era la perfecta señorita desde que nació. Lo
decían todos los que la habían visto desde los primeros meses de su vida, cuando la
llevaban en un cochecito forrado de raso blanco. Dormía cuando debía dormir. Al
despertar, sonreía a los extraños. Casi nunca mojaba los pañales. Fue facilísimo
enseñarle las buenas costumbres higiénicas y aprendió a hablar extraordinariamente
pronto. A continuación, aprendió a leer cuando apenas tenía dos años. Y siempre
hizo gala de buenos modales. A los tres años empezó a hacer reverencias al ser
presentada a la gente. Se lo enseñó su madre, naturalmente, pero Thea se
desenvolvía en la etiqueta como un pato en el agua.
—Gracias, lo he pasado maravillosamente —decía con locuacidad, a los cuatro años,
inclinándose en una reverencia de despedida al salir de una fiesta infantil. Volvía a
su casa con su vestido almidonado tan impecable como cuando se lo puso. Cuidaba
muchísimo su pelo y sus uñas. Nunca estaba sucia, y cuando veía a otros niños
corriendo y jugando, haciendo flanes de barro, cayéndose y pelándose las rodillas,
pensaba que eran completamente idiotas. Thea era hija única. Otras madres más
ajetreadas, con dos o tres vástagos que cuidar, alababan la obediencia y la limpieza
de Thea, y eso le encantaba. Thea se complacía también con las alabanzas de su
propia madre. Ella y su madre se adoraban.
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Fijaos en la cantidad de cosas concretas, visibles, en movimiento, que Patricia Highsmith
nos muestra para transmitirnos la idea de que Thea era una niña perfecta.
Así, mediante una imagen concreta el lector podrá también sentir, y, además, ampliar lo
narrado mediante su propia experiencia respecto a una vivencia semejante, y podrá
sumar a lo "visto" sus intuiciones o percepciones sobre lo narrado. Otro ejemplo:
Yo no sé, mira, es terrible cómo llueve. Llueve todo el tiempo, afuera tupido y gris,
aquí contra el balcón con goterones cuajados y duros, que hacen plaf y se aplastan
como bofetadas uno detrás de otro, qué hastío. Ahora aparece una gotita en lo alto
del marco de la ventana; se queda temblequeando contra el cielo que la triza en mil
brillos apagados, va creciendo y se tambalea, ya va a caer y no se cae, todavía no se
cae. Está prendida con todas las uñas, no quiere caerse y se la ve que se agarra con
los dientes, mientras le crece la barriga; ya es una gotaza que cuelga majestuosa, y
de pronto zup, ahí va, plaf, deshecha, nada, una viscosidad en el mármol.
Pero las hay que se suicidan y se entregan enseguida, brotan en el marco y ahí mismo
se tiran; me parece ver la vibración del salto, sus piernitas desprendiéndose y el
grito que las emborracha en esa nada del caer y aniquilarse. Tristes gotas, redondas
inocentes gotas. Adiós gotas. Adiós.
"Aplastamiento de las gotas"
CORTÁZAR, Julio
Todos hemos mirado alguna vez la lluvia sobre un cristal. Puede que nos hayamos
entretenido observándolas, quizá durante una tarde aburrida de la infancia, haciendo un
largo viaje en autobús o un domingo de otoño… Probablemente no nos hayamos
planteado lo que aquí Cortázar muestra, ese juego de las gotas vivas, pero sin duda
habremos percibido la loca dinámica de los cauces, los minúsculos ríos y ese caer y
estallar del que texto nos habla. Al leerlo nuestras vivencias se removerán no sólo en la
experiencia de haber visto las gotas en el cristal, sino que toda una carga de sensaciones
periféricas, que tal vez acompañaron aquel momento pasado, pueden llegar a percibirse
de nuevo mediante la evocación.
Del mismo modo, cuando volvamos a tener oportunidad de ver la lluvia sobre el cristal,
lo veremos de forma diferente después de haber leído este magnífico texto. Así se
establece la empatía, que es nada menos que la identificación mental y afectiva.
