La Paz Social es el fruto de la Verdad Reflexión acerca de elecciones posiblemente fraudulentas en la Provincia Ernesto G. Abril En el altar del éxito, se ha sacrificado una vez más a la sagrada Verdad. Sea cual fuere, la Verdad ya no interesa. El triunfo ha opacado a la Verdad. Hay miedo de conocerla, y se nota. Los gobiernos, silenciosos, han apelado una vez más a la rigurosa letra de la Ley sin respetar su espíritu. Como si esto fuese poco, los Jueces de la Corte, en un acto de falta de valentía y complacencia increíbles, han apelado a hacer la Ley, en lugar de decirla, que es lo que les compete. Sangra la Constitución, y con ella la República. Sangra y, no se sabe pero, se intuye su gravedad. Cuidar las instituciones es el primer deber de la ciudadanía. Pero es también el de las autoridades, quienes están a cargo de su cuidado. Son hoy precisamente estas, sedientas de más poder, quienes han puesto en peligro a la Nación. Es también hoy la oposición oficial la que asiste casi pasivamente a la mayor de las ofensas que puede recibir el pueblo: ser ignorado en sus ansias y en sus convicciones, expresadas a través del sufragio. Conforme con su porcentaje histórico, no se comporta unida, en actitud cívica y con un radical rechazo a un trámite eleccionario muy dudoso y que la propia conducta del oficialismo ha contribuido a sumirlo en la incredibilidad. Es preciso reclamarles que adquieran un papel protagónico, tanto a sus dirigentes como a sus militantes. No hace falta mediar, porque no hay nada para conciliar aquí más que el sueño, pero sí exigir, para incorporarse así a los que reclamamos y lograr la tranquilidad de la verdad, para poder dormir en paz, si es que esto puede llegar a lograrse. Ya vimos manifestarse al pueblo en su conjunto. Sabemos que la otra mitad quería ir. Somos así. Los que alguna vez vimos caer a los universitarios en épocas de un silencio logrado a los golpes podemos preguntarles ¿qué harán? ¿Cuál será la conducta del profesorado y del estudiantado ante esta circunstancia? También nos surge la incógnita sobre qué harán los trabajadores, los que le siguen a aquellos a quienes alguna vez vimos encarcelar y asesinar, en tiempos de obediencia obligada y de resistencia no negociable. Podríamos continuar preguntando, incluyendo a los demás sectores sociales. Y podríamos preguntar sobre los gremios y sobre los movimientos estudiantiles organizados… Más allá de la observación de la vida de los otros, tentación grande en la que se escuda aquél que no va a hacer nada, queda una pregunta irrenunciable que hemos de hacernos cada uno, porque serán la conciencia y la voluntad propias, no las ajenas, las que, según parece, van a decidir las cosas esta vez: ¿qué haré yo? Es en los momentos difíciles en los que prueba uno mismo el qué, el cómo y el cuánto de lo que tiene para entregar a su país. Es seguro que la Patria herida espera cobijo, consuelo y ayuda de parte de quienes nos hemos dado cuenta de que sufre. No es hoy cuestión de analizar quién tiene razón y quién no, en el triunfo que se reclama. No es tiempo éste para analizar si los poderes cumplen o no su deber, su sagrada misión. Ese tiempo ya pasó. Cada uno ha mostrado lo que puede esperarse de cada cual. Es nuestro tiempo. Ha llegado el tiempo de decidir individualmente y entregar todo en salvaguarda de lo que nos dieron, de lo que nos queda y de lo que debemos entregar a los que nos sigan. El gran drama personal es reconocer y asumir finalmente, y hasta las últimas consecuencias, la función que nos reclamen la conciencia y el deber ante nuestro prójimo, por el futuro de la República. No podemos dejar que la inconsciencia nos siga robando de a poco lo que a otros les costó mucho, y hasta sangre, salvar. En su memoria, y en la nuestra propia, para no vestir vergüenza de aquí en más, debemos actuar. Lo que está ocurriendo con muchos de nosotros en estos momentos no puede terminar en el silencio cómplice de los que toleraron la barbarie de nuestro holocausto. No quiere decir que uno esté en lo cierto, pero creo que se siente ese inconfundible olor a muerte. Y da miedo ponerse siquiera a pensar en el por qué de que venga aquél recuerdo. Todo comenzó con aquel engaño que logró enfrentarnos, anulando el pensamiento e imponiendo el fanatismo y el miedo como únicos recursos para sobrevivir. Hoy nos dicen que conocer la verdad es ilegal. Sería la muerte de nuestras conciencias aceptarlo. Y no hacen falta más muertos para saber que lo que está sucediendo es grave. Ya no importa lo que piensa el Puerto. Ya tendrá su lección final, aunque triunfe… después de todo el triunfo no significa la razón. Ya no importa lo que tengan para decir aquellos a quienes confiamos nuestra representación en el consejo de ancianos. Ya tuvieron su tiempo, y siguen haciéndose los distraídos mientras disfrutan de su eterna comisión en las capitales. A ellos, en quienes también confiamos una vez, ya se les pasó también la hora. Por lo que acaban de decir quienes hablan supuestamente en su nombre, ya resulta casi indiferente lo que diga una justicia que es estructuralmente idiota si no reconoce la necesidad de certidumbre y de verdad de la gente. Importan sí la Ley y el espíritu que la inspiró. Sin faltar a la Ley, y fieles a nuestra conciencia, es nuestro tiempo de actuar, y está llegando el momento.