Claro está que nada de esto podría suceder si no se nos hubieran mostrado imágenes
concretísimas destinadas a hacernos "ver", y, por lo tanto, "sentir" lo narrado. Es decir, la
imagen amplía hasta el infinito las posibilidades de la interpretación de un texto,
mientras que las frases abstractas son inertes en sí mismas puesto que no mueven
nuestras emociones ni nuestra capacidad de interpretación.
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Como dice Henry James en la cita que abre el tema: "No lo digas, muéstralo". No digas
que algo es esto o lo otro de forma abstracta, muéstralo con hechos y detalles
concretos: ese es el camino de la buena literatura.
Porque cuando el relato se mueve en términos abstractos el lector se desconecta ante
una invisibilidad que no le permite meterse en la historia, no se emociona y, como
resultado, surge el inevitable desinterés.
Un buen texto narrativo se construye mediante la generación de imágenes vívidas en la
mente del lector, el lector verá una película llena de detalles en la que podrá sumergirse
para vivir una especie de vida paralela.
Lo abstracto
A veces se tiende a creer que no entendemos un texto por nuestra poca capacidad de
comprensión. Puede suceder que hayamos pillado algunas cosas, la idea general, pero no
hemos comprendido el sentido del texto por completo. O parece que está bien escrito,
pero nos aburrimos. En estos casos nos podemos llegar a sentir culpables o tontos,
porque pensamos que el escritor escribe cosas fuera de nuestro alcance. Pero si somos
sensatos y si tenemos en cuenta que el fin del leguaje es la comunicación, no la
incomunicación, podríamos llegar fácilmente a la conclusión más sencilla de que el
escritor no ha sabido hacer adecuadamente su trabajo, es decir, que no ha sabido
transmitir lo que quería contar, y que, por muy extraordinario que ello sea, no ha
encontrado la manera de trasladarlo al lector, que es el primer fin de toda narración.
En muchos casos esta falta de comprensión de un texto puede proceder de que el autor
se ha apoyado en un lenguaje abstracto y que con él ha constituido una narración
invisible.
Por supuesto que el lenguaje abstracto tiene su lugar en la escritura; en caso contrario
no tendría razón de ser. Pero ese lenguaje es más propio del ensayo, de la ciencia, de la
filosofía, porque estas disciplinas pretenden ser objetivas en contra de los textos
literarios que buscan la subjetividad. Con esa intención de objetividad en los ensayos se
suele excluir lo particular para atender a lo general, es decir, se hace abstracción de la
experiencia. Veamos un ejemplo:
A diferencia de otros seres, vivos o inanimados, los hombres podemos inventar y
elegir en parte nuestra forma de vida. Podemos optar por lo que nos parece bueno,
es decir, conveniente para nosotros, frente a lo que nos parece malo e
inconveniente. Y como podemos inventar y elegir, podemos equivocarnos, que es
algo que a los castores, las abejas y las termitas no suele pasarles. De modo que
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parece prudente fijarnos bien en lo que hacemos y procurar adquirir un cierto saber
vivir que nos permita acertar. A ese saber vivir, o arte de vivir si se prefiere, es a lo
que llamamos ética.
Ética para Amador
SABATER, Fernando
En este fragmento filosófico de Sabater vemos con claridad cómo el lenguaje abstracto
encuentra su territorio en el ensayo.
Dicho esto, si ahora cerráis los ojos y pensáis en el texto que habéis leído de Sabater,
¿qué veis? Los castores, las abejas, las termitas, ¿verdad? Así es, lo recordamos porque es
lo único concreto que hay en el fragmento y nosotros vivimos lo concreto, y por eso se
nos ha quedado grabado.
Fijar algunos elementos en la memoria del lector es importante en cualquier narración,
porque si no hacemos que recuerde ciertas cosas, la trama no tendría sentido ni
resonancia interna. Y ya hemos visto que la mejor forma de grabar algo en la memoria
del lector es mediante una imagen concreta y poderosa.
Por ejemplo, para que el relato de Borges, "Funes el memorioso" tenga sentido en su
trama, y para que su final se comprenda perfectamente, no bastará decir que el
personaje tenía una memoria prodigiosa, sino que habrá que grabar una imagen en la
mente del lector mediante datos concretos.
Nosotros, de un vistazo, percibimos tres copas en una mesa; Funes, todos los
vástagos y racimos y frutos que comprende una parra. Sabía las formas de las nubes
australes del amanecer del 30 de abril de 1882 y podía compararlas en el recuerdo
con las vetas de un libro en pasta española que sólo había mirado una vez y con las
líneas de la espuma que un remo levantó en el Río Negro la víspera de la acción del
Quebracho. Esos recuerdos no eran simples; cada imagen visual estaba ligada a
sensaciones musculares, térmicas, etcétera.
"Funes el memorioso"
BORGES, Jorge Luis
Qué imágenes tan poderosas, ¿no? Seguro no vamos a olvidar que el personaje era capaz
de recordar hasta las líneas de espuma que un remo levantó en el Río Negro la víspera
de un día concreto.
Así, cuando leamos el final del cuento no nos sería difícil imaginar o "ver" al personaje
presa de la tortura de su propia memoria. Funes está postrado en un catre, ya no puede
pensar, ni dormir, sólo recordar detalle por detalle todo lo vivido y lo visto. No es difícil
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barruntar lo que siente Funes y tenerle piedad cuando se dice que, a veces, "también
solía imaginarse en el fondo del río, mecido y anulado por la corriente."
El tema
Pero los conceptos abstractos también van a sernos de gran utilidad a la hora de saber
de qué está hablando un texto, de qué estamos hablando o qué queremos contar
nosotros mismos en un texto.
Si volvemos al fragmento de Borges se nos quiere transmitir en él un concepto abstracto,
pues si sintetizamos su contenido llegamos a la conclusión de que habla de la memoria.
A esta síntesis abstracta que subyace en todo texto se le llama el tema. El tema de una
historia se establece reduciendo la historia a su esencia, abstrayéndola, quitando los
detalles para hacerla general, es decir, reduciendo el texto a una palabra abstracta que
sintetice la intención primaria del autor.
Si tenemos claro el tema del que queremos hablar, este tema abstracto será como una
brújula que nos impida cambiar de asunto o de contenido en nuestras obras y nos
ayudará a encontrar el sentido de lo que estamos escribiendo cuando estemos perdidos.
De la narración al tema y viceversa
A estas alturas nos hemos dado cuenta de que lo abstracto y lo concreto son cosas
diferentes, pero, a la vez, muy dependientes y relacionadas. Es un camino de dos
direcciones y hay que tener ambos conceptos muy presentes a la hora de hacer un buen
trabajo.
Puede suceder, por ejemplo, que estemos escribiendo un relato o unos cuantos párrafos,
sin más. Ahí pueden aparecer muchos elementos concretos desordenados; por ejemplo,
cosas que hace una vecina que se dedica a espiar al vecindario: "sale a regar las plantas
a las ocho de la mañana y a las ocho de la tarde, barre el portal a las once y deja las
persianas entreabiertas, etcétera".
Se trataría de una serie de anécdotas de la vecina que nos llaman la atención y que
pueden resultar graciosas, pero nos sorprendemos de que el resultado sea un poco
caótico, sin demasiada energía o sentido, puede incluso que nos cueste cerrar el texto,
porque, en realidad, no sabíamos bien hacia dónde íbamos.
Si queremos sacar adelante el texto deberemos preguntarnos de qué habla lo que hemos
escrito, cuál es la idea abstracta que destila. En el caso de las anécdotas de la vecina,
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podemos llegar a la conclusión de que el tema abstracto que subyace es la envidia. Una
vez que lo tengamos claro nos será más sencillo seleccionar, colocar y mostrar los
elementos concretos que sustenten el tema que estaba debajo de las anécdotas de la
vecina, es decir, será más fácil contar una vez que hayamos decidido qué queríamos
contar.
Puede suceder también que no tengamos ninguna imagen concreta y que nos apetezca
hablar de un tema abstracto que nos interesa.
Una vez hallada la idea abstracta dispondremos todos los elementos concretos (reales o
imaginarios) que nos ayuden a mostrar esa idea sin mencionarla de forma explícita, pero
de tal manera que el lector pueda por sí mismo deducir qué es lo que queremos
transmitir y, así, lo que escribamos tendrá todo el sentido.
Por ejemplo, podemos tener en la cabeza la idea abstracta de que debajo de la envidia
hay una carencia afectiva. Para ilustrar de forma concreta este tema abstracto
podríamos escribir algo así:
Rosario vivía sola desde que su hijo se mató en una pista de tenis y su hija se había
ido a casarse a la isla de Man. Aún más sola se sentía desde que se enfadó con los
vecinos de arriba, con María y con Lucas (sobre todo con María), hacía ocho años.
Sabía en todo momento, sin embargo, cualquier cosa que hicieran Lucas y María.
Supo que estuvieron en el hospital y por qué, supo que María se cayó por las
escaleras, supo que metieron en casa a un maleante. Y, cómo no, también sabía
que aquel día, Nochevieja, tenían una invitada. Una chica pelirroja, la hija del
dentista.
Y mientras comía un trozo de merluza que llevaba ciento dieciséis días en el
congelador, Rosario escuchó palabras suaves en el piso de de arriba, y un par de
risas; después escuchó una discusión en tonos azules y grises, carcajadas, gritos
con bufanda, más risas. Y cuando Rosario estaba masticando el segundo mazapán,
se oyó una guitarra, y canciones tolerables al principio, más vivas después y
pronto canciones impuras, de mal gusto, anticlericales.
Rosario, entonces, con toda la potencia de sus pulmones de setenta y ocho años y
con medio kilo de mazapán en la boca, empezó a dar gritos mirando a sus vecinos
de arriba; que qué escándalo era aquél, que se callasen de una vez. Como si le
estuvieran impidiendo dormir, como si hubiera tenido intención de irse a dormir.
Un tranvía en SP
ELLORAIGA, Unai
En negrita vemos las imágenes de las que se sirve Unai Elorriaga para no sólo sacar
adelante el tema, sino también ampliarlo con elementos tan particulares que al lector
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no le queda más remedio que establecer de inmediato una empatía con lo narrado, que
le lleva, incluso, a esbozar un sonrisa, es decir, a emocionarse.
Esta claro cómo la idea abstracta queda iluminada por la cantidad de detalles que
aluden a la soledad y a la envidia. Estos elementos vívidos y visibles están apuntando,
por lo tanto, a las intenciones del tema que el autor quería trabajar: Para el autor es
muy importante saber de qué está hablando para así enfocar exactamente sobre los
detalles concretos que hagan visible la idea abstracta y que, de este modo, la narración
no se disperse hacia asuntos no relacionados con el tema, cosa que atomizaría la
narración y le haría perder fuerza y eficacia.
Si ya tenemos algo escrito será importante preguntarse qué es lo que estamos queriendo
contar, es decir, cuál es el enunciado abstracto que prima en las imágenes que estamos
escribiendo. De la misma manera podemos partir de una idea abstracta que nos interese,
e ilustrarla mediante detalles concretos de los que el lector pueda extraer, por sí mismo,
el concepto abstracto.
Bibliografía
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Borges, Jorge Luis: "Funes el memorioso", en Ficciones, Alianza Editorial, 2004.
Cortázar, Julio: Aplastamiento de las gotas", en Historias de Cronopios y de
Famas, Punto de lectura, 2002.
Elorriaga, Unai: Un tranvía en SP., Alfaguara, 2003.
Highsmith, Patricia. "La perfecta señorita" en Pequeños cuentos misóginos, Ed.
Anagrama, 2003.
Sabater, Fernando: Ética para Amador, Ed. Ariel, 2004.
